Discursos 1988 15

15 Voz de paz perdurable en el Señor a los Pastores y fieles de las diócesis de Melo, Mercedes y Minas.

Voz de afectuosa comunión en la fe a la Iglesia de Salto con su obispo y su coadjutor, a las Iglesias de San José de Mayo y Tacuarembó con sus respectivos Ordinarios.

3. He aceptado de buen grado la invitación de la Conferencia Episcopal Uruguaya y del Gobierno de la República, para visitar de nuevo vuestro país, cuna de figuras notables y reserva de grandes valores históricos, humanos y cristianos que tanto aprecio merecen. Durante mi estancia entre vosotros, desde cualquier lugar donde me encuentre, mi palabra de aliento y esperanza irá dirigida a todos los uruguayos sin distinción de origen y posición social: hombres y mujeres, familias, ancianos, jóvenes y niños.

Mi deseo es que todos me sientan cercano, como mensajero de la Buena Nueva que promueve en el mundo una lucha sin tregua del amor contra el odio, de la unidad contra la rivalidad, de la generosidad contra el egoísmo, de la paz contra la violencia, de la verdad contra la mentira. En una palabra: la victoria del bien sobre el mal.

4. Sé que, bajo la guía de vuestros Pastores, os estáis preparando con entusiasmo para que la visita del Papa produzca abundantes frutos espirituales. Vaya ya desde ahora mi agradecimiento sincero a todas las personas y instituciones, que con dedicación no siempre exenta de sacrificio, están colaborando para el buen desarrollo de los diversos encuentros del amado pueblo uruguayo con el Sucesor del Apóstol Pedro.

Encomiendo a vuestras plegarias las intenciones pastorales de mi viaje apostólico, a las cuales se unen las de tantos millones de hijos de la Iglesia esparcidos por todo el mundo. A nuestra Madre amorosa, “Estrella de la mañana, Virgen soberana de los Treinta y Tres”, a cuyos pies tendré el gozo de postrarme en su santuario de Florida, elevo mi ferviente plegaria, pidiendo a su divino Hijo que derrame abundantes gracias sobre la amada nación uruguaya. A todos os bendigo de corazón en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.







VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto Carrasco de Montevideo, Uruguay

Sábado 7 de mayo de 1988



Señor Presidente de la República,
venerables hermanos en el Episcopado,
autoridades, hermanos y hermanas todos muy queridos:

16 ¡Alabado sea Jesucristo!

1. Sean estas mis primeras palabras de invocación y agradecimiento al encontrarme de nuevo en esta bendita tierra para continuar el encuentro que comencé, hace poco más de un año, en este mismo aeropuerto de Carrasco con los amados hijos del Uruguay. Entonces manifestasteis repetidas veces el deseo de que regresara a vuestro país. En mi despedida os decía: “Gracias por vuestra hospitalidad que es ya una invitación para volver a visitaros con más tiempo”. “Me despido con el propósito de volver otra vez”.

Demos todos juntos gracias a Dios porque hoy nos permite cumplir el deseo que tanto yo como vosotros habíamos manifestado. Demos gracias también a cuantos hacen posible este encuentro.

Saludo, en primer lugar, al Señor Presidente de la República, que acaba de recibirme, en nombre también del Gobierno y del pueblo de esta querida nación. Gracias, Señor Presidente, por haber expresado con tan amables palabras la generosa acogida que los uruguayos reservan al Papa. Saludo igualmente con respeto a los miembros del Gobierno y demás autoridades aquí presentes.

A vosotros, hermanos obispos, el Sucesor del Apóstol Pedro da el beso santo, símbolo de unión en el amor de Cristo. En vosotros el Obispo de la Iglesia de Roma, que preside en la caridad, ve y saluda a cada una de las Iglesias particulares que presidís en el nombre del Señor, a vuestros queridos sacerdotes y diáconos, religiosos y religiosas, seminaristas y a todos los fieles laicos.

A vosotros, uruguayos, a cuantos habitáis esta noble tierra oriental del Uruguay, va mi caluroso saludo de padre, hermano y amigo. Llevo en mi corazón el recuerdo vivo de la maravillosa bienvenida que me dispensasteis bajo una lluvia torrencial, y del encuentro que tuvimos en la explanada de Tres Cruces con un sol que brillaba luminoso en vuestro cielo tan azul. Me alegro mucho de que hayáis dejado la blanca cruz conmemorativa de aquella celebración de amor y esperanza como testimonio de pública profesión cristiana. Como os decía al despedirme: “Tengo que confesar que el Papa y los uruguayos han sabido entenderse perfectamente”.

2. Hoy quiero conocer mejor vuestra tierra y sus habitantes. Por eso, en mi deseo de visitar todos y cada uno de los diecinueve departamentos, recorreré el país en todas las direcciones. Partiendo de la capital, iré a Melo, Florida y Salto: de esta forma quiero acercarme a cada uno de vosotros.

