Discursos 1989 71

VIAJE PASTORAL A SANTIAGO DE COMPOSTELA Y ASTURIAS


CON MOTIVO DE LA IV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD



AL PATRONATO REAL DE LA GRUTA DE COVADONGA


Lunes 21 de agosto de 1989



Alteza Real:

Pláceme tener este encuentro con Usted y los miembros del Patronato Real de la Gruta y Sitio de Covadonga en estas primeras horas del día.

En este rincón sin par, llamado “casa solariega de España y de la Hispanidad”, tiene su sede el Patronado Real que Vuestra Alteza tiene a bien presidir, corno Príncipe de Asturias. Entre los objetivos del Patronato está el de fomentar “el estudio, coordinación y realización de obras, instalaciones y servicios que redunden en el mayor esplendor y efectividad de los valores religiosos, históricos...” (Boletín Oficial del Principado de Asturias y de la Provincia, Ley 2/87 del 8 de abril de 1987, artículo 1). Pero en este quehacer religioso-social cuentan con la sensibilidad, la colaboración y el apoyo del Gobierno, de la Iglesia y del generoso pueblo que ven en este santuario mariano la cuna del renacer de España. Desde los lejanos tiempos de Pelayo hasta la época actual.

Covadonga es vista y considerada como la esencia de España. Por ello, no debe extrañar al visitante y al peregrino que los muros de la basílica de Nuestra Señora alberguen fraternalmente todas las banderas de Iberoamérica, junto con las de España y Asturias. Es como si quisieran manifestar, en el umbral del V centenario del descubrimiento y evangelización del Nuevo Mundo, la unión fraterna existente entre España y América. Unión que brilla de modo fúlgido merced a la fe cristiana. Fe de honda raíz mariana “Per Mariam ad Iesum!” ¡Por María a Jesús! Esto se aplica de forma concreta a la religiosidad popular española y americana.

Cuando, dentro de breves instantes, me postre ante la venerada Imagen de la Santina, puedo asegurar que tendré presente a vuestra Alteza y a los miembros de este alto Patronato para que el servicio religioso y social que prestan alcance los fines previstos. Así se colmarán las esperanzas puestas por los hijos y las hijas de Asturias y de España entera, esperanzas de que este maravilloso enclave, obra admirable del Todopoderoso, siga manteniendo su profunda identidad espiritual.

72 A Ustedes y a sus familias bendigo de corazón.






A LOS OBISPOS DE CHILE


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Castelgandolfo, lunes 28 de agosto de 1989





Queridos hermanos en el Episcopado:

1. Habéis venido desde Chile, siempre presente en mi plegaria, para “ver a Pedro” (cf Ga 1,18). Vuestra visita “ad limina Apostolorum” es expresión eclesial de ese profundo deseo de conservar y acrecentar más aún la comunión con quien es cabeza del Colegio episcopal y centro visible de la unidad de la Iglesia. Por eso quiero agradecer vivamente las amables palabras que Mons. Carlos González, Obispo de Talca y Presidente de la Conferencia Episcopal ha tenido a bien dirigirme, en nombre también de los demás Obispos aquí presentes. Os doy mi más cordial bienvenida con fraterna alegría y recibo también con gozo vuestra firme manifestación de fidelidad a la Sede Apostólica. Por mi parte os ofrezco unas orientaciones con las que deseo ejercer la misión que Jesús, nuestro Salvador, confió al Apóstol Pedro, de confirmar la fe de sus hermanos (cf. Lc Lc 22,32).

Cuando recibí al primer grupo de Obispos chilenos, el mes de marzo pasado con motivo de su visita “ad limina”, les expuse con afecto, algunas directrices pastorales dirigidas, como bien comprendéis, no sólo a ellos, sino a todos los Obispos chilenos. Ha sido pastoralmente muy satisfactorio saber que esas orientaciones han sido ampliamente difundidas en vuestro país y acogidas muy positivamente por vosotros, por el clero y los fieles. Mis palabras, en este encuentro, quieren ser como un complemento a esa alocución anterior y una profundización en algunos de sus aspectos.

