Discursos 1990 8

Febrero de 1990




AL SEÑOR DANIEL CABEZAS GÓMEZ,


NUEVO EMBAJADOR DE BOLIVIA ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 23 de febrero de 1990



Señor Embajador:

Me es muy grato recibir las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Bolivia ante la Santa Sede. Con ello, viene Usted a ocupar un puesto en la sucesión de los representantes de su País en la noble misión de mantener y estrechar las relaciones entre la Sede Apostólica y la Nación boliviana, tan cercana a mi solicitud y afecto de Pastor.

Agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido y, en particular, el deferente saludo del Señor Presidente Constitucional de Bolivia, al cual le ruego transmita mis mejores votos de paz y bienestar.

Me complace saber que es firme propósito de las Autoridades de su País construir sólidos fundamentos que permitan la instauración de un orden social más justo. Durante mi visita pastoral a Bolivia, a la que Usted ha aludido amablemente, pude apreciar los grandes valores que adornan al pueblo boliviano: su carácter profundamente humano, su espíritu acogedor, su tesón y capacidad de resistencia ante la adversidad, sus acendradas raíces cristianas. Pero, al mismo tiempo, pude constatar los graves problemas que obstaculizan las legítimas aspiraciones de muchos bolivianos al desarrollo, tal como la Iglesia viene proclamando en su doctrina social.

Por consiguiente, se hace necesario fomentar ampliamente una actitud solidaria, también a nivel de comunidad internacional, lo cual haga posible la superación de las dificultades presentes para poder alcanzar así nuevas metas de progreso y prosperidad. A este respecto, el problema de la deuda externa representa un preocupante desafío para la economía y el nivel de vida de amplios sectores de la población de su País. El coste social y humano que dicha crisis de endeudamiento conlleva, hace que tal situación no pueda plantearse en términos exclusivamente económicos o monetarios. Por ello, se hace necesario promover también nuevas formas de solidaridad internacional, que en un clima de corresponsabilidad y confianza mutua, permitan articular medidas a corto y largo plazo que eviten la frustración de las legítimas aspiraciones de tantos bolivianos al desarrollo que les es debido. “ Sobre el fundamento de la justicia y la solidaridad decía en mi encuentro con los miembros del Cuerpo Diplomático en La Paz es posible sentar las bases estables para edificar una comunidad internacional sin permanentes y graves zozobras, sin dramáticas inseguridades, sin conflictos de irreparables consecuencias ” (Discurso al Cuerpo diplomático acreditado en Bolivia, 10 de mayo de 1988, n. 3)

Se trata de una tarea que exige la colaboración de todos, especialmente de quienes ocupan puestos de responsabilidad y en donde la persona sea la medida y el centro de todo proyecto de desarrollo, pues es el hombre hecho a semejanza de Dios la mayor riqueza con que cuenta una nación. De aqui, que sea su promoción integral el objetivo primario a conseguir, ya que la mente humana, su capacidad creadora, es el motor de todo progreso.

Por otra parte, no se puede olvidar que no pocos de los problemas socio-económicos y políticos en la vida de los pueblos tienen sus raíces y gran repercusión en el orden moral. En este terreno, la Iglesia, fiel al mandato recibido de su divino Fundador, trata de iluminar desde el Evangelio las realidades temporales, movida siempre por su afán de servicio al bien común y a las grandes causas del hombre.

A este respecto, los Pastores, sacerdotes y comunidades religiosas de Bolivia seguirán incansables en el cumplimiento de su misión evangelizadora, asistencial y caritativa. Ellos son los continuadores de una pléyade de hombres y mujeres que, llamados a una vocación de servicio desinteresado, han dedicado sus vidas a mitigar el dolor, a instituir y educar dando testimonio de abnegada entrega en favor de los más necesitados. Así ha querido ponerlo de relieve Vuestra Excelencia rindiendo homenaje a estos servidores del Evangelio, que en los lugares más apartados del País llevan ayuda y consuelo infundiendo amor y esperanza.

9 Las Autoridades bolivianas podrán continuar contando con la decidida voluntad de la Iglesia dentro de la misión que le es propia de fomentar todas aquellas iniciativas encaminadas a promover el bien común y el desarrollo integral de los individuos, de las familias y de la sociedad.

