Discursos 1988 111


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II

CON LOS CONSTRUCTORES DE LA SOCIEDAD


Palacio de los Deportes de Asunción

Martes 17 de mayo de1988

: Distinguidos participantes en este encuentro:

1. Es para mí motivo de viva satisfacción estar hoy con vosotros, hombres y mujeres que desempeñáis responsabilidades de singular relieve en la vida de la nación: en el mundo de la cultura y de la educación, en los campos de la economía y de la política, en las asociaciones y en las empresas; en una palabra, en todas las formas de actividad que dan consistencia y expresión a la vitalidad social.

112 Habéis venido, estoy seguro, no solamente en señal de cortesía, tan propia de la reconocida hospitalidad paraguaya, que en mi corta permanencia he podido ya experimentar y estoy profundamente agradecido. Esperáis escuchar una palabra del Papa como Pastor de la Iglesia, que es portadora de valores y principios inspiradores de la vida comunitaria, de la paz, de la convivencia y del auténtico progreso humano. Quiero esta tarde recordar ante vosotros algunos de esos principios que os puedan servir como criterios orientadores de la actividad humana y que, especialmente para vosotros, los llamados “constructores de la sociedad”, han de revestir una particular importancia. Como personas cualificadas en la sociedad paraguaya y como laicos en la Iglesia, tenéis determinadas responsabilidades en lo que se refiere al servicio de los hombres y mujeres del Paraguay que, siguiendo las pautas de una gloriosa historia, quieren seguir marcando su vida y sus costumbres con los valores perennes del Evangelio de Cristo.

2. La Iglesia no solamente está en comunicación con el mundo. Ella, fiel a la misión que le confió su divino Fundador, está integrada en el mundo, en la humanidad, y así marche con ella hacia el destino definitivo que ya desde ahora comienza a edificarse. No es enemiga, como pudieran pretender algunos, del auténtico desarrollo a todos los niveles de la vida humana; por el contrario, ve en el progreso humanizante de la ciencia, de la tecnología, de la organización social, manifestaciones de la voluntad original del Creador que dio a la humanidad esta maravillosa obra de sus manos para la felicidad de todos los hombres. Los cristianos estamos convencidos de que “las victorias del hombre son signos de la grandeza de Dios” (Gaudium et spes
GS 34). Más aún, reconocemos cuanto de bueno y noble hay en el dinamismo social. “El mensaje cristiano –enseña el Concilio Vaticano II– no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo” (Ibíd.). Pues estimula a sus miembros, y a todos los hombres de buena voluntad, a asumir sus responsabilidades y a desempeñar sus cargos en la sociedad, teniendo siempre ante los ojos la realización del bien común, lo cual supone la creación de las condiciones necesarias para que todos los ciudadanos, sin excepción alguna, puedan desarrollar plenamente su persona. En esta delicada tarea los cristianos se inspiran en el espíritu del Evangelio, vivido en la comunidad eclesial bajo la guía de sus Pastores.

La Iglesia no sólo exhorta al bien, sino que con su doctrina social trata de iluminar a los hombres para orientarles en el camino que deben seguir en su legítima búsqueda de la felicidad y a descubrir la verdad en medio de las continuas ofertas de las ideologías dominantes. La propuesta cristiana está caracterizada por el optimismo y la esperanza, porque se basa en el hombre y, desde un sano humanismo, quiere hacer oír su voz en las instituciones sociales, políticas y económicas. Se inspira en el hombre y lo considera protagonista en la construcción de la sociedad. Pero se trata –y esto hay que tenerlo siempre presente– del hombre creado a imagen y semejanza de su Creador y llamado a plasmar esa imagen en su vida individual y comunitaria.

Se trata, con todo, de un optimismo realista, no utópico, ya que es consciente de la existencia siempre perniciosa del pecado, que se manifiesta también en estructuras que, en lugar de servir al hombre se vuelven contra él. Y precisamente por eso se descubre una ambivalencia que hace de toda realidad un posible instrumento para la actuación del plan de Dios o, por el contrario, un obstáculo al mismo, como resultado del egoísmo humano y de la presencia del mal.

3. Frente a las visiones individualistas o inspiradas en materialismos cerrados, esta doctrina social presenta un ideal de sociedad solidaria y en función del hombre abierto a la trascendencia.

