Discursos 1988 125


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto Internacional de Asunción (Paraguay)

Miércoles 18 de mayo de 1988

Señor Presidente de la República,
Autoridades,
hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas,
amigos todos del Paraguay:

1.Mi peregrinación apostólica por caminos del Paraguay al servicio de Jesús y de su Evangelio llega a su fin.

En estas intensas jornadas durante las cuales he tenido la dicha de estar entre vosotros, he podido conocer algo de este noble país, he entrado en comunicación con sus gentes, con su historia, hecha sí de grandes sacrificios, pero también de logros muy significativos, desde el punto de vista humano y cristiano. He podido constatar complacido la ilusión que os anima par construir “en la unidad un Paraguay reconciliado y fraterno”, como habéis insistentemente rezado en la plegaria compuesta con ocasión de la visita del Papa.

126 Antes de dejar vuestra bendita tierra, vuelvo a invitaros con insistencia a que os empeñéis, como ciudadanos y como cristianos, en esta fascinante y ardua tarea.

Habéis querido que el lema de mi visita fuera “mensajero del amor”. Pues bien, desde ese amor que todo le puede, torno a deciros una vez más, que la clave de la unidad, de la reconciliación, de la fraternidad, está en el Evangelio, y que sólo edificando una nación cristiana, siendo fieles a vuestras más genuinas raíces, podréis construir un Paraguay nuevo.

2. En vuestra plegaria al Señor, habéis repetido confiadamente, tanto en familia, como en comunidad: “Que el Santo Padre nos confirme en la fe, en la esperanza y en el amor”.

Sí. Con mi palabra, con mi presencia, con mi oración he querido confirmaros en la fe, exponiendo las enseñanzas que dimanan del Evangelio, predicando la doctrina cristiana con todas sus consecuencias para la vida de cada uno y de toda la sociedad. La certidumbre en la fe y la sana doctrina son, en efecto, dos condiciones indispensables y fundamentales para toda obra evangelizadora. Por eso he querido presentaros la insustituible garantía que da únicamente Cristo y orientaros con la doctrina segura que lleva a la auténtica liberación: la liberación del pecado y de las injusticias que lo acompañan como secuela.

He querido también confirmaros en la esperanza. El Paraguay necesita no sólo confianza en sí mismo, sino también la esperanza cristiana para resolver los problemas del presente y afrontar con decisión los planteamientos del futuro. La esperanza es el motor siempre encendido por la fe y el amor que mueve las conciencias, los grupos y la sociedad entera. La esperanza verdadera os viene del Evangelio; no la busquéis por tanto en ideologías que dividen y que son extrañas a la idiosincrasia y mejores tradiciones de vuestro pueblo.

Finalmente, he querido confirmaros en el amor, dando fe del lema que habéis elegido para mi visita. El Papa, peregrino de evangelización, no puede ser sino sembrador de amor, paz, unidad, reconciliación, fraternidad... Estáis celebrando con ilusión un Año Eucarístico y sabéis muy bien que la fuente del amor es la Eucaristía.

3. Me viene a la mente el ferviente encuentro que en torno al altar hemos celebrado en el Campo Ñu Guazú durante el cual, en nombre de la Iglesia universal, he tenido la profunda satisfacción de canonizar los nuevos Santos Roque González de Santa Cruz, Alfonso Rodríguez y Juan del Castillo. Será ésta, sin duda, una fecha que quedará marcada en la historia del Paraguay y que proyectará luz sobre el futuro de vuestra patria.

Los nombres de estas tres almas escogidas, sacerdotes ejemplares de la Compañía de Jesús, están vinculados en el recuerdo a la gran obra evangelizadora que fueron las reducciones. Por ello quiero también recordar en mi saludo a los nativos del Paraguay con quienes tuve un entrañable encuentro de fe y amor en la misión Santa Teresita. Mantened con fidelidad y valentía las tradiciones cristianas que los misioneros imprimieron en vuestra secular trayectoria humana y en vuestras culturas autóctonas.

Será ésta una labor de todos, como pueblo unido, pero particularmente de las nuevas generaciones. ¡Jóvenes! A vosotros especialmente os toca construir el futuro. Acabo de estar con vosotros y os quiero repetir que me voy lleno de confianza en esta juventud paraguaya que quiere seguir al Maestro comprometiéndose en el servicio a los hermanos.

4. Finalmente, he de expresar mi sincero agradecimiento a todas las personas y instituciones, que, con dedicación no exenta de sacrificio, han colaborado en el buen desarrollo de los diversos encuentros del amado pueblo paraguayo con el Sucesor del Apóstol Pedro.

En primer lugar, al Señor Presidente de la República, a quien agradezco además las amables palabras que me ha dirigido. Igualmente a todas las autoridades de la nación por las muchas atenciones que han tenido para conmigo. Que el Señor premie los esfuerzos que realizan para asegurar a su patria un porvenir de paz, justicia y bienestar.