Hago fervientes votos para que, por encima de intereses transitorios y de facción, los bolivianos pongan cuanto esté de su parte para construir un orden social más justo y participativo en el que no tengan cabida los defectos y las carencias que Vuestra Excelencia ha señalado. Los principios cristianos que han informado la vida de la Nación boliviana han de ser motivo de fundada esperanza y de estímulo para superar las dificultades de la hora presente e infundir, con la ayuda de Dios, un nuevo dinamismo que abra en Bolivia nuevas vías al desarrollo económico y social.

Señor Embajador, antes de terminar este encuentro, deseo asegurarle mi cordial estima y apoyo para que la misión que hoy inicia sea fecunda en copiosos frutos y éxitos.

Le ruego que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante su Gobierno y demás instancias de su País, mientras invoco sobre Usted, su familia y colaboradores, y sobre todos los amadísimos hijos de la Nación boliviana, la constante asistencia del Altísimo









: Abril de 1990


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UNA PEREGRINACIÓN DE JÓVENES DE COMPOSTELA

CON MOTIVO DE LA V JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD



Lunes 9 de abril de 1990





Amadísimos jóvenes:

1 Me es particularmente grato daros mi más cordial bienvenida a este encuentro, lleno de evocadores recuerdos, con motivo de la V Jornada mundial de la Juventud. La juventud, entre sus muchos valores, tiene el del agradecimiento. Por eso habéis venido como “romeros” desde Galicia, Asturias y otros puntos de vuestra noble nación, para devolverme la visita que como “peregrino” realicé el pasado mes de agosto a la memoria del Apóstol Santiago en Compostela, para celebrar la IV Jornada mundial en el Monte del Gozo.

Ante todo, deseo agradecer el saludo de mons. Antonio Maria Rouco Varela, arzobispo de Santiago, y también las palabras del joven y de la joven que han querido expresar los sentimientos de todos vosotros y de tantos compañeros y amigos, espiritualmente presentes aquí.

He escuchado atentamente vuestras reflexiones y experiencias, los motivos de esperanza y de preocupación que rodean vuestra vida, así como los pasos e iniciativas emprendidos desde nuestro encuentro anterior. Es motivo de satisfacción comprobar que la juventud española, con una respuesta generosa y valiente al mensaje propuesto en Santiago se ha decidido a salir al encuentro de Cristo y seguir sus pasos.

2. Sé que muchos jóvenes están siguiendo un camino concreto para el futuro de su vida, contando principalmente con la presencia interior de Cristo, compañero y amigo íntimo de los jóvenes y también con la cercanía de educadores y guías que les acompañan y aconsejan en la opción tomada. Pero esas opciones deben realizarse con viva conciencia de comunidad eclesial. Sólo desde la Iglesia, y con profundo sentido de comunión, es posible emprender una acción evangelizadora en la sociedad actual. Cristo, desde la te y la caridad os invita a la construcción de un mundo nuevo, más fraterno pacífico y justo.

La vida del cristiano implica ciertamente un constante empeño espiritual que ha de manifestarse también en el orden temporal. Para eso es de vital importancia hallar razones firmes que os permitan vivir, creer, esperar y amar plenamente.

10 3. Muchos de los proyectos que surgieron, con ocasión de la Jornada mundial del año pasado, están llegando a feliz realización. En este sentido es alentadora la iniciativa expuesta por mons. Rouco Varela, de crear en el Monte del Gozo y como prolongación del acto en Santiago, un centro de oración y de encuentros apostólicos para los jóvenes. Este centro ce acogida será de gran provecho para los peregrinos que lleguen a Santiago de Compostela, donde se podrá compartir e intercambiar con otros jóvenes ideas y aspiraciones que abran nuevos caminos a la presencia cristiana en la sociedad europea, que durante siglos vio en el sepulcro del Apóstol un faro para la unidad de los pueblos desde sus comunes raíces cristianas.

4. Muchos de vosotros, respondiendo a la llamada de aquella Jornada, habéis renovado vuestro compromiso de seguir fielmente a Jesús, que es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn
Jn 14,6). La profunda vivencia de este lema os está haciendo madurar en vuestras convicciones cristianas y crecer en virtudes humanas y valores cívicos, que tanto necesita la sociedad actual. Pero, al mismo tiempo, seguís constatando que muchos jóvenes de vuestro ambiente, al no conocer al Señor, andan en la tiniebla de la increencia, la desilusión y el desamor.

