Audiencias 1990 29

Miércoles 25 de abril de 1990

1. "Este es el día que hizo el Señor, exultemos y gocémonos en él" (Ps 117,24/118, 24).

La Iglesia expresa el gozo de la Pascua de Cristo durante toda la octava de la Resurrección. El gozo de la Resurrección del Señor fue también el hilo conductor de mi visita a Praga, Velehrad y Bratislava, el sábado y el Domingo in Albis, que cierran la octava pascual, el "día que hizo el Señor".

El gozo de esta visita papal se puede asemejar al gozo de las mujeres que fueron al Sepulcro al alba, vieron la piedra retirada, y escucharon las palabras: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado" (cf. Jn 24,5-6).

2. Cuando, en el año 1979, ya siendo Obispo de Roma, me fue posible visitar por primera vez Gniezno, la cuna del cristianismo en mi patria, pensé en la vecina tierra checa, de donde nos llegó el cristianismo el año 966. Nuestros vecinos hermanos del sur - los checos y los eslovacos - en varias ocasiones han recordado ese acontecimiento, invitando al Papa visitar su país. Pero, durante estos once años, la visita no fue posible. La piedra del sepulcro cerraba herméticamente la entrada a la Iglesia que está en Bohemia, Moravia y Eslovaquia. El sistema de ateísmo político y de la programada opresión de la Iglesia en Checoslovaquia era especialmente impenetrable. Los múltiples esfuerzos de la Santa Sede para asegurar al menos el mínimo de la libertad religiosa fueron continuamente rechazados. Durante estos cuarenta años se llegó al punto de que sólo poquísimas sedes episcopales pudieron contar con su pastor. Se intentó someter toda la vida de la Iglesia al programa del Estado marxista. Pero, aun en condiciones sumamente difíciles, la Iglesia, como la comunidad de los creyentes, conservó su vitalidad e incluso, bajo muchos aspectos, se regeneró espiritualmente.

Esta regeneración corrió pareja con los esfuerzos de los ambientes sociales, especialmente de los representantes de la cultura quienes, a precio de grandes sacrificios, no se cansaron de presentar demandas al poder totalitario. Estas demandas, en los últimos años, se juntaron con la voz del anciano cardenal Frantisek Tomasek, quien defendió los justos derechos de la Iglesia y de la sociedad.

3. La canonización de santa Inés de Bohemia, el 12 de noviembre del año pasado, fue como el anuncio de los acontecimientos que han llevado a la realización de esas demandas. Durante las últimas semanas del 1989 tuvieron lugar cambios fundamentales en la vida social de Checoslovaquia, y el nuevo Gobierno tomó posición acerca de los derechos de la persona y de la sociedad en ese Estado soberano, que es la Federación de las naciones checa y eslovaca.

Cuando, inmediatamente después de esos cambios, el Presidente Vaclav Havel me dirigió la invitación para visitar Checoslovaquia, percibí en esa invitación la voz que, desde hacía muchos años, habíamos esperado juntos: la invitación de la Iglesia ya muchas veces manifestada por el cardenal Tomasek y renovada en la nueva situación.

El año 1985, al cumplirse once siglos de la misión apostólica de los santos Cirilo y Metodio, pude visitar la tumba de san Cirilo en Roma, pero no me fue posible acudir a Velehrad donde san Metodio se halla sepultado.

La actual invitación abrió, tras muchos años, el camino a la visita a aquel lugar que representa una de las etapas clave en la historia del cristianismo europeo Ese lugar es el inicio de la entrada de los eslavos en la Iglesia y, al mismo tiempo el comienzo de esta parte de la cultura europea, representada por las naciones eslavas.

30 4. Los días 21 y 22 de abril - la conclusión de la octava de Pascua, en Praga, Velehrad y Bratislava - estuvieron marcados de forma especialmente elocuente por el espíritu religioso del sábado y del Domingo in Albis. Deseo dar las gracias a todos aquellos que, tanto por parte de las autoridades del Estado, como evidentemente por parte de la Iglesia, han contribuido a hacernos vivir este día "que hizo el Señor" en la tierra de Bohemia, Moravia y Eslovaquia.

