Discursos 1989 38


A LOS MIEMBROS DE LA ORGANIZACIÓN NACIONAL


DE CIEGOS ESPAÑOLES


Viernes 26 de mayo de 1989

Es para mí motivo de particular gozo tener este encuentro con vosotros, dirigentes y representantes de la Organización Nacional de Ciegos Españoles, que habéis querido testimoniar vuestra adhesión al Sucesor de Pedro con vuestra visita a Roma. Os presento mi más cordial saludo de bienvenida.

También vosotros, como hijos de la Iglesia, os habéis puesto en camino, desde las distintas regiones españolas, para peregrinar a esta Sede Apostólica, centro de la catolicidad, representando también a los invidentes de toda España, que en vuestra Organización Nacional encuentran el apoyo para afrontar con serenidad las no leves dificultades que origina el no contar con el sentido de la vista.

Deseo en esta ocasión deciros que me siento muy cercano a vosotros y que pido al Señor os dé fortaleza, a la vez que os recuerdo aquellas palabras del Concilio Vaticano II: “Tenemos una cosa más profunda y más preciosa que ofreceros; la única capaz de responder al misterio del sufrimiento y de daros un alivio sin engaño: la fe y la unión al Varón de dolores, a Cristo, Hijo de Dios, crucificado por nuestros pecados y nuestra salvación” (Mensaje a los pobres, enfermos y a todos los que sufren, 8 de diciembre de 1965).

Ante el dolor, crecen la solidaridad y el amor. Sé que vuestra Organización –que cuenta con el apoyo de tantos ciudadanos– lleva a cabo una encomiable labor en favor de los invidentes y de sus familias. Aliento a todos a un decidido testimonio de solidaridad cristiana, que se manifieste también en saber compartir con los hermanos más pobres y necesitados.

39 A vosotros los aquí presentes y a todos los invidentes de España y a sus familias, imparto con afecto la Bendición Apostólica.
                                                                                  Junio de 1989



VIAJE APOSTÓLICO A NORUEGA, ISLANDIA,

FINLANDIA, DINAMARCA Y SUECIA


A LOS REPRESENTANTES DEL CUERPO ACADÉMICO


Y DE LOS ESTUDIANTES EN EL AULA MAGNA


DE LA UNIVERSIDAD DE UPSALA


Viernes 9 de junio de 1989



Majestades,
Altezas Reales,
ilustre Rector de la Universidad de Upsala,
Rectores Magníficos de las universidades y de los institutos de enseñanza superior de Suecia, Vuestra Gracia, Arzobispo Werkström,
distinguidos huéspedes y queridos estudiantes:

1. Con profundo sentido de la historia participo, como su huésped, en esta augusta asamblea. Agradezco a usted, honorable Rector, sus amables palabras de bienvenida. Permítanme expresar a todos ustedes mi profundo agradecimiento.

Como Obispo de Roma, me alegro por el hecho de que esta Universidad de Upsala debe su nacimiento a una bula de mi predecesor, el Papa Sixto IV, en 1477. A petición del entonces arzobispo de Upsala, Jakob Ulfsson, se fundó la Universidad con el propósito de reforzar las relaciones intelectuales y espirituales entre los países nórdicos y el resto de Europa. El hecho de que después de más de cinco siglos el sucesor de Sixto IV tenga el privilegio de visitar esta prestigiosa Universidad, creada por la Santa Sede, me conmueve profundamente.

