Discursos 1990 25

25 2. Desde esta hermosa iglesia catedral de Durango deseo dirigirme a los fieles laicos de esta arquidiócesis y de toda la República. Vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, formáis parte de un pueblo que se ha destacado por su fe profunda, hondamente mariana, por su fidelidad a la Iglesia y por una especial vinculación espiritual a la persona del Sucesor de san Pedro. Esta singular fidelidad ha sido puesta a prueba muchas veces; pero, con la gracia de Dios y el auxilio de María, habéis convertido esas ocasiones en momentos de ulterior fecundidad para la vida eclesial. La historia del pueblo de Dios en México es rica en testimonios ejemplares de laicos que hicieron de sus vidas una manifestación elocuente del amor de Dios y que, por ese mismo amor, no dudaron en dar lo mejor de sí cuando las circunstancias lo exigieron. El pueblo mexicano nunca debe olvidar su pasado, pues desde él ha de proyectarse al futuro.

En la Exhortación Apostólica Christifideles laici, dirigida a toda la Iglesia tras el Sínodo de los Obispos de 1987, quise poner de relieve el hecho de que “nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso” (Christifideles laici
CL 3).

3. En este documento señalaba tres factores que pueden servirnos para fijar mejor los desafíos de esta “magnífica y dramática hora de la historia” (Ibíd.). En primer lugar el secularismo y la indiferencia religiosa que afecta ya no sólo a los individuos, sino a comunidades enteras. Este fenómeno está incidiendo seriamente en los pueblos cristianos y reclama con urgencia una nueva evangelización.He aquí el primer gran desafío para los laicos: comprometerse activamente en hacer presente el mensaje del Evangelio en la sociedad de nuestro tiempo.

En segundo lugar mencionaba los atropellos de que es objeto la persona humana, lo cual es puesto de manifiesto por las frecuentes violaciones a que se halla sometida hoy en día, desde el no-nacido hasta los que viven oprimidos y marginados. De aquí la enorme responsabilidad de los fieles laicos de afirmar cada vez con mayor fuerza la centralidad de la persona humana redimida por Cristo.

Por último, los antagonismos y conflictos que caracterizan buena parte de las relaciones en el mundo exigen que los laicos se conviertan en artífices de reconciliación y de paz.

4. Una paz que habéis de lograr para vosotros mismos como fruto de la gracia y de la amistad con Dios. Es la paz de Cristo; esa que El solo nos puede dar, porque es “suya” (Jn 14,27); y no nos la da “como la da el mundo” (Ibíd.), porque es un don divino.

Sembrad, pues, y difundid la paz de Cristo a vuestro alrededor. Así se os dará, como dice el Evangelio, el nombre nobilísimo de “hijos de Dios” (Mt 5,9). Esforzaos en arrancar las raíces de los resentimientos, de los conflictos, de las enemistades. Promoved en cambio la justicia, en lo grande y en lo pequeño, en las instituciones, en el mundo profesional y laboral, en las familias, en la defensa de la dignidad de cada persona. La justicia es una virtud fundamental, que da a cada uno lo suyo: honor, buena fama, bienes temporales. Todos y cada uno hemos de sentirnos responsables de este deber, buscando siempre el ser ecuánimes, ponderados, conscientes ante Dios de la trascendencia de esta responsabilidad.

Abundancia de gracia; abundancia de paz. Esto es lo que implora el Papa para vosotros al bendeciros en el nombre del Padre, que os ha elegido; del Hijo, que os ha redimido; y del Espíritu Santo, que os santifica y colma de sus dones. “A El el poder por los siglos de los siglos” (1P 5,11). Amén.







VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A MÉXICO Y CURAÇAO

ENCUENTRO DE ORACIÓN DEL SANTO PADRE

POR LAS VÍCTIMAS DEL ACCIDENTE AÉREO DE CHIAPAS


Catedral de Tuxtla Gutiérrez

Viernes 11 de mayo de 1990

He querido venir a orar por las personas que hoy habrían debido estar junto a nosotros en la celebración de Tuxtla Gutiérrez. En primer lugar, monseñor Luis Miguel Cantón Marín, obispo de Tapachula.

