Discursos 1989 26


A LOS OBISPOS DE MÉXICO


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 2 de marzo de 1989

Venerables hermanos en el Episcopado:

1. Con fraterno afecto os recibo esta mañana, Pastores del Pueblo de Dios en México, venidos a Roma para realizar la visita “ad limina Apostolorum”.

Mi pensamiento se dirige a todas las diócesis que representáis y, a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles todos, que con abnegación y entusiasmo trabajan por la edificación del Reino de Dios en vuestro noble país.

Deseo, en primer lugar, agradeceros vivamente esta visita que habéis preparado con esmero y que comporta no pocos sacrificios. Os expreso mi gratitud también por las amables palabras que, en nombre de todos, me ha dirigido Mons. Manuel Castro Ruiz, Arzobispo de Yucatán, quien ha querido reiterar vuestros sentimientos de comunión con el Sucesor de Pedro, reforzando así el vínculo interior que nos une en la oración, en la fe y en el amor operante. Un Episcopado como el vuestro que ofrece al pueblo cristiano el testimonio de su unidad en el Señor, es un don del cielo, que pido a Dios os lo conserve y acreciente siempre.

En los coloquios personales que hemos tenido y a través de la relaciones quinquenales, he podido comprobar una vez más la vitalidad de vuestras Iglesias particulares, que siento tan cercanas a mi corazón de Pastor, y que reavivan a la vez en mi mente los recuerdos de las intensas jornadas de mi peregrinación apostólica a vuestro país, durante las cuales los católicos de México demostraron en todo momento su filial cercanía y adhesión al Papa.

2. En los dos encuentros precedentes con miembros del Episcopado Mexicano en su visita “ad limina”, nos hemos ocupado de algunas cuestiones de mayor importancia y actualidad en la pastoral de vuestras Iglesias particulares. Hoy, a un mes de distancia de haberse hecho pública la Exhortación Apostólica post-sinodal “Christifideles Laici”, deseo compartir con vosotros algunos pensamientos sobre la labor evangelizadora de la Iglesia y, en particular, sobre la misión de los laicos en la actual urgencia de evangelización que el Espíritu Santo ha hecho redescubrir a su Iglesia.

27 Al acercarnos ya a la conmemoración del V Centenario de la Evangelización de vuestros pueblos, este tema –que fue objeto central de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Puebla de los Ángeles– adquiere renovada actualidad ante los retos que habéis de afrontar en una sociedad como la vuestra, en la que están incidiendo de modo preocupante concepciones secularistas y actitudes permisivas en la concepción de la vida, en detrimento de los valores morales.

La evangelización, esto es, el hacer presente el Reino de Dios en el mundo para que todos los hombres encuentren en Jesucristo la salvación, es algo que ha de llevarse a cabo en todos los tiempos, en todas las culturas y latitudes. Mas, no se ha de olvidar que, para que el mensaje evangélico llegue en profundidad a cada pueblo y a cada sociedad, se han de tener en cuenta sus circunstancias particulares, así como los destinatarios a quienes es anunciado.

Desde los comienzos de la evangelización, vuestra patria acogió la luz del mensaje cristiano, que ha venido a formar parte sustancial de su historia. La fe católica, en efecto, ha impregnado las raíces más profundas de la religiosidad mexicana, en toda su vasta geografía, en sus diversos grupos sociales, desde las gentes más sencillas hasta los que han recibido una mayor cultura. Ignorar esta realidad o pretender olvidarla, sería negar una gracia de Dios, de la que sois herederos y, por tanto, responsables. Es por ello que vosotros, Pastores, debéis preguntaros insistentemente cómo hacer que esa evangelización siga viva y pujante en las generaciones presentes y venideras.

3. Las comunidades eclesiales que el Señor ha confiado a vuestros cuidados viven en una sociedad en la que ciertamente se mira al futuro con esperanza, pero donde tampoco faltan, por desgracia, los problemas y conflictos. Se trata de problemas que son, muchas veces, un reto para la Iglesia y que esperan de vosotros una respuesta pastoral adecuada que pueda paliar tantas necesidades y urgencias. En efecto, las situaciones de pobreza de muchas familias, la marginación de las comunidades indígenas, la falta de trabajo, las graves carencias en educación, salud, vivienda, la falta de solidaridad de quienes pudiendo ayudar no lo hacen, y otros factores, inciden negativamente en la vida de los individuos, de las familias, de la sociedad. Por otra parte, como puso de relieve la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, la presencia del pecado en el hombre y en la sociedad desfigura la imagen de la persona como creatura salida de las manos de Dios y obstaculiza el desarrollo y la convivencia (cf. Gaudium et spes
GS 13 y 17).