Cada una de estas etapas ha tenido su expresión característica propia, de la misma manera que es propia la historia de las naciones y de la Iglesia presente en esta nación desde hace siglos. El centro lo ocupó la eucaristía celebrada en los tres lugares clave. La eucaristía es acción de gracias, y el carácter de esta breve visita fue, principalmente, el de la acción de gracias. Celebré la eucaristía juntamente con los obispos y sacerdotes. Gran parte de estos obispos, que sólo desde hace poco han podido instalarse en las sedes abandonadas por mucho tiempo, afronta la actividad apostólica en condiciones a menudo difíciles. Sin embargo, este esfuerzo será compensado por la victoria, que es nuestra fe, según las palabras del Apóstol san Juan (
1Jn 5,4).

El programa decenal de preparación al milenio del martirio de san Adalberto será ciertamente el punto de referencia de este trabajo para la Iglesia, y asimismo para la sociedad, pues también la sociedad tiene necesidad de una renovación espiritual que confirme el primado de los valores humanos. Se trata de una vida en la verdad, que es la única que libera realmente. Se trata de un justo sistema social y cívico, de una verdadera democracia.

Para esta renovación es importante la misma dimensión ecuménica, sobre la que tuve oportunidad de atraer la atención durante mi encuentro con los representantes de la cultura y también con todas las confesiones cristianas en el Castillo real del Praga. En este encuentro tomaron parte también los representantes de la juventud universitaria que en los últimos acontecimientos han desempeñado un papel importante.

5. En Velehrad son pocos los recuerdos de los tiempos de Cirilo y Metodio. Aquella fue la época del Estado de la Gran Moravia que poco después cayó, y sobre cuyas ruinas la dinastía de los Premislides construyó el reino de Bohemia y el margraviato de Moravia.

Con todo, Velehrad sigue siendo, para la historia de la Iglesia y de los pueblos eslavos, el lugar de un gran inicio. Al mismo tiempo, este lugar es importante para la historia de la Europa cristiana.

Este lugar me pareció el más adecuado para el anuncio de la convocación del Sínodo de los Obispos de Europa. El Sínodo tendrá como tarea - escrutando los "signos de los tiempos", que son realmente elocuentes - definir los caminos por los que ha de caminar la Iglesia en nuestro continente con vistas a lo que conviene hacer ante el ya cercano tercer milenio del nacimiento de Cristo.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Mi más cordial saludo se dirige a los numerosos peregrinos de América Latina y de España presentes en esta Audiencia. De modo especial saludo a los miembros de la Penitente Hermandad de Jesús Yacente, de la ciudad española de Zamora, y a la peregrinación de Monterrey, México, nación que dentro de poco tendré la inmensa dicha de visitar pastoralmente. A nuestra Señora de Guadalupe, Reina de las Américas, encomiendo las intenciones eclesiales del viaje.

A los familiares y amigos de los diáconos de las Comunidades Neocatecumenales, que esta tarde recibirán la ordenación sacerdotal en el Colegio diocesano “ Redemptoris Mater ” me complace saludar y, al mismo tiempo, darles mi sentida enhorabuena. Me uno gustosamente a vuestra plegaria por los nuevos sacerdotes, para que sean fieles a su ministerio de anunciar la Buena Nueva de Salvación de Cristo Resucitado.

A vosotros y a todos los aquí presentes de lengua española imparto mi bendición apostólica.







Mayo de 1990

Miércoles 2 de mayo de 1990

El Espíritu Santo y María, modelo de la unión nupcial de Dios con la humanidad

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1. La revelación del Espíritu Santo en la Anunciación está unida al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y de la maternidad divina de María. Vemos así que, en el evangelio de San Lucas, el ángel dice a la Virgen: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti” (
Lc 1,35). Es también la acción del Espíritu Santo lo que suscita en Ella la respuesta, en la que se manifiesta un acto consciente de la libertad humana: “Hágase en mi según tu palabra” (Lc 1,38). Por eso, en la anunciación se encuentra el perfecto “modelo” de lo que es la relación personal Dios-hombre.

Ya en el Antiguo Testamento esta relación presenta una característica particular. Nace en el terreno de la Alianza de Dios con el pueblo elegido (Israel). Y esta Alianza en los textos proféticos se expresa con un simbolismo nupcial: es presentada como un vínculo nupcial entre Dios y la humanidad. Es preciso recordar este hecho para comprender en su profundidad y belleza la realidad de la Encarnación del Hijo como una particular plenitud de la acción del Espíritu Santo.

