Discursos 1989 84


A LOS OBISPOS DE PARAGUAY


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


85

Sábado 21 de octubre de 1989





Amadísimos hermanos obispos del Paraguay:

1. Con sentimientos de vivo gozo os recibo en este encuentro colectivo que constituye un momento culminante de vuestra visita “ad limina”. Doy fervientes gracias a Dios que me ofrece esta oportunidad de compartir los anhelos y esperanzas vuestras y de los sacerdotes, religiosos, religiosas y demás agentes pastorales que, con abnegación no exenta de sacrificios, colaboran en servir a las comunidades eclesiales que el Señor os ha confiado.

Recuerdo con especial afecto mi viaje apostólico a vuestra Nación, durante el cual tuve el gozo de canonizar al P. Roque González de Santa Cruz, primer santo del Paraguay, y a sus dos compañeros Alfonso Rodríguez y Juan del Castillo. Fueron jornadas de intensas celebraciones durante las cuales los fieles de todas las regiones del país supieron mostrar su acendrada religiosidad, piedad mariana y filial cercanía al Sucesor de Pedro. A ellos quise llevar la palabra del Evangelio para cumplir así el mandato del Señor de predicar a todas las gentes (cf. Mt Mt 28,19).

Durante veinte siglos la Iglesia ha llevado a cabo su misión evangelizadora. En nuestros días, las nuevas generaciones de la familia humana proponen nuevos desafíos; y todo ello reclama, sobre todo de los Pastores del Pueblo de Dios, un espíritu atento para percibir las necesidades emergentes, la capacidad de discernimiento a la luz del designio salvífico y el planteamiento de adecuadas iniciativas pastorales.

Las visitas “ad limina” son una ocasión singularmente propicia que permite al Sucesor de Pedro compartir la solicitud de sus Hermanos en el Episcopado y, al mismo tiempo, reforzar con ellos los vínculos de comunión y afecto. De este modo, también vuestras Iglesias particulares son protagonistas activos en la tarea amplia y eficaz, de hacer presente el Reino de Dios en medio de la sociedad.

A lo largo de nuestros coloquios personales hemos tenido ocasión de examinar diversos aspectos del contexto variado en el que desarrolláis vuestra labor pastoral. Ahora, en este encuentro colectivo, quisiera ofrecer unas consideraciones que puedan servir de orientación para vuestros proyectos pastorales.

2. En primer lugar, quiero referirme a la acción ministerial en el Paraguay, en el marco de la nueva evangelización en América Latina. Esta es una tarea de largo alcance, que, en los umbrales del Tercer Milenio, está llamada a dar vida, en vuestras tierras, a una renovación de la Iglesia y su misión en el mundo actual, siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II.

“Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre; pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad” (Gaudium et spes GS 3) el destinatario de la nueva evangelización. Por eso, la vitalidad evangelizadora de la Iglesia está precisamente en proclamar que el hombre ha sido elevado a la dignidad de hijo adoptivo de Dios, y esto constituye el centro mismo de su vida religiosa.

El hombre toma verdadera conciencia de esta filiación al descubrir que “Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo” (Ga 4,6). Sólo al sentirse amado por Dios el hombre comprueba que su amor alcanza la plenitud a nivel humano, y así es como llega a comprender el sentido de su existencia terrena.

En efecto, es sorprendente el modo con que Dios nos ha manifestado su amor. Por medio de la Encarnación de su Unigénito, Dios ha derribado los confines estrechos de la historia terrena, dándonos la posibilidad de inscribir nuestra existencia en el plano de la relación afectiva con Dios. Y tan hondamente ha entrado la Persona del Verbo en nuestra naturaleza y en nuestra historia humana, que nada de lo que es valioso en la vida de los hombres ha quedado excluido del amor filial a nuestro Padre Dios. Esta verdad básica de la economía de la salvación es el fundamento de toda la acción evangelizadora que estáis realizando.

86 3. La situación de la Iglesia en vuestro país presenta exigencias en cierto modo contrastantes, por lo que puede existir el riesgo de una fragmentación de la acción pastoral, o bien una polarización unilateral hacia ciertos sectores, descuidando otros.

En efecto, determinadas realidades eclesiales en el Paraguay requieren lo que podríamos llamar una pastoral de la madurez cristiana. Esto lo hace pensar la arraigada presencia de la Iglesia en vuestra sociedad, las ricas devociones y tradiciones populares, el prestigio de los Pastores, la caridad cristiana – sencilla y cordial – que hace posible una actitud serena y esperanzada ante tantas adversidades. Sin embargo, existen otras realidades menos confortantes, que reclaman la nueva evangelización. En efecto, la difusión de las sectas –no propensas en su mayoría al diálogo ecuménico– ha evidenciado una evangelización no suficientemente profunda de amplios sectores. Además, en los ambientes intelectuales y en la cultura urbana ya se asoma el secularismo, reforzado por el hecho de ser cultura dominante en los países altamente industrializados.