A decir verdad, los tiempos han cambiado mucho desde la fundación de la Universidad de Upsala. Aquella modestísima institución que empezó a fines del siglo XV con un pequeño grupo de profesores y estudiantes, heredó los más altos ideales intelectuales de la Edad Media. La Universidad se identificó enseguida con la historia de Suecia y se unió estrechamente al destino de sus reyes, de sus nobles y de su pueblo. El Studium Generale de Upsala formó parte con honor de la familia de las grandes universidades europeas que se multiplicaron con el correr del tiempo en el continente. Famosos maestros de Upsala llegaron a ser nombres familiares en la historia intelectual de Europa y del mundo. Sólo por mencionar algunos, podemos recordar a Celsius, Swedenborg y Linnaeus. La Universidad siguió una tradición ilustre en las disciplinas de las artes liberales, la jurisprudencia, la ciencia, la filosofía, la medicina y la teología. Aunque experimentó los desafortunados acontecimientos que llevaron con la Reforma a la separación de los cristianos europeos, la Universidad ha dado testimonio en estos últimos años de la creciente aspiración de muchos cristianos al restablecimiento de la unidad en Jesucristo, aspiración que se ha expresado mediante el compromiso ecuménico de muchas y eminentes personalidades luteranas de Upsala, incluyendo a Nathan Söderblom, antiguo arzobispo luterano de esta ciudad.

40 2. Señoras y señores: En nombre de nuestra común herencia me propongo reflexionar con ustedes hoy sobre la misión de una Universidad al servicio de la persona humana en las circunstancias históricas y culturales de nuestros días. Tenemos que elaborar juntos, para nuestro tiempo, una forma de educación superior que lleve a las generaciones jóvenes los valores duraderos de una tradición intelectual enriquecida por dos milenios de experiencia humanística y cristiana.

En el pasado, el ideal de la Universitas era el de esforzarse por la unificación del conocimiento, buscando reconciliar todos los elementos de verdad que se obtenían mediante las ciencias naturales y sagradas. Lo que el estudio humano descubre, se comprende a la luz de la Revelación encerrada en el Evangelio. La verdad de la gracia es también la verdad de la naturaleza, tal como en otro tiempo lo expresaba bellamente el lema de la Universidad de Upsala: Gratiae veritas naturae. Por supuesto, el desarrollo científico actual y el nivel prodigioso de la investigación moderna hacen que sea inconcebible de momento cualquier síntesis del conocimiento. No existen versiones modernas de las antiguas Summa, Compendium o Tractatus. Pero muchas de las mejores mentes del mundo universitario actual insisten en formular una definición, para nuestra época, del concepto original de Universitas y Humanitas, que debería perseguir con nuevos modos una necesaria integración del conocimiento, si queremos evitar los escollos de una profesionalización demasiado pragmática y de una superespecialización inconexa en los programas universitarios. El futuro de una cultura verdaderamente humana, abierta a los valores éticos y espirituales, está en peligro.

3. Se requiere claramente un nuevo humanismo cristiano y una nueva versión de la educación en las artes liberales, y la Iglesia católica sigue con el máximo interés la investigación y los experimentos que se están llevando a cabo en relación con esta cuestión. En primer lugar, tenemos que aceptar con realismo el desarrollo y la transformación de las modernas universidades, que han crecido mucho en número y complejidad. Los países modernos se sienten orgullosos de sus universidades, que son instituciones clave para el progreso de las sociedades avanzadas. Esto hace que sea más urgente, por tanto, reflexionar sobre la específica vocación de las universidades europeas que consiste en mantener vivo el ideal de una educación liberal, y los valores universales, que una tradición cultural, marcada por el cristianismo, enriquece con un saber superior.

Han quedado atrás los días en que las universidades europeas se referían unánimemente a una autoridad central en el cristianismo. Nuestras sociedades han de vivir en un contexto pluralista, que requiere un diálogo entre muchas tradiciones espirituales que buscan de nuevo armonía y colaboración. Pero es esencial para la universidad, como institución, referirse constantemente a la herencia intelectual y espiritual, que ha configurado nuestra identidad europea en el curso de los siglos.