Son ciertamente numerosos los motivos de preocupación que interpelan a vuestras conciencias de Pastores, mas contáis con motivaciones profundas y sobrenaturales que os animan a afrontarlos adecuadamente en el marco de vuestros proyectos de evangelización. Es alentador, a este respecto, comprobar el espíritu de colaboración y hermandad que inspira los esfuerzos de vuestra Conferencia Episcopal por anunciar el mensaje de salvación al hombre de hoy y por dar nueva vitalidad a un pasado rico en frutos de santidad, que ha de continuar siendo levadura evangélica en el presente y futuro de vuestro país.

4. La evangelización es, lo sabéis bien, la gran tarea de nuestro tiempo; y a vosotros, como Obispos de México, corresponde suscitar nuevas energías apostólicas y marcar oportunas orientaciones pastorales; nadie que se considere miembro de la Iglesia puede sentirse eximido de dar su contribución a esta urgente llamada.

En el ejercicio de vuestro ministerio como maestros de la verdad y educadores en la fe no estáis solos. Contáis, en primer lugar, con vuestros presbíteros, a quienes el Concilio llama “próvidos cooperadores del Obispo” (Lumen gentium LG 28). Contáis con la acción callada y perseverante de los religiosos y las religiosas, quienes con su vida mortificada y consagrada a Dios hacen visibles los valores más profundos y definitivos del Reino. Contáis igualmente con tantos fieles laicos comprometidos, dispuestos a vivir su vocación de bautizados en la sociedad y en el mundo, sin arredrarse ante las exigencias de la vida pública.

Como puso especialmente de relieve el Concilio Vaticano II en el Decreto sobre el apostolado de los laicos, éstos han de participar de modo responsable y activo en las obras apostólicas y asistenciales por medio de las cuales se hace presente la Iglesia en el seno de la sociedad, mostrando así su capacidad de compromiso y su voluntad de encarnación entre los hombres.

En esta misma línea, la reciente Exhortación Apostólica post-sinodal clarifica oportunamente la misión del fiel laico como fermento del Evangelio en la animación y transformación de las realidades temporales, con el dinamismo de la esperanza y la fuerza del amor cristiano. En efecto, en toda sociedad pluralista se hace necesaria una mayor y más decisiva presencia católica – individual y asociada – en los diversos campos de la vida pública.

5. Al ser la vocación cristiana, por su misma naturaleza, vocación al apostolado (cf. Apostolicam Actuositatem AA 1) , el ámbito de acción del laico en la misión de la Iglesia se extiende a todos los aspectos y situaciones de la convivencia humana. Así lo puso de manifiesto mi venerado predecesor el Papa Pablo VI en su Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”. “El campo propio de su actividad evangélica es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación social, así como de otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños, de los jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento” (Evangelii Nuntiandi EN 70).

6. Vosotros, amados Hermanos en el Episcopado, habéis de procurar que los fieles laicos sean cada vez más conscientes de sus responsabilidades como miembros de la Iglesia que viven plenamente insertos en el mundo.

28 Ellos, asistidos por los sacerdotes y religiosos, deben participar en las tareas comunes de todos los miembros del Pueblo de Dios, como son el testimonio y el anuncio de la fe, la catequesis, la educación religiosa de los niños y jóvenes, la celebración litúrgica de los misterios de la salvación, la acción asistencial y caritativa. Quedan abiertos a vuestra iniciativa pastoral espacios ilimitados para promover la presencia del laicado católico en el mundo de la cultura, en la universidad, en el arte, en los medios de comunicación social para encauzar el gran potencial de los jóvenes hacia iniciativas de caridad y generosidad, hacia un testimonio de presencia cristiana en el mundo del deporte, del llamado “tiempo libre”, de la escuela y del trabajo. Por otro lado, los laicos cristianos sienten la necesidad de conocer mejor la doctrina social de la Iglesia que les ilumine y estimule en su actuación según las impostergables exigencias de la justicia y del bien común, al que han de aportar su decidida contribución en las urgentes tareas y servicios que reclama la sociedad. Da esta manera, –como señalé durante mi visita pastoral a Guadalajara– podrán ser artífices en la construcción del “nuevo orden querido por el Señor para hacer un mundo que responda a la bondad de Dios, en la armonía, el amor y la paz” (Discurso a los obreros de Guadalajara, 30 de enero de 1979, n. 2).

