Discursos 1989 14

14 3. A vuestra institución, como a todas las demás que actúan en el ámbito de la escuela, quiero, pues, recomendar que mantengan viva la conciencia de la misión propia, mientras me agrada recordar todo lo que la Asociación Italiana de Maestros Católicos ha hecho hasta ahora por la escuela materna y elemental italiana y por la cualificación de los maestros.

Queridos maestros de la Asociación: Tened clara la conciencia de vuestras tradiciones: una identidad antigua y sólida, como la que tiene su origen en las motivaciones iniciales de la misma Asociación, es la garantía más convincente de la eficacia de la acción que debéis desarrollar en los nuevos y arduos contextos en los que estáis llamados a realizar vuestra acción. Habéis nacido en los días de la voluntad generosa del resurgir de Italia, y fuisteis expresión de una fuerte experiencia eclesial; permanecéis como lugar de encuentro entre las legítimas instancias de este país y una conciencia cristiana madura, nutrida de verdad y de caridad.

Continuad trabajando por mantener unidos, tanto en el interior de vuestra Asociación como en la escuela, a cuantos trabajan allí por diverso título como maestros, directores e inspectores. Testimoniad la voluntad de resistir a esas tentaciones que tienden a aislar y a contraponer los diversos papeles y tareas, con resultados a menudo dolorosos. Además, trabajad con particular cuidado por entrar en diálogo con las nuevas generaciones de maestros de la escuela materna y elemental.

4. En cuanto al aspecto pedagógico de vuestra acción, deseo llamar vuestra atención sobre la necesidad de poner como fundamento de la escuela una pedagogía sana que, aun teniendo en cuenta la búsqueda necesaria de nuevos programas y reglamentos, y la exigencia de nuevas tecnologías didácticas, mantenga intacto el primado de la persona sobre los procesos, es decir, de los fines sobre los medios. Esto significa que la innovación y la experimentación deben estar referidas a la persona del educando. Es necesario evitar el peligro de que, en el cuadro de una educación demasiado formal, el muchacho pierda el contacto con la realidad. También es necesario garantizar un auténtico proceso de control en el que el niño se haga cada vez más responsable de las propias opciones y de la propia conducta.

Estos delicados problemas, apenas aludidos aquí, revisten el ejercicio de vuestra profesionalidad de fuertes valores éticos y exigen la especificación de normas seguras, fundadas en la ley de Dios, que definan el perfil moral del docente.

En el ámbito de tales problemáticas importantes tiene un puesto fundamental la experiencia de la enseñanza de la religión católica, según las modalidades previstas por los nuevos Acuerdos concordatarios. Actuando según estas directrices será posible salvaguardar el significado integral de la escuela, de la que la sociedad entera tiene necesidad para mantenerse viva y crecer.

5. Es útil recordaros, maestros cristianos, que la obra educativa, que linda por su naturaleza con el misterio, invita a acoger la presencia decisiva de otro maestro, del único Maestro, Cristo.

A Él os encomiendo, pidiéndole que os haga partícipes de su Espíritu de discernimiento y de amor por los pequeños, de modo que vuestra enseñanza adquiera la fuerza simbólica del gesto, realizado por Él tantas veces, de poner al niño en el centro (cf. Mt
Mt 18,2).

El mundo de hoy tiene necesidad de este gesto; lo espera de vosotros, maestros cristianos, como un signo de esperanza.

A usted, señor presidente nacional, al asistente, a los componentes del consejo, a los congresistas y a todos los miembros de la Asociación Italiana de Maestros Católicos se dirige de corazón mi bendición, que quiere alcanzar también a vuestros seres queridos y a todos los pequeños alumnos de vuestras clases.








A LOS OBISPOS DE PANAMÁ


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Lunes 30 de enero de 1989



15 Amadísimos Hermanos en el Episcopado:

1. Al recibiros con gran gozo a vosotros, Obispos de Panamá, mi pensamiento lleno de afecto se dirige a todas y cada una de las diócesis que representáis. Y en vuestras personas saludo entrañablemente a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y a todos vuestros fieles, presentes siempre en mi oración al Señor y en el recuerdo de la inolvidable visita pastoral que tuve la dicha de hacer a vuestro querido país hace casi seis años.

