Audiencias 1989 9

9 6. Por lo demás, la hipótesis que quiere ver en la resurrección un “producto” de la fe de los Apóstoles, se confuta también por lo que es referido cuando el Resucitado “en persona se apareció en medio de ellos y les dijo: ¡Paz a vosotros!”. Ellos, de hecho, “creían ver un fantasma”. En esa ocasión Jesús mismo debió vencer sus dudas y temores y convencerles de que “era Él”: “Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo”. Y puesto que ellos “no acababan de creerlo y estaban asombrados” Jesús les dijo que le dieran algo de comer y “lo comió delante de ellos” (cf. Lc 24,36-43).

7. Además, es muy conocido el episodio de Tomás, que no se encontraba con los demás Apóstoles cuando Jesús vino a ellos por primera vez, entrando en el Cenáculo a pesar de que la puerta estaba cerrada (cf. Jn 20,19). Cuando, a su vuelta, los demás discípulos le dijeron: “Hemos visto al Señor”, Tomás manifestó maravilla e incredulidad, y contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado no creeré”. Ocho días después, Jesús vino de nuevo al Cenáculo, para satisfacer la petición de Tomás “el incrédulo” y le dijo: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”. Y cuando Tomás profesó su fe con las palabras “Señor mío y Dios mío”, Jesús le dijo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (Jn 20,24-29).

La exhortación a creer, sin pretender ver lo que se esconde en el misterio de Dios y de Cristo, permanece siempre válida; pero la dificultad del Apóstol Tomás para admitir la resurrección sin haber experimentado personalmente la presencia de Jesús vivo, y luego su ceder ante las pruebas que le suministró el mismo Jesús, confirman lo que resulta de los Evangelios sobre la resistencia de los Apóstoles y de los discípulos a admitir la resurrección. Por esto no tiene consistencia la hipótesis de que la resurrección haya sido un “producto” de la fe (o de la credulidad) de los Apóstoles. Su fe en la resurrección nació, por el contrario, ?bajo la acción de la gracia divina? de la experiencia directa de la realidad de Cristo resucitado.

8. Es el mismo Jesús el que, tras la resurrección, se pone en contacto con los discípulos con el fin de darles el sentido de la realidad y disipar la opinión (o el miedo) de que se tratara de un “fantasma” y por tanto de que fueran víctimas de una ilusión. Efectivamente, establece con ellos relaciones directas, precisamente mediante el tacto. Así es en el caso de Tomás, que acabamos de recordar, pero también en el encuentro descrito en el Evangelio de Lucas, cuando Jesús dice a los discípulos asustados: “Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo” (24, 39). Les invita a constatar que el cuerpo resucitado, con el que se presenta a ellos, es el mismo que fue martirizado y crucificado. Ese cuerpo posee sin embargo al mismo tiempo propiedades nuevas: se ha “hecho espiritual” y “glorificado” y por lo tanto ya no está sometido a las limitaciones habituales a los seres materiales y por ello a un cuerpo humano. (En efecto, Jesús entra en el Cenáculo a pesar de que las puertas estuvieran cerradas, aparece y desaparece, etc.). Pero al mismo tiempo ese cuerpo es auténtico y real. En su identidad material está la demostración de la resurrección de Cristo.

9. El encuentro en el camino de Emaús, referido en el Evangelio de Lucas, es un hecho que hace visible de forma particularmente evidente cómo se ha madurado en la conciencia de los discípulos la persuasión de la resurrección precisamente mediante el contacto con Cristo resucitado (cf. Lc 24,15-21). Aquellos dos discípulos de Jesús, que al inicio del camino estaban “tristes y abatidos” con el recuerdo de todo lo que había sucedido al Maestro el día de la crucifixión y no escondían la desilusión experimentada al ver derrumbarse la esperanza puesta en Él como Mesías liberador (“Esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel”), experimentan después una transformación total, cuando se les hace claro que el Desconocido, con el que han hablado, es precisamente el mismo Cristo de antes, y se dan cuenta de que Él, por tanto, ha resucitado. De toda la narración se deduce que la certeza de la resurrección de Jesús había hecho de ellos casi hombres nuevos. No sólo habían readquirido la fe en Cristo, sino que estaban preparados para dar testimonio de la verdad sobre su resurrección.

