Discursos 1988 152


A LOS OBISPOS DE PUERTO RICO


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 27 de octubre de 1988



Señor Cardenal,
queridos hermanos en el Episcopado:

1. Me complace daros mi más cordial bienvenida en este encuentro, que sigue a los coloquios privados mantenidos con ocasión de vuestra visita “ad limina”. Agradezco el deferente saludo con el que me hacéis llegar también los sentimientos de cercanía y afecto de vuestros fieles diocesanos, que forman esa porción de la Iglesia de Dios en Puerto Rico.

La visita de los Obispos “ad limina Apostolorum”, signo de comunión intereclesial, consiste fundamentalmente, como bien sabéis, en venerar los sepulcros de los apóstoles Pedro y Pablo, visitar al Papa para informarle sobre el estado de las respectivas diócesis, así como tomar contacto con los Dicasterios de la Curia romana. Estos encuentros ayudan sin duda a fomentar la unidad entre las Iglesias locales y la de Roma, sede del apóstol Pedro, que es principio y fundamento visible de la comunión de los obispos y también de los fieles. De ahí que se pueda afirmar que la Cátedra de Pedro tutela las legítimas diferencias y, al mismo tiempo, vigila para que las particularidades de cada Iglesia, lejos de ser un obstáculo para la unidad, la enriquezcan. Por ello, el Papa tiene no sólo la misión de procurar el bien común de la Iglesia universal, sino también el de cada una de las Iglesia locales. En este sentido, los encuentros privados y colectivos de la visita “ad limina” permiten al Obispo de Roma conocer de cerca las necesidades y circunstancias locales de cada comunidad de creyentes.

153 2. La consolidación del sentido colegial en el seno de vuestra Conferencia Episcopal contribuirá ciertamente a dar vigor a vuestro ministerio y a una mejor adaptación a las realidades pastorales. En efecto, si bien la responsabilidad y competencia del Ordinario en la propia diócesis es primaria e insustituible (cf. Lumen gentium LG 20 Lumen gentium LG 23), la colaboración recíproca de los obispos dentro de la misma Conferencia es un medio eficaz a fin de lograr un mayor bien para los fieles a escala interdiocesana o regional, pues aquellas problemáticas que superan el ámbito de una diócesis, requieren, por lo general, estudios y orientaciones al mismo nivel. De esta manera, contando con la generosa colaboración de todos, en perspectiva unitaria y con planteamientos diáfanos, podrá lograrse una línea común, que sea de ayuda para cada uno en el ejercicio de su propia función pastoral.

En esta tarea, vivid intensamente la unión entre vosotros mismos, así como con el Sucesor de Pedro y con toda la Iglesia. El testimonio de unidad entre vosotros será ciertamente motivo y estímulo para acrecentar aún más la unidad entre vuestros sacerdotes, entre los agentes de pastoral y con los demás miembros de vuestras Iglesias particulares.

3. De cara al V Centenario de la Evangelización de América, en el marco de lo que se ha llamado “nueva evangelización” –y teniendo también presente la realidad de la Iglesia en Puerto Rico, como lo habéis reflejado personalmente en nuestros encuentros y en las relaciones quinquenales– deseo presentar a vuestra consideración algunas reflexiones que puedan contribuir a potenciar la unidad operativa y dinámica en vuestro ministerio pastoral.

Como obispos vosotros sois la voz de Cristo en medio de los fieles. Sois maestros de la verdad, pues en una Iglesia servidora de la verdad sois los primeros evangelizadores y ninguna otra tarea podrá eximiros de esta misión sagrada. Tenéis, pues, que velar para que vuestras comunidades avancen incesantemente en el conocimiento y puesta en práctica de la Palabra de Dios, alentando y guiando también a quienes son vuestros colaboradores en la función de enseñar. Por ello al alentar la legítima labor de los teólogos, que desempeñan una misión específica dentro de la Iglesia, vosotros debéis prestar al mismo tiempo un permanente servicio en el discernimiento de la verdad, dentro de la fidelidad debida al Magisterio eclesial. Y, si ello fuera necesario, preservando dicha verdad de posibles manipulaciones por parte de magisterios paralelos de personas o grupos, como señala el Documento de Puebla (Puebla, 687).