A ti, querido Uruguay, el Papa viene cargado de esperanza para anunciarte a Cristo. Amadísimos orientales: Escuchad a Jesucristo, abridle las puertas de vuestro corazón, de vuestras familias, de vuestras instituciones. Que nuestro encuentro mueva a todos y a cada uno a fijar su mirada en Jesús. Estamos a las puertas del quinto centenario de la llegada del Evangelio a este continente, y en la conclusión del segundo milenio de la venida del Hijo de Dios al mundo para salvar a todos los hombres. Estos acontecimientos son verdaderamente un tiempo oportuno en el que todos deben sentirse invitados a asumir la responsabilidad de la historia a la luz de Cristo. Vuestra patria nació cristiana, vuestros héroes inspiraron su vida en el Evangelio, vuestra cultura está impregnada de los aportes de la fe católica.

Quiera Dios que mi viaje apostólico sea propicio para fomentar una escucha más atenta del mensaje cristiano; que la vida personal, familiar y social se deje renovar por la fuerza de la verdad y los ideales superiores que hacen noble y grande a una nación.

Como Sucesor del Apóstol Pedro, vengo a vosotros para cumplir la misión que he recibido de Cristo. Proclamando la verdad revelada por Dios, quiero ayudaros a manteneros firmes en la fe recibida de los Apóstoles, a crecer en ella, a sacar las consecuencias para la vida práctica. Deseo animaros a la esperanza, que se apoya en las promesas divinas, para que plenamente confiados busquéis con perseverancia lo que Dios os tiene preparado. Este encuentro ayudará a desarrollar los vínculos de la caridad: caridad dentro de la Iglesia, para que todos estemos más unidos; caridad con todos, poniendo las mejores energías al servicio de los demás.

3. A lo largo de su historia, vuestra patria ha sido tierra de encuentro de grupos de diferente procedencia étnica, diversas creencias religiosas, distintas concepciones sociales y políticas. No sin dificultades, habéis sabido crear y defender una sociedad tolerante y respetuosa, que ha fomentado el progreso social, la participación; unas instituciones que han promovido la educación y la cultura.

17 La Iglesia católica, a través de estos casi cinco siglos de historia, ha dado su gran aporte a la construcción de vuestro país. En efecto, los cristianos han estado presentes en todos los órdenes de la vida nacional. También hoy la Iglesia en el Uruguay quiere servir a la edificación de la civilización del amor, que lleve a la promoción integral de todo hombre, que cree una sociedad más fraterna y más justa. Con esta visita quiero reafirmar el empeño de los católicos en pro del bien común y animarlos a un esfuerzo aún más generoso.

De manera especial deseo acercarme a los que más sufren: a quienes carecen de los medios suficientes para sustentar su vida, a los que no tienen casa y a los desocupados; a los enfermos, a los minusválidos; a las familias divididas, a quienes les falta el cariño y la comprensión. A todos quisiera llegar con amor, para acompañarlos y ayudarlos, para consolarlos y animarlos.

Este viaje apostólico, que hoy comienzo por vuestra tierra y que me llevará al corazón de América del Sur, lo realizo dentro del marco del Año Mariano. Por eso invoco a María, Madre de Dios, para que Ella nos acompañe y guíe en estos días.

Mañana peregrinaré con todo vuestro pueblo para honrar la imagen sagrada que veneráis en Florida, la Virgen de los Treinta y Tres, Patrona del Uruguay. A Ella encomiendo esta peregrinación pastoral, así como a vosotros, vuestras familias y vuestra patria.

¡Orientales! ¡El Papa está en vuestra casa bajo el signo de la paz: la cruz de Cristo! ¡Gracias por recibirme!

¡Que Dios bendiga a vuestro pueblo!









VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY


A LAS AUTORIDADES ACADÉMICAS, PROFESORES Y ALUMNOS


EN LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DÁMASO ANTONIO LARRAÑAGA


Sábado 7 de mayo de 1988




Excelentísimos e ilustrísimos señores,
autoridades académicas y profesores,
amigos de la cultura y de la ciencia,
queridos estudiantes,
18 señoras y señores:

1. Agradezco profundamente las amables palabras con las que el señor rector y los estudiantes de esta Universidad me han dispensado tan calurosa bienvenida. Quiero decir ya por adelantado, que el encuentro de esta noche con los representantes de la cultura en Uruguay me es particularmente grato. En vosotros saludo con aprecio a todos los que en esta noble nación no ahorran esfuerzos en favor de la sustentación, transmisión y creación de esa singular riqueza humana que son los bienes culturales.

En vuestro país no han faltado quienes siempre se han distinguido por un incansable afán en cultivar y ensanchar los campos de la cultura. Me uno al reconocimiento a que son acreedores tantos hombres y mujeres que en el pasado dedicaron sus energías a este servicio privilegiado a vuestro pueblo, y me congratulo por vuestro renovado empeño en tan importante labor.

Todos nosotros reconocemos el alto valor de esta tarea, porque la cultura es el modo peculiar como los pueblos asumen la realidad de su ser y de su entorno, se la apropian y transforman, dando a todo una dimensión de humanidad, es decir, haciendo del mundo un universo del hombre.

Los cristianos, guiados por la revelación divina, creemos que el hombre es hacedor de cultura, como expresión de su propio ser, creado a imagen y semejanza de Dios; y que del mismo Creador ha recibido el mandato de dominar la tierra, imponiendo un nombre a los demás seres (cf. Gén
Gn 1,27-28 Gn 2,19). Así, por la palabra y el trabajo ha de cuidar la creación y, a la vez, desarrollarse personal y socialmente.