Entre los temas apuntados podría mencionarse una amplia gama de situaciones intermedias, que requieren ulterior atención. Baste recordar la pastoral matrimonial y familiar o la promoción de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

4. Vuestra labor ministerial, amados Hermanos, ha de abarcar toda la compleja realidad de las comunidades eclesiales que os han sido confiadas. En nuestros días se hace particularmente necesario reavivar en los fieles la conciencia de su responsabilidad en la Iglesia. En efecto, en la amorosa aceptación de Cristo del designio salvífico del Padre se fundamenta la necesidad de amarnos entre sí como hermanos, y ayudarnos mutuamente a vivir como cristianos. La Iglesia no sería tal si cada cristiano no estuviera convencido de que está siempre en continua interrelación con los demás.

Asimismo, la posibilidad de ayudar está siempre al alcance de cada fiel: en el hogar, en los lugares de trabajo y de descanso, en las reuniones familiares y sociales, en la actuación pública, en la educación y en la asistencia sanitaria. Cada uno ha de sentir, cada vez más, la responsabilidad de sostener a todos con el estímulo de su palabra y de su comportamiento. Esto es lo que permite pensar en una comunidad viva, capaz de crecer ulteriormente con vigor.

Ese amor cristiano se consolida como auténtica realidad de comunión en la Iglesia. Como testigos de la fe, predicamos el Evangelio convocando la Iglesia (cf. Christus Dominus
CD 11). Pero es sobre todo la Eucaristía el sacramento que congrega al Pueblo de Dios. Congregavit nos in unum Chrtsti amor, canta la Iglesia durante la Misa in Cena Domini del Jueves Santo. Las palabras de la Consagración nos recuerdan cuán grande es el amor del “que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13).

5. En este clima de generosidad sin límites es como deben orientarse y formarse las vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada. Durante mi último viaje apostólico a América Latina puse de relieve que el número de vocaciones sacerdotales y religiosas refleja la madurez de las comunidades cristianas. En efecto, es el amor a los propios hermanos lo que, en última instancia, mueve a aceptar la llamada divina. En una palabra: la caridad cristiana es el crisol en que se fraguan las vocaciones.

En vuestra solicitud pastoral, queridos Hermanos, prestad particular cuidado a la adecuada preparación doctrinal y humana de los seminaristas. Los seminarios y casas de formación, como repetidamente lo indican las instrucciones de la Santa Sede, han de proveer a la formación integral de la persona, con una sólida base espiritual, moral e intelectual, con una sana disciplina y espíritu de sacrificio. Sólo así será posible responder a las necesidades de los fieles, que esperan que sus sacerdotes sean, ante todo, ejemplo de santidad y de servicio para sus comunidades.

En esta línea de comunión, en que el cristiano vive su vida de fe junto con los demás, se ha de enfocar la pastoral matrimonial. Los esposos necesitan una orientación constante en su camino, que les ayude sobre todo a profundizar la sacralidad y la indisolubilidad del matrimonio. En este sentido, la Eucaristía tiene un papel fundamental, ya que en ella se manifiesta y realiza el amor total que une a Cristo con su Iglesia. Este es el “gran misterio” que ilumina la vida del matrimonio cristiano (cf. Ef Ep 5,32).

6. El ejemplo de amor y generosa entrega de Cristo es una llamada a la solidaridad. Esta no puede quedar circunscrita sólo al ámbito de la Iglesia, sino que debe abarcar toda la vida social. En este sentido, como bien sabéis, queda mucho por hacer para que en la sociedad se manifieste el verdadero espíritu cristiano, pues la caridad no puede convivir con la injusticia. Como tuve ocasión de señalar durante mi visita pastoral a vuestro país, “la consecución del bien común supone lograr aquellas condiciones de paz y justicia, seguridad y orden, desarrollo intelectual y material indispensables para que cada persona pueda vivir conforme a su propia dignidad” (Discurso al Presidente de la República en Asunción, n. 3, 16 de mayo de 1988).

Al igual que en otros lugares del mundo, también en el Paraguay existe una desigual distribución de bienes y recursos, con el resultado de que algunos sectores de la sociedad no pueden satisfacer sus necesidades más perentorias. Vuestra solicitud por los más pobres, amados Hermanos, os ha de llevar a que todos sean conscientes de que la solidaridad es una exigencia del Evangelio para que, de acuerdo con la doctrina social de la Iglesia, se busquen soluciones efectivas con miras a hacer posible el deseado progreso para todos, en libertad y pacífica convivencia.

87 Determinante es también la responsabilidad del laico en la vida política. Así lo ha entendido el Concilio Vaticano II al alentar la participación ordenada de todos los ciudadanos en la vida pública, pero respetando siempre el bien común de todos.

Por esto, en la acción solidaria de la Iglesia y en la promoción de la justicia es también ineludible la presencia de los laicos. Teniendo en cuenta que su tarea es “poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas, escondidas pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo” (Evangelii nuntiandi
EN 70), ellos han de ir tomando conciencia de esta responsabilidad para poder ser promotores de todas aquellas iniciativas que, en última instancia, deben estar destinadas a la edificación del reino de Dios.

