Discursos 1988 51


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II

CON LOS SACERDOTES DIOCESANOS Y RELIGIOSOS


Y CON LOS SEMINARISTAS


Capilla del Seminario de Cochabamba, Bolivia

Miércoles 11 de mayo de 1988



Queridos sacerdotes diocesanos y religiosos,
queridos seminaristas:

52 1. Siento una gran alegría al estar con vosotros, en este seminario, centro de formación sacerdotal, corazón que alienta la religiosidad de este hermoso y acogedor valle de Cochabamba. Todos vosotros estáis al servicio de las Iglesias particulares, presididas por los obispos, y estáis a la vez en comunión con la Iglesia universal, presidida por el Papa, Sucesor de San Pedro. Como sacerdotes diocesanos vuestro carisma os enraíza de modo especial, en la propia Iglesia local y en el presbiterio; como sacerdotes religiosos, vuestro carisma comunica variedad al seguimiento evangélico en la misma Iglesia particular; como futuros sacerdotes, vuestra fidelidad generosa a la vocación constituye la esperanza de toda la Iglesia, especialmente en esta querida tierra boliviana.

Todos vosotros os esforzáis por identificaros con el Evangelio de Jesús y con el misterio de su Iglesia y queréis ser aquí y ahora un signo visible del Buen Pastor, “ungido y enviado” (
Lc 4,18), para entregar su vida según los planes salvíficos de Dios Amor sobre los hombres (cf Jn 10,1-39). En el seguimiento sacerdotal de Cristo habéis oído la llamada a hacer presente la obra salvífica del Redentor, como signo del amor de Dios a toda la humanidad. “Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (He 5,6).

2. Sin duda que uno de los aspectos que más impresionan al meditar detenidamente la vida de Cristo es su cercanía y solicitud por los pobres, por los que sufren. ¿Quién no prueba una íntima emoción cuando escucha las expresiones salidas del Corazón de Jesús, Buen Pastor, en contacto con la realidad humana? “Tengo compasión de esta muchedumbre” (Mc 8,2), “tengo otras ovejas” (Jn 10,16), “venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados que yo os aliviaré” (Mt 11,28).

Vosotros vivís también a diario estas preocupaciones del Buen Pastor, compartís sus anhelos y sus gestos, en comunión íntima con su persona. Punto de partida para interpretar correctamente las realidades que pastoralmente habéis de abordar, es el mismo Jesús, Palabra del Padre. Vuestra vocación os exige permanecer en esa palabra, ser fieles a ella, a la persona de Jesús en cuanto partícipes de su unción y de su misión. De este modo podréis responder a una realidad acuciante, que está pidiendo hombres expertos en humanidad precisamente porque se han adentrado en el trato contemplativo de Cristo resucitado, presente en la Iglesia y en el mundo.

El “sígueme” de la llamada al ministerio apostólico y a la vida consagrada (cf. Jn Jn 1,43 Mc 1,17 Mt 4,19) tiene un doble aspecto indiviso y a la vez complementario: encuentro con Cristo y misión.Uno y otro aspecto se postulan y integran mutuamente. La vocación se nos presenta pues, como un don de Dios, y se ha de responder a ella, asumiendo también todas sus exigencias de entrega al seguimiento de Cristo y a la acción evangelizadora. Es así como se expresa el afecto de Cristo “a los suyos” (Jn 13,1) como vocación, que es declaración de amor, y sólo en pos de este amor se comprenden perfectamente los dos aspectos, complementarios entre sí, de la vocación: “Llamando a los que quiso, vinieron a El, y designó a doce para que estuvieran con El y para enviarlos a predicar” (Mc 3,13-14).

El seguimiento de Cristo os vincula indisolublemente a El, no sólo para participar en su ser o en su “unción” sino también para prolongar su misión y para adentraros en su amor redentor. ¡Cómo no recordar la escena conmovedora de Nazaret, donde Jesús había vivido durante treinta años, y donde al final fue expulsado precisamente por anunciar su misión de “ungido y enviado para evangelizar a los pobres!” (Lc 4,18). La “encarnación” o inserción de Jesús en las circunstancias concretas de Nazaret, su tierra, en la historia de sus contemporáneos y en los acontecimientos de toda la humanidad, había de realizarse según los planes y “el mandato del Padre” (Jn 10,18). Este modo de inserción es el más auténtico, el más profundo, porque no se limita a asumir unos datos sociológicos, sino que consiste principalmente en rescatar del dominio del pecado y de la muerte la historia de los hermanos, asumiéndola en su persona como mediador y “sacerdote”. El misterio de Nazaret está ya comprendido en el mensaje de las bienaventuranzas y en cierto modo lo anticipa. Todo el Evangelio produce “estupor”, “admiración” (Mt 7,28) y, no pocas veces, “escándalo” en quienes lo escuchan (cf. Ibíd., 13, 57); y así vemos que los nazarenos quisieron despeñar a Jesús tras su predicación en la sinagoga (cf. Lc Lc 4,29).