Habéis venido hasta Roma, centro de la catolicidad, para cumplir la visita “ad limina Apostolorum”, siendo portadores de los problemas y dificultades, las ilusiones y esperanzas de vuestras Iglesias particulares. Os mueve a ello el deseo de confirmar vuestro sentido de comunión con la Sede de Pedro, “principio y fundamento perpetuo y visible de unidad” (Lumen gentium
LG 23), y también para incrementar y hacer patentes la solidaridad y unión eclesial con los demás hermanos del Colegio episcopal.

Agradezco vivamente las amables palabras que, en nombre de todos, ha tenido a bien dirigirme Mons. José Dimas Cedeño, Presidente de la Conferencia Episcopal, haciéndose igualmente portavoz de vuestros colaboradores diocesanos y de vuestros fieles. Sé bien que el anuncio del Evangelio exige muchos sacrificios y gran espíritu de entrega. Por ello, quiero desde ahora manifestaros a vosotros y a vuestros colaboradores en la tarea de hacer realidad el señorío de Dios en el mundo, mi cordial aprecio y agradecimiento en nombre de Cristo, porque a pesar de las no leves dificultades que entraña vuestro ministerio, dais testimonio de dedicación solícita y abnegada. Con las palabras del apóstol Pedro os deseo “que la gracia y la paz os sean multiplicadas” (1P 1,2).

2. Por vuestras Relaciones quinquenales y en los coloquios privados que hemos tenido, he podido apreciar la realidad eclesial y humana en que desempeñáis vuestra misión de pastores. Es para mí motivo de satisfacción comprobar la voluntad decidida que mostráis por mantener y consolidar el espíritu colegial y la unidad en el seno de vuestra Conferencia Episcopal y con toda la Iglesia. Sois conscientes de la importancia de este testimonio, pues no sólo dais así mayor vigor a vuestro ministerio sino que además hacéis más eficaz vuestra acción pastoral. En efecto, la colaboración recíproca entre los Obispos dentro de la misma Conferencia Episcopal es una gran ayuda en el ejercicio de la propia misión, a la vez que es estímulo para que incluso a nivel social florezcan iniciativas que refuercen la solidaridad y favorezcan el bien común.

Sin duda que son muchos los retos que habéis de afrontar para lograr que el mensaje salvador de Jesucristo resuene con más ardor y se haga presente en todos los ambientes de vuestra patria. En vuestro documento colectivo “La nueva evangelización en Panamá” proponéis criterios y directrices pastorales para dar un nuevo y vigoroso impulso a la tarea primordial de anunciar la Buena Nueva. Os aliento en los esfuerzos que venís realizando a este propósito, como es la Misión Nacional que habéis promovido, la cual ha visto su continuación en las Asambleas Pastorales, que culminarán en su día en el primer concilio a nivel nacional. Con viva esperanza confiamos en que de todo ello surja, bajo la acción del Espíritu, una creciente renovación de la Iglesia en sus estructuras, carismas y ministerios, que la haga más viva, presente y operante como sacramento de salvación entre los hombres.

3. Es necesario que la fuerza transformadora del mensaje cristiano penetre en todos los corazones para que se renueve la vida interior de la Iglesia; una renovación que habrá de tener siempre su punto de partida en el encuentro personal de cada creyente con el Dios vivo y verdadero. Estad seguros de que en la medida en que el cristiano viva intensamente su vocación, abierto a la Palabra de Dios y frecuentando los sacramentos, será capaz de transformar también las estructuras sociales haciéndolas más conformes a los designios divinos. La Iglesia, desde una posición de pobreza y libertad respecto a los poderes de este mundo, ha de anunciar con valentía la ley del amor fraterno, la necesidad de la comunión y solidaridad entre los hombres, las indeclinables exigencias de la justicia, la esperanza luminoso en la vida eterna. Pues Dios, que está en el centro de la vida y de la historia, sigue llamando a todos, hombres y mujeres, niños y ancianos, sabios e iletrados, pobres y ricos para ofrecerles a manos llenas las insondables riquezas de su amor.

Hoy como ayer es tarea primordial vuestra, Pastores de la Iglesia en Panamá, “predicar el Evangelio a toda creatura” (Mc 16,15) para que el que crea y se bautice se salve. Mas, con San Pablo, nos preguntamos: “¿Cómo oirán si nadie les predica? ¿cómo predicarán si no son enviados?” (Rm 10,14-15).