2. Según el profeta Jeremías, Dios dice a su pueblo: “Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti. Volveré a edificarte y serás reedificada, virgen de Israel” (Jr 31,3-4). Desde el punto de vista histórico, hay que colocar este texto en relación con la derrota de Israel y la deportación a Asiria, que humilla al pueblo elegido, hasta el grado de creerse abandonado por su Dios. Pero Dios lo anima, hablándole como padre o esposo a una joven amada. La analogía esponsal se hace aún más clara y explícita en las palabras del segundo Isaías, dirigidas, durante el tiempo del exilio en Babilonia, a Jerusalén como a una esposa que no se mantenía fiel al Dios de la Alianza: “Porque tu esposo es tu Hacedor, Yahveh Sebaot es su nombre... Como a mujer abandonada y de contristado espíritu te llamó Yahveh; y la mujer de la juventud ¿es repudiada? -dice tu Dios. Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido -dice Yahveh tu Redentor” (Is 54,5-8).

3. En los textos citados se subraya que el amor nupcial del Dios de la Alianza es “eterno”. Frente al pecado de la esposa, frente a la infidelidad del pueblo elegido, Dios permite que se abatan sobre él experiencias dolorosas, pero a pesar de ello le asegura, mediante los profetas, que su amor no cesa. Él supera el mal del pecado, para dar de nuevo.El profeta Oseas declara con un lenguaje aún más explícito: “Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahveh” (Os 2,21-22).

4. Estos textos extraordinarios de los profetas del Antiguo Testamento alcanzan su verdadero cumplimiento en el misterio de la Encarnación. El amor nupcial de Dios hacia Israel, pero también hacia todo hombre, se realiza en la Encarnación de una manera que supera la medida de las expectativas del hombre. Lo descubrimos en la página de la anunciación, donde la Nueva Alianza se nos presenta como Alianza nupcial de Dios con el hombre, de la divinidad con la humanidad. En ese cuadro de alianza nupcial, la Virgen de Nazaret, María, es por excelencia la “virgen-Israel” de la profecía de Jeremías. Sobre ella se concentra perfecta y definitivamente el amor nupcial de Dios, anunciado por los profetas. Ella es también la virgen-esposa a la que se concede concebir y dar a luz al Hijo de Dios: fruto particular del amor nupcial de Dios hacia la humanidad, representada y casi comprendida en María.

32 5. El Espíritu Santo, que desciende sobre María en la Anunciación, es quien en la relación trinitaria, expresa en su persona el amor nupcial de Dios, el amor “eterno”. En aquel momento Él es, de modo particular, el Dios-Esposo. En el misterio de la Encarnación, en la concepción humana del Hijo de Dios, el Espíritu Santo conserva la trascendencia divina. El texto de Lucas lo expresa de una manera precisa. La naturaleza nupcial del amor de Dios tiene un carácter completamente espiritual y sobrenatural. Lo que dirá Juan a propósito de los creyentes en Cristo vale mucho más para el Hijo de Dios, que no fue concebido en el seno de la Virgen “ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios” (Jn 1,13). Pero sobre todo expresa la suprema unión del amor, realizada entre Dios y un ser humano por obra del Espíritu Santo.

6. En este esponsalicio divino con la humanidad, María responde al anuncio del ángel con el amor de una esposa, capaz de responder y adaptarse de modo perfecto a la elección divina. Por todo ello, desde el tiempo de San Francisco de Asís, la Iglesia llama a la Virgen “esposa del Espíritu Santo”. Sólo este perfecto amor nupcial, profundamente enraizado en su completa donación virginal a Dios, podía hacer que María llegase a ser “Madre de Dios” de modo consciente y digno, en el misterio de la Encarnación.

En la Encíclica Redemptoris Mater escribí: “El Espíritu Santo ya ha descendido a Ella, que se ha convertido en su esposa fiel en la anunciación, acogiendo al Verbo de Dios verdadero, prestando ‘el homenaje del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por Él’ más aún, abandonándose plenamente en Dios por medio de la ‘obediencia de la fe’, por la que respondió al ángel: ‘He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra’” (RMA 26; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de marzo de 1987, pág. 12).