3. Vosotros queridos hermanos, sentisteis un día el llamado de Jesús de Nazaret, a quien seguisteis con decisión y generosidad. Sabéis muy bien que, con la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada, habéis sido llamados a correr la suerte de Cristo, a “beber el cáliz” (Mc 10,38), a compartir la vida con El. Esta llamada no sólo os sostiene y os prepara las dificultades, según las palabras del Señor: “Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en las pruebas” (Lc 22,28), sino que conlleva además una gozosa participación en la amistad de Cristo: “Vosotros sois mis amigos” (Jn 15,14). En la vivencia de esta amistad consiste precisamente el secreto de la misión: “Vosotros daréis testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Ibíd., 15, 27).

A la luz de estas palabras salidas de los labios de Jesús, podemos enfocar correctamente los acontecimientos y problemas que más nos preocupan. Os puedo asegurar que mi corazón vive día a día vuestras inquietudes espirituales y afanes apostólicos. ¡Cómo no pensar en la necesidad y urgencia de numerosas y selectas vocaciones nativas! ¡Cómo no estar cerca de vosotros en tantas situaciones de dolor y injusticia! ¡Cómo no acompañaros en vuestras tareas de inserción y promoción del mensaje evangélico en las distintas culturas! ¡Cómo no alentaros a la mejor y más auténtica vivencia del sacerdocio como signo personal y comunitario de Cristo Sacerdote y Buen Pastor!

Permitidme que os abra mi corazón para deciros que la principal preocupación de todo sacerdote ha de ser la fidelidad, la lealtad a la propia vocación, como discípulo que quiere seguir al Señor con una entrega total y con una disponibilidad misionera sin condicionamientos ni fronteras. Sólo a la luz de esta entrega se pueden afrontar los demás problemas. Es muy consolador comprobar que el número de vocaciones va aumentando sensiblemente, a medida que, disipando toda clase de ambigüedades, se va creando en los seminarios un ambiente de seguimiento evangélico. Estas vocaciones necesitan tener delante de sí el espejo claro de unos presbiterios que reflejen la “fraternidad sacramental vivida” (Presbyterorum Ordinis PO 8); necesitan el sustento de unas comunidades eclesiales y religiosas que estén comprometidas responsablemente en la comunión y en la misión de la Iglesia (cf. Perfectae Caritatis PC 15).

4. Sé que un elevado porcentaje de los sacerdotes diocesanos y religiosos habéis venido de fuera de Bolivia y que ésta os acoge y trata con cariño. Precisamente esta ayuda de otras Iglesias hermanas es una prueba más de que la Iglesia es católica y misionera. Como Pastor universal quiero expresar mi gratitud más cordial a tantos de vosotros que habéis dado este signo de universalidad y que ejercéis vuestro ministerio con sacrificio y generosidad en esta vuestra patria adoptiva.

A todos los evangelizadores, nacidos aquí o venidos de lejanas tierras, quiero recordar en este día que han de llevar el Evangelio a todos los hombres, habida cuenta de sus valores culturales. La genuina “inculturación” parte de la luz y de la fuerza del Evangelio, que sobrepasa las manifestaciones de toda cultura, haciendo así posible el discernimiento de los auténticos valores, su purificación, transformación y elevación. Todo evangelizador debe, por tanto, sumergirse y, podríamos decir, “inculturarse” primeramente en el espíritu del Evangelio por un proceso de contemplación y de conversión personal, para poder luego injertar el mismo Evangelio, tal como es, sin reduccionismos, en una determinada cultura. Así se podrá “evangelizar la cultura de manera vital, en profundidad y hasta en sus mismas raíces” (Evangeli nuntiandi, 20)

53 Las vocaciones nativas son necesarias para continuar el proceso de evangelización iniciado hace ya casi cinco siglos. Muchas vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa tienen su origen en ambientes populares y campesinos. Estos ambientes acostumbran a custodiar las raíces culturales de vuestro pueblo y a preservar sus valores autóctonos en una rica variedad de expresiones e incluso de idiomas (como el quechua y el aymara), que son canales privilegiados de evangelización. El Señor llama a los que quiere, sin distinción de clase ni de situación social, como vemos en el grupo de sus primeros discípulos.