5. No permitáis que la evasión, el vacío y el desencanto se apoderen de estos amigos y compañeros vuestros. Hacedles ver que hay ideales altos y nobles por los que luchar en la vida. Ante todo, queridos jóvenes, vuestra misión es dar testimonio de Cristo ante los demás con la firmeza de vuestra fe, con la solidez de vuestra esperanza, con la generosidad de vuestro amor. A los hambrientos y sedientos de Dios comunicadles el mensaje salvador de su Hijo. A cuantos han perdido la luz de la fe, hacedles ver que Cristo es la luz del mundo. A los que buscan un motivo de esperanza para sobrevivir, decidles que Dios está también en la intimidad de su corazón. No olvidéis que por vuestro medio el Hijo del hombre viene a buscar y salvar a los que estaban perdidos o se habían alejado.

Esta es la misión que os espera: ser “la sal de la tierra” y “la luz del mundo” (Mt 5,13 Mt 5,14). Esto es lo que el Papa espera de cada uno de vosotros y de vosotras. Como os decía ya en mi Carta a los jóvenes y a las jóvenes del mundo, “no permanezcáis pasivos; asumid vuestras responsabilidades en todos los campos abiertos a vosotros en nuestro mundo” (Carta a los jóvenes y a las jóvenes del mundo, 1985, n. 16). Por eso, antes de terminar os quiero dejar una consigna: que no se apague la llama de entusiasmo juvenil que iluminó el Monte del Gozo. Que las diócesis, las parroquias, las comunidades y grupos eclesiales unan sus esfuerzos para realizar una pastoral de conjunto que dé a la juventud católica española un nuevo dinamismo apostólico para edificar la civilización del amor.

6. Al final de este feliz encuentro quiero encomendaros de modo especial a la Virgen María, “signo de esperanza cierta y de consuelo para el pueblo de Dios peregrinante” (Lumen gentium LG 68). Que Ella os ayude a seguir fielmente a Cristo; que os asista en los momentos de duda o desánimo; que os anime a entregaros cada vez más generosamente a Dios. Llevad mi afectuoso saludo a todos los jóvenes de España, a quienes, al igual que a vosotros, imparto mi bendición apostólica.










A LOS PEREGRINOS QUE PARTICIPARON EN LA CEREMONIA


DE BEATIFICACIÓN DE ONCE MÁRTIRES ESPAÑOLES


Lunes 30 de abril de 1990



Amados hermanos en el Episcopado,
queridos hijos e hijas:

1. La solemne Beatificación de once Siervos de Dios, mártires de Cristo, hijos de la noble tierra española, me ofrece la ocasión para este grato encuentro con vosotros, que habéis venido a Roma para venerar a los nuevos Beatos, participando en la gran manifestación de fe y de comunión eclesial.

En esta gozosa circunstancia deseo saludar de modo especial a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, acompañados de tantos alumnos y exalumnos, así como a los Religiosos Pasionistas. Todos honráis conjuntamente a los ocho Hermanos y al Padre Inocencio de la Inmaculada, mártires de Turón (Asturias), y también al hermano Jaime Hilario, inmolado por Cristo en Tarragona.
Saludo cordialmente también a las Religiosas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, que, rodeadas de tantas personas vinculadas a sus colegios y al Instituto, celebran la beatificación de la Hermana María Mercedes Prat, que abnegadamente ofreció su vida al Señor con el martirio en Barcelona.

11 2. Estos once mártires, además de su rica personalidad espiritual, fraguada en la fidelidad y entrega a su vocación, tienen en común el haber sido educadores y formadores de la juventud. La escuela les ofrecía la oportunidad de estar cerca de los niños y jóvenes, escucharlos, amarlos, acompañarlos y ayudarlos en su crecimiento humano y cristiano. Así lo hacían estos Hermanos de La Salle y la Hermana María Mercedes, porque creían en el gran valor de su misión religiosa y educativa al servicio de la niñez y juventud. Ellos trataron de ser fieles a la noble causa de la escuela católica, cuya “nota distintiva como dice el Concilio Vaticano II es crear un ambiente en la comunidad escolar animado por el espíritu evangélico de libertad y de caridad... de suerte que quede iluminado por la fe el conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre” (Gravissimum educationis GE 8). Por esto, ellos no dudaron en derramar su sangre, dando así un testimonio eximio de su fe.