La conciencia de ser creatura salida de las manos de Dios y salvada por Jesucristo, Palabra y Sabiduría hecha carne, ha sido siempre un impulso para el cristiano a estar presente en la formación de cultura, en diálogo con todos los hombres y pueblos. Tal búsqueda por relacionar las distintas formas del saber llevó a la Iglesia, en un determinado momento de la historia, a crear esa original institución que llamamos Universidad, donde se intentan conjugar los distintos aportes del acervo cultural de la humanidad.

Mirando a la gloriosa historia de vuestra nación, vemos cómo la cultura de vuestro pueblo hunde sus raíces en el Evangelio de Cristo, que ilumina la elevada dignidad del hombre en este mundo y su vocación a la eternidad; que llama a la reconciliación con Dios y a la concordia entre los hombres. De esta matriz cultural católica bebieron en el pasado los forjadores de vuestra independencia, que dieron bases firmes a la cultura nacional.

Y así podríamos enumerar un sinfín de personas, clérigos y laicos, que cimentaron vuestra historia cultural. Recordemos al presbítero José Pérez Castellano, observador agudo y práctico de las realidades agrícolas; al también presbítero Dámaso Antonio Larrañaga —de quien esta Universidad toma su nombre— que tanto aportó con sus investigaciones sobre vuestro medio cultural, y cuyo esfuerzo está en la base de instituciones ilustres y fecundas como la Biblioteca Pública y la Universidad de la República.

A aquellos precursores habría que agregar otros muchos. Bástenos mencionar al brillante arzobispo Mariano Soler, el primero que enseñó desde el Club Católico y cuyo abundante magisterio episcopal iluminó aun más allá de vuestras fronteras. Entre los innumerables laicos cristianos, para ser breves, evoquemos sólo tres grandes figuras: Juan Zorrilla de San Martín, Francisco Bauzá y Juana de Ibarbourou.

En el marco de esta historia secular, el encuentro de hoy es un símbolo del fecundo y permanente diálogo entre el Evangelio —del que la Iglesia es portadora—y el pueblo uruguayo, que se expresa en su cultura.

2. En efecto, la cultura, que es fruto de la apertura universal del pensamiento, se crea y desarrolla como un diálogo mantenido a diversos niveles.

19 Es un diálogo con el mundo inanimado, observado con los métodos propios de la ciencia, a fin de reconocer y poner sus potencialidades al servicio de la humanidad. Es deber de todos, particularmente en nuestra época, procurar que la relación del hombre con el mundo esté cada vez más marcada por una cierta mesura para así cuidar el equilibrio ecológico y hacer mejor uso de las cosas, teniendo en cuenta las necesidades reales de la humanidad y evitando que sean encaminadas hacia el despilfarro o la destrucción. Es también necesario defender al hombre de hacerse esclavo de las cosas que pretende dominar, porque siempre será verdad que él vale más por lo que es, que por lo que tiene. Por consiguiente, es menester educar también a una actitud capaz de respetar y admirar el mundo que nos rodea, para escuchar el silencioso mensaje que transmite al corazón del hombre.

La cultura es además diálogo entre personas y grupos, y de aquí su dimensión social y comunitaria. Lo que caracteriza a un pueblo es precisamente su cultura, sus formas de expresar el propio ser y sentir, sus valores y desvalores, sus creaciones, sus modos de relacionarse, de trabajar, de celebrar la vida. Por eso, vosotros, desde el lugar de singular relieve que ocupáis en la vida de la nación, tenéis una gran responsabilidad ante vuestro pueblo, en el noble empeño por defender lo mejor de sus peculiaridades culturales, para que pueda desarrollarse y crecer desde sus propias raíces, estando, al mismo tiempo, abierto a los demás pueblos.

En esta difícil tarea de búsqueda e intercambio, el hombre de cultura necesita mantener un creador diálogo consigo mismo. A él se le exige autenticidad y honestidad, para comunicar a los otros lo verdadero, lo noble, lo bello, lo que puede ser sustentado por una conciencia recta.

3. En la apertura a la totalidad de la existencia, la cultura implica también disponibilidad para el diálogo con Dios en las diversas formas con que puede expresarse la relación con la trascendencia. Por ello —como afirmaron los obispos latinoamericanos en la Conferencia General de Puebla (México)—"lo esencial de la cultura está constituido por la actitud con que un pueblo afirma o niega una vinculación religiosa con Dios, por los valores o desvalores religiosos. Estos tienen que ver con el sentido último de la existencia y radican en aquella zona aún más profunda, donde el hombre encuentra respuestas a las preguntas básicas y definitivas que lo acosan, sea que se las proporcionen con una orientación religiosa o, por el contrario, atea. De aquí que la religión o la irreligión sean inspiradoras de todos los restantes órdenes de la cultura... en cuanto los libera hacia lo trascendente o los encierra en su propio sentido inmanente" (Puebla, 389).

