Audiencias 1989 62

Miércoles 16 de agosto de 1989

Pentecostés, Pueblo de Dios, pueblo santo

1. El día de Pentecostés en Jerusalén los Apóstoles, y con ellos la primera comunidad de los discípulos de Cristo, reunidos en el Cenáculo en compañía de María, Madre del Señor, reciben el Espíritu Santo. Se cumple así por ellos la promesa que Cristo les confió al partir de este mundo para volver al Padre. Ese día se revela al mundo la Iglesia, que había brotado de la muerte del Redentor. Hablaré de esto en la próxima catequesis.

Ahora quisiera mostrar que la venida del Espíritu Santo, como realización de la Nueva Alianza “en la sangre de Cristo”, da inicio al nuevo Pueblo de Dios. Este Pueblo es la comunidad de aquellos que han sido “santificados en Cristo Jesús” (1Co 1,2); de aquellos de los que Cristo hizo “un reino de sacerdotes para su Dios y Padre” (Ap 1,6 cf. Ap 5,10 1P 2,9). Todo esto sucedió en virtud del Espíritu Santo.

2. Para captar plenamente el significado de esta verdad, anunciada por los apóstoles Pedro y Pablo y por el Apocalipsis, es preciso volver un momento a la institución de la Antigua Alianza entre Dios-Señor e Israel, representado por su jefe Moisés, tras la liberación de la esclavitud de Egipto. Los textos que nos hablan de ella indican claramente que la alianza establecida entonces no se reducía sólo a un pacto fundado sobre compromisos bilaterales: Dios-Señor es quien elige a Israel como su pueblo, de forma que el pueblo se convierte en su propiedad, mientras Él mismo será de ahora en adelante “su Dios”.

Por tanto, leemos: “Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra: seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex 19,5). En el libro del Deuteronomio encontramos la repetición y la confirmación de lo que Dios proclama en el Éxodo. “Tú (Israel) eres un pueblo consagrado a Yahvé; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre la faz de la tierra” (Dt 7,6 análogamente Dt 26,18). (Conviene notar que la expresión ‘segullah’ significa ‘tesoro personal del rey’).

3. Esta elección por parte de Dios brota total y exclusivamente de su amor: un amor del todo gratuito. Leemos: “No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahvé de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres, por eso os ha sacado Yahveh con mano fuerte y os ha librado de la casa de servidumbre” (Dt 7,7-8). Lo mismo expresa con lenguaje imaginativo el Libro del Éxodo: “Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí” (Ex 19,4).

Dios actúa por amor gratuito. Este amor vincula a Israel con Dios-Señor de modo especial y excepcional. Por él Israel se ha convertido en propiedad de Dios. Pero este amor exige la reciprocidad, y por tanto una respuesta de amor por parte de Israel: “Amarás a Yahvé tu Dios” (Dt 6,5).

63 4. Así, en la Alianza nace un nuevo pueblo, que es el Pueblo de Dios.Ser “propiedad” de Dios-Señor quiere decir estar “consagrado” a Él, ser un “pueblo santo”. Y lo que, por intermedio de Moisés, Dios-Señor hace saber a toda la comunidad de los israelitas: “Sed santos, porque Yo, Yahvé, vuestro Dios, soy santo” (Lv 19,2). Con la misma elección Dios se da a su pueblo en lo que le es más propio, la santidad, y la pide a Israel como cualidad de vida.

Como pueblo “consagrado” a Dios, Israel está llamado a ser un “pueblo de sacerdotes”: “Vosotros seréis llamados ‘sacerdotes de Yahvé’, ‘ministros de nuestro Dios se os llamará’ ” (Is 61,6).