127 Gracias en modo particular a los obispos del Paraguay, con quienes me siento siempre fraternalmente unido y cuyas diócesis hubiera querido visitar una por una. Ruego confiadamente al Pastor de los Pastores que os mantenga unidos, dedicados a vuestro ministerio pastoral y entregados completamente a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, agentes de pastoral y fieles todos en cada una de vuestras Iglesias locales.

5. Mi última mirada desde esta capital se dirige a la Virgen de los Milagros de Caacupé en cuyo santuario medité, junto con todo el Pueblo de Dios, sobre los misterios de María inscritos en el Evangelio: su Concepción, la Encarnación, su Asunción gloriosa.

A Ella confío todos los paraguayos para que conserven la fe cristiana, que es parte de su alma nacional, tesoro de su cultura, aliento y fuerza para construir un futuro mejor en la libertad, en la justicia y en la paz.

¡Queridos hijos del Paraguay!

El Papa se marcha pero os lleva en su corazón. ¡Hasta siempre!

¡Alabado sea Jesucristo!





                                                                                  Junio de 1988




A UN GRUPO DE SACERDOTES Y SEMINARISTAS


DE LA DIÓCESIS DE CALAHORRA Y LA CALZADA-LOGROÑO


Lunes 20 de junio de 1988



Amadísimos hermanos y hermanas de la Rioja:

La canonización de un hijo eximio de vuestra noble tierra riojana me permite tener este encuentro con todos vosotros, que habéis venido a Roma, centro de la catolicidad, para honrar la memoria de los Santos Mártires del Vietnam y, a la vez, sentiros edificados con sus ejemplos.

Saludo cordialmente a todos los aquí presentes. En primer lugar a vuestro ilustre paisano y entrañable colaborador mío Monseñor Eduardo Martínez Somalo, que dentro de pocos días entrará a formar parte del Colegio Cardenalicio; a vuestro querido Obispo, a los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas y a todos los amados fieles de esta Iglesia local, paisanos de San Jerónimo Hermosilla, mártir de la fe e hijo de vuestra generosa tierra.

128 La villa de Santo Domingo de la Calzada se honra en haber sido la cuna de San Jerónimo Hermosilla, Obispo dominico, misionero ejemplar y campeón de la fe, que durante más de treinta años desempeñó su ministerio apostólico en el entonces Tonkín Oriental, hoy República del Vietnam.

En la historia de fe y religiosidad de aquel pueblo quedarán grabadas para siempre las palabras que él dijo a los jueces que le interrogaban, tras su detención por predicar la fe cristiana: “Vine a Tonkín para hacer el bien, para que la gente conociera a Jesucristo, Hijo de Dios, muerto por los pecados de los hombres”. Primero como sacerdote y como Vicario Apostólico más tarde, fundó escuelas de catequistas, reconstruyó seminarios, ordenó sacerdotes nativos; en una palabra: con su celo apostólico supo convertir las misiones confiadas a su cuidado pastoral en un modelo de evangelización.

Este nuevo Santo riojano recibió la palma del martirio el 1° de noviembre de 1861 junto con otro Obispo, tan querido y admirado por todos vosotros, preclaro hijo del pueblo vasco, Fray Valentín de Berrio Ochoa y de Aristi, que a los 18 años dejó su nativa Vizcaya para ingresar en el Seminario de Logroño, que hoy le venera como patrono suyo, y del que fue director espiritual.

Deseo, en esta circunstancia, saludar con todo afecto al numeroso grupo de seminaristas de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño. Vosotros, queridos seminaristas, sois los continuadores de una larga sucesión de vocaciones que hicieron de vuestro seminario centro privilegiado para la religiosidad y la vida cristiana de toda La Rioja. Sois futuro y esperanza de la Iglesia que no podéis defraudar. Acrecentad vuestro espíritu misionero que os lleve a servir a los hermanos en vuestra diócesis o allí donde más os necesiten.

La Rioja se alegra de modo especial por estos nuevos Santos, que la Iglesia propone como modelos para todos los cristianos. Con el ejemplo de sus vidas, entregadas por amor hasta el supremo sacrificio, ellos os exhortan a conservar viva vuestra fe. Ellos os alientan a reforzar vuestros lazos de hermandad, haciendo de vuestras parroquias, comunidades y familias, centros que irradien fidelidad evangélica, coherencia cristiana en la vida, caridad dinámica. Ellos os invitan a ser fieles a las más genuinas tradiciones de vuestra tierra, marcada por la fe católica como parte esencial del alma de vuestras gentes.

Queridos riojanos, fomentad también vuestra devoción a María, dad nuevo impulso a las prácticas de piedad, sentíos entrañablemente unidos a vuestro Obispo y a vuestros sacerdotes.

A todos los aquí presentes, así como a vuestras familias en España, imparto con afecto la Bendición Apostólica, que extiendo a toda vuestra Diócesis.