Los laicos han de ser como la levadura en medio de la masa, como la sal que da sentido al trabajo humano y busca siempre el bien de la colectividad actuando responsablemente en la vida pública. Como señaló la Conferencia de Puebla, el fiel laico debe sentirse particularmente interpelado por la contradicción que existe entre el sustrato cultural católico de la gran mayoría de la población y las estructuras sociales, económicas y políticas que manifiestan y generan injusticias derivadas del pecado. En la línea de esta opción de Puebla, en favor de los laicos como constructores de la sociedad, se hace necesario, pues, un más claro y decidido compromiso y contribución de los cristianos para que sean superadas las situaciones estridentes de injusticia, desigualdad, marginación y pobreza.

7. Respetando siempre la legítima autonomía de la esfera política es, sin embargo, misión vuestra, como Pastores del Pueblo de Dios, iluminar desde el Evangelio la actuación de los fieles laicos en la vida pública. En esta tarea es particularmente importante que los sacerdotes y religiosos comprendan y apoyen vuestros proyectos pastorales con los laicos asistiéndoles espiritualmente, impulsando una más sólida formación cristiana, promoviendo sus asociaciones e instituciones, pero evitando siempre la tentación de ocupar ellos los puestos y estilos de los laicos, a costa de dejar desatendidas sus específicas funciones ministeriales.

Con palabras del Concilio Vaticano II afirmamos que “la Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre se consagran al bien de la cosa pública y aceptan el peso de las correspondientes responsabilidades” (Gaudium et spes
GS 75). Consecuente con dicha actitud, la Exhortación Apostólica “Christifideles Laici” hace presente que “para animar cristianamente el orden temporal – en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad – los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común” (Christifideles Laici CL 42).

Movido por la caridad cristiana, y en sintonía con la doctrina de la Iglesia, el fiel laico ha de prestar siempre su contribución a la renovación cristiana del orden temporal, consciente de que el fundamento último de las exigencias morales que inspiren su actuación ha de ser el reconocimiento de Dios como fuente de vida y de salvación (cf. Apostolicam Actuositatem AA 7). De esta manera, su acción apostólica –tanto individual como asociada– será también escuela de perfección y de virtudes cristianas, al nacer de una vida de fe personal, que descubre el misterio de Dios a los hombres y muestra con las obras que ese amor es el único que salva.

8. ¡Cómo no sentir alegría y esperanza ante el despertar del laicado en la Iglesia! Un laicado, fiel reflejo del Evangelio, que haga realidad en el mundo el mensaje de Jesús. Un laicado vivo e influyente en las comunidades eclesiales y en la sociedad. Un laicado que busque la santidad desde sus quehaceres temporales. Un laicado unido en la verdad y en la caridad; en plena comunión con sus Pastores; en sintonía con la mente de la Iglesia; atento a todo intento que pretenda sembrar división o discordia.

Al congratularme hoy por este encuentro con vosotros, queridos Pastores de México, crece en mí la esperanza de que vuestras Iglesias particulares se enriquezcan cada día más con un laicado maduro en su fe, constante en su fidelidad, firme en su vocación apostólica como fermento evangélico.

A la Virgen de Guadalupe, a la que invoco como la primera Evangelizadora de México y de América, encomiando hoy, con especial devoción, todos vuestros afanes pastorales, vuestras preocupaciones, vuestras personas. A vosotros, a vuestros diocesanos y a todos los queridos hijos de México imparto, con todo afecto en el Señor, mi Bendición Apostólica.










AL SEÑOR FERMÍN RODRÍGUEZ PAZ,


NUEVO EMBAJADOR DE CUBA ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 3 de marzo de 1989

Señor Embajador:

He escuchado complacido las amables palabras que Usted ha tenido a bien dirigirme al presentar las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Cuba ante la Santa Sede. Al darle pues mi cordial bienvenida a este solemne acto, me es grato reiterar ante su persona el sincero afecto que siento por todos los hijos de la Nación cubana.

29 Deseo asimismo corresponder al deferente saludo que el Presidente del Consejo de Estado y del Gobierno de Cuba, Dr. Fidel Castro Ruz, ha querido hacerme llegar por medio de Usted, y le ruego que le transmita mis mejores votos por la prosperidad material y espiritual de la Nación.