Todos estos elementos del texto evangélico, convergentes entre sí, prueban el hecho de la resurrección, que constituye el fundamento de la fe de los Apóstoles y del testimonio que, como veremos en las próximas catequesis, está en el centro de su predicación.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo ahora saludar cordialmente a los peregrinos y visitantes de lengua española. En particular saludo a los miembros de las Fuerzas Armadas de Venezuela aquí presentes y a los integrantes del Club Alumni de Buenos Aires.

A todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica



Febrero de 1989

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Miércoles 1 de febrero de 1989

Del "sepulcro vacío" al encuentro con el Resucitado

1. La profesión de fe que hacemos en el Credo cuando proclamamos que Jesucristo “al tercer día resucitó de entre los muertos”, se basa en los textos evangélicos que, a su vez, nos transmiten y hacen conocer la primera predicación de los Apóstoles. De estas fuentes resulta que la fe en la resurrección es, desde el comienzo, una convicción basada en un hecho, en un acontecimiento real, y no un mito o una “concepción”, una idea inventada por los Apóstoles o producida por la comunidad postpascual reunida en torno a los Apóstoles en Jerusalén, para superar junto con ellos el sentido de desilusión consiguiente a la muerte de Cristo en cruz. De los textos resulta todo lo contrario y por ello, como he dicho, tal hipótesis es también crítica e históricamente insostenible. Los Apóstoles y los discípulos no inventaron la resurrección (y es fácil comprender que eran totalmente incapaces de una acción semejante). No hay rastros de una exaltación personal suya o de grupo, que les haya llevado a conjeturar un acontecimiento deseado y esperado y a proyectarlo en la opinión y en la creencia común como real, casi por contraste y como compensación de la desilusión padecida. No hay huella de un proceso creativo de orden psicológico-sociológico-literario ni siguiera en la comunidad primitiva o en los autores de los primeros siglos. Los Apóstoles fueron los primeros que creyeron, no sin fuertes resistencias, que Cristo había resucitado simplemente porque vivieron la resurrección como un acontecimiento real del que pudieron convencerse personalmente al encontrarse varias veces con Cristo nuevamente vivo, a lo largo de cuarenta días. Las sucesivas generaciones cristianas aceptaron aquel testimonio, fiándose de los Apóstoles y de los demás discípulos como testigos creíbles. La fe cristiana en la resurrección de Cristo está ligada, pues, a un hecho, que tiene una dimensión histórica precisa.

2. Y sin embargo, la resurrección es una verdad que, en su dimensión más profunda, pertenece a la Revelación divina: en efecto, fue anunciada gradualmente de antemano por Cristo a lo largo de su actividad mesiánica durante el período prepascual. Muchas veces predijo Jesús explícitamente que, tras haber sufrido mucho y ser ejecutado, resucitaría. Así, en el Evangelio de Marcos. se dice que tras la proclamación de Pedro en las cercanía de Cesarea de Filipo. Jesús a comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días.Hablaba de esto abiertamente” (Mc 8,31-32). También según Marcos, después de la transfiguración, “cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contaran lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos” (Mc 9,9). Los discípulos quedaron perplejos sobre el significado de aquella “resurrección” y pasaron a la cuestión, ya agitada en el mundo judío, del retorno de Elías (Mc 9,11): pero Jesús reafirmó la idea de que el Hijo del hombre debería “sufrir mucho y ser despreciado” (Mc 9,12). Después de la curación del epiléptico endemoniado, en el camino de Galilea recorrido casi clandestinamente, Jesús toma de nuevo la palabra para, instruirlos: “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará”. “Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle” (Mc 9,31-32). Es el segundo anuncio de la pasión y resurrección al que sigue el tercero, cuando ya se encuentran en camino hacia Jerusalén: “Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará” (Mc 10,33-34).