2. La misión de anunciar el Evangelio ha constituido siempre un gran desafío. En todo tiempo y lugar se verifica una vez más la parábola del grano de mostaza (cf Mt 13,31 s.), o sea, la radical desproporción entre los medios humanos y la magnitud de la obra por realizar. Ante este hecho, los Apóstoles, fieles a la misión encomendada por Cristo, predicando la palabra de verdad, engendraron a las Iglesias (cf. S. Agustín, Enarrat. in Ps 44,23, CCL XXXVIII). Pues “no hay evangelización verdadera, mientras no se comunica el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios” (Evangelii Nuntiandi EN 22). La tarea de los Apóstoles se halla resumida en las palabras de San Pablo, predicar “a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, y necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza y sabiduría de Dios” (1Co 1,23 s.). ¿Cómo hubieran podido los Apóstoles emprender una obra de tal envergadura si no hubieran estado sostenidos por el poder del Espíritu Santo? ¿Cómo habría podido la Iglesia resistir las persecuciones, e incluso las terribles pruebas interiores de la heterodoxia y del cisma, si no hubiera experimentado, de manera irrevocable, junto a ella y en ella, la presencia de Jesucristo que le prometió su fiel asistencia “hasta el fin del mundo”? (Mt 28,20)

La evangelización de América Latina, como la de todos los pueblos de la tierra, es también una manifestación visible de cómo Dios impulsa a la Iglesia a crear nuevos espacios, nuevas comunidades en las cuales Cristo sea el principio y el fin.

La obra de la evangelización comienza, mas no termina. Sucesivas generaciones esperan el anuncio del Evangelio. Sucesivos cambios culturales reclaman luces nuevas, para poder superar la inmanencia asfixiante que destruye la persona, porque no ha querido escuchar y acoger a Dios. Los hombres se encuentran privados de la dimensión trascendente de su existencia, viviendo como a tientas en medio de “tinieblas y sombras de muerte” (cf. Mt Mt 4,16).

3. El evangelizador –de cualquier continente y lugar–, el catequista, es un hombre subyugado por el ejemplo y la llamada de Cristo, y movido por el celo de salvar a sus hermanos. Los hombres que no conocen a Jesucristo yacen a la vera del camino, como el viajero herido de la parábola del Buen Samaritano (cf. Lc Lc 10,30-37), junto al que pasaron indiferentes un sacerdote judío y un levita, a quienes ni estremeció ni interesó lo que hubiera sucedido o fuera a suceder más tarde al herido. El samaritano, en cambio, sintió como algo propio la poquedad y el sufrimiento del hombre asaltado; lo curó, lo vendó y se hizo cargo de él.

Esta es una imagen modélica de lo que deben ser los sentimientos del evangelizador: el hombre que se aflige con los que sufren, goza con los que gozan, y que se entrega a todos a fin de que otros participen de su inmensa alegría. Os exhorto, queridos hermanos, y con vosotros a vuestros sacerdotes, diáconos y fieles todos, a que deis testimonio de este celo, de esta caridad pastoral, de esa santa inquietud frente a vuestros hermanos. Sois responsables de vuestros fieles, sí, pero lo sois también, y a título muy especial, de los que, por cualquier motivo, no están en el redil. A nosotros los Obispos se nos aplica, en un sentido muy especial, la palabra del Profeta: “Me devora el celo de tu casa” (Ps 69 [68], 10).

Os invito pues, a pensar en algo que vosotros sabéis muy bien: nada es tan necesario e importante, para el hombre contemporáneo, como el anuncio de la Buena Nueva de salvación. Nada podemos darle que le sea más útil que este precioso tesoro, que el Señor ha confiado a nuestro ministerio. ¡Dad! ¡Dad sin descanso! Así el don de Dios será la bienaventuranza de los que lo acogen y de quienes lo entregan.

73 Al afirmar que la Iglesia es católica queremos decir que es evangelizadora, misionera y apostólica; si no tuviera esas características no sería la verdadera Iglesia de Jesucristo. ¡La vitalidad de la Iglesia se mide por su dimensión y proyección misionera y evangelizadora! “El Evangelio que nos ha sido encomendado –decía mi Predecesor Pablo VI– es también palabra de verdad..., verdad acerca de Dios, verdad acerca del hombre y de su misterioso destino, verdad acerca del mundo” (Evangelii Nuntiandi EN 78).

4. La finalidad de toda evangelización es suscitar la fe. Así lo recuerda el Apóstol: “¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien non han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la palabra de Dios” (Rm 10,14-17). Esa fe, don de Dios, nos introduce en la realidad más profunda del hombre y de cuanto lo rodea, porque sólo mediante la fe se pueden valorar las cosas y los hechos como Dios los valora.

Grandes han sido en los últimos tiempos los progresos de la ciencia y de la tecnología; grande es la repercusión de todo esto en la humanidad; pero ello no alcanza el nivel más profundo de la realidad, ni da una respuesta verdaderamente positiva y completa a los muchos interrogantes del hombre. Me complace recordar al respecto lo que dice la Carta a los Hebreos: “Por la fe sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece” (He 11,3). Eso mismo lo percibe la fe que es “garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven” (Ibíd. 11, 1).