Como obispos tenéis también una responsabilidad bien definida en el campo litúrgico, en cuanto dispensadores de la gracia y presidentes de la comunidad orante. Por consiguiente, debéis de procurar la promoción de la liturgia y la fructuosa administración de los sacramentos, especialmente el de la Eucaristía, “mediante la cual la Iglesia vive y crece continuamente” (Lumen gentium LG 26). Por ello habréis de cuidar que sean respetadas las normas establecidas, sobre todo en las celebraciones eucarísticas, que nunca deben depender del arbitrio o de las iniciativas particulares de personas o grupos que se disocian de las orientaciones dadas por la Iglesia.

Sois, amados hermanos, servidores de la unidad. En efecto, con la potestad sagrada de la que habéis sido revestidos en la ordenación episcopal, debéis de suscitar la confianza y la participación responsable de todos, creando en la diócesis un clima de comunión eclesial, sin menoscabo de vuestra específica responsabilidad de gobierno por el bien y salvación de las almas. Particularmente delicada puede ser vuestra tarea ministerial cuando hay que orientar a los seglares en su deber de colaborar en la construcción de la ciudad terrena, pero no hay que olvidar que “los Pastores, puesto que deben preocuparse de la unidad, se despojarán de toda ideología político partidista que pueda condicionar sus criterios y actitudes (Puebla, 526). De esta manera, seréis plenamente instrumentos de reconciliación y de una convivencia pacífica, guiando a la comunidad fiel hacia unos objetivos de mayor justicia social, así como de defensa y promoción de los derechos de cada uno, especialmente de los más pobres y necesitados.

4. Para llevar a cabo vuestra tarea episcopal la colaboración de vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y agentes de pastoral es preciosa e indispensable. Ya sé que a este respecto Puerto Rico está recibiendo ayuda de otras comunidades eclesiales, lo cual es consolador y manifiesta la comunión entre las Iglesias, pero al mismo tiempo, este dato revela la necesidad de aplicarse con toda intensidad en una pastoral vocacional convenientemente programada.

Como tuve ocasión de indicar en el discurso inaugural de la Conferencia de Puebla, “toda comunidad ha de procurar sus vocaciones, como señal incluso de su vitalidad y madurez. Hay que reactivar una intensa acción pastoral que, partiendo de la vocación cristiana en general y de una pastoral juvenil entusiasta, dé a la Iglesia los servidores que necesita” (Discurso a la III Conferencia general del episcopado latinoamericano, IV, 28 de enero de 1979). Bien sabéis que es de suma importancia que las diócesis o provincias eclesiásticas puedan disponer de sus propios centros donde sean acogidos y formados los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa. Es verdad que para ello se necesitan educadores responsables y bien preparados intelectual y espiritualmente, mas estad ciertos de que, con la ayuda de Dios, podréis proveer los formadores competentes que sigan con solicitud la preparación de vuestros seminaristas en sus propios ambientes y en contacto directo con la problemática pastoral y humana de las comunidades a las que un día habrán de servir.

Todos los esfuerzos que hagáis para la buena formación de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa –empezando por la promoción de las vocaciones en el ámbito de los centros de enseñanza– serán de vital importancia para vuestras comunidades eclesiales.

Y para que las vocaciones encuentren el ambiente natural en el que puedan germinar y desarrollarse, es imprescindible cuidar la pastoral familiar. Insistid y orientad a vuestros sacerdotes a fin de que pongan esa tarea apostólica entre sus prioridades. Con ello multiplicarán la eficacia de su apostolado, si logran hacer de cada familia una verdadera iglesia doméstica y un centro impulsor de evangelización de otras familias (cf. Familiaris consortio FC 52-55).

5. Particular cuidado a vuestra solicitud de Pastores han de merecer los movimientos apostólicos, cuyo dinamismo ha de tener su fuente en la fuerza de la fe y en la vida sacramental.

154 Bien sabéis que “el apostolado de los laicos brota de la misma esencia de su vocación cristiana” (Apostolicam Actuositatem AA 2). Ellos, convenientemente asistidos por los sacerdotes, han de trabajar –individualmente o legítimamente asociados– para atraer a la Iglesia a aquellos hermanos cuya fe se ha debilitado o que se encuentren alejados de ella. Igualmente, los seglares han de prestar su colaboración generosa en las tareas parroquiales y diocesanas: en la catequesis, en la asistencia caritativa, en la promoción social y humana. Mas, sobre todo, han de dar testimonio de vida cristiana para que sus familias sean –como señala el Documento de Puebla– el “primer centro de evangelización” (Puebla, 617).