3. Estamos aquí ante una previsión y predicción profética de los acontecimientos, en la que Jesús ejercita su función de revelador, poniendo en relación la muerte y la resurrección unificadas en la finalidad redentora, y refiriéndose al designio divino según el cual todo lo que prevé y predice “debe” suceder. Jesús, por tanto, hace conocer a los discípulos estupefactos e incluso asustados algo del misterio teológico que subyace en los próximos acontecimientos, como por lo demás en toda su vida. Otros destellos de este misterio se encuentran en la alusión al “signo de Jonás” (cf. Mt 12 Mt 40) que Jesús hace suyo y aplica a los días de su muerte y resurrección, y en el desafío a los judíos sobre “la reconstrucción en tres días del templo que será destruido” (cf. Jn 2,19). Juan anota que Jesús “hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús” (Jn 2,20-21) Una vez más nos encontramos ante la relación entre la resurrección de Cristo y su Palabra, ante sus anuncios ligados “a las Escrituras”.

4. Pero además de las palabras de Jesús, también la actividad mesiánica desarrollada por Él en el período prepascual muestra el poder de que dispone sobre la vida y sobre la muerte, y la conciencia de este poder, como la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,39-42), la resurrección del joven de Naím (Lc 7,12-15), y sobre todo la resurrección de Lázaro (Jn 11,42-44) que se presenta en el cuarto Evangelio como un anuncio y una prefiguración de la resurrección de Jesús. En las palabras dirigidas a Marta durante este último episodio se tiene la clara manifestación de la autoconciencia de Jesús respecto a su identidad de Señor de la vida v de la muerte v de poseedor de las llaves del misterio de la resurrección: “Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11,25-26).

Todo son palabras y hechos que contienen de formas diversas la revelación de la verdad sobre la resurrección en el período prepascual.

5. En el ámbito de los acontecimientos pascuales, el primer elemento ante el que nos encontramos es el “sepulcro vacío”. Sin duda no es por sí mismo una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro en el que había sido depositado podría explicarse de otra forma, como de hecho pensó por un momento María Magdalena cuando, viendo el sepulcro vacío, supuso que alguno habría sustraído el cuerpo de Jesús (cf. Jn 20,13).

Más aún el Sanedrín trató de hacer correr la voz de que, mientras dormían los soldados, el cuerpo habla sido robado por los discípulos. “Y se corrió esa versión entre los judíos, ?anota Mateo? hasta el día de hoy” (Mt 28,12-15).

A pesar de esto el “sepulcro vacío” ha constituido para todos. amigos y enemigos, un signo impresionante. Para las personas de buena voluntad su descubrimiento fue el primer paso hacia el reconocimiento del “hecho” de la resurrección como una verdad que no podía ser refutada.

6. Así fue ante todo para las mujeres, que muy de mañana se hablan acercado al sepulcro para ungir el cuerpo de Cristo. Fueron las primeras en acoger el anuncio: “Ha resucitado, no está aquí... Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro...” (Mc 16,6-7). “Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: ‘Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite’. Y ellas recordaron sus palabras” (Lc 24,6-8).

11 Ciertamente las mujeres estaban sorprendidas y asustadas (cf. Mc 16,8 Lc 24,5). Ni siquiera ellas estaban dispuestas a rendirse demasiado fácilmente a un hecho que, aún predicho por Jesús, estaba efectivamente por encima de toda posibilidad de imaginación y de invención. Pero en su sensibilidad y finura intuitiva ellas, y especialmente María Magdalena, se aferraron a la realidad y corrieron a donde estaban los Apóstoles para darles la alegre noticia.

El Evangelio de Mateo (28, 8-10) nos informa que a lo largo del camino Jesús mismo les salió al encuentro, las saludó y les renovó el mandato de llevar el anuncio a los hermanos (Mt 28,10). De esta forma las mujeres fueron las primeras mensajeras de la resurrección de Cristo, y lo fueron para los mismos Apóstoles (Lc 24,10). ¡Hecho elocuente sobre la importancia de la mujer ya en los días del acontecimiento pascual!

