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8 Por eso invito una vez más a la comunidad familiar, así como a la sociedad en general, a crear condiciones permanentes que favorezcan cada vez mejor el sano crecimiento de los niños.

¡América Latina, Continente de la esperanza, en los niños que nacen y crecen hoy funda la firme esperanza del mañana!

A vosotros, profesionales y apóstoles de la infancia, os aliento a continuar con entusiasmo y sin desfallecer en vuestra tarea de interesar y comprometer a todos los grupos sociales y a las diversas instancias de la vida pública a trabajar por el bienestar integral de la infancia; a mantener y mejorar cada día más una cultura de la vida que respete todos los principios éticos; a asegurar a los niños, especialmente a los más pobres y desprotegidos, las condiciones necesarias para que puedan inserirse convenientemente en la sociedad.

En la Navidad que acabamos de celebrar, hemos recordado una vez más que el Hijo de Dios se hizo hombre y que nació como niño indefenso y necesitado, igual que cada uno de nosotros. Que la Luz divina que nos viene de Belén ilumine siempre los trabajos que emprendéis conjuntamente en favor de los niños, especialmente de los más necesitados.

En prenda de la constante ayuda del Señor, os imparto con afecto mi Bendición Apostólica, que extiendo complacido a vuestras familias y a cuantos colaboran en vuestros programas de ayuda a la infancia.










A LA ASAMBLEA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA


13 de enero de 1989



Señores cardenales,
queridos amigos:

1. Me alegra poderos desear esta mañana mi más cordial bienvenida a todos vosotros, que habéis venido de diversas partes del mundo para participar en la reunión del Consejo Pontificio para la Cultura. Es el séptimo año consecutivo que tengo el placer de acoger a este Consejo. En la Constitución Pastor Bonus, que precisa las tareas y la organización de la Curia Romana, he querido confirmar que «el Consejo favorece las relaciones entre la Santa Sede y el mundo de la cultura, anima particularmente el diálogo con las diversas culturas de nuestro tiempo, a fin de que la civilización del hombre se abra siempre más al Evangelio y quienes cultivan las ciencias, las letras y las artes se sientan reconocidos por la Iglesia como personas dedicadas al servicio de la verdad, de la bondad y de la belleza» (art. 166).

Vuestra sesión anual representa un momento importante en vuestra reflexión y compromiso comunes para promover concretamente el encuentro de la Iglesia con todas las culturas humanas, según el espíritu del Concilio Vaticano II y de los Sínodos de los Obispos. De acuerdo con el encargo que os he confiado, cada año procedéis a un amplio examen de las principales corrientes culturales que marcan los ambientes, las regiones y las disciplinas que representáis. De este modo os hacéis eco, ante el Papa y la Santa Sede, de las tendencias y de las aspiraciones, de las angustias y esperanzas, de las necesidades culturales de la familia humana, y os preguntáis sobre el mejor modo, para la Iglesia, de responder a los decisivos interrogantes planteados por el espíritu contemporáneo. El diagnóstico que ofrecéis sobre el estado de las culturas actuales representa un gran servicio a la Iglesia, y os animo a perfeccionarlo sin cesar. Además de vuestro testimonio y vuestras experiencias personales, estáis invitados, en efecto, con otras personas y grupos competentes, a un discernimiento espiritual respecto a las corrientes culturales que condicionan a los hombres y mujeres de hoy. Por medio de encuentros, investigaciones y publicaciones dais, en la Iglesia, un nuevo impulso para responder a los desafíos que representan la evangelización de las culturas y la inculturación del Evangelio. Este discernimiento es urgente para poder comprender mejor las actuales mentalidades, y descubrir la sed de verdad y de amor que tan sólo Jesucristo puede saciar plenamente, y encontrar los caminos para una nueva evangelización mediante una auténtica pastoral de la cultura.

2. Contemplando el mundo desde un punto de vista universal, captáis mejor el significado apostólico de vuestros trabajos y encontráis un motivo sólido para proseguir con vuestra misión. Mediante este trabajo de discernimiento evangélico, la Iglesia no tiene otro objetivo que a anunciar mejor a todas las culturas la Buena Nueva de la salvación en Jesucristo. Porque la realidad humana, individual y social, ha sido liberada por Cristo: las personas, como las actividades humanas, de ahí que la cultura es la expresión más eminente y la más encarnada.