4. He aquí una preocupación que ha de ser prioritaria en vuestro ministerio episcopal: la pastoral vocacional. Durante el último quinquenio habéis tenido el gozo de ver crecer el número de vuestros seminaristas mayores. Ellos constituyen una esperanza para los próximos años en que podréis incorporar a vuestros presbiterios numerosos sacerdotes nativos.

La llamada al sacerdocio, que exige una dedicación total a nuestro Señor y al anuncio del Evangelio, procede de Cristo mismo. En efecto, El “llamó a los que quiso” (Mc 3,13), y a ellos les encomendó la misión recibida: “Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros” (Jn 20,21). El mismo promete una magnífica recompensa: “Recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna” (Mt 19,29). Pero en este misterio, que tiene lugar entre Cristo y el joven que es llamado por El, la Iglesia tiene una doble tarea. La primera es hacer presente el llamado de Jesús en todos los ambientes, de manera que ningún joven deje de preguntarse: “¿Por qué no yo?”. Y la segunda, ofrecer a quienes se sienten llamados por el Señor los medios aptos para alcanzar una sólida formación espiritual, intelectual y humana.

5. El Concilio Vaticano II pone especial énfasis en que los Pastores dediquen una esmerada atención a los centros de formación sacerdotal, donde los candidatos, junto con la adecuada preparación intelectual, han de adquirir por medio de la oración y los sacramentos, un ìntimo trato personal con Cristo, para que se despierte en ellos la conciencia de estar llamados a continuar su obra en el mundo, en favor de los hermanos.

16 No habéis, por tanto, de ahorrar esfuerzos en atender a esta responsabilidad prioritaria y de tanta trascendencia para el presente y el futuro de la Iglesia en vuestro país. El decreto conciliar “Optatam Totius” recomienda al respecto que “dado que la formación de los alumnos depende de la sabiduría de las normas y, sobre todo, de la idoneidad de los educadores, los superiores y profesores de seminarios han de ser elegidos entre los mejores, y deben prepararle diligentemente con sólida doctrina, conveniente experiencia pastoral y especial formación espiritual y pedagógica” porque “de su modo de pensar y de su manera de obrar depende en gran medida el resultado de la formación de los alumnos”(Optatam Totius OT 5).

Como lo indican repetidamente las instrucciones emanadas de la Sede Apostólica, en el Seminario ha de reinar un ambiente de seriedad, de piedad litúrgica y personas, de estudio, de disciplina, de convivencia fraterna y de iniciación pastoral, que sean garantía y base sólida para una apta preparación al sacerdocio.

En esta tarea, queridos Hermanos, todos habéis de sentiros comprometidos, aportando vuestra contribución generosa en personal idóneo y medios para la mejor formación de los futuros servidores de la fe del Pueblo de Dios y animadores de las comunidades eclesiales.

A este respecto, fomentad siempre la genuina fraternidad sacerdotal para que vuestros colaboradores se sientan siempre sostenidos en sus actividades ministeriales y hallen estímulo e ilusión para cumplir fielmente sus compromisos con Dios y con la Iglesia. Estad muy cercanos a vuestros sacerdotes y agentes de pastoral, con amistad sincera, compartiendo sus alegrías y dificultades, apoyándoles en sus necesidades, vivificando aquella comunión que será ejemplo para los fieles y sólido fundamento de caridad.

6. Como Obispos de la Iglesia que peregrina en Panamá tenéis también una responsabilidad particular en el campo de la pastoral familiar.En efecto, la familia, “iglesia doméstica”, es el primer semillero de la fe; de aquí el especial cuidado e interés que habéis de prestar a esta institución básica de la sociedad. Como habéis señalado en el documento colectivo antes citado, “son pocos los hogares debidamente constituidos con la gracia del sacramento; y la desintegración de la familia es cada vez más alarmante” (La nueva evangelización en Panamá, 41). En efecto, el consumismo, el hedonismo, la falta de diálogo y comunicación, junto a otros elementos deletéreos de nuestro tiempo, son factores que inciden en la descomposición de la estructura familiar y que, poco a poco, van minando en el corazón de las nuevas generaciones los valores religiosos y culturales que hacen del matrimonio y la familia centro de relaciones interpersonales, experiencia de amor y comunión, por ser “imagen y símbolo de la Alianza que une a Dios con su pueblo” (Familiaris consortio FC 12). Es urgente, pues, que, en la predicación, en la escuela, en los movimientos juveniles y mediante laicos comprometidos que trabajen en los medios de comunicación social, hagáis un esfuerzo de defensa y promoción de los valores y exigencias de la institución familiar ya que “el futuro de la humanidad se fragua en la familia” (Ibíd., 86).