5. La Nueva Alianza ?nueva y eterna? es establecida “en la sangre de Cristo” (Cfr. 1Co 11,25). En virtud de este sacrificio redentor, el “nuevo Consolador” (Parákletos) (cf. Jn 14,16) ?el Espíritu Santo? es dado a aquellos “que han sido santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos” (1Co 1,2). “A todos los amados de Dios... y santos por vocación” (Rm 1,7), como escribe San Pablo al dirigir su Carta a los cristianos de Roma. De igual forma se expresará también con los corintios: “...a la Iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya” (2Co 1,1); con los filipenses: “a todos los santos en Cristo Jesús, que están en Filipos” (Ph 1,1); con los colosenses: “a los santos de Colosas, hermanos fieles en Cristo” (Col 1,2); o con los de Éfeso: “a los santos y fieles en Cristo Jesús” (Ep 1,1).

Encontramos el mismo modo de hablar en los Hechos de los Apóstoles: “Pedro... bajó también a visitar a los santos que habitaban en Lida” (Ac 9,32 cfr. Ac 9,41 y también Ac 9,13 “a tus santos en Jerusalén”).

En todos estos casos se trata de los cristianos, o de los “fieles”, es decir, de los “hermanos” que han recibido el Espíritu Santo. Es precisamente Él, el Espíritu Santo, el artífice directo de aquella santidad, sobre la que ?mediante la participación en la santidad de Dios mismo?, se edifica toda la vida cristiana: “...habéis sido santificados... en el Espíritu de nuestro Dios” (1Co 6,11 cf. 2Th 2,13 1P 1,2).

6. Lo mismo hay que decir de la consagración que, en virtud del Espíritu Santo, hace que los bautizados se conviertan en “un reino de sacerdotes para su Dios y Padre” (cf. Ap 1,6 Ap 5,10 Ap 20,6). La primera Carta de Pedro desarrolla ampliamente esta verdad: “También vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo” (1P 2,5). “ ...Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, par anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz” (1P 2,9). Y sabemos que “los ha llamado” con la voz del Evangelio “en el Espíritu Santo, enviado desde el cielo” (1P 1,12).

7. La Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II ha enunciado esta verdad con las siguientes palabras: “Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (cf. He 5,1-5), de su nuevo pueblo hizo... un reino y sacerdotes para Dios, su Padre (Ap 1,6 cf. Ap 5,9-10). Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan a sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz (cf. 1P 2,4-10)” (LG 10).

Tocamos aquí la esencia más íntima de la Iglesia como “Pueblo de Dios” y comunidad de santos, sobre la cual volveremos en la próxima catequesis. Los textos citados, sin embargo, aclaran desde ahora que en la condición de santidad y de consagración del “Pueblo nuevo” se expresa “la unción”, es decir, el poder y la acción del Espíritu Santo.

Saludos

Me es grato saludar a los sacerdotes, religiosos y religiosas, así como a los peregrinos de América Latina y España presentes en esta Audiencia.

De modo especial, mi cordial saludo se dirige a las Religiosas Franciscanas Misioneras de María. También saludo con afecto a la peregrinación mexicana de Tepa, a los profesores y a los alumnos del Centro Universitario de México, al Grupo de Folklore “Ciudad de Guadalajara”, así como a las jóvenes quinceañeras. Como recuerdo de vuestra visita a la tumba del Apóstol Pedro, os animo a amar cada vez más a Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, nuestro Amigo por excelencia. El intercede constantemente por todos ante el Padre. ¡Amadlo de verdad y seguidlo con decisión!

64 A vosotros y a vuestras familias imparto complacido la bendición apostólica.





Miércoles 23 de agosto de 1989



1. "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6).

Estas palabras de Jesucristo han constituido la idea-guía de la peregrinación a Santiago de Compostela, vinculada con la "Jornada Mundial de la Juventud", que se ha desarrollado el sábado y el domingo pasados en presencia de centenares de miles de jóvenes de Europa y de todo el mundo.

Es preciso recordar que la tradición de esta Jornada tuvo inicio con ocasión del Jubileo de la Redención, celebrado en Roma y en toda la Iglesia del 25 de marzo de 1983 al 22 de abril de 1984.