Estos mártires deben ser un estímulo para todos los educadores cristianos, especialmente para los religiosos y las religiosas, a dedicarse plenamente a una labor tan digna y necesaria en nuestros días. En este sentido, San Juan Bautista de La Salle decía a los Hermanos fundados por él: “Caed en la cuenta... de que la gracia que se os ha concedido, de enseñar a los niños, de anunciarles el Evangelio y de educar su espíritu religioso, es un gran don de Dios, que os ha llamado a este oficio” (San Juan Bautista de La Salle, Meditatio 201).

3. Estas palabras nos indican que la escuela católica es un lugar privilegiado para que los niños y los jóvenes descubran a Dios en su propia vida y se vayan formando así como cristianos auténticos, testigos de la fe y seguidores de Cristo. Pero esta acción educadora y evangelizadora la podrán llevar a cabo únicamente hombres y mujeres de fe que, desde su propia consagración religiosa, compartan su experiencia de Dios con los jóvenes y que estén dispuestos, incluso, a dar su vida por El y por ellos, como lo hicieron los nuevos Beatos.

Pero las acciones heroicas no se improvisan. En efecto, han de ir precedidas por toda una vida de renuncia y abnegación. Este es el testimonio que, de modo particular nos da la beata María Mercedes Prat, a la que se recuerda como una religiosa humilde, amable y siempre dispuesta al servicio de todos.

A este respecto es también alentador el testimonio de entrega a Dios que el beato Jaime Hilario nos ha dejado escrito en su lengua materna:
“El dia que sabreu fer donació total a Déu, entrareu en un món nou, tal com em passa a mi. Gaudireu d’una pau i tranquillitat que, fins i tot, no havieu gaudit en els dies més feliços de la vostra vida”.

4. Antes de terminar quiero dirigir una palabra a vosotros, profesores, padres y madres de familia, alumnos y alumnas tan vinculados con los Hermanos de las Escuelas Cristianas o con la Compañía de Santa Teresa de Jesús. Como cristianos y como miembros de la sociedad española, debéis tomar conciencia de que los colegios de iniciativa social, que la Iglesia misma u otras instituciones promueven, no se circunscriben al ámbito puramente religioso o ético, sino que indudablemente prestan también un meritorio servicio público a la misma sociedad, al fomentar la vida cultural, cívica y religiosa, teniendo presentes las necesidades del progreso contemporáneo.

El mismo Concilio Vaticano II, al reconocer que los padres son los primeros y principales responsables en la educación de los hijos, defiende su derecho a la absoluta libertad en la elección de los centros escolares. De este modo es posible hacer frente a la tentación de imponer un sistema educativo que excluya la necesaria libertad de los padres, dentro de un sano pluralismo, y que sería “contrario a los derechos naturales de la persona humana, al progreso y a la divulgación de la misma cultura, a la convivencia pacífica y al pluralismo que hoy predomina en muchas sociedades” (Gravissimum educationis GE 6).

Por eso la Iglesia ve con agrado y alaba el esfuerzo de aquellas instancias públicas que, al tomar en consideración “ el pluralismo de la sociedad moderna y favoreciendo la debida libertad religiosa, ayudan a las familias para que pueda darse a sus hijos en todas las escuelas por tanto, también en las escuelas estatales y en las debidas condiciones una educación conforme a los principios morales y religiosos de las familias ”. De este modo la legislación civil se verá enriquecida, al mismo tiempo, por los grandes valores espirituales y éticos.

Con mi ferviente esperanza de que la querida sociedad española, fiel a sus raíces cristianas, siga siendo también hoy día promotora de cultura y de convivencia pacífica, imparto con afecto la Bendición Apostólica a todos vosotros, a vuestras familias, así como a las Comunidades Escolares de vuestros Institutos.







Mayo de 1990



MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS FIELES MEXICANOS ANTES DE SU VIAJE


12

Sábado 5 de mayo de 1990



Amadísimos hermanos y hermanas de México:

1. Dentro de unos días, con el favor de la Divina Providencia, tomaré nuevamente el cayado de peregrino para ir a visitar a los hijos de la noble Nación mexicana, que a los pocos meses de mi elección como Pastor de toda la Iglesia tanto cariño me mostraron durante mi primer viaje apostólico, cuyo recuerdo perdura vivo en mi mente y en mi corazón.