4. ¿Cuál es esta herencia? Pensemos por un momento en los siguientes valores fundamentales de nuestra civilización: la dignidad de la persona, el carácter sagrado de la vida, el papel central de la familia, la importancia de la educación, la libertad de pensamiento, de palabra y de profesar las propias convicciones o la propia religión, la protección legal de los individuos o de los grupos, la cooperación de todos para el bien común, el concepto de trabajo como participación en la obra misma del Creador, y la autoridad del Estado, gobernado por la ley y la razón. Estos valores pertenecen al tesoro cultural de Europa, tesoro que es el resultado de muchas reflexiones, debates y sufrimientos. Ellos representan un logro espiritual de la razón y la justicia, que honra a los pueblos de Europa por su esfuerzo en instaurar en el orden temporal el espíritu de fraternidad cristiana enseñado por el Evangelio.

Las universidades deberían ser el lugar especial para dar luz y calor a estas convicciones, que tienen sus raíces en el mundo grecorromano y que han sido enriquecidas e inspiradas por la tradición judeocristiana. Esta tradición desarrolló el concepto más elevado de la persona humana, vista como imagen de Dios, redimida por Cristo y llamada a un destino eterno, dotada de derechos inalienables y responsable del bien común de la sociedad. Las discusiones teológicas en torno a las dos naturalezas de Jesucristo permitieron el desarrollo del concepto de persona, que es la piedra angular de la civilización occidental.

Así pues, el individuo ha sido colocado en el orden natural de la creación con condiciones y requisitos objetivos. La posición del hombre ya no descansa sobre el capricho del estadista o de las ideologías, sino sobre una ley natural, objetiva y universal. Este principio básico fue afirmado expresamente en la Bula de fundación de la Universidad de Upsala: la raza humana está gobernada y ordenada por el orden natural y moral, "Humanum genus naturali iure et morali regitur et gubernatur" (Bulla Si iuxta sanctorum, ed. por J. Liedgren, en Acta Universitatis Upsalensis, c. 44, Upsala, 1983).

5. Hoy hay una creciente conciencia moral de la verdad de este principio, que los pueblos comparten por doquier. El valor del individuo y la dignidad no dependen de los sistemas políticos o ideológicos, sino que se fundan en el orden natural, en un orden objetivo de valores. Tal convicción llevó en 1948 a la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de las Naciones Unidas, una piedra miliar en la historia de la humanidad, que la Iglesia católica ha defendido y ampliado en diversos documentos oficiales. Los trágicos acontecimientos de este siglo han mostrado cómo los seres humanos pueden ser amenazados y destruidos cuando los Gobiernos niegan la dignidad fundamental de la persona. Hemos visto que grandes naciones han olvidado sus tradiciones culturales y han dictado leyes para exterminar enteras poblaciones y discriminar trágicamente los grupos étnicos o religiosos. También hemos sido testigos de la integridad moral de hombres y mujeres que se han opuesto heroicamente a tales aberraciones con actos valerosos de resistencia y compasión. Deseo igualmente mencionar al compatriota de ustedes Raoul Wallenberg, quien de modo digno de alabanza salvó a tantos miembros del pueblo judío de los campos de concentración nazis. Su ejemplo inspira una lucha consagrada a los derechos humanos.

La dignidad de la persona puede ser protegida sólo si la persona es considerada inviolable desde el momento de su concepción hasta su muerte natural. Una persona no puede ser reducida al "status" de medio o instrumento de los demás. La sociedad existe para promover la seguridad y la dignidad de la persona. Por esta razón, el derecho primario que la sociedad debe defender es el derecho a la vida. Ya sea en el seno materno, ya sea en la fase final de la vida, jamás se debe disponer de una persona para hacer más fácil la vida de los demás. Cada persona debe ser tratada como un fin en sí misma. Este es un principio fundamental para toda actividad humana: en la atención sanitaria, en la formación de los niños, en la educación y en los "mass media". Las actitudes de los individuos o de las sociedades a este propósito pueden medirse por el trato dispensado a quienes por varias razones no pueden competir en la sociedad: los minusválidos, los enfermos, los ancianos y los moribundos. Si una sociedad no considera la persona humana inviolable, la formulación de principios éticos consistentes se hace imposible, así como la creación de un clima moral que fomente la protección de los miembros más débiles de la familia humana.

