Discursos 1988 39


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL CUERPO DIPLOMÁTICO EN LA NUNCIATURA APOSTÓLICA


La Paz, Bolivia

Martes 10 de mayo de 1988



Excelencias,
señores, señoras:

1. Quiero manifestar mi viva satisfacción par encontrarme en esta ciudad de La Paz, con representantes de tantos países y Organizaciones internacionales, acreditados ante el Gobierno de Bolivia.

Las altas funciones diplomáticas que desempeñáis os hacen acreedores de nuestro respeto y de nuestra más atenta consideración. Sois en buena medida los depositarios de grandes esperanzas en orden a la anhelada construcción de un mundo en el que la paz, la solidaridad, la mutua cooperación y el entendimiento reciproco sean los cauces definitivos para lograr unas relaciones más humanas y justas en el seno de la comunidad internacional. A esta noble labor, que merece admiración y gratitud, habéis consagrado vuestras capacidades y esfuerzos, puestos a prueba continuamente en el ejercicio de la no siempre fácil profesión diplomática. En realidad, la índole misma de vuestra vocación os convierte en artífices de entendimiento y concordia entre las naciones para que reine la paz.

Pero la aspiración humana de paz entre los pueblos no es una simple dádiva al alcance de la mano, sino que es fruto de una decidida voluntad y de un permanente esfuerzo por parte de todos. En un mundo como el nuestro, en el que la estabilidad y la paz de las naciones se ven amenazadas frecuentemente por intereses contrapuestos, la labor del diplomático adquiere un destacado relieve en las relaciones internacionales, tanto a nivel bilateral como multilateral. Si bien las decisiones últimas están en manos de los hombres de gobierno, la actividad del diplomático –informando con veracidad y precisión, orientando hacia caminos de solución, creando puentes de diálogo, negociado y entendimiento– representa un medio insustituible en el orden internacional. “En este mundo dividido y turbado por toda clase de conflictos –señalaba en mi última Encíclica Sollicitudo Rei Socialis– aumenta la convicción de una radical interdependencia y, por consiguiente, de una solidaridad necesaria que la asuma y traduzca en el plano moral. Hoy quizá más que antes, los hombres se dan cuenta de tener un destino común que construir juntos, si se quiere evitar la catástrofe para todos” (Sollicitudo Rei Socialis SRS 26).

2. El valor supremo de la paz, del que habéis de ser promotores convencidos, defensores infatigables y restauradores cuando sea el caso, creo que ha de colocarse entre vuestras prioridades como profesionales de la diplomacia. Deseo recordar a este respecto, los principios de reciprocidad, solidaridad y colaboración efectiva en las relaciones internacionales que fueron objeto de mis reflexiones en un discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (Discurso a los miembros del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, 2 de enero de 1985, n. 3).

Son principios válidos para toda la comunidad internacional y, particularmente, para la comunidad de naciones que forman el llamado continente de la esperanza. Las raíces históricas, culturales, lingüísticas y de fe que les son comunes, han de ser robustecidas con el fin de que se vayan corroborando más y más en América Latina los valores espirituales y morales que configuran más auténticamente el origen y vocación de unos pueblos jóvenes, llamados a tener un indudable protagonismo en la escena mundial.

3. La paz, a cuya causa todos debemos dar nuestra aportación, no se alcanza por la via de la intransigencia ni de los egocentrismos nacionales. Por el contrario, sí se logra y afianza a través de la comprensión de unos con otros. Por otra parte, dicha comprensión se hace más fácil y fructífera cuando surge de un espíritu sincero de solidaridad; de esa solidaridad que hermana a todos los hombres que habitamos este mundo, destinado por el Creador para que todos podamos participar de sus bienes en forma equitativa.

40 Sólo así, sobre el fundamento de la justicia y de la solidaridad, y con el esfuerzo de la comprensión mutua, es posible sentar las bases estables de equilibrio para edificar una comunidad internacional sin permanentes y graves zozobras, sin dramáticas inseguridades, sin conflictos de irreparables consecuencias. Sólo así podrán hallar adecuadas soluciones los problemas latentes en diversas partes de Latinoamérica, con ciertas disputas fronterizas o la cuestión de la mediterraneidad de Bolivia.

4. Vosotros sois protagonistas en la construcción de una comunidad internacional responsable y solidaria, que pueda vivir en laboriosa armonía y en fecunda seguridad; un concierto de naciones en el que todos los hombres y todos los pueblos puedan realizarse en plenitud: tanto en el enriquecimiento de los valores del espíritu, como en el desarrollo de mejores condiciones de vida material. En efecto, la paz, que es esencialmente obra de la justicia, encuentra su camino y su fortalecimiento en la promoción del desarrollo. Pero no de un desarrollo que se limite al crecimiento económico cuantitativo, sino que acelere, sobre todo, la promoción social integral, bajo las formas de una mejor distribución de la riqueza y una elevación de las condiciones de vida –espiritual y material– de cada hombre y de todos los hombres.