La comunidad humana es el lugar donde el hombre se realiza plenamente como persona en comunión con los demás. Pues la naturaleza social del hombre, la vida en sociedad, no deriva de un “pacto social”, como pretenden algunos, sino del propio designio de Dios, que ya en los orígenes dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2,18). Por tanto, podemos afirmar que “no se debe pensar que referirse a la verdad sobre el hombre y a las exigencias incondicionales derivadas de ella, tenga escasa incidencia sobre la solución de los problemas cotidianos y concretos de la sociedad. Por el contrario, toda relación social, en su sustancia ética, consiste precisamente en el reconocimiento de la dignidad de cada hombre, en reconocer a cada uno, realmente, su ser persona. Si el cristiano, por tanto, no se deja guiar en su actividad social de esta visión del hombre, podrá incluso elaborar soluciones parciales y técnicas de problemas singulares; pero, en último análisis, no habrá hecho más humana la sociedad, sino, como máximo, técnicamente más eficiente la organización social” (Discurso a los participantes en un Congreso con motivo del 90 aniversario de la Encíclica «Rerum novarum», 31 de octubre de 1981: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, IV, 2 (1981) 521).

El Papa quiere proclamar ante vosotros, constructores de la sociedad, la certeza de que la verdad debe ser la piedra fundamental, el cimiento sólido de todo el edificio social. Ya el Papa Juan XXIII en su gran Encíclica sobre la paz nos decía que “la convivencia civil sólo puede considerarse ordenada, fructífera y congruente con la dignidad humana si se funda en la verdad. Es una advertencia del Apóstol San Pablo: “Despojaos de la mentira, hable cada uno verdad con su prójimo, pues todos somos miembros unos de otros” (Ep 4,25). Esto ocurrirá, ciertamente, cuando cada cual reconozca, en la debida forma, los derechos que le son propios y los deberes que tiene para con los demás” (Pacem in terris PT 35).

4. Aparece aquí claramente, cómo no se trata de reflexionar de manera estéril sobre la verdad, sino de aceptarla como el criterio que, aplicado a la convivencia civil, ha de caracterizar las formas concretas de relación. A vosotros corresponde, no de modo exclusivo, pero sí en gran medida y con particular responsabilidad, hacer del entramado de las relaciones sociales, políticas y económicas, el ámbito de verdad en el que todos los miembros de la sociedad puedan encontrar su plenitud humana en su doble dimensión temporal y trascendente.

Una sociedad fundada en la verdad se opone a cualquier forma de corrupción y por eso vuestros obispos, en cumplimiento de su misión de Pastores, han hecho un llamado al “saneamiento moral de la nación”; en efecto, una moral pública en crisis, además de crear serias dificultades a los miembros de la sociedad, compromete su destino de salvación.

Pero, ¿qué es la moralidad pública, sino un presupuesto que hace posible en la sociedad política los ideales de justicia, de paz, de libertad, de participación? Por el contrario, donde se abre camino la falta de moralidad, no solamente se impide el logro de estos ideales, sino que se pierde la confianza en las instituciones, generando la pasividad y la pérdida del dinamismo social.

En el Antiguo Testamento Dios llamaba continuamente a la practica de la virtud, invitando al hombre a poner todo su empeño en realizar el bien común, a sabiendas de que en definitiva será Dios mismo quien lleve a su cumplimiento el reino prometido. “Velad por la equidad y practicad la justicia, que mi salvación está para llegar y mi justicia para manifestarse” (Is 56,1), leemos en el Profeta Isaías.

113 5. La vigencia simultánea y solidaria de valores como la paz, la libertad, la justicia y la participación, son requisitos esenciales para poder hablar de una auténtica sociedad democrática, basada en el libre consenso de los ciudadanos. No será posible, por tanto, hablar de verdadera libertad, y menos aún de democracia, donde no exista la participación real de todos los ciudadanos en poder tomar las grandes decisiones que afectan a la vida y al futuro de la nación. En actitud de concordia y diálogo, hay que tratar de buscar las formas de participación más conformes a la expresión de las aspiraciones profundas de todos los ciudadanos. El orden y la paz son un empeño común y suponen el respeto efectivo de los derechos inalienables de la persona.

La paz no es compaginable con una forma de organización social en la que “solamente algunos individuos instauran, a su exclusivo provecho, un principio de discriminación, según el cual los derechos y la misma existencia de los otros vienen a depender del arbitrio de los más fuertes” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1982).

No puede perderse de vista, por consiguiente, el impulso ético hacia los valores absolutos, que no dependen del orden jurídico o del consenso popular. Por ello, una verdadera democracia no puede atentar en manera alguna contra los valores que se manifiestan bajo forma de derechos fundamentales, “especialmente el derecho a la vida en todas las fases de la existencia; los derechos de la familia, como comunidad básica o “célula de la sociedad”; la justicia en las relaciones laborales; los derechos concernientes a la vida de la comunidad política en cuanto tal, así como los basados en la vocación trascendente del ser humano, empezando por el derecho a la libertad de profesar y practicar el propio credo religioso” (Sollicitudo rei socialis
SRS 32).