Para el Domingo de Ramos de aquel año 1984 se reunió en Roma una muchedumbre de jóvenes de diversos países. Se elaboró entonces, con la colaboración del Pontificio Consejo para los Laicos, una estructura de fondo, de carácter temático y pastoral, para este encuentro que refleja la riqueza multiforme del apostolado de los jóvenes en la Iglesia.

2. Desde entonces, el Domingo de Ramos ha sido proclamado Jornada de los Jóvenes para toda la Iglesia. Efectivamente, ese día reviste una especial elocuencia desde el punto de vista litúrgico: Cristo entra en Jerusalén rodeado por los jóvenes, que ven en Él al Mesías.

Los días siguientes de la Semana Santa tienen la tarea de revelar hasta el fondo, mediante los acontecimientos de la Pascua de Jerusalén, la verdad acerca de la misión mesiánica del Redentor. La cruz sobre el Gólgota y luego la Resurrección constituyen para todos la llamada definitiva a seguir a Cristo. En especial, son la llamada de los jóvenes.

3. Se puede decir que la iniciativa de la Jornada de la Juventud partió de los mismos jóvenes, que ya desde hacía tiempo daban muestras de descubrir con sensibilidad especialmente espontánea y viva el reclamo de la liturgia pascual, particularmente en el Domingo de Ramos.

En muchas diócesis y parroquias precisamente ese Domingo constituye la Jornada de los Jóvenes. En otras se celebra en fechas diferentes según las circunstancias. Además de estos encuentros locales, a partir del Año de la Redención, se desarrolló la tradición de la Jornada de la Juventud con dimensión internacional. El año 1985 esa Jornada tuvo lugar en Roma (en conexión con la Jornada Mundial de la Juventud proclamada por la ONU). Dos años más tarde, el Domingo de Ramos de 1987, el centro del encuentro internacional de los jóvenes se trasladó a Buenos Aires, Argentina.

Este año llegó una insistente invitación de España, y por ello el lugar del encuentro ha sido el antiquísimo santuario de Santiago de Compostela.

65 4. La elección de esta ciudad para el IV Encuentro Mundial de la Juventud no fue casual. En efecto, debe considerarse en el contexto plurisecular de las peregrinaciones cristianas. A partir del siglo IV con un "crescendo" que alcanza cotas extraordinarias en el Medioevo, se afirma en las comunidades cristianas una devoción particular hacia los que sucesivamente se llamarán "santos lugares". Esta forma de piedad popular tiene como objetivo fundamental la renovación interior, la purificación de los pecados mediante la confesión individual y la penitencia.

De todos los lugares, de todas las naciones de la joven Europa que estaba surgiendo gracias también a su nueva identidad religiosa, el cristianismo, partían los peregrinos para dirigirse hacia los centros privilegiados de irradiación espiritual: Jerusalén, Roma, Loreto y otros lugares de devoción, entre los que iba adquiriendo cada vez más renombre la "memoria del Señor Santiago", el santuario dedicado al Apóstol protomártir, construido el año 813 en Galicia. El nombre de la ciudad, "Compostela", que deriva según algunos de la expresión latina "campus stellae" ?la estrella que habría guiado milagrosamente al descubrimiento del cuerpo de Santiago? tiene su valor simbólico: han pasado siglos y, hoy como ayer, este santuario sigue siendo faro privilegiado de irradiación cristiana para Europa, esta vieja Europa, que se encuentra ante la ya próxima etapa importante de su unificación y en la inminencia del tercer milenio cristiano: ¡una Europa que debe volver a hacer propio el Evangelio de Cristo!

5. La Jornada Mundial de la Juventud en Santiago de Compostela ha hecho referencia a estas tradiciones europeas.Y aunque entre la muchedumbre de los jóvenes reunidos allí prevalecieron los hijos e hijas de los países europeos, sin embargo estaban representados también los demás continentes, cuyos grupos, a pesar de ser menores, no eran menos conscientes de la importancia del encuentro en el que participaban.