5. Por ello, deseo alentar los esfuerzos prodigados en potenciar la pastoral juvenil y vocacional, y animaros a seguir con creciente entusiasmo las orientaciones recibidas de vuestros Pastores y superiores religiosos en orden a la formación de la acción apostólica. Un sacerdote o religioso bien formado desde el seminario o noviciado, debe estar capacitado y dispuesto para vivir en la comunidad eclesial, por pobre que sea, sin buscar privilegios ni defender intereses personales. Necesitamos nuevos “Curas de Ars” que acompañen a las comunidades de las que forman parte y que anuncien la Buena Nueva a los pobres, como signo de la llegada del reino (cf. Mt
Mt 11,5).

Nos hemos de felicitar porque la Iglesia boliviana se hace cada vez más presente en los ambientes campesinos y en los barrios marginados de las ciudades, sin olvidar la urgencia de otros sectores como la juventud, la familia, el mundo del trabajo y de la cultura. Este testimonio de cercanía a toda persona que busca y sufre, y especialmente a los más pobres y marginados, hará que los hombres de hoy, como en los tiempos de Jesús, sientan la presencia del padre. A través de esta cercanía ministerial, “Cristo se convierte sobre todo en signo legible de Dios que es amor”(Dives in misericordia DM 3).

La existencia y aspiraciones del sacerdote y del religioso han de estar centradas en Cristo, del cual prolonga su palabra, su presencia, su acción salvífica. La luz y la fuerza, para él y para la comunidad, ha de buscarla en la Palabra de Dios, en la acción del Espíritu Santo, en la celebración eucarística. Por esto “la Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la evangelización” (Presbyterorum Ordinis PO 5). Sólo a partir de esta realidad de fe, sabrán vivir inmersos y comprometidos en la realidad de la comunidad eclesial y humana, para ser en ella “instrumentos vivos de Cristo Sacerdote” (Ibíd., 12) y adoptar una actitud de pobreza, castidad y obediencia, como “ascética propia del Pastor de almas” (Ibíd., 13), que es la nota características de los Pastores y Profetas al servicio de un pueblo que sufre y que no pocas veces carece de voz.

6. En las dificultades de toda índole que han de afrontar las comunidades a las que servís, estáis llamados a profundizar, vivir y anunciar la fuerza enorme del Evangelio y la riqueza del Magisterio de la Iglesia, especialmente en la presentación de su doctrina social. Vuestros obispos, cumpliendo su misión propia, no han dejado de iluminar los momentos difíciles por los que ha atravesado vuestro país. De esta manera, como he señalado en la reciente Encíclica “Sollicitudo rei socialis”, «la doctrina social cristiana ha reivindicado una vez más su carácter de aplicación de la Palabra de Dios a la vida de los hombres y de la sociedad, así como a las realidades terrenas, que con ellas se enlazan, ofreciendo “principios de reflexión”, “criterios de juicio” y “directrices de acción”» (Sollicitudo rei socialis SRS 8).

7. En su labor ministerial, el sacerdote ha de estar integrado en una acción pastoral de comunión o de conjunto. Como nos recuerda el Documento conciliar “Presbyterorum Ordinis”, “ningún presbítero puede cumplir cabalmente su misión aislado y como por su cuenta, sino sólo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la dirección de los que están al frente de la Iglesia” (Presbyterorum Ordinis PO 7). Nada mejor para ellos que trabajar unidos en la aplicación de los “Enfoques, directrices y camino pastoral unido”, que ha propuesto la Conferencia Episcopal de Bolivia como camino de evangelización. Dicho “camino pastoral” ha sido tomado como base de preparación de esta visita del Sucesor de Pedro y será, sin duda, el mejor fruto de la misma si todos unidos en torno a sus Pastores, se empeñan en esta tarea que ha de dar nueva luz y nuevas fuerzas a la evangelización.

La unidad del Pueblo de Dios será fruto de la unidad de sus Pastores que, sin renunciar a un sano pluralismo enriquecedor, trabajan con unidad de miras, de corazones y de acción, impulsados por el mismo amor a Cristo y en fidelidad a la misma doctrina evangélica de la que la Iglesia es depositaria. La unidad entre los sacerdotes es una “fraternidad sacramental” porque es “exigencia de la común ordenación sagrada y de la común misión” (Lumen gentium LG 28), y porque es un signo eficaz de santificación y de evangelización. Si esta fraternidad es auténtica, “es ya un hecho evangelizador” (Puebla, 663).

Es urgente, por consiguiente, poner en práctica estas experiencias de fraternidad en todos los presbiterios, de suerte que se concrete en ayuda mutua a nivel de vida pastoral, espiritual, cultural, económica y personal. Y será sumamente conveniente intercomunicar estas mismas experiencias y servicios a nivel nacional entre las diversas diócesis y entre los diversos institutos religiosos. De esta colaboración entre presbiterios y organizaciones religiosas nace una fuerza insospechada para la vida de la Iglesia y para la evangelización del Pueblo de Dios.