Por otra parte, no se os ocultan ciertamente, queridos hermanos, los riesgos y peligros que acechan a la institución familiar. Factores de diversa índole han contribuido a que, en nuestra época, ciertos principios que son básicos para la estabilidad familiar se vean seriamente amenazados.

En efecto, una difundida mentalidad divorcista que quiere evitar compromisos definitivos, así como las reprobables prácticas anticoncepcionales y la violación del don de la vida mediante el aborto, todo ello, divulgado también por unos medios de comunicación social que no siempre promueven los verdaderos valores humanos y del espíritu, hace que vayan en aumento los caves de dolorosas situaciones familiares que tantos y tan graves problemas suscitan.

Tarea ineludible de la pastoral familiar será, por consiguiente, continuar inculcando en los cónyuges cristianos una valoración cada vez mayor de la vida, pues al engendrar un hijo, los esposos han de ser conscientes de que están colaborando íntimamente con el plan creador de Dios. La paternidad responsable que defiende la doctrina católica ha de ser fuente de orientación clara y de espiritualidad cristiana para los esposos. Dicha doctrina no podrá, en ningún caso, ser presentada en sentido reductivo, haciéndola casi sinónimo de lo contrario, es decir, de ausencia de paternidad y maternidad. En una palabra, el matrimonio cristiano, sacramento instituido por Jesucristo, ha de significar siempre un “sí” a la vida.

6. Es innegable que la promoción y defensa de los valores morales y del espíritu en la institución familiar contribuirá también, entre otras cosas, a abrir caminos nuevos y dar motivos de esperanza a una juventud que, asediada por la sociedad permisiva y de consumo, busca no obstante ideales nobles que den sentido a sus legítimas aspiraciones por un mundo más justo y fraterno. Es Cristo el único que puede saciar plenamente el corazón del joven que se abre a la vida.

La formación religiosa de los niños y de los jóvenes ha de continuar siendo objeto principal de vuestra acción pastoral. Os invito, pues, a consagrar a la catequesis a los mejores recursos en hombres y en energías, sin ahorrar esfuerzos, fatigas y medios materiales, para organizarla mejor y formar personal capacitado” (Catechesi Tradendae CTR 15).

Todo esto viene a ser aún más necesario si tenemos en cuenta ciertos fenómenos actuales, que están marcados por un agudo proceso de secularización, de actitudes laicistas y de orientaciones puramente terrenas, lo cual provoca un debilitamiento de la incidencia del mensaje evangélico en la vida de los hombres y de la sociedad.

Es preciso, por tanto, aunar los esfuerzos de todos para hacer realidad la transmisión de una fe profunda y auténtica que presente con claridad toda la belleza del Evangelio, sin reduccionismos dudosos ni interpretaciones arbitrarias que crean confusión y son extraños al depósito doctrinal y al Magisterio de la Iglesia.

7. Desde esta perspectiva, se hace indispensable la programación y puesta en práctica de una pastoral orgánica de conjunto que, aprovechando todas las fuerzas vivas de la Iglesia en Puerto Rico, impulse una evangelización integral que penetre hondamente en la realidad social y cultural, e incluso en el orden económico y político.

Dicha evangelización integral tendrá, naturalmente, su culmen en una intensa vida litúrgica que haga de las parroquias comunidades eclesiales vivas, en las que se promueva una creciente formación cristiana de los fieles y una participación más activa en la acción asistencial y caritativa de la Iglesia. En una palabra: que sean comunidades comprometidas con un nuevo e ilusionado dinamismo apostólico.

En este contexto, también la religiosidad popular, convenientemente purificada de elementos espurios, podrá ser válido instrumento de evangelización y vehículo de un auténtico crecimiento en la fe, que consolide a los fieles en su condición de hijos de la Iglesia, frente al proselitismo de las sectas.

155 Antes de terminar quiero reiteraros, amados hermanos, mi agradecimiento y mi afecto. Pido al Señor que este encuentro consolide y confirme vuestra unión mutua como Pastores de la Iglesia en Puerto Rico. Con ello, vuestro ministerio episcopal ganará en eficacia e intensidad, lo cual redundará en bien de vuestra respectivas comunidades eclesiales.

Al mismo tiempo, os doy el encargo de llevar a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, agentes de pastoral y todos vuestros diocesanos el saludo y la bendición del Papa, que por todos ora con viva esperanza y que conserva en su afecto y corazón de Pastor el entrañable recuerdo de la intensa jornada vivida con ellos con ocasión de la visita apostólica de hace cuatro años.