7. Al referirnos a dichos valores y actitudes somos conscientes del relevante papel que a este respecto juega el sistema educativo en general, y la escuela en particular. Conozco la positiva labor que estáis llevando a cabo para hacer que la Iglesia esté presente en la educación a través de la Escuela Católica, de la Pastoral de Educadores y de algunos programas de capacitación docente; es también motivo de gozo constatar las loables iniciativas pastorales que comienzan a surgir en el mundo universitario, así como la elaboración del “Proyecto Educativo Católico” de Panamá.

No hay que olvidar la importancia que tiene la pastoral educativa en el marco de la acción evangelizadora. Velad pues, con particular solicitud, para que las escuelas católicas sean realmente centros de interacción entre fe y cultura, lugar de encuentro entre Evangelio y vida; pero especialmente para que, también en las instituciones de enseñanza estatales, mediante programas adecuados, sean presentados a los niños y jóvenes los contenidos de nuestra fe. A ello contribuye de manera importante la presencia de personal religioso especializado en dichos centros; mas también el educador católico laico ha de hacer operativa su responsabilidad apostólica testimoniando su fe en el ámbito de su actividad profesional. A este propósito, deseo hacer mención especial de ese hermoso apostolado que, movidas por un gran amor y voluntad de servicio, llevan a cabo las “Madres Maestras” en los “Jardines de Párvulos de la Iglesia Católica”.

Sin duda que la labor educativa, escolar y universitaria, es complementada, pero también contrarrestada, por el sistema cultural en que se mueven el niño, el joven y el adulto. De aquí la necesidad de evangelizar la cultura, o dicho de otro modo, de inculturar el Evangelio para que el mensaje cristiano ilumine todo el ser y el quehacer humano. No es el mero elemento cuantitativo lo que hace que una sociedad sea cristiana, sino la manera como el Evangelio se encarna en las relaciones humanas, en las actividades profesionales, en los avatares de la política, en la planificación de la economía, en las manifestaciones artísticas, en el mundo del saber, de la ciencia, del trabajo. Como Pastores habéis de velar, orientar y animar para que la sociedad de hoy se vaya construyendo sobre los sólidos pilares del amor, de la justicia, de la solidaridad, del respeto mutuo y la libertad, a fin de que se conviertan en realidad las aspiraciones que tantos panameños de buena voluntad tienen por un futuro mejor.

8. A este respecto, no podemos soslayar un sector de vuestro pueblo particularmente afligido por la pobreza y el abandono: los grupos indígenas. Conozco bien la preocupación pastoral con que habéis asumido la misión evangelizadora de hacer presente a Jesús en medio de los pueblos Guayní, Kuna, Emberá, Bokotá y Teribe; vuestro particular interés por promover los valores genuinos de sus culturas; vuestra dedicación y empeño por fomentar vocaciones autóctonas para la vida sacerdotal y religiosa, catequistas, delegados de la Palabra y otros ministerios. Me satisface también comprobar que en diferentes ocasiones habéis hecho oír vuestra voz en favor de los más pobres, exhortando a la solidaridad como camino que conduce a la justicia. Desde las exigencias del Evangelio y en consonancia con la doctrina social de la Iglesia, habéis afrontado también la compleja cuestión de la tenencia de tierras, pidiendo que los legítimos derechos sean respetados y que se promueva la consolidación de los grupos étnicos y el desarrollo de sus valores autóctonos.

Venerables Hermanos, el Señor ha depositado en nuestras frágiles manos los misterios de la salvación para que, como ministros fieles, distribuyamos el Pan de la Palabra y de los Sacramentos a su Pueblo.

Ello exige de nosotros una mirada atenta y permanente a la historia y a los hombres de nuestro tiempo para poder discernir así sus necesidades, mitigar sus angustias, promover sus conquistas y, en definitiva, acompañar su peregrinar hacia la plenitud de todas las cosas en Cristo. No escatiméis esfuerzos como constructores de paz y unidad, y sed, con vuestra palabra y vuestra vida, presencia de la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica que El fundó.

17 9. Sed portadores, para todo el querido y recordado pueblo panameño, de mi palabra de aliento. En particular a los jóvenes, haciéndoles sentir que sólo Cristo puede satisfacer las ansias de sus corazones. Presentadles ideales altos y nobles que les animen en sus legítimas aspiraciones por un mundo más justo y fraterno.