El diálogo de la cultura requiere consiguientemente el cuidado de algunas condiciones que lo hacen posible. En primer lugar la libertad, que es imprescindible para el progreso y la creatividad, unida a una actitud de tolerancia y al esfuerzo por comprender otras posturas. Como tuve ocasión de decir hace algunos años en Río de Janeiro, "la cultura, que nace libre, debe además difundirse en un régimen de libertad. El hombre culto tiene el deber de proponer su cultura, pero no puede imponerla. La imposición contradice a la cultura, porque contradice a ese proceso de libre asimilación personal por parte del pensamiento y del amor que es peculiar de la cultura del espíritu" (Encuentro con los hombres de cultura, Río de Janeiro, 1 de julio, 1980).

El respeto por las personas y sus convicciones lleva consigo el derecho a una información veraz y amplia; el derecho —primero de los padres y después de cada uno— a acceder a formas educativas conformes con las propias convicciones vitales y religiosas. Una auténtica libertad de enseñanza incluye la posibilidad real de que las personas, familias e instituciones intermedias puedan crear sus propios centros de educación, sin discriminaciones. Con respecto a la enseñanza de los niños y jóvenes, abrigo el deseo de que los responsables aseguren que las subvenciones estatales sean distribuidas de tal manera que los padres, sin distinción de credo religioso o de convicciones cívicas, sean verdaderamente libres en el ejercicio de su derecho a elegir la educación de sus hijos sin tener que soportar cargas inaceptables.

4. La cultura tiene como fin el pleno desarrollo de los hombres y de los pueblos. A ello deben conducir tanto el crecimiento de las ciencias y de las técnicas, como las distintas formas de comprender y servir a la sociedad humana. Por consiguiente, ha de estar a disposición de todos, atendiendo con prioridad a la solución de los problemas de los más necesitados económica y culturalmente.

Recordemos que el hombre concreto, en quien hemos de reconocer sin excepción una dignidad y una responsabilidad única e irrepetible, es el sujeto y el objeto de toda la actividad cultural. Vuestra tarea se ha de ir desenvolviendo sin parar, como un servicio a la libertad humana y un empeño por conseguir mejores condiciones para su correcto ejercicio. A ello ha de tender vuestra labor, contribuyendo a liberar de las ataduras de la ignorancia y del error, abriendo posibilidades de perfeccionamiento progresivo, aliviando los dolores de vuestros conciudadanos, cooperando a solucionar las injusticias sociales y las estrecheces económicas.

El patrimonio cultural de vuestro pueblo cuenta con un hondo sentido de la libertad individual y de la fundamental igualdad de todos los hombres. Este valor que habéis heredado, y del que justamente os preciáis, ha alentado en el pasado la búsqueda de un modelo de sociedad más justa y podrá hoy, con la cooperación de todos, hallar caminos para solucionar los problemas que aquejan a vuestro pueblo.

La defensa de la libertad de cada hombre debe ir unida a la reflexión sobre el sentido de la libertad misma. Por ello, habrá que preguntarse: libres de qué y para qué.

En primer lugar, constatamos que la libertad es condición de la dignidad de los actos humanos. Ella incluye el deber de asumir la propia responsabilidad de ser libres y el desafío a discernir el bien y adherirse a él. Por eso, una cultura plenamente humana no puede contentarse con plantear los problemas éticos y religiosos, sino tratar de darles una respuesta honesta y congruente. "El hombre no puede ser plenamente lo que es, no puede realizar totalmente su humanidad, si no vive la trascendencia de su propio ser sobre el mundo y su relación con Dios" (Encuentro con los hombres de cultura, Río de Janeiro, 1 de julio, 1980).

20 5. En ejercicio del diálogo cultural sincero, permitidme vosotros, hombres y mujeres amantes de la verdad, que os anuncie con sencillez una honda convicción compartida por millones de hermanos, tanto del pasado como del presente, aquí en vuestra tierra y en el mundo entero. En efecto, no puedo menos de proclamar, con respeto para todos y con profundo convencimiento, que la dignidad de todo hombre y el sentido de su vida tienen su origen y culminación en Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, y que Él es la iluminación última de toda cultura. Él nos revela al Padre, en quien se funda la unidad de la familia humana. Él nos revela el misterio de nuestra misma existencia, da luz a la historia y nos abre a la eternidad.

Me dirijo ahora a los católicos dedicados de manera especial a las actividades de la cultura: laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas.

Os doy las gracias por el aporte que hacéis al servicio de vuestro pueblo en el campo de la educación y la cultura y os exhorto a armonizar cada vez más y mejor con la verdad de Cristo, el respeto por las diversas opiniones, ideas y actitudes. Vuestra presencia abierta y dialogante ha de estar siempre impregnada por la luz de lo alto, sin ceder a la tentación de fáciles reduccionismos que vacían la originalidad del mensaje cristiano. De vosotros depende en gran parte que la cultura de vuestra nación esté vivificada por la verdad del Evangelio.

6. Todos somos conscientes de que para la evangelización de la cultura tienen una particular importancia las instituciones católicas, desde la escuela hasta la Universidad. Si de veras quieren cumplir con su misión, es imprescindible que mantengan su identidad católica bien definida, en congruencia con la fe del Pueblo de Dios y en explícita y fiel sintonía con el Magisterio de la Iglesia. Estos institutos católicos de enseñanza son obra y responsabilidad de toda la comunidad eclesial. Sé cuántos sacrificios y esfuerzos comporta el proveer a una enseñanza de calidad que llegue al mayor número posible de beneficiarios.