Este encuentro brota de la base bien definida de la peregrinación de la Iglesia, y en especial de los jóvenes, que quieren participar de modo particular en esta peregrinación. En el programa de los encuentros de estas Jornadas da sus frutos la pastoral de los jóvenes en sus múltiples formas. Dan sus frutos tanto en la conciencia como en la actitud apostólica de los jóvenes mismos.

Al mismo tiempo la Jornada de la Juventud es, en cierto sentido, un nuevo inicio del camino de ese apostolado y de la pastoral que a él sirve. Gracias a esto toma forma concreta lo que ?siguiendo el Concilio Vaticano II? se suele llamar "una nueva evangelización". Está claro que precisamente los jóvenes, las nuevas generaciones, deben ser las protagonistas de esta nueva evangelización.

6. Esta Jornada Mundial ha sido intensamente preparada por parte de las diversas Conferencias Episcopales, pero sobre todo por parte de las Comisiones Nacionales para los Jóvenes, constituidas en muchos países: todo ello bajo la coordinación del Pontificio Consejo para los Laicos.

Los días inmediatamente precedentes a la Jornada Mundial, en Santiago de Compostela se desarrolló un "Forum internacional de los jóvenes", en el que tomaron parte representantes de más de 50 países. Este intenso trabajo preparatorio, unido a la fuerza espiritual de la peregrinación, ha dado un resultado superior al previsto. El número de jóvenes que se han dirigido en peregrinación a Santiago se calcula en más de medio millón. Sin embargo, más allá de las cifras y de los aspectos exteriores de la manifestación, me urge subrayar con vivo aprecio tanto la obra insustituible que prestaron, en esta ocasión, tanto sacerdotes y religiosos, especialmente por cuanto se refiere a la preparación espiritual, y, sobre todo, a las sagradas confesiones, como, en general, el trabajo silencioso pero constante de aquellos que, como animadores y animadoras, acompañan día tras día el camino de crecimiento espiritual de los jóvenes, sosteniéndolos en el esfuerzo de seguir con valentía a Cristo "Camino, Verdad y Vida".

7. La visita al santuario de la Virgen de Covadonga en el territorio de la archidiócesis de Oviedo, fue un complemento de la peregrinación a Santiago de Compostela. Precisamente en esta parte de España, Asturias, comenzó la obra de liberación del país de la ocupación árabe. Y esa liberación fue al mismo tiempo la lucha por la defensa de los valores cristianos.

Eso tuvo lugar en el siglo VIII con Don Pelayo.

Defendiéndose de los invasores y reconquistando su propia tierra en la península ibérica, los antepasados de la España actual pusieron juntamente, en cierto sentido, una piedra angular de su identidad nacional y cristiana (católica).

El santuario de la Virgen de Covadonga está íntimamente vinculado con todo este importante proceso y permanece como la cuna de la España cristiana y símbolo de su identidad nacional.

66 8. Los jóvenes, que de diversos países de Europa han venido a Santiago de Compostela para la Jornada Mundial, son conscientes del hecho de que poner en marcha una nueva evangelización significa hacer referencia a aquel comienzo que, en diversos lugares del continente, sucedió hace siglos. Cristo es la piedra angular. Es Él quien dijo de sí mismo: "Yo soy el Camino; la Verdad y la Vida". Construyendo sobre Él volveremos a encontrar no sólo el camino hacia el pasado de los pueblos europeos, sino también el camino hacia el futuro. Y este camino, esta verdad y esta vida se confirman como los únicos válidos para las generaciones que el próximo milenio se asomarán al escenario de la historia.