A LOS PEREGRINOS FRANCESES Y ESPAÑOLES QUE PARTICIPARON EN LA CANONIZACIÓN DE 117 MÁRTIRES DE VIETNAM


Lunes 20 de junio de 1988

: Chers Frères dans l’épiscopat,
Chers Frères et Soeurs,

1. Au lendemain de la canonisation des Martyrs du Vietnam, je suis heureux de vous retrouver, vous les membres de la Société des Missions étrangères de Paris et de l’Ordre dominicain, vous les pèlerins de France et d’Espagne. Vous avez gardé vivante la mémoire des missionnaires partis de vos pays au cours des siècles derniers pour porter l’Evangile dans l’Orient lointain. Aujourd’hui nous rendons grâce: nous avons le privilège de reconnaître dans de nombreux évêques et prêtres, intimement associés à d’innombrables chrétiens vietnamiens, des saints martyrs. Nous rendons grâce pour leur sacrifice héroïque; nous rendons grâce pour ces témoins irradiés par la gloire du Christ pour l’avoir suivi sur la voie de la Croix.

129 Oui, le vrai motif de notre joie aujourd’hui, c’est de nous savoir en communion avec ces hommes qui ont porté l’Evangile, fondé l’Eglise sur la terre du Vietnam, répondu sans réserve à l’appel du Christ. Ils avaient quitté leurs provinces sans espoir de retour. Ils sont présents maintenant à tous leurs frères du monde, à ceux du Vietnam comme à ceux de leur patrie. L’Eglise vénère en eux des serviteurs fidèles entrés dans la joie du Maître, intercesseurs et exemples pour les générations à venir.

2. Nous admirons chez ces évêques et chez ces prêtres le courage inébranlable de la foi.Les persécutions et les souffrances ne les ont pas ébranlés: seule comptait pour eux la pureté de leur engagement baptismal à conformer tout leur être à la personne du Christ rédempteur. Dans leur droite simplicité, dans leur ardeur passionnée, les évêques et les prêtres martyrs que nous admirons en ces jours nous rappellent la grandeur du don de la foi que nous avons nous-mêmes reçu, le sérieux de l’adhésion que le Seigneur nous demande, la nécessité d’être, nous aussi, des témoins pour le monde qui nous entoure.

3. Le martyre a couronné une vie apostolique remarquablement féconde des évêques et des prêtres que nous honorons. Pasteurs, ils l’ont été généreusement, dans l’obéissance et l’humilité. Leurs frères missionnaires et les fidèles du Vietnam nous ont conservé le souvenir de leur zèle et nous ont transmis souvent leurs propres paroles. Nous les voyons s’attacher avec désintéressement à l’admirable peuple du Vietnam. Il se sont initiés à sa langue et à sa culture. Ils ont respecté le meilleur de ses traditions. Ils ont aimé ses familles, éduqué ses enfants. Ils ont marqué leur déférence à ses dirigeants. A l’image de leur Maître, ils sont venus pour secourir les pauvres, pour servir, pour rassembler des frères dans la «Maison de Dieu», pour prêcher l’unité dans l’amour.

Prêtres, ils avaient hâte de voir des fils du Vietnam accéder au sacerdoce et conduire le troupeau, de voir des filles du Vietnam se consacrer au Seigneur comme «Aimantes de la Croix». Catéchistes, ils ont formé des catéchistes qui seront souvent leurs compagnons jusqu’au martyre.

Ils ont su mettre l’Eucharistie au centre de la vie de la communauté. Ils ont fait découvrir les trésors de la miséricorde dans le sacrement de pénitence. Nous en avons maints témoignages. N’est-il pas frappant de voir saint Augustin Schoeffler et saint Jean-Louis Bonnard recevoir le viatique à l’approche de leur exécution grâce à des prêtres vietnamiens intrépides? N’est-il pas frappant de voir saint André Dung-Lac, arrêté avec saint Pierre Pham Van Thi alors qu’il venait auprès de lui se confesser?

4. Chers amis, l’exemple insigne des Pères des Missions étrangères et des Frères prêcheurs nous invite à rendre grâce aussi pour l’élan missionnaire ardent et pur qui a animé tant de jeunes de vos pays, également pour la générosité de leurs familles, des diocèses, de leurs Frères qui soutenaient leur vocation. Ceux que nous célébrons à présent ne nous invitent-ils pas à nous interroger sur l’esprit missionnaire de notre temps? Les conditions ont changé, mais gardons-nous la même conviction que l’Evangile vaut la peine d’être partagé avec nos frères, autour de nous et jusqu’aux extrémités de la terre?

Il y a bien des manières d’être missionnaire, vous le savez. Je ne puis vous le dire longuement. Mais comment ne pas évoquer en cette circonstances celle qui allait devenir la patronne des missions? Car sainte Thérèse de l’Enfant Jésus a vécu, pourrait-on dire, dans l’intimité de saint Théophane Vénard dont l’image ne la quittait pas au temps de son agonie. Elle avait retrouvé sa propre expérience spirituelle dans une lettre d’adieu de Théophane: «Je ne m’appuie pas sur mes propres forces, mais sur la force de celui qui a vaincu la puissance de l’enfer et du monde sur la Croix»[1]. Dans une poésie que le missionnaire lui inspire, elle l’invoque:

«Pour les pécheurs, je voudrais ici-bas
Lutter, souffrir à l’ombre de tes palmes,
Protège-moi, viens soutenir mon bras»[2].