7. Un recuerdo especial lo reservo para los grupos indígenas, tan probados por la pobreza y el abandono. Conozco bien la preocupación pastoral con que afrontáis la acción evangelizadora entre estos pueblos, tratando de promover al mismo tiempo los genuinos valores de sus culturas, como habéis puesto de relieve en el reciente Mensaje: “La tierra: don de Dios para todos”. Os animo a proseguir en esta delicada tarea de iluminar, desde la Palabra de Dios, la compleja cuestión de la tenencia de tierras, pidiendo una justa distribución de las mismas para todos, como uno de los derechos primarios cual es el de la digna subsistencia.

Queridos Hermanos: junto con mi palabra de afecto, especialmente para los más pobres y olvidados, os pido que llevéis también mi cordial saludo a vuestros sacerdotes, a los religiosos, religiosas, seminaristas y demás agentes de pastoral. Decidles que el Papa les agradece sus trabajos por el Señor y por la causa del Evangelio, y que también confía en su fidelidad y entrega.

A Nuestra Señora de Caacupé, Patrona del Paraguay, encomiendo vuestra constante misión evangelizadora en medio de las propias Comunidades eclesiales, para que Cristo, su Hijo, sea cada vez más conocido, amado y acogido en el corazón de los paraguayos.

A todos imparto de corazón mi Bendición Apostólica.






A LOS OBISPOS DE URUGUAY


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 26 de octubre de 1989



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Es para mí motivo de alegría poder encontrarme de nuevo con vosotros. Hace apenas un año que tuve el gozo de viajar al Uruguay y de conocer la Iglesia de la que sois Pastores. Aquella segunda etapa del viaje que comencé en 1987 –y del que conservo un recuerdo entrañable– me permitió visitar a algunas de vuestras diócesis, para cumplir la misión de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc Lc 22,32).

Una de las satisfacciones que recibí en el Uruguay fue, sin duda, comprobar que en vuestro país, hay muchos hombres y mujeres que, como en los tiempos de Jesús, esperan con verdadera hambre la palabra de Dios (cf. Ibíd. 5, 1). Sí, en el Uruguay, al igual que en otras partes del mundo, encontré apertura al mensaje redentor de Cristo y unión afectiva con el Sucesor de Pedro.

Vosotros, Venerables Hermanos, sois Pastores de una Iglesia que, en el contexto de los países latinoamericanos, se caracteriza por su juventud. En efecto, hace sólo pocos años que celebramos el centenario de la erección de su primera diócesis. La joven Iglesia que peregrina en esa Nación se encuentra en una etapa crucial de su existencia, como es la del crecimiento, y espera de vosotros una abnegada solicitud pastoral no exenta de sacrificios.

88 Siempre, pero más especialmente en esta etapa de crecimiento, la unión íntima con el Señor es la condición necesaria para una labor fructuosa. Sé que tenéis presente que “la Iglesia del nuevo Adviento, la Iglesia que se prepara continuamente a la venida del Señor, debe ser la Iglesia de la Eucaristía y de la Penitencia. Sólo bajo ese aspecto espiritual de su vitalidad y de su actividad, es la Iglesia de la misión divina, la Iglesia in statu missionis, tal como nos la ha mostrado el Concilio Vaticano II” (Redemptor hominis RH 20).

Mientras fomentamos la unión vital de cada miembro con Jesucristo, Cabeza de su Cuerpo Místico, este período de crecimiento que vive la Iglesia en el Uruguay requiere también que se refuercen los lazos que la unen con la Iglesia universal.

2. Por las relaciones quinquenales que habéis enviado, y en el diálogo mantenido con vosotros, he podido apreciar que os preocupa grandemente el problema de la falta de vocaciones sacerdotales. Comparto y hago mía vuestra preocupación, y quisiera considerar con vosotros algunos medios que puedan ayudaros a superar esta grave necesidad.

En primer lugar, sabemos que el nacimiento de las vocaciones depende de Dios, que inspira y da la gracia, pero, en cierto sentido, también está en nuestras manos. “Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38), nos dice el Señor. La oración es nuestra fuerza y nuestro principal recurso. Fomentemos en todos las plegarias por esta intención: que recen los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, los niños, los jóvenes, los adultos y los ancianos; que recen especialmente los enfermos, predilectos de Dios, para que el Señor suscite muchas y selectas vocaciones sacerdotales. Tened la seguridad de que si rezamos intensamente y con perseverancia, la oración no dejará de producir frutos.

El Concilio Vaticano II nos recuerda que son las familias cristianas las que prestan a la Iglesia la mayor ayuda para el florecimiento de vocaciones sacerdotales; en este sentido, llama a las familias cristianas “el primer seminario” (Optatam totius OT 2). Por eso la Iglesia se dirige con particular insistencia a los padres, para que fomenten en sus hogares la atmósfera espiritual en la que pueda madurar la fe, que suscite vocaciones sacerdotales y religiosas.