A la intercesión de la Santísima Virgen encomiendo vuestras personas, vuestras intenciones y propósitos pastorales, para que llevéis a cabo la tarea de una nueva evangelización que prepare los corazones a la venida del Señor. Con estos deseos os acompaña mi oración y mi Bendición Apostólica.







                                                                                  Noviembre de 1988




A UN ENCUENTRO ORGANIZADO POR EL PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA CON OCASIÓN DEL XX ANIVERSARIO


DE LA HUMANAE VITAE


Lunes 7 de noviembre de 1988



1. Con íntima alegría dirijo mi afectuoso saludo a todos vosotros, hermanos en el Episcopado, y a tantos otros hermanos a quienes vosotros representáis.

Al saludo acompaño mi agradecido aprecio por la disponibilidad en emplear una parte de vuestro tiempo y toda vuestra caridad pastoral en la reflexión sobre un tema de particular importancia para la vida y para la misión de la Iglesia.

Un especial agradecimiento debo además al Pontificio Consejo para la Familia, que ha organizado este encuentro y está siguiendo sus trabajos.

2. El motivo del encuentro es el XX aniversario de la Encíclica Humanae vitae que Pablo VI publicó el 25 de julio de 1968 sobre el grave problema de la recta regulación de la natalidad. En la alocución del miércoles siguiente a la publicación de la Encíclica, el mismo Pablo VI confió a los fieles los sentimientos que lo habían guiado en el cumplimiento de su mandato apostólico. Decía: "El primer sentimiento ha sido el de una gravísima responsabilidad nuestra. Ese sentimiento nos ha introducido y sostenido en lo vivo del problema durante los cuatro años requeridos para el estudio y la elaboración de esta Encíclica. Os confesamos que este sentimiento nos ha hecho incluso sufrir no poco espiritualmente. Jamás habíamos sentido como en esta coyuntura el peso de nuestro cargo. Hemos estudiado, leído, discutido cuanto podíamos, y también hemos rezado mucho... Invocando las luces del Espíritu Santo, hemos puesto nuestra conciencia en la plena y libre disponibilidad a la voz de la verdad, tratando de interpretar la norma divina que vemos surgir de la intrínseca exigencia del auténtico amor humano, de las estructuras esenciales de la institución matrimonial, de la dignidad personal de los esposos, de su misión al servicio de la vida, así como de la santidad del matrimonio cristiano; hemos reflexionado sobre los elementos estables de la doctrina tradicional y vigente de la Iglesia, y especialmente sobre las enseñanzas del reciente Concilio; hemos ponderado las consecuencias de una y otra decisión, y no hemos tenido duda alguna sobre nuestro deber de pronunciar nuestra sentencia en los términos expresados por la presente Encíclica" (cf. Insegnamenti di Paolo VI, vol. VI, 1968, págs. 870-871).

De todos son conocidas las reacciones, a veces ásperas y hasta despreciativas, que también en algunos ambientes de la misma comunidad eclesial ha recibido la Encíclica Humanae vitae. Mi venerado predecesor las había previsto claramente. De hecho, escribía en la Encíclica: «Se puede prever que estas enseñanzas no serán quizá fácilmente aceptadas por todos: son demasiadas las voces —ampliadas por los modernos medios de propaganda— que están en contraste con la de la Iglesia. A decir verdad, ésta no se extraña de ser, a semejanza de su Divino Fundador, "signo de contradicción" (cf. Lc Lc 2,34); pero no deja por esto de proclamar con humilde firmeza toda la ley moral, tanto natural como evangélica" (n. 18).

Por otra parte, Pablo VI mantuvo siempre una profunda confianza en la capacidad de los hombres de hoy de acoger y de comprender la doctrina de la Iglesia sobre el principio de la "inseparable conexión, que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador". (n. 12). "Nos pensamos —escribía él— que los hombres, en particular los de nuestro tiempo, se encuentran en situación de comprender el carácter profundamente razonable y humano de este principio fundamental" (n. 12).

156 3. En realidad, los años sucesivos a la Encíclica, no obstante la insistencia de críticas injustificadas y de silencios inaceptables, han podido demostrar con creciente claridad cómo el documento de Pablo VI era no sólo siempre de viva actualidad, sino investido hasta de un significado profético.