Avec Thérèse qui aurait tant voulu rejoindre le Carmel de Hanoi, avec Thérèse qui offre sa vie pour que la Bonne Nouvelle du salut soit annoncée, nous invoquons saint Théophane et tous ses compagnons:

130 «O bienheureux Martyr! De ton amour aux virginales flammes viens m’embrasser...!»[3].

5. Ayer, amadísimos hermanos y hermanas venidos de España, fue un día de fiesta grande para vuestro País y para la Iglesia universal. La canonización de los ciento diecisiete Mártires del Vietnam es la más numerosa que hasta ahora se ha realizado. Entre ellos hay obispos, sacerdotes, religiosos, catequistas, padres de familia.

Los once Mártires españoles, hijos de Santo Domingo, que han sido elevados al honor de los altares son un fúlgido ejemplo que ha de inspirar un renovado impulso misionero y evangelizador en la Iglesia de España. Ellos son, al mismo tiempo, motivo de sano orgullo para la Orden Dominicana, cuya provincia misionera de Nuestra Señora del Rosario abrió tantos campos nuevos de propagación del Evangelio en Filipinas, Japón, China y Vietnam.

Estos once Santos Mártires Dominicos han de ser semilla de nuevas vocaciones misioneras y modelos de santidad para todos los cristianos.

El primer mártir español en Vietnam fue San Francisco Gil de Federich, y el último, San Pedro Almató; los dos pertenecen a la amada tierra de Cataluña. Tortosa y San Feliú Saserra fueron la cuna de estos dos testigos de la fe.

En la comunidad valenciana nació el mártir San Jacinto Castañeda, natural de Játiva; él ofreció su vida junto con el primer mártir vietnamita, San Vicente Liem de la Paz.

La nobleza de la tierra aragonesa la encarna San Clemente Ignacio Delgado, de Villafeliche (Zaragoza); murió entre suplicios a los 77 años de edad, habiendo sido obispo en aquellos territorios de misión durante 44 años.

Santo Domingo Henares partió de los puertos de su Andalucía para llevar la Buena Nueva de Cristo a tierras lejanas. Baena, en la campiña cordobesa, le vio nacer y le tiene como a uno de sus preclaros hijos.

Las anchas tierras de Castilla y León cuentan con dos nuevos Santos: San Mateo Alonso Leciana, de Nava del Rey, y San José Fernández, de Ventosa de la Cuesta.

Santa Eulalia de Suegos, en la provincia de Lugo, es la patria chica de San José María Díaz Sanjurjo; y Asturias tiene ya su primer Santo en la persona del Obispo Melchor García Sampedro, que ya ha sido propuesto como patrono de las misiones asturianas y de la actividad misional de aquel histórico Principado.

En la ciudad de Santo Domingo de la Calzada nace San Jerónimo Hermosilla; y el País Vasco se honra con San Valentín de Berrio Ochoa, el primer santo vizcaíno, natural de Elorrio.

131 Queridos hermanos y hermanas: en estos nuevos Santos españoles hallaréis modelos y guías seguros en el camino de vuestra fe. Ellos nos dan la clave para entender la fuerza transformadora que significa el darlo todo por los demás. «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos»[4], nos dice Jesús en el Evangelio.

Los nuevos Santos, a imitación de Cristo, entregaron su vida por amor, mientras perdonaban a quienes los maltrataban. La firmeza de su fe y su invicta esperanza en la patria definitiva los sostuvieron en su martirio. Es esta fe cristiana la que hoy necesita ser revitalizada para poder dar así una respuesta a los desafíos de nuestro tiempo.

Los nuevos Santos nacieron en el seno de familias españolas. Ellos representan el fruto maduro de una vitalidad cristiana que vuestro pueblo ha manifestado a lo largo de su historia, llevando la luz del Evangelio a nuevos pueblos y culturas. Que también hoy la familia española sepa ser portadora de aquellos valores y virtudes que la hicieron fecunda en el pasado, como transmisora de la fe y como vivero de vocaciones sacerdotales y religiosas.

Que por intercesión de los nuevos Santos dominicos los fieles católicos de España, así como los sacerdotes y las diversas familias religiosas, bajo la guía de sus Pastores, se abran con renovado entusiasmo y entrega a la acción misionera que tantas páginas gloriosas escribió a lo largo de su secular historia, pero que sigue necesitando nuevos operarios que trabajen en la mies del Señor[5].

A todos os bendigo de corazón.



[1] Die 3 dec. 1860.

[2] Die 2 febr. 1897.

[3] Die 2 febr. 1897.

[4] Jn 15, 13.

[5] Cfr. Lc. 10, 2.