Los santos son especialmente los que han tenido un conocimiento global más exacto de Dios, y lo han adquirido a través de una fe vivísima, nutrida en la contemplación y sostenida por el don de sabiduría. Cuando San Pablo afirma que “el justo vivirá por la fe” (Rm 1,17 cf. Ga Ga 3,11 He 10,38), está enunciando una verdad fundamental de la vida cristiana, porque los criterios con que un hombre vive de forma coherente como hijo de Dios, miembro del cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo, no son criterios puramente humanos. La Virgen María y San José, su esposo, fueron personas de gran fe. Isabel alabó a María por haber creído (cf. Lc Lc 1,45). José demostró su fe profunda y abnegada, no con palabras, sino con hechos de vida, que son los que cuentan en el plan divino (cf. Mt Mt 1,18-25 Mt 2,13-15). Ellos vivieron el misterio de la Encarnación en la oscuridad de la fe, “sin comprender” (cf. Lc Lc 2,50), pero aceptando humilde y confiadamente los designios de Dios.

5. Es cierto que muchas realidades del plan salvífico de Dios no se perciben sino a la luz de la fe, y al margen de ella pierden su sentido pleno e incluso su identidad cristiana. Cuando la fe no es profunda, esas realidades adquieren rasgos equívocos, se la soslaya, se la minimiza o se la cubre con un manto de silencio; si esto ocurriera en la conciencia de los fieles y en la enseñanza de los Pastores, sería inequívoca señal de que la fe ha perdido hondura y, quizás, contenido.

La fe, cuyo contenido esencial, es el designio salvífico de Dios, expresado en la Encarnación de su Hijo y en su obra redentora hasta el final de los siglos, a través de su Iglesia, es el fundamento de toda vida cristiana, en la que están unidas indisociablemente la adhesión a la verdad y su proyección concreta sobre la vida personal y social. Nada, absolutamente nada en la vida del hombre puede escapar a la valoración moral que procede de la fe. Pretender que un solo elemento de la vida humana sea autónomo respecto a la ley de Dios, es una forma de idolatría (cf. Ga Ga 4,20). El hombre, que por la fe adora a Dios en espíritu y en verdad, sabe que esa adoración y ese amor no serían tales si se negara a reconocer en el hermano la imagen de Dios (cf. Jn Jn 4,20 s; Mt 25,31 ss).

El crecimiento real de la Iglesia consiste en el acrecentamiento de la fe y de la caridad de sus miembros. Para eso evangelizamos. Y como en esta vida no se da la iluminación plena, por eso la Palabra de Dios tiene que seguir resonando siempre en medio del pueblo, por parte de aquellos que han recibido mediante la imposición de las manos el oficio de enseñar a sus hermanos con “la inescrutable riqueza de Cristo” (Ep 3,8).

Os aliento queridos Hermanos, y por medio de vosotros a vuestros sacerdotes y diáconos, a anunciar con perseverancia y con entusiasmo el misterio de la fe; felices de poder comunicar a otros lo que tanto necesitan: la luz de la vida eterna. El mensaje del Evangelio “es necesario. Es único. De ningún modo podría ser reemplazado. No admite indiferencia, sincretismo, ni acomodos. Representa la belleza de la Revelación. Lleva consigo una sabiduría que no es de este mundo” (Evangelii Nuntiandi EN 5).

6. En estos casi once años, de mi pontificado, he tenido ocasión de trataros y conocer vuestro difícil trabajo pastoral. He conocido personalmente a muchos de vuestros sacerdotes y fieles, y he podido visitar, en abril de 1987, algunas de vuestras Comunidades eclesiales. También he tenido ocasión de hablar con cada uno de vosotros, así como dirigirme a la Conferencia Episcopal en varias circunstancias. De este modo se han fortalecido los vínculos de fe y comunión entre las Iglesias particulares de Chile y esta Sede Apostólica.

A menudo mi pensamiento se dirige a vosotros, a vuestros queridos sacerdotes, así como a todos los religiosos, religiosas y laicos, que colaboran con vosotros en el campo del apostolado. También pienso en las comunidades de vuestras grandes ciudades, así como en aquellas más lejanas del sur de Chile, de la Isla de Pascua y del Altiplano del norte. Espero vivamente que cada comunidad parroquial esté profundamente unida al propio Obispo, de manera que éste sea verdaderamente el Padre y Pastor de su grey.

En efecto, en la Iglesia cada Obispo sabe que tiene una responsabilidad propia e inalienable en el desempeño de su misión de enseñar, santificar y gobernar al Pueblo de Dios. Esta es una potestad que cada Obispo ejerce en nombre de Cristo, esperando que los fieles sepan aceptar lo que los Obispos disponen para el bien de la propia diócesis.