Llevad a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, agentes de pastoral, catequistas y a todos vuestros diocesanos mi saludo afectuoso y mi Bendición. A cuantos colaboran estrechamente con vosotros en las tareas de evangelización, decidles que el Papa les agradece sus trabajos por el Señor y por la causa del Evangelio, y que espera y tiene confianza en su fidelidad.

Antes de terminar quiero reiteraros mi gratitud y mi afecto. Ruego al Señor para que vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo consolide y confirme vuestra unión mutua para que el ministerio episcopal que ejercéis gane en eficacia e intensidad para bien de vuestras respectivas comunidades eclesiales. Que María, que nos precedió en el peregrinar de la fe y que presidió vuestro nacimiento como Iglesia y como pueblo bajo la advocación de “Santa María de La Antigua”, acompañe vuestras inquietudes y anhelos pastorales para que su Hijo sea conocido, amado y acogido en el corazón de todos los panameños.

A todos imparto mi Bendición Apostólica.







                                                                                  Febrero de 1989

ORACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON MOTIVO DE LA MISIÓN DE RECONCILIACIÓN NACIONAL


PROMOVIDA POR LOS OBISPOS DE COLOMBIA




1. Bendito seas Señor y Padre que estás en el cielo,
Origen de todo bien, Dador de todo consuelo,
porque en tu infinita bondad,
nos has reconciliado contigo y entre nosotros,
por medio de Jesucristo, tu divino Hijo.

Ayúdanos a cumplir tu voluntad
18 para que venga a nosotros
tu reino de justicia, de amor y de paz.

Te pedimos confiadamente que la Misión de Reconciliación Nacional,
promovida por los Obispos de Colombia,
penetre muy hondo en los corazones de todos los colombianos,
y que tu mensaje de fraternidad y perdón
haga superar las diferencias, las enemistades, los antagonismos,
y refuerce la voluntad de entendimiento y comprensión.

Te suplicamos que, con la ayuda de tu gracia,
el lema “por la Reconciliación a la Paz”
se haga vida en los individuos, en las familias y en la sociedad.

19 2. Conviértenos a ti, Padre de misericordia.
Haznos sentir el gozo del perdón recibido
para que sepamos compartirlo con los demás.

Renuévanos con tu Espíritu
para que sepamos descubrir la novedad evangélica:
“Bienaventuados los que trabajan por la paz” (
Mt 5,9).

Ayúdanos a contemplar en el rostro de Cristo,
Crucificado y Resucitado,
el misterio de nuestra reconciliación,
el amor sin límites que excluye toda violencia,
la fuente viva de un perdón que abarca también a los enemigos,
20 para que como hijos del mismo Padre,
podamos todos reconocernos hermanos en su nombre.

Por su Sangre redentora,
haz que cesen las violencias y las venganzas,
que provocan espirales de odio
y siembran destrucción, terror y muerte.

3. Te pedimos que todas las familias de Colombia,
superadas las horas aciagas de dolor y de llanto,
puedan gozar de la paz que Jesús nos dejó;
que en sus hogares, en los que florezcan las virtudes cristianas,
los hijos crezcan sin incertidumbres ni temores,
21 preparándose para contribuir a forjar una sociedad más justa
y fraterna.

Concede a los gobernantes,
responsables de una Nación que se honra de su fe cristiana,
energías espirituales y morales
para servir a la gran causa del bien común;
que, abiertos a las exigencias de tu Palabra,
sean siempre sensibles a los anhelos de todo un pueblo,
que quiere y necesita la paz.

Ilumina a todos los hombres de buena voluntad,
para que, movidos por tu mensaje de misericordia y de perdón,
22 se convenzan cada vez más de la esterilidad de la violencia,
que tantas heridas ha producido,
y que no es camino para una paz justa y duradera.

4. Que los Pastores de la Iglesia en Colombia,
los sacerdotes, religiosos, religiosas y todos los fieles,
sean signo e instrumento de reconciliación,
para que la acción evangelizadora, nueva en su ardor,
sea fecunda en frutos de perdón y de concordia,
de justicia y de paz.

