Audiencias 1989 31


Miércoles 19 de abril de 1989

Los frutos de la Ascensión: el reconocimiento de que Jesús es el Señor

1. El anuncio de Pedro en el primer discurso pentecostal en Jerusalén es elocuente y solemne: “A este Jesús Dios lo resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramado. (Ac 2,32-33). “Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros bebéis crucificado” (Ac 2,36). Estas palabras ?dirigidas a la multitud compuesta por los habitantes de aquella ciudad y por los peregrinos que habían llegado de diversas partes para la fiesta? proclaman la elevación de Cristo ?crucificado y resucitado? “a la derecha de Dios”. La “elevación”, o sea, la ascensión al cielo, significa la participación de Cristo hombre en el poder y autoridad de Dios mismo. Tal participación en el poder y autoridad de Dios Uno y Trino se manifiesta en el “envío” del Consolador, Espíritu de la verdad el cual “recibiendo” (cf. Jn 16,14) de la redención llevada a cabo por Cristo, realiza la conversión de los corazones humanos. Tanto es así, que ya aquel día, en Jerusalén, “al oír esto sintieron el corazón compungidos” (Ac 2,37). Y es sabido que en pocos días se produjeron miles de conversiones.

2. Con el conjunto de los sucesos pascuales, a los que se refiere el Apóstol Pedro en el discurso de Pentecostés, Jesús se reveló definitivamente como Mesías enviado por el Padre y como Señor.

La conciencia de que Él era “el Señor”, había entrado ya de alguna manera en el ánimo de los Apóstoles durante la actividad prepascual de Cristo. Él mismo alude a este hecho en la última Cena: “Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo soy” (Jn 13,13). Esto explica por qué los Evangelistas hablan de Cristo “Señor” como de un dato admitido comúnmente en las comunidades cristianas. En particular, Lucas pone ya ese término en boca del ángel que anuncia el nacimiento de Jesús a los pastores: “Os ha nacido... un salvador que es el Cristo Señor” (Lc 2,11). En muchos otros lugares usa el mismo apelativo (cf. Lc 7,13 Lc 10,1, 10, Lc 41 Lc 11,39 Lc 12,42 Lc 13,15 Lc 17,6 Lc 22,61). Pero es cierto que el conjunto de los sucesos pascuales ha consolidado definitivamente esta conciencia. A la luz de estos sucesos es necesario leer la palabra “Señor” referida también a la vicia y actividad anterior del Mesías. Sin embargo, es necesario profundizar sobre todo el contenido y el significado que la palabra tiene en el contexto de la elevación y de la glorificación de Cristo resucitado, en su ascensión al cielo.

3. Una de las afirmaciones más repetidas en las Cartas paulinas es que Cristo es el Señor. Es conocido el pasaje de la Primera Carta a los Corintios donde Pablo proclama: apara nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros” (1Co 8,6 cf. 1Co 16,22 Rm 10,9 Col 2,6). Y el de la Carta a los Filipenses, donde Pablo presenta como Señor a Cristo, que humillado hasta la muerte, ha sido también exaltado “para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (Ph 2,10-11). Pero Pablo subraya que “nadie puede decir: ‘Jesús es Señor’ sino bajo la acción del Espíritu Santo” (1Co 12,3). Por tanto, “bajo la acción del Espíritu Santo” también el Apóstol Tomás dice a Cristo, que se le apareció después de la resurrección: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28). Y lo mismo se debe decir del diácono Esteban, que durante la lapidación ora: “Señor Jesús, recibe mi espíritu... no les tengas en cuenta este pecado” (Ac 7,59-60).

Finalmente, el Apocalipsis concluye el ciclo de la historia sagrada y de la revelación con la invocación de la Esposa y del Espíritu: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20).

32 Es el misterio de la acción del Espíritu Santo “vivificante” que introduce continuamente en los corazones la luz para reconocer a Cristo, la gracia para interiorizar en nosotros su vida, la fuerza para proclamar que Él ?y sólo Él ? es “el Señor”.

4. Jesucristo es el Señor, porque posee la plenitud del poder “en los cielos y sobre la tierra”. Es el poder real “por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación... Bajo sus pies sometió todas las cosas” (
Ep 1,21-22). Al mismo tiempo es la autoridad sacerdotal de la que habla ampliamente la Carta a los Hebreos, haciendo referencia al Salmo 109/110, 4: “Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec” (He 5,6). Este eterno sacerdocio de Cristo comporta el poder de santificación de modo que Cristo “se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen” (He 5,9). “De ahí que pueda también salvar perfecto lamente a los que por El se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor” (He 7,25). Así mismo, en la Carta a los Romanos leemos que Cristo “está a la diestra de Dios e intercede por nosotros” (Rm 8,34). Y finalmente, San Juan nos asegura: “Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo” (1Jn 2,1).