74 En vuestras respectivas circunscripciones eclesiásticas, debéis fomentar el camino de la santidad para vuestros sacerdotes, religiosos y laicos, según la vocación peculiar de cada uno, persuadidos también de que debéis ser, como los Apóstoles, “sal de la tierra y luz del mundo” (cf Mt 5,13 Mt 5,14) y obligados por tanto “a dar ejemplo de santidad en la caridad, humildad y sencillez de vida” (Christus Dominus CD 15). Que el testimonio de tantos beneméritos Pastores que os han precedido os ayude en vuestro ministerio.

El Espíritu Santo os ha confiado la misma misión, que lleváis a cabo en circunstancias distintas. Hay quienes trabajan en diócesis bien organizadas, otros en Prelaturas y Vicariatos Apostólicos, con problemas típicos de tales circunscripciones eclesiásticas, así como es peculiar el ministerio pastoral que debe desempeñar el Obispo Castrense, en colaboración con los demás Obispos diocesanos. Sin embargo, todos sois conscientes de colaborar en la edificación de la Iglesia Santa de Dios con la palabra y el ejemplo, confiando siempre en la ayuda del Señor.

7. Antes de concluir, quiero pediros que llevéis mi saludo afectuoso a todos los miembros de vuestras Iglesias diocesanas: a los sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos y seminaristas, así como a los cristianos comprometidos en el apostolado; a los jóvenes y a las familias; a los ancianos, a los enfermos y a los que sufren. De modo particular decid a los sacerdotes y a las personas consagradas a Dios que el Papa les agradece su esforzado trabajo por el Señor y por la causa de la Evangelización, de tal manera que tiene plena confianza en su fidelidad.

A vosotros, Obispos de Chile, os agradezco en nombre del Señor vuestra solicitud pastoral por la Iglesia de Dios. En vuestra dedicación generosa al Evangelio contáis con la bendición y la intercesión de la Madre de Dios. Pido hoy a vuestra Patrona, Nuestra Señora del Carmen de Maipú, que os acompañe con su protección maternal, sobre todo en esta hora en que ya nos preparamos para celebrar el V Centenario de la llegada de la fe al nuevo mundo, que ha marcado indeleblemente a la Nación chilena con el signo vivificador de la Cruz de Cristo.

A la Virgen María, Señora de la Paz y Madre de los hombres, encomiendo una vez más a la querida sociedad chilena para que, en un ambiente de mutuo respeto y de búsqueda del bien común, vaya progresando en la paz y en el bienestar social.

Os acompaño en vuestra tarea pastoral con mi plegaria y mi solicitud apostólica, mientras os imparto mi Bendición, que hago extensiva a los amados hijos de Chile, a quienes recuerdo con tanto afecto.





                                                                                  Septiembre de 1989

                                              


A LOS DELEGADOS DE LAS UNIVERSIDADES CATÓLICAS


Castelgandolfo

Sábado 9 de septiembre de 1989



1. Me alegra mucho encontrarme con vosotros, delegados de las Universidades Católicas, elegidos por el III Congreso Internacional del pasado abril, y os agradezco profundamente el diligente y cuidadoso esfuerzo con que, estos días, os habéis dedicado a la preparación de un proyecto de documento sobre el espíritu, la estructura y los fundamentos institucionales de las Universidades Católicas. El tema interesa particularmente a todos los que actúan en los institutos universitarios católicos y es urgente profundizarlo por el bien de la Iglesia y de su misión en la sociedad contemporánea.

75 Deseo ante todo subrayar que el largo camino, recorrido juntamente en los años pasados por los organismos eclesiales competentes en lo que se refiere a las Universidades Católicas, ya ha dado frutos alentadores.Tanto a nivel de Iglesias particulares como a nivel de la Iglesia universal se ha desarrollado una mayor corresponsabilidad acerca del papel de las Universidades Católicas. El trabajo emprendido debe proseguirse y perfeccionarse ulteriormente con la generosa contribución de todos: del laicado y de las familias religiosas, de las Conferencias Episcopales y de las organizaciones entre las universidades, de las que la Federación Internacional de Universidades Católicas es expresión autorizada.

El camino del diálogo y de la comunión solidaria entre estas instancias eclesiales y la Santa Sede es el único adecuado para conseguir los frutos deseados.

2. En las palabras que dirigí al congreso antes mencionado hice notar cómo el adjetivo "católico", mientras por un lado califica a la Universidad, por otro la ayuda a realizarse según su verdadera naturaleza y a superar los peligros de distorsiones indebidas. En aquella ocasión aludí también a la exigencia de una reflexión esmerada acerca del sentido eclesial de la Universidad Católica, a la luz de las dos Constituciones del Concilio Vaticano II, Lumen gentium y Gaudium et spes, y de la Declaración Gravissimum educationis. Es un aspecto sobre el cual vale la pena volver.