6. Tal como afirmé el pasado año, con ocasión del IX centenario de la Universidad de Bolonia, una de las herencias más ricas de la tradición universitaria occidental, es precisamente el concepto de que una sociedad civilizada se funda en la primacía de la razón y de la ley. Como Obispo de Roma, hijo de Polonia y a la vez miembro de la comunidad académica polaca, aliento de todo corazón a todos los representantes de la vida intelectual y cultural que están comprometidos en revitalizar la herencia clásica y cristiana de la institución universitaria. No todos los profesores, no todos los alumnos se aplican igualmente al estudio de la teología y de las artes liberales, pero todos se pueden beneficiar de la transmisión de una cultura enriquecida por aquella gran tradición común.

Su sistema universitario ha mantenido viva la enseñanza de la teología y esto ofrece un foro abierto al estudio de la Palabra de Dios y su significado para el hombre y la mujer de nuestros días. Nuestro tiempo tiene una gran necesidad de la investigación interdisciplinaria para afrontar los complejos desafíos que implica el progreso. Estos problemas se relacionan con el significado de la vida y de la muerte, las amenazas que encierra la manipulación genética, el alcance de la educación y la transmisión del conocimiento y la sabiduría a las jóvenes generaciones. Ciertamente tenemos que admirar los maravillosos descubrimientos de la ciencia, pero también somos conscientes del poder devastador de la tecnología moderna, capaz de destruir la tierra y todo lo que ella contiene. Por tanto, es necesario movilizar urgentemente las mentes y las conciencias.

41 Es vital para el futuro de nuestra civilización que tales cuestiones sean examinadas conjuntamente por expertos científicos así como por teólogos expertos, de manera que todos los aspectos de los problemas técnicos y morales puedan ser considerados cuidadosamente. Hablando a la UNESCO en París el 2 de junio de 1980, apelé especialmente al potencial moral de todos los hombres y mujeres de la cultura. Dije entonces y lo repito hoy delante de esta distinguida asamblea: "Todos ustedes juntos representan un poder enorme: ¡el poder de la inteligencia y la conciencia! ¡Demuestran ser más poderosos que el más potente en nuestro mundo moderno! Les estimulo a que den prueba de la más noble solidaridad hacia la humanidad: la solidaridad fundada en la dignidad de la persona humana". En esta gran tarea encontrarán un aliado en la Iglesia católica, aliado deseoso de cooperar completamente con sus hermanos y hermanas cristianos y con todos los hombres de buena voluntad.

7. Nosotros los cristianos proclamamos abiertamente el Evangelio de Jesucristo, pero no imponemos nuestra fe o nuestras convicciones a nadie. Reconocemos la falta de unanimidad en el modo como los derechos humanos suelen fundarse filosóficamente. A pesar de ello, todos estamos llamados a defender a cada ser humano, que es el sujeto de los inalienables derechos humanos, y a trabajar para conseguir entre nuestros contemporáneos un acuerdo sobre la existencia y la sustancia de estos derechos humanos. Esta actitud de diálogo realista ha sido decisiva para la creación de organizaciones internacionales como las Naciones Unidas, encargada de la tarea de construir la paz y de fomentar la colaboración en el mundo. Suecia se ha comprometido profundamente con el espíritu y las realizaciones de las Naciones Unidas a través de la dedicación de Dag Hammarskjöld, noble hijo de esta tierra.

Nuestro tiempo exige un compromiso generoso de las mejores mentes en las universidades, en los círculos intelectuales, en los centros de investigación, en los "mass media" y en las artes creativas para establecer las líneas fundamentales de una nueva solidaridad mundial relacionada con la búsqueda de la dignidad y la justicia para todo individuo y todo pueblo. Los eruditos y los estudiantes nórdicos han de dar una aportación específica. La tradición cultural de ustedes les da la ventaja de reunir todas las tradiciones vivas del continente: la escandinava, la alemana, la céltica, la eslava y la latina. Ustedes son una encrucijada, un punto de confluencia entre el Este y el Oeste, y pueden fomentar un diálogo que aspire a llevar a las Universidades del Este y del Oeste de Europa hacia una más estrecha colaboración, una empresa que sería decisiva intelectualmente para la construcción de la más grande Europa del mañana.