7. María, con este acto y gesto, totalmente diverso del de Eva, se convierte, en la historia espiritual de la humanidad, en la nueva Esposa, la nueva Eva, la Madre de los vivientes, como dirán con frecuencia los Doctores y Padres de la Iglesia. Ella será el tipo y el modelo, en la Nueva Alianza, de la unión nupcial de Espíritu Santo con los individuos y con toda la comunidad humana, mucho más allá del ámbito del antiguo Israel: todos los individuos y todos los pueblos estarán llamados a recibir el don y a beneficiarse de él en la nueva comunidad de los creyentes que han recibido “poder de hacerse hijos de Dios” (Jn 1,12) y en el bautismo han renacido “del Espíritu” (Jn 3,3) entrando a formar parte de la familia de Dios.





Miércoles 16 de mayo de 1990



1. Una vez más, el Señor me ha permitido realizar un viaje pastoral a América Latina, a la que se llama "el continente de la esperanza". He podido constatar nuevamente la vitalidad de aquellas comunidades eclesiales, que, a pesar de los no leves problemas que deben afrontar, demuestran que han asimilado los valores cristianos hasta hacer de ellos parte integrante de su misma identidad nacional.

El servicio papal en México constituye sin duda una experiencia particular. Me fue dado hacerla ya la primera vez al comienzo de mi pontificado, en enero del año 1979, con ocasión de la Asamblea General del Episcopado de América Latina en Puebla. Ahora he podido volver a aquella tierra, gracias a la invitación que me dirigieron los obispos mexicanos y el mismo Presidente de la República. La visita ha durado del 6 al 13 de mayo y ha tenido el carácter pastoral que se previó. Por eso, deseo dar gracias no sólo a la Iglesia en México, sino también a toda la nación y a las autoridades tanto centrales como locales.

En el curso de los últimos años han tenido lugar cambios positivos por lo que respecta a las relaciones entre la Iglesia y el Estado, como lo demuestra el intercambio de Enviados por parte del Presidente de la República Mexicana y de la Santa Sede. El Presidente de la República dio a este acontecimiento relieve especial en su saludo en el aeropuerto el día de mi llegada, y también ?indirectamente? en el día de despedida de ese país extraordinariamente acogedor.

Es una verdadera necesidad, por mi parte, responder con el corazón a tantos corazones entusiastas, que en la capital y durante todo el itinerario han manifestado su fe y su amor a Cristo y a la Iglesia.

2. Este amor parece que es un carisma especial del alma mexicana. Ciertamente es también el fruto de tantos sufrimientos y renuncias por las que ha pasado la Iglesia en México en los decenios transcurridos. Este carisma se concentra en torno a la tradición de Nuestra Señora de Guadalupe. Para remontarse a los orígenes de la fe en ese amado país hay que ir al lugar en el que se celebró por primera vez, junto a la cruz de las misiones, el sacrificio incruento de Cristo, y visitar, luego, el santuario de la Madre de Dios en Guadalupe.

Motivo de gran alegría para la Iglesia en México ha sido el hecho de que con la visita del Papa ha venido el reconocimiento de culto del indio Juan Diego, estrechamente vinculado a los orígenes de la devoción a la Madre de Dios en aquel santuario. A ello se añade el gozo por la beatificación de tres jóvenes mártires de Tlaxcala: Cristóbal, Antonio y Juan ?también ellos indígenas? y del sacerdote José María de Yermo y Parres, fundador de la congregación de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres.

33 Todos estos beatos han demostrado, a su modo, las huellas de santidad que la Iglesia ha dejado en México durante los siglos transcurridos desde la primera evangelización.

3. La historia de esta evangelización se inscribe en la misma geografía de ese gran país que es México.

Los obispos mexicanos lo tuvieron presente cuando se trató de preparar el programa de la visita. Recuerdo aquí sólo los nombres de los lugares en los que se organizaron los encuentros litúrgicos: Ciudad de México, Veracruz, Aguascalientes, San Juan de los Lagos, Durango, Chihuahua, Monterrey, Tuxtla Gutiérrez, Villahermosa y Zacatecas.