Como habéis puesto de relieve, la moral familiar en vuestro país se ve debilitada, entre otras cosas, por una legislación que, en la práctica, favorece el divorcio y, en consecuencia, no educa en los valores de la unidad y fidelidad matrimoniales. Es verdad que éste es un grave problema, al que se le añade el drama aún más profundo de la difusión del aborto, pero esta dolorosa situación, al mismo tiempo que nos empuja a no cesar en la proclamación del plan de Dios sobre el matrimonio y la familia y sobre el respeto a la vida humana desde el primer instante de su concepción (cf. Alocución a los obispos uruguayos en la Nunciatura de Montevideo, 8 de mayo de 1988), ha de ser un estimulo para orar con mayor intensidad por las vocaciones sacerdotales: ¡cuánta falta hacen buenos pastores que prediquen el mensaje de salvación que Cristo ha confiado a su Iglesia!

3. El firme deseo de servir a los fieles y la confianza en el Señor os deben llevar a dar nuevo impulso a una pastoral vocacional de conjunto, comenzando por la atención a las familias cristianas y por la formación de los jóvenes que se preparan para el matrimonio, para que sepan ver como un gran don de Dios la vocación sacerdotal de uno de sus hijos.

El Concilio Vaticano II desea que “todos los sacerdotes consideren el seminario como el corazón de la diócesis” (Optatam totius OT 5). Vuestro Seminario Interdiocesano ha de ser, pues, para todos los sacerdotes uruguayos, una referencia clave en su ministerio. Promover vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa no puede considerarse como un “carisma” exclusivo de algunos sacerdotes; antes bien, es una necesidad que incumbe a todos, porque bien sabemos que el futuro de la Iglesia depende en gran medida de sus pastores. Todos sentimos la obligación de corresponder al inmerecido amor de predilección con el que Dios nos ha llamado a ser sus ministros: la mejor forma de hacerlo, y que Dios premiará con creces, es rezar y trabajar sin descanso para que nuestro sacerdocio se perpetúe en la tierra por medio de nuevas vocaciones.

Siguiendo las enseñanzas del Concilio, hay que decir que el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas depende, en gran parte, del cuidado con que se las atienda desde la adolescencia, en los primeros centros vocacionales o en los Seminarios Menores. ¡Qué importante es alentar en las almas de los niños y de los adolescentes el deseo de seguir las huellas de santos sacerdotes!

Más tarde, en el Seminario Mayor, deberán ser formados en una “identidad” sacerdotal sin ambigüedades ni complejos. Nuestro tiempo tiene avidez de sinceridad y pide claridad de propósitos y fidelidad a los compromisos asumidos. En el sacerdote estas virtudes deben brillar de manera especial y manifestarse en toda su conducta. Por ello, se ha de dar a los candidatos al sacerdocio una sólida preparación en la vida espiritual, en la disciplina y en el estudio, que los capacite para ser verdaderos testigos de Cristo resucitado. Por otra parte, “dado que la formación de los alumnos depende de la sabiduría de las normas y, sobre todo, de la idoneidad de los educadores, los superiores y profesores de seminarios han de ser elegidos de entre los mejores, y deben prepararse diligentemente con sólida doctrina, conveniente experiencia pastoral y especial formación espiritual y pedagógica” (Optatam totius OT 5). Si quienes dirigen la vida del Seminario saben transmitir un estilo de vida hecho de confianza, seriedad, piedad y estudio, los alumnos responderán poniendo de su parte lo mejor. Así se creará un ambiente familiar, vibrante y apostólico que también será un “motivo de credibilidad” para suscitar las nuevas vocaciones sacerdotales que necesita vuestro país.

4. Si el presente de la Iglesia en el Uruguay, nos obliga a intensificar la oración y la acción pastoral por las vocaciones sacerdotales, se hace necesario también redoblar el empeño en la educación cristiana de los niños y de los jóvenes.

89 Vivimos una etapa histórica crucial en la que se advierten ansias de religiosidad, hambre de Dios, pero, al mismo tiempo, corrientes de secularismo y hedonismo tratan de acallar estas voces rechazando, en no pocos casos, toda la idea de trascendencia o de una ley superior.

Ante este cuadro de luces y sombras, queridos Hermanos, ¡cómo resuena en nuestro corazón el divino mandato de Jesucristo: “Id y enseñad a todas las gentes!” (
Mt 28,19). Debemos enseñar en cualquier parte, aprovechar las ocasiones, “opportune et importune” (cf. 2Tm 2Tm 4,2), y dar a conocer por todos los medios la doctrina de Cristo.

Dirigiéndose a los Pastores, el Concilio Vaticano II recuerda lo siguiente: “El el ejercicio de su deber de enseñar, anuncien a los hombres el Evangelio de Cristo, deber que descuella entre los principales de los Obispos” (Christus Dominus CD 12). Por otra parte, en la Declaración “Gravissimum Educationis”, sobre la educación cristiana de la juventud, enseña que: “Todos los cristianos, puesto que en virtud de la regeneración por el agua y el Espíritu Santo han llegado a ser nuevas criaturas, y se llaman y son hijos de Dios, tienen derecho a la educación cristiana” (Gravissimum Educationis GE 2).