9 La acción salvífica de la Iglesia con las culturas se ejerce primeramente por intermedio de las personas, de las familias y de los educadores. También una adecuada formación es indispensable para que los cristianos aprendan a manifestar con claridad cómo el fermento evangélico tiene el poder de purificar y elevar los modos de pensar, de juzgar y de actuar que constituyen una determinada cultura. Jesucristo, nuestro Salvador, ofrece su luz y su esperanza a todos aquellos y aquellas que se dedican a las ciencias, las artes, las letras y a los innumerables campos desarrollados por la cultura moderna. Todos los hijos e hijas de la Iglesia deben, pues, tomar conciencia de su misión y descubrir cómo la fuerza del Evangelio puede penetrar y regenerar las mentalidades y los valores dominantes que inspiran a cada una de las culturas, así como las opiniones y las actitudes que de ellas se derivan. Cada uno en la Iglesia, mediante la oración y la reflexión, podrá aportar la luz del Evangelio y la irradiación de su ideal ético y espiritual. De este modo, por medio de este paciente trabajo de gestación, humilde y escondido, los frutos de la Redención penetrarán poco a poco las culturas y les otorgarán abrirse en plenitud a las riquezas de la gracia de Cristo.

3. El Consejo Pontificio para la Cultura está realizando un esfuerzo que estimula a la Iglesia en esta grande empresa de nuestra época que es la evangelización de las culturas y la promoción cultural de todos los hombres. Habéis sabido establecer una prometedora cooperación con las Conferencias Episcopales, con las Organizaciones Internacionales Católicas, con los Institutos religiosos, con las asociaciones y movimientos católicos, con los centros culturales y universitarios. En estrecha y fecunda colaboración con ellos, habéis tenido encuentros en diversas partes del mundo, y notables resultados se han obtenido, de los cuales testimonian muchas publicaciones, como vuestro boletín.

Constato también que vuestro trabajo se desarrolla en relación con varios organismos de la Santa Sede, de modo que se hace más visible la dimensión cultural que es un importante componente de la misión apostólica de la Curia Romana.

4. Entre los proyectos en curso, dos iniciativas merecen una especial atención, en primer lugar por su propia importancia, y también porque se realizan en cooperación con diversos organismos de la Santa Sede, en el espíritu de la reforma de la Curia Romana.

Con satisfacción señalo, en primer lugar, el estudio sobre la Iglesia y la cultura universitaria, que lleváis adelante con las Conferencias Episcopales, en colaboración con la Congregación para la Educación Católica y el Consejo Pontificio para los Laicos. Habéis publicado ya un informe de síntesis que ilustra las tendencias significativas y las necesidades espirituales de los ambientes universitarios, así como los nuevos aspectos de la pastoral universitaria de las Iglesias locales. Os animo a continuar esta reflexión común que suscitará, estoy seguro, recomendaciones concretas y beneficiosos intercambios de experiencias apostólicas. La Iglesia encuentra en el mundo universitario un lugar privilegiado para dialogar con las corrientes de espíritu y los estilos de pensamiento que marcarán la cultura del mañana. La esperanza cristiana se ha de poner delante de las nuevas aspiraciones de las conciencias y ha de animar los espíritus de los jóvenes universitarios que pronto estarán frente a tantas responsabilidades, «para que la civilización del hombre se abra cada vez más al Evangelio».

Aliento de todo corazón esta pastoral universitaria que da a los estudiantes la posibilidad concreta de reflexionar sobre su fe a un nivel intelectual equivalente al de sus progresos científicos y humanísticos en las otras disciplinas, y que les ayuda a vivirla con las comunidades de fe y de oración.

5. Finalmente, quiero destacar la activa participación que el Consejo Pontificio para la Cultura ha tomado en los trabajos de la Comisión Teológica Internacional sobre la fe y la inculturación. Habéis participado muy de cerca en la elaboración del documento que ha sido preparado con este título y que permitirá comprender mejor el significado bíblico, histórico, antropológico, eclesial y misionero que reviste la inculturación de la fe cristiana. Presenta una posición decisiva para la acción de la Iglesia, tanto en el corazón de las diversas culturas tradicionales, como en las complejas formas de la cultura moderna. Vuestra responsabilidad es ahora traducir estas orientaciones teológicas en programas concretos de pastoral cultural, y me alegra que varias Conferencias Episcopales piensen dedicarse a ello, especialmente en América Latina y en África. Animo estas experiencias pastorales y deseo que sus resultados sean compartidos con el conjunto de la Iglesia.