Ha aludido Usted, Señor Embajador, al supremo bien de la paz y a la labor que esta Sede Apostólica realiza para contribuir a la solución de los graves problemas existentes en la comunidad internacional, y para construir un orden más justo que haga de nuestro mundo un lugar más fraterno y acogedor, donde los valores de la convivencia pacífica y de la solidaridad sean punto de referencia constante. En efecto, la Iglesia, fiel al mandato recibido de su divino Fundador, se empeña también en la noble causa del servicio a todos los pueblos sin distinción, movida únicamente por su irrenunciable opción en favor de la dignidad del hombre y de la tutela de sus legítimos derechos. El carácter espiritual y religioso de su misión le permite llevar a cabo este servicio por encima de motivaciones terrenas o intereses particulares, pues, como señala el Concilio Vaticano II, “al no estar ligada a ninguna forma particular de civilización humana ni a ningún sistema político, económico o social, la Iglesia, por ésta su universalidad, puede constituir un vínculo estrechísimo entre las diferentes naciones y comunidades humanas, con tal que éstas tengan confianza en ella y reconozcan efectivamente su verdadera libertad para cumplir su misión” (Gaudium et Spes
GS 42).

La paz entre los individuos y los pueblos es una ardua tarea en la que todos debemos colaborar generosamente. Ella no se alcanza por la vía de la intransigencia ni de los egocentrismos, ya sean nacionales, regionales o de bloques. Por el contrario, se logrará si se fomentan la confianza, la comprensión y la solidaridad, que hermanan a los hombres que habitamos este mundo, creado por Dios para que todos podamos participar de sus bienes en forma equitativa.

No faltan, sin embargo, motivos de preocupación en el ámbito internacional en general, y en América Latina en particular, a causa de las diferencias y antagonismos que enfrentan a algunos países, a quienes la misma geografía, las raíces culturales, la lengua y la fe cristiana han unido en el camino de la historia.

La Santa Sede –sin otra fuerza que la autoridad moral que le confiere la misión recibida en favor de las grandes causas del hombre– continuará apoyando todas aquellas iniciativas encaminadas a superar la confrontación y a crear fundamentos sólidos para una convivencia más estable y pacífica.

Como factor de inestabilidad que hoy incide negativamente en las relaciones internacionales, ha querido mencionar Usted, Señor Embajador, el grave problema de la deuda externa que atenaza a muchos pueblos en vía de desarrollo. A este respecto, la Santa Sede, con un documento de la Pontificia Comisión “Iustitia et Pax”, ha querido aportar su contribución exponiendo los criterios de justicia, equidad y solidaridad que inspiren iniciativas a nivel regional e internacional con el fin de llegar a soluciones aceptables que eviten el peligro de frustrar las legítimas aspiraciones de tantos países al desarrollo que les es debido. Ante el grave desafío que representa hoy la deuda de los países en desarrollo, se hace necesario compartir.

No se puede olvidar que muchos problemas económicos, sociales y políticos tienen sus raíces en el orden moral, al cual, de forma respetuosa, llega la Iglesia mediante su labor educadora y de evangelización. Por ello la Iglesia considera específica misión suya “la necesaria proyección del Evangelio en todos los ámbitos de la vida humana; en la sociedad y en la cultura, en la economía y en la educación” (Discurso a los obispo de Cuba en visita «ad limina Apostolorum», 25 de agosto de 1988, n. 4). Ante la profunda crisis de valores que afecta hoy a instituciones como la familia, o a amplios sectores de la población como la juventud, la fe cristiana, en espíritu de reconciliación y de amor, ofrece motivos de fundada esperanza para bien de la comunidad humana.

Quiero reiterarle, Señor Embajador, la decidida voluntad de la Iglesia en Cuba a colaborar, dentro de su propia misión religiosa y moral, con las Autoridades y las diversas instituciones de su país en favor de los valores superiores y de la prosperidad espiritual y material de la nación. A este respecto, hemos de congratularnos por el clima de diálogo y mejor entendimiento, que en los últimos años se está afianzando entre la jerarquía eclesiástica y las Autoridades civiles. Ello se ha puesto también de manifiesto con las recientes visitas de diversas personalidades eclesiásticas a Cuba, como Usted ha querido mencionar. Hago votos para que los signos positivos que están surgiendo, como es la entrada de un cierto número de sacerdotes y religiosas para ejercer el ministerio en las comunidades eclesiales cubanas, se desarrollen y consoliden ulteriormente, en el necesario marco de libertad efectiva que demanda la Iglesia para cumplir su misión evangelizadora.