La extrema pobreza que todavía soportan muchos países es una afrenta para toda la humanidad. Las diferencias abismales entre países ricos y pobres es incompatible con los designios divinos de una justa y equitativa participación de todos en los bienes de la creación. Además, el subdesarrollo, como bien sabéis, es una de las causas de la grave inestabilidad social y política de muchos países que lo sufren. Es un hecho que dichos factores de inestabilidad afectan no sólo a los países menos avanzados, sino que también es semilla de otros conflictos más amplios que pueden poner en peligro la paz internacional.

5. Entre esos factores de inestabilidad que hoy afligen al mundo, y muy en particular a las naciones en vías de desarrollo, figura el oneroso peso de la deuda externa. El desequilibrio entre el monto de esa deuda y la capacidad de pago de la misma; la diferencia entre las sumas otorgadas a los prestatarios y las utilidades reclamadas por los acreedores, están ocasionando un gravísimo daño a muchos países pobres. El enorme peso de aquella deuda coloca a esos países en peligro de frustrar sus legítimas aspiraciones al desarrollo que les es debido.

La Santa Sede no puede por menos de alentar todas aquellas iniciativas encaminadas a resolver, según criterios de justicia y equidad, este grave problema, cuyas consecuencias afectan sobre todo a los más pobres y desposeídos.

Excelencias, señoras y señores:

Puedo asegurarles que en la Santa Sede encontrarán siempre un atento interlocutor en todo lo relativo a la paz mundial y a los problemas que conciernen a la comunidad internacional. Al finalizar este encuentro deseo agradecer vivamente vuestra presencia, a la vez que expreso mis más sinceros votos por la prosperidad integral de vuestros países, por la consecución de los objetivos de las instituciones que representáis, por el éxito de vuestra misión en Bolivia y por la felicidad de vuestros seres queridos.







VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

CONSAGRACIÓN A LA VIRGEN DE COPACABANA

ORACIÓN DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


La Paz, Bolivia

Martes 10 de mayo de 1988



Madre santísima de Copacabana,
al concluir esta celebración litúrgica
41 en la que hemos orado unidos
por las familias bolivianas,
imploro sobre ellas tu protección maternal.

Tú, que desde tu santuario nacional
acompañas con mirada bondadosa el caminar de este pueblo,
alienta con tu intercesión poderosa
a las familias de Bolivia,
que hoy confío a tus cuidados.

Protege e inspira
a las madres de familia de esta noble tierra,
que con dedicación admirable atienden
42 y dan consistencia a sus hogares,
guían a sus hijos por el camino del bien
y buscan su dignidad en lo cristiano y en lo humano.

Ilumina también a los padres
para que sepan ser siempre, en su vida familiar y social,
ejemplos de rectitud,
educadores responsables de sus hijos,
modelo de respeto a los valores religiosos y morales
que hacen estable y sana la familia.

Cuídate en especial de los hijos para que, a imitación de Jesús,
crezcan en edad, en sabiduría y en gracia,
43 recibiendo y difundiendo en su propio hogar
el amor y el respeto entre todos.
Modela su corazón joven
a fin de que, con comprensión y generosidad,
robustezcan la unión familiar,
vivan en obediencia a los principios cristianos
y sean así el apoyo de sus padres
y la esperanza de la sociedad boliviana.

Vela, Madre, con particular ternura
sobre las familias campesinas, que sufren el azote de la pobreza,
sobre los hogares de los mineros,
44 sobre los relocalizados, los que no tienen pan ni trabajo,
los más pobres y abandonados,
para que experimenten tu consuelo
y la solidaridad de los demás.

Enseña, finalmente,
a todos tus hijos bolivianos,
sin distinción de origen étnico o extracción social,
la fidelidad a la fe cristiana,
la valentía en la adversidad,
la convivencia de la idéntica dignidad de hijos y hermanos,
el empeño para mejorar la patria común,
45 el compromiso por la honestidad y la justicia,
la esperanza en un mundo nuevo
en el que reinen de veras el amor y la paz. Amén.







VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY


A LAS RELIGIOSAS DE BOLIVIA REUNIDAS EN LA CATEDRAL DE NUESTRA SEÑORA DE LA PAZ


La Paz, Bolivia

Martes 10 de mayo de 1988



Queridas religiosas de Bolivia:

1. Me siento realmente contento de estar aquí en La Paz, hermosa ciudad del Illamani, de panorama y belleza impresionantes, donde he venido para encontrarme con tantos hijos de esta querida tierra, y en esta oportunidad, con las religiosas de Bolivia, tanto de vida activa como contemplativa.

Os saludo con todo afecto y os agradezco que estéis aquí. Muchas de vosotras habéis venido de lugares alejados, seguramente no sin sacrificio por vuestra parte, lo mismo que por parte de las hermanas que se han quedado supliendo vuestra ausencia. A todas quiero expresar mi más vivo agradecimiento por la abnegada labor que estáis llevando a cabo, a veces en medio de grandes dificultades, especialmente en favor de los más pobres y marginados: en la catequesis, acción pastoral directa, asistencia sanitaria, promoción humana, educación, vocaciones; destacando vuestra presencia activa en los hospitales, asilos de niños y de ancianos y en los centros de oración y de celebración litúrgica.

Tras haber escuchado la lectura del Evangelio, en que María, la llena de gracia, canta las alabanzas de Dios, os invito a meditar conmigo la Palabra del Señor con la misma actitud de la Virgen, esto es, dispuestos a escuchar con fidelidad y a responder con generosidad.