3. Una esmerada reflexión acerca del sentido eclesial de la Universidad deberá desarrollarse sobre la base de los principios eclesiológicos de los citados documentos. Se trata, como es bien sabido, de una eclesiología de comunión, que presenta a la Iglesia como Pueblo de Dios jerárquicamente estructurado. Este pueblo, en virtud de su participación en el misterio salvífico de Cristo, está constituido en la tierra como comunidad de fe, de esperanza y de caridad, a través de la cual Cristo difunde sobre todos la verdad y la gracia. Mediante el ministerio de los sagrados Pastores, a los que ha sido confiada la misión de discernir y de ordenar los carismas de los diversos miembros para el bien de todo el cuerpo, la Iglesia se pone como "signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano". De tal modo continúa la obra de Cristo en el mundo.

En este contexto teológico debe colocarse la misión y la responsabilidad de las Universidades Católicas. Estas participan obviamente de modo propio y peculiar en la misión de la Iglesia misma, pues viven y operan en su seno. En efecto, en el ámbito de la universidad católica realizan su misión apostólica, íntimamente derivada de la fe, personas revestidas de sagrada potestad para el servicio de los hermanos, como también, como miembros con título pleno del Pueblo de Dios, laicos dotados de carismas específicos o revestidos de particulares responsabilidades.

Sin embargo, esto no basta para definir la específica función eclesial de una Universidad Católica que, en cuanto expresión -en cierto sentido- de Iglesia, participa de la misión de ésta no sólo a nivel de personas aisladas sino también de comunidad. Con mucha razón, por tanto, habláis también de esfuerzo institucional de las Universidades Católicas.

4. De esto deriva que, si el cristiano, llamado a compartir con la Iglesia entera una tarea apostólica, debe obrar en sintonía con aquellos que han sido revestidos del "munus pastorale", con mayor razón vale eso para los organismos de apostolado eclesial que actúan a nivel institucional. A este respecto vale también lo que el mismo Concilio dijo en el Decreto Apostolicam actuositatem (cf. n. 24) acerca de la relación entre apostolado de los laicos y jerarquía.

Por eso las notas esenciales de una Universidad Católica, que describió el documento elaborado por el segundo congreso de los delegados, en noviembre de 1972, recuerdan con razón la exigencia de una íntima comunión con los Pastores de la Iglesia.

5. A la luz del Concilio Vaticano II, los Pastores de la Iglesia no pueden ser considerados como agentes externos a la Universidad Católica, sino como partícipes de su vida. He tomado nota con gusto de cuanto se dijo a este propósito en una recomendación del tercer congreso del pasado abril. Es oportuno que se saquen las consecuencias prácticas de esa recomendación aunque, como resulta obvio, de modo diferente según el tipo de universidad, y según las diversas facultades y las peculiares condiciones de los lugares.

6. En esta perspectiva aparecen evidentes también dos responsabilidades inseparables: la de la Iglesia hacia la Universidad Católica y la de la Universidad Católica hacia la Iglesia.

Por una parte será preciso sensibilizar más al Pueblo de Dios acerca de la indispensable función de las Universidades Católicas en el mundo de la cultura y especialmente en algunos contextos sociales. Hoy se nota cada vez más claramente un despertar de la sensibilidad eclesial con respecto al papel de las Universidades Católicas, con la consiguiente disponibilidad al sostenimiento moral y material por parte de la comunidad de los fieles, los cuales, mediante iniciativas apropiadas y a diversos niveles, pretenden hacer que toda universidad pueda perseguir adecuadamente sus propios objetivos.

76 Por otra parte, sin embargo, no se puede negar que ese despertar eclesial debe encontrar su momento importante en el seno de las mismas Universidades Católicas, ya que éstas son por su naturaleza un lugar privilegiado de promoción del diálogo entre fe y cultura, entre fe y ciencia. En la universidad, además, se forman los futuros hombres del saber, los cuales, asumiendo tareas comprometedoras en la sociedad y testimoniando con coherencia su fe ante el mundo, contribuirán a alimentar ulteriormente la participación comunitaria en los problemas de la universidad.

Este deber aparece cada vez más urgente, de manera especial si se tiene presente que hoy las preguntas acerca de los valores supremos se han hecho más insistentes, mientras la mentalidad pragmática y hedonista de la vida lleva a contrastes sociales y morales que pueden comprometer gravemente tanto la dignidad y la libertad de las personas como el bien de la sociedad.

7. Me he enterado con satisfacción de que la Congregación para la Educación Católica ha realizado una encuesta acerca de los Centros católicos presentes en el mundo. Esta encuesta ha llevado a la redacción de un "Directory of Catholic Universities and other Catholic Institutions of Higher Education", que registra al menos 936 Instituciones. Bajo este aspecto se entreven nuevas tareas de servicio también para la Santa Sede y la exigencia de relaciones adecuadas y actualizadas con los organismos representativos de las Universidades Católicas.