8. Para conseguir estos objetivos en vuestra vida personal y ministerial, hay que fomentar la formación permanente en el campo doctrinal, pastoral y espiritual (cf. Optatam Totius OT 22). “La gracia recibida en la ordenación, que ha de reavivarse continuamente, y la misión evangelizadora, exige de los ministros jerárquicos una seria y continua formación, que no puede reducirse a lo intelectual, sino que se extenderá a todos los aspectos de su vida” (Puebla, 719).

Deseo agradecer y alentar a cuantos sirven generosamente en este campo tan importante de la formación inicial y permanente del personal apostólico. En especial quiero mencionar a los profesores de la Universidad Católica y de su instituto superior de estudios teológicos, así como a los responsables de la formación en los seminarios y en los centros apostólicos y noviciados. Agradezco a todos, a los directores, formadores, profesores y demás cooperadores, el empeño generoso que ponen en la tarea de formación. Estoy seguro de que su labor seguirá orientándose hacia la fidelidad al Evangelio y a las enseñanzas y directrices de la Iglesia, en los programas y estructuras de las enseñanzas impartidas y en los criterios que rigen la formación, tanto de los futuros sacerdotes como de los religiosos.

A este respecto, entre todos los campos de formación, hay que subrayar el de la formación espiritual, de acuerdo con la vocación específica del sacerdote diocesano y con el carisma peculiar de la vida religiosa. Esta formación, que se constituirá en la base de toda la personalidad del sacerdote y del Pastor, ha de estar siempre animada por la oración personal, comunitaria y litúrgica. Jesús orante en todas las circunstancias de su vida se convierte para nosotros en el Maestro inspirador de nuestra relación continua con Dios, apoyada en momentos fuertes de meditación de la Palabra de Dios, de participación en la Eucaristía y de celebración del sacramento de la reconciliación (Presbyterorum Ordinis PO 18).

54 9. Sabed que los fieles buscan siempre en el sacerdote el maestro en la fe. La unción del Espíritu, recibida el día de la ordenación, os ha hecho representantes de Cristo para obrar “en su nombre”: “Tomado de entre los hombres y puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios” (He 5,1), como hemos proclamado en la lectura bíblica. Vuestra configuración con Cristo, Buen Pastor, es una exigencia y una posibilidad por el hecho de ser sus “instrumentos vivos” (Ibíd., 5, 12). El seguimiento de Cristo, pobre, obediente y casto, os convierte en signos de su modo de amar según los planes salvíficos del Padre en bien de todos los hermanos. De modo especial, el seguimiento de Cristo virgen os hará comprender que el celibato o castidad consagrada, por el Señor y por el reino de los cielos (cf. Mt Mt 19,12), os capacita para una entrega esponsal, más generosa y absoluta a Cristo que os envía y os espera en el servicio a los hermanos, particularmente los más pobres y abandonados.

Aunque he querido dirigir mis palabras a todos, sacerdotes, religiosos, seminaristas, personas consagradas, quiero ahora saludar de modo especial a cuantos os estáis preparando para ser sacerdotes o para el seguimiento evangélico en la vida religiosa. Vosotros sois el futuro y la esperanza de la Iglesia. La Iglesia del futuro será mejor si vosotros sois mejores; la Iglesia en Bolivia será una Iglesia evangelizadora de los pobres, si vosotros desde ahora compartís la vida con Cristo pobre, obediente y casto; la Iglesia boliviana del V centenario de la evangelización de América Latina y del año 2000 será una Iglesia misionera, si vosotros crecéis en espíritu misionero universalista; un espíritu sin fronteras porque es libre y generoso en su entrega a Cristo que espera en los hermanos necesitados. Todo ello lo descubriréis en el “coloquio cotidiano” con Cristo amigo, presente en la Eucaristía y que os sigue hablando, amando y llamando desde la Palabra viva y siempre joven del Evangelio.