Para ser luz que ilumine con la fuerza del Evangelio a cuantos nos rodean, necesitamos meditar con frecuencia la Palabra de Dios en momentos fuertes de oración, mediante los cuales las personas consagradas siguen capacitándose más y más para dar y para darse. Efectivamente, esa capacidad de darse nace de la palabra divina y de la fuerza del Espíritu Santo.

2. La actitud humilde de escucha, de oración de la Virgen del “Magnificat”, mantendrá siempre su cualidad de pauta y modelo para toda vida consagrada. La asociación de María a Cristo Redentor, afianzada sin cesar por su fidelidad a la Palabra divina, constituye el secreto de su existencia como figura de la Iglesia: “Creer quiere decir “abandonarse” en la verdad misma de la palabra del Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente "¡cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!” (Rm 11,33). María, que por eterna voluntad del Altísimo se ha encontrado, puede decirse, en el centro mismo de aquellos “inescrutables designios” de Dios, se conforma a ellos en la penumbra de la fe, aceptando plenamente y con corazón abierto todo lo que está dispuesto en el designio divino” (Redemptoris Mater RMA 14). ¿No son también éstos los designios que Dios mismo proyecta sobre vosotras, queridas Religiosas?

46 Si de veras queréis servir de ayuda a los hermanos, en primer lugar a los más necesitados, habéis de plasmar a diario vuestras vidas como una donación personas a Cristo, que en la Eucaristía sigue inmolándose, asociándoos, a la vez, a su obra redentora. En la meditación de la palabra y en la celebración eucarística es siempre Jesús, “pan de vida”, quien viene a nosotros para hacernos semejantes a El (Jn 6,35 Jn 6,48). Vuestro “sí” a la Palabra de Dios y vuestra asociación a Cristo en la economía de la redención sigue las huellas de María, que “se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo” (Lumen gentium LG 56).

3. Deseo felicitaros por vuestra fidelidad y comunión con la Iglesia, con el Papa y los obispos los cuales son, según expresión del Concilio Vaticano II, “principio y fundamento de la unidad en sus Iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal” (Ibíd., 23). Vuestra colaboración responsable con ellos, con los sacerdotes y laicos en las tareas de la evangelización aumentan en la vida religiosa el sentido de participación en la naturaleza sacramental de la Iglesia como misterio, comunión y misión.

La persona consagrada representa dignamente a la Iglesia en su condición de virgen, que espera con la lámpara encendida la llegada del esposo. Mantener de por vida esta actitud como quien guarda un gran tesoro, es un testimonio especial para la Iglesia y “un medio privilegiado de evangelización eficaz” (Evangelii Nuntiandi EN 69). Efectivamente, la profesión religiosa os ha consagrado al servicio de los hermanos, en su situación concreta y en la perspectiva de la esperanza escatológica, esto es, con la mirada puesta en la última venida del Señor (Mt 25,6 Ap 3,20). La capacidad para inseriros en las más diversas situaciones humanas dependerá también de vuestra vivencia de esta esperanza cristiana.

4. Esta actitud de servicio a la Iglesia de modo incondicional y responsable, os ayudará a descubrir y anunciar el puesto y la dignidad peculiar que corresponden a la mujer en el mundo actual. “A la luz de María, la Iglesia lee en el rostro de la mujer los reflejos de una belleza, que es espejo de los más altos sentimientos, de que es capaz el corazón humano: la oblación total de amor, la fuerza que sabe resistir a los más grandes dolores, la fidelidad sin límites, la laboriosidad infatigable y la capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo” (Redemptoris Mater RMA 46).

Consagradas pues a Dios, por medio de Cristo Esposo, en la caridad del Espíritu Santo, habéis de hacer que vuestras vidas brillen como luz o transparencia del modo de amar y servir de Jesús. Sí. En el seguimiento de Jesús está la esencia y, por decirlo así, el culmen de la vida religiosa: “... Vete, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme” (Mc 10,21). Vuestra presencia profética de personas consagradas en el mundo, de acuerdo con el carisma del propio instituto, será siempre un signo permanente y esperanzador de este seguimiento evangélico, con la peculiaridad de ser luz y sal, signo y estímulo distintivos del espíritu del sermón de la montaña.

5. Otro testimonio que debéis dar al Pueblo de Dios es el de la vida comunitaria, como signo eficaz de evangelización (cf. Jn Jn 17,23). Es éste un elemento indispensable en la vida religiosa, una característica que han vivido, desde los orígenes, todas las instituciones religiosas. Los vínculos espirituales no pueden crearse, desarrollarse y perpetuarse si no es mediante relaciones cotidianas y prolongadas en la vida de fraternidad. Por otra parte, la vida comunitaria es también ayuda eficaz para la perseverancia en el seguimiento evangélico.