7. Entre los que recibieron el anuncio de María Magdalena estaban Pedro y Juan (cf. Jn 20,3-8). Ellos se acercaron al sepulcro no sin titubeos, tanto más cuanto que Marta les había hablado de una sustracción del cuerpo de Jesús del sepulcro (cf. Jn 20,2). Llegados al sepulcro, también ellos lo encontraron vacío. Terminaron creyendo, tras haber dudado no poco, porque, como dice Juan, “hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Jn 20,9).

Digamos la verdad: el hecho era asombroso para aquellos hombres que se encontraban ante cosas demasiado superiores a ellos. La misma dificultad, que muestran las tradiciones del acontecimiento. al dar una relación de ello plenamente coherente, confirma su carácter extraordinario y el impacto desconcertante que tuvo en el ánimo de los afortunados testigos. La referencia “a la Escritura” es la prueba de la oscura percepción que tuvieron al encontrarse ante un misterio sobre el que sólo la Revelación podía dar luz.

8. Sin embargo, he aquí otro dato que se debe considerar bien: si el “sepulcro vacío” dejaba estupefactos a primera vista y podía incluso generar una cierta sospecha, el gradual conocimiento de este hecho inicial, como lo anotan los Evangelios, terminó llevando al descubrimiento de la verdad de la resurrección.

En efecto, se nos dice que las mujeres, y sucesivamente los Apóstoles, se encontraron ante un “signo” particular: el signo de la victoria sobre la muerte. Si el sepulcro mismo cerrado por una pesada losa, testimoniaba la muerte, el sepulcro vacío y la piedra removida daban el primer anuncio de que allí había sido derrotada la muerte.

No puede dejar de impresionar la consideración del estado de ánimo de las tres mujeres, que dirigiéndose al sepulcro al alba se decían entre sí: “¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?” (Mc 16,3), y que después, cuando llegaron al sepulcro, con gran maravilla constataron que “la piedra estaba corrida aunque era muy grande” (Mc 16,4). Según el Evangelio de Marcos encontraron en el sepulcro a alguno que les dio el anuncio de la resurrección (cf. Mc 16,5): pero ellas tuvieron miedo y, a pesar de las afirmaciones del joven vestido de blanco, “ salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas” (Mc 16,8). ¿Cómo no comprenderlas? Y sin embargo la comparación con los textos paralelos de los demás Evangelistas permite afirmar que, aunque temerosas, las mujeres llevaron el anuncio de la resurrección, de la que el “sepulcro vacío” con la piedra corrida fue el primer signo.

9. Para las mujeres y para los Apóstoles el camino abierto por “el signo” se concluye mediante el encuentro con el Resucitado: entonces la percepción aún tímida e incierta se convierte en convicción y, más aún, en fe en Aquel que “ha resucitado verdaderamente”. Así sucedió a las mujeres que al ver a Jesús en su camino y escuchar su saludo, se arrojaron a sus pies y lo adoraron (cf. Mt 28,9). Así le pasó especialmente a María Magdalena, que al escuchar que Jesús le llamaba por su nombre, le dirigió antes que nada el apelativo habitual: Rabbuní, ¡Maestro! (Jn 20,16) y cuando Él la iluminó sobre el misterio pascual corrió radiante a llevar el anuncio a los discípulos: “¡He visto al Señor!” (Jn 20,18). Lo mismo ocurrió a los discípulos reunidos en el Cenáculo que la tarde de aquel “primer día después del sábado”, cuando vieron finalmente entre ellos a Jesús, se sintieron felices por la nueva certeza que había entrado en su corazón: “Se alegraron al ver al Señor” (cf. Jn 20,19-20).

¡El contacto directo con Cristo desencadena la chispa que hace saltar la fe!

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

12 Me es grato saludar ahora a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de América Latina. De modo particular, saludo al grupo de Religiosas Hijas de María Escolapias, a las Hermanas “Siervas del Espíritu Santo” y a las Esclavas del Amor Misericordioso, que participan en un curso de renovación espiritual. Aliento a todas a seguir más generosamente a Cristo en vuestra vida consagrada y a ser testigos de su mensaje salvífico en los diversos apostolados que lleváis a cabo.