Es alentador igualmente el diálogo respetuoso con la cultura y las realidades sociales, que ha impulsado el Encuentro Nacional Eclesial Cubano, que tuvo lugar en febrero de 1986. Es de desear que ello facilite una presencia más activa de los católicos en la vida pública contribuyendo a la gran tarea del bien común. En la medida en que éstos sean fieles a las enseñanzas y exigencias del Evangelio, serán también sinceros defensores de la justicia y de la paz, de la libertad y de la honradez, del respeto a la vida y de la solidariedad con los más necesitados. El católico cubano, ciudadano e hijo de Dios, no puede renunciar a participar en el desarrollo de la comunidad civil, ni quedar al margen del proyecto social.

Señor Embajador, antes de finalizar este encuentro, pláceme asegurarle mi benevolencia y apoyo, para que la alta misión que le ha sido encomendada se cumpla felizmente. Le ruego quiera hacerse intérprete ante el Señor Presidente, su Gobierno, las Autoridades y el pueblo cubano del más deferente y cordial saludo del Papa, mientras invoco los dones del Altísimo sobre Usted, su familia y colaboradores, y sobre todos los amadísimos hijos de la noble Nación cubana.








A LOS OBISPOS DE CHILE


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Viernes 10 de marzo de 1989

Señor Cardenal,
30 Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Me complace daros mi más cordial bienvenida a este encuentro, que corona la visita “ad Limina” con la que habéis querido poner aún más de manifiesto vuestra intima unión en la fe y en la caridad con el Sucesor de Pedro. Agradezco vivamente el deferente saludo con el que me hacéis llegar también los sentimientos de devoción y afecto de vuestros fieles diocesanos, que constituyen una porción de la Iglesia de Dios en Chile, tan cercana a mi corazón de Pastor.

Vuestra venida a Roma tiene un profundo significado eclesial y es estímulo a una mayor comunión para vuestros colaboradores y fieles, los cuales ven, en esta sede, santificada por el testimonio de los Apóstoles Pedro y Pablo, el centro de la catolicidad y de la unidad de cuantos profesamos la misma fe en Jesucristo. Así lo ha querido poner de relieve la Constitución Apostólica “Pastor Bonus” al afirmar que “la institución de las visitas ‘ad Limina’, de gran importancia por su antigüedad y por el claro significado eclesial, es instrumento de gran utilidad y expresión concreta de la catolicidad de la Iglesia, de la unidad del Colegio de los Obispos que se funda en el Sucesor de Pedro y se significa en el lugar del martirio de los Príncipes de los Apóstoles; por eso no se puede ignorar su valor teológico, pastoral, social y religioso” (Pastor Bonus, Aduex. I, 7.).

Los coloquios personales y las relaciones quinquenales sobre el estado de vuestras diócesis, han evocado en mi mente las inolvidables jornadas vividas con los amados hijos de Chile con ocasión de mi visita pastoral a vuestra patria. Santiago, Valparaíso, Punta Arenas, Puerto Montt, Concepción, Temuco, La Serena y Antofagasta fueron los centros donde se dieron cita una gran parte de vuestras comunidades y donde pude comprobar personalmente la vivencia de los valores cristianos en vuestras tierras y gentes.

2. Deseo que mis palabras de hoy, queridos Hermanos, os sean de aliento para reforzar aún más la unidad en vuestra Conferencia Episcopal. Esto será una realidad cada día más palpable si la comunión intima en la fe y en la caridad penetra todo vuestro ser, vuestro obrar, vuestro ministerio pastoral. Como afirma el Concilio Vaticano II vosotros “habéis sido constituidos por el Espíritu Santo, que se os ha dado, como verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores” (cf. Christus Dominus
CD 2). Es pues vuestra misión primordial proclamar “el misterio integro de Cristo” (Christus Dominus CD 12) porque “no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres, por el que podamos ser salvos” (Ac 4,12). ¡Qué actuales siguen siendo las palabras del Apóstol San Pedro, cuando dijo a Jesús en nombre propio y del los demás discípulos: “Señor, ¿ a quién acudiremos? ¡Tu tienes palabras de vida eterna!” (Jn 6,68). Sí, todos estamos necesitados de la salvación. No podemos salvarnos a nosotros mismos: es el Señor quien nos salva. Y la salvación es vida, la verdadera vida en Cristo, que comienza acá, durante nuestra peregrinación terrenal, abarcando toda la realidad del hombre y proyectándose sobre su entorno social, y que adquiere su dimensión última y definitiva en la Vida eterna, en la Jerusalén celestial (Ap 21, 2ss).