Saludos

A mi regreso de España, quiero saludar cordialmente a los peregrinos venidos de allí, así como a los de Latinoamérica. Saludo también con afecto a los miembros de la Asociación “San Vicente Ferrer” del Altar de Ruzafa (Valencia), a quienes deseo agradecer vivamente su presencia aquí, con ocasión de 75 aniversario de su fundación. Recuerdo aún con emoción la extraordinaria participación popular en las ceremonias litúrgicas tenidas en Valencia, con motivo de mi visita pastoral. Pido al Señor, por mediación de Nuestra Señora de los Desamparados, que seáis capaces de vivir plenamente las enseñanzas evangélicas y deis testimonio de ellas, colaborando de este modo a la edificación de la Iglesia.

Deseo saludar asimismo a los miembros de la Institución Teresiana de diversos países europeos, que realizan en Roma un encuentro de estudio. También saludo a los grupos parroquiales españoles, así como a los representantes de la Confederación castellonense de empresarios.

Mi saludo se dirige también a los peregrinos venezolanos; a la peregrinación Guadalupana de México y al grupo de quinceañeras mexicanas. A todos vosotros propongo también lo que hemos vivido con los jóvenes en Santiago de Compostela, que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida.

Os imparto mi bendición apostólica, que extiendo complacido a vuestras familias





Miércoles 30 de agosto de 1989

Pentecostés, nacimiento de la Iglesia.

La Iglesia de Cristo y el Espíritu Santo

1. El día de Pentecostés, la Iglesia, surgida de la muerte redentora de Cristo, se manifiesta al mundo, por obra del Espíritu Santo. Este es el tema de la catequesis de hoy, introducida por la precedente acerca de la venida del Espíritu Santo que dio comienzo al nuevo Pueblo de Dios. Hemos visto que, haciendo referencia a la Antigua Alianza entre Dios-Señor e Israel como su pueblo “elegido”, el pueblo de la Nueva Alianza, establecida “en la sangre de Cristo” (cf. 1Co 11,25), está llamado en el Espíritu Santo a la santidad. Es el pueblo consagrado mediante la “unción del Espíritu Santo” ya en el sacramento del bautismo. Es el “sacerdocio real” llamado a ofrecer “los dones espirituales” (cf. 1P 2,9).

Formando de esta manera el pueblo de la Nueva Alianza, el Espíritu Santo hace manifiesta a la Iglesia, que surgió del Corazón del Redentor atravesado en la cruz.

67 2. Ya en las catequesis del ciclo cristológico hemos demostrado que Jesucristo, trasmitiendo a los apóstoles el reino recibido del Padre (cf. Lc 22,29 y también Mc 4,11), coloca los cimientos para la edificación de su Iglesia. En efecto, Él no se limitó atraer oyentes y discípulos mediante la palabra del Evangelio y los “signos” que obraba, sino que también anunció claramente su voluntad de “edificar la Iglesia” sobre los Apóstoles, y en particular sobre Pedro (cf. Mt 16,18). Cuando llega la hora de su pasión, la tarde de la víspera, Él ora por su “consagración en la verdad” (cf. Jn 17,17), ora por su unidad: “para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti,... para que el mundo crea que tú me has enviado” (cf. Jn 17,21-23). Finalmente da su vida “como rescate por muchos” (Mc 10,45), “para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52).

3. La Constitución conciliar Lumen gentium subraya el vínculo que existe entre el misterio pascual y Pentecostés: “Como Jesús, después de haber padecido muerte de cruz por los hombres, resucitó, se presentó por ello constituido en Señor, Cristo y Sacerdote para siempre, y derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre” (Lumen gentium LG 5). Esto se realizó en conformidad con los anuncios dados por Jesús en el Cenáculo antes de su pasión, y renovados antes de su partida definitiva de esta tierra para volver al Padre: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén... y hasta los confines de la tierra” (Ac 1,8).