6. Con frecuencia he tenido ocasión de decirlo, pero quiero aún repetirlo: el hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura. Y el lazo fundamental del mensaje de Cristo y de la Iglesia con el hombre en su misma humanidad es creador de cultura en su íntimo fundamento. Esto quiere decir que las transformaciones culturales de nuestro tiempo nos invitan a volver a lo esencial y a encontrar nuevamente la preocupación fundamental que es el hombre en todas sus dimensiones, políticas y sociales, ciertamente, pero también, culturales, morales y espirituales. De ello depende, en efecto, el mismo futuro de la humanidad. Inculturar el Evangelio no es reconducirlo a lo efímero y reducirlo a lo superficial agitado por la cambiante actualidad. Por el contrario, con una audacia totalmente espiritual, insertar la fuerza del fermento evangélico y su novedad más joven que toda modernidad, en el corazón mismo de las sacudidas de nuestro tiempo, en gestación de nuevos modos de pensar, de actuar y de vivir. Es la fidelidad a la alianza con la eterna sabiduría la que es la fuente incesante de renacimiento de nuevas culturas. Quienes han recibido la novedad del Evangelio se lo apropian e interiorizan de tal modo que lo vuelven a expresar en su vivencia cotidiana, según su propia índole. Así, la inculturación del Evangelio en las culturas va a la par con su renovación y las conduce a su auténtica promoción, tanto en la Iglesia como en la ciudad.

7. Sólo me queda dar gracias a Dios por la tarea de discernimiento apostólico y de inculturación evangélica a la cual contribuye vuestro Consejo al servicio de la Iglesia. Y, por intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia, invoco las luces y la fuerza del Espíritu Santo sobre vuestros trabajos.

Todos mis mejores deseos os acompañan, comenzando por vosotros, Señores Cardenales: el cardenal Paul Poupard, a quien pedí tomase el relevo del querido cardenal Garrone en la presidencia del Consejo, el cardenal Eugénio de Araújo Sales, que sigue haciéndonos beneficiarios de su experiencia; y el cardenal Hyacinthe Thiandoum, que siente no haber podido participar en esta asamblea. Y aseguro mi oración a todos los miembros del Consejo internacional, así como a vuestros colaboradores en San Calixto.

Como signo de mi afecto hacia vuestras personas, vuestras familias y todos aquellos y aquellas que son motivo de vuestra solicitud, os doy de todo corazón mi bendición apostólica.








A LOS OBISPOS DE GUATEMALA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


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Viernes 20 de enero de 1989



Amadísimos Hermanos en el Episcopado:

1. Es para mi motivo de gran alegría daros mi más cordial bienvenida a este encuentro, Pastores de la Iglesia en Guatemala, con motivo de la visita “ad limina”. Vuestra presencia colegial aquí es testimonio elocuente de comunión eclesial; en efecto, como “ministros de Cristo... y administradores de los misterios de Dios” (1Co 4,1) representáis de modo especial a vuestras Iglesias locales. Con vuestra venida a Roma, centro de la catolicidad, queréis poner aún más de manifiesto la íntima comunión en la fe y en la caridad con esta Sede Apostólica. En verdad nos sentimos una sola cosa en el Espíritu Santo y en el Amor de Cristo, que permanece para siempre la piedra angular (cf. Ef Ep 2,20) y el Pastor de nuestras almas (cf. 1P 1P 2,25).

En las relaciones quinquenales y durante los coloquios privados habéis querido poner de manifiesto los temas más salientes de la vida eclesial guatemalteca. Deseo ahora en este encuentro reflexionar con vosotros sobre algunos puntos específicos, teniendo también en cuenta vuestros documentos colectivos y la realidad pastoral que pude apreciar durante las inolvidables jornadas vividas hace casi seis años con los amadísimos hijos de Guatemala durante mi viaje apostólico. No se borra de mi mente el entrañable recuerdo de la rica religiosidad de vuestro pueblo, manifestada en las sentidas celebraciones de fe y esperanza que tuvieron lugar en la ciudad capital y en Quetzaltenango. Fueron días de intensas vivencias espirituales, en los que pude apreciar el clamor de paz y de justicia que brotaba de los corazones de todos los guatemaltecos.