En cada uno de estos lugares la Iglesia mexicana de las respectivas regiones se ha recogido en oración y en la escucha de la Palabra de Dios. Por desgracia, no ha sido posible ir a todos los lugares de los cuales ya desde hacía tiempo habían llegado invitaciones con insistencia. ¡Quién sabe si el Señor no permitirá satisfacer un día también estas peticiones! De todas formas, la visita ha delineado un surco muy claro de la geografía de la Iglesia en tierra mexicana, y sobre todo ha permitido una gran experiencia de participación por parte de multitudes verdaderamente innumerables.

4. En la geografía de la visita ha estado también enmarcado el programa de las materias que se han tratado en los diversos encuentros. Los diferentes temas reflejaban las tareas que se imponen a la Iglesia en México bajo la guía de los legítimos pastores. Dicha temática ha permitido, al mismo tiempo, tomar nueva conciencia de la dirección hacia la que camina la realización del Concilio Vaticano II. Efectivamente, con su magisterio el Concilio ha trazado también la orientación pastoral para la Iglesia de todas las partes del mundo.

Las celebraciones litúrgicas con los fieles de las diversas regiones pastorales del país se han centrado en temas fundamentales para la vida de la Iglesia. Con gran alegría, durante la celebración eucarística en Durango, he ordenado a cien nuevos sacerdotes. La problemática de la vida sacerdotal y religiosa en relación con la nueva realidad mexicana ha sido objeto de reflexión en un encuentro en Ciudad de México con los presbíteros y las personas de vida consagrada.

El deber de una nueva evangelización a la que he llamado a toda la Iglesia en América Latina con vistas al V Centenario de la llegada de la fe a las tierras americanas, ha constituido el centro de la celebración en Veracruz. Esta es una exigencia pastoral prioritaria, que debe proyectarse con renovada energía en toda la vida eclesial y social, como he indicado en el encuentro con el Episcopado mexicano, con las familias en Chihuahua, con los jóvenes en San Juan de los Lagos, con el mundo del trabajo y de la cultura en diversas ocasiones. La luz de Cristo Salvador debe volver a brillar con nuevo vigor en los corazones de los individuos y en los diversos ambientes de esa sociedad, como he subrayado en los encuentros con los campesinos, los mineros, los empresarios, los maestros y con las diversas comunidades indígenas del país. Los fieles laicos están llamados a renovar su dinamismo apostólico en la animación cristiana de las realidades temporales.

Como en ocasiones anteriores, me he reunido con los enfermos, con los presos, con los representantes de otras Confesiones cristianas y de las Comunidades judías, y con los miembros del Cuerpo Diplomático.

Un relieve especial ha tenido el encuentro fraterno con los obispos, y en esa ocasión he podido inaugurar la nueva sede de la Conferencia Episcopal en la periferia de Ciudad de México.

5. Al volver de México a Roma, el 13 de mayo, he podido visitar la Iglesia que está en las islas de Curaçao, y precisamente la diócesis de Willemstad, aprovechando la invitación que me hizo el obispo de aquella diócesis y las autoridades locales. Manifiesto mi agradecimiento por la invitación y por la cordial acogida que me ha tributado la población y el clero (los católicos son el 80 por ciento de la población). El momento central ha sido el de la santa misa: en la liturgia eucarística se ha manifestado la viva participación de los fieles no sólo mediante la oración y el canto, sino también mediante movimientos litúrgicos de danza. El mensaje a la juventud ha sido transmitido en forma de carta.

6. Volviendo de nuevo con el pensamiento a México, deseo recordar que la última misa fue celebrada en la diócesis de Zacatecas, en el santuario de san Juan Bautista, en la región en la que nació el sacerdote Miguel A. Pro, que fue testigo de Cristo en uno de los períodos más difíciles de la historia de la Iglesia en tierra mexicana. Murió mártir y fue elevado a la gloria de los altares en el otoño del año 1988.

34 Comenzando, pues, por Juan Diego y los jóvenes mártires de Tlaxcala, a través del beato José María de Yermo y Parres, hasta el beato Miguel Pro, la Iglesia escribe en tierra mexicana la historia de la llamada de aquellas poblaciones a la santidad. Esta es la parte más esencial de su historia.

A los pies de la Madre de Dios de Guadalupe he depositado la humilde súplica de que el ministerio del Papa ayude a los fieles de esa Iglesia a realizar la misión comenzada hace casi quinientos años. Es una súplica que renuevo también en este momento. ¡Nuestra Señora de Guadalupe, bendice a México y a todo el continente latinoamericano, que se encomienda a Ti con afecto filial!