Este hecho es culminante y decisivo para la existencia de la Iglesia. Cristo la anunció, la instituyó, y luego definitivamente la “engendró” en la cruz mediante su muerte redentora. Sin embargo, la existencia de la Iglesia se hizo patente el día de Pentecostés, cuando vino el Espíritu Santo y los Apóstoles comenzaron a “dar testimonio” del misterio pascual de Cristo. Podemos hablar de este hecho como de un nacimiento de la Iglesia, como hablamos del nacimiento de un hombre en el momento que sale del seno de la madre y “se manifiesta” al mundo.

4. En la Encíclica Dominum et Vivificantem escribí: “La era de la Iglesia empezó con la ‘venida’, es decir, con la bajada del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo de Jerusalén junto con María, la Madre del Señor. Dicha era empezó en el momento en que las promesas y las profecías, que explícitamente se referían al Paráclito, el Espíritu de la verdad, comenzaron a verificarse con toda su fuerza y evidencia sobre los Apóstoles, determinando así el nacimiento de la Iglesia... El Espíritu Santo asumió la guía invisible ?pero en cierto modo ‘perceptible’?de quienes, después de la partida del Señor Jesús, sentían profundamente que habían quedado huérfanos. Estos, con la venida del Espíritu Santo, se sintieron idóneos para realizar la misión que se les había confiado. Se sintieron llenos de fortaleza. Precisamente esto obró en ellos el Espíritu Santo, y lo sigue obrando continuamente en la Iglesia, mediante sus sucesores” (DEV 25).

5. El nacimiento de la Iglesia es como una “nueva creación” (Ep 2,15). Se puede establecer una analogía con la primera creación, cuando “Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida” (Gn 2,7). A este “aliento de vida” el hombre debe el “espíritu”, que en el compuesto humano hace que sea hombre-persona. A este “aliento” creativo hay que referirse cuando se lee que Cristo resucitado, apareciéndose a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo “sopló sobre ellos y les dijo: ‘recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos’” (Jn 20,22-23). Este acontecimiento, que tuvo lugar la tarde misma de Pascua, puede considerarse un Pentecostés anticipado, aún no hecho público. Siguió luego el día de Pentecostés, cuando Jesucristo, “exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís” (Ac 2,33). Entonces por obra del Espíritu Santo se realizó “la nueva creación” (cf. Sal 103/104, 30).

6. Además de la analogía con el libro del Génesis, se puede encontrar otra en un pasaje del libro del profeta Ezequiel, donde leemos: “Así dice el Señor Yahveh: Ven, espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan” (Ez 37,9). “He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel” (Ez 37,12). “Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis... y sabréis que yo soy el Señor” (Ez 37,14). “... y el espíritu entró en ellos y se incorporaron sobre sus pies” (Ez 37,10).

Esta grandiosa y penetrante visión profética se refiere a la restauración mesiánica de Israel tras el exilio, anunciada por Dios después del largo sufrimiento (cf. Ez 37,11-14). Es el mismo anuncio de continuación y de nueva vida dado por Oseas (cf. 6, 2; 13, 14) y por Isaías (26, 19). Pero el simbolismo usado por el profeta infundía en el alma de Israel la aspiración hacia la idea de una resurrección individual, tal vez ya entrevista por Job (cf. 19, 25). Esa idea habría madurado sucesivamente, como lo atestiguan otros pasos del Antiguo Testamento (cf. Dn Da 12,2 2M 7,9-14 2M 7,23-36 2M 12,43-46) y del Nuevo (Mt 22,29-32 1Co 15). Pero en aquella idea estaba la preparación para el concepto de la “vida nueva”, que se revelará en la resurrección de Cristo y por obra del Espíritu Santo descenderá sobre los que creerán. Por lo tanto, también en el texto de Ezequiel podemos leer, nosotros los creyentes en Cristo, una cierta analogía pascual.