Doy fervientes gracias a Dios porque me ofrece por segunda vez la posibilidad de encontrarme con los Pastores y fieles de un pueblo tan querido. Desde Roma deseo enviar a todos, por medio de la radio y la televisión, un entrañable y afectuoso saludo con palabras del apóstol san Pablo. “Que la gracia y la paz sea con vosotros de parte de Dios Padre y de Nuestro Señor Jesucristo” (Ga 1,3).

He aceptado gustoso la invitación que en su día me hicieron las Autoridades de vuestro país y los amados hermanos en el Episcopado. Mi presencia entre vosotros me permitirá celebrar gozosamente nuestra fe católica en los encuentros de Ciudad de México, Veracruz, Aguascalientes, San Juan de los Lagos, Durango, Chihuahua, Monterrey, Tuxtla Gutiérrez, Villahermosa y Zacatecas.

2. Hubiera deseado que el itinerario de mi viaje apostólico incluyera otras ciudades y lugares del extenso territorio nacional. Sin embargo, aunque no haya sido posible acoger cumplidamente todas las invitaciones, mi visita se extiende a todos los mexicanos, sin distinción de origen ni posición social.

A los amadísimos hijos y comunidades eclesiales de aquellos lugares y poblaciones adonde no podré llegar físicamente, les quiero agradecer de corazón sus amables invitaciones. Desde cualquier punto donde me encuentre durante las jornadas que pasaré en México, mi palabra se dirigirá a todos: desde Tijuana y el Río Bravo hasta la península de Yucatán.

Este viaje, al igual que todos los que he realizado, tendrá un carácter eminentemente religioso, como corresponde a la misión de la Iglesia y al ministerio confiado por Cristo a Pedro y a sus Sucesores: predicar la Buena Nueva (cf. Mc Mc 16,15), confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc Lc 22,32).

Conozco bien la dedicación y el entusiasmo con que, bajo la guía de vuestros Pastores, os estáis prodigando en la preparación de las ya próximas jornadas para que la visita del Papa produzca frutos abundantes que ayuden a renovar vuestra vida cristiana, impulse la nueva evangelización e infunda aliento y esperanza en todos, particularmente en los más pobres y necesitados. Os expreso por ello mi aprecio y gratitud a la vez que os animo a intensificar vuestras oraciones para que las jornadas de comunión en la fe y en el amor que juntos vamos a compartir, se reflejen en un decidido esfuerzo por difundir y vivir más profundamente el mensaje de Cristo, Salvador del hombre, Redentor del mundo.

3. Deseo manifestar también mi admiración y gratitud a tantos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos por la espléndida labor que están desarrollando por hacer vida el lema: “ Peregrino de amor y de esperanza ”.

Asimismo quiero expresar mi reconocimiento a las Autoridades mexicanas por su valiosa colaboración en orden a facilitar el buen desarrollo de todas las actividades y encuentros programados.

13 Queridos hermanos y hermanas de México: Encomiendo a vuestras oraciones las intenciones pastorales de mi viaje apostólico, a ellas se unen también las de tantos hijos e hijas de la Iglesia en América Latina y en todo el mundo. A nuestra Madre y Señora, la Virgen de Guadalupe, a cuyos pies tendré el gozo de postrarme de nuevo en su santuario, elevo mi ferviente plegaria para que interceda ante su divino Hijo y derrame copiosas gracias sobre la amada Nación mexicana.

A todos os bendigo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.










AL FINAL DEL REZO DEL SANTO ROSARIO


EN COMUNIÓN CON LOS FIELES PRESENTES EN LA BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE EN MÉXICO


Aula de las Bendiciones, El Vaticano

Sábado 5 de mayo de 1990



Amadísimos hermanos y hermanas:

Vamos ahora a recitar el Santo Rosario en este primer sábado del mes de Mayo, dedicado especialmente a la Santísima Virgen. Con la Radio Vaticana está conectada hoy la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en México, donde numerosos fieles podrán unirse a nuestra oración mariana, precisamente en vísperas de mi segunda visita pastoral a esa amada Nación.

Pocas horas faltan para que de nuevo pueda pisar esa noble tierra, meta de mi primer viaje apostólico, y que me permitirá arrodillarme una vez más a los pies de la Virgen Guadalupana.

Esta tarde me acompaña un numeroso grupo de mexicanos, entre los cuales están los alumnos del Pontificio Colegio Mexicano y los Legionarios de Cristo. A todos invito a rezar por el pueblo de México, especialmente por los que sufren y los más necesitados, al mismo tiempo que envío desde aquí mi afectuoso saludo y abrazo en el Señor.