26 En estos momentos de dolor, aunque las palabras humanas no tengan mucho valor deseo expresar mi más viva participación en el sufrimiento de cuantos lloran a sus familiares.

Pero sobre todo deseo recordar que la fe ilumina de esperanza también estos momentos de tristeza.

La muerte no es la última palabra, pues para quien tiene fe, la vida no termina, se transforma.

Iluminados y ayudados por estas certezas elevamos ahora nuestra plegaria al Señor por los fallecidos e invocamos también el consuelo para quienes lloran sus seres queridos.

VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO


EN LA CEREMONIA DE BENDICIÓN


DE LA CATEDRAL DE VILLAHERMOSA


Tabasco, viernes 11 de mayo de 1990



Querido señor obispo, monseñor Rafael García González,
sacerdotes, religiosos y demás fieles de esta diócesis:

Mi más cordial saludo a vosotros, a toda la población de Villahermosa y al entero Estado de Tabasco. Quiero también saludar a las hermanas religiosas aquí presentes. Quiero saludar a los seminaristas que no solamente están presentes, sino también gritando.


1. Antes de bendecir la capilla expiatoria de la catedral quiero detenerme brevemente a considerar con vosotros el significado de esta ceremonia.

Por ser la catedral la mejor expresión material de la diócesis, en ella me encuentro hoy con la Iglesia de Dios que vive en Tabasco, como lugar de acogida para las generaciones pasadas, las actuales y las que vendrán. En efecto, sus muros nos hablan de todos aquellos cristianos —sacerdotes, religiosos y laicos— que desde la primera evangelización, con fe y amor, con oración y sacrificio, han colaborado con Cristo en la edificación de su Iglesia en Tabasco.

Además, la iglesia catedral es signo visible del renacimiento espiritual en Tabasco. Está demostrando que, con vuestra fe, no habéis querido dar vida a ninguna otra cosa, sino a la Iglesia de Jesucristo, asentada sobre el fundamento de los Apóstoles.

27 Por eso, la catedral ha de ser punto permanente de referencia al que todos los fieles de Tabasco dirijan su mirada. En ella confluyen simbólicamente vuestra unión con Cristo y con toda su Iglesia; ella reclamará siempre de vosotros fidelidad, colaboración y empeño, para dilatarse ulteriormente en abundantes obras de evangelización y de caridad.

2. San Pablo dirige a los cristianos de Efeso unas palabras que considero oportuno recordar en estos momentos: “Ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo... en el Espíritu” (
Ep 2,19-22).

La piedra angular, el fundamento del edificio de la Iglesia es Jesucristo. Por eso, con sabiduría evangélica, habéis querido vosotros que esta capilla expiatoria constituya la primera etapa de la catedral. Y para significarlo, el Santísimo Sacramento quedará permanentemente expuesto en la capilla expiatoria y será acompañado también con la Adoración nocturna. Y junto a Jesús Sacramentado, la imagen del Divino Preso, Cristo Rey, Señor de Tabasco. En verdad la catedral representará, de modo elocuente, el puesto central que Jesucristo debe ocupar siempre en la vida de toda la diócesis y de cada uno de vosotros.

Después, y del mismo modo que habéis procedido en su construcción, habéis de esforzaros también en la edificación de vuestras vidas, como templo dedicado a Dios. Conducidos siempre, como afirma san Pablo, como sabios arquitectos que saben construir su propia existencia sobre el verdadero fundamento, sobre el único cimiento sólido, Jesucristo (cf. 1Co 1Co 3,10-11). En El, presente en vosotros por la gracia, ha de fundarse todo vuestro ser y vuestro obrar. Viviendo de esta manera, teniendo a Cristo como centro, haréis realidad en vuestra vida las palabras de san Pedro: “También vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual” (1P 2,5). Siendo cada uno templo del Espíritu Santo, seréis a la vez las piedras vivas que Cristo necesita para seguir edificando su Iglesia en Tabasco.

3. Quiero ahora dirigirme a los enfermos aquí presentes y a todos los que, en la República Mexicana, sufren a causa de la enfermedad. Me dirijo a todos los que sufrís para deciros, una vez más, que ocupáis de verdad un lugar privilegiado, en el corazón de la Iglesia, en el corazón del Papa: El Papa, así como toda la Iglesia, encuentran en vuestro dolor, ofrecido a Dios, junto con la Pasión de Cristo, un fuerte apoyo para realizar la misión que el Señor les ha encomendado.