Que el amor a la Virgen María, Nuestra Señora de Chiquinquirá,
Reina y Patrona de Colombia,
23 suscite en todos los colombianos
sentimientos de fraternidad y armonía,
para consolidar la Nación como una gran familia
que quiere vivir, desde la fe cristiana,
la civilización del amor.

Te lo pedimos Padre de Bondad,
con la fuerza de tu Espíritu,
por mediación de Jesucristo, Príncipe de la Paz
y fuente de nuestra reconciliación.

Amén.

El Vaticano, viernes 17 de febrero de 1989








A LOS OBISPOS DE MÉXICO


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


24

Viernes 24 de febrero de 1989



Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. El Seños nos concede la gracia de este encuentro, Pastores de la Iglesia en México, al concluir vuestra visita “ad limina” con la cual habéis querido renovar y testimoniar el gozo y el compromiso de unidad eclesial. Como hicimos en torno al altar en la celebración de la Eucaristía, no cesamos de dar gracias a Dios que nos permite compartir los anhelos apostólicos, los logros y fracasos, las alegrías y tristezas, las necesidades y esperanzas vuestras y de vuestros diocesanos.

Agradezco vivamente los sentimientos de afecto y comunión eclesial que, en nombre de todos, ha expresado Mons. Carlos Quintero Arce, Arzobispo de Hermosillo, al iniciar este encuentro, que estrecha aún más vuestra unión con “la Iglesia que preside en la caridad” y a mí me ofrece la gozosa oportunidad de ejercer, como Sucesor de Pedro, el mandato del Señor de confirmar en la fe a mis hermanos (cf. Lc Lc 22,32).

2. En la Iglesia, Sacramento de unidad, vosotros, Hermanos Obispos, habéis sido “puestos por el Espíritu Santo” y habéis sido “enviados a actualizar perennemente la obra de Cristo, Pastor Eterno” (Christus Dominus CD 2).

Vosotros, por vuestra condición de “maestros de la fe, pontífices y pastores” (Ibíd.) habéis de ofrecer en todo momento un testimonio preclaro de vida consagrada a Dios y a la Iglesia. El Obispo es el maestro de la verdad de la Iglesia, pues la proclama con sus labios y la testifica con su vida. Esto lleva consigo la necesidad de que profundicéis sin cesar en el contenido del depósito de la fe, para así transmitirlo fielmente al hombre de hoy, estableciendo un diálogo continuo que abra más expeditamente el camino de la salvación a cuantos han sido confiados a vuestros cuidados pastorales. Esta solicitud pastoral os llevará siempre a un mejor conocimiento de vuestras comunidades –particularmente en la difícil situación actual– compartiendo con todos sus problemas y esperanzas, sus inquietudes y logros, compadeciéndoos de todo aquello que es motivo de sufrimiento y derramando siempre misericordia y bondad sobre los más pobres y abandonados.

Sois Pastores de la gran familia de Dios, y, al igual que Cristo, debéis estar prestos a ofrecer vuestra existencia por la unidad de toda la Iglesia, según el deseo del Señor en su oración sacerdotal: “Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21).

La caridad y profunda comunión entre vosotros, Pastores de la Iglesia en México, debe manifestarse en una dedicación abnegada por cuantos os rodean. Un amor solícito y personal por todos vuestros diocesanos, laicos comprometidos, seminaristas, agentes de pastoral, religiosos y religiosas. Como exhorta el Decreto conciliar sobre el oficio pastoral de los Obispos: “Abracen siempre con particular caridad a los sacerdotes... Estén solícitos de las condiciones espirituales, intelectuales y materiales de ellos, a fin de que puedan vivir santa y piadosamente y cumplir fiel y fructuosamente su ministerio” (Christus Dominus CD 16).

3. En el pasado encuentro con el primer grupo de Obispos mexicanos el mes de septiembre –en que también tuve la dicha de proclamar Beato al Padre Miguel Agustín Pro– reflexionamos acerca de la importancia que tiene para el presente y el futuro de la Iglesia en vuestro país el fomento de las vocaciones sacerdotales y de su formación en los Seminarios. Hoy deseo compartir con vosotros mi solicitud como Pastor de toda la Iglesia por esa célula básica en la Iglesia y en la sociedad que es el matrimonio y la familia.

A este propósito, viene espontáneamente a mi entrañable recuerdo la histórica Conferencia de Puebla entre cuyas orientaciones pastorales y doctrinales no faltaron las relativas a la familia: “La pareja –decíais en vuestro Documento– santificada por el sacramento del matrimonio es un testimonio de la presencia pascual del Señor” (Puebla, n. 583). La persona y la familia, en efecto, quedan encuadradas en el centro mismo de la revelación y de la Buena Nueva que Cristo nos ha confiado.