6. Al gran bien de la pacífica convivencia se oponen aquellas fuerzas que pretenden implantar la violencia y el odio como solución dialéctica de los conflictos. Por ello, el laico cristiano no puede olvidar que la noble lucha por la justicia no debe confundirse de ningún modo con el programa “que ve en la lucha de clases la única vía para la eliminación de las injusticias de clase, existentes en la sociedad y en las clases mismas” (Laborem exercens LE 11).

Toda sociedad tiene el derecho a desarrollar también aquellos valores que son expresión de la originalidad cultural de un pueblo. En efecto, el pueblo paraguayo ha sabido enriquecer el acervo cultural cristiano con una peculiar manera de vivir la solidaridad, de ejercer la hospitalidad y de mostrar su coraje a la hora de enfrentarse con las adversidades. Una historia singularmente dramática lo ha llevado a templar sus virtudes heroicas en los momentos difíciles.

La educación debe seguir, por tanto, un proceso de personalización a partir del sujeto mismo y ha de servir para introducirlo en la propia cultura con sus valores y tradiciones propias. Debe ayudarle a conocer y comprender otras culturas sin menguar el aprecio por lo que es suyo y constituye su identidad. Educar es, pues, acompañar a la persona en su crecimiento, en la conciencia de sí, en libertad y autonomía, en responsabilidad. Asimismo la ayuda a ser protagonista de su propio crecimiento y a cooperar en el crecimiento de toda la sociedad. Hay que educar para la solidaridad, ayudando a superar los egoísmos que generan pobreza y deterioran el tejido social y la moralidad pública.

Comprometerse en este empeño de solidaridad supone para vosotros poneros del lado de los más necesitados de vuestro país, para defender sus derechos y atender a sus justos reclamos. “Cada uno está llamado a ocupar su propio lugar en esta campaña pacífica que hay que realizar con medios pacíficos, para conseguir el desarrollo en la paz, para salvaguardar la misma naturaleza y el mundo que nos circunda” (Sollicitudo rei socialis SRS 47). Las situaciones de pobreza que caracterizan amplias zonas de algunos países, como ocurre en el vuestro, claman al cielo y son terreno propicio para el enfrentamiento entre hermanos. Por eso, además del llamado a dedicar todas vuestras fuerzas y a utilizar vuestra posición de liderazgo en favor del desarrollo integral de vuestro país en beneficio de todos los ciudadanos, quiero recordaros el llamado de vuestros obispos en favor de un dialogo constructivo capaz de crear puentes de entendimiento desde el respeto mutuo y la libertad.

7. Resuenan una vez más en nuestros oídos las palabras del Profeta Isaías: “Desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano y a la viuda” (Is 1,16-17). Para alcanzar los deseados objetivos de justicia y paz, libertad y honradez a todos los niveles, contáis con la mayor riqueza que puede atesorar un pueblo: los sólidos valores cristianos que han marcado su vida y costumbres, y que han animado a vuestra nación en su andadura histórica.

Las raíces cristianas de vuestro pueblo, hacia las cuales convergen esperanzadoras reservas humanas y espirituales, deben estimular en la voluntad de todos la solidaridad, la generosa entrega, el respeto mutuo, el diálogo permanente para que el Paraguay avance más y más en sus objetivos de progreso por caminos de paz, de concordia y igualdad de todos los ciudadanos, sin distinción de origen ni condición social.

La Iglesia, fiel a la misión recibida de Cristo, confía en el hombre. En efecto, cree que el hombre puede encontrar su camino, más aún, que en Cristo Jesús está ya en camino hacia una nueva humanidad, que es realmente comunidad de hermanos.

La Iglesia, sin embargo, no tiene “soluciones técnicas”. Como he dicho en mi última Encíclica “Sollicitudo rei socialis”, ella “no propone sistemas o programas económicos y políticos, ni manifiesta preferencias por unos o por otros, con tal que la dignidad del hombre sea debidamente respetada y promovida, y ella goce del espacio necesario para ejercer su ministerio en el mundo” (Sollicitudo rei socialis SRS 41).

114 Pero la Iglesia, lo sabéis bien, ha hecho en su historia extraordinarias experiencias, en las que su palabra y colaboración dieron lugar a realizaciones ejemplares.

En vuestra historia del Paraguay asumió siempre importante relieve el trabajo de la Iglesia dirigido con pasión misionera a renovar y mejorar constantemente vuestra nación. Podríamos citar a este respecto a hombres de vanguardia como Bolaños, San Roque González de Santa Cruz y sus compañeros mártires, y tantos otros evangelizadores, que por amor a los pobres y para defensa de los indios, movidos por fidelidad a Cristo y a su vocación misionera, dedicaron sus vidas a los hermanos y ofrecieron en las Reducciones un modelo de organización comunitaria, que todavía sigue impresionando en el mundo.