Debemos cuidar, pues, en primer lugar, la formación de los que ya pertenecen al Pueblo de Dios. En la Exhortación Apostólica “Christifideles Laici” se encuentran no pocas sugerencias, fruto del trabajo del Sínodo de los Obispos, sobre este tema tan importante y amplio (cf. Christifideles Laici, cap V). Ahora quisiera reflexionar brevemente con vosotros sobre algunas cuestiones de particular interés relacionadas con la educación católica.

El Concilio Vaticano II señala claramente los principios sobre los que se apoya la educación católica. Hace poco más de un año, la Congregación para la Educación Católica invitó a examinar si se habían seguido, a este respecto, las directrices del Concilio. Del documento del Dicasterio romano, me parece oportuno subrayar ahora dos puntos que podrían serviros como una referencia para vuestra labor pastoral.

El primero es este: “La escuela católica tiene desde el Concilio una identidad bien definida: posee todos los elementos que le permiten ser reconocida no sólo como un medio privilegiado para hacer presente a la Iglesia en la sociedad, sino también como verdadero y particular sujeto eclesial. Ella misma es, pues, lugar de evangelización, de auténtico apostolado y de acción pastoral, no en virtud de actividades complementarias o paralelas o paraescolares, sino por la naturaleza misma de su misión, directamente dirigida a formar la personalidad cristiana” (Congregación para la educación católica, Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica, 33, 7 de abril de 1988)

El segundo aspecto está relacionado con la enseñanza propiamente religiosa que se imparte en los centros de la Iglesia. En este sentido, es conveniente recordar que “la Iglesia tiene la misión de evangelizar para transformar en lo íntimo y renovar a la humanidad... El carácter propio y la razón profunda de la escuela católica, el motivo por el que los padres deberían preferirla, es precisamente la calidad de la enseñanza religiosa integrada en la educación de los alumnos” (Ibíd. 66).

Sé, queridos Hermanos, que no son pocas las dificultades que tiene que superar la Iglesia en vuestro país para cumplir su misión y, concretamente, su labor educativa a todos los niveles. Es realmente admirable el espíritu de sacrificio con el que tantas religiosas y religiosos dedicados a la enseñanza, muchos sacerdotes en los colegios parroquiales, y muchos laicos, llevan a cabo esta importantísima tarea. Os ruego que hagáis llegar a todos ellos mi aprecio y una especial bendición.

5. “La mies es mucha, los obreros pocos” (Lc 10,2) y, mientras rezamos y trabajamos buscando nuevos operarios que vengan a servir a los hombres con su ministerio sacerdotal, no podemos, de ningún modo, dejar de anunciar el Evangelio.

El Concilio vuelve a exhortar a los Pastores: “Esfuércense en aprovechar la variedad de medios de que se dispone en la época actual para anunciar la doctrina cristiana: primeramente, la predicación e instrucción catequética, que ocupa, sin duda, el lugar principal; pero también la enseñanza de la doctrina en escuelas, universidades, conferencias y reuniones de todo género, así como la difusión de la misma por públicas declaraciones con ocasión de determinados acontecimientos, por la prensa y los varios medios de comunicación social de que es menester usar a todo trance para anunciar el Evangelio de Cristo” (Christus Dominus CD 13).

El paso del tiempo, desde el Concilio Vaticano II hasta hoy, ha confirmado con creces esta imperiosa necesidad de poner al servicio de la evangelización los medios de comunicación social. Si, por una parte, la responsabilidad pastoral ha de llevarnos a estar vigilantes y a formar a los fieles para que sepan usarlos con inteligencia –pues por ellos se difunden también ideologías y modelos de vida contrarios a la fe–, por la otra, es necesario usar estos “maravillosos inventos de la técnica” (Inter Mirifica IM 1), para que la doctrina cristiana llegue a todos los ambientes y la Iglesia esté más presente entre los hombres.

90 Por todo ello, os invito a hacer un esfuerzo para que la Iglesia se haga cada vez más presente en los medios existentes en el país y, en la medida de lo posible, cuente también con sus propios medios de comunicación, con la colaboración de competentes profesionales cristianos. “Dichos profesionales deben ser hombres y mujeres de incuestionable integridad y honradez, y deben dar ejemplo de una sólida vida moral, pues frecuentemente otros los contemplan como modelos a imitar” (Discurso a la Comisión pontificia para la comunicaciones sociales, 24 de febrero de 1989).

6. En vuestro país, queridos Hermanos, que ha dado muestras de madurez cívica en la convivencia política pluralista y ordenada, se acercan ahora días de especial importancia. Os agradecería que hicierais llegar a los fieles católicos y a todos los uruguayos la seguridad de mi oración, para que la Nación encuentre los caminos de una realidad social cada vez más justa y pacífica.

Quiero además, aprovechar esa circunstancia de la vida pública para recordaros que, si bien la Iglesia reconoce la legítima autonomía de la acción política (cf. Gaudium et spes
GS 76), sin embargo, “los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la “ política”; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común” (Christifideles laici, 42).