Si todos los cristianos formamos, como piedras vivas, la Iglesia de Jesucristo, los enfermos sois en cierto modo el cimiento de ese edificio. Cristo, muerto y resucitado, es el fundamento, la piedra angular, y junto a El, dando solidez a la construcción, ocupando un lugar aparentemente oculto y escondido, os encontráis vosotros cuando unís vuestro dolor al dolor salvífico del Redentor.

4. El Evangelio nos ha transmitido numerosos ejemplos del trato de Jesús con los enfermos: el ciego que pedía junto al camino (cf. Mc Mc 10,46 ss), la hemorroisa (cf. Lc Lc 8,40 ss), el hombre que tenía una mano paralizada (cf. Mt Mt 12,9 ss), la mujer encorvada (cf. Lc Lc 13,11 ss), los leprosos cf. ibíd., 17, 12 ss). Son muchos los que se acercan a Cristo con motivo de su enfermedad: quizás no hubieran acudido a El si hubieran estado sanos.

Hermanos y hermanas, queridos enfermos, vosotros lo sabéis, vosotros habéis tenido esta experiencia: la enfermedad, cuando se acepta, nos acerca a Cristo.

La enfermedad consigue a veces que el hombre caiga de su pedestal de arrogancia y se descubra tal y como es: pobre, desvalido, necesitado de la ayuda de Dios. La enfermedad conduce con frecuencia a cambios radicales en la vida de relación con Dios de una persona: “¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados” (Mt 9,2) son las primeras palabras que escucha el paralítico de Cafarnaún: “Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor” (Jn 5,14), dirá el Señor al enfermo paralítico de la piscina Probática. Son muchos los milagros que el Señor realiza en los cuerpos de esos enfermos, pero son más y más importantes los que realiza en sus almas.

5. Estas curaciones sirven a Cristo para señalar la llegada del Reino: “Id y contad a Juan lo que oís y veis: Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Mt 11,4-6). Los enfermos del Evangelio son signo del Reino cuando son curados: también vosotros sois signos del Reino y, aún en mayor medida, cuando, aceptando la voluntad del Dios, vivís con alegría vuestra enfermedad.

6. ¿Comprendéis por qué la Iglesia os mira con predilección?

28 ¿Comprendéis por qué la Iglesia se apoya especialmente en vosotros? ¿Comprendéis por que el Papa os pide el tesoro de vuestro dolor para realizar la nueva evangelización de Tabasco, de la República Mexicana y del mundo entero? En vuestros cuerpos enfermos, en vuestro sufrimiento, en vuestra debilidad, y sobre todo en vuestra alegría, allá donde estéis, unidos a Cristo, la Iglesia encontrará la fuerza para extender la acción evangelizadora que El mismo le ha confiado.

Antes de concluir deseo manifestar mi profundo aprecio a cuantos en los hospitales, sanatorios, centros de asistencia y en los hogares mexicanos dedican su capacidad profesional y sus desvelos a aliviar y curar a los hermanos que sufren.

A vosotros, los enfermos aquí presentes, y a cuantos siguen este encuentro a través de la radio y la televisión os encomiendo al cuidado maternal de Nuestra Señora de Guadalupe, mientras os imparto con afecto una especial Bendición Apostólica.





VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA


DEL EPISCOPADO MEXICANO


Sábado 12 de mayo de 1990



Amadísimos hermanos obispos de México:

1. Con verdadero gozo participo en este encuentro fraterno que hemos iniciado con la solemne bendición de la nueva sede de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Aunque durante los días de mi viaje apostólico hemos compartido intensos momentos de plegaria y de íntima comunión eclesial, me es particularmente grato dirigirme ahora a vosotros, que habéis sido puestos por el Espíritu Santo como Pastores para guiar a los fieles mexicanos al pleno encuentro con el Señor Jesús. Esta es una misión que requiere toda vuestra dedicación, particularmente ahora que nos aproximamos a la conmemoración del V Centenario de la llegada de la fe a tierras americanas.