Pidamos a Nuestra Señora de Guadalupe que guíe siempre los pasos de este Papa Peregrino por los caminos del mundo, y que todas las comunidades eclesiales de México vivan ese nuevo encuentro con el Sucesor de Pedro, abiertas a la llamada de la nueva evangelización.







VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto internacional de Ciudad de México

Domingo 6 de mayo de 1990



14 Señor Presidente de los Estados Unidos Mexicanos,
amadísimos hermanos en el episcopado,
autoridades civiles y militares,
hermanos y hermanas todos muy queridos:

1. Al poner pie de nuevo en esta tierra bendita de México, donde la Virgen de Guadalupe puso su trono como Reina de las Américas, viene inevitablemente a mi memoria el recuerdo de mi primera visita a esta amada nación.

El Señor, dueño de la historia y de nuestros destinos, ha querido que mi pontificado sea el de un Papa peregrino de evangelización, para recorrer los caminos del mundo llevando a todas partes el mensaje de la salvación. Y quiso el Señor que mi peregrinación, realizada a lo largo de estos años, comenzase precisamente con mi viaje apostólico a México, tras breve estancia en la ciudad de Santo Domingo, para seguir así la ruta de los primeros evangelizadores que llegaron a tierras de América, hace ya casi 500 años.

Puedo decir que aquella primera visita pastoral a México, con sus etapas en esta Ciudad capital y, luego, en Puebla, Guadalajara, Oaxaca y Monterrey, marcó realmente mi pontificado haciéndome sentir la vocación de Papa peregrino, misionero.

2. Saludo, en primer lugar al señor Presidente de la República, que acaba de recibirme, en nombre también del Gobierno y del pueblo de esta querida nación. Siento por ello el deber de manifestar mi más viva gratitud por las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme, así como por la invitación a visitar este noble país y por haber venido a este aeropuerto a darme la bienvenida.

Saludo igualmente con respeto a las demás autoridades civiles y militares aquí presentes.

Y saludo con un abrazo fraterno a mis hermanos en el episcopado aquí presentes; en particular, al señor cardenal Ernesto Corripio Ahumada, arzobispo de esta ciudad, a monseñor Adolfo Suárez Rivera, arzobispo de Monterrey y Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano y a todos los obispos de México, junto con los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles cristianos a los que me debo en el Señor como Pastor de la Iglesia universal.

Quiero que el saludo afectuoso del Papa llegue igualmente a cuantos nos siguen por la radio y la televisión: desde Yucatán hasta Baja California.

15 Me llena de gozo encontrarme nuevamente en esta tierra generosa, que se distingue por su nobleza de espíritu, por su cultura y que ha dado tantas muestras de aquilatada fe y amor a Dios, de veneración filial a la Santísima Virgen y de fidelidad a la Iglesia.

El nombre de México evoca una gloriosa civilización que forma parte irrenunciable de vuestra identidad histórica. En nuestros días, estamos viviendo momentos cruciales para el futuro de este querido país y también de este continente. Por ello es necesario que el cristiano, el católico, tome mayor conciencia de sus propias responsabilidades y, de cara a Dios y a sus deberes ciudadanos, se empeñe con renovado entusiasmo en construir una sociedad más justa, fraterna y acogedora.
Tratando de superar viejos enfrentamientos, hay que fomentar una creciente solidaridad entre todos los mexicanos, que les lleve a acometer con amplitud de miras un decidido compromiso por el bien común.

Ahí precisamente se sitúa el importante papel que desempeñan los valores espirituales que, desde dentro, transforman la persona y la mueven a hacerse promotora de una mayor justicia social, de un mayor respeto por la dignidad del ser humano y sus derechos, de unas relaciones más fraternas donde reine el diálogo y el entendimiento frente a la tentación de la ruptura y el conflicto.

La Iglesia, cumpliendo la misión que le es propia y con el debido respeto por el pluralismo, reafirma su vocación de servicio a las grandes causas del hombre, como ciudadano y como hijo de Dios. Los mismos principios cristianos que han informado la vida de la nación mexicana tienen que infundir una sólida esperanza y un nuevo dinamismo, que lleven este gran país a ocupar el puesto que le corresponde en el concierto de las naciones.