5. Como Señor, Cristo es la Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo.Es la idea central de San Pablo en el gran cuadro cósmico histórico-soteriológico, con que describe el contenido del designio eterno de Dios en los primeros capítulos de las Cartas a los Efesios y a las Colosenses: “Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo” (Ep 1,22). “Pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud” (Col 1,19): en Él en el cual “reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente” (Col 2,9).

Los Hechos nos dicen que Cristo “se ha adquirido” la Iglesia “con su sangre” (Ac 20, 28, cf. 1Co 6,20). También Jesús cuando al irse al Padre decía a los discípulos: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20), en realidad anunciaba el misterio de este Cuerpo que de él saca constantemente las energías vivificantes de la redención. Y la redención continúa actuando como efecto de la glorificación de Cristo.

Es verdad que Cristo siempre ha sido el “Señor”, desde el primer momento de la encarnación, como Hijo de Dios consubstancial al Padre, hecho hambre por nosotros. Pero sin duda ha llegado a ser Señor en plenitud por el hecho de “haberse humillado ‘se despojó de si mismo’ haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (cf. Flp Ph 2,8). Exaltado, elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así toda su misión, permanece en el Cuerpo de su Iglesia sobre la tierra por medio de la redención operada en cada uno y en toda la sociedad por obra del Espíritu Santo. La redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia, como leemos en la Carta a los Efesios: “Él mismo ‘dió’ a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo... a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ep 4,11-13).

6. En la expansión de la realeza que se le concedió sobre toda la economía de la salvación, Cristo es Señor de todo el cosmos. Nos lo dice otro gran cuadro de la Carta a los Efesios: “Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo” (Ep 4,10). En la Primera Carta a los Corintios San Pablo añade que todo se le ha sometido “porque todo (Dios) lo puso bajo sus pies” (con referencia al Ps 8,5). “...Cuando diga que ‘todo está sometido’, es evidente que se excluye a Aquel que ha sometido a él todas las cosas” (1Co 15,27). Y el Apóstol desarrolla ulteriormente este pensamiento, escribiendo: “Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo” (1Co 15,28). “Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad” (1Co 15,24).

7. La Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II ha vuelto a tomar este tema fascinante, escribiendo que “El Señor es el fin de la historia humana, ‘el punto focal de los deseos de la historia y de la civilización’, el centro del género humano, la alegría de todos los corazones, la plenitud de sus aspiraciones” (GS 45). Podemos resumir diciendo que Cristo es el Señor de la historia. En Él la historia del hombre, y puede decirse de toda la creación, encuentra su cumplimiento trascendente. Es lo que en la tradición se llamaba recapitulación (“re-capitulatio”, en griego: ). Es una concepción que encuentra su fundamento en la Carta a los Efesios, en donde se describe el eterno designio de Dios “para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra” (Ep 1,10).

8. Debemos añadir, por último, que Cristo es el Señor de la vida eterna. A Él pertenece el juicio último, del que habla el Evangelio de Mateo: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria... Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre. recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo’” (Mt 25,31 Mt 25,34).

El derecho pleno de juzgar definitivamente las obras dé los hombres y las conciencias humanas. pertenece a Cristo en cuanto Redentor del mundo. El, en efecto, “adquirió” este derecho mediante la cruz. Por eso el Padre “todo juicio lo ha entregado al Hijo” (Jn 5,22). Sin embargo el Hijo no ha venido sobre todo para juzgar, sino para saldar. Para otorgar la vida divina que está en Él.“Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre” (Jn 5,26-27).

Un poder, por tanto, que coincide con la misericordia que fluye en su corazón desde el seno del Padre, del que procede el Hijo y se hace hombre “propter nos homines et propter nostram salutem”. Cristo crucificado y resucitado, Cristo que “subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre”. Cristo que es, por tanto, el Señor de la vida eterna, se eleva sobre el mundo y sobre la historia como un signo de amor infinito rodeado de gloria, pero deseoso de recibir de cada hombre una respuesta de amor para darles la vida eterna.

Saludos

33 Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo cordialmente a todos los peregrinos y visitantes procedentes de diversos países de América Latina y de España.

En particular, saludo a los miembros del Círculo Católico de Madrid, y a las peregrinaciones de Choluca y Puebla (México), y de Buenos Aires (Argentina).