Un testimonio de particular valor lo ofrecieron los obispos en el Sínodo de 1980, cuando escribieron así en la Propositio 22: "Este Sagrado Sínodo, reunido en la unidad de la fe con el Sucesor de Pedro, mantiene firmemente lo que ha sido propuesto en el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes
GS 50) y después en la Encíclica Humanae vitae, y en concreto, que el amor conyugal debe ser plenamente humano, exclusivo y abierto a una nueva vida" (Humanae vitae HV 11 y cf. 9 y 12)

Yo mismo después, en la Exhortación post-sinodal Familiaris consortio, propuse de nuevo, en el más amplio contexto de la vocación y de la misión de la familia, la perspectiva antropológica y moral de la Humanae vitae sobre la transmisión de la vida humana (cf. nn. 28-35). Asimismo, durante las audiencias de los miércoles, dediqué las últimas catequesis "sobre el amor humano en el plano divino" a confirmar y a iluminar el principio ético fundamental de la Encíclica de Pablo VI acerca de la conexión inseparable de los significados unitivo y procreativo del acto conyugal, interpretado a la luz del significado esponsal del cuerpo humano.

Entre los frutos del Sínodo de los Obispos sobre las tareas de la familia en el mundo de hoy se debe recordar la constitución de dos importantes organismos eclesiales, destinados el uno a estimular la actividad pastoral sobre el matrimonio y la familia, y el otro a promover la reflexión científica.

El primer organismo es el Pontificio Consejo para la Familia, con el cual venía profundamente renovado al precedente Comité Pontificio para la Familia querido por Pablo VI. En la Exhortación Familiaris consortio indicaba el sentido y la finalidad del nuevo organismo: ser "un signo de la importancia que yo atribuyo a la pastoral de la familia en el mundo, para que al mismo tiempo sea un instrumento eficaz a fin de ayudar a promoverla a todos los niveles" (n. 73).

El segundo organismo es el Instituto Juan Pablo II para estudios sobre matrimonio y familia, querido "para que la verdad acerca del matrimonio y la familia pueda ser cada vez mejor investigada científicamente, de modo que laicos, religiosos y sacerdotes puedan recibir formación, ya sea filosófico-teológica, ya en ciencias humanas, en esta materia, a fin de que su ministerio pastoral y eclesial se pueda desarrollar de manera más eficaz en favor del Pueblo de Dios" (Cons. Apost. Magnum matrimonii, 7 de octubre, 1982, n. 3).

Ya fundado y operante desde algunos años en la Pontificia Universidad Lateranense, recibió el reconocimiento jurídico en 1982 y ha continuado su laudable tarea alargando su actividad a otros países. En estos mismos días el Instituto ha programado el II Congreso internacional de teología moral sobre el tema "Humanae vitae: 20 años después", con reflexiones y análisis que se mueven en la línea de las preocupaciones pastorales propias también de esta reunión vuestra.

La gravedad de los problemas hoy planteados en el ámbito del matrimonio y de la familia hace cada vez más necesario que dentro de las Conferencias Episcopales nacionales o regionales, y a veces también en diócesis singulares, se constituyan y se hagan operantes organismos análogos a los ahora recordados: sólo así los problemas pueden encontrar, con la debida profundización doctrinal, válidas respuestas pastorales oportunamente coordinadas con las iniciativas de los otros organismos eclesiales.

4. La presente reunión reviste ya una particular importancia por el mismo hecho de desarrollarse entre obispos aquí congregados como representantes de las Conferencias Episcopales de los respectivos países, en los que les han sido confiados específicos encargos en este sector de la pastoral. Venerados hermanos: La problemática teológica y pastoral suscitada por la Encíclica Humanae vitae y por la Exhortación Familiaris consortio, representa sin duda un capítulo fundamental de vuestra solicitud de maestros y de Pastores de la verdad evangélica y humana acerca del matrimonio y la familia.

Este encuentro puede ser para vosotros una preciosa ocasión para que, mediante la comunicación de experiencias, se pueda describir y analizar mejor la actual situación de la Iglesia, sea refiriendo los desarrollos vinculados a la temática de la Humanae vitae, sea informando acerca de la respuesta que, en las diversas situaciones sociales y culturales, se ha dado al respecto.