Saludos

Deseo ahora dar mi más cordial bienvenida a esta Audiencia a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular a las Comunidades Neocatecumenales de las parroquias de San Bartolomé, San Lorenzo y San Pedro Apóstol de la ciudad de Murcia, así como a los miembros de la Asociación Nacional San Vicente de Paúl de España. Igualmente saludo a todas las personas de los diversos países de América Latina, en especial al grupo procedente de Chile.

Con afecto imparto a todos la bendición apostólica.





Miércoles 23 de mayo de 1990

El Espíritu Santo, autor de la unión hipostática

1. En el Símbolo de la Fe afirmamos que el Hijo, consubstancial al Padre, se ha hecho hombre por obra del Espíritu Santo. En la Encíclica Dominum et vivificantem escribí que “la concepción y el nacimiento de Jesucristo son la obra más grande realizada por el Espíritu Santo en la historia de la creación y de la salvación: la suprema gracia, ‘la gracia de la unión’, fuente de todas las demás gracias, como explica santo Tomás (cf. Summa Theol., III 7,13)... A ‘la plenitud de los tiempos’ corresponde, en efecto, una especial plenitud de la comunicación de Dios uno y trino en el Espíritu Santo. ‘Por obra del Espíritu Santo’ se realiza el misterio de la ‘unidad hipostática’, esto es, la unión de la naturaleza divina con la naturaleza humana, de la divinidad con la humanidad en la única Persona del Verbo-Hijo” (DEV 50; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 8 de junio de 1986, pág. 12).

2. Se trata del misterio de la Encarnación, a cuya revelación está ligada ?al inicio de la Nueva Alianza? la del Espíritu Santo. Lo hemos visto en anteriores catequesis, que nos han permitido ilustrar esta verdad en sus diversos aspectos, comenzando por la concepción virginal de Jesucristo, como leemos en la página de Lucas sobre la anunciación (cf. Lc 1,26-38). Es difícil explicar el origen de este texto sin pensar en una narración de María, única que podía dar a conocer lo que había acontecido en Ella en el momento de la concepción de Jesús. Las analogías que se han propuesto entre esta página y las demás narraciones de la antigüedad, y especialmente de los escritos veterotestamentarios, no se refieren nunca al punto más importante y decisivo, a saber, el de la concepción virginal por obra del Espíritu Santo. Esto constituye, en verdad, una novedad absoluta.

Es verdad que en la página paralela de Mateo leemos: “Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel” (Mt 1,22-23). Pero, el cumplimiento supera la expectativas. Es decir, el evento comprende elementos nuevos, que no habían sido manifestados en la profecía. Así, en el caso que nos interesa, el oráculo de Isaías sobre la virgen que concebirá (cf. Is 7,14) permanecía incompleto y, por tanto, susceptible de diversas interpretaciones. El evento de la Encarnación lo “cumple” con una perfección que era imprevisible: una concepción realmente virginal es realizada por obra del Espíritu Santo, y el Hijo dado a luz, en consecuencia, es verdaderamente “Dios con nosotros”. No se trata sólo de una alianza con Dios, sino de la presencia real de Dios en medio de los hombres, en virtud de la Encarnación del Hijo eterno de Dios: una novedad absoluta.

35 3. La concepción virginal, por lo tanto, forma parte integrante del misterio de la Encarnación. El cuerpo de Jesús, concebido de modo virginal por María, pertenece a la persona del Verbo eterno de Dios. Precisamente esto es lo que realiza el Espíritu Santo al bajar sobre la Virgen de Nazaret. Él hace que el hombre (el Hijo del hombre) concebido por Ella sea el verdadero Hijo de Dios, engendrado eternamente por el Padre, consustancial al Padre, de quien el eterno Padre es el único Padre. Aún naciendo como hombre de María Virgen, sigue siendo el Hijo del mismo Padre por quien es engendrado eternamente.

De esta forma la virginidad de María pone de relieve, de modo particular, el hecho de que el Hijo, concebido de Ella por obra del Espíritu Santo, es el Hijo de Dios. Sólo Dios es su Padre.