En mis viajes pastorales, como es bien sabido, siempre he deseado encontrarme con las Universidades Católicas de toda nación, para tratar los aspectos y las problemáticas peculiares de cada universidad. En el presente encuentro, tan relevante por los participantes y por los temas afrontados, he considerado oportuno llamar la atención de todos vosotros hacia algunos puntos fundamentales, deseando que sean ocasión de fecundos desarrollos y de aliento para la misión que os corresponde.

Al invocar sobre vuestras personas la abundancia de los favores divinos, con la protección de la Bienaventurada Virgen María, Sede de la sabiduría, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.






A LOS OBISPOS DE VENEZUELA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Castelgandolfo, jueves 21 de septiembre de 1989



Señor cardenal,
queridos hermanos en el episcopado:

1. Con profunda alegría recibo hoy a los Pastores del Pueblo de Dios en Venezuela. Os siento acompañados por todos los fieles de vuestras respectivas diócesis. Junto con el Apóstol doy gracias “a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en mis oraciones. Tengo presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la paciencia en el sufrir que os da vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor” (cf. 1Tes 1Th 1,2-3).

Deseo agradecer ahora al Señor Cardenal José Alí Lebrún Moratinos, Arzobispo de Caracas y Presidente de la Conferencia Episcopal, las sentidas palabras que me ha dirigido, en nombre también de todos los presentes, haciéndose portavoz de vuestros colaboradores diocesanos y de vuestros fieles.

Recuerdo con especial afecto mi viaje apostólico a vuestra Nación. La religiosidad del pueblo venezolano, su cercanía a la Sede Apostólica, así como sus propios valores de hospitalidad, cariño y alegría, tolerancia y cordialidad quedarán grabados para siempre en mi corazón. Es de desear que los frutos de aquella visita pastoral sigan enriqueciendo vuestras comunidades con nuevas vocaciones dedicadas a una evangelización más intensa.

77 2. Con ocasión de vuestra visita “ad limina”, quiero recordar también un hecho de hondo significado en la vida de vuestro País. Este año se cumplen veinticinco años de la firma del Convenio entre la Santa Sede y el Gobierno de Venezuela (6 de marzo de 1964). Dicho acuerdo ha facilitado unas relaciones progresivamente más cordiales y más coordenadas entre la Iglesia y el Estado. En ellas han brillado de modo armónico el respeto y la libertad mutuas en el desempeño de las respectivas funciones. La Iglesia católica, a la que en su gran mayoría pertenece el pueblo venezolano, es considerada oficialmente como un interlocutor válido que aporta valores y actitudes de vital importancia para la edificación de un país más fraterno y justo, en el marco del bien común.

Esta visita a la Sede del Apóstol Pedro deberá significar un progreso en vuestro ministerio pastoral, porque – como recuerda el Directorio que la inspira – ofrece la ocasión de hacer un balance profundo y una planificación más armónica y eficaz de la acción pastoral. No se trata de analizar aquí cada uno de los problemas que más os preocupan y que me habéis dado a conocer. Sé muy bien que en vuestras Asambleas episcopales abordáis con prudencia estos temas concretos, a veces delicados y difíciles pero ineludibles, que afectan a la Iglesia y al hombre venezolano.

3. En este encuentro colectivo deseo reflexionar con vosotros acerca de algunas de las cuestiones de mayor importancia en el momento actual de la Iglesia en Venezuela.

El Concilio Vaticano II ha puesto en plena luz la condición esencialmente misionera de la Iglesia. En efecto, ella debe estar abierta a todos; debe ser punto de referencia y credibilidad para todos, obedeciendo así al mandato de Jesucristo: “Id por todo el mundo” (
Mc 16,15).

La Iglesia, de este modo se presenta ante el mundo “como sacramento”, para llevar a cabo la salvación de los hombres en Cristo (cf. Lumen gentium LG 1).

Nuestro reto hoy es: ¿Cómo transmitir el mensaje de salvación de manera integral y vital, de modo que pueda ser acogido como gracia y exigencia por cualquier hombre, sea cual fuere su situación personal, familiar y social?

Ella debe proclamar abiertamente. a Jesucristo. Toda ella y su actividad ministerial debe ser un gran testimonio de Jesús muerto y resucitado. La imagen visible de Dios en el mundo no es otra que la de Cristo crucificado por amor. Y la manera de predicarlo y mostrarlo a los demás, no es otra que con la propia vida, como dice Pablo: “Sed imitadores míos, y fijaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros” (Ph 3,17). Porque la misma Palabra de Dios no puede quedarse en la sola predicación oral, sino que exige el testimonio de una vida cristiana comprometida y consecuente.