2. En vuestro desvelo por las comunidades eclesiales que el Señor os ha confiado, estáis entregados generosamente a la tarea de dar nuevo impulso a una acción evangelizadora que haga realidad la transmisión de una fe profunda y auténtica, que penetre hondamente la vida social y cultural guatemalteca, incluso en el orden económico y político. De aquí el esfuerzo que estáis realizando en favor de un plan global de pastoral, como lo muestra vuestro documento colectivo más reciente.

En la línea de la invitación que hice a los Obispos Delegados del CELAM en Puerto Príncipe (Haití) –al final de mi visita apostólica a Centroamérica– os habéis propuesto como objetivo central: “Impulsar, en comunión y participación, la evangelización nueva en Guatemala, para crear hombres y comunidades renovadas capaces de colaborar en la construcción de una sociedad justa y fraterna” (N. 10. 3).

Sé que este documento está sirviendo de base para múltiples iniciativas que estáis emprendiendo en vuestras diócesis, como son las Semanas de Pastoral y también el Primer Sínodo Arquidiocesano; todo ello con el fin último de consolidar una Pastoral orgánica de conjunto. Se trata ciertamente de una acción pastoral con la que, en fidelidad al Evangelio, queréis responder al espíritu de unidad que, por su misma vocación, debe reinar en la Iglesia.

3. Os animo pues vivamente a que continuéis trabajando por consolidar la unidad, de tal forma que, bajo la inspiración del misterio del Verbo Encarnado, logréis que el misterio de la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica se vaya manifestando como comunión visible (cf. Lumen gentium LG 8). Ello exige por vuestra parte una particular atención para que dentro del proceso que habéis emprendido no se descuiden aspectos esenciales y constitutivos de la Iglesia. No podemos olvidar que una de las mayores tentaciones de nuestra época es la de pretender promover una renovación eclesial que, al polarizar su atención en torno a ciertos rasgos –puestos particularmente de relieve por la sensibilidad moderna– no tiene suficientemente en cuenta elementos fundamentales de la identidad constitutiva del Cuerpo místico de Cristo, como son su estructura jerárquica, la unidad querida por su divino Fundador o su carácter específicamente sacramental (cf. Lumen gentium LG 26).

Como Iglesia Una, constituida sobre el fundamento de los Apóstoles, es de suma importancia que todo el Pueblo de Dios muestre una actitud eclesial de sensible y filial acogida a las directrices doctrinales y a las normas que emana el Magisterio auténtico de la Iglesia. Es cierto que determinadas circunstancias históricas, que caracterizaron tiempos pasados, han podido de alguna manera condicionar negativamente dicha sensibilidad. En efecto, la hostilidad sistemática a que se vió sometida la Iglesia en épocas pasadas, la incidencia de medidas orientadas a destruir la fuerza moral de los sacerdotes y comunidades religiosas, así como la consecuente escasez de clero, favorecieron indudablemente el que algunos sectores del pueblo fiel no asumieran con todas sus consecuencias el carácter jerárquico de la Iglesia fundada por Cristo.

4. Tales presupuestos, unidos a determinadas desviaciones eclesiológicas, que por intereses sectarios y de parte siembran el error en torno a la constitución básica de la Iglesia y a su misión propia, pueden crear hoy el terreno fértil para justificar inaceptables actitudes que pretenden desconocer la legitimidad de la participación de la Iglesia en la vida pública, o bien intentan reducir su misión únicamente a la esfera privada de los fieles.

Es particularmente necesario y urgente, queridos Hermanos, presentar al pueblo fiel los contenidos esenciales de la fe católica especialmente en el momento presente, en que sectas fundamentalistas y nuevos grupos religiosos llevan a cabo en Guatemala una agresiva campaña proselitista, sembrando la confusión entre los fieles y diluyendo la coherencia y unidad del mensaje evangélico.

11 Como ha señalado el Señor Arzobispo de Guatemala en una reciente Carta Pastoral sobre la relación de la Iglesia Católica con los grupos religiosos no-católicos, la acción proselitista de éstos “causa diversos problemas, como la ruptura de la unidad familiar, la pérdida de la identidad cultural y, quizá lo más grave, la pérdida del sentido profundamente comunitario y específicamente humano que existe en el pueblo guatemalteco” (N. 17. 3). Con frecuencia, dichas actividades se ven favorecidas por múltiples carencias de todo tipo, y en particular por una instrucción religiosa insuficiente.