A todos imparto con afecto la bendición apostólica.



“CREO EN EL ESPIRITU SANTO”


Miércoles 26 de abril de 1989

"Creo en el Espíritu Santo" - La promesa de Cristo


1. “Creo en el Espíritu Santo”.

En el desarrollo de una catequesis sistemática bajo la guía del Símbolo de los Apóstoles, después de haber explicado los artículos sobre Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre por nuestra salvación, hemos llegado a la profesión de fe en el Espíritu Santo. Completado el ciclo cristológico, se abre el neumatológico, que el Símbolo de los Apóstoles expresa con una fórmula concisa: “Creo en el Espíritu Santo”.

El llamado Símbolo niceno-constantinopolitano desarrolla más ampliamente la fórmula del artículo de fe: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas”.

2. El Símbolo, profesión de fe formulada por la Iglesia, nos remite a las fuentes bíblicas, donde la verdad sobre el Espíritu Santo se presenta en el contexto de la revelación de Dios Uno y Trino. Por tanto, la neumatología de la Iglesia está basada en la Sagrada Escritura, especialmente en el Nuevo Testamento, aunque, en cierta medida, hay preanuncios de ella en el Antiguo.

34 La primera fuente a la que podemos dirigirnos es un texto joaneo contenido en el “discurso de despedida” de Cristo el día antes de la pasión y muerte en cruz. Jesús habla de la venida del Espíritu Santo en conexión con la propia “partida”, anunciando su venida (o descenso) sobre los Apóstoles. “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy os lo enviaré” (Jn 16,7).

El contenido de este texto puede parecer paradójico. Jesús, que tiene que subrayar: “Pero yo os digo la verdad”, presenta la propia “partida” (y por tanto la pasión y muerte en cruz) como un bien: “Os conviene que yo me vaya...”.Pero enseguida explica en qué consiste el valor de su muerte: por ser una muerte redentora, constituye la condición para que se cumpla el plan salvífico de Dios que tendrá su coronación en la venida del Espíritu Santo; constituye por ello la condición de todo lo que, con esta venida, se verificará para los Apóstoles y para la Iglesia futura a medida que, acogiendo el Espíritu, los hombres reciban la nueva vida. La venida del Espíritu y todo lo que de ella se derivará en el mundo serán fruto de la redención de Cristo.

3. Si la partida de Jesús tiene lugar mediante la muerte en cruz, se comprende que el Evangelista Juan haya podido ver, ya en esta muerte, la potencia y, por tanto, la gloria del Crucificado: pero las palabras de Jesús implican también la ascensión al Padre como partida definitiva (cf. Jn 16,10), según lo que leemos en los Hechos de los Apóstoles: Exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido” (Ac 2,33).

La venida del Espíritu Santo sucede después de la ascensión al cielo. La pasión y muerte redentora de Cristo producen entonces su pleno fruto. Jesucristo, Hijo del hombre, en el culmen de su misión mesiánica, “recibe” del Padre el Espíritu Santo en la plenitud en que este Espíritu debe ser “dado” a los Apóstoles y a la Iglesia, para todos los tiempos. Jesús predijo: “Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mi” (Jn 12,32). Es una clara indicación de la universalidad de la redención, tanto en el sentido extensivo de la salvación obrada para todos los hombres, cuanto en el intensivo de totalidad de los bienes de gracia que se les han ofrecido.

Pero esta redención universal debe realizarse mediante el Espíritu Santo.

4. El Espíritu Santo es el que “viene” después y en virtud de la “partida” de Cristo. Las palabras de Jn 16, 7, expresan una relación de naturaleza causal. El Espíritu viene mandado en virtud de la redención obrada por Cristo: “Cuando me vaya os lo enviaré” (cf. Encíclica Dominum et Vivificantem DEV 8). Más aún, “según el designio divino, la ‘partida’ de Cristo es condición indispensable del ‘envío’ y de la venida del Espíritu Santo, indican que entonces comienza la nueva comunicación salvífica por el Espíritu Santo” (cf.. Encíclica Dominum et Vivificantem DEV 11, L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de junio de 1986, pág. 3).

Si es verdad que Jesucristo, mediante su “elevación” en la cruz, debe “atraer a todos hacia sí” (cf. Jn 12,32), a la luz de las palabras del Cenáculo entendemos que ese “atraer” es actuado por Cristo glorioso mediante el envío del Espíritu Santo. Precisamente por esto Cristo debe irse. La encarnación alcanza su eficacia redentora mediante el Espíritu Santo. Cristo, al marcharse de este mundo, no sólo deja su mensaje salvífico, sino que “da” el Espíritu Santo, al que está ligada la eficacia del mensaje y de la misma redención en toda su plenitud.