Europa tiene aún una gran responsabilidad frente al mundo. A causa de su historia cristiana, la vocación de Europa es de apertura y servicio a toda la familia humana. Pero hoy Europa tiene una obligación muy especial hacia las naciones en vías de desarrollo. Un gran desafío de nuestra época consiste precisamente en el desarrollo de todos los pueblos en el pleno respeto de sus culturas y de su identidad espiritual. Nuestra generación tiene aún mucho que hacer si quiere evitar el reproche de la historia de no haber combatido con todo su corazón y toda su mente para derrotar la miseria de tantos millones de hermanos y hermanas nuestros.

Este es el mensaje que he presentado en mi Carta Encíclica Sollicitudo rei socialis sobre el desarrollo de los pueblos. Hemos de combatir contra todas las formas de pobreza, tanto física, como cultural y espiritual. Ciertamente el desarrollo tiene una dimensión económica, pero no sería un verdadero desarrollo humano si estuviera limitado a las necesidades materiales. "Un desarrollo no solamente económico se mide y se orienta según esta realidad y vocación del hombre visto globalmente, es decir, según un propio parámetro interior" (Sollicitudo rei socialis
SRS 29, L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 28 de febrero, 1988, pág. 7). Hoy hablamos justamente de la dimensión cultural del desarrollo, y estoy seguro de que promoviendo semejante modelo de desarrollo, los intelectuales y los eruditos universitarios darán una aportación indispensable.

8. Por último, querría recordar los sentimientos expresados en el mensaje conclusivo del Concilio Vaticano II a los hombres y las mujeres del pensamiento y la ciencia: "Felices los que, poseyendo la verdad, la buscan más todavía, a fin de renovarla, profundizar en ella y ofrecerla a los demás. Felices los que, no habiéndola encontrado, caminan hacia ella con un corazón sincero... Nunca quizá, gracias a Dios, ha aparecido tan clara como hoy la posibilidad de un profundo acuerdo entre la verdadera ciencia y la verdadera fe, una y otra al servicio de la única verdad... Tened confianza en la fe, esa gran amiga de la inteligencia".

Señoras y señores: Les dejo con estos pensamientos, expresados con estima y amistad. Que Dios les sostenga, hombres y mujeres del saber, en su servicio a la verdad, en su dedicación a la bondad y en su amor a la belleza. Que esta Universidad que nos hospeda, la gran Universidad de Upsala, florezca por muchos siglos. ¡Que Dios les bendiga a todos ustedes! Gracias.






A LA SEÑORA JANINA DEL VECCHIO UGALDE,


NUEVA EMBAJADORA DE COSTA RICA ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 22 de junio de 1989

Excelencia:

Me es grato darle mi mas cordial bienvenida en este acto de presentación de las cartas credenciales, que la acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Costa Rica ante la Santa Sede.

Ante todo, deseo manifestarle mi reconocimiento por las sentidas palabras con que ha tenido a bien saludarme, pues me han permitido comprobar una vez más los nobles sentimientos de cercanía y adhesión a esta Sede Apostólica por parte de los ciudadanos de esa querida Nación. Deseo agradecerle igualmente el deferente saludo que me ha transmitido de parte del Señor Presidente de la República.

42 Vuestra Excelencia se ha referido a la vocación por la paz, que ha sido un valor distintivo de Costa Rica en su trayectoria democrática. Al respecto, no puedo dejar de recordar cómo su Gobierno – con una iniciativa de su Presidente, el Doctor Oscar Arias Sánchez – tuvo un notable papel en el encuentro de Esquipulas II y posteriormente en el de Alajuela, y que se ha plasmado en un acuerdo firmado por los cinco Países centroamericanos, con vistas a forjar un destino de paz para esa Región.