Deseo saludar también al grupo de peregrinos del Paraguay, así como a los profesionales argentinos de Villa María. Me alegra veros aquí y os pido que llevéis a vuestros paisanos el afecto y el recuerdo del Papa en su plegaria.

A todos vosotros, así como a vuestras familias, imparto de corazón mi bendición apostólica.





Miércoles 8 de febrero de 1989

1. Hoy, Miércoles de Ceniza, comienza la “Cuaresma”, que paso a paso nos llevará hasta la Santa Pascua. Este día toma su nombre del rito austero y significativo de la “imposición de la ceniza”.

Ya en la historia del antiguo pueblo de Israel, el cubrirse la cabeza de ceniza quería significar la conciencia de la propia fragilidad y la consiguiente confianza en la poderosa ayuda que viene de Dios (cf. Jdt Jdt 4,11 1M 3,47). La Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, heredera del Pueblo de la Antigua Alianza, se ha inspirado en este rito como símbolo exterior de nuestra voluntad de reconocernos débiles y pecadores y necesitados del perdón y de la misericordia del Padre celestial.

La liturgia nos recuerda hoy, con una expresión severa tomada del libro del Génesis (cf. 3, 19), que nosotros, criaturas humanas, “somos polvo y al polvo volveremos”, al . tiempo que Abraham, hablando con Dios, reconoce que es “polvo y ceniza” (Gn 18,27). ¿Qué quiere decir esto? ¿No sabemos quizá, por la misma Sagrada Escritura, que el hombre es creado “a imagen de Dios” (Gn 1,27), el cual le hizo “poco inferior a los ángeles” (Ps 8,6)?

2. Aquí está precisamente la aparente paradoja de nuestra condición humana: ¡la del hombre que cristianamente Pascal ha llamado “grandeza y miseria”! ¡En nosotros está ciertamente la imagen de Dios, pero desgraciadamente está desfigurada por el pecado! Es necesario restaurarla, es necesario restablecerla, es necesario salvarla. Aquí está todo el sentido de la redención de Cristo, todo el deber de nuestra vida cristiana. He aquí el sentido de este “tiempo fuerte” del año litúrgico, que ante todo debe consistir en una purificación interior, en una purificación del “corazón”, como dice Jesús. Purificación de los pensamientos, de las intenciones, de la voluntad, de los sentimientos, de los afectos, de los deseos, de las pasiones, en definitiva de todo nuestro mundo interior, para que nuestra actitud externa sea verdaderamente sincera y no fruto de esa hipocresía y deseo de “gloria humana” contra los cuales Jesús se mostró tan severo.

La tentación sutil, para nosotros cristianos, es la de aparecer como cristianos sin serlo verdaderamente, pactando con las ideologías y con las modas de este mundo, porque a veces queremos agradar más a los hombres que a Dios. Ciertamente, como nos dice el divino Maestro, debemos realizar nuestras buenas obras “delante de los hombres” (Mt 5,16) y buscar cualquier medio para hacer creíble y atrayente nuestro testimonio, pero siempre con la intención de que los hombres no centren su atención en nosotros, sino que, a través de nosotros, descubran a Dios y lleguen a Él. Para obtener esto es necesario esforzarse por ser instrumentos dóciles en las manos del Señor; cosa imposible sin un empeño constante ?no importa que sea fatigoso? por una auténtica purificación interior, la única que puede dar a nuestras obras externas el sentido que Dios les quiere dar, es decir, el de ser signos de su bondad y de su misericordia.

3. La Cuaresma es, además, una llamada especial a reconocer en nuestra vida el primado de Dios, de lo sobrenatural, de la vida de la gracia. La criatura, por más que sea noble y preciosa, no puede, no debe nunca ponerse a la par con el Creador, ocupar su puesto o incluso ser preferida a Él. En efecto, Él es, como dice la Escritura, un Dios “celoso”. Sólo Él debe estar en el vértice de todos nuestros intereses, y tiene todo el derecho de exigirlo precisamente porque es nuestro Creador y Salvador.