Quiero alentar de manera particular a todas aquellas personas e instituciones, que, de una u otra forma, colaboran con esta Universidad Católica del Uruguay que hoy nos recibe en su sede. Este centro académico tiene ante sí una misión importante al servicio de la tarea evangelizadora de la Iglesia y al servicio de toda la nación, de acuerdo con los objetivos que le son propios: "Calidad, competencia científica y profesional; investigación de la verdad al servicio de todos; formación de las personas en un clima de concepción integral del ser humano, con rigor científico, y con una visión cristiana del hombre, de la vida de la sociedad, de los valores morales y religiosos (...). Por otra parte, queda fuera de duda que en su servicio a la cultura han de mantenerse claramente algunos principios: la identidad de la fe sin adulteraciones, la apertura generosa a cuantas fuentes exteriores de conocimiento puedan enriquecerla y el discernimiento crítico de esas fuentes conforme a aquella identidad" (Discurso en la Pontificia Universidad Católica de Chile, 3 de abril, 1987).

Con el mismo afecto deseo expresar mi gratitud a quienes componen el Instituto Teológico del Uruguay "Mons. Mariano Soler" y están dedicados a la inestimable tarea de formar a los futuros sacerdotes. Vaya también mi saludo y mi agradecimiento al seminario interdiocesano de Cristo Rey y a cuantos colaboran en sus tareas. No es necesario subrayar la importancia de estos centros, que tanto peso tienen en el ámbito de la cultura propiamente teológica y religiosa. A todos, profesores y alumnos, os agradezco y os animo a continuar en vuestro abnegado trabajo.

7. En esta ocasión quiero saludar también a los artistas que expresan y dan vida a la cultura, plasmando en sus obras la belleza. La Iglesia, experta en humanidad, siempre ha defendido y promovido las artes, por ser un bien que ennoblece a los hombres y porque logran comunicar algo de lo que es realidad inefable. Vosotros, los artistas, tenéis una vocación muy elevada, pues podéis ayudar a los hombres con lo mejor de vosotros mismos: la creación artística.

Deseo asimismo dirigir unas palabras a quienes de manera tan relevante inciden en la formación de la cultura moderna: los profesionales de los medios de comunicación de masas. Os agradezco, en primer lugar, vuestra contribución al desarrollo de este encuentro y de los que seguirán en el transcurso de mi visita. Al mismo tiempo os recuerdo que vuestra actividad, honrada y admirada, conlleva una gran responsabilidad, porque tenéis en vuestras manos unos instrumentos que de alguna forma son de todos y en todos influyen. Por eso, empleadlos pensando en el bien común, al servicio de la verdad. Respetad los valores culturales de vuestro pueblo, ayudando al desarrollo de vuestra sociedad, en los distintos órdenes. No os dejéis llevar por intereses particulares o conveniencias de parte y procurad que vuestra abnegada dedicación profesional contribuya al progreso moral de la nación.

A vosotros, estudiantes, os abro mi corazón. El Papa os ama y os acompaña. Estáis viviendo una etapa importantísima de vuestra vida en la que forjáis el futuro de vosotros mismos y de vuestra patria. Tened ideales altos. Por eso aprovechad al máximo este tiempo en que podéis dedicaros al estudio, a la investigación, a la búsqueda de la verdad y a la indeclinable formación de vuestra voluntad. Recordad siempre que vuestra futura capacitación es sumamente importante para vosotros, para vuestra futura familia, para vuestro país. Sed responsables y generosos en el uso de las posibilidades que se os ofrecen. No dejéis de buscar a Cristo el cual iluminará con su luz cuanto vais descubriendo y viviendo.

8. Este encuentro va llegando a su fin. Cuánto me gustaría poder detenerme más tiempo y escucharos; aprender más de vuestra cultura, de sus logros y anhelos, llevar adelante un diálogo cultural. Pero debo proseguir la marcha. Os agradezco vuestra presencia y os reitero mi gran estima por la tarea que desempeñáis en favor de la cultura. Sigamos trabajando unidos para formar un mundo más fraterno y humano, una cultura más verdadera y más bella, más acogedora de cada hombre y que sea reflejo más perfecto de la sabiduría, de la bondad y la belleza del Creador que nos ha dado parte en su gloria.

Mi plegaria se eleva a Dios pidiendo por vosotros, vuestras familias y las instituciones de que formáis parte. Que el Señor os conceda a todos luz y fuerza para seguir adelante y hacer avanzar con vuestra contribución la cultura de esta noble nación. Con afecto os imparto mi bendición apostólica.







VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS URUGUAYOS EN LA NUNCIATURA APOSTÓLICA


21

Montevideo, Uruguay

Domingo 8 de mayo de 1988

: Amadísimos hermanos en el Episcopado:

1. Mi saludo a todos vosotros, en esta sede de la Nunciatura Apostólica, que nos ve gozosamente reunidos este día, quiere expresar el “afecto en la caridad” que une al Sucesor de Pedro con los Pastores de la Iglesia en Uruguay: Os deseo, con palabras del Apóstol San Pablo, “gracia, misericordia y paz de parte de Dios y de Cristo Jesús” (1Tm 1,2).