5. El Espíritu Santo presentado por Jesús especialmente en el discurso de despedida en el Cenáculo, es evidentemente una Persona diversa de Él: “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito” (Jn 14,16). “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). Jesús habla del Espíritu Santo adoptando frecuentemente el pronombre personal “él”: “Él dará testimonio de mí” (Jn 15,26). “Él convencerá al mundo en lo referente al pecado” (Jn 16,8). “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Jn 16,13), “Él me dará gloria” (Jn 16,14). De estos textos emerge la verdad del Espíritu Santo como Persona, y no sólo como una potencia impersonal emanada de Cristo (cf. por ejemplo Lc 6,19, “De él salía una fuerza”). Siendo una Persona, le pertenece un obrar propio, de carácter personal. En efecto, Jesús, hablando del Espíritu Santo, dice a los Apóstoles: “Vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y en vosotros está” (Jn 14,17). “Él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26); “Dará testimonio de mí (Jn 15,26); “Os guiará a la verdad completa”, “os anunciará lo que ha de venir” (Jn 16,13); Él “dará gloria” a Cristo (Jn 16,14), y “convencerá al mundo en lo referente al pecado” (Jn 16,8). El Apóstol Pablo, por su parte, afirma que el Espíritu “clama” en nuestros corazones (Ga 4,6), “distribuye” sus dones “a cada uno en particular según su voluntad” (1Co 12,11), “intercede por los fieles” (cf. Rm 8,27).

6. El Espíritu Santo revelado por Jesús es, por tanto, un ser personal (tercera Persona de la Trinidad) con un obrar propio personal. Pero en el mismo “discurso de despedida”, Jesús muestra los vínculos que unen a la persona del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo: por ello el anuncio de la venida del Espíritu Santo ?en ese “discurso de despedida”?, es al mismo tiempo la definitiva revelación de Dios como Trinidad.

Efectivamente, Jesús dice a los Apóstoles: “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito” (Jn 14,16): “el Espíritu de la verdad, que procede del Padre” (Jn 15,26) “que el Padre enviará en mi nombre” (Jn 14,26). El Espíritu Santo es, por tanto, una persona distinta del Padre y del Hijo y, al mismo tiempo, unida íntimamente a ellos: “procede” del Padre, el Padre lo “envía” en el nombre del Hijo: y esto en consideración de la redención, realizada por el Hijo mediante la ofrenda de Sí mismo en la cruz. Por ello Jesucristo dice: “Si me voy os lo enviaré” (Jn 16,7). “El Espíritu de verdad que procede del Padre” es anunciado por Cristo como el Paráclito, que “yo os enviaré junto al Padre” (Jn 15,26).

7. En el texto de Juan, que refiere el discurso de Jesús en el Cenáculo, está contenida, por tanto, la revelación de la acción salvífica de Dios como Trinidad. En la Encíclica Dominum et Vivificantem he escrito: “El Espíritu Santo, consubstancial al Padre y al Hijo en la divinidad, es amor y don (increado), del que deriva como de una fuente (fons vivus) toda dádiva a las criaturas (don creado): la donación de la existencia a todas las cosas mediante la creación; la donación de la gracia a los hombres mediante toda la economía de la salvación” (DEV 10: L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de junio de 1986, pág. 3).

35 En el Espíritu Santo se halla, pues, la revelación de la profundidad de la Divinidad: el misterio de la Trinidad en el que subsisten las Personas divinas, pero abierto al hombre para darle vida y salvación. A ello se refiere San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, cuando escribe: “El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios” (1Co 2,10).

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo ahora dar mi más cordial bienvenida a esta audiencia a todas las personas, familias y grupos de lengua española.

En particular, a la peregrinación de la parroquia de la Inmaculada, de La Carolina (Jaén), junto con los miembros de la Hermandad de San Juan de la Cruz.

A todos los peregrinos y visitantes provenientes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.