Para nosotros cristianos, el peligro no es tanto el del rechazo explícito de Dios ?cosa que estaría en contraste demasiado claro con nuestra fe?, sino el de no reconocerle siempre el absoluto primado que le corresponde, el vértice de todos los valores, como fin y fundamento trascendente de todo lo demás. El riesgo, para nosotros cristianos, es el de “servir a dos señores” (Mt 6,24): adorar, sí, al Señor, pero absolutizar al mismo tiempo, también la criatura. Este dualismo es evidentemente ofensivo para el Señor y crea en nuestra vida incoherencias e hipocresías. Crea una profunda laceración interior. Quizá creamos tener, con tal modo de obrar, mayor éxito, pero en realidad terminamos cayendo en contradicciones enrevesadas.

13 4. La Cuaresma es, por fin, una llamada a la rectitud, a la coherencia, al orden interior. Dios debe estar en su puesto, es decir, en el primero. Y la criatura ?aunque sea nobilísima, como la criatura humana? debe estar en el segundo. Sólo así, por lo demás, se tiene la verdadera exaltación del hombre. El hombre sólo es grande cuando sirve a Dios. Si se quiere poner a la par con Él o incluso eliminarlo del horizonte de su pensamiento, precisamente en ese momento es cuando el hombre se niega a sí mismo, porque se aleja del Principio trascendente de su perfección y de su misma existencia. ¿Podrá vivir un sarmiento fuera de la vid? De igual forma el hombre no sujeto a Dios o que excluye a Dios de la propia vida creerá afirmarse a sí mismo, pero en realidad está condenado a la muerte del espíritu. Esto se ve por los mismos resultados prácticos de aquellas ideologías que exaltan al hombre ofendiendo a Dios y negándole el primado absoluto sobre todas las cosas y sobre el hombre mismo.

5. Que el período litúrgico penitencial que hoy comienza sea para nosotros la ocasión para un examen de conciencia: ¿Estoy demasiado ocupado por recibir gloria de los hombres y descuido en cambio la que viene de Dios? ¿Estoy demasiado apegado a las criaturas, olvidando el primado de Dios en mi vida y en mi existencia? ¿Escucho más las ideologías de este mundo, a menudo fascinadoras, más que las enseñanzas, austeras pero salvíficas, del Evangelio y de la Iglesia? ¿Soy un cristiano coherente o, por el contrario, junto a Dios hay en mi vida “otros dioses”? ¿Es Dios verdaderamente el vértice de todos mis valores, o en mi vida hay cosas o actividades que se sustraen a su dominio, que no están ordenadas hacia Él?

He aquí, queridos hermanos y hermanas, algunas preguntas que pueden servirnos para nuestro examen de conciencia al principio de la Cuaresma, para que el camino que comienza sea fructuoso y no se reduzca a una mera celebración exterior. Renovemos nuestro empeño por una profunda vida cristiana, realizada con todo nuestro fervor y entregada sinceramente al Señor. No quedaremos defraudados.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora afectuosamente a todos los peregrinos y visitantes de lengua española. En esta mañana son particularmente numerosos los jóvenes, en especial de Chile y Argentina, a quienes doy mi más cordial bienvenida. Saludo y aliento en sus trabajos ministeriales al grupo de sacerdotes mexicanos aquí presentes, así como a los demás peregrinos de México.

A todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto la bendición apostólica.







Miércoles 22 de febrero de 1989

Características de las apariciones de Cristo resucitado

1. Conocemos el pasaje de la Primera Carta a los Corintios, donde Pablo, el primero cronológicamente, anota la verdad sobre la resurrección de Cristo: «Porque os transmití... lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras: que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce...” (1Co 15,3-5). Se trata, como se ve, de una verdad transmitida, recibida, y nuevamente transmitida. Una verdad que pertenece al “depósito de la Revelación” que el mismo Jesús, mediante sus Apóstoles y Evangelistas, ha dejado a su Iglesia.

2. Jesús reveló gradualmente esta verdad en su enseñanza prepascual. Posteriormente ésta, encontró su realización concreta en los acontecimiento de la pascua jerosolimitana de Cristo, certificados históricamente, pero llenos de misterio.