                                                                                  Julio de 1988




A LOS PEREGRINOS QUE VINIERON A ROMA


PARA LA CANONIZACIÓN


DE SIMÓN DE ROJAS Y DE ROSA FILIPINA DUCHESNE


132

Lunes 4 de julio de 1988



Amadísimos hermanos y hermanas

En nuestra solemne celebración de ayer la Iglesia entonó un canto de júbilo y de alabanza al Señor al proclamar Santo a Fray Simón de Rojas, miembro preclaro de la Orden de la Santísima Trinidad, fundada por San Juan de Mata va a hacer casi ochocientos años.

Para asistir a la canonización de este sacerdote vallisoletano, gloria de la amada España, tierra de santos, vosotros habéis venido a Roma, centro de la catolicidad, procedentes de varios países europeos, así como de Canadá, de América Latina, de Madagascar, de la India y de Papua Nueva Guinea. A todos doy de corazón mi cordial bienvenida: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles.

Mi saludo particular se dirige a la gran familia Trinitaria, aquí representada por tantas personas, que con su particular consagración y dedicación a Dios y a la Iglesia, hacen vivo y actual el carisma de la Orden Trinitaria en el mundo de hoy.

En esta circunstancia, deseo alentaros a un renovado empeño en vuestra fidelidad a las exigencias que comporta vuestra particular consagración a la Trinidad Santísima y a la misión liberadora y misericordiosa que ha caracterizado vuestra espiritualidad y apostolado.

Siguiendo el ejemplo de San Simón de Rojas, haced de vuestras vidas un canto de alabanza al Padre, en Cristo Redentor, animados por la fuerza del Espíritu. Que la oración, el trato sereno e íntimo con Dios, sea la fuente de donde dimane ese servicio redentor y misericordioso que ha de distinguir a los miembros de la familia Trinitaria. Cultivad, como el “Padre Ave María”, vuestra devoción mariana, encontrando en la Virgen un modelo y un estímulo en el modo de entender y de vivir vuestra vocación y vuestra consagración. Comprometeos con verdadero espíritu evangélico en el servicio a los hermanos más necesitados, a los pobres, a los “cautivos” de nuestro tiempo “a causa de su fe en Cristo”, como dice vuestra Regla primitiva.

El nuevo Santo ha de ser para todos vosotros testigo excepcional de orante, de vida mariana, de vivencia en unidad del amor a Dios y al prójimo.

No quisiera terminar estas palabras sin encomendaros un encargo que estoy seguro que haréis con especial agrado: llevad el saludo afectuoso del Papa a las Religiosas Trinitarias de clausura, que no han podido participar en nuestras celebraciones, aunque sí han estado muy unidas en el espíritu y en la plegaria.

A todos los participantes y a vuestras respectivas familias imparto de corazón una especial Bendición Apostólica.
* * *


Dear Friends,

133 I AM HAPPY to greet all the pilgrims who have come to Rome for this joyful occasion. The canonization of Rose Philippine Duchesne is a special moment in the history of the Church, a time when we see more clearly the loving Providence of God guiding the course of human events, bringing about in his inscrutable ways the victory of love over sin and death. It is one of those moments when we gladly declare in the words of Saint Paul: “Glory be to him whose power, working in us, can do infinitely more than we can ask or imagine, glory be to him from generation to generation in the Church and in Christ Jesus for ever and ever”.

Saint Rose Philippine was a woman of lively faith and constant prayer, a woman full of zeal for the missionary needs of the Church. Her love, which knew no limits, was always eager to reach out to those in need in countries and cultures different from her own. By the time she got to her long-awaited mission among the American Indians, she could write to Saint Madeleine Sophie Barat that “to go to teach the Indian children is a grace – a gift of God, not just a service”. And her enthusiasm never wavered. Even beyond the age of seventy she was still a valiant pioneer of the Gospel, traveling across the plains of Missouri and Kansas in North America to establish a school for girls of the Potawatomi Indian Tribe.

How does one account for such untiring zeal, such constant dedication to the Church’s missionary efforts? Surely, it could only be the result of a heart on fire with love of God, a heart that was always in loving harmony with the Sacred Heart of Jesus the Lord.
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A VOUS AUSSI, chers pèlerins de langue française, vont mes salutations pleines de joie et de reconnaissance. Sainte Rose-Philippine Duchesne est née et a vécu presque cinquante ans sur la terre de France. Je salut cordialement sa famille humaine: les descendants des Duchesne-Perier sont venus nombreux avec les Religieuses du Sacré-Coeur de Mère Barat. Je me tourne aussi vers les diocésains de Grenoble, de Lyon, de Paris. En cette brève rencontre, il me tient à coeur de faire entendre – pour le bien de tous et de chacun – les appels toujours actuels qui jaillissent de l’admirable existence de la nouvelle sainte.