Mayo de 1989

Miércoles 10 de mayo de 1989



1. Madagascar, La Reunión, Zambia, Malawi: cuatro etapas de ministerio papal en el transcurso de la peregrinación al santuario del Pueblo de Dios. Este santuario está en todas partes, se encuentra en diversos lugares de globo terrestre, abraza todos los pueblos y naciones de la universal ecumene (?????µ???). En efecto, todos tienen su inicio en el misterio divino de la creación. Todos han sido redimidos por Cristo, Hijo de Dios, a precio de la cruz y de la resurrección. Y a todos fue enviado el Espíritu Paráclito, para que "las grandes obras de Dios" (Magnalia Dei) sean participadas al hombre: a las personas y a las comunidades, a los pueblos y a las naciones.

2. El "itinerarium" del reciente viaje pastoral ha coincidido en el tiempo con el período pascual, con el día de la Ascensión del Señor y con el inicio de esa primera novena del Cenáculo en que la Iglesia, los Apóstoles junto con la Madre de Dios, se preparaba a la venida del Espíritu Santo.

Expreso un cordial agradecimiento a mis hermanos en el Episcopado por su invitación. Doy también las gracias a los Jefes de los Estados tanto por las invitaciones que me han dirigido como por todas las manifestaciones de hospitalidad que me han dispensado. Dirijo también este agradecimiento a todas las instancias civiles y eclesiásticas que, en el período de preparación de la visita y durante su transcurso, han trabajado por la organización del conjunto. Que Dios premie a todos y a cada uno: tanto en Madagascar como en La Reunión y luego en Zambia y en Malawi. Renuevo el auspicio de la bendición de Dios sobre todos los pueblos y naciones visitadas.

36 3. El momento histórico que vive cada una de esas naciones es importante. La isla de La Reunión continúa siendo una parte de "ultramar" de la República Francesa. Madagascar, Zambia, y Malawi han conseguido ?gracias al proceso de "descolonización"? la independencia política. Cada uno de estos países ofrece su soberanía resolviendo los problemas de naturaleza social, cultural y económica, ligados a ella, y superando también diversas dificultades (Sollicitudo rei socialis ).

La Iglesia, por su parte, trata de colaborar el eficazmente en este importante proceso inspirándose en los principios del Evangelio, expresados de manera particular en la enseñanza del Concilio Vaticano II y también en el Magisterio ordinario del Episcopado unido al Sucesor de Pedro.

El ministerio papal, en el transcurso de la visita, se ha puesto en estrecha relación con la realización de estas tareas respecto a cada uno de los pueblos y naciones.

4. Tal realización va unida al mismo tiempo con la autorrealización de la Iglesia como ha expresado el Concilio en el conjunto de su magisterio. La Iglesia "es por su naturaleza misionera" y realiza dicha tarea mediante la evangelización. Los países recientemente visitados se encuentran todavía en la fase de la llamada primera evangelización. Son países de misión en los que continúa y permanece el trabajo misionero de la Iglesia. Los comienzos de esta primera evangelización se remontan, a veces, a siglos pasados (por ejemplo en Madagascar), pero su realización más consistente se ha tenido sobre todo en el curso de este siglo.

Al mismo tiempo, los últimos decenios (paralelamente al proceso de "descolonización") han traído un importante cambio. La misión de la Iglesia ha sido asumida en buena parte por los Pastores locales. Esto se ve particularmente entre los obispos (los obispos misioneros ya son una minoría). Lo mismo se advierte también, en cierta medida, por lo que respecta a los presbíteros y, quizás más todavía, a las familias religiosas, especialmente femeninas. Es necesario dar gracias a Dios por el crecimiento de las vocaciones indígenas. Es necesario, al mismo tiempo, reconocer que todavía son necesarios los misioneros. En muchos lugares la mies está madura para la siega, pero faltan los segadores. Por tanto siempre es actual la ardiente oración al Señor de la mies para que "mande obreros a su mies" (
Mt 9,38).

5. Este paso significativo de la primera evangelización a la actual Iglesia "indígena" se ha expresado en todos los encuentros de grupos: con los sacerdotes diocesanos o religiosos, con los representantes del apostolado de los laicos, con los ,jóvenes, con los enfermos, etc.

Es menester añadir que en todas partes ha habido también encuentros ecuménicos unidos con la oración por la unión de los cristianos. En el gran campo misionero la oración de Cristo: "Padre... que todos sean uno, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21), asume una particular actualidad.