La iconografía tradicional, que representa a María con el niño Jesús entre los brazos y no representa a José junto a Ella, constituye un silencioso pero insistente testimonio de su maternidad virginal y, por eso mismo, de la divinidad del Hijo. En consecuencia, esta imagen podría muy bien llamarse el icono de la divinidad de Cristo. La encontramos ya a fines del siglo II en un fresco de las catacumbas romanas y, sucesivamente, en innumerables reproducciones. En particular, es representada con toques de arte y de fe tan eficaces por los iconos bizantinos y rusos que se remontan a las fuentes más genuinas de la fe: los evangelios y la tradición primitiva de la Iglesia.

4. Lucas refiere las palabras del ángel que anuncia el nacimiento de Jesús por obra del Espíritu Santo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (
Lc 1,35). El Espíritu del que habla el evangelista es el Espírituque da vida”. No se trata sólo de aquel “soplo de vida” que es la característica de los seres vivos, sino también de la Vida propia de Dios mismo: la vida divina. El Espíritu Santo que está en Dios como soplo de Amor, Don absoluto (no creado) de las divinas Personas, en la Encarnación del Verbo obra como soplo de este Amor para el hombre: para el mismo Jesús, para la naturaleza humana y para toda la humanidad. En este soplo se expresa el amor del Padre, que amó tanto al mundo que le dio a su Hijo unigénito (cf. Jn 3,16). En el Hijo reside la plenitud del don de la vida divina para la humanidad.

En la Encarnación del Hijo-Verbo se manifiesta, por tanto, de modo particular el Espíritu Santo como aquel “que da vida”.

5. Es lo que en la Encíclica Dominum et vivificantem llamé: “una especial plenitud de la comunicación de Dios uno y trino en el Espíritu Santo” (DEV 50). Es el significado más profundo de la “unión hipostática”, fórmula que refleja el pensamiento de los Concilios y de los Padres acerca del misterio de la Encarnación y, por tanto, acerca de los conceptos de naturaleza y de persona, elaborados y usados sobre la base de la experiencia de la distinción entre naturaleza y sujeto, que todo hombre percibe en sí mismo. La idea de persona nunca había sido tan netamente determinada y definida como sucedió gracias a los Concilios, después de que los Apóstoles y los evangelistas dieron a conocer el acontecimiento y el misterio de la Encarnación del Verbo “por obra del Espíritu Santo”.

6. En consecuencia, se puede decir que en la Encarnación el Espíritu Santo pone también las bases de una nueva antropología, que se ilumina en la grandeza de la naturaleza humana tal cual resplandece en Cristo. En Él, en efecto, alcanza el vértice más alto de la unión con Dios, “habiendo sido concebido por obra del Espíritu Santo de forma tal que un mismo sujeto fuese hijo de Dios y del hombre” (santo Tomás, Summa Theol., III 2,12, ad 3). No era posible al hombre ascender más arriba de este vértice, así como tampoco es posible al pensamiento humano concebir una unión más profunda con la divinidad.

Saludos

Me es grato saludar a los peregrinos de América Latina y España presentes en esta Audiencia.

De modo particular, este saludo se dirige cordialmente a los Hermanos Maristas, que están efectuando en Roma un curso de renovación espiritual, así como a las Comunidades neocatecumenales de las Parroquias “ Nuestra Señora del Carmen ” y “ San Pío X ”, de Valencia y Algemesí, respectivamente, al grupo de pensionistas de Zaragoza, y a los profesores y alumnos de la Escuela de Turismo de la Universidad “ Intercontinental ” de México, nación que con tanto afecto y devoción me ha acogido durante mi reciente visita pastoral.

Doy mi más afectuosa bienvenida a la representación de la Congregación de Agustinas Recoletas que, con motivo de su primer Centenario de Fundación, ha querido presentar al Papa el sentido testimonio de filial cercanía y adhesión. Os agradezco de corazón este gesto en tan significativa efemérides. Y, al mismo tiempo, pido al Todopoderoso que, apoyadas en una vida constante y profunda de oración y en una vivencia comunitaria fraterna, sigáis sirviendo con plena generosidad a Cristo y a su Iglesia, de acuerdo con vuestro carisma fundacional. A vosotras, a las demás Religiosas de vuestro Instituto, y a todos los presentes de lengua española imparto complacido mi bendición apostólica.