Avec elle, avançons plus résolument sur les chemins de la confiance sans borne dans le Seigneur. Partie en Amérique du Nord sans rien connaître des lieux et des populations à soulager et évangéliser, elle ne cessa de jeter tous ses soucis dans le coeur de Dieu. Son esprit de contemplation nous interpelle tout autant. Pendant trente-quatre ans d’activités intenses, remplies de préoccupations de toute sorte et non dépourvues d’échecs, elle s’appliqua à voir toute chose et toute personne avec le regard du Christ. Cette dimension spirituelle a-t-elle suffisamment de place dans nos existences débordées? Un autre signe de sainteté chez Mère Duchesne est à retenir et à imiter. Nous savons qu’elle connut la barrière des langues. Elle la contourna magnifiquement par le témoignage concret et quotidien de sa vie. Dans notre civilisation, qui porte facilement à user et abuser du discours, il est indispensable de vérifier souvent si notre existence habituelle est suffisamment silencieuse, transparente, bienfaisante dans son simple déroulement. Enfin, dans son action missionnaire, sainte Rose-Philippine, sans théoriser sur l’inculturation de l’Evangile, manifesta toujours un profond respect à l’égard des cultures rencontrées. N’est-ce pas une lumière et un encouragement pour l’Eglise contemporaine, pour les Instituts missionnaires? Que sainte Rose-Philippine Duchesne nous entraîne tous et chacun sur les chemins évangéliques qu’elle a ardemment suivis, afin que là où la Providence nous a fait signe de servir nous travaillions sans relâche à l’expansion du Règne de Notre Seigneur Jésus-Christ! Chers pèlerins de France, je vous bénis de tout coeur.







                                                                                       Agosto de 1988




A LOS OBISPOS DE NICARAGUA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Lunes 22 de agosto de 1988



Queridos Hermanos en el Episcopado:

En el ejercicio de vuestro ministerio de Pastores de la Iglesia de Dios en Nicaragua, habéis venido a visitar al Obispo de Roma para expresar vuestra comunión jerárquica, dado que Cristo confió a Pedro y a sus sucesores en esta Sede, investidos por institución divina de potestad suprema, plena, inmediata y universal, el cuidado de todos los fieles (Christus Dominus CD 2).

Después de haber venerado los sepulcros de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia de Roma, y después del encuentro personal conmigo, tengo el gusto de saludaros colectivamente como miembros del Episcopado de Nicaragua, al final de vuestra visita “ad limina”. Pláceme manifestar ahora mi más profundo reconocimiento al Señor Cardenal Miguel Obando Bravo Presidente de esa Conferencia Episcopal, por las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme, al comienzo de este encuentro, las cuales testimonian el verdadero afecto y la plena adhesión de los fieles católicos nicaragüenses a esta Sede Apostólica.

134 1. Este encuentro hace palpable una vez más lo que nos recuerda el Concilio Vaticano II: “Cada Obispo representa a su Iglesia, y todos juntos con el Papa representan a toda la Iglesia en el vinculo de la paz, del amor y de la unidad” (Lumen gentium LG 23). El mismo Jesús, antes de entregar su vida por nosotros (cf Ep 5,2), elevó su plegaria al Padre para que todos sus discípulos permanecieran siempre unidos: “Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (Jn 17,21). Los Obispos, sucesores del Colegio apostólico, son, según la expresa voluntad de Cristo, los pastores de la Iglesia hasta el fin del los tiempos (cf. Lumen gentium LG 18), formando un mismo e indiviso episcopado, al frente del cual está el Romano Pontífice “principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión” (Ibíd.).

Con esta visita “ad limina” vosotros habéis querido estrechar aún más los vínculos de cercanía y unidad con el Sucesor de Pedro; vínculos que siempre han tenido una característica particular en las relaciones de los Obispos de Nicaragua y esta Sede Apostólica. Me es grato a este respecto, recordar la visita pastoral que hice a vuestro País, el año 1983, durante mi viaje apostólico a América Central.

2. La unidad existente entre la cabeza y los miembros de un solo colegio apostólico (cf. Ibíd., 22), es fiel reflejo de aquellos lazos de fe y caridad que unen a cada Obispo con los fieles, porque “los Obispos son, indudablemente, el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares” (Ibíd., 23). Puestos por el Espíritu Santo, los Obispos son enviados para perpetuar la obra de Cristo Señor, Pastor eterno (cf. Christus Dominus CD 1). Al mismo tiempo que se preocupan de instruir a los fieles en el amor de todo el Cuerpo místico, deben esforzarse siempre en “promover y defender la unidad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia” (Lumen gentium LG 23).

Conozco, queridos Hermanos, vuestros esfuerzos por reunir la familia de Dios. Ayudados por los sacerdotes, los religiosos, así como por los agentes de pastoral, sé que hacéis todo lo posible para que la Iglesia, bajo la acción del Espíritu Santo, llegue a ser “en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen gentium LG 1). Exhorto a todos, de modo especial a cuantos “han sido constituidos verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, para ser próvidos cooperadores del Orden episcopal” (Christus Dominus CD 15), a permanecer profundamente unidos a su Obispo, sea en virtud de la común ordenación como de la común misión (cf. Lumen gentium LG 28).