Antes de terminar este encuentro, quiero rogaros que transmitáis un saludo lleno de afecto a todos los sacerdotes y diáconos, del clero secular y religioso, y a todas las religiosas. Quisiera decirles de corazón: “¡levantad vuestros ojos y mirad los campos, que ya están dorados para la siega!” (Jn 4,35). Ellos, que “soportan el peso del día y el calor” (Mt 20,12) pueden estar seguros de que el Señor premiará abundantemente sus esfuerzos.

A los miembros de las distintas instituciones laicales, y a todos los fieles, hacedles llegar nuevamente mi agradecimiento por las inolvidables jornadas vividas en el Uruguay. En Florida consagré vuestra Patria a Nuestra Señora de los Treinta y Tres, Patrona del Uruguay. Si en los corazones de todos los uruguayos crece más y más la devoción a María Santísima, Madre de los hombres, estará asegurado el crecimiento sano y fuerte de vuestras comunidades eclesiales.

A todos imparto con afecto la Bendición Apostólica.






A LOS OBISPOS DE ECUADOR


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Viernes 27 de octubre de 1989



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Con gran gozo os doy mi más cordial bienvenida a este encuentro, con el que la Divina Providencia ha querido bendecir a su Iglesia, para acrecentar la comunión entre sus Pastores y hacer así que resplandezca cada vez más la unión íntima del Cuerpo Místico de Cristo. Como Pablo y Bernabé subieron a Jerusalén para recibir de Pedro orientaciones en su quehacer apostólico, siendo acogidos con gran alegría al contarles lo que Dios había hecho con ellos (cf. Hch Ac 15,4), así también vosotros habéis venido a visitar al Sucesor de Pedro, que os acoge gozoso de poder cumplir la misión recibida de “confirmar en la fe a sus hermanos” (cf. Lc Lc 22,32).

Las relaciones quinquenales que habéis presentado y los coloquios personales con cada uno de vosotros me han permitido profundizar y conocer mejor los problemas pastorales de las circunscripciones eclesiásticas confiadas a vuestro ministerio episcopal. Por otra parte, esta visita “ad Limina” trae a mi mente y a mi corazón las inolvidables jornadas vividas con los fieles del Ecuador en el año 1985. Recuerdo con emoción el fervor y entusiasmo con que fui acogido por el pueblo ecuatoriano particularmente en Quito, Latacunga, Cuenca y Guayaquil.

2. Como punto de partida de este encuentro deseo aludir a vuestra convicción de que en el Ecuador se hace necesaria una nueva evangelización que lleve a un conocimiento y seguimiento más profundo de Cristo, salvador del hombre. Así quisisteis proclamarlo en el documento colectivo “Opciones Pastorales”, como aplicación de las directrices de Puebla a vuestras comunidades. Aquel magno encuentro del Episcopado Latinoamericano puso de relieve la centralidad del Redentor en la acción evangelizadora: “En el misterio de Cristo, Dios baja hasta el abismo del ser humano para restaurar desde dentro su dignidad. La fe en Cristo nos ofrece así, los criterios fundamentales para obtener una visión integral del hombre que, a su vez, ilumina y completa la imagen concebida por la filosofía y los aportes de las demás ciencias humanas, respecto al ser del hombre y a su realización histórica” (Puebla, 305).

91 Vuestra común solicitud de servir a los hermanos os lleva a escrutar atentamente la realidad de vuestra patria y los “signos de los tiempos”, para interpretarlos a la luz de la fe. De esta manera podéis descubrir aquellos factores de mayor importancia relacionados con la situación religiosa y moral de los pueblos, el grado de conocimiento de la Palabra de Dios, la práctica auténtica de la fe, el sentido ético de la vida familiar, la actuación de las personas y los grupos en el campo social, político y cultural.

En todos los ámbitos habéis de hacer presente las enseñanzas del Hijo de Dios para influir así con mayor eficacia en la conducta del hombre y de la sociedad. Digno de encomio es vuestro empeño en la difusión de la Palabra de Dios, que os llevó a distribuir doscientos cincuenta mil ejemplares de la Biblia, con ocasión de mi visita pastoral al Ecuador, mientras ahora proyectáis poner a disposición de grupos y comunidades otros trescientos cincuenta mil ejemplares. Por mi parte os aliento a seguir impulsando una evangelización renovada que, teniendo como piedra angular la Revelación y siguiendo fielmente al Magisterio, sea dócil a las inspiraciones del Espíritu que asiste continuamente a la Iglesia.

3. En una época como la nuestra, en la que a veces se quiere prescindir del Magisterio para dar una interpretación personal del Evangelio, ha de ser preocupación de los legítimos Pastores vigilar para que la Palabra de Dios sea fielmente transmitida. Por otra parte, no faltan quienes, en aras de un erróneo secularismo, pretenden reducir la misión de la Iglesia al campo de lo puramente social, desfigurando así su naturaleza como sacramento de salvación.