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Miércoles 30 de mayo de 1990



1. Como bien sabéis, durante los últimos días he realizado una visita pastoral a la isla de Malta, situada en el centro del Mediterráneo. Su historia religiosa y espiritual se halla vinculada íntimamente con la figura de san Pablo, el Apóstol de los gentiles.

El hecho que llevó al gran Apóstol hasta la isla es conocido por todos. Hecho prisionero en Cesarea por instigación de sus conciudadanos, él, valiéndose del derecho que le correspondía como ciudadano romano, apeló al juicio del emperador de Roma. Por ello fue enviado, bajo custodia, a la capital del imperio.

El libro de los Hechos de los Apóstoles describe ampliamente el accidentado viaje del prisionero del César. En particular, narra con viveza las fases dramáticas de la tempestad, que sorprendió la nave en que viajaba Pablo y la hizo naufragar cerca de la isla de Malta, en la que los marineros y pasajeros pudieron hallar refugio.

2. Escuchemos la narración del primer contacto con la población de la isla, con las mismas palabras de Lucas, el autor de los Hechos: "Una vez a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta. Los nativos nos mostraron una humanidad poco común; encendieron una hoguera, a causa de la lluvia que caía y del frío, y nos acogieron a todos. Pablo había reunido una brazada de ramas secas; al ponerlas sobre la hoguera, una víbora que salía huyendo del calor, hizo presa en su mano. Los nativos, cuando vieron el animal colgado de su mano, se dijeron unos a otros: 'Este hombre es seguramente un asesino, ha escapado del mar, pero la justicia divina no le deja vivir'. Pero él sacudió el animal sobre el fuego y no sufrió daño alguno. Ellos estaban esperando que se hinchara o que cayera muerto de repente pero, después de esperar mucho tiempo y viendo que no le ocurría nada anormal, cambiaron de parecer y empezaron a decir que era un dios.

En las cercanías del aquel lugar tenía unas propiedades el principal de la isla, llamado Publio, quien nos recibió y nos dio amablemente hospedaje durante tres días. Precisamente el padre de Publio se hallaba en cama, atacado de fiebres y disentería. Pablo entró a verle, hizo oración, le impuso las manos y le curó. Después de este suceso, los otros enfermos de la isla acudieron y fueron curados. Tuvieron para con nosotros toda suerte de consideraciones y, a nuestra partida, nos proveyeron de lo necesario" (Ac 28,1-10).

3. De este modo, Malta entró en el libro de los Hechos y ha unido su propia historia al nombre de Pablo. Este, aunque llegó a la isla en calidad de prisionero, pudo esparcir entre los habitantes la semilla evangélica, dando inicio entre ellos a la Iglesia.

Aquel que, en el libro mismo de los Hechos es calificado como "el principal" de la isla, Publio, es venerado como el primer obispo de la Iglesia de Malta. Inicio insigne, por tanto, de una acción evangelizadora, cuyos frutos consoladores yo mismo he podido constatar durante mi reciente viaje.

Entre los momentos más significativos de mi visita, cabe mencionar las celebraciones eucarísticas en Gozo, junto al santuario mariano de Ta' Pinu, la mañana del sábado, en la que a las numerosas personas allí reunidas les hablé sobre el tema de la familia; y luego en Floriana, en Malta, la tarde del domingo, cuando, en medio de una enorme multitud, celebré la solemnidad de la Ascensión, hablando a los fieles sobre el tema de la unidad, valor humano y cristiano fundamental.

Otros momentos importantes fueron el encuentro con el clero y con los religiosos en la concatedral de La Valetta, y el que tuvo lugar en el santuario de Mellieha con los padres de los centenares de misioneros y misioneras malteses esparcidos por el mundo. Recé con los enfermos en la gruta de san Pablo, en Rabat, y tuve un encuentro ecuménico, en el que participaron también representantes de las comunidades musulmanas, judías e hindúes, en la antigua catedral de Mdina.

También fue significativo el encuentro con los trabajadores en Cottonera: con ellos hablé sobre la necesidad de una nueva solidaridad de cara al futuro del mundo. Y no faltó el encuentro con el mundo de la cultura, que me ofreció la oportunidad de recordar a los intelectuales sus responsabilidades.


Audiencias 1990 29