La Santa Sede ha visto con gran interés este plan y sigue muy de cerca el proceso en curso, con el vivo anhelo de que se fomente el diálogo y se puedan superar los obstáculos que se oponen al verdadero progreso de aquellos pueblos, evitando siempre la tentación del recurso a cualquier forma de violencia.

En el mencionado documento de Esquipulas II se afirmaba de modo perentorio que “paz y desarrollo son indispensables”. Recordando la conocida expresión del Papa Pablo VI, podríamos incluso decir que ambas realidades son inseparables, pues “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz”. Pero sólo cuando este desarrollo es pleno y armónico, es decir, cuando favorece la realización de toda la persona y de cada persona en todas sus dimensiones, entonces ayuda a ésta a abrirse al Absoluto, el cual “da a la vida humana su verdadero significado”.

El desarrollo viene a ser también, en última instancia, un elemento constitutivo de la paz por el hecho de que contribuye a alcanzar lo que es bueno para la persona y para la comunidad humana. Por tanto, mediante el verdadero desarrollo se podrá favorecer una paz duradera. Pero para ello es preciso crear una conciencia de solidaridad que conduzca a un desarrollo integral en la medida en que proteja y tutele los legítimos derechos de las personas, en armonía con las exigencias del bien común de la Nación.

Dado que la solidaridad brinda una base ética para orientar adecuadamente las relaciones humanas y sociales, el desarrollo, a su vez, permite ir realizando aquella ayuda del hermano hacia el hermano, de tal manera que todos puedan vivir más plenamente dentro de aquel sano pluralismo y complementariedad, que son señal de garantía de una civilización auténticamente humana: Esta dinámica lleva ciertamente a aquella armoniosa “tranquillitas ordinis”, de la que nos habla San Agustín, y que constituye y asegura la verdadera paz.

En Costa Rica, al igual que en los países hermanos de América Central, crece una juventud que aspira ardientemente a la paz y al progreso social. A las expectativas de las nuevas generaciones, particularmente sensibles a los signos de los tiempos, habrá que corresponder con unas determinaciones políticas y sociales que ayuden a comprender y comprobar que la paz no será un objetivo alcanzado mientras la seguridad, impuesta por las armas, no sea reemplazada gradualmente por la seguridad basada en un orden jurídico, social y económico, que refuerce los lazos de solidaridad y el destino común al que están llamados los pueblos hermanos de Centroamérica. Esta es una responsabilidad que ningún Estado puede eludir. En este sentido era bien explícito el Papa Pablo VI: “La paz no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de la fuerza. La paz se construye cada día con la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres” (Populorum Progressio, 76).

A este respecto, la Santa Sede –junto con otros representantes de la comunidad internacional que han visto en el acuerdo de Esquipulas II un horizonte de esperanza para América Central– alienta todas aquellas medidas que estén encaminadas al logro de una pacificación estable de toda esta área. Sólo a partir de un sincero clima de diálogo y reconciliación, que permita también el retorno a sus hogares de tantas personas que se han visto desplazadas por los efectos de la violencia, y que, a su vez, favorezca un decidido proceso democrático, será posible crear unos cauces de participación sobre unas bases de justicia y libertad, presupuestos insustituibles para la paz y el desarrollo. Al mismo tiempo, son inaplazables todas las medidas encaminadas a garantizar la inviolabilidad de las personas, que respeten la libertad y seguridad de sus vidas.