Entre todas las asambleas del Pueblo de Dios la más importante ha sido siempre el Sacrificio Eucarístico, celebrado en la riqueza de la liturgia renovada, con la introducción de las diversas lenguas locales y también de espléndidos cantos acompañados de movimientos con los que se expresaba la intensa participación en la celebración y la voluntad de vivir el misterio eucarístico. Las santas Misas en Madagascar (Diego Suárez, Antsiranana, Antananarivo, Tananarive, Fianarantsoa), en la isla de La Reunión (San Denis), en Zambia (Kitwe y Lusaka), en Malawi (Blantyre y Lilongwe) permanecerán como "piedras angulares" de esta peregrinación en la que se expresa la Iglesia en sus conquistas y en sus aspiraciones, una Iglesia que confiesa con sentido de humildad los propios pecados y faltas y al mismo tiempo no cesa de mirar con esperanza al futuro marcado por el misterio pascual de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte.

6. A lo largo del transcurso de la reciente visita se han llevado a cabo dos beatificaciones que parecen expresar, de modo particular, la verdad sobre la Iglesia "in statu missionis": la de la Beata Victoria Rasoamanarivo (1848-1894) en Madagascar y la del Beato Juan Bernardo Rousseau, hermano Scubilion de la congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en la isla de La Reunión (1797-1867).

En el hermano Scubilion se expresa un heroico esfuerzo misionero (principalmente en lo que se refiere a los métodos de enseñanza y de educación), que ha contribuido notablemente a la inserción del Evangelio en una sociedad multiforme por origen y nacionalidad, y sobre todo a la superación de la oprobiosa tradición de la esclavitud.

Victoria Rasoamanarivo en Madagascar dio testimonio, dentro de la sociedad indígena, de la vitalidad del Evangelio, haciéndola propia en el período de la persecución. Esta primera Beata entre los malgaches se ha convertido en una verdadera "Madre de los creyentes" en la gran Isla. Era una persona laica que vivió un "difícil" matrimonio con un hombre que llegó a la fe en Cristo sólo al final de su vida. En ella se manifiesta lo que pertenece al auténtico apostolado de los laicos. Se puede decir que la beatificación llevada a cabo en Madagascar hace visible todo lo que, sobre el tema de los laicos, contiene el magisterio de la Christifideles laici, y de la Mulieris dignitatem.

37 7. "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra" (Ac 1,8).

En este período pascual, en el que resuenan estas palabras de Cristo de modo particular en la liturgia, es necesario dar gracias al Buen Pastor por el hecho de que el compromiso misionero de la Iglesia permanece y se desarrolla entre las sociedades del continente negro y juntamente en las islas del Océano Indico.

¡Dios sea alabado en la Santísima Trinidad!

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Mi saludo cordial se dirige ahora a todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España aquí presentes.

En particular, saludo a los miembros del Movimiento de Schoensttat del Ecuador, y del movimiento “Getsemaní” de Toledo (España).

A todos los peregrinos y visitantes de lengua española imparto con afecto la bendición apostólica.




Miércoles 17 de mayo de 1989

"Parakletos", el Espíritu de la verdad

1. Hemos citado varias veces las palabras de Jesús, que en el discurso de despedida dirigido a los Apóstoles en el Cenáculo promete la venida del Espíritu Santo como nuevo y definitivo defensor y consolador: “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce” (Jn 14,16-17). Aquel “discurso de despedida”, que se encuentra en la narración solemne de la última cena (cf. Jn 13,2), es una fuente de primera importancia para la neumatología, es decir, para la disciplina teológica que se refiere al Espíritu Santo. Jesús habla de Él como del Paráclito, que “procede” del Padre, y que el Padre “enviará” a los Apóstoles y a la Iglesia “en nombre del Hijo”, cuando el propio Hijo “se vaya”, “a costa” de su partida mediante el sacrificio de la cruz.

38 Hemos de considerar el hecho de que Jesús llama al Paráclito el “Espíritu de la verdad”. También en otros momentos lo ha llamado así (cf. Jn 15,26 Jn 16,13).

2. Tengamos presente que en el mismo “discurso de despedida” Jesús, respondiendo a una pregunta del Apóstol Tomás acerca de su identidad, afirma de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). De esta doble referencia a la verdad que Jesús hace para definir tanto a Sí mismo como al Espíritu Santo se deduce que, si el Paráclito es llamado por Él “Espíritu de la verdad”, esto significa que el Espíritu Santo es quien después de la partida de Cristo, mantendrá entre los discípulos la misma verdad, que Él ha anunciado y revelado y, más aún, que es Él mismo.El Paráclito, en efecto, es la verdad, como lo es Cristo. Lo dirá Juan en su Primera Carta: “El Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad” (1Jn 5,6). En la misma Carta el Apóstol escribe también: “Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error ‘spiritus erroris’” (1Jn 4,6). La misión del Hijo y la del Espíritu Santo se encuentran, están ligadas y se complementan recíprocamente en la afirmación de la verdad y en la victoria sobre el error. Los campos de acción en que actúa son el espíritu humano y la historia del mundo. La distinción entre la verdad y error es el primer momento de dicha actuación.