10. A todos, sacerdotes, religiosos, seminaristas, en este Año Mariano, os invito a profundizar en el sacerdocio de Cristo, cuya unción por el Espíritu Santo tuvo lugar en el seno de María, cuando el Verbo se hizo carne en su seno virginal. María, que es Madre vuestra por título especial, será vuestro modelo y ayuda segura para que vuestra vida se oriente totalmente según la caridad de Cristo Sacerdote y Buen Pastor. Que María, la cual dedicó su vida al crecimiento y a la formación de Jesús (Lc 2,51-52), y cuya fe “precede al testimonio apostólico de la Iglesia” (Redemptoris Mater RMA 27), sea vuestra Protectora en todo momento. Junto a Ella está siempre San José, el Santo Patrono de este seminario y que es modelo para todo creyente que quiera gastar su vida humilde y calladamente sirviendo a Jesús nacido de María y presente en la Iglesia. Que el espíritu fraterno de la Sagrada Familia reine en la familia del seminario, en cada comunidad religiosa, en cada presbiterio.

Con estos fervientes deseos os bendigo de todo corazón, así como a los demás sacerdotes y religiosos de Bolivia que no han podido estar presentes en esta celebración.









VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II

CON LOS JÓVENES EN EL ESTADIO FÉLIX CAPRILES


Cochabamba, Bolivia

Miércoles 11 de mayo de 1988



1. Recibid mi saludo cordial, queridos jóvenes de Bolivia, que habéis querido reuniros conmigo en esta ciudad de Cochabamba, al pie del Tunari, venidos del altiplano, de los valles, de la selva y del Oriente de esta hermosa tierra, corazón del continente de la esperanza y de la juventud. Repetidas veces he recordado que sois el futuro de la sociedad y de la Iglesia y que confío en vosotros; porque vuestra fuerza, esperanza y cariño me llenan de alegría.

Mi saludo y mi palabra se dirigen también a vosotros, jóvenes del resto del país, que no podéis estar aquí; sabed que a todos os tengo igualmente presentes en mi corazón, que rezo por vosotros y que cuento con vuestras oraciones.

2. El texto del Evangelio que acabamos de proclamar es una narración palpitante del encuentro de Cristo con aquellos dos discípulos que iban camino de Emaús.

Se alejaban de Jerusalén, el domingo, después de los acontecimientos de la pasión y muerte de Jesús. Iban conversando entre ellos acerca de lo sucedido en los últimos días. Caminaban tristes –con “aire entristecido” (Lc 24,17), nos dice el Evangelio–, desilusionados.Su deseo de seguir a Jesús, su fe en el Maestro, se estaban derrumbando por momentos ante el aparente fracaso de la cruz.

Queridos jóvenes: ¡Cuántas veces habréis sentido vosotros mismos esa perplejidad y esa desilusión!, la desesperanza, la tentación del abandono o la huida, ante la magnitud de los problemas del mundo en el que nos toca vivir, de la sociedad o de la propia vida personal, y al comprobar que las soluciones no son sencillas ni inmediatas.

55 No es fácil comprender el porqué de tantas situaciones de injusticia y de opresión, de desprecio de los derechos fundamentales de la persona. Desigualdades sin justificación posible desde el punto de vista cristiano y ni siquiera desde el humano, cuando al lado de personas cargadas de riquezas, y lanzadas a un consumo sin freno, hay otros hombres que padecen hambre y todo tipo de necesidades materiales y espirituales. “Tal es la realidad de una multitud ingente de hombres y mujeres, niños, adultos y ancianos, en una palabra, de personas humanas concretas e irrepetibles, que sufren el peso intolerable de la miseria” (Sollicitudo rei socialis SRS 13), como he escrito en mi última Encíclica.

Es doloroso asimismo comprobar cómo tantas situaciones de desigualdad injusta a nivel local, de carencias gravísimas educacionales y sanitarias, especialmente en las poblaciones campesinas y en los barrios marginales, son debidas a veces a la escasa conciencia cívica en el desempeño de cargos públicos, que abre las puertas a la corrupción y a la ausencia de una civilización del trabajo (cf. Congr. pro Doctr. Fidei, Libertatis Conscientia, 83, que obliga a muchos a emigrar por falta de oportunidades laborales, lo cual produce el estancamiento económico.

¡Cómo se van a aceptar las crisis de la familia, desgarrada no sólo por falta de los recursos mínimos que posibilitan su nacimiento y desarrollo, sino también por la pornografía y el permisivismo sexual, que impiden el verdadero amor!

No a todos es dado discernir, entre tantos gritos de confusión, que muchos de estos males proceden, en definitiva, de una gran carencia de Dios en los corazones, de una pérdida del sentido trascendente de la vida y de la ruina de los valores superiores que han dado sentido al hombre en su caminar histórico.

3. Ante este panorama, en verdad bastante sombrío, yo os invito a dirigiros a Jesús, el Hijo de Dios, el Hijo de María; a dialogar con El, que nos acompaña en el camino, como aquella tarde a los dos de Emaús, aunque nuestros ojos estén nublados o incluso se cierren obstinadamente para no reconocerlo.