La salvación que conduce a la Vida verdadera es el contenido y el fruto de la evangelización. Jesucristo, en su ser y en su obrar, encarna la Buena Nueva, el alegre acontecimiento; y es menester que, llenos de entusiasmo y de gozo en el Espíritu Santo, asumamos la tarea urgente e importante como ninguna de dar a conocer a nuestros hermanos las “insondables riquezas de Cristo” (Ep 3,8). La vida y la acción de la Iglesia debe caracterizarse por una especie de radical transparencia –que la hace creíble y, al mismo tiempo, muestra su identidad propia– a fin de que el rostro de Cristo aparezca diáfano y sea El quien llegue a los hombres a través de la predicación del Evangelio y de la celebración de los Sacramentos. La Iglesia no existe en función de sí misma; no busca su propia gloria; no confía en sus estructuras como si de ellas dependiera su eficacia; su misión es la de ser “sacramento” de salvación, o sea, hacer presente a Cristo que es también su Cabeza, su Esposo y, al mismo tiempo, su Salvador.

Es muy edificante leer en los escritos de Teresa de Jesús de los Andes, la primera Beata chilena, el testimonio de su “loco” amor por Jesucristo. El Señor Jesús, era, en efecto, el centro absoluto de Teresa, su razón de existir, el resorte poderoso de su profundo y auténtico espíritu apostólico, tan patente en sus cartas. Podríamos decir que el mensaje y testimonio cristiano que Teresa de los Andes ha dejado en Chile tiene un valor grande y permanente, sobre todo porque apunta a lo que es central en nuestra fe, a lo que es la base de todo lo demás y desde donde se debe mirar y valorar el resto.

3. Jesucristo, el Señor, ilumina todos los aspectos de la vida. El nos hace descubrir la grandeza de Dios, la necesidad de cultivar y acrecentar el auténtico sentido de lo sagrado, el profundo respeto con que hemos de acercarnos a las cosas de Dios, especialmente cuando participamos en el culto divino. La Sagrada Liturgia ha de ser siempre el centro de la vida de la Iglesia; “ninguna otra acción pastoral –como os dije durante nuestro encuentro en el Seminario de Santiago– por urgente e importante que parezca, puede desplazar a la Liturgia de su lugar central” (Al episcopado chileno en Santiago de Chile, 2 de abril de 1987, n. 8). Cuidad pues de que la Liturgia sea digna, atractiva, participada; que en espíritu reverente lleve a la adoración; que se realice en fidelidad a las normas impartidas por la Sede Apostólica. Para ello es de importancia decisiva el papel del sacerdote, que en todo momento ha de ser el pedagogo lleno de vida interior que comunique un profundo sentido de oración y de unión con Dios para hacer que el misterio pascual se haga vivo y operante en las parroquias, en las comunidades, en el corazón de los fieles.

Si Jesucristo es el centro de nuestra fe y de nuestra vida, exigencia lógica será que se refuerce la actividad catequística, para transmitir por todos los medios que estén a vuestro alcance la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia, sobre el hombre. En anuncio del mensaje salvador que lo abarque en su totalidad y pureza, evitando las ambigüedades engañosas, las reducciones mutiladoras, los silencios sospechosos, las relecturas subjetivas, las desviaciones e ideologizaciones que amenazan la integridad y los contenidos de nuestra fe.

Es con este espíritu como habéis de continuar presentando la verdad sobre el hombre, contenida en la verdad sobre Cristo y su Iglesia, y que tiene su aplicación también en el campo de los derechos humanos, de la dignidad de la persona, de los valores superiores de la justicia y de la pacífica convivencia. Hay que estar persuadidos de que nada es tan útil a la convivencia temporal como el aporte iluminador y fortificante de la fe, aun cuando aparentemente no tenga consecuencias inmediatas o soluciones concretas.