Pensar en México es referirse a una tierra bendecida por la predilección de la Madre del Señor. La acendrada piedad y devoción que tiene la Iglesia en México a Nuestra Señora de Guadalupe es un testimonio de la honda religiosidad de sus hijos y, al mismo tiempo, un justo reconocimiento de la participación que la madre de Nuestro Señor ha tenido en la obra evangelizadora, como guía de la fe de vuestro pueblo.

2. México es una realidad que ha hecho de la fe parte de su propia identidad. La evangelización primera —como señaló el documento de Puebla— se encuentra en las raíces mismas de aquel “nuevo mestizaje de etnias y formas de existencia y pensamiento que permitió la gestación de una nueva raza” (Puebla, 5). Como en los demás países de este Continente, aquella evangelización ha calado profundamente en la realidad social y cultural de vuestro pueblo. Precisamente por esto, no puedo dejar de recordar las aclamaciones de muchos hijos de estas tierras cuando los visité por primera vez, al inicio de mi Pontificado: ¡México católico! ¡México siempre fiel!, palabras que reflejan con toda nitidez la firme adhesión del pueblo humilde y sencillo a la Iglesia y al Evangelio que ella anuncia.

Contemplando a la historia de vuestra patria, no es difícil descubrir los frutos de la obra evangelizadora llevada a cabo por tantos misioneros abnegados, y que forjó una personalidad propia y original que se manifiesta en vuestras tradiciones y en la vida de vuestras Iglesias locales. Hay pasajes llenos de heroísmo cristiano que son una lección ejemplar para los mexicanos de hoy, así como para las Iglesias hermanas de América Latina. En efecto, el sacrificio de muchos hijos de estas tierras, que dieron testimonio de su fe hasta el extremo, ha contribuido en gran manera a hacer fecunda la semilla del Evangelio.

3. Pero como en toda realidad humana, marcada por la huella del pecado, no todo el proceso evangelizador logró sus objetivos. A ciertas contradicciones externas —aún persistentes— viene a unirse un conjunto de factores que muestran la apremiante necesidad de una renovada evangelización que, retomando la savia vital del pueblo mexicano, dé un nuevo impulso, a partir de vuestras raíces cristianas, y se irradie con intensidad y en profundidad a todas las áreas de vuestra cultura.

Es urgente, pues, asumir valientemente el desafío de una nueva evangelización de México. Evangelizar al hombre, a todos los hombres y mujeres; evangelizar la cultura y todas las culturas (cf. Evangelii nuntiandi EN 19) de estas tierras mexicanas. Precisamente uno de los problemas más graves que se plantea la Iglesia es constatar cómo la llamada evangelización fundante no ha desplegado toda su fuerza y posibilidades. Por ello, debéis entregaros a esta evangelización mediante el anuncio incansable de la verdad, del amor, de la reconciliación, de la justicia.

29 4. Os preocupe particularmente, en vuestra solicitud de Pastores, el creciente secularismo que, queriendo prescindir de Dios, crea sus propios ídolos a los que venera.

A nadie se le oculta que el agnosticismo e incluso el ateísmo están presentes en el mundo moderno como una realidad inquietante. Vosotros mismos sois testigos de cómo a nivel concreto se difunden como ideologias que quieren construir una sociedad sin Dios. Una vez más, ante el ineludible desafío que estas ideologías representan para la nueva evangelización, es urgente y necesario repetir incansablemente que la búsqueda de Dios no es algo superficial ni superfluo para el ser humano, algo que éste puede descartar sencillamente del horizonte de su existencia. Para la persona la búsqueda de Dios se encuentra en la misma línea de su realización existencial (cf Redemptor hominis
RH 11). Hoy esto se ha verificado de una manera inesperada: los acontecimientos recientes están demostrando que los intensos esfuerzos de un ateísmo convertido en sistema político no han logrado apagar en el corazón humano el ansia de encontrar a Dios.