14 Los anuncios y los hechos tuvieron su confirmación sobre todo en los encuentros de Cristo resucitado, que los Evangelios y Pablo relatan. Es necesario decir que el texto paulino presenta estos encuentros ?en los que se revela Cristo resucitado? de manera global y sintética (añadiendo al final el propio encuentro con el Resucitado a las puertas de Damasco: cf. Ac 9,3-6). En los Evangelios se encuentran, al respecto, anotaciones más bien fragmentarias.

No es difícil tomar y comparar algunas líneas características de cada una de estas apariciones y de su conjunto, para acercarnos todavía más al descubrimiento del significado de esta verdad revelada.

3. Podemos observar ante todo que, después de la resurrección, Jesús se presenta a las mujeres y a los discípulos con su cuerpo transformado, hecho espiritual y partícipe de la gloria del alma: pero sin ninguna característica triunfalista. Jesús se manifiesta con una gran sencillez. Habla de amigo a amigo, con los que se encuentra en las circunstancias ordinarias de la vida terrena. No ha querido enfrentarse a sus adversarios, asumiendo la actitud de vencedor, ni se ha preocupado por mostrarles su “superioridad”, y todavía menos ha querido fulminarlos. Ni siquiera consta que se haya presentado a alguno de ellos. Todo lo que nos dice el Evangelio nos lleva a excluir que se haya aparecido, por ejemplo, a Pilato, que lo habla entregado a los sumos sacerdotes para que fuese crucificado (cf. Jn 19,16), o a Caifás, que se habla rasgado las vestiduras por la afirmación de su divinidad (cf. Mt 26,63-66).

A los privilegiados de sus apariciones, Jesús se deja conocer en su identidad física: aquel rostro, aquellas manos, aquellos rasgos que conocían muy bien, aquel costado que hablan visto traspasado; aquella voz, que habían escuchado tantas veces. Sólo en el encuentro con Pablo en las cercanías de Damasco, la luz que rodea al Resucitado casi deja ciego al ardiente perseguidor de los cristianos y lo tira al suelo (cf. Ac 9,3-8): pero es una manifestación del poder de Aquel que, ya subido al cielo, impresiona a un hombre al que quiere hacer un “instrumento de elección” (Ac 9,15), un misionero del Evangelio.

4. Es de destacar también un hecho significativo: Jesucristo se aparece en primer lugar a las mujeres, sus fieles seguidoras, y no a los discípulos, y ni siquiera a los mismos Apóstoles, a pesar de que los habla elegido como portadores de su Evangelio al mundo. Es a las mujeres a quienes por primera vez confía el misterio de su resurrección, haciéndolas las primeras testigos de esta verdad. Quizá quiera premiar su delicadeza, su sensibilidad a su mensaje, su fortaleza, que las habla impulsado hasta el Calvario. Quizá quiere manifestar un delicado rasgo de su humanidad, que consiste en la amabilidad y en la gentileza con que se acerca y beneficia a las personas que menos cuentan en el gran mundo de su tiempo. Es lo que parece que se puede concluir de un texto de Mateo: “En esto, Jesús les salió al encuentro (a las mujeres que corrían para comunicar el mensaje a los discípulos) y les dijo: ‘¡Dios os guarde!’. Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: ‘No temáis. Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán’” (28, 9-10).

También el episodio de la aparición a María de Magdala (Jn 20,11-18) es de extraordinaria finura ya sea por parte de la mujer, que manifiesta toda su apasionada y comedida entrega al seguimiento de Jesús, ya sea por parte del Maestro, que la trata con exquisita delicadeza y benevolencia.

En esta prioridad de las mujeres en los acontecimientos pascuales tendrá que inspirarse la Iglesia, que a lo largo de los siglos ha podido contar enormemente con ellas para su vida de fe, de oración y de apostolado.

5. Algunas características de estos encuentros postpascuales los hacen, en cierto modo, paradigmáticos debido a las situaciones espirituales, que tan a menudo se crean en la relación del hombre con Cristo, cuando uno se siente llamado o “visitado” por Él.