Este ha sido vuestro objetivo prioritario al convocar una Misión Permanente en todo el país, con miras a “formar hombres nuevos y mujeres nuevas para una Venezuela nueva”. Con esta Misión buscáis coordinar esfuerzos para una pastoral de conjunto, que quiere atender de manera prioritaria la familia, la juventud, las vocaciones y la construcción de la nueva sociedad.Este esfuerzo evangelizador es muy adecuado como preparación a la celebración del Quinto Centenario de la Evangelización de América.

4. La tarea que os habéis propuesto es ciertamente exigente y alentadora: queréis formar “hombres nuevos”. Hombres que, superando el pasado positivismo antirreligioso o la idea de que la fe es un asunto exclusivo de personas pusilánimes o de niños se esfuercen en acrecentar su formación religiosa y se sientan llamados a testimoniar su compromiso cristiano. Hombres y mujeres que estén presentes en todos los niveles de la sociedad: el arte, la cultura, la política, el trabajo. No han faltado entre vosotros ejemplos destacados de cristianos comprometidos en el campo intelectual y profesional, como lo fue el Dr. José Gregorio Hernández. Hombres nuevos, por tanto, “Para una Venezuela nueva”, más cristiana, es decir, más justa y más fraterna.

A este respecto, en los encuentros personales habéis tenido ocasión de exponerme cómo la situación económica del Continente y de vuestro País no es nada halagüeña; por eso, hoy más que nunca, la solidaridad es un mensaje que debe hacerse activo y operante en los sectores más desprotegidos de la sociedad. Como tuve ocasión de hacer presente a los miembros de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe: “¡Los pobres no pueden esperar! Los que nada tienen no pueden aguardar un alivio que le llegue por una especie de rebalse de la prosperidad generalizada de la sociedad” (Discurso a la Comisión económica para América Latina y el Caribe , Santiago Chile, 3 de abril de 1987, n. 7) .

Permitidme, a este respecto, recordaros unas palabras de mi encíclica “Sollicitudo Rei Socialis”: “Con sencillez y humildad quiero dirigirme a todos, hombres y mujeres sin excepción, para que convencidos de la gravedad del momento presente y de la respectiva responsabilidad individual, pongamos por obra –con el estilo personal y familiar de vida, con el uso de los bienes, con la participación como ciudadanos, con la colaboración en las decisiones económicas y políticas y con la propia actuación a nivel nacional e internacional– las medidas inspiradas en la solidaridad y en el amor preferencial por los pobres. Así lo requiere el momento, así lo exige sobre todo la dignidad de la persona humana, imagen indestructible de Dios Creador, idéntica en cada uno de nosotros” (Sollicitudo Rei Socialis SRS 47).

78 5. Para llevar a cabo vuestra tarea evangelizadora necesitaréis, en los próximos años, un buen número de sacerdotes, religiosos y religiosas, así como agentes de pastoral, todos ellos apóstoles y laicos corresponsables. En este sentido será aconsejable llevar a cabo una oportuna campaña de orientación y selección vocacional, para que el reto de la respuesta y de la perseverancia puedan afrontarse con garantías. Sé que es éste un tema ya tratado en algunas de vuestras Asambleas y que forma parte también de vuestras prioridades pastorales.

Un tema más importante, si cabe aún, es el de la formación de los futuros sacerdotes. Conozco vuestro celo y preocupación en este campo. Se precisan excelentes formadores. Por ello tratad de buscar las personas mejor preparadas, para que la formación integral de los candidatos al sacerdocio pueda llevarse a cabo en un clima de colaboración fraterna.

Al igual que Jesucristo llamó a sus apóstoles “para que estuvieran con él” (
Mc 3,14), los aspirantes al sacerdocio deberán profundizar progresivamente en el mensaje y la persona de Jesucristo, en contacto íntimo con su Palabra y a través de la oración personal y comunitaria, con su tiempo de recogimiento y silencio.

Por otra parte, las grandes zonas urbanas y del interior, todavía no atendidas suficientemente por la Iglesia en vuestro país –muchas de ellas muy pobres– pueden ser el campo donde generosos y abnegados sacerdotes puedan desplegar sus ansias apostólicas con los humildes y sencillos para llevarles el pan de la Palabra y los sacramentos.

Os encomiando de modo especial el cuidado de los sacerdotes jóvenes. Ellos necesitan particularmente de vuestra cercanía, así como de vuestra comprensión y guía serena. En la vida sacerdotal, especialmente al principio, pueden presentarse situaciones de soledad o incomprensión, que requieren un acompañamiento pastoral atento –humano y espiritual– y una ayuda adecuada.