Fijemos, queridos amigos, nuestra mirada en los detalles de la escena que nos narra el Evangelista San Lucas. Mientras van andando, Jesús se acerca a aquellos dos discípulos, pero ellos no lo reconocen. Se inicia un diálogo. Toma la palabra uno de ellos, llamado Cleofás, quien pone de manifiesto su decaimiento, su desilusión: lo esperaba todo de Jesús de Nazaret, pero he aquí que los “sumos sacerdotes y magistrados lo condenaron a muerte y lo crucificaron” (Lc 24,20) y –añade él– de esto hace ya tres días (cf Ibíd., 24, 21). El Maestro contesta: “¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrare así en su gloria?” (Ibíd., 24, 26). Y a continuación, les explica cómo estaban ya profetizados en las Sagradas Escrituras los padecimientos que iba a sufrir el Mesías, su muerte ignominiosa y también su resurrección.

Jesús, muerto y resucitado, enseña a los discípulos de Emaús que su dolor, su pasión y muerte, no habían sido algo inútil, una prueba más de su fracaso, sino que, al contrario, eran el precio de la redención.

Tocamos aquí, amigos míos, uno de los misterios más profundos con que el hombre se enfrenta en esta vida: el misterio del dolor, del sufrimiento, que cada uno experimenta dentro de sí a lo largo de su propia existencia y, frecuentemente, también en la de los demás. Pero ese mismo sufrimiento humano se revela (se des-vela) como camino redentor de Cristo, que ha padecido y ahora está glorioso a la derecha de Dios Padre. Jesús señala ese camino a todo hombre, sale a su paso y acompaña especialmente a los que sufren, para mostrarles que no es la suya una vida sin sentido; para mantener palpitante en ellos la esperanza, con el ejemplo de su nacimiento pobre, con su experiencia de la persecución y del exilio en una tierra extraña, con sus años de vida sometida al trabajo diario, con su pasión y muerte de cruz; pero sobre todo con la victoria sobre el pecado y el triunfo definitivo sobre la muerte en su resurrección gloriosa.

He ahí algunos aspectos sobresalientes del paso del Hijo de Dios entre los hombres. Por esto, siguiendo el ejemplo del Señor, la Iglesia ama y está siempre cerca de los pobres, de los enfermos, los marginados, los que sufren. En este marco y en esta perspectiva asumen valores y adquieren vigencia las palabras de las bienaventuranzas, pronunciadas por Cristo en el sermón de la montaña (cf. Mt Mt 5,3-12).

No interpretéis esto, amados jóvenes, como una justificación de actitudes que pueden favorecer la indiferencia o la inactividad. No os desentendáis de los demás con la fácil excusa de que la vida es así, de que los problemas no tienen solución. A través del diálogo con Jesús podéis comprender también cómo vuestra patria boliviana, nación de copiosas reservas humanas y de grandes posibilidades materiales, os llama a empeñar vuestras energías, a dar generosamente vuestro corazón joven para colaborar en construir una sociedad más justa, más próspera, más acorde con la dignidad humana. Una llamada, sobre todo, a recuperar el verdadero sentido de lo humano, orientando los pesos por las rutas del Evangelio, lo cual significa saberse y comportarse como hijos de Dios. Os daréis cuenta de que debéis contribuir a vencer los “mecanismos perversos” y las “estructuras de pecado” –fundadas en el pecado, que es siempre personal– “mediante el ejercicio de la solidaridad humana y cristiana, a la que la Iglesia invita y que promueve incansablemente” (Sollicitudo rei socialis SRS 40).

4. ¿No es cierto que probáis inquietud por encontrar solución a todos estos problemas? ¿No es también verdad que vuestros mejores anhelos se cifran en resolver las profundas cuestiones que la vida plantea? No las esquivéis, queridos jóvenes; no optéis nunca por escapar ante las dificultades. Los discípulos huían de Jerusalén hacia Emaús. No faltarán quienes os presenten, con gran atractivo, soluciones que en el fondo encubren una huida, porque deja sin resolver los auténticos problemas.

56 No los resolverá ciertamente el logro de los objetivos placenteros propagados por la sociedad consumista, donde lo importante es lo que uno tiene antes de lo que uno es donde la búsqueda egoísta del propio bienestar olvida las situaciones de marginación, abandono, soledad, que pueden darse alrededor. No dejéis que os esclavicen las cosas, cayendo en un materialismo que deja insatisfechas las aspiraciones más profundas de la persona y impide encontrar la verdadera felicidad que sólo se halla en Dios (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 28). “Nos hiciste, Señor, para Ti –grita San Agustín– e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti”. Esta es la gran verdad que da sentido a la vida –o al contrario el gran drama si se rechaza–. ¡Cuántos jóvenes buscan desesperadamente la felicidad sin darse cuenta de que lo único que de veras puede saciar el corazón del hombre y de la mujer es Dios! ¡Cuántos esfuerzos inútiles, cuántas desilusiones, cuántos fracasos, por haber puesto la confianza y el centro de la vida fuera de Dios!