4. Anunciar la Buena Nueva sobre el matrimonio y la familia forma parte importante del ministerio magisterial propio de los Obispos. Ellos, como recuerda la “Lumen Gentium”, “predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de creerse y ha de aplicarse a la vida” (Lumen gentium LG 25). Esta función vuestra es especialmente necesaria hoy día, cuando algunos valores naturales que sustentan la visión cristiana del matrimonio y la familia quedan ignorados o desprotegidos del apoyo jurídico de las instituciones públicas. En estas circunstancias los fieles necesitan una formación más intensa que les haga conocer la naturaleza sacramental del matrimonio cristiano y las exigencias prácticas que tal verdad comporta para la vida conyugal y familiar.

25 Es necesario pues, venerables Hermanos, traducir a la vida diaria de la pastoral diocesana y parroquial las consecuencias que dimanan de aquella afirmación que todos compartimos: “¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!” (Familiaris consortio FC 86). Será difícil que los fieles cristianos acojan el mensaje revelado y la doctrina del Magisterio sobre el matrimonio y la familia si no poseen al mismo tiempo criterios rectos sobre la persona, y en lo que se refiere a la sexualidad. Por ello, además de exponer los aspectos específicos de la doctrina católica, será necesario la presentación y defensa de aquellos aspectos naturales de la institución matrimonial, que son patrimonio de la humanidad: la dignidad del matrimonio, el amor conyugal, las características propias de unidad y fidelidad matrimonial, el derecho de los cónyuges a transmitir la vida y educar a sus hijos según las propias creencias.

5. Secundando la voluntad del Creador en todo lo que se refiere al matrimonio, deseo alentaros en vuestros desvelos por mantener y promover siempre el respeto a la transmisión de la vida. Es deber vuestro asimismo no permanecer callados ante campañas engañosas que pretenden defender aspectos parciales de la vida, pero que de hecho atentan abiertamente contra la santidad del matrimonio y de la intimidad conyugal. A este propósito deseo reiterar cuanto decía en la “Familiaris Consortio”: “La Iglesia condena, como ofensa grave a la dignidad humana y a la justicia, todas aquellas actividades de los gobiernos o de otras autoridades públicas, que tratan de limitar de cualquier modo la libertad de los esposos en la decisión sobre los hijos. Por consiguiente, hay que condenar totalmente y rechazar con energía cualquier violencia ejercida por tales autoridades en favor del anticoncepcionismo e incluso de la esterilización y del aborto provocado. Al mismo tiempo, hay que rechazar como gravemente injusto el hecho de que, en las relaciones internacionales, la ayuda económica concedida para la promoción de los pueblos esté condicionada a programas de anticoncepcionismo, esterilización y aborto procurado” (Familiaris consortio FC 30).

6. Así pues, una pastoral familiar – en el marco del necesario Plan Diocesano de Pastoral – requiere una adecuada presentación en los distintos niveles: el anuncio de la Palabra de Dios, la acción salvífica de Cristo por los sacramentos, la acogida y respuesta al don de la salvación.

Es pues necesario, en primer lugar, venerables Hermanos, la fidelidad en la presentación doctrinal realizada en los centros superiores de formación teológica, especialmente en los Seminarios y centros eclesiásticos. Quienes han de ser formadores y pastores del Pueblo de Dios deben profundizar, sin ambigüedades, en el conocimiento del designio de Dios sobre el matrimonio y la familia, come nos ha sido revelado en Cristo y viene expuesto por el Magisterio de la Iglesia. Una visión parcial o deformada de este designio aleja del don de liberación y gracia que ofrece el Evangelio: “La verdad os hará libres” (Jn 8,32).

La atención solícita en procurar una buena formación en los Seminarios y Facultades os dará como fruto sacerdotes preparados doctrinalmente para una acción pastoral en la que pongan sus cualidades humanas y sobrenaturales al servicio de los fieles y de las familias de vuestras diócesis. La plena fidelidad a la doctrina teológica y al Magisterio de la Iglesia es un requisito necesario de todo colaborador del Obispo, que es siempre el primer responsable de la pastoral familiar en la diócesis.