8. Quiera Dios que este encuentro histórico del Papa con representantes de los sectores dirigentes del Paraguay, despliegue fermentos nuevos con cuyo vigor esta sociedad vaya creciendo cada día más, a medida que asimila los valores perennes del Evangelio de Cristo, la hagan progresar en laboriosidad, honestidad, espíritu de participación y de convivencia pacífica y la ayuden a superar las diferencias, las enemistades y los odios en un esfuerzo colectivo por actuar los principios de la justicia y de la caridad. Os ruego que recibáis estas reflexiones como muestra de la solicitud pastoral del Papa por los amadísimos hijos del Paraguay, con la esperanza de que os sirvan para asumir aquellas responsabilidades que os competen como ciudadanos particularmente cualificados y como laicos en la Iglesia.

Que los nuevos Santos que fecundaron con su sangre esta bendita tierra paraguaya, os sirvan de intercesores ante el Padre y de inspiradores de vuestra acción en favor de los demás. Con estos deseos invoco sobre vosotros, sobre vuestros colaboradores y sobre todos los hogares de esta querida nación las bendiciones y gracias del Altísimo.









VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

CONSAGRACIÓN DE PARAGUAY A LA VIRGEN DE CAACUPÉ

ORACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


Santuario Mariano de Caacupé

Miércoles 18 de mayo de 1988



1. ¡Salve María, Estrella de la mañana!

Con todo el pueblo del Paraguay,
Santísima Virgen de Caacupé,
Purísima en tu Concepción Inmaculada,
Señora de los Milagros y Madre de la patria,
115 vengo a ratificar en tu presencia
la ofrenda de amor y de fidelidad
que te presentan agradecidos
los hijos de esta tierra
a quienes acompañas en su peregrinación en la fe.
Tu imagen nos habla de unión
entre Evangelio y cultura nativa,
del arraigo de la religiosidad popular,
del atractivo que ejercen desde siglos
tu nombre y tu santuario.

2. ¡Virgen Inmaculada, llena de gracia!

116 Ante tu imagen se inclinaron las generaciones pasadas,
y todos los paraguayos te reconocen como Patrona y guía.
En este día venturoso te ofrezco y te confío
la Iglesia entera del Paraguay,
los Pastores y los fieles,
los sacerdotes, los religiosos y religiosas,
los seglares, las familias, los jóvenes.
Encomiendo a tus solícitos cuidados la fidelidad del Paraguay
a su vocación y a sus raíces cristianas,
para que bajo tu continua protección
pueda alcanzar la plena realización
117 que Tú, María, nos indicas en tu Hijo
verdadero Dios y verdadero hombre.

3. ¡María de Nazaret, signo de consuelo y de esperanza!

A Ti que precedes y guías nuestro camino de fe,
nuestra peregrinación hacia el futuro,
encomendamos la nueva evangelización
que comienza en este santuario de Caacupé,
al igual que comenzó en Nazaret
con el misterio de la Encarnación,
y en el Cenáculo de Pentecostés
con la venida del Espíritu Santo.
118 Tú que eres primicia de la humanidad nueva,
salvaguarda los valores de la cultura autóctona,
la fe que arraiga en los corazones sencillos,
la profunda religiosidad del pueblo.

4. ¡Reina y Señora del Paraguay!

Reaviva en las mentes y en los corazones
el fervor de tus misterios,
grabados en lo más profundo
de nuestra fe y de nuestra cultura,
esos misterios que canta la geografía de la nación.
Tu Concepción: el amor del Padre que te llenó de gracia,
119 signo de la victoria sobre el pecado y sobre el mal.
La Encarnación: el misterio del Hijo de Dios hecho hombre,
la cercanía y el amor de nuestro Dios
que nos ha llegado por Ti.
Tu Asunción: el destino definitivo de la Iglesia
que resplandece en tu glorificación
a la derecha de Cristo, el Redentor Resucitado.
Hoy anhelamos y rogamos por tu intercesión
que toda la Iglesia del Paraguay,
reunida en torno a tu imagen,
como los Apóstoles en Pentecostés,
120 reciba una renovada efusión del Espíritu
para proclamar el Evangelio
con la entereza de una fe profunda
y la fecundidad del testimonio cristiano.
Sé Tú, oh María, el signo de la verdadera libertad
de todos los hijos de Dios en el Paraguay,
congregados en la unidad de la Iglesia
de la que Tú eres modelo perfecto
y Madre amorosa. Amén.







VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II

CON LOS JÓVENES EN EL CAMPO ÑU GUAZÚ


Asunción, Paraguay

Miércoles 18 de mayo de 1988



121 “Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?” (Mt 19,16).