Vuestra solicitud pastoral os ha de llevar a discernir y clarificar aquellas posiciones doctrinales que pueden poner en peligro la unidad de la grey o la fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia. A la caridad y prudencia propias del Buen Pastor ha de acompañar la fortaleza, que, como a Pablo (cf
2Tm 2,14-20 Tt 1,10 ss. ), os mueva a salir al encuentro de quienes hayan errado el camino, invitándoles a una adhesión explícita de la fe y a las orientaciones del Magisterio.

Una y otra vez hemos de recordar y tomar conciencia de la responsabilidad de ser Pastor de una grey y cuánto espera Dios de cada uno de vosotros. El Obispo, con su consejo, con sus exhortaciones, con su fidelidad al plan de Dios y con su amor a la Iglesia, así como con el edificante ejemplo de su vida (cf. Lumen gentium LG 26), debe asumir el primer puesto en las tareas de la renovada evangelización que venimos proclamando ante el V centenario de la Evangelización de América. La función episcopal de ser guía y maestro para las comunidades eclesiales ha de llevarse a cabo siendo conscientes de que la autoridad de la que el Obispo, como Pastor de su grey, es depositario lo invita a ser servidor de todos (cf. Lc Lc 22,26-27 Lumen gentium LG 27).

Frente a los graves males de la sociedad, que tanto afligen nuestro corazón de Pastores, se impone descubrir sus causas profundas para así tratar de llevar remedio y consuelo. La elevación espiritual y moral del hombre, para que logre la “estatura del hombre perfecto según Cristo” (Ep 4,13), es el camino que conduce a la liberación verdadera e integral, basada en la dignidad de hijos de Dios.

En mi Encíclica “Redemptoris Mater” recordaba que “en el designio salvífico de la Santísima Trinidad el misterio de la Encarnación constituye el cumplimiento sobreabundante de la promesa hecha por Dios a los hombres después del pecado original” (Redemptoris Mater RMA 11). Aquí se halla la razón de nuestra esperanza y el fundamento del optimismo cristiano: Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen a la plenitud de la santidad.

4. En esta ardua tarea contáis con la ayuda preciosa de los sacerdotes, vuestros primeros colaboradores en la construcción del Reino de Dios. A ellos, queridos Hermanos, habéis de estar muy cercanos, compartiendo sus alegrías y dificultades, ofreciéndoles vuestra sincera amistad, ayudándoles en sus necesidades para incrementar así una firme comunión sacerdotal que sea ejemplo para los fieles y sólido fundamento de caridad.

En sintonía con lo anterior, y conscientes de la importancia que tiene para el presente y el futuro de la Iglesia en el Ecuador, os preocupa el problema de las vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada. A Dios gracias en los últimos años estáis viendo en vuestras comunidades un notable florecimiento de las vocaciones. El antiguo Seminario Mayor de San José, en Quito, cuenta en la actualidad con gran número de alumnos, a la vez que se han creado otros Seminarios Mayores en distintas diócesis. Por otra parte, con la puesta en funcionamiento de la Facultad de estudios filosófico-teológicos de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, se han aunado esfuerzos para una mejor formación de los seminaristas y de los aspirantes a la vida religiosa.

Es necesario que en los Seminarios se dé gran importancia a la formación espiritual y pastoral de los alumnos. Por tratarse de futuros sacerdotes, el ambiente de estos centros de formación ha de ser de intensa piedad, de estudio, de disciplina, de caridad y de servicio. Estos son medios insustituibles para una adecuada preparación sacerdotal y religiosa.

5. Una pastoral vocacional bien estudiada lleva necesariamente a potenciar cada vez más la actividad catequética. La formación cristiana de la niñez y la juventud comporta en vuestro país un particular esfuerzo, ya que en los centros estatales de educación no se imparte la enseñanza religiosa. Por ello, se hace aún más necesario –como lo habéis puesto de relieve en vuestro último documento colectivo sobre educación– el incremento de la catequesis parroquial, así como una sólida formación cristiana de los niños y los jóvenes que frecuentan las escuelas y colegios católicos.

92 A ello podrán contribuir el Instituto Nacional de Catequesis y los demás centros que, a nivel diocesano, están dedicados a la conveniente preparación de catequistas y educadores en la fe.

El Concilio Vaticano II recordó repetidamente que la familia es el primer lugar de educación humana y que los padres son los principales educadores. La Iglesia, consciente de su responsabilidad respecto a la familia, asume decididamente su misión en la educación de las nuevas generaciones. Es bien conocida la contribución de las escuelas, colegios y centros superiores católicos en este terreno.

En un país cristiano como el Ecuador, nada más lógico y justo que sean tutelados los principios y los valores cristianos de sus gentes. Por ello, toda la sociedad ha de sentirse solidaria en la obra educativa, que hace la grandeza de la Nación. Mas, ¿cómo se podrá ofrecer a las nuevas generaciones ideales altos y nobles si no se eleva el nivel espiritual y moral de la familia ecuatoriana?