Se trata de un reto al que la Iglesia, iluminada por la Palabra de Dios y partiendo de la realidad guatemalteca, ha de responder con un renovado esfuerzo por satisfacer el hambre de Dios y el ansia de espiritualidad de vuestro pueblo.

Por todo ello, os hago un particular llamado para que, junto con vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, agentes de pastoral, catequistas y laicos comprometidos, impulséis una acción evangelizadora que asuma los valores de la auténtica piedad popular y responda a las angustias y esperanzas de los hombres de nuestro tiempo, ofreciéndoles los medios para la salvación eterna en Cristo Jesús.

5. A este respecto, se hace apremiante el promover la participación de todos en la tarea evangelizadora, con particular referencia a los laicos, y destacando la importancia de la familia y el papel de la mujer, pues sois conscientes de que “el apostolado de los laicos... brota de la misma esencia de su vocación cristiana” (Apostolicam Actuositatem
AA 1). Ellos, con la adecuada asistencia de los sacerdotes, han de trabajar – individual o legítimamente asociados – para atraer a la Iglesia a quienes se han alejado de ella o cuya fe se ha debilitado. De un particular reconocimiento por la importante labor que desarrollan en sus comunidades son merecedores los catequistas. No pocos de ellos, sobre todo en las áreas rurales, han sellado su celo apostólico con el testimonio supremo de derramar su sangre.

Para que el trabajo que se realice con los laicos y la misión que se les confíe dé los frutos esperados, es fundamental que se tenga especial cuidado en su formación doctrinal y espiritual y, al mismo tiempo, gran sensibilidad en el reconocimiento de los dones y carismas que, a través de ellos, el Señor quiere comunicar a su Iglesia. En vuestra instrucción Pastoral “Renovados en el Espíritu”, establecéis directrices de formación y discernimiento que, si bien van dirigidas específicamente al Movimiento de la Renovación Carismática, pueden servir también de criterio orientador para otros movimientos apostólicos.

6. El necesario crecimiento en la fe y el testimonio evangélico en la transformación de las realidades temporales según los designios de Dios, han de llevar al laico cristiano a una participación más activa en la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia. En efecto, el Concilio nos recuerda que la liturgia es “la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos... participen en el sacrificio y coman la cena del Señor” (Sacrosanctum Concilium SC 10).

La importancia fundamental de esta enseñanza, que forma parte de la más genuina tradición de la Iglesia, se pone en entredicho cuando no se tiene suficientemente en cuenta el papel decisivo e irreemplazable que ejerce el sacerdote dentro de la comunidad eclesial o cuando, sin la debida precaución y preparación, se confían a ministros no ordenados responsabilidades que de suyo no les son propias.

7. También quiero expresaros el gozo que llena mi corazón al saber que el Señor está bendiciendo vuestras Iglesias particulares con un creciente numero de vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras. Es éste un signo clero de cómo la Iglesia en Guatemala está alcanzando plena madurez.

A tal propósito, os animo a continuar dedicando vuestro esfuerzo en favor de una pastoral vocacional que preste particular atención a los familias, a la escuela, a la juventud, a los movimientos apostólicos y asociaciones eclesiales. Dedicad a esta importante labor sacerdotes generosos, bien preparados y de gran espíritu que, dentro de un plan diocesano y nacional, atiendan a este sector.

Asimismo deseo alentaros a que también promováis vocaciones misioneras que puedan llevar la Buena Nueva a otros pueblos más necesitados. “Desde vuestra pobreza” compartid también vuestra fe, particularmente con ocasión del V Centenario del comienzo de la evangelización en América Latina.

8. Seguid adelante en el camino de renovación que habéis emprendido. Como ministros de Dios habéis de ser siempre artífices de paz y armonía, no sólo dentro de la Iglesia, sino también en el seno de la sociedad. Como exigencia nacida de vuestra solicitud pastoral, algunos de vosotros –particularmente tras los acuerdos de Esquipulas II– habéis sido llamados a una difícil labor de mediación y reconciliación entre partes en conflicto. Reiterando las insoslayables exigencias de la justicia y el respeto de los derechos humanos, queréis contribuir a superar la confrontación, favoreciendo negociaciones que puedan conducir a un mejor entendimiento, en el marco de un sano pluralismo y en actitudes de tolerancia y comprensión. Los frutos de vuestra ardua tarea serán abundantes en la medida en que os mantengáis en total fidelidad a las exigencias del Evangelio.