Queridos jóvenes de Cochabamba y de Bolivia: No olvidéis nunca esa reveladora exclamación de San Agustín: porque hemos salido de las manos de Dios, sólo en Dios encontrará descanso y felicidad nuestra alma. Jesús es el único que puede hacer arder vuestros corazones con la llama inextinguible del amor; no lo echéis de vuestro lado para volveros a la adoración de falsos ídolos, inertes y que nada saben de vuestras inquietudes.

Estad atentos a no dejaros seducir por doctrinas que tratan de justificar la violencia o el odio, que reducen a los miembros de la familia humana, a simples factores de una evolución histórica y los enfrentan en la lucha de clases.

No caigáis tampoco en esa huida egoísta y falaz consistente en buscar la satisfacción irracional de los apetitos: el abuso del alcohol, la droga, la ausencia de toda norma de moral en la conducta sexual y la tentación del fácil enriquecimiento a través del narcotráfico son otros tantos concentrados de seducción que amenazan con destruir las personas y la sociedad.

5. Dialogando con Jesús, sin sentirlo se va haciendo tarde. El Evangelio nos dice que “al acercarse al Pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante” (Lc 24,28). Cae la noche. Los discípulos se detienen.

Queridos jóvenes: En el camino de vuestra vida, no abandonéis la compañía del Señor. Si la debilidad de la condición humana os llevase alguna vez a no cumplir los mandamientos de Dios, volved vuestra mirada a Jesús y gritadle: “Quédate con nosotros”, vuelve, no te alejes. Recuperad la luz de la gracia por el sacramento de la penitencia. “Y entró a quedarse con ellos” (Ibíd., 24, 29) nos dice el Evangelista. Jesús vuelve a estar con vosotros cada vez que recibís la absolución. Cada vez que el sacerdote dice “yo te absuelvo”, en ese encuentro personal con Dios que es la confesión sacramental, el Maestro vuelve a habitar en vuestra alma, recuperáis la gracia santificante, esto es, la amistad con Jesús, si la habíais perdido.

¡Quédate con nosotros!”. Jesús, que está como esperando la invitación de los dos discípulos de Emaús, se sienta con ellos a la mesa, toma el pan, lo bendice, lo parte y se lo da. En este momento aquellos dos hombres reconocen al Maestro: “Se les abrieron los ojos y le reconocieron” (Ibíd., 24, 31).

A la súplica que también nosotros hoy, a finales del siglo XX, dirigimos a Jesús –quédate con nosotros–, El nos responde con la Eucaristía. El Maestro-Amigo se ha quedado con los suyos, con nosotros, en este misterio de amor que es su presencia en el sacramento de la Eucaristía. Queridos jóvenes: Aquí encontraréis a Jesús para dialogar con El, para abrirle vuestro corazón, para revivir en vosotros lo que ocurrió aquella tarde, camino de Emaús.

6. Los frutos de la conversación que han mantenido los discípulos de Emaús con el Maestro, no tardan en llegar: con el corazón encendido, los que antes huían, vuelven ahora a Jerusalén. “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32), comentaban entre ellos.

Queridos jóvenes, muchachos y muchachas de Bolivia: De vuestro diálogo con Jesús obtendréis sin duda fuerza para volver y enfrentaros decididamente con aquellos problemas. De la conversación con El os vendrá nuevo vigor para defender el valor y la dignidad del hombre, su derecho a la vida en todas las fases de su desarrollo, su derecho a la libertad y una existencia con los recursos económicos y morales suficientes. Volveréis a defender la paz, frente a la violencia y la guerra. Volveréis a defender una concepción del hombre abierta a Dios, frente a las visiones reductivas que impiden el desarrollo de su destino sobrenatural. Volveréis a defender la familia, procurando también, en colaboración con vuestros Pastores, una adecuada preparación para la vida matrimonial. Ayudaréis a despertar a los jóvenes que encontréis a vuestro lado y que han dado por inútil todo esfuerzo, optando por desentenderse y huir.

No dudéis en volver a Jesús. Volved cuando hayáis visto su rostro: no el rostro de un profeta ni el rostro de un sabio o un libertador, sino el rostro de Dios hecho hombre. El Señor no os pedirá realizar grandes hazañas, sino el esfuerzo cotidiano de contribuir día a día a la construcción de vuestra patria por medio de una competente preparación profesional, del cumplimiento generoso de un trabajo realizado de cara a los demás –sin dejarse llevar por la “flojera”– sirviendo al hermano en las mil pequeñas oportunidades de cada día.