4. Vuestro país es particularmente sensible a la problemática social y política. Nadie podrá negar que la tarea política asumida con gran espíritu de servicio, con sincero anhelo del bien común, con una actitud de respeto a quienes no comparten las mismas opiniones, es un quehacer digno de elogio y estímulo. Así lo puso de manifiesto el Concilio Vaticano II al afirmar que “la Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa publica y aceptan el peso de las correspondientes responsabilidades” (Gaudium et spes GS 75). Y en la reciente Exhortación Apostólica post-sinodal “Christifideles Laici” se hace hincapié en la necesaria animación cristiana del orden temporal como misión específica de los laicos tendiente a “promover orgánica e institucionalmente el bien común” (Christifideles Laici CL 42). En esta misma línea la Instrucción sobre libertad cristiana y liberación había precisado que “no toca a los Pastores de la Iglesia intervenir directamente en la construcción política y en la organización de la vida social. Esta tarea forma parte de la vocación de los laicos que actúan por propia iniciativa con sus conciudadanos” (Congr. pro Doctrina Fidei, Instructio de libertate christiana et liberatione Libertatis Conscientia, 80). La actitud de la Iglesia en este terreno debe ser la de orientar, a partir de la fe y de lo que ella enseña, sobre la dignidad y destino del hombre, señalar lo que constituya un desajuste o incoherencia moral y respetar la conciencia de los fieles y hombres de buena voluntad en general, cuando se trata de opciones o alternativas que no contradicen los principios de la fe, la moral y la doctrina social de la Iglesia.

31 5. La misión de anunciar el Evangelio salvador de nuestro Señor Jesucristo –misión que cobra una particular actualidad y exigencia al cumplirse el V Centenario del comienzo de la evangelización en América Latina– me lleva a compartir con vosotros, queridos Hermanos, algunas preocupaciones pastorales que pueden tener acentos y modalidades diferentes en las distintas diócesis.

La necesaria renovación de la vida interior de la Iglesia es una tarea apremiante a la que debéis dedicar vuestras mayores energías. La meta a conseguir ha de ser siempre el encuentro del pueblo cristiano con el Dios vivo y verdadero, que se hace presente y actúa mediante la gracia en lo profundo del corazón. Que ningún fiel se vea privado de los auxilios espirituales que le injertan en la vida de Cristo, le hacen crecer en santidad y le estimulan al compromiso cristiano y al dinamismo apostólico.

En esta tarea, bien sabéis el papel primordial que compete a los presbíteros “como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (
1Co 4,1). Nuestra época, en efecto, requiere sacerdotes con gran espíritu de servicio eclesial y de obediencia, con gran celo por la salvación de las almas, dispuestos al sacrificio, formados en la oración y en el trabajo, con una sólida preparación en la ciencias eclesiásticas, entusiasmados en dedicar su vida al Señor y a la Iglesia. Sacerdotes que hagan de la Eucaristía el culmen donde su vocación se realiza en toda su plenitud. Sacerdotes profundamente convencidos de que la gracia sobrepuja al mal, de que el amor es más fuerte que el odio. Sí, amados Hermanos: “el amor es más fuerte”.

6. A todos debe llegar vuestra solicitud pastoral como “maestros auténticos” y “pregoneros de la fe” (Lumen gentium LG 25), acompañando el mensaje cristiano con el testimonio de vuestras vidas. Sé bien que no siempre contáis con un número suficiente de sacerdotes para atender convenientemente a las comunidades. Pero, ¿cómo no sentir la falta de asistencia religiosa en las zonas periféricas de las grandes ciudades y en los lugares alejados de los campos? Os invito pues a realizar denodados esfuerzos para llegar hasta esas ovejas que andan dispersas y sin pastor; fomentad los grupos de oración y especialmente el rezo del Santo Rosario, devoción tan arraigada en vuestro Continente y tan fecunda para la vida cristiana; haced lo posible por establecer lugares de culto, que, aun en su sencillez, favorezcan el recogimiento y el espíritu de adoración; fomentad las vocaciones al diaconado permanente, a fin de que con su ministerio pueda suplirse, en la medida de lo posible, la escasez de presbíteros.

A este respecto, os aliento a que sigáis con particular solicitud la formación de los diáconos, que debe ser sólida y esmerada pues también ellos “son participes de la misión y gracia del Supremo Sacerdote” (Ibíd.41). Es por ello que, tras la atenta selección de los candidatos, los llamados al diaconado permanente han de recibir una preparación doctrinal, espiritual y pastoral que esté a la altura de las tareas que les serán confiadas.