El método de estos trabajos y los resultados que se obtendrán pueden quizá sugerir la oportunidad de volver a convocar en el futuro semejantes encuentros. Ellos de hecho se mueven en el contexto de una colaboración ya presente entre el Pontificio Consejo para la Familia y los Episcopados de los diferentes países, sobre todo con ocasión de las visitas ad limina. Las múltiples dificultades a las que debe hacer frente la familia en el mundo contemporáneo inducen a desear la consolidación ulterior de tal colaboración a fin de ofrecer a los esposos toda ayuda posible para corresponder mejor a su propia vocación.

157 5. Desde muchas partes la referencia a la Encíclica Humanae vitae se une, casi automáticamente, a la idea de la "crisis" que ha afectado, y continúa afectando, a la moral conyugal.

Sin duda se deben reconocer las múltiples y a veces graves dificultades que en este campo encuentran los sacerdotes y las parejas, los unos en anunciar la verdad entera sobre el amor conyugal, y las otras en vivirla. Por otra parte, las dificultades a nivel moral son el fruto y el signo de otras dificultades más graves que tocan los valores esenciales del matrimonio como "íntima comunidad de vida y de amor conyugal" (Gaudium et spes
GS 48). La pérdida de estima en relación al hijo como "preciosísimo don del matrimonio" (Gaudium et spes GS 50) y hasta el rechazo categórico de transmitir la vida, a veces por una errónea concepción de la procreación responsable, y la interpretación totalmente subjetiva y relativa del amor conyugal, tan abundantemente difundidas en nuestra sociedad y en nuestra cultura, son el signo evidente de la actual crisis matrimonial y familiar.

Como raíz de la "crisis", la Exhortación Familiaris consortio ha señalado una corrupción de la idea y de la práctica de la libertad, que es "concebida no como la capacidad de realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, sino como una fuerza autónoma de autoafirmación no raramente contra los demás, en orden al propio bienestar egoísta" (n. 6). Más radicalmente todavía hay que indicar una visión inmanentista y secularizante del matrimonio, de sus valores y de sus exigencias: el rechazo a reconocer el manantial divino del que derivan el amor y la fecundidad de los esposos, expone el matrimonio y la familia a desintegrarse también como experiencia humana.

Al mismo tiempo la situación actual presenta también aspectos positivos, entre los cuales sobresale el descubrimiento de los "recursos" de que el hombre y la mujer disponen para vivir la verdad plena del amor conyugal.

El primero y fundamental recurso es el sacramento del matrimonio, o sea, Jesucristo mismo que se hace presente y operante por medio de su Espíritu y hace a los esposos cristianos partícipes de su amor a la humanidad redimida. Este "sacramento" manifiesta plenamente y lleva a total cumplimiento aquel "sacramento primordial de la creación" por el cual desde el "principio" el hombre y la mujer han sido creados por Dios a su imagen y semejanza y llamados al amor y a la comunión. Así el hombre y la mujer, mientras realizan su "humanidad" según la vocación matrimonial, se ponen al servicio no sólo de los hijos, sino también de la Iglesia y de la sociedad.

El período post-conciliar ha favorecido un progresivo crecimiento en el conocimiento del significado eclesial y social del matrimonio y de la familia: es éste el lugar más común y, al mismo tiempo, fundamental en el que se expresa la misión de los laicos en la Iglesia. La "Carta de los Derechos de la Familia", publicada por la Santa Sede en 1983 a petición del Sínodo de los Obispos, constituye un momento de particular importancia para la conciencia del significado social y político de la vida de pareja y de familia: éstas no son meras destinatarias, sino verdaderas y propias "protagonistas" de una "política" al servicio del bien común familiar.

6. Frente a las dificultades y a los recursos de la familia de hoy, la Iglesia se siente llamada a renovar la conciencia del encargo que ha recibido de Cristo en relación al precioso bien del matrimonio y de la familia: la tarea de anunciarlo en su verdad, de celebrarlo en su misterio y de vivirlo en la existencia cotidiana de los que han sido "llamados por Dios a servirle en el matrimonio" (Humanae vitae HV 25).

Pero, ¿cómo desarrollar esta tarea en las presentes condiciones de vida de la Iglesia y de la sociedad?

La comunión de ideas y de experiencias durante este encuentro vuestro permitirá ciertamente encontrar algunas respuestas significativas.

De todas maneras puede ser oportuno, al principio de vuestros trabajos, ofrecer algunas sugerencias y formular algunas propuestas.