12 Precisamente por voluntad de fidelidad al Señor y a la misión apostólica que El os ha confiado, habéis querido abordar en un documento colectivo uno de los problemas que más afligen a Guatemala: la tenencia de tierras.

Ciertamente el clamor que en nombre de los pobres habéis alzado en vuestra Carta Pastoral se convierte, en última instancia en un apremiante llamado a la solidaridad, como camino que conduce a la justicia.

Bien sabéis que la preocupación por los problemas del hombre en todas sus dimensiones, forma parte de la misión misma de la Iglesia. En mi Carta Encíclica “Sollicitudo Rei Socialis”, quise ocuparme del tema de la solidaridad como camino que lleva a la paz: “opus solidaritatis pax” (Sollicitudo Rei Socialis
SRS 39). En esta línea también vosotros, Obispos de Guatemala, estáis convencidos de que “para salir al paso de cualquier extremismo y consolidar una auténtica paz, nada mejor que devolver su dignidad a quienes sufren la injusticia, el desprecio y la miseria” (Homilía en el Campo de Marte de Ciudad de Guatemala, 7 de marzo de 1983, n. 6). Por ello habéis querido invitar a vuestros fieles a reflexionar serenamente sobre un tema de especial importancia, iluminados por la Palabra de Dios y en consonancia con la enseñanza social de la Iglesia, puesta particularmente de relieve en las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano de Medellín y Puebla.

Teniendo como base la certeza de que vuestro clamor surge de una actitud profundamente evangélica, os animo a seguir adelante, aun cuando ello vaya acompañando de incomprensiones e incluso rechazos.

9. Un tema que atrae de modo especial vuestra solicitud de Pastores es ciertamente el de la educación. En efecto, es muy grande el reto que supone para la Iglesia en vuestro país el elevado porcentaje de población en edad escolar, el alto índice de analfabetismo y las insuficientes estructuras en el campo de la enseñanza. Además, factores como la situación de pobreza, la inestabilidad e incluso la desintegración familiar – sin olvidar la violencia en sus diversas manifestaciones – condicionan sensiblemente la incidencia de la labor educativa.

Como bien lo habéis manifestado, sois conscientes de la responsabilidad que os incumbe en este terreno. Os animo pues a un renovado empeño en favor de una sólida y programada educación en la fe. Mediante la enseñanza a todos los niveles, desde la escuela a la Universidad, se aprende también a respetar la dignidad de la persona humana, a practicar la honradez en el ámbito público y privado, a fortalecer la voluntad de pacífica convivencia ciudadana, a defender la justicia y la paz, en una palabra, a convertir los principios doctrinales en valores de vida y en criterios de recto comportamiento.

La legislación de vuestro país reconoce a la Iglesia el derecho de participar en la educación, incluso a nivel público, a través de clases de moral y formación religiosa. Es necesario pues, prestar particular dedicación con personal y medios adecuados a esta presencia que tanto puede incidir en la orientación de las futuras generaciones.

A este respecto, no podemos olvidar un factor peculiar y determinante en la realidad guatemalteca: el pluralismo de etnias. Como tuve ocasión de manifestarlo en el inolvidable encuentro con las comunidades indígenas en Quetzaltenango, ellos representan un gran valor para la Iglesia por la sencillez y profundidad de su fe; lo cual ha de comportar, al mismo tiempo, un particular empeño para la consolidación de los grupos étnicos y el desarrollo de las culturas indígenas. Para ello, la evangelización genuina e integral será siempre garantía de defensa y promoción de los valores autóctonos, así como de fidelidad sin reservas al mensaje evangélico en el necesario proceso de inculturación.

10. Termino, queridos Hermanos, agradeciéndoos vuestra visita a esta Sede Apostólica y confiándoos un encargo particular: llevad a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, agentes de pastoral, catequistas y a todos vuestros diocesanos el saludo y la Bendición del Papa, que les tiene muy presentes en sus oraciones; de modo especial a los niños, a los enfermos, a los refugiados, a cuantos sufren.