7. Amados Hermanos, es en el seno de las familias cristianas donde nacerán las vocaciones con que Dios bendecirá a vuestras Iglesias particulares. Por consiguiente; se hace preciso dar especial impulso y atención a la pastoral familiar. Sé que en este campo hacéis muchos esfuerzos y os aliento a continuarlos. ¡Qué grato es al Señor ver que la familia cristiana es verdaderamente una “iglesia doméstica”, un lugar de oración, de transmisión de la fe, de aprendizaje a través del ejemplo de los mayores, de actitudes cristianas sólidas, que se conservarán a lo largo de toda la vida como el más sagrado legado! Se dijo de Santa Mónica que había sido “dos veces madre de Agustín”, porque no sólo lo dio a luz, sino que lo rescató para la fe católica y la vida cristiana. Así deben ser los padres cristianos: dos veces progenitores de sus hijos, en su vida natural, y en su vida en Cristo y espiritual. Preocupaos de instruir a los padres de familia para que prontamente lleven a sus hijos a la fuente bautismal, para que se preocupen oportunamente de que reciban la debida preparación para la primera Comunión y la Confirmación, y para que se acerquen a estos sacramentos sin excesiva demora. Que las familias cristianas reciban a los hijos con inmenso amor, y que jamás, por ningún motivo, haya quien se atreva a atentar contra la vida del aún no nacido.

No puedo dejar de referirme también a los jóvenes. Vosotros sabéis cuán grande es mi preocupación por los jóvenes. El gran educador que fue S. Juan Bosco –cuyo centenario acabamos de celebrar– estaba convencido de que la juventud de una persona es el periodo clave para el desarrollo que alcanzará más tarde, cuando sea adulto. Esa persuasión está confirmada por la experiencia de todos nosotros. Por eso os ruego, queridos Hermanos, que alentéis a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y agentes de pastoral a desplegar un intenso apostolado entre la juventud. Que se comunique a los jóvenes un amor entusiasta y ardiente por Cristo, como lo tuvieron las Beatas Teresa de los Andes y Laurita Vicuña. Que los jóvenes –bien instruidos en los contenidos esenciales de la fe– aprendan a mirar todas las cosas desde la perspectiva del Evangelio. Que se formen en las virtudes humanas de la reciedumbre, la responsabilidad, la laboriosidad, la sinceridad y la generosidad. Que aprendan a amar la virtud de la pureza y a luchar con denuedo contra la influencia de los medios que comercializan el sexo y exaltan el erotismo con el falso espejismo de ser más libres. Dice la Escritura: “¿Cómo mantendrá el joven la limpieza de su camino? Guardando, (Señor), tu palabra” (Ps 119,9)

8. ¡Seguid adelante, queridos Hermanos! Continuad en vuestra entrega generosa y abnegada a la misión propia de la Iglesia, tal como lo ha expuesto el Concilio Vaticano II. Tened una fe inconmovible en la eficacia del Espíritu y anunciad sin descanso los valores del Reino de Dios, que lleve a un mejor conocimiento de las verdades de la fe y a la conversión del corazón. Alentad a los laicos a que asuman, iluminados por el Evangelio y fortalecidos por la gracia, las tareas temporales conducentes a una convivencia humana más conforme con la voluntad y los designios de Dios. No olvidéis nunca que el Pastor ha de ser siempre signo de unidad en medio de la grey que les ha sido confiada.

Que esta visita “ad limina”, muestra elocuente de vuestra cercanía al Sucesor de Pedro, consolide vuestra unión mutua como Obispos y guías de la Iglesia en Chile. Con ello vuestra acción pastoral ganará en intensidad y eficacia, para bien de vuestras comunidades eclesiales.

Finalmente, deseo daros un encargo particular: que llevéis a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos, seminaristas y a todos vuestros fieles diocesanos mi saludo afectuoso y mi bendición. Hacedles saber que el Papa sigue con gran solicitud pastoral e interés los acontecimientos en vuestro noble país y que pide al Señor cada día que sostenga con su gracia a todos los hombres de buena voluntad que trabajan por la concordia, la reconciliación y la pacifica convivencia de todos los hijos de la Nación chilena.

Os encomiendo a la protección de la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, y como prenda de la constante asistencia divina os bendigo de corazón.










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