Es tarea vuestra, pues, fortalecer, con la ayuda del Espíritu, el carácter estable del amor conyugal, frente a modelos de matrimonio y familia tan alejados del ideal evangélico, como frecuentemente ofrece nuestra sociedad contemporánea. Habéis de continuar proclamando abiertamente la excelencia del modelo cristiano: que la familia sea –como lo proclamasteis en Puebla– el “primer centro de evangelización” (Puebla, n. 617). Poned todo vuestro empeño en fomentar una pastoral familiar que haga de esta célula fundamental de la sociedad “el espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia” (Evangelii Nuntiandi EN 71).

7. En este marco de transmisión del mensaje salvador, no podemos dejar de hacer notar los efectos deletéreos que están produciendo entre vuestra gente sencilla las agresivas campañas proselitistas que sectas fundamentalistas y nuevos grupos religiosos están llevando a cabo en México, particularmente en los últimos años.

Este preocupante problema ha sido objeto de vuestras reflexiones durante la Asamblea General del Episcopado Mexicano celebrada en Toluca el pasado mes de abril. Entre las causas que favorecen la difusión de las sectas aparecen: una insuficiente instrucción religiosa, el abandono en que se encuentran algunas comunidades, particularmente en las zonas rurales y suburbanas, la falta de una atención más personalizada a los fieles, la necesidad que éstos sienten de una auténtica experiencia de Dios y de una liturgia más viva y participativa.

En el Comunicado Final no habéis dejado de señalar algunas causas externas de dicho fenómeno: “El patrocinio de grupos, de instituciones, tanto extranjeras como del país, movidas a veces por fines económicos, políticos o ideológicos; la legislación que nos gobierna, originada en el liberalismo y positivismo del siglo pasado, y la escuela laica para la educación de nuestra niñez y juventud” (Asamblea general del episcopado mexicano, Comunicado final, I, 1).

Dichas actividades proselitistas, que veces con insidias siembran confusión entre los fieles, que falsean la interpretación de la Sagrada Escritura y que atacan las raíces de la cultura católica de vuestro pueblo, representan un reto urgente al que la Iglesia, iluminada por la palabra de Dios y la fuerza del Espíritu, ha de responder con “una pastoral integral donde todos y cada uno experimenten cercanía y fraternidad, como verdadera familia que construye el Reino de Dios” (Ibíd ., III, III 4,0).

Es necesario, pues, amados Hermanos, que en estrecha colaboración con vuestros sacerdotes y agentes de pastoral, impulséis con renovado ardor una acción evangelizadora que asuma los genuinos valores de la religiosidad popular mexicana, y que presente, sin deformaciones ni reduccionismos, los contenidos esenciales de nuestra fe. A este respecto, habréis de prestar particular atención a ciertas desviaciones que, deformando el dato revelado sobre la constitución y misión de la Iglesia, tratan de justificar actitudes inaceptables que desconocen la legitimidad de la participación de la Iglesia en la vida pública, y que pretenden reducir su misión exclusivamente a la esfera privada de los fieles.

26 8. En nombre del Señor, os agradezco, amados Hermanos, la solicitud pastoral que os anima en el ejercicio de vuestro ministerio episcopal y la abnegación y entrega que mostráis como Pastores de la grey que se os ha confiado. Conozco vuestra preocupación y desvelos por los hermanos más débiles: campesinos, indígenas, emigrantes, marginados de los núcleos urbanos. Continuad vuestra labor para que todos sientan cercana a la Iglesia, que los acoge, los apoya y los ayuda como una Madre. Especial atención merecen los grupos indígenas, tal vez los más pobres y desamparados. La comunidad eclesial, con el Obispo a la cabeza, debe ser no sólo el asiduo defensor de sus legítimos derechos, sino también quien impulse un plan específico de pastoral indígena que salvaguarde sus ricos valores culturales y espirituales, así como su expresiva religiosidad popular, convenientemente purificada de posibles desviaciones doctrinales.

Quiero pediros, finalmente, que llevéis mi saludo y aliento a todos los miembros de vuestras iglesias diocesanas: a los sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos y seminaristas; a los cristianos que, en los diversos campos, están comprometidos en el apostolado; a los jóvenes y a las familias; a los campesinos y hombres del mundo del trabajo; a los ancianos, a los enfermos y a los que sufren.

A todos bendigo de corazón.







                                                                                  Marzo de 1989






Discursos 1989 14