Sabéis que en mis viajes pastorales espero con particular alegría el encuentro con mis hermanos obispos. El año pasado, dada la brevedad de mi paso por Montevideo, no fue posible estar con vosotros todo el tiempo que hubiera deseado. Ahora, doy gracias a Dios porque me concede el poder compartir, en estos momentos de íntima comunión, la solicitud pastoral con la que cuidáis de la Iglesia que peregrina en el Uruguay. Quiero recordar, en primer lugar, a aquellos que tuvieron a su cargo los comienzos de la evangelización en esta orilla del Río de la Plata. El primer vicario apostólico del Uruguay, Dámaso Antonio de Larrañaga, los primeros obispos de Montevideo, monseñores Jacinto Vera, Tomás Camacho y Alfredo Viola, y el primer arzobispo de esta provincia eclesiástica, monseñor Mariano Soler, ilustre pensador y maestro, son figuras que han puesto los cimientos sobre los cuales se ha apoyado el posterior trabajo de cristianización.

En el objetivo general de la Conferencia Episcopal Uruguaya os habéis propuesto “acompañar evangélicamente al hombre y al pueblo uruguayo” a fin de que su vida entera suponga un encuentro con Cristo. Para alcanzar tan ambiciosa meta habéis de ir por delante, como Pastores de la grey, guiando al Pueblo de Dios, abriéndole caminos de luz y de verdad.

Quiero ahora invitaros a meditar conmigo algunos pasajes de la primera Carta a Timoteo, llena de consejos y exhortaciones pastorales, que tienen la perenne actualidad de la Revelación divina.

2. “Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio” (1Tm 1,12). Así se expresa el Apóstol Pablo reconociendo que, junto con el ministerio, ha recibido del Señor una gran responsabilidad. Y continúa más adelante: “La gracia de nuestro Señor sobreabundó –ha fructificado– en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús” (Ibíd., 1, 14).

Hermanos míos: Cada uno de nosotros ha de procurar también que fructifique el carisma recibido “mediante la imposición de las manos” (Ibíd., 4, 14) –“la plenitud del sacramento del orden” (Lumen gentium LG 21)– de tal forma que podamos escuchar aquellas palabras: “Siervo bueno y fiel, ... entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25,21). Eso es –lo sabéis bien– lo único que puede importarnos, “porque tenemos puesta la esperanza en Dios vivo, que es el salvador de todos los hombres, principalmente de los creyentes” (1Tm 4,10).

3. “Ante todo, recomienda que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias” (Ibíd., 2, 1).

La primera tarea del obispo para fructificar la gracia de Dios ha de ser el fomento de la piedad: la suya personal y la de todos los que dependen de él. “Ejercítate en la piedad –dice San Pablo a Timoteo–, los ejercicios corporales sirven para poco; en cambio, la piedad es provechosa para todo, pues tiene la promesa de la vida, de la presente y de la futura” (Ibíd., 4, 7-8). Es la vida de oración la que mantiene encendida vuestra ilusión de servicio, para cumplir puntualmente el mandato de Cristo de apacentar sus ovejas (cf. Jn Jn 21,17). Si las ansias de una mayor eficacia pastoral no estuvieran basadas en una personal y continua unión con Dios, no serían fruto del verdadero afán apostólico. Hoy como ayer se cumplen las palabras del Señor: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque, separados de mí, no podéis hacer nada” (Ibíd., 15, 5).

22 Esa unión con Cristo se hace particularmente evidente en la celebración de la sagrada liturgia, que el obispo lleva a cabo con los miembros del presbiterio y con la participación del Pueblo de Dios que le ha sido confiado. “Por medio de la liturgia, se alcanza hoy el misterio de la salvación. Cuando el obispo ofrece el sacrificio eucarístico y celebra los sacramentos, transmite aquello que él mismo ha recibido de la tradición que viene del Señor (cf. 1Co 11,25) y edifica de esa forma la Iglesia” (A los obispos participantes en una curso de actualización litúrgica, 12 de febrero de 1988, n. 3).

Es, pues, necesario que estéis fuertemente convencidos de la importancia de tales celebraciones para la vida cristiana de los fieles. Como “moderadores, promotores y custodios de toda la vida litúrgica” (Christus Dominus CD 15), en la Iglesia que os ha sido confiada, habéis de velar para que se observen diligentemente las normas y directrices relacionadas con su celebración. Una equivocada interpretación de la espontaneidad no debe llevar a que se altere el sentido de las acciones litúrgicas y, en concreto, de la Santa Misa.

Con inmensa alegría he acogido vuestra iniciativa de declarar este año, 1988, Año Eucarístico. Pido a Dios que esta conmemoración fructifique en un creciente y renovado amor de todos a Jesús-Eucaristía.

4. “Esta es la recomendación, hijo mío, Timoteo, que yo te hago, de acuerdo con las profecías pronunciadas sobre ti anteriormente. Combate, penetrado de ellas, el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta” (1Tm 1,18-19).