Recuerden los presbíteros que, en el desempeño de su ministerio eclesial, “no están nunca al servicio de una ideología o facción humana, sino que, como heraldos del Evangelio y Pastores de la Iglesia, trabajan por lograr el incremento espiritual del Cuerpo de Cristo” (Presbyterorum Ordinis PO 6). Ojalá que todos –sacerdotes, religiosos y religiosas, agentes de pastoral y demás fieles– sepan renunciar a todo aquello que es causa de división en la Iglesia, esforzándose en “mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz” (Ep 4,3).

3. En el transcurso de los encuentros personales me habéis ilustrado verbalmente lo que ya habéis expuesto en las respectivas relaciones quinquenales sobre vuestros planes de actividad Pastoral, en la que ocupa un lugar prioritario la catequesis familiar.

Ya en el umbral del V Centenario de la Evangelización de América, os exhorto vivamente a mantener y a acrecentar la herencia de la fe. Los misioneros que llegaron a vuestro continente y, en concreto, a vuestra tierra, llevados por su celo evangelizador, dedicaron sus esfuerzos a la catequesis, y especialmente a la catequesis familiar. Este ha sido uno de los pilares que ha mantenido la vida cristiana en ese querido Continente de la esperanza.

Sabéis que el matrimonio y la familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad (Familiaris consortio FC 1). No obstante algunas concepciones materialistas, que a veces entran a formar parte de las legislaciones permisivas, permaneced firmes en proponer el ideal íntegro de la familia, según el designo de Dios, y del sacramento del matrimonio indisoluble, símbolo de la unión íntima de Cristo con la Iglesia (Ep 5,32).

Al mismo tiempo, recordad a los padres que tienen la gravísima obligación de educar a su prole. “Ellos son los primeros y principales educadores de sus hijos” (Familiaris consortio FC 36) los cuales, tienen el derecho inalienable de recibir una educación conforme a la fe religiosa de sus padres (cf. Ibíd., 40, que no venga manipulada por ideologías y praxis materialistas y ateas. En su misión evangelizadora, “la Iglesia mira a los jóvenes; es más, la Iglesia de manera especial se mira a sí misma en los jóvenes” (Carta apostólica a los jóvenes del mundo con motivo del Año internacional de la juventud, 26 de marzo de 1985, n. 15).

Venciendo no pocos obstáculos, seguid ofreciendo a los jóvenes una catequesis sólida y adecuada a sus legítimas aspiraciones en el marco de una Pastoral Juvenil que responda a sus necesidades. Así estarán dispuestos a dar razón de su esperanza a todo el que se la pida (cf. 1P 1P 3,15) y harán que, a través de su vida de fe, la luz de Cristo ilumine la sociedad que se acerca al final del segundo milenio. De su amor a Cristo y de su entrega al prójimo, especialmente a los hermanos más necesitados, dependerá el futuro de la Iglesia en Nicaragua que, gracias a Dios, se anuncia lleno de esperanzadoras promesas.

Motivo de especial satisfacción ha sido para mí constatar que habéis hecho un gran esfuerzo en todas las diócesis en el campo de la pastoral vocacional. Confío en que el Señor bendecirá con abundantes frutos vuestra oración y vuestro ministerio, enviando muchos obreros a su mies (cf. Mt Mt 9,38). La reapertura del Seminario Mayor en Managua os permitirá seguir de cerca la adecuada formación, tanto a nivel espiritual y moral como humano e intelectual, de vuestros seminaristas a los que Dios ha llamado a ser “verdaderos pastores de las almas, a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor” (Optatam Totius OT 4).

135 4. Con profunda atención he seguido vuestra información sobre los graves problemas de vuestro país, o sea, la discordia actual con sus terribles consecuencias a nivel personal, familiar, social y estatal; la conflictividad entre los diversos grupos; la privación de aquellos bienes indispensables que son la base de una vida digna para el hombre.

Por encima de estas dificultades, he podido percibir el clamor de vuestro pueblo por la paz. Tras años de violencia que ha causado irrecuperables pérdidas de vidas humanas así como destrucciones por doquier, de todos los corazones sube una oración al “Príncipe de la Paz” (
Is 9,5) para que finalice la lucha entre hermanos. El dolor de todos los hijos de esa Nación: huérfanos y heridos de guerra; padres y madres que lloran a sus hijos muertos, desaparecidos, prisioneros o desplazados. Este dolor de los pobres, de cuantos sufren, interpela a los hombres de buena voluntad, especialmente a las partes en conflicto, para que hagan todo lo posible en la búsqueda de la paz.