3. Quiero proclamar, ante todo, que vengo como heraldo de la fe y de la paz, “ peregrino de amor y de esperanza ”, con el deseo de alentar las energías de las comunidades eclesiales, para que den abundantes frutos de amor a Cristo y servicio a los hermanos.

A distancia de más de once años, puedo repetir aquí lo que dije en Roma, cuando iniciaba mi primer viaje apostólico rumbo a México: «El Papa viene a postrarse ante la prodigiosa imagen de la Virgen de Guadalupe para invocar su ayuda maternal y su protección sobre el propio ministerio pontificio; para repetirle con fuerza acrecida por las nuevas inmensas obligaciones: "Totus tuus sum ego": soy todo tuyo; para poner en sus manos el futuro de la evangelización en América Latina» (Discurso en el aeropuerto Leonardo da Vinci de Roma antes de salir hacia América Latina, 25 de enero de 1979). Precisamente en la perspectiva de los 500 años de la primera evangelización, que América entera se dispone a celebrar, he dirigido a todas las Iglesias que están en este “continente de la esperanza” un llamado a emprender una nueva evangelización.Al tema de la nueva evangelización estará dedicada la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que espero inaugurar en Santo Domingo, como inauguré en 1979 la III en Puebla de los Ángeles.

4. En 1492 comenzó la gesta de la evangelización en el Nuevo Mundo y unos treinta años después llegaba la fe a México.

La fe produjo muy pronto los primeros frutos de santidad y esta misma tarde, durante la misa que celebraré en la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, tendré el gozo de beatificar a los niños de Tlaxcala: Cristóbal, Antonio y Juan, al padre José María de Yermo y Parres, y a Juan Diego, el indio a quien hizo sus confidencias la dulce Señora del Tepeyac, convirtiéndose así en la primera evangelizadora de América latina.

Por Veracruz entraron a México los misioneros que venían de España. Por eso, a esa ciudad —que lleva el nombre de la cruz de Nuestro Señor— se dirigirán mis primeros pasos, para visitar luego otras localidades de la amplia geografía de este país. Y, como han dicho vuestros obispos, “aunque personalmente no pueda estar en todas las diócesis y regiones de vuestra patria, la visita será para todo el pueblo mexicano, que necesita ser confirmado en la fe, robustecido en la esperanza, y animado en el amor evangélicamente solidario” (Episcoporum mexicanorum, Exhortatio pastoralis, 25 de enero de 1990).

A todos y a cada uno bendigo ya desde ahora, pero de modo particular a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu. Sepan que la Iglesia y el Papa están muy cerca de ellos, que los aman y los acompañan en sus penas y dificultades.

16 Con este espíritu evangélico de amistad y fraternidad deseo iniciar mi visita.

¡Alabado sea Jesucristo!









VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LA POBLACIÓN DE LA DIÓCESIS DE AGUASCALIENTES


Aguascalientes, México

Martes 8 de mayo de 1990



Señor obispo diocesano monseñor Rafael Muñoz Núñez,
señor obispo emérito monseñor Salvador Quezada Limón,
hermanos en el sacerdocio,
religiosos y religiosas,
amadísimos fieles de la diócesis de Aguascalientes:

1. Es para mí motivo de particular alegría reunirme aquí con vosotros. Vuestra presencia, vuestros saludos y vuestro afecto confirman la fama de acogedor y hospitalario que distingue a vuestro pueblo. Son éstas cualidades características de vuestro espíritu que habéis sabido comunicar a todos los que, procedentes de otras partes del país, han ido incorporándose a la vida de vuestra región. Hubiera deseado que esta breve visita se hubiera prolongado para poder así compartir con vosotros más largamente las vivencias de la fe y el amor que nos une.

El Papa ha querido llegar hasta vosotros en cumplimiento de su misión. El ha sido puesto por Cristo para confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc Lc 22,32). Por ello os digo que améis y profeséis con todas vuestras fuerzas la fe católica que, modelada por la caridad, nos une a Cristo Jesús, el Hijo del Dios viviente. Vuestro amor a la Santísima Virgen —bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción— os ayudará a amar más a Jesucristo, porque la Madre lleva necesariamente al Hijo.

17 2. Guardar la palabra de Cristo es una exigencia que implica a la vez la transmisión de la fe. Todo cristiano debe ser transmisor de la fe (cf. Catechesi tradendae CTR 62 ss.), pero lo deben ser de manera primordial los padres en relación con sus hijos (cf. Familiaris consortio FC 52) y todos los que realizan tareas educativas en relación con sus alumnos (cf. Catechesi tradendae CTR 69). Por eso, mi alegría de estar con vosotros se acrecienta al saber que me está escuchando un número importante de maestros. A ellos me quiero dirigir ahora de manera especial.