Queridos jóvenes del Paraguay:

1. Con gran ilusión he esperado el encuentro con vosotros al final de mi viaje apostólico par esta hermosa tierra, por este vuestro Paraguay porá, del cual, junto con sus alegrías, virtudes y esperanzas, he podido percibir también dolores, sufrimientos y inquietudes.

En esta noche de diálogo y reflexión habéis querido hacerme partícipe de algunos aspectos salientes de la realidad que os toca vivir. He escuchado con cariño, al comprobar una vez más, aquí, al igual que en otras muchas partes del mundo, los propósitos y anhelos vibrantes de generosidad de vuestras almas jóvenes.

Durante los años de la juventud se va configurando en cada uno la propia personalidad. El futuro comienza ya a hacerse presente y el porvenir se ve como algo que está al alcance de las manos. Estos años son el tiempo más propicio para “un descubrimiento particularmente intenso del yo humano, y de las propiedades y capacidades que éste encierra” (Carta a los jóvenes con motivo del Año internacional de la juventud, 31 de marzo de 1985). Es el período en que se ve la vida como un proyecto prometedor a realizar del cual cada uno es y quiere ser protagonista.

Es también el tiempo adecuado para discernir y tomar conciencia con más radicalidad de que la vida no puede desarrollarse al margen de Dios y de los demás. Es la hora de afrontar las grandes cuestiones, de la opción entre el egoísmo o la generosidad. En una palabra: el joven se halla ante una ocasión irrepetible de orientar toda su existencia al servicio de Dios y de los hombres, contribuyendo así a la construcción de un mundo más cristiano y, por lo mismo, más humano.

Ante toda esta amplia perspectiva que se ofrece a vuestros ojos, es lógico que se os planteen grandes cuestiones: ¿Cuál es el sentido de la vida?, ¿hacia dónde debo orientarla?, ¿cuál es el fundamento sobre el que tengo que construirla?, ¿con qué medios cuento? Son éstas preguntas cruciales, densas de significado, que no pueden zanjarse con una respuesta precipitada.

Estos mismos interrogantes acuciaban probablemente a aquel joven del Evangelio que se acercó a Jesús para preguntarle: “Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?” (Mt 19,16). Igual que a vosotros, la vida se abría prometedora ante los ojos de aquel muchacho y deseaba vivirla intensamente, de un modo generoso, con decisiones definitivas. Quería alcanzar la vida eterna y buscaba para ello un camino seguro. Era un buen israelita, que cumplía la ley desde joven (cf. Mc Mc 10,20), pero percibía horizontes más amplios para su amor; por ello fue en busca del maestro, en busca de Jesús, el único que tiene “palabras de vida eterna” (Jn 6,88).

Queridos jóvenes: Acercaos también vosotros al Maestro si queréis encontrar respuesta a los anhelos de vuestro corazón. Buscad a Cristo, que siendo Maestro, modelo, amigo y compañero, es el Hijo de Dios hecho hombre, Dios con nosotros. Dios vivo que, muerto en la cruz y resucitado, ha querido permanecer a nuestro lado para brindarnos el calor de su amistad divina, perdonándonos, llenándonos de su gracia y haciéndonos semejantes a El. Cristo es quien tiene palabras de vida eterna porque El es la vida misma.

Buscadle a través de la oración, en el diálogo sincero y asiduo con El. Hacedle partícipe de los interrogantes que os van planteando los problemas y proyectos propios de vuestra juventud y el futuro de vuestra patria. Buscadle en su Palabra, en los santos Evangelios, y en la vida litúrgica de la Iglesia. Acudid a los sacramentos. Abrid con confianza vuestras aspiraciones más intimas al amor de Cristo, que os espera en la Eucaristía. Hallaréis respuesta a todas vuestras inquietudes y veréis con gozo que la coherencia de vida que El os pide es la puerta para lograr la realización de los más nobles deseos de vuestra alma joven.

2. Volviendo a la narración evangélica que hemos escuchado, vemos que a la pregunta del joven israelita, el Señor responde: “¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19,17-18),

122 Queridos jóvenes, la enseñanza que se desprende de este diálogo es evidente: para entrar en la Vida, para llegar al cielo, hay que cumplir los mandamientos. «No todo el que dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre, ése entrará» (Ibíd., 7, 21). No bastan pues las palabras: Cristo os pide que lo améis de obra. “El que ha recibido mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre: y yo lo amaré y me manifestaré a él” (Jn 4,21).

“La fe y el amor –como os decía con motivo de la III Jornada mundial de la Juventud, celebrada este año en Roma– no se reducen a palabras o a sentimientos vagos. Creer en Dios y amar a Dios significa vivir toda la vida con coherencia, a la luz del Evangelio..., y esto no es fácil. ¡Sí! Muchas veces se necesita mucho coraje para ir contra la corriente de la moda o la mentalidad de este mundo. Pero, lo repito, ésta es la única vía para edificarse una vida bien lograda y plena” (Homilía durante la celebración de la III Jornada Mundial de la Juventud, n. 3, 27 de marzo de 1988).