3. Permanecer en la verdad y obrar en la verdad es el problema esencial para los Apóstoles y para los discípulos de Cristo, tanto de los primeros tiempos como de todas las nuevas generaciones de la Iglesia a lo largo de los siglos. Desde este punto de vista, el anuncio del Espíritu de la verdad tiene una importancia clave. Jesús dice en el Cenáculo: “Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora (todavía) no podéis con ello” (Jn 16,12). Es verdad que la misión mesiánica de Jesús duró poco, demasiado poco para revelar a los discípulos todos los contenidos de la revelación. Y no sólo fue breve el tiempo a disposición sino que también resultaron limitadas la preparación y la inteligencia de los oyentes. Varias veces se dice que los mismos Apóstoles “estaban desconcertados en su interior” (Cf. Mc 6,52), y “no entendían” (cf. por ejemplo, Mc 8,21), o bien entendían erróneamente las palabras y las obras de Cristo (cf. por ejemplo, Mt 16,6-11).

Así se explican en toda la plenitud de su significado las palabras del Maestro: “Cuando venga... el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Jn 16,13).

4. La primera confirmación de esta promesa de Jesús tendrá lugar en Pentecostés y en los días sucesivos, como atestiguan los Hechos de los Apóstoles. Pero la promesa no se refiere sólo a los Apóstoles y a sus inmediatos compañeros en la evangelización, sino también a las futuras generaciones de discípulos y de confesores de Cristo. El Evangelio, en efecto, está destinado a todas las naciones y a las generaciones siempre nuevas, que se desarrollarán en el contexto de las diversas culturas y del múltiple progreso de la civilización humana. Mirando todo el arco de la historia Jesús dice: “El Espíritu de la verdad, que procede del Padre, dará testimonio de mí”. “Dará testimonio”, es decir, mostrará el verdadero sentido del Evangelio en el interior de la Iglesia para que ella lo anuncie de modo auténtico a todo el mundo. Siempre y en todo lugar, incluso en la interminable sucesión de las cosas que cambian desarrollándose en la vida de la humanidad, el “espíritu de la verdad” guiará a la Iglesia “hasta la verdad completa” (Jn 16,13).

5. La relación entre la revelación comunicada por el Espíritu Santo y la de Jesús es muy estrecha. No se trata de una revelación diversa, heterogénea. Esto se puede argumentar desde una peculiaridad del lenguaje que Jesús usa en su promesa: “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). El recordar es la función de la memoria. Recordando se vuelve a lo pasado, a lo que se ha dicho y realizado, renovando así en la conciencia las cosas pasadas, y casi haciéndolas revivir. Tratándose especialmente del Espíritu Santo, Espíritu de una verdad cargada del poder divino, su misión no se agota al recordar el pasado como tal: “recordando” las palabras, las obras y todo el misterio salvífico de Cristo, el Espíritu de la verdad lo hace continuamente presente en la Iglesia, de modo que revista una “actualidad” siempre nueva en la comunidad de la salvación. Gracias a la acción del Espíritu Santo, la Iglesia no sólo recuerda la verdad, sino que permanece y vive en la verdad recibida de su Señor. También de este modo se cumplen las palabras de Cristo: “Él (el Espíritu Santo) dará testimonio de mí” (Jn 15,26). Este testimonio del Espíritu de la verdad se identifica así con la presencia de Cristo siempre vivo, con la fuerza operante del Evangelio, con la actuación creciente de la redención, con una continua ilustración de verdad y de virtud. De este modo, el Espíritu Santo “guía” a la Iglesia “hasta la verdad completa”.