7. Y he aquí un último aspecto del misterio de la Iglesia naciente bajo la acción del Espíritu el día de Pentecostés: en ella se realiza la oración sacerdotal de Cristo en el Cenáculo, “para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,12). Descendiendo sobre los Apóstoles reunidos en torno a María, Madre de Cristo, el Espíritu Santo los transforma y los une, “colmándolos” con la plenitud de la vida divina. Ellos se hacen “uno”: una comunidad apostólica, lista para dar testimonio de Cristo crucificado y resucitado. Esta es la “nueva creación” surgida de la cruz y vivificada por el Espíritu Santo, el cual, el día de Pentecostés, la pone en marcha en la historia.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas.

Me es grato saludar a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, así como a los peregrinos de América Latina y España presentes en esta Audiencia. De modo particular mi saludo se dirige a los miembros del Patronato de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción de Zapopán, de Guadalajara; a los jóvenes de las Comunidades eclesiales mexicanas de Acapulco, Guerrero y Ciudad Altamirano; al Mariachi juvenil de la ciudad de Monterrey y a la peregrinación de la diócesis de Aguascalientes. Que vuestra presencia en Roma os impulse a caminar con mayor seguridad y confianza por la senda que lleva al Reino de la Vida; senda que supone un cumplimiento fiel de la Ley de Dios.

68 Me complace hacer presente mi más cordial felicitación al grupo de sacerdotes de la diócesis española de Cartagena, que este año cumplen el 25 aniversario de ordenación sacerdotal. Os agradezco vuestra presencia en este Encuentro. Y, como recuerdo de esta gozosa efemérides no sólo para vosotros sino también para la Iglesia, os aliento a seguir viviendo ilusionados, con la ayuda incomparable de la Virgen María –Madre de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote –, los ideales de consagración a Dios y de servicio a vuestra Iglesia local cartagenera.

A vosotros, a vuestras familias, así como a todos los aquí presentes imparto con afecto la bendición apostólica.





Septiembre de 1989

Miércoles 6 de septiembre de 1989

El bautismo en el Espíritu

1. Cuando la Iglesia, brotada del sacrificio de la cruz, comenzó su camino en el mundo por obra del Espíritu Santo, que bajó al Cenáculo el día de Pentecostés, tuvo inicio “su tiempo”, “el tiempo de la Iglesia” como colaboradora del Espíritu en la misión de hacer fructificar la redención de Cristo en la humanidad, de generación en generación. Precisamente en esta misión y colaboración con el Espíritu se realiza “la sacramentalidad” que le atribuye el Concilio Vaticano II cuando enseña que “... La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión intima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen Gentium LG 1). Esta “sacramentalidad” tiene un significado profundo en relación con el misterio de Pentecostés, que da a la Iglesia el vigor y los carismas para operar visiblemente en toda la familia humana.

2. En esta catequesis queremos considerar principalmente la relación entre Pentecostés y el sacramento del bautismo. Sabemos que la venida del Espíritu Santo fue anunciada en el Jordán junto con la venida de Cristo. Fue Juan Bautista quien asoció las dos venidas, e incluso mostró su intima conexión, hablando de “bautismo”: “Él os bautizará con Espíritu Santo” (Mc 1,8); “Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mt 3,11). Este vínculo entre el Espíritu Santo y el fuego se ha de colocar en el contexto del lenguaje bíblico, que ya en el Antiguo Testamento presentaba el fuego como el medio usado por Dios para purificar las conciencias (cf Is 1,25 Is 6,5-7 Za Za 13,9 Ml 3,2-3 Si 2,5, etc.). A su vez el bautismo, que se practicaba en el judaísmo y en otras religiones antiguas, era una inmersión ritual, con la que se quería significar una purificación renovadora. Juan Bautista había adoptado esta práctica del bautismo en el agua, aún subrayando que su valor no era sólo ritual sino también moral, puesto que era “para la conversión” (cf. Mt 3,2 Mt 3,6 Mt 3,8 Mt 3,11 Lc 3,10-14).