Unidos a Cristo por la oración y la vida litúrgica, hemos de iniciar ese “combate” al que el Apóstol anima a Timoteo. Se trata del «combate entablado por la Iglesia, unida a la Madre de Dios como modelo suyo, “contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal” (Ep 6,12)» (Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo 1988, n. 7). Una lucha espiritual que se desarrolla en el interior de cada hombre, pero que tiene un reflejo exterior y afecta a la compleja realidad social.

Con gran acierto habéis dicho en vuestro documento conjunto, que se trata no sólo de “acompañar evangélicamente al hombre”, sino también “al pueblo uruguayo”. La nueva etapa de evangelización de cada fiel cristiano ha de repercutir en toda la vida social, impregnando todos los aspectos de la cultura. No basta mirar a que se conserve la fe de algunos: hace falta –lo sabéis bien– que la vida misma del país en todas sus manifestaciones sea conforme con los principios evangélicos. Una cultura transformada así, sin anular la legítima pluralidad y libertad, creará un ambiente en el que “la visión cristiana de la realidad esté presente desde los primeros momentos en que la persona humana comienza a plantearse el sentido de la vida y de la historia” (Discurso a los obispos de Uruguay en vista "ad limina", 14 de enero de 1985, n. 2). Se trata de una meta ambiciosa que conseguiréis alcanzar a medida que, apoyados en la oración y en la gracia divina, no rehuyáis poner todo vuestro empeño con tenacidad y paciencia al servicio incondicionado de vuestro pueblo fiel.

5. Escuchemos de nuevo al Apóstol que da recomendaciones a su discípulo tan querido: “Hasta que yo llegue, dedícate a la lectura, a la exhortación y la enseñanza” (1Tm 4,13). “Ocúpate en estas cosas, vive entregado a ellas para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos” (Ibíd., 4, 15).

El camino que, poco a poco, irá superando las dificultades que encuentra la evangelización, que conseguirá restaurar la civilización del amor y conducir a todos a la plenitud de gozo del reino de los cielos, se inicia en la propia santidad –a través de la oración y la liturgia–, pero se abre paso y se consolida también con la dedicación “a la lectura, a la exhortación, a la enseñanza” ((Ibíd., 4, 13). Esta tarea de formación permanente –tan propia del oficio pastoral– reviste una importancia capital en la “nueva etapa de evangelización” de vuestra patria.

Se trata de una labor de formación que ha de abarcar a todos los fieles sin excepción y que se ha de realizar usando todos los medios a vuestro alcance, en plena sintonía con la fe de la Iglesia.

6. “Los presbíteros..., principalmente los que se afanan en la predicación y en la enseñanza, merecen doble honor” (Ibíd., 5, 17), sigue diciendo San Pablo a Timoteo. Sé que los presbíteros –“ayuda e instrumento de los obispos” (Lumen gentium LG 28) – son objetivo prioritario de vuestra preocupación pastoral. Una preocupación que incluye también los aspectos materiales (cf. 1Tm 5,23) pero que, sobre todo, os moverá a alentarlos en su misión de proporcionar a todos los fieles los medios necesarios para “realizar el plan de Dios, fundado en la fe” (1Tm 1,4): “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (Ibíd., 2, 4).

Recordadles, ante todo, que deben mantenerse unidos a Jesucristo por la oración y los sacramentos: singularmente por la celebración de la Eucaristía. Aconsejadles que acudan frecuentemente al sacramento de la reconciliación para que incrementen en sí mismos la gracia que hace agradable a los ojos de Dios y, a la vez, intensifica la propia intimidad con Jesucristo el Redentor, de cuyo sacerdocio participan. Velad asimismo para que den prioridad, entre sus ineludibles tareas, a la predicación de la Palabra y a la celebración de los sacramentos.

23 Realmente convencidos de que compete a los laicos santificar las estructuras temporales, habéis de inculcar en la conciencia de los presbíteros la obligación, que la propia identidad les impone, de no diluir el ministerio auténtico en actividades que no sean propias de su condición. Manifestarán su unidad con toda la Iglesia enseñando las verdades de la fe sin reduccionismos ni dudosas interpretaciones. También aquí resultan actuales las palabras de San Pablo cuando dice a Timoteo: “Te rogué... que mandaras a algunos que no enseñasen doctrinas extrañas... que son más a propósito para promover disputas que para realizar el plan de Dios, fundado en la fe” (Ibíd., 1, 3-4). Atenta especialmente contra la unidad esa desviada posición teológica que pone “el acento de modo unilateral sobre la liberación de las esclavitudes de orden terrenal y temporal” (Congr. pro Doctr. Fidei, Libertatis Nuntius, introd.), olvidando que “la liberación es, ante todo y principalmente, liberación de la esclavitud radical del pecado” (Ibíd.). Recordad que “la Iglesia de los pobres significa la preferencia, no exclusiva, dada a los pobres, según todas las formas de la miseria humana, ya que ellos son los preferidos de Dios” (Ibíd. IX, 9).

Como ya he indicado en la Encíclica “Sollicitudo Rei Socialis”, “conviene subrayar el papel preponderante que cabe a los laicos, hombres y mujeres, como se ha dicho varias veces durante la reciente Asamblea sinodal. A ellos compete animar, con su compromiso cristiano, las realidades temporales y, en ellas, procurar ser testigos y operadores de paz y de justicia” (Sollicitudo Rei Socialis
SRS 47).