Los quehaceres propios de la vida comunitaria, informados por la caridad evangélica, tienen como punto de convergencia la relación personas con Cristo y, en consecuencia, con el misterio de la Iglesia, que es misterio de comunión y participación. Poned pues todo vuestro empeño en cultivar esta vida comunitaria para reforzarla y hacerla cada vez más amable, de tal manera que se convierta en resorte precioso de ayuda recíproca y en vía inmejorable de realización personas. Esto exige que todos los miembros se sientan corroborados en el mismo propósito de ser un testimonio de amor evangélico, como sucedía en las primeras comunidades eclesiales: “La multitud de los creyentes no tenían sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyo a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos” (Ac 4,32). “La unidad de los hermanos pone de manifiesto el advenimiento de Cristo (cf. Jn Jn 13,35 Jn 17,21) y de ella emana una gran fuerza apostólica” (Perfectae Caritatis PC 15).

6. Al igual que en otros lugares de América Latina, también aquí los pobres sufren toda clase de privaciones. Con excesiva frecuencia les falta lo indispensable para vivir como personas humanas y como hijos de Dios. Hay campesinos, mineros y otros muchos trabajadores y habitantes de los barrios marginales de las ciudades, que no ganan ni para dar el alimento necesario a sus hijos. Hay también nuevos pobres y nuevos marginados, fruto de una sociedad materialista que pone en el corazón de la familia y en el corazón de los trabajadores y de los jóvenes, como objetivo principal, el deseo desenfrenado de confort, ganancia y dominio, que es el germen de toda violencia y opresión (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 37).

Todas vosotras, aportando cada cual lo peculiar de su propio carisma, habéis de ser servidoras de los pobres, en los que Jesús está presente de una manera especial y preferente. Cristo os espera en los diversos campos donde hay que derramar la caridad a manos llenas. Vuestra fidelidad a la Palabra divina, vuestra vivencia cotidiana del misterio redentor presente en la Eucaristía y vuestro seguimiento evangélico a Cristo, os harán descubrir nuevos campos de evangelización y al mismo tiempo os harán disponibles para dedicar toda vuestra vida a estos servicios de caridad y misión.

7. Una de las consecuencias de la pobreza en Bolivia es la deficiencia de la educación en general, pero de una manera especial en las zonas rurales y en los barrios y sectores marginados, donde las condiciones de vida son más precarias. Sé que muchas de vosotras trabajáis directamente al servicio de los más pobres, por medio del movimiento “Fe y Alegría”, mientras otras estáis inseridas en otros servicios de la pastoral y de la educación. Un campo especial de vuestra actuación en favor de estos ambientes necesitados es la labor con las personas responsables como son los educadores, animadores de las comunidades, catequistas, etc. Es necesario animar en todo momento a estos colaboradores y colaboradoras para que trabajen sin decaimiento, con espíritu y generosidad evangélicos. Todo evangelizador, sea laico, sacerdote o persona consagrada, ha de acercarse a los pobres con un corazón “manso y humilde” que busca la luz en el Evangelio, y con una vida pobre que no pretende su propio interés o imponer sus criterios personales.

No habéis de olvidar que el testimonio de vuestras vidas es muy importante en medio de una sociedad acosada por la tentación de invertir los valores y de buscar, por encima de todo, la seguridad y el bienestar personal: tener y poseer más. Las religiosas debéis dar testimonio de los valores evangélicos que salvan al hombre en toda su integridad. El testimonio de vuestra vida, como seguimiento de Cristo casto, pobre y obediente, pone en evidencia la falsa seguridad de los bienes de este mundo, cuando se anteponen al verdadero bien de la persona y la comunidad.

47 A la luz de Cristo, que es camino, verdad y vida, aparece claro que el hombre “no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (Gaudium et spes GS 24). En el contexto de la doctrina evangélica, de la que vosotras dais testimonio, se comprende por qué “el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene” (Ibíd., 35). Por esto la verdadera riqueza no consiste en tener cosas ni incluso en dar cosas, sino en la capacidad de darse a sí mismo y, consecuentemente, saber compartir la vida con los hermanos que sufren y que buscan la verdad. Vuestra virginidad, pobreza y obediencia son un signo del modo de amar de Jesús: correr solidariamente la suerte de los hermanos, darse a sí mismo, no pertenecerse, seguir siempre los planes salvíficos universales del Padre. Con vuestra vida sois “como señal y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo” (Lumen gentium LG 42).

Vuestra vida será evangelizadora, si la vivencia diáfana de vuestra consagración y la capacidad de relación personas con Cristo en su seguimiento se traducen en obras en el campo de la misión: que los pobres sientan la solidaridad fraterna de quien se da; que los solitarios y abandonados experimenten una cercanía nueva; que los sin voz descubran que hay alguien que les escucha de corazón; en una palabra, que todos encuentren en vosotras un signo personas de la presencia y del amor de Cristo que “pasó haciendo el bien” (Ac 10,38).

8. La vivencia de los consejos evangélicos tiene una conexión directa con el reino y es signo escatológico de su inicio ya en la Iglesia y por medio de la Iglesia, sabiendo que su plenitud será en el más allá. Vosotras sois testigos cualificados del reino, en su presente y en su futuro. “Por esto la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y observando fielmente sus preceptos de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de este reino. Y, mientras ella paulatinamente va creciendo, anhela simultáneamente el reino consumado y con todas sus fuerzas espera y ansía unirse con su Rey en la gloria” (Lumen gentium LG 5).

La evangelización no puede prescindir, sino que ha de tomar muy en cuenta la situación real, que ha de iluminar con el mensaje evangélico, a fin de que se despierte en el corazón de toda persona el hambre y la sed de justicia verdadera y la esperanza de una liberación integral del hombre.