En vuestra reciente Carta Pastoral habéis invitado a los nicaragüenses, y, en particular, a los que tienen responsabilidades públicas, “a buscar medios pacíficos, cívicos, y políticos para reanudar diálogos de altura, donde se aborden plazos y medidas prácticas y pertinentes para una irreversible democratización y pacificación de la Patria” (Conferencia episcopal de Nicaragua, Carta pastoral, 29 de junio de 1986). Esta situación interpela también a la comunidad eclesial. “La Iglesia es la primera que quiere la paz y busca construirla, mediante la conversión y la penitencia” (Eiusdem, Carta pastoral, 6 de abril de 1986). Ella no se limita únicamente a condenar “toda forma de ayuda, cualquiera que sea su fuente, que conduzca a la destrucción, al dolor y la muerte de nuestras familias, o al odio y la división entre los nicaragüenses” (Ibid.), sino que en su acción pastoral educa a las conciencias para que los fieles “trabajen por la paz” (Mt 5,9). Al mismo tiempo la Iglesia ofrece su servicio de reconciliación para que las partes en conflicto abandonen definitivamente el lenguaje de las armas y lo sustituyan por el diálogo; un diálogo que sea abierto y eficaz, clarificador y fraternal.

La Iglesia, al proclamar que “la paz nace de un corazón nuevo” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1984), invita a todos los hombres a “desterrar de los corazones cualquier residuo de rencor y de resentimiento” (Confer. Episcopal de Nicaragua, Carta pastoral, 29 de junio de 1988).

En vuestro deseo de servir a la causa de la paz, los Obispos de Nicaragua habéis realizado una inestimable labor pastoral. He seguido atentamente la actuación del Presidente de vuestra Conferencia Episcopal, Cardenal Miguel Obando Bravo, asesorado por otros dos Hermanos en el episcopado, en las conversaciones entre las partes en conflicto, primera como Mediador y ahora como Testigo. Sé cuántos sacrificios, incomprensiones y aun peligros, habéis tenido que superar para asegurar que el diálogo, franco y leal, represente el cauce normal en la búsqueda de soluciones a los problemas que enfrentan a los hijos de una misma nación.

He sabido con agrado que la Iglesia en Nicaragua, mediante su Representante en la Comisión de Verificación, el Cardenal Miguel Obando Bravo, tiene ya organizado su personal para dicha verificación esperando que se re reanuden las conversaciones y se alcance, junto con la paz estable y duradera, la verdadera democratización del País.

Como Pastores de todos los nicaragüenses, no os canséis de trabajar en favor de una auténtica reconciliación nacional. Es una misión propia de la Iglesia a la que Cristo “confió el ministerio de la reconciliación” (2Co 5,18), y que continuamente debe exhortar a los hombres de buena voluntad para que abandonen el odio, derribando el muro que les separa (cf. Ef Ep 2,14-16), y para que todos unidos, traten de reconstruir la Patria sobre el fundamento de la paz, que esté basada en la verdad, la justicia, el amor y la libertad. ¡No puede haber paz donde no se respeta totalmente la libertad!

5. La Iglesia, que no “está ligada a sistema político alguno” (Gaudium et spes, GS 76), lejos de tener pretensiones de orden temporal, desea ofrecer su servicio pastoral al hombre. Anunciando la Buena Nueva y proclamando su doctrina social en la defensa y promoción de los derechos fundamentales de la persona, contribuye a la salvaguardia del carácter trascendente de cada hombre y a la difusión del reino de la justicia y de la caridad (cf. Ibíd.). Por eso, renunciando a cualquier privilegio, la Iglesia reclama en cada sociedad y, por tanto, en la vuestra, el derecho a disfrutar “del grado de libertad de acción que requiere el cuidado de la salvación de los hombres” (Dignitatis humanae DH 13). A este respecto, espera poder ejercer siempre el derecho irrecusable de tener y usar los propios medios de comunicación social para cumplir su misión evangelizadora en beneficio de toda la comunidad humana.

La Iglesia en Nicaragua espera igualmente que pronto se puedan reincorporar a su anterior trabajo pastoral los sacerdotes que fueron sacados del País. También espera poder recuperar cuanto antes todos aquellos bienes materiales que estaban dedicados al servicio del pueblo fiel. Con no menos urgencia, la comunidad eclesial, fiel a la Jerarquía, siente la necesidad de reemprender las obras de promoción social que se venían desarrollando en beneficio de los más necesitados.

Al terminar este grato encuentro, no puedo menos de invocar sobre vosotros, queridos Hermanos, la intercesión de la Virgen Santísima, “La Purísima”, tan querida y venerada en Nicaragua, como vuestros fieles lo han demostrado durante el Ano Mariano, que acabamos de clausurar.

Los cristianos que tienen puesta su confianza en la protección de su “Abogada, Auxiliadora, Socorro y Mediadora” (Lumen gentium LG 62), no sucumbirán en las adversidades, sino que con su maternal protección podrán combatir bien su combate, correr hasta la meta, mantener la fe, esperando el premio del Señor, Juez justo, en el día de su venida (cf. 2Tm 2Tm 7-8).

136 Como testimonio de mi afecto y cercanía hacia todos los miembros de la querida Iglesia y Nación nicaragüense, os imparto una especial Bendición Apostólica, en prenda de la constante protección del Altísimo.






Discursos 1988 125