6. Bien conocéis, queridos Hermanos, los ataques de que es objeto hoy la institución familiar, su estabilidad, el respeto a la vida, la autoridad paterna, la inocencia de los niños. Campañas contra la natalidad, concepciones de la vida inspiradas en el secularismo y el hedonismo son motivo de viva preocupación para vosotros, particularmente en ciertas regiones de la costa ecuatoriana. Se hace necesario por tanto, intensificar una pastoral familiar que, orientada desde la Conferencia Episcopal, dé una nueva vitalidad a los movimientos apostólicos en favor de la familia, sensibilizando a los seglares católicos que actúan en la vida pública, para que las estructuras sociales y las disposiciones legales favorezcan mejor la unidad y estabilidad de la institución familiar. Los laicos cristianos han de estar convencidos de que construyendo la familia sobre las sólidas bases del Evangelio, colaboran también a construir la Iglesia (cf. Christifideles laici
CL 40).

En la formación de las conciencias, así como en la transmisión y difusión del Evangelio, juegan un papel importante los medios de comunicación social. La Iglesia ha de asumir cada vez con mayor determinación su responsabilidad en la orientación cristiana de estos medios tan importantes en la obra educativa. Es motivo de satisfacción constatar las metas alcanzadas por la Iglesia ecuatoriana en el campo de las emisoras de radio. A este propósito, recuerdo con gozo la cerimonia de bendición de la “Radio Católica Nacional del Ecuador” durante mi visita pastoral. Quiera Dios que la actividad radiofónica, así como los demás medios de comunicación social, sigan ampliando su influencia en favor de la evangelización y promoción espiritual y humana en los ambientes rurales y urbanos.

7. En vuestra labor evangelizadora, un sector que ha de ser objeto de particular solicitud pastoral son las comunidades indígenas. Sé que la población indígena, que se eleva a tres millones y medio aproximadamente, y que está establecida sobre todo en la región interandina y oriental, representa alrededor del 30 por ciento de la población total del Ecuador.

Conservo vivo aún en mi mente el entrañable encuentro de Latacunga con las comunidades y grupos indígenas, que por primera vez se congregaban en tal número, convocados por la Iglesia. Me alegra saber que aquella iniciativa ha contribuido decididamente a que las comunidades indígenas tomaran mayor conciencia de su propia identidad, de los valores de sus culturas y del puesto que deben ocupar en el conjunto de la población ecuatoriana.

La celebración del V Centenario de la llegada de la Buena Nueva a tierras americanas ha de ser ocasión propicia para renovar vuestro empeño en la evangelización en profundidad de las comunidades indígenas del Ecuador. Es pues necesario dar nuevo impulso y coordinar a nivel diocesano las directrices impartidas por la Conferencia Episcopal sobre la pastoral de los indios, montubios y afroecuatorianos. El Evangelio debe penetrar más aún en las culturas indígenas y hacer posible su expresión en la vida comunitaria, en la fe y en la liturgia. Una Iglesia viva y unida en torno a sus pastores será la mejor defensa para contrarrestar la labor disgregadora que ciertas sectas están llevando a cabo entre vuestros fieles, sembrando entre ellos la confusión y desvirtuando el contenido del mensaje cristiano.

8. La Iglesia se siente firmemente comprometida en su misión de iluminar a todos con la doctrina de Cristo, que es un mensaje de verdad, de justicia, y, sobre todo, de amor. Es exigencia del Evangelio mostrar particular predilección por los más necesitados. Por ello ha de fomentarse una activa preocupación social que se inspire siempre en la Palabra de Dios, en sintonía perfecta con el Magisterio de la Iglesia y en íntima comunión con los Pastores. La misión evangelizadora ha de abarcar la totalidad de la persona; en efecto, “el amor que impulsa a la Iglesia a comunicar a todos la participación en la vida divina mediante la gracia, le hace también alcanzar por la acción eficaz de sus miembros el verdadero bien temporal de los hombres, atender a sus necesidades, proveer a su cultura y promover una liberación integral de todo lo que impide el desarrollo de las personas” (Congr. pro Doctrina Fidei, Libertatis conscientia, 63). A este respecto, deseo repetiros el llamado que hice durante mi visita al Guasmo de Guayaquil: “Que nadie se sienta tranquilo mientras haya un niño sin escuela, una familia sin vivienda, un obrero sin trabajo, un enfermo o un anciano sin la adecuada atención” (Visita al Guasmo de Guayaquil, n. 5, 1 de febrero de 1985).

Antes de terminar, queridos Hermanos, os ruego transmitáis mi palabra de aliento a los misioneros, que con abnegada entrega y sacrificio dedican su vida a llevar el mensaje cristiano de salvación a las regiones más apartadas del Ecuador, particularmente en la selva amazónica y la costa. El Papa está siempre cercano a ellos en su plegaria al Señor, para que conceda muchos frutos a su labor apostólica. Que el dueño de la mies envíe numerosos operarios a esos territorios, fecundados recientemente con la sangre del Obispo Alejandro Labaca y la religiosa Sor Inés Durango.

Llevad igualmente a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles el saludo del Papa, que los encomienda al Señor con gran afecto y viva esperanza.

93 A vosotros y a todo el amado pueblo ecuatoriano imparto complacido la Bendición Apostólica.





                                                                                  Noviembre de 1989




Discursos 1989 84