De esa forma, los hijos de la Iglesia pondrán “por obra –con el estilo personal y familiar de vida, con el uso de los bienes, con la participación como ciudadanos, con la colaboración en las decisiones económicas y políticas y con la propia actuación a nivel nacional e internacional– las medidas inspiradas en la solidaridad y en el amor preferencial a los pobres” (Ibíd.).

7. A vuestra preocupación pastoral por los presbíteros va muy unida la preocupación por el fomento de las vocaciones sacerdotales y el cuidado en la formación de los seminaristas.

“No te precipites en imponer a nadie las manos” (1Tm 5,22), advierte el Apóstol a Timoteo. El seminario debe ser objeto especial de vuestros cuidados. El avance futuro en la difusión del reino de Dios depende sobremanera de los esfuerzos que dediquéis a esta labor.

La preparación de los candidatos al sacerdocio “debe tender a formar verdaderos Pastores de almas, según el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor” (Optatam totius OT 4).

“El candidato debe ser irreprochable” (Tt 5,6), amonesta nuevamente San Pablo. La dirección espiritual personal debe cultivar en ellos un amor sin medida a Cristo y a su Madre, y unas ansias inmensas de asociarse íntimamente a la obra de la corredención. Los estudios filosóficos y teológicos exigen un profesorado competente y de orientación doctrinal segura. Junto a esto, la preparación litúrgica y pastoral complementa su formación y desarrolla en sus corazones un amor singular hacia el santo sacrificio del altar y una solicitud incansable por acercar todos los hombres a Dios.

8. La realidad que vivimos debe llevaros a reemprender con renovadas energías la pastoral de la familia. Respecto de los jóvenes escribe el Apóstol que aprendan a practicar los deberes de piedad... para con los de su propia familia. Que los jóvenes se casen..., tengan hijos y que gobiernen la propia casa (1Tm 5,4 1Tm 5,14).

En vuestro país la institución del matrimonio sufre, desde hace años, la plaga del divorcio. Se ha debilitado el sentido de perpetuidad del compromiso conyugal, lo que se traduce en numerosos casos de desunión familiar y de separación de los cónyuges, con lamentables consecuencias sobre los hijos.

No hay que dejar de recordar a los fieles que “el matrimonio y el amor conyugal, por su misma naturaleza, están ordenados a la procreación y educación” (Gaudium et spes GS 50). Los cónyuges cristianos deben saber que todo amor verdadero supone el sacrificio y el dolor, y la entrega para siempre. Es preciso impulsar la generosidad en el amor, sin miedo a los hijos que vendrán. Los esposos cristianos están fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud poseen la gracia y los dones suficientes para acrecentar su amor mutuo y llevar cristianamente las cargas del hogar.

9. “Vela por ti mismo y por la enseñanza: persevera en esta disposición, pues, obrando así, te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan” (1Tm 4,16).

24 A través de la catequesis iniciada por los padres en el hogar, y continuada después por múltiples cauces, la labor de formación debe llegar a todos los rincones del país.

La urgencia imperiosa por ampliar el alcance catequético impone la conveniencia de abrirse a todas las iniciativas que surjan en torno a este objetivo. Las numerosas actividades parroquiales y los diversos movimientos de apostolado que hoy florecen en Uruguay deben ser ocasión para que se profundice en el conocimiento de la doctrina cristiana y la participación en los sacramentos, inculcando también la vida de oración y el crecimiento en las virtudes.

La primera instrucción sobre los rudimentos de la fe debe continuarse en la adolescencia, ayudando a los jóvenes a profundizar en los fundamentos de la doctrina católica, de manera que puedan afrontar con una óptica cristiana las responsabilidades que la vida les depare.

10. La recepción del sacramento de la confirmación fortalece en los cristianos la gracia primera que recibieron en el bautismo. Frente a concepciones laicistas en el ámbito social y cultural, hace falta cristianos que sean fuertes en la fe, (
1P 5,9) que “combatan el buen combate” (1Tm 6,12) de que nos habla San Pablo, decididos a identificarse con Jesucristo y a impregnar la cultura con los principios y enseñanzas del cristianismo. Todos los bautizados deben culminar su iniciación cristiana con la recepción de este sacramento.

11. Amadísimos hermanos: “La gracia sea con vosotros” (Ibíd., 6, 21). Así termina San Pablo su primera Carta a Timoteo, a la luz de la cual hemos realizado estas consideraciones. Esto mismo pido en estos momentos al Señor para vosotros. Que no os falten los dones del Espíritu Santo para guiar al Pueblo de Dios en el Uruguay hacia la casa del Padre celestial. Que encarnéis la figura del Buen Pastor, que “va delante de sus ovejas y ellas le siguen porque conocen su voz” (cf. Jn Jn 10,4). Que la Virgen de los Treinta y Tres, Patrona del Uruguay, os acompañe en vuestra solicitud pastoral y os fortalezca para consolidar y culminar la obra realizada hasta ahora.

A Ella encomiando todos vuestros afanes y tareas apostólicas, y le pido que, como Ella, seáis siempre dóciles al Espíritu Santo para que, a través de vuestro ministerio, la verdad divina guíe siempre a la Iglesia que está en el Uruguay.









Discursos 1988 15