Además, ese bautismo constituía una especie de iniciación, mediante la cual aquellos que lo recibían se convertían en discípulos del Bautista y constituían en torno a él y con él una cierta comunidad caracterizada por la espera escatológica del Mesías (cf. Mt 3,2 Mt 3,11 Jn 1,19-34). Sin embargo, se trataba de un bautismo de agua; es decir, no tenía un poder de purificación sacramental. Tal poder sería propio del bautismo de fuego ?elemento en sí mucho más poderoso que el agua? traído por el Mesías. Juan proclamaba la función preparatoria y simbólica de su bautismo en relación con el Mesías, que debía bautizar “en Espíritu Santo y fuego” (Mt 3,11 cf. Mt 3 Mt 7 Mt 10 Mt 12 Jn 1,33). Y añadía que si con el fuego del Espíritu el Mesías iba a purificar a fondo a los hombres bien dispuestos, recogidos como “trigo en el granero”, sin embargo quemaría “la paja con fuego que no se apaga”, como el “fuego de la gehenna” (cf. Mt 18,8-9), símbolo de la consumación a la que está destinado todo lo que no se ha dejado purificar (cf. Is 66,24 Jdt 16,17 Si 7,17 So 1,18 Ps 21,10, etc.).

3. Mientras está desarrollando su función profética y prefiguradora en la línea del simbolismo del Antiguo Testamento, el Bautista un día se encuentra con Jesús en las aguas del Jordán. Reconoce en Él al Mesías, del que proclama que es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) y, por petición suya, lo bautiza (cf. Mt 3,14-15); pero, al mismo tiempo, da testimonio de su mesianidad, de la que se profesa un simple anunciador y precursor (cf. Jn 1,30-31). Este testimonio de Juan está constituido por la comunicación que él mismo hace a sus discípulos y oyentes acerca de la experiencia que tuvo él en esa circunstancia, y que tal vez le hizo recordar la narración del Génesis sobre la conclusión del diluvio (cf. Gn 8,10): “He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo...” (Jn 1,32-33 cf. Mt 3,16 Mc 1,8 Lc 3,22).

“Bautizar en Espíritu Santo” significa regenerar la humanidad con el poder del Espíritu de Dios: es lo que hace el Mesías, sobre el que, como había predicho Isaías (11, 2; 42, 1), reposa el Espíritu colmando su humanidad de valor divino a partir de la Encarnación hasta la plenitud de la resurrección tras la muerte en la cruz (cf. Jn 7,39 Jn 14,26 Jn 16,7 Jn 16,8 Jn 20,22 Lc 24,49). Adquirida esta plenitud, el Mesías Jesús puede dar el nuevo bautismo en el Espíritu del que está lleno (cf. Jn 1,33 Ac 1,5). De su humanidad glorificada, como de un manantial de agua viva, el Espíritu se difundirá por el mundo (cf. Jn 7,37-39 Jn 19,34 cf. .Rm 5,5). Este es el anuncio que hace el Bautista al dar testimonio de Cristo con ocasión del bautismo, en el que se funden los símbolos del agua y del fuego, expresando el misterio de la nueva energía vivificadora que el Mesías y el Espíritu han derramado en el mundo.

4. También Jesús, durante su ministerio, habla de su pasión y muerte como un bautismo que Él mismo debe recibir: un bautismo, porque deberá sumergirse totalmente en el sufrimiento, simbolizado también por el cáliz que ha de beber (cf. Mc 10,38 Mc 14,36); pero un bautismo vinculado por Jesús con el otro símbolo del fuego, que Él vino a traer a la tierra (Lc 12,49-50): fuego, en el que es bastante fácil entrever al Espíritu Santo que “colma” su humanidad y que un día, después del incendio de la cruz, se extenderá por el mundo como propagación del bautismo de fuego, que Jesús desea tan intensamente recibir, que se encuentra angustiado hasta que se haya realizado en él (cf. Lc 12,50).


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