Toda institución religiosa debe estar abierta a la colaboración con los demás, para compartir los bienes recibidos, para reforzar los servicios y para obrar armónicamente en la pastoral de conjunto y en la vida de la Iglesia local. La formación y el afianzamiento en el propio carisma, que se reciben principalmente en el propio instituto, no han de impedir la participación prudente en la formación intercongregacional, cuando ésta haya sido establecida por los superiores religiosos y jerárquicos.

9. Vuestras vidas y actividades constituyen una parte muy importante de la realidad eclesial. La Iglesia os necesita al servicio de su acción evangelizadora, como personas que forman parte responsablemente de su misterio y de su misión. Y para que vuestras tareas e iniciativas obtengan continua proyección en el tiempo, es necesario que muchas jóvenes escuchen también el llamado del Señor y se decidan a seguirlo mediante una consagración total a El. El testimonio de vuestra vida consagrada y el ejemplo de servicio a los hermanos, llevado a cabo con la alegría del discípulo que ama al Señor, será muy importante en la promoción de las vocaciones.

En Bolivia, aproximadamente el 60 por ciento de las religiosas son de otros países y sólo un 40 por ciento son bolivianas. Naturalmente toda vocación es siempre parte de la misma familia eclesial, en la que no hay extraños; pero es muy importante que se intensifique la promoción de las vocaciones nativas, para que la evangelización pueda llegar de forma más eficaz al corazón de cada una de sus culturas, tan variadas y ricas en este querido país. La vocación es un don de Dios. Y es toda la comunidad eclesial la que debe convertirse en comunidad orante para que surjan vocaciones. El trabajo de la pastoral vocacional debe ser armónico, sin exclusivismos, ayudando a las jóvenes a abrir generosamente su corazón al llamado del Señor.

10. Os invito, por tanto, a la práctica de la oración ferviente y perseverante, como expresión de vuestro amor y de vuestro seguimiento a Cristo.

Seguir a Cristo es algo existencial. Los compromisos asumidos para poner en práctica los consejos evangélicos, son el modo más claro de expresar ese seguimiento, la imitación, la unión, la relación y la configuración o transformación en Cristo. Se sigue a Cristo y se le prolonga en el tiempo tal como fue: casto, obediente, pobre, humilde, sacrificado, hecho donación total a los designios del Padre para la salvación de los hombres. Esta realidad de vida consagrada, a modo de prolongación de Cristo en la historia, rebasa el entendimiento y sobrepasa las fuerzas humanas; sólo es realizable gracia a tiempos fuertes de oración y de contemplación silenciosa y ardiente. Las religiosas de vida activa deben ser contemplativas a partir de estos momentos fuertes para ser también contemplativas en la acción.

11. En la Iglesia, desde los primeros tiempos, existe la vida consagrada en su forma de vida contemplativa y claustral. Las religiosas de clausura fueron las primeras en venir a Bolivia, y a ellas dirijo ahora mi cariñoso saludo y mi exhortación al seguimiento radical, al desposorio con Cristo, a la oración y a la sintonía profunda con la misión de la Iglesia. Ellas “mantienen siempre un puesto eminente en el Cuerpo místico de Cristo... y lo dilatan con misteriosa fecundidad apostólica” (Perfectae Caritatis PC 7). Su estilo de vida ha sido, es y será siempre apreciado por la Iglesia porque son un estímulo para la dimensión contemplativa y escatológica de todo el Pueblo de Dios. Vosotras, hermanas contemplativas, habéis entrado en un “dinamismo, cuyo impulso es el amor” (Pablo VI, Evangelica Testificatio, 8), que os hace asumir más radicalmente las necesidades de todos los hombres. Vosotras sois “el amor en el corazón de la Iglesia”, como quería ser Santa Teresa de Lisieux, Patrona de las misiones, porque, viviendo en el corazón de Dios, vivís más cerca que nadie “los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo” (Gaudium et spes GS 1), De vuestra fidelidad generosa y gozosa a la vida contemplativa y claustral depende en gran parte la abundancia y calidad de las otras vocaciones a la vida consagrada y sacerdotal.

12. El Año Mariano, queridas hermanas todas, debe ser un punto de partida, de ilusionado caminar hacia el tercer milenio, cuando la Iglesia siente la necesidad y la urgencia imperiosa de ser signo claro de las bienaventuranzas. Os manifiesto mi deseo de que, con la mirada puesta en María –la mujer consagrada por excelencia, como figura del desposorio con Cristo– profundicéis durante estos años la doctrina conciliar y posconciliar sobre la vida consagrada, de suerte que se os convierta en una verdadera “espiritualidad mariana”, que es espiritualidad del “sí” total y esponsal al llamado del Señor.

48 El “sí” de María, pronunciado el día de la Encarnación y mantenido durante toda su vida, debe ser para todas las religiosas y personas consagradas un estímulo y una ayuda en su entrega total al Señor. Aquel “sí” de María lo hacemos nuestro todos los días, en particular cuando decimos el “amén” al final de la oración eucarística.