6. Tal verdad está presente, al menos de manera implícita, en el Evangelio. Lo que el Espíritu Santo revelará ya lo dijo Cristo. Lo revela Él mismo cuando, hablando del Espíritu Santo, subraya que “no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga... El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros” (Jn 16,13)14). Cristo, glorificado por el Espíritu de la verdad, es, ante todo, el mismo Cristo crucificado, despojado de todo y casi “aniquilado” en su humanidad para la redención del mundo. Precisamente por obra del Espíritu Santo la “palabra de la cruz” tenía que ser aceptada por los discípulos, a los cuales el mismo Maestro había dicho: “Ahora (todavía) no podéis con ello” (Jn 16,12). Se presentaba, ante aquellos pobres hombres, la imagen de la cruz. Era necesaria un acción profunda para hacer que sus mentes y sus corazones fuesen capaces de descubrir la “gloria de la redención”, que se había realizado precisamente en la cruz. Era necesario una intervención divina para convencer y transformar interiormente a cada uno de ellos, como preparación, sobre todo, para el día de Pentecostés, y, posteriormente. la misión apostólica en el mundo. Y Jesús les advierte que el Espíritu Santo “me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros”. Sólo el Espíritu que, según San Pablo (1Co 2,10) “sondea las profundidades de Dios”, conoce el misterio del Hijo-Verbo en su relación filial con el Padre y en su relación redentora con los hombres de todos los tiempos. Sólo Él, el Espíritu de la verdad, puede abrir las mentes y los corazones humanos haciéndolos capaces de aceptar el inescrutable misterio de Dios y de su Hijo encarnado, crucificado y resucitado, Jesucristo el Señor.

7. Jesús añade: “El Espíritu de la verdad... os anunciará que ha de venir” (Jn 16,13). “¿Qué significa esta proyección profética y escatológica con la que Jesús coloca bajo el radio de acción del Espíritu Santo todo el futuro de la Iglesia, todo el camino histórico que ella está llamada a realizar a lo largo de los siglos? Significa ir al encuentro de Cristo glorioso, hacia el que tiende en virtud de la invocación suscitada por el Espíritu Santo: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,17 Ap 22,20). El Espíritu Santo conduce a la Iglesia hacia un constante progreso en la comprensión de la verdad revelada. Vela por la enseñanza de dicha verdad, por su conservación, por su aplicación a las cambiantes situaciones históricas. Suscita y conduce el desarrollo de todo lo que contribuye al conocimiento y a la difusión de esta verdad: en particular, la exégesis de la Sagrada Escritura y la investigación teológica, que nunca se pueden separar de la dirección del Espíritu de la verdad ni del Magisterio de la Iglesia, en el que el Espíritu siempre está actuando.

Todo acontece en la fe y por la fe, bajo la acción del Espíritu, como he dicho en la Encíclica Dominum et vivificantem: “El misterio de Cristo en su globalidad exige la fe, ya que ésta introduce oportunamente al hombre en la realidad del misterio revelado. El ‘guiar hasta la verdad completa’ se realiza, pues, en la fe y mediante la fe, lo cual es obra del Espíritu de verdad y fruto de su acción en el hombre. El Espíritu debe ser en esto la guía suprema del hombre y la luz del espíritu humano. Esto sirve para los Apóstoles, testigos oculares, que deben llevar ya a todos los hombres el anuncio de lo que Cristo ‘hizo y enseñó’ y, especialmente, el anuncio de su cruz y de su resurrección. En una perspectiva más amplia esto sirve también para todas las generaciones de discípulos y confesores del Maestro, ya que deberán aceptar con fe y confesar con lealtad el misterio de Dios operante en la historia del hombre, el misterio revelado que explica el sentido definitivo de esa misma historia” (DEV 6).

8. De este modo, el “Espíritu de la verdad” continuamente anuncia los acontecimientos futuros; continuamente muestra a la humanidad este futuro de Dios, que está por encima y fuera de todo futuro “temporal”; y así llena de valor eterno el futuro del mundo. Así el Espíritu convence al hombre, haciéndole entender que, con todo lo que es, y tiene, y hace, está llamado por Dios en Cristo a la salvación. Así el “Paráclito”, el Espíritu de la verdad, es el verdadero “Consolador” del hombre. Así es el verdadero Defensor y Abogado. Así es el verdadero Garante del Evangelio en la historia: bajo su acción la Buena Nueva es siempre “la misma” y es siempre “nueva”; y de modo siempre nuevo ilumina el camino del hombre en la perspectiva del cielo con “palabras de vida eterna” (Jn 6,68).

Saludos

39 Amadísimos hermanos y hermanas:

Doy mi más cordial bienvenida a este encuentro a todas las personas, familias y grupos de los diversos Países de América Latina y de España, junto con mi saludo afectuoso y el deseo de que vuestra visita a Roma, centro de la catolicidad, refuerce vuestra fe y os aliente en vuestra vida cristiana.

En particular, saludo a las peregrinaciones procedentes de Madrid, Toledo, Valencia y Castellón. Igualmente, a los representantes de los países del Pacto andino y de Centroamérica así como al grupo de peregrinos chilenos.

A todos imparto la bendición apostólica.






Audiencias 1989 31