El fenómeno del consumismo no está desligado del proceso secularizador. El deseo de poseer se ve instigado continuamente por la oferta de productos suntuosos, y con frecuencia innecesarios, que a través de la publicidad se muestran atrayentes y como capaces de colmar las aparentes necesidades y solucionar los males del hombre. Junto con la alienación que ello significa para la persona humana, el consumismo es además una ofensa continua y humillante particularmente para los pobres, a quienes a veces está vedado no ya lo superfluo, sino hasta lo más necesario para una vida digna.

5. Por otra parte, la crisis económica tan extendida y la carga de la deuda externa afectan profundamente a las gentes de vuestro país, obstaculizando en gran medida el justo desarrollo al que aspiran y que les es debido. No se trata ahora de ahondar en los conflictos sociales que aquejan a la sociedad mexicana, sino de promover una sociedad solidaria en la que los más pudientes se comprometan a ayudar a los menos favorecidos. Es el momento de proponer una economía solidaria (cf. Sollicitudo rei sociallis, 38-40), en la que se compaginen legítimamente las exigencias económicas con el respeto a la dignidad del hombre; en la que se reconozca sin ambages la prioridad del ser humano sobre los instrumentos de producción, sin sacrificar la eficacia de los métodos económicos, pero que tenga en cuenta la prioridad de los valores éticos.

6. Tampoco hay que descuidar el grave problema de los “ nuevos grupos religiosos ”, que siembran confusión entre los fieles, especialmente en los ambientes medios y marginales o pobres. Sus métodos, sus recursos económicos, y la insistencia de su labor proselitista hacen impacto, sobre todo entre quienes emigran del campo a la ciudad. Sin embargo, no podemos olvidar que muchas veces su éxito se debe a la tibieza e indiferencia de los hijos de la Iglesia, que no están a la altura de su misión evangelizadora, por su débil testimonio de una vida cristiana coherente, su descuido de la liturgia y de las manifestaciones de piedad popular, así como por la escasez de sacerdotes y agentes pastorales, entre otras causas. Los efectos de una catequesis y formación insuficientes dejan a muchos fieles en lamentable desamparo ante la labor de captación por parte de agentes no católicos.

La presencia de las llamadas “sectas” es un motivo más que suficiente para hacer un profundo examen de la vida pastoral de la Iglesia local, buscando al mismo tiempo unas respuestas y orientaciones sólidas que permitan conservar y fortalecer la unidad del Pueblo de Dios. Ante este desafío vosotros habéis establecido oportunamente unas opciones pastorales (cf. La Iglesia ante los nuevos grupos religiosos, 16 de abril de 1988, III). Estas opciones van más allá de una mera respuesta al reto presente y quieren ser también vías para la nueva evangelización, tanto más urgentes cuanto que son caminos concretos para ahondar en la fe y en la vida cristiana de vuestras comunidades.

7. Es también motivo de preocupación, en especial entre los obispos del Norte de México, el fenómeno creciente de las migraciones. La búsqueda de mejores condiciones de vida empuja a muchos a dirigirse hacia el Norte, llenos de ilusiones por conseguir un progreso que corresponda a las expectativas propias y de la familia que se tiene o que se desea formar. Son muchos y muy complejos los problemas pastorales que os plantea esto, pero no son menores vuestros desvelos —que bien conozco— por acompañar espiritualmente a estos hermanos. Os aliento pues a seguir de cerca, cada vez con mayor solicitud y con los medios adecuados, la movilización de miles y miles de hermanos y hermanas en situación de desarraigo e incluso de peligro. No menor ha de ser el interés por el bienestar y el respeto de la dignidad humana de los emigrantes, lo cual será testimonio de una Iglesia, misterio de comunión, que se preocupa filial y solidariamente por sus hijos, y los acompaña y alienta en los momentos difíciles. La presencia de la Iglesia junto a los emigrantes es ineludible en la nueva evangelización.