Que María os acompañe en vuestro “itinerario de fe”, con su “presencia materna” (Redemptoris Mater
RMA 24), en vuestra vida contemplativa, litúrgica y comunitaria, en vuestro apostolado y en todas las obras de misericordia que practicáis con tanta generosidad y entrega. Llevad mi saludo cariñoso a todas las hermanas que no pudieron venir a este encuentro, pero que están muy unidas a nosotros en espíritu. Para ellas y para todas las religiosas y personas consagradas de Bolivia, mi Bendición Apostólica.









VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS CAMPESINOS, LOS OBREROS Y LOS MINEROS


Oruro, Bolivia

Miércoles 11 de mayo de 1988



Queridos hermanos y hermanas del altiplano,
Ancha manásghas runa masis, Diuspáta Wawásnin:

1. Siento un gran gozo por estar hoy con vosotros en Oruro para celebrar nuestra fe común en Jesucristo resucitado. Que El viva siempre en vuestros corazones, en vuestras familias, en vuestros trabajos de cada día.

Saludo con afecto a todos los presentes sin excepción. En particular, al Pastor de esta diócesis, Monseñor Julio Terrazas Sandoval, así como a todos los hermanos en el Episcopado que aquí nos acompañan, junto con sus sacerdotes, religiosos y religiosas. Entre vosotros hay también un gran numero de campesinos, mineros, obreros y pobladores de barrios marginales.

Mis ojos contemplan maravillados a toda esta multitud congregada aquí para saludar al Papa y hacerle partícipe de su vida, de sus preocupaciones y esperanzas de un futuro mejor. Sé que para llegar a este lugar muchos de vosotros, familias enteras de campesinos, habéis tenido que recorrer largas distancias, con grandes sacrificios y sufriendo los rigores de esta dura naturaleza del altiplano. Vosotros, mineros, traéis las marcas del profundo socavón de donde extraéis el mineral que por siglos ha sido la principal fuente de riqueza de vuestro país. Venís también de Potosí y de otros lugares del altiplano; en vuestros semblantes se dejan traslucir las señales de la soledad, de la fatiga y de las privaciones propias de una vida austera que os ha enseñado a prescindir aun de lo indispensable y os ha dado un temple recio, capaz de resistir al cansancio y al sufrimiento y de esperar en medio de la adversidad.

Al veros, campesinos, mineros, trabajadores de toda condición, mi corazón se eleva en acción de gracias a Dios Padre por el don de la fe que, como gran tesoro supieron cultivar vuestros antepasados, y que vosotros tratáis de encarnar en vuestras vidas y transmitir a vuestros hijos. Me vienen a los labios las palabras de Jesús: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25). Esta plegaria del Señor resuena hoy con eco particular en Oruro, porque a los sencillos de corazón quiso Dios manifestar las riquezas de su reino.

Vengo a visitaros en nombre de Jesús, pobre y humilde, que nos dio como señal de su realidad mesiánica el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (cf. Ibíd., 11, 6); de este Jesús que sentía compasión por las muchedumbres, que venían de todas partes a escuchar su palabra, “porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Ibíd., 9, 36). Vengo a traeros un mensaje de esperanza que no quiere decir pasividad ante las situaciones de miseria que cada día se hacen más evidentes, sino que es compromiso por la construcción de una nueva sociedad fundada en el amor, la solidaridad y la justicia.

49 2. Conozco las dificultades de vuestra situación actual y quiero aseguraros al respecto que la Iglesia os acompaña como Madre solícita, en vuestras legítimas aspiraciones. Vosotros, campesinos, que representáis la gran mayoría de la población, habéis sido y seguís siendo parte central de la historia y espíritu de Bolivia, pues habéis participado en tantos momentos decisivos para vuestra patria. Sé de tantos trabajadores que habéis sido desplazados de vuestros lugares de trabajo. Los profundos socavones que hace años eran la gran fuente de la riqueza nacional, especialmente en Oruro y Potosí, ahora son sólo testigos mudos de muchísimas vidas humanas allí consumidas calladamente, sin haber encontrado acaso un adecuado y merecido reconocimiento por parte de los beneficiarios de aquel silencioso sacrificio.

Sé también que existe un gran desajuste entre los salarios que percibís y el costo de la vida siempre en aumento, lo cual hace más ardua la tarea de procurar digno mantenimiento a vuestras familias. Motivo de honda preocupación son los casos de niños que mueren en temprana edad como consecuencia de problemas de desnutrición y por falta de adecuados servicios sanitarios para atender a las necesidades de la población. Sé, también del desempleo creciente que hoy ha adquirido dimensiones alarmantes a nivel nacional.