Que el Señor os conceda la fuerza y la fidelidad necesarias para proseguir en el compromiso de dar cada día más dinamismo apostólico a la Iglesia en Guatemala, de forma que presentándose como auténtico sacramento de salvación y en profunda unidad con la Iglesia Universal, sea manantial de vida y esperanza para vuestra nación y elemento de hermandad y de unión profunda con los demás pueblos de la región. Que el Santísimo Cristo de Esquipulas, a cuya sombra han madurado acuerdos para superar los conflictos y hacer posible la deseada paz en Centroamérica, inspire en todos, líderes políticos y sindicales, empresarios y trabajadores, hombres de cultura y de ciencia, padres y madres de familia, una decidida voluntad de reconciliación, de fraternidad y de justicia.

Que María Santísima, a quien Guatemala está ligada con amor y devoción profunda, como lo habéis demostrado recientemente en la magna concentración del Campo de Marte con motivo de la clausura del Año Mariano, sea el modelo sobre el cual sigáis configurando vuestras actitudes personales, vuestras opciones pastorales, vuestra misión profética y la vida de las comunidades que os han sido confiadas, para que, a través de la disponibilidad total a la Palabra, el señorío de Dios sea plenamente reconocido y los ideales de paz y de comunión que estáis impulsando se conviertan en realidad.

13 Con afecto os imparto mi Bendición Apostólica.








A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO NACIONAL


DE LA ASOCIACIÓN ITALIANA DE MAESTROS CATÓLICOS


Sábado 21 de enero de 1989



Queridos hermanos y hermanas:

1. Estoy contento de acogeros y saludaros a todos vosotros, que habéis venido a Roma para tomar parte en el congreso nacional de vuestra Asociación Italiana de Maestros Católicos (AIMC). Este encuentro me ofrece la oportunidad de volver a tratar con vosotros un tema continuamente presente en mi solicitud pastoral: el de la infancia, niños y muchachos No debemos perder ocasión de llevar este problema tan delicado a la atención y a la conciencia de todos los hombres de buena voluntad.

En efecto, los niños y muchachos están más cercanos al Corazón de Dios, como nos lo ha revelado Jesús: "Os digo que sus ángeles en el cielo ven siempre la faz de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18,10). Precisamente me he referido al misterio del niño en Turín, durante la visita en septiembre pasado, para las celebraciones de San Juan Bosco. También he hablado de los niños dirigiéndome a los educadores y responsables de la Federación de las Escuelas Maternas Católicas Italianas (16 de enero de 1988) y, más recientemente, al comité directivo de la UNICEF para América Latina y el Caribe (13 de enero de 1989).

Todo esto porque mi corazón y mis ojos están llenos de la visión de muchos niños y muchachos que han venido a mi encuentro en mis viajes apostólicos como vivas imágenes de la esperanza del mundo, pero a menudo también expresión dolorosa e indecible de las enfermedades de la desnutrición y de las violencias de todo género.

2. Sin entrar en la materia que habéis puesto como tema de estudio para vuestra asamblea, deseo, sin embargo, abordar su importancia y relacionarla con el camino realizado por vuestra Asociación en estos años de vida.

Veo con satisfacción que mantenéis en el centro de la atención la persona del maestro, reafirmando, por tanto, la centralidad de la dignidad del hombre, precisamente en el momento en que, afrontando los desafíos educativos del tiempo, os medís con realidades y perspectivas nuevas.

Efectivamente, en esto consisten vuestro carácter específico y vuestra contribución a la evolución necesaria de la profesionalidad del maestro y de las estructuras nuevas dentro de las cuales se puede desarrollar más adecuadamente; El maestro, pues, es lo primero; sólo después vendrán los instrumentos y las estructuras.

Lo primero para el maestro es la adquisición de la sabiduría, es decir, la consecución de una síntesis personal en la que la experiencia de fe y la profesionalidad se encuentran y se transforman en un don que se ofrece diariamente a los niños y a toda la comunidad.

Es menester añadir que el maestro cristiano nunca es un hombre aislado. Siempre es el fruto de una comunidad: de la comunidad humana, en la que está enraizado y con la que comparte las justas solicitudes; y de la comunidad cristiana concreta, en la que encuentra continuamente el apoyo de la fraternidad y el consuelo de la gracia. Además, para poder dar lo mejor de sí, el maestro católico debe ser también expresión de una comunidad profesional y formativa como lo es la Asociación entre los maestros católicos.


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