Es especialmente urgente reavivar la conciencia del amor conyugal como don: ese don que, mediante el sacramento del matrimonio, el Espíritu Santo, que es la Persona-don en el inefable misterio de la Trinidad (cf. Dominum et Vivificantem DEV 10), derrama en el corazón de los esposos cristianos. Este mismo don es la "ley nueva" de su existencia, la raíz y la fuerza de la vida moral de la pareja y de la familia. Y en realidad su ethos consiste en vivir todas las dimensiones del don:

158 — la dimensión conyugal, que exige a los esposos llegar a ser cada vez más un solo corazón y una sola alma, revelando así en la historia el misterio de la misma comunión de Dios uno y trino;

— la dimensión familiar, que exige a los esposos estar dispuestos a "cooperar... con el amor del Creador y del Salvador, quien por medio de ellos aumenta y enriquece diariamente a su propia familia" (Gaudium et spes
GS 50), acogiendo del Señor el don del hijo (cf. Gén Gn 4,1);

— la dimensión eclesial y social, por la cual los cónyuges y los padres cristianos, en virtud del sacramento, "poseen su propio don, dentro del Pueblo de Dios, en su estado y forma de vida" (Lumen gentium LG 11). Y al mismo tiempo asumen y desarrollan —como "célula primera y vital de la sociedad".(Apostolicam actuositatem, AA 11)— su responsabilidad en el ámbito social y político;

— la dimensión religiosa, por la cual la pareja y la familia responden al don de Dios y en la fe, en la esperanza y en la caridad hacen de toda su vida "sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo" (l Pe 2, 5).

Sin descuidar enseñanzas que tienen también su importancia, como son aquellas que se refieren a los aspectos antropológicos y sicológicos de la sexualidad y del matrimonio, el esfuerzo pastoral de la Iglesia debe poner decididamente en primer lugar la difusión y la profundización de la conciencia de que el amor conyugal es don de Dios confiado a la responsabilidad del hombre y de la mujer: en esta línea deben moverse la catequesis, la reflexión teológica, la educación moral y espiritual.

Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: "...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia" (n. 70).

La exigencia insustituible de que la fe se haga cultura, debe encontrar su primer y fundamental lugar de realización en la pareja y en la familia. El fin de la pastoral familiar consiste no sólo en hacer la comunidad eclesial más solícita hacia el bien cristiano y humano de las parejas y de las familias, en particular de las más pobres y en dificultad, sino también y sobre todo en estimular el "protagonismo" propio e insustituible de las parejas y de las familias mismas en la Iglesia y en la sociedad.

Para una pastoral familiar eficaz e incisiva es necesario orientar hacia la formación de los agentes, suscitando también vocaciones al apostolado en este campo vital para la Iglesia y para el mundo. Las palabras de Jesucristo: "La mies es mucha, y los obreros pocos" (Lc 10,2), valen también para el campo de la pastoral familiar. Son necesarios "obreros" que no teman las dificultades y las incomprensiones al presentar el proyecto de Dios sobre el matrimonio, dispuestos a "sembrar con lágrimas", pero con la seguridad de "cosechar entre cantares" (cf. Sal 125/126, 5).

7. Dios quiere que toda familia sea en Cristo Jesús una "Iglesia doméstica" (cf. Lumen gentium LG 11): de esta "iglesia en miniatura", como gusta llamar frecuentemente a la familia San Juan Crisóstomo (cf. por ejemplo In Genesim, Serm. VI, 2; VII, 1), depende en su mayor parte el futuro de la Iglesia y de su misión evangelizadora.

También el porvenir de una sociedad más humana, inspirada y sostenida por la civilización del amor y de la vida, depende en gran medida de la "calidad" moral y espiritual del matrimonio y de la familia, de su "santidad".

Esta es la finalidad suprema de la acción pastoral de la Iglesia, de la que nosotros obispos somos los primeros responsables. El XX aniversario de la Humanae vitae vuelve a plantearnos a todos esta finalidad con la misma urgencia apostólica de Pablo VI, que concluía su Encíclica dirigiéndose a los hermanos en el episcopado con estas palabras: "Trabajad al frente de los sacerdotes, vuestros colaboradores, y de vuestros fieles con ardor y sin descanso, por la salvaguardia y la santidad del matrimonio para que sea vivido en toda su plenitud humana y cristiana. Considerad esta misión como una de vuestras responsabilidades más urgentes en el tiempo actual" (Humanae vitae HV 30).

159 Haciendo mías estas exhortaciones, imparto a todos con afecto la bendición apostólica.










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