Las casi 4.000 comunidades campesinas desparramadas por vuestra geografía se ven obligadas a soportar un alto índice de pobreza. En efecto, un elevado porcentaje de familias no cuenta con ingresos suficientes para cubrir las necesidades alimenticias más elementales. Por otra parte, en lo que se refiere a la distribución de tierras, me consta que Bolivia fue uno de los primeros países latinoamericanos que llevó a cabo una reforma agraria, lo cual permitió en principio que muchos de vosotros pudieran adquirir al menos un pequeño terreno en propiedad. Sin embargo, los inconvenientes del minifundio –en un territorio inmenso poco poblado– y la existencia de vastísimos latifundios, no ha cesado de crear graves problemas al trabajador del campo. Son cuestiones muy serias de sobra conocidas que están reclamando soluciones audaces que hagan valer las razones de justicia, esto es, esa hipoteca social que grava en realidad sobre la propiedad privada. La doctrina social de la Iglesia ha sido constante en defender que los bienes de la creación han sido destinados por Dios para servicio y utilidad de todos sus hijos. De ahí que nadie debe apropiárselos rehuyendo las exigencias superiores del bien común. De acuerdo con esta doctrina, la misma Iglesia ha predicado siempre la equitativa distribución de las tierras de cultivo, bajo diversas formas y modalidades, para dar al campesinado la posibilidad de una vida digna que permita la conveniente educación integral de sus hijos y el necesario progreso en su salud, en sus métodos de trabajo y de comercialización –a precios justos– de sus productos.

No dudo pues, en apelar al sentido de justicia y humanidad de todos los responsables, para que se favorezca al campesinado pobre de Bolivia con todos los medios posibles que lo eleven en su condición de tenencia de tierras, de cultura y sanidad, además de dotarlos de los títulos de propiedad de los que muchos aún carecen.

3. Frente a tantas situaciones de sufrimiento, la Iglesia tiene siempre atentos sus oídos al clamor de los pobres y se solidariza con las personas que sufren explotación, hambre y miseria. Como ya indiqué en la Encíclica “Laborem Exercens”, «la Iglesia está vivamente comprometida en esta causa, porque la considera como la verificación de su fidelidad a Cristo, para ser verdaderamente la “Iglesia de los pobres”» (Laborem Exercens
LE 8).

La opción preferencial, mas no exclusiva ni excluyente, por los pobres es fruto del amor que es fuente de energía moral capaz de sostener la noble lucha por la justicia e impulsa a su vez a la Iglesia a buscar, junto con todas las personas de buena voluntad, los caminos más acertados que conduzcan a una convivencia más fraterna, a una sociedad donde reine la justicia, el amor y la paz.

Esta búsqueda debe inspirarse, para un cristiano, en la Palabra de Dios, de ese Dios que se revela como verdadero Padre de todos haciendo que nosotros seamos hermanos. Nuestra fe en la paternidad universal de Dios y en el reino que Jesús vino a anunciar, fundamenta nuestra preocupación por la justicia, sin perder nunca de vista que nuestra patria definitiva está en los cielos.

Precisamente porque el hombre ha sido puesto por Dios en el mundo, donde logrará conseguir su propia perfección, a base de su trabajo, hay que respetar y hacer respetar el derecho que todo ser humano tiene al trabajo, lo cual “constituye una dimensión fundamental de la existencia del hombre en la tierra” (Laborem Exercens LE 4). Como cristianos, no podemos permanecer indiferentes ante la situación actual de tantos hermanos bolivianos, privados del derecho a un trabajo honesto, de tantas familias sumidas en la pobreza, de miles y miles de jóvenes que, aun teniendo la debida preparación ven desvanecerse ante ellos muchas perspectivas de futuro.

Ciertamente, no pueden negarse los buenos resultados conseguidos por el esfuerzo conjunto de la iniciativa pública y privada en los países donde vige un régimen de libertad. Tales logros, sin embargo, no han de servir de pretexto para soslayar los defectos de un sistema económico cuyo motor principal es el lucro, donde el hombre se ve subordinado al capital, convirtiéndose en una pieza de la inmensa máquina productiva, quedando su trabajo reducido a simple mercancía a merced de los vaivenes de la ley de la oferta y la demanda.

4. Frente a los no pocos factores negativos que a veces podrían llevar al pesimismo y a la desesperación, la Iglesia, sigue anunciando la esperanza en un mundo mejor, porque Jesús ha vencido el mal. Jesús resucitado es ya el inicio de ese mundo nuevo. Un mundo que promete ser mejor porque Cristo es Señor de la historia y en la medida en que vamos promocionando al hombre, vamos construyendo el reino que El vino a implantar. Este mundo está ya de alguna manera presente entre nosotros y debemos escrutarlo para descubrir los signos de esperanza, de vida, de resurrección.

En efecto, son signos de esperanza y primicias de un mundo nuevo: la fe que se hace vida y se manifiesta en el compromiso por la justicia; la búsqueda de formas de convivencia social más humanas y modelos económicos no basados exclusivamente en el lucro ni en el consumo, sino en la coparticipación y en la solidaridad; el rechazo de toda forma de violencia, aunque fuese para acabar con una pretendida violencia institucional; la decisión de combatir la corrupción en sus diversas formas, la mentira, la inmoralidad pública y privada.

50 5. Queridos hermanos todos, de la ciudad y del campo, de la mina y de la industria, trabajadores, pobladores de barrios marginales: Al veros aquí en tan gran número, convocados por la común fe cristiana para encontraros con el Sucesor del Apóstol Pedro, me viene espontáneo haceros una llamada a la solidaridad, a la hermandad sin fronteras. El saberos hijos del mismo Dios, redimidos por la sangre de Jesucristo, ha de moveros, bajo el impulso de la fe, a buscar solidariamente las condiciones necesarias que hagan de esta sociedad y de toda Bolivia un lugar más fraterno y acogedor. Los criterios a adoptar en la noble lucha por la justicia no han de ser nunca de enfrentamiento de hermano contra hermano, sino que en todo momento han de estar inspirados y movidos por los principios evangélicos de colaboración y diálogo, excluyendo toda forma de violencia. Estad seguros de que la violencia y el odio son perniciosas semillas incapaces de producir algo que no sea odio y violencia.