Una nueva perspectiva de contactos entre la Iglesia y la comunidad política de este país se está configurando en nuestros días. Y en esta nueva fase de mejor entendimiento y de diálogo, la Iglesia quiere ofrecer su propia aportación, sin salir del marco de sus fines y competencias específicas. Es un hecho que la cultura y la educación en México se está abriendo en estos tiempos a más amplios horizontes. El contexto de la comunidad internacional inicia una nueva fase de su historia, y ello tendrá sus repercusiones también aquí en un futuro no lejano. ¿Cómo podréis vosotros contribuir a los nuevos desafíos que deberá afrontar la sociedad mexicana?

3. La cuestión educativa, que es responsabilidad de todos, se impone de manera creciente a la consideración de la opinión pública, y despierta un renovado interés en los diversos ámbitos de la responsabilidad política.

Se hace pues necesario que las diversas instancias de la nación favorezcan todas las iniciativas que conduzcan a elevar cada vez más el nivel de la enseñanza. Es comprensible que hasta el momento la tendencia predominante haya sido, justamente, la de asegurar a todos un grado de instrucción básica. Sin embargo, el panorama que se configura está ya exigiendo un salto de cualidad en orden a la adecuada formación de la niñez y la juventud. Y esto, en una sociedad libre, no puede obtenerse si no es mediante la responsabilidad profesional, el estímulo de la iniciativa y la congrua retribución de quienes se interesan y se esfuerzan lealmente. Se impone pues la necesidad de desarrollar la capacidad de análisis y discernimiento, la educación en las virtudes, la dedicación generosa, la disciplina, la participación de los padres en la educación de sus hijos.

Queridos maestros: como profesionales de la educación y como hijos de la Iglesia católica sois conscientes de que conseguir unos objetivos elevados no depende sólo de los sistemas pedagógicos. El mejor método de educación es el amor a vuestros alumnos, vuestra autoridad moral, los valores que encarnáis. Este es el gran compromiso que asumís, antes que nada, ante vuestra conciencia. Sabéis que no podéis transmitir a vuestros alumnos una imagen decepcionante del propio país, debéis enseñarles a amarlo fomentando también aquellas virtudes cívicas que eduquen a la solidaridad y al legítimo orgullo de la propia historia y cultura.

4. Antes de terminar, quisiera expresar ante vosotros una convicción y una esperanza.

La convicción es que la Iglesia mira con segura confianza a la cultura mexicana, lo mismo que a las demás culturas de América Latina. Los valores humanos y cristianos presentes en este continente están llamados a liberar todo ese potencial civilizador que aún no se ha manifestado plenamente. Por eso, la Iglesia —movida por su vocación de servicio al hombre— se siente comprometida a promover y fortalecer esa identidad.

La esperanza es que llegue definitivamente a su ocaso el prejuicio de que la Iglesia es un factor de freno cultural y científico. Los hechos vienen a desmentir tales acusaciones. Basta recordar la secular labor educativa de las instituciones religiosas y eclesiásticas, desde la primera evangelización hasta nuestros días. Pero mi exhortación de hoy a vosotros, maestros católicos, es: ¡abrid a Cristo el mundo de la enseñanza! De modo firme y paciente hay que ir mostrando cómo en Cristo encontramos plenamente todos los verdaderos valores humanos, y cómo está en El el sentido de la historia, encaminada a la unión personal y comunitaria de todos con el Dios Uno y Trino.

5. Para concluir, quisiera invocar ahora a Nuestra Madre, la Virgen María. A Ella me dirigí en el santuario de Guadalupe, durante mi primer viaje pastoral a México, con estas palabras: “Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias para que estén siempre muy unidas y bendice la educación de nuestros hijos”.

A Ella me dirijo ahora, invocando su protección sobre todos vosotros, fieles de Aguascalientes, y pidiéndole muy especialmente por vuestros hijos, por todos los jóvenes que son “la esperanza de la Iglesia” (Gravissimum educationis GE 2) en el continente de la esperanza.
En prenda de abundantes gracias divinas imparto a todos mi más cordial Bendición Apostólica.









Discursos 1990 8