8. Junto a las situaciones descritas, que son objeto de particular preocupación para vosotros y para toda la Iglesia, hay también otros hechos que reclaman vuestra sensibilidad de pastores, pues, según nos recuerda el Concilio, los obispos son también “el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares” (Lumen gentium LG 23), así como maestros de la verdad y promotores de la unidad de la fe y de la disciplina común de toda la Iglesia (cf. Lumen gentium LG 23)

Algunos sectores eclesiales de América Latina siguen bajo el influjo de ciertas corrientes ideológicas que, obedeciendo a determinados presupuestos y supeditando a éstos el mensaje revelado, han puesto en entredicho determinados puntos fundamentales de la enseñanza católica. La Iglesia en México tampoco se ha visto libre de algunos planteamientos de ciertas teologías de la liberación, que constituyen unos riesgos concretos para la fe y para la misma vida cristiana (cf. Congr. pro Doctrina Fidei, Libertatis Nuntius, Introd.). Estas versiones equivocadas y reductivas de la liberación continúan esparciendo un espíritu de conflicto y generan dolorosas fracturas que exigen una reconciliación en torno a la Verdad que viene de Dios, y que el Magisterio de la Iglesia propone para ser creída y vivida en la plena caridad. El amor a la Iglesia reclama un esfuerzo pastoral en favor de la unidad, respetando siempre el pluralismo legítimo, pero orientado decididamente al encuentro de aquellos que están en el error, para invitarlos a rectificar y a participar de la comunión y de la fidelidad plenas.

9. La Iglesia, amadísimos hermanos, está llamada a iluminar, desde el Evangelio, todos los ámbitos de la vida del hombre y de la sociedad. Por fidelidad a Cristo, su Fundador, ella considera misión propia la salvaguardia del carácter trascendente de la persona. Como enseña el Concilio Vaticano II “la misión propia que Cristo confió a la Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina” (Gaudium et spes GS 42).

Por esta vocación de servicio al hombre en todas sus dimensiones, la Iglesia se esfuerza en contribuir a la consecución de aquellos objetivos que favorecen el bien común de la sociedad, sobre todo para ser “a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana” (Gaudium et spes GS 42). Por eso, como pone de relieve el mismo documento conciliar, “la Iglesia, ...por razón de su misión y de su competencia, no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno” (Ibíd.). Mostraría un gran desconocimiento de la naturaleza de la Iglesia, quien pretendiera identificarla con un sistema o, si se prefiere, con un partido político.

30 Sin embargo, esto no significa que la Iglesia no tenga nada que decir a la comunidad política, para iluminarla desde los valores y criterios del Evangelio. A ella corresponde por su propia misión, sigue diciendo el Concilio, “ predicar la fe con auténtica libertad, enseñar su doctrina social, ejercer su misión entre los hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas” (Ibíd.).

En efecto, es un hecho fácil de constatar que muchos problemas sociales e incluso políticos tienen sus raíces en el orden moral, el cual es objeto de la acción evangelizadora y educadora de la Iglesia. Así, vemos que la vida cristiana refuerza la institución familiar, favorece la convivencia y educa para vivir solidariamente y en libertad según las exigencias de la justicia. No se trata de una injerencia indebida en un campo extraño, sino que quiere ser un servicio a toda la comunidad desde el Evangelio, en el respeto mutuo y la libertad.

A este propósito, deseo hacer presente mi viva satisfacción por el clima de mejor entendimiento y colaboración que se está instaurando entre la Iglesia y las autoridades civiles en México. Os animo a continuar decididamente en vuestro propósito de diálogo constructivo con las autoridades. A ello contribuirá sin duda el reciente nombramiento de un Enviado Personal del Señor Presidente del Gobierno mexicano, para facilitar de modo permanente el diálogo con la Santa Sede, en el justo marco de su recíproca soberanía y su legítima independencia.

10. Un tema que ciertamente os preocupa, como pastores de la Iglesia en México, es el de la presente legislación civil en materia religiosa, por sus innegables y múltiples repercusiones en la vida de vuestras comunidades eclesiales. A este respecto, hago mías las palabras pronunciadas por monseñor Adolfo Suárez Rivera, arzobispo de Monterrey y Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, en su discurso inaugural de la última Asamblea Plenaria: “ La Iglesia en México quiere ser considerada y tratada no como extraña, ni menos como enemiga a la que hay que afrontar y combatir, sino como una fuerza aliada a todo lo que es bueno, noble y bello”. Por otra parte, habéis reiterado con firmeza la enseñanza del Concilio Vaticano II, de que la Iglesia “no pone su esperanza en privilegios dados por el poder civil ” (Gaudium et spes
GS 42), recordando además, a los clérigos la prohibición canónica de participar en el ejercicio de la potestad civil (cf. Código de Derecho Canónico CIC 285, § 3). Asimismo, en un Estado de derecho, el reconocimiento pleno y efectivo de la libertad religiosa debe ser a la vez fruto y garantía de las demás libertades civiles. A este respecto cabe precisar que la libertad religiosa abarca mucho más que la simple libertad de creencia y de culto.