57 Convencidos de que la cooperación al desarrollo de todo hombre es un deber de todos para con todos (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 32), servid a los demás en vuestra existencia cotidiana y también mediante vuestra colaboración en iniciativas de solidaridad humana y cristiana, especialmente en favor de los más pobres, los enfermos, los ancianos, los jóvenes que atraviesan situaciones difíciles y, en general, los más necesitados, tanto en lo material como en lo espiritual. Y sobre todo aprovechad muy bien los años de la juventud para formaros seriamente y en profundidad. De esta manera os preparáis para ser los hombres y mujeres del futuro, responsables y activos en las estructuras sociales, económicas, culturales, políticas y eclesiales de vuestro país que, informadas por el espíritu de Cristo y por vuestro ingenio en conseguir soluciones originales, permitan alcanzar un desarrollo cada vez más humano y más cristiano.

Pero, –tornando al relato evangélico– daos cuenta, de que los discípulos de Emaús regresan a Jerusalén porque tienen el corazón encendido. Esa vuelta no es fruto de un razonamiento frío, o de verse arrastrados por unos acontecimientos no buscados, o consecuencia de una actitud impuesta desde fuera. Regresan porque tienen el corazón encendido, y tienen el corazón encendido porque en él se ha quedado el Señor.

Con el corazón encendido, dialogando con el Señor, tal vez alguno de vosotros se dé cuenta de que Jesús le pide más, de que el Señor le llama a que, por su amor, se lo dé todo. Al final de este encuentro con vosotros, queridos jóvenes, quisiera decir a cada uno: “Si tal llamada llega a tu corazón, no la acalles. Deja que se desarrolle hasta la madurez de una vocación.Colabora con esa llamada a través de la oración y la fidelidad a los mandamientos” (Carta apostólica a los jóvenes del mundo con motivo del año internacional de la juventud, 31 de marzo de 1985, n. 8). Hay –lo sabéis bien– una gran necesidad de vocaciones sacerdotales, religiosas y de laicos comprometidos que sigan más de cerca a Jesús. “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,37-38). «Con este programa la Iglesia se dirige a vosotros jóvenes. Rogad también vosotros. Y, si el fruto de esta oración de la Iglesia nace en lo íntimo de vuestro corazón, escuchad al Maestro que os dice: “Sígueme”» (Carta apostólica a los jóvenes del mundo con motivo del año internacional de la juventud, 31 de marzo de 1985, n. 8). No tengáis miedo y dadle, si os lo pide, vuestro corazón y vuestra vida entera.

Jóvenes de Bolivia: Los problemas que afectan a la sociedad y a vosotros mismos no son sencillos ni fáciles. Hay toda una serie de soluciones ficticias en las que no podéis cifrar la esperanza de vuestra vida. La solución la encontraréis dialogando con el Maestro-Amigo, con Jesús de Nazaret, que –muerto y resucitado– nos indica un camino que se inicia con la conversión del corazón; un camino que El quiere recorrer con nosotros; un camino de amor que nos enciende el corazón y nos lleva a dedicarnos al servicio de Dios y de los demás.

7. “Se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los once y a los que estaban con ellos” (Lc 24,33). En los Hechos de los Apóstoles se pone de manifiesto la presencia de María en el inicio de la peregrinación de la Iglesia (cf. Hch Ac 1,14). Podemos, por tanto, suponer que los dos discípulos, al volver a Jerusalén, se encuentran con María, la Madre de Jesús.

Como ellos, también nosotros la hallamos. En el mensaje que os dirigí con motivo de la III Jornada mundial de la Juventud os decía: “Aprended de Ella a escuchar y a seguir la Palabra de Dios (cf. Lc Lc 1,38), aprended de Ella a estar cerca del Señor, aunque esto, algunas veces, pueda costar mucho”.

Acudamos a María, Madre nuestra, venerada aquí bajo la advocación de Nuestra Señora de Urkupiña. Ella es nuestro reposo, en Ella es donde se afianza nuestra esperanza. Bajo tu protección nos acogemos, “Madre Soberana del Redentor, Puerta del cielo siempre abierta; Tú, que sobre la tierra nos has precedido en la peregrinación de la fe, confórtanos en las dificultades y en las pruebas y haz que seamos en el mundo, signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad de todo el género humano. Amén” (Oración para el Año mariano, 6 de junio de 1987, nn. 1. 2).







Discursos 1988 51