Esta precisa solidaridad a la que como Pastor de la Iglesia universal os invito, echa sus raíces no en ideologías dudosas y pasajeras, sino en la perenne verdad de la Buena Nueva que nos trajo Jesús; tiene su fundamento insustituible en la oración y en la celebración de los sacramentos, particularmente en la Santa Misa, donde encontraréis la alegría de sentiros miembros de una sola familia: la Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo mistico de Cristo.

En vuestras parroquias y comunidades, donde se escucha y se vive la Palabra revelada, experimentaréis de modo especial la dignidad de ser hijos de Dios; un Dios que es siempre comprensivo y misericordioso con todos los que sufren: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón: y hallaréis descanso para vuestras almas” (
Mt 11,28-29).

A vosotros sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas y tantos agentes de pastoral que desempeñáis abnegadamente vuestra labor con los más necesitados, os aliento a continuar vuestras tareas apostólicas en comunión plena con vuestros Pastores y con las enseñanzas de la Iglesia, siendo instrumentos de santificación mediante la palabra y los sacramentos. En vuestro ministerio, estáis llamados a dar testimonio de santidad y entrega, conscientes de que vuestra labor es ante todo de carácter religioso, espiritual. No permitáis que intereses extraños al Evangelio enturbien la pureza de la misión que la Iglesia os ha confiado. Sé que vuestro trabajo no está exento de dificultades; por ello necesitáis estar muy unidos a Cristo, alimentados por la savia de la fe, a la luz de la Palabra de Dios, y en fidelidad y amor a la Iglesia.

6. A todos quiero invitaros a vivir en la esperanza puesta en un mañana mejor, a sabiendas de que es un mañana en cuya construcción tenéis que empeñaros todos, cada uno según sus posibilidades y en la medida de los dones recibidos. No es una esperanza fácil, pero para hacerla realidad contáis con tantos valores demostrados por vuestras gentes a lo largo de la historia de este país: la austeridad, la hospitalidad, la conciencia comunitaria, el sentido de fiesta y gratitud, para mencionar sólo algunas características de la identidad del querido pueblo boliviano.

Esperanza sembraron en vuestro país los misioneros, que con el sacrificio de sus vidas dejaron en esta tierra del altiplano las semillas de la fe, que con la gracia del Señor habéis conservado intacta. De esto dan testimonio figuras ejemplares como el padre Vicente Bernedo y la madre Nazaria Ignacia.

Camino de esperanza para este pueblo es la vitalidad de la Iglesia cada día más comprometida con su cultura, que se hace vida en los catequistas, los agentes de pastoral, las comunidades eclesiales de base, la pastoral juvenil, y, de manera especial en las familias que deben ser comunidades de fe, y fermento de la sociedad.

Quiero animaros a proseguir en la edificación de la Iglesia para que cada día sea más testigo del amor divino, instrumento de unidad, sacramento de comunión y liberación, integral. Una Iglesia cada vez más solidaria con los pobres, los marginados, los más abandonados de la sociedad. Superando las diferencias naturales entre los grupos humanos empeñaos en construir una sociedad solidaria. “Los “mecanismos perversos” y las “estructuras de pecado” –a que me refería en la reciente Encíclica “Sollicitudo rei socialis”– sólo podrán ser vencidos mediante el ejercicio de la solidaridad humana y cristiana, a la que la Iglesia invita y que promueve incansablemente. Sólo así tantas energías positivas podrán ser dedicadas plenamente en favor del desarrollo y de la paz” (Sollicitudo rei socialis SRS 40).

7. Para concluir, volvamos nuestros ojos a María, refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos. A Ella los fieles de Oruro, del altiplano y de toda Bolivia se encomiendan en sus necesidades.

El hombre de la mina recurre permanentemente a María del Socavón, porque ve en Ella el modelo de todas sus esperanzas. El campesino, el trabajador acuden a Ella como a una madre.

Ella que sufrió la pobreza, que tuvo que huir en la persecución, os ayude a seguir adelante con esperanza. Ella que nos trajo a Jesús, os conduzca hacia El, verdadero camino al Padre, que unió la fe con la vida, os enseñe a hacer que la fe sea vida operante, comprometida. Ella, que cantó en el Magníficat que Dios derroca a los poderosos y exalta a los humildes, sea la Madre y protectora de este pueblo sufrido y sencillo.

51 Permitidme antes de terminar, despedirme en vuestra propia lengua.

Quechua:

Señorníchej kankunáhuan háchun y paytaj bendeciycuchun tocuy familiayquichejta jallpayquichejta uyhuasniyquichejta y j’oyapillankaynichejta.

(Que el Señor esté con ustedes y les bendiga sus familias, sus campos, sus ganados y sus trabajos en las minas).

Aymara:

Nayajj chuymajjaruj apastuwa munat jilatanaka, cullakanaka,

(Les llevo en mi corazón queridos hermanos y hermanas. Felicidades).









Discursos 1988 39