3. A la nueva pregunta del joven del Evangelio, que desea saber de labios del Maestro cuáles son esos mandamientos, Jesús los enumera: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás testimonio falso, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 19,18-19).

En otra ocasión, cuando un doctor de la ley, con ánimo de tentarlo, le pregunta cuál es el mandamiento más grande, el Señor le responde: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Ibíd., 22, 37).

Jóvenes del Paraguay, con las mismas palabras de Cristo, yo os digo: amad al Señor con todo vuestro corazón, con toda vuestra alma y con toda vuestra mente. No veáis nunca los mandamientos como algo negativo, como preceptos que limitan la libertad o como avisos de castigo. Los mandamientos se entienden, se convierten en fuerza liberadora, cuando uno procura entender y cumplir el gran mandamiento del amor a Dios sobre todas las cosas.

Amar a Dios sobre todas las cosas quiere decir sencillamente aspirar a ser santos. Jóvenes que me escucháis, con esa valentía tan propia de vuestro pueblo guaraní, con el coraje de vuestros mayores, no rehuyáis iniciar la exigente y tenaz tarea de vuestra santificación personal.Vuestro país y el mundo entero siguen necesitando santos: personas de todas las edades, pero especialmente jóvenes, dispuestos a amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas.

Amar a Dios sobre todas las cosas es además el secreto para conseguir la felicidad incluso ya en esta vida. Jóvenes paraguayos, no busquéis la felicidad en el placer, en la posesión de bienes materiales, en el afán de dominio. Se es feliz por lo que se es, no por lo que se tiene: la felicidad está en el corazón, está en amar, está en darse por el bien de los demás sin esperar nada a cambio.

4. “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente...; amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37 Mt 22,39). En esta respuesta de Jesús al doctor de la ley se compendian todos los mandamientos. Y San Juan precisa a este respecto en su primera Carta: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4,20).

El camino señalado por los mandamientos para llegar al cielo, para alcanzar la felicidad, pasa por el amor, por el servicio al hermano. El Señor espera que confirméis la autenticidad de vuestro amor a Dios con obras de caridad hacia el prójimo. Cristo os da cita junto al hermano sufriente, olvidado, oprimido. El os llama a un decidido compromiso con el hombre, en la defensa de sus derechos y dignidad como hijo de Dios que es. Tenéis que amar a Dios y a vuestros semejantes contribuyendo así a la edificación de una sociedad en la que los bienes sean compartidos por todos, una sociedad donde todos puedan vivir de modo conforme a su condición de personas.

El camino para entrar en la vida nueva que Cristo os presenta, os exigirá construir vuestro futuro con la conciencia de que la formación, profesional o laboral –el estudio–, así como el trabajo, son medios de santificación, de realización personal y instrumentos de servicio a los demás. Aliento por ello a todos vosotros, jóvenes trabajadores, estudiantes universitarios, a un renovado empeño en vuestra formación laboral, en vuestros estudios. En modo particular invito a los alumnos y profesores de la Universidad Católica del Paraguay a incrementar su voluntad de servicio y su preparación doctrinal, profesional y científica en fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia, bajo la guía de los obispos. No es el provecho material o el afán de poseer lo que ha de motivaros en vuestro estudio o en vuestro trabajo.

El camino hacia la vida os exigirá también ser conscientes en todo momento de que se debe evitar el lucro fácil por medios que sean contrarios a la ley de Dios, pues cualquier ventaja obtenida de ese modo es ciertamente injusta y supone un perjuicio para el prójimo –“no robarás, no levantarás testimonio falso” (Mt 19,18), dijo Jesús al joven–. Asumid dentro de vosotros como un imperioso deber la defensa de la moralidad pública, viviéndola, en primer lugar, vosotros mismos, por el pudor, la sobriedad y la templanza de vida. Asimismo os aliento a la práctica constante de la solidaridad con los demás, lo cual os llevará a participar en tantas iniciativas en favor de vuestros hermanos, y a crearlas allí donde falten, empeñando lo mejor de vuestra inteligencia y iniciativas.

123 Tomad el ejemplo de San Roque González de Santa Cruz, paraguayo como vosotros, misionero animoso y incansable evangelizador. El supo conjugar una extensa y intensa predicación del mensaje de Cristo con el inicio de aquella gran obra de civilización y progreso, las reducciones guaraníes, a cuya creación y desarrollo contribuyó decisivamente.