6. En el importante campo de la colaboración intraeclesial se inscribe todo lo referente a la relación y comunión entre los Obispos y los Religiosos. Como señala el documento “Mutuae Relationes”: “Los Obispos, en unión con el Romano Pontífice, reciben de Cristo-Cabeza la misión de discernir los dones y las atribuciones, de coordinar las múltiples energías y de guiar a todo el pueblo a vivir en el mundo como signo e instrumento de salvación. Por lo tanto, también a ellos ha sido confiado el cuidado de los carismas religiosos... Y por lo mismo, al promover la vida religiosa y protegerla según sus propias notes características, los Obispos cumplen su propia misión pastoral” (Mutuae Relationes, 9 c.).

Los religiosos tuvieron en el pasado histórico de Venezuela, así como de toda América, un papel primordial en la obra de evangelización. Hoy día colaboran en vuestras diócesis en diversos apostolados y ministerios. Para fortalecer la conciencia de la unidad eclesial, es necesario profundizar en el diálogo Obispos-Religiosos, lo cual lleve a superar les dificultades que se pueden presentar, y haga posible su plena integración en una pastoral de conjunto, con fidelidad a la Iglesia y con el debido respeto de sus respectivos carismas. Ello ayudará también a fomentar “la fraternidad y los vínculos de cooperación entre el clero diocesano y las comunidades religiosas. Por eso, se da gran importancia a todo aquello que favorezca, aunque sea en plan sencillo y no formal, la confianza recíproca, la solidaridad apostólica y la concordia fraterna” (cf. Ecclesiae Sanctae, I, 28; Mutuae Relationes, 37).

7. En el esfuerzo que estáis haciendo para que la voz de Cristo resuene y llegue a todos los hombres y mujeres de vuestra Patria, me complace congratularme con vosotros por la presencia iluminadora y significativa de la Iglesia en los medios de comunicación social. Habéis hecho ya un intento loable en el campo de la radio, de la televisión y de la prensa, que está dando los primeros frutos, tan necesarios en una sociedad que se deja subyugar fácilmente por promesas fugaces.

Proseguid en esta tarea, siempre abiertos al Espíritu, a sus inspiraciones e iniciativas, para aportar vuestra orientación pastoral cuando surjan nuevas realidades y problemas.

Sé que un tema que os preocupa es el incremento de la acción proselitista de sectas en vuestro país, en particular entre la población menos favorecida económica y culturalmente. La Iglesia católica debe preguntarse cuál es el desafío que estas sectas plantean a la propia acción pastoral y a la formación cristiana y bíblica de los fieles. Es importante, por ello, instruir, mediante una catequesis capilar, a todo el pueblo fiel, para que conozca la verdadera doctrina de Jesucristo y las enseñanzas de la Iglesia, que es la Madre y Maestra de nuestra fe.

En esta misma línea catequética, sé que tratáis de afrontar el preocupante hecho de que un elevado porcentaje de la población escolar no recibe instrucción ni atención religiosa alguna. Haced un llamado a los agentes de pastoral para que en los próximos años, y a pesar de la escasez de recursos, se dediquen con especial esmero a este urgente campo de la evangelización: la catequesis.

79 8. Dentro de vuestra misión como educadores en la fe, veis la necesidad de un discernimiento espiritual, respetuoso pero claro, respecto de los grupos “sincretistas y esotéricos”, hoy especialmente activos en muchas zonas del País. La misma religiosidad popular debe purificarse de la atracción excesiva por lo “misterioso” y “mágico”, en lo referente a acontecimientos extraordinarios, que, aparentemente, superan los límites de la mente humana.

La Iglesia aprueba e incluso fomenta aquellas manifestaciones externas de la religiosidad popular que ayudan al crecimiento de la fe, que es auténtica cuando está basada en los elementos esenciales del cristianismo.

Me refiero particularmente a las celebraciones litúrgicas y a otras manifestaciones religiosas comunitarias: la veneración de las imágenes de la Virgen María y de los Santos, de antigua tradición en las Iglesias locales. Todo ello está en la línea de la encarnación de Cristo y de la Iglesia en el mundo y en el alma de todo ser humano.

9. Al terminar este grato encuentro con vosotros, queridos Hermanos en el episcopado, quiero agradeceros vivamente vuestra abnegada labor como Pastores de la Iglesia. Os aliento y animo en vuestra constante tarea ministerial. Mucho es lo que habéis conseguido realizar; pero constatáis que todavía quedan amplios sectores en donde trabajar. Toda esta tarea evangelizadora la confío a la Virgen de Coromoto, patrona de Venezuela, para que la haga fructificar y para que os acompañe en vuestro ministerio.

En prenda de la constante protección divina, os imparto mi especial Bendición Apostólica, que hago extensiva a todos los miembros de la querida Iglesia y Nación venezolana.








Discursos 1989 71