Esta Sede Apostólica ve con agrado los esfuerzos que el Gobierno de Costa Rica está realizando para el mantenimiento y puesta en práctica de los acuerdos que han suscrito los representantes políticos de Centroamérica. Al mismo tiempo, renueva su llamado para que la comunidad internacional ofrezca su contribución solidaria, orientada a la superación de las trabas de orden económico que tanto dificultan el desarrollo de la Región. La Iglesia en Costa Rica, por su parte, continuará incansable en su vocación de servicio al hombre, ciudadano e hijo de Dios. Por eso, los Pastores, sacerdotes y familias religiosas – conforme a la misión que les ha sido confiada – no ahorrarán esfuerzos en la labor de promoción y estímulo de todo aquello que pueda favorecer el bien común y la fraternidad entre los hombres.

Al expresarle mis mejores deseos por el feliz desempeño de su alta misión, invoco sobre Vuestra Excelencia y su distinguida familia, sobre las Autoridades que han tenido a bien confiársela y sobre los amadísimos ciudadanos de Costa Rica la constante protección del Altísimo.





                                                                                      Julio de 1989


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL ARZOBISPO Y A LOS FIELES DE TLALNEPANTLA

Sábado 1 de julio de 1989



43 Querido hermano en el episcopado,
amadísimos sacerdotes y fieles diocesanos:

Es motivo de honda satisfacción darles mi más cordial bienvenida en este encuentro, que desea ser expresión del afecto y aprecio que el Papa siente no sólo por la comunidad eclesial de Tlalnepantla, elevada recientemente a Arquidiócesis, sino además por la Nación mexicana.

Ante todo, quiero agradecerle, Señor Arzobispo, las amables palabras con que ha querido manifestarme la cercanía y adhesión de esa Iglesia particular. El recuerdo del Palio recibido, signo de comunión de los Arzobispos metropolitanos con el Sucesor de Pedro, debe ser una llamada a todos para vivir y anunciar el Evangelio, con actitud “de fraternidad, de unidad y de paz” (Ad Gentes
AGD 8). No se puede olvidar que la Iglesia entera, y de modo especial sus Pastores, han recibido de Cristo el solemne mandato de proclamar por toda la tierra el Mensaje de Salvación.

Así pues, vuestra Iglesia particular, que se halla en un decidido proceso de renovación cristiana y pastoral, impulsada por el Espíritu Santo debe cooperar con todos los medios a su alcance en la realización del designio de Dios, que quiere salvar a los hombres por medio de Cristo. Esto constituye el centro de la labor evangelizadora en un momento difícil de la historia, en el cual la persona y la sociedad actual, particularmente los jóvenes, se sienten tan sedientos de Dios y de los valores espirituales.

Pido a Nuestra Señora de Guadalupe, consuelo y esperanza para el pueblo fiel mexicano, que sea constante intercesora ante su divino Hijo.

En prenda de la constante protección celestial, les imparto de corazón la Bendición Apostólica, que extiendo complacido a la Comunidad diocesana de Tlalnepantla y a todos los mexicanos.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR FERNANDO HINESTROSA FORERO,

NUEVO EMBAJADOR DE COLOMBIA ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 3 de julio de 1989



Señor Embajador:

Con viva complacencia recibo las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Colombia ante la Santa Sede. Al darle, pues, mi cordial bienvenida en este solemne acto, quiero agradecerle el deferente saludo que me ha transmitido de parte del Señor Presidente de la República, y a la vez reiterar el afecto que siento Por los hijos de esa noble Nación.

Hace apenas tres años que tuve la inmensa satisfacción de visitar pastoralmente su país. La visita fue densa desde el punto de vista espiritual y humano. Ante mis ojos se manifestó, en toda su intensidad, la fe y el entusiasmo propios de una nación animada por una profunda religiosidad, que sabe inspirar y fomentar cristianamente los diferentes aspectos de la vida, tanto a nivel familiar como individual y social. Por eso, en aquella inolvidable circunstancia me refería a la especial vocación cristiana de Colombia.

44 Vuestra Excelencia ha tenido a bien mencionar la importante labor evangelizadora llevada a cabo por la Iglesia en la difícil situación del país. Como ya afirmaba el Papa Pablo VI, evangelizar significa “llevar la Buena Noticia a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro a la misma humanidad” (Evangelii Nuntiandi EN 18).