Toda esta fecundidad apostólica fue posible por una excelsa santidad que, en la gran concentración del Campo Ñu Guazú, hemos declarado solemnemente en nombre de toda la Iglesia. Imitadle, antes que nada, en la lucha por manteneros unidos a Cristo para que vuestra vida produzca frutos semejantes en las circunstancias que os tocará vivir.

“Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (
Jn 15,13). ¡Muchachos y muchachas del Paraguay! ¡No tengáis miedo a empeñar la vida por los demás! ¡No os acobardéis ante los problemas! ¡No queráis huir de vuestro compromiso transigiendo con la mediocridad o el conformismo! Es la hora de asumir responsabilidades, de comprometerse, de no retroceder.

El lema que habéis elegido para este Año Eucarístico, “CristoEucaristía para un nuevo Paraguay”, resulta muy elocuente. ¡Una nueva sociedad edificada sobre la ley del amor!, porque Cristo se ha quedado en la Eucaristía por amor. A una sociedad así no se puede llegar por el recurso a la violencia, porque es la antítesis del amor. La violencia nunca es solución. Aunque, a veces, pueda parecer una senda fácil y rápida, nunca es el camino para entrar en la vida.

5. ¡Jóvenes que me escucháis y jóvenes de toda esta tierra!

Este es también un momento propicio de vuestra vida en el que comienza a manifestarse un aspecto muy particular y profundo del amor: el amor que nace entre el hombre y la mujer.

“Una experiencia nueva: ...que, desde el primer instante, pide ser esculpida en aquel proyecto de vida” (Carta a los jóvenes con motivo del Año internacional de la juventud, 31 de marzo de 1985). Un gran acontecimiento para vuestro corazón, un tema central de vuestras vidas, lleno de belleza, de promesas, y, al mismo tiempo, de trascendencia y responsabilidad. Un modo singular, querido por Dios, para amarlo, para concretar el amor al prójimo y para construir su reino en este mundo. Una realidad de amor que sólo se realiza auténticamente en el matrimonio único y indisoluble, instituido por Dios al principio y elevado luego a la dignidad de sacramento.

“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). ¡Sólo un corazón limpio puede amar plenamente a Dios! ¡Sólo un corazón limpio puede llevar plenamente a cabo la gran empresa de amor que es el matrimonio! ¡Sólo un corazón limpio puede servir plenamente a los demás!

Sabéis bien que cuando no se respetan los principios de la ley natural sobre la sexualidad se convierte a las personas en objetos, y todo el gran contenido del amor viene a reducirse a un mero intercambio egoísta. Se despoja de verdadera humanidad a la unión entre varón y mujer, rebajándola a la dimensión animal, que es incompatible con la dignidad de hijos de Dios. No faltan quienes convierten la capacidad generativa del hombre y de la mujer en objeto de comercio, proclamando como conquistas de la libertad lo que es pura y llanamente degradación de la persona y ofensa al Creador.

Jóvenes paraguayos, no dejéis que destruyan vuestro futuro, ¡no os dejéis arrebatar la riqueza del amor! Asegurad vuestra fidelidad, la de vuestras futuras familias que formaréis en el amor de Cristo.

6. Escuchad ahora la respuesta que el joven del Evangelio da a Jesús: “Todo esto lo he guardado” (Mt 19,20) “desde mi adolescencia” (Mc 10,20).

124 Aquel joven había cumplido los mandamientos; por eso, podía acercarse confiadamente al Señor; por eso, podía llamarlo Maestro. Si vosotros, muchachos y muchachas que me escucháis, queréis reconocer al Señor, debéis también estar dispuestos a cumplir los mandamientos. Si alguna vez el rostro de Jesús se difumina en vuestra vida; si alguna vez os asalta incluso la idea de que Dios no existe, preguntaos seriamente si estáis cumpliendo los mandamientos. No olvidéis que, con frecuencia, la pérdida de la fe no es un problema intelectual, sino más bien una cuestión de comportamiento. Y recordad que el primer paso para recuperar una fe aparentemente perdida, puede ser acudir al sacramento de la penitencia, en el que el mismo Cristo os espera para perdonaros, para abrazaros, para empezar una nueva vida.

Y si a pesar de vuestro esfuerzo personal por seguir a Cristo, alguna vez sois débiles no viviendo conforme a su ley de amor, a sus mandamientos, ¡no os desaniméis! ¡Cristo os sigue esperando! El, Jesús, es el Buen Pastor que carga la oveja perdida sobre sus hombros y la cuida con cariño para que sane (cf. Lc
Lc 15,4-7). Cristo es el amigo que nunca defrauda.

7. En el relato evangélico vemos que el joven, tras afirmar que ha guardado todos los mandamientos, añade: “¿Qué me falta?” (Mt 19,20). Aquel corazón joven, movido por la gracia de Dios, siente un deseo de más generosidad, de más entrega, de más amor. Un más que es propio de la juventud; porque un corazón enamorado no calcula, no regatea, quiere darse sin medida.