Ante todo hay una dificultad inicial en reconocer a Cristo por parte de aquellos a los que El sale al encuentro, como se puede apreciar en el caso de la misma Magdalena (Jn 20,14-16) y de los discípulos de Emaús (Lc 24,16). No falta un cierto sentimiento de temor ante Él. Se le ama, se le busca, pero, en el momento en el que se le encuentra, se experimenta alguna vacilación...

Pero Jesús les lleva gradualmente al reconocimiento y a la fe, tanto a María Magdalena (Jn 20,16), como a los discípulos de Emaús (Lc 24,26 ss.), y, análogamente, a otros discípulos (cf. Lc 24,25-48). Signo de la pedagogía paciente de Cristo al revelarse al hombre, al atraerlo, al convertirlo, al llevarlo al conocimiento de las riquezas de su corazón y a la salvación.

6. Es interesante analizar el proceso psicológico que los diversos encuentros dejan entrever: los discípulos experimentan una cierta dificultad en reconocer no sólo la verdad de la resurrección, sino también la identidad de Aquel que está ante ellos, y aparece como el mismo pero al mismo tiempo como otro: un Cristo “transformado”. No es nada fácil para ellos hacer la inmediata identificación. Intuyen, sí, que es Jesús, pero al mismo tiempo sienten que Él ya no se encuentra en la condición anterior, y ante Él están llenos de reverencia y temor.

15 Cuando, luego, se dan cuenta, con su ayuda, de que no se trata de otro, sino de El mismo transformado, aparece repentinamente en ellos una nueva capacidad de descubrimiento, de inteligencia, de caridad y de fe. Es como un despertar de fe: “¿No estaba ardiendo nuestro Corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32). “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28). “He visto al Señor” (Jn 20,18). ¡Entonces una luz absolutamente nueva ilumina en sus ojos incluso el acontecimiento de la cruz; y da el verdadero y pleno sentido del misterio de dolor y de muerte, que se concluye en la gloria de la nueva vida! Este será uno de los elementos principales del mensaje de salvación que los Apóstoles han llevado desde el principio al pueblo hebreo y, poco a poco, a todas las gentes.

7. Hay que subrayar una última característica de las apariciones de Cristo resucitado: en ellas, especialmente en las últimas, Jesús realiza la definitiva entrega a los Apóstoles (y a la Iglesia) de la misión de evangelizar el mundo para llevarle el mensaje de su Palabra y el don de su gracia.

Recuérdese la aparición a los discípulos en el Cenáculo la tarde de Pascua: “Como el Padre me envió, también yo os envío...” (Jn 20,21): ¡y les da el poder de perdonar los pecados!

Y en la aparición en el mar de Tiberíades, seguida de la pesca milagrosa, que simboliza y anuncia la fertilidad de la misión, es evidente que Jesús quiere orientar sus espíritus hacia la obra que les espera (cf. Jn 21,1-23). Lo confirma la definitiva asignación de la misión particular a Pedro (Jn 21,15-18): “¿Me amas?... Tú sabes que te quiero... Apacienta mis corderos.. Apacienta mis ovejas...”.

Juan indica que “ésta fue va la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos” (Jn 21,14). Esta vez, ellos, no sólo se habían dado cuenta de su identidad: “Es el Señor” (Jn 21,7); sino que habían comprendido que, todo cuanto había sucedido y sucedía en aquellos días pascuales, les comprometía a cada uno de ellos ?y de modo particular a Pedro? en la construcción de la nueva era de la historia, que había tenido su principio en aquella mañana de pascua.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo ahora presentar mi más cordial bienvenida a todos los peregrinos y visitantes procedentes de los diversos países de América Latina y de España.

Un saludo fraterno dirijo a los Señores Obispos de México, presentes en Roma para la visita “ad limina” y que han querido acompañarnos en esta audiencia.

Saludo asimismo a los sacerdotes, religiosos, religiosas y demás almas consagradas, a quienes aliento en su abnegada tarea de hacer presente la Buena Nueva de salvación en todos los ámbitos de la vida social.

A todas las personas, familias y grupos de lengua española imparto con afecto la bendición apostólica.





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Marzo de 1989


Audiencias 1989 9