La salvación en Jesucristo incluye también la promoción y el desarrollo integral del hombre. Por tanto, no debe extrañar que los primeros misioneros llegados al territorio colombiano trataran de implantar, junto con la fe, la elevación moral, social y cultural del individuo y de la familia.

Cercano ya el V Centenario de la presencia del cristianismo en el continente americano, la jerarquía colombiana se esfuerza por seguir e iluminar con espíritu pastoral los acontecimientos y las aspiraciones legítimas de la sociedad.

La Iglesia, ante los serios problemas que afectan al bien común y al recto ordenamiento de las instituciones públicas, no puede permanecer indiferente. En el momento actual la aportación del verdadero humanismo cristiano y de sus valores éticos y espirituales por parte de los cristianos, es un imperativo que no es posible eludir. Por eso, la Iglesia en Colombia siente la obligación de prestar su ayuda y colaboración leal y positiva al Estado y a la ciudadanía. Esta Sede Apostólica sigue con interés el esfuerzo del pueblo colombiano en realizar una serie de cambios sociales, en beneficio sobre todo de las clases más pobres y marginadas.

Ante el constante azote de la violencia, de la guerrilla radicalizada, de la producción y tráfico de estupefacientes, de la acción ciega de grupos armados, fenómenos que afectan también a otros países y que en los últimos tiempos han cobrado en Colombia innumerables vidas humanas y han causado muchos sufrimientos a individuos y familias, deseo apoyar decididamente todo lo que se realiza, en el marco del máximo respeto de los derechos inviolables de la persona y del vigente ordenamiento jurídico, en favor de la definitiva desactivación y erradicación de esos flagelos, que impiden la buena marcha de la vida de un pueblo.

Pido constantemente en mi plegaria al Todopoderoso que los esfuerzos efectuados a tal fin, en un clima responsable y constructivo, abran definitivamente el camino a la tan anhelada reconciliación nacional. La paz y la reconciliación es el grito unánime y ferviente que brota de lo más profundo de la Nación colombiana. Sensible a tan legítima aspiración, la Conferencia Episcopal puso en marcha, a comienzos de año, la “Gran Misión de Reconciliación Nacional”. En mi Plegaria imploraba al Señor que esa Misión de Reconciliación fraterna: “penetre muy hondo en los corazones de todos los colombianos... haga superar las diferencias, las enemistades, los antagonismos, y refuerce la voluntad de entendimiento y comprensión... para que como hijos del mismo Padre, podamos todos reconocernos hermanos en su nombre”.

Como afirmaba en Barranquilla, “sólo Jesucristo es capaz de derribar los muros de enemistad y hacer de nosotros hombres nuevos, reconciliados con el Padre por medio de la cruz. El ha venido a anunciarnos la paz” (Encuentro con la población de Barranquilla, 6 de julio de 1986). A la vista de todo esto, confío plenamente que Colombia, a través de una creciente y constante mejora en la política educativa, familiar y socio-económica, siga esforzándose en la ineludible labor de procurar a todos sus ciudadanos el acceso indiscriminado al patrimonio común de los bienes materiales y espirituales de la Nación y la participación plena y responsable en el cumplimiento de sus deberes y derechos. Sólo así volverá a resplandecer aquel orden querido por Dios, en un marco de diálogo y paz fraterna.

Señor Embajador, antes de finalizar este acto, pláceme desearle que la alta misión encomendada estreche los vínculos cordiales que la República de Colombia mantiene con esta Sede Apostólica. Ruego, al mismo tiempo, a Vuestra Excelencia tenga la amabilidad de transmitir mi más deferente saludo al Señor Presidente de la República, Doctor Virgilio Barco Vargas, así como a todos colombianos, sobre los cuales invoco la constante protección divina.






Discursos 1989 38