“Jesús, fijando en él su mirada, lo amó y le dijo: Una cosa te falta; vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme” (Mc 10,21).

A los que han entrado por la senda de la vida en el cumplimiento de los mandamientos, en la observancia de la ley del amor como aquel joven (cf. Lc Lc 18,21), el Señor les propone nuevos horizontes; el Señor les propone mesas más elevadas y les llama a entregarse a ese amor sin reservas. Descubrir esta llamada, esta vocación, es caer en la cuenta de que Cristo tiene fijos los ojos en ti y que te invita con la mirada a la donación total en el amor. Ante esta mirada, ante este amor suyo, el corazón abre sus puertas de par en par y es capaz de decirle que sí.

Sed generosos en la entrega a vuestros hermanos; sed generosos en el sacrificio por los demás y en el trabajo; sed generosos en el cumplimiento de vuestras obligaciones familiares y cívicas; sed generosos en la construcción de la civilización del amor. Y, sobre todo, si alguno de vosotros siente una llamada a seguirle más de cerca, a dedicarle el corazón entero, como los Apóstoles Juan y Pablo, que sea generoso, que no tenga miedo, porque no hay nada que temer cuando el premio que espera es Dios mismo, a quien, a veces sin saberlo, todo joven busca.

8. Hemos escuchado al final de este relato: “Al oír estas palabras, el joven se marchó apenado, porque tenía muchos bienes” (Mt 19,22).

“El joven se marchó apenado”. San Mateo relata lo que en realidad es una experiencia personal de tantos, quizá también de algunos de vosotros: la tristeza que se siente cuando se dice que no a Dios, cuando no se cumplen los mandamientos o cuando no se quiere seguir su llamada.

Aquel joven “tenía muchos bienes”. Tenia, sobre todo, como vosotros, una juventud que ofrecer: una vida entera que podía entregar al Señor. ¡Qué alegría si hubiera dicho que sí! ¡Qué maravillas habría podido realizar Dios en un alma generosa que se entrega sin reservas! Pero no, él prefirió “sus bienes”: su tranquilidad, su casa, sus cosas, sus proyectos, su egoísmo. Ante la alternativa de elegir entre Dios y su propio yo, prefirió esto último; y se marchó triste, nos dice el Evangelio. Optó por su propio egoísmo y encontró la tristeza. ¡ Jóvenes paraguayos! Cuando en vuestro seguimiento a Cristo se os presente la opción entre El –entre uno de sus mandamientos– y el placer pasajero de algo material y sensible, cuando se os presente la opción entre el ayudar al que os necesita y vuestro propio interés, cuando, en definitiva, tengáis que elegir entre el amor y el egoísmo, recordad el ejemplo de Cristo y haced valientemente la opción por el amor. Jóvenes que me escucháis, jóvenes que, sobre todo, queréis saber lo que habéis de hacer para alcanzar la vida eterna (cf. Mt Mt 19,16): decid siempre que sí a Dios y El os llenará de su alegría.

Queridos amigos del Paraguay, esta es vuestra hora. Cristo os llama y os dice: ¡Sígueme! Este seguirle es vivir sus mandamientos, guardar con fidelidad su Palabra, para que se forje en vuestro corazón un verdadero amor, para que vuestra vida sea una vida llena. Amadísimos jóvenes, decidle que sí; el Señor, la Iglesia y “el mundo necesitan, hoy más que nunca, vuestra alegría y vuestro servicio, vuestra vida limpia y vuestro trabajo, vuestra fortaleza y vuestra entrega” (Discurso a los jóvenes reunidos en Buenos Aires para la Jornada Mundial de la Juventud, 11 de abril de 1987)

9. La vida de María fue un continuo sí al amor. A Ella que, desde el anuncio del ángel, “se ha abandonado a Dios completamente, manifestando la obediencia de la fe a Aquel que le hablaba a través de su mensajero” (Redemptoris Mater RMA 13), a Ella acudo, bajo la advocación de la Virgen de los Milagros de Caacupé, para que os ayude en vuestro camino y en vuestra misión. Con Ella, que es la Estrella de la mañana, la Causa de nuestra alegría, nunca os marcharéis tristes, porque siempre os indicará el camino que lleva a su divino Hijo: el camino de la fraternidad, del servicio al hermano, de la honradez y la justicia; el camino del amor.

125 ¡Che corazoité güivé, po mo maitei ha aipotá peeme guará mborayhu, tekovoyá ha yekopyty!

(Os saludo de todo corazón y deseo para todos vosotros amor, justicia y concordia).









Discursos 1988 111