Por eso el Concilio, en el documento “Dignitatis Humanae”, puso de relieve “que la libertad religiosa se declara ya como derecho civil en muchas constituciones y se reconoce solemnemente en documentos internacionales” (Dignitatis Humanae DH 15), y, a este respecto, aquella solemne asamblea ecuménica hizo un firme llamado para que “ en todas partes la libertad religiosa sea protegida por una eficaz tutela jurídica y que se respeten los deberes y derechos supremos del hombre a desarrollar libremente su vida religiosa dentro de la sociedad” (Ibíd.).

Ante la profunda crisis de valores que afecta hoy a instituciones como la familia, o a determinados sectores de la población como la juventud, la acción de la Iglesia —que está llamada a “ difundir cada vez más el reino de la justicia y de la caridad en el seno de cada nación y entre las naciones” (Gaudium et spes GS 76)—, ofrece también en México motivos de fundada esperanza para un fructuoso y cordial entendimiento con las autoridades civiles, con vistas al recto desarrollo de la vida social y a la prosecución del bien común para todos los mexicanos.

11. Las nuevas circunstancias, queridos hermanos, exigen una decidida acción evangelizadora que lleve a actitudes de mayor autenticidad personal y social, y en la que participen todos los miembros de las comunidades eclesiales: sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. Es particularmente necesario en nuestro tiempo alentar a los laicos a que se hagan más presentes como cristianos en las realidades temporales de la sociedad mexicana y que sientan, a la vez, la urgencia de participar y hacerse corresponsables en las tareas eclesiales.

El deseo de una mayor participación en la vida pública por parte de los ciudadanos de vuestro país lo habéis puesto de relieve en el Plan Global de la Conferencia del Episcopado Mexicano al decir: “ Observamos avances en la conciencia cívico-política del pueblo y un despertar notable con fuertes anhelos de cambio hacia la democracia” (Plan global de la Conferencia del Episcopado Mexicano, 3). Tales signos de los tiempos han de impulsar también a los fieles laicos a un decidido compromiso para animar cristianamente el orden temporal, con el dinamismo de la esperanza y la fuerza del amor, sin arredrarse ante las exigencias de la vida pública.

Un medio privilegiado, como bien sabéis, para la difusión del mensaje cristiano son los medios de comunicación social. Así lo quiso poner de relieve el Concilio Vaticano II cuando exhortaba a los obispos a “aprovechar la variedad de medios de que se dispone en la época actual para anunciar la doctrina cristiana” (Christus Dominus CD 13); y, entre ellos, señalaba “la prensa y los varios medios de comunicación social de que es menester usar a todo trance para anunciar el Evangelio de Cristo” (Ibíd.).

Estas palabras del documento conciliar, promulgado hace veintiséis años, tienen hoy una mayor actualidad si cabe. En efecto, sois muy conscientes de la necesidad en nuestros días de usar de los “mass media” para que el mensaje de Cristo llegue a todos los ambientes y la Iglesia esté más presente entre los hombres. Por otra parte, vuestra responsabilidad pastoral ha de llevaros a estar vigilantes y a formar a los fieles para que sepan usar dichos medios con inteligencia, pues no es infrecuente que en ellos se difundan también ideologías y modelos de vida contrarios a la fe y a la moral católica.

Por todo ello, os invito a hacer un esfuerzo para que el mensaje del Evangelio y los valores que éste encarna se hagan cada vez más presentes en los medios existentes en el país y, en la medida de lo posible, la Iglesia pueda contar también con sus propios medios de comunicación social, en los que colaboren competentes e íntegros profesionales cristianos.

31 12. San Pablo, en la lectura que hemos escuchado durante la bendición de esta sede de la Conferencia del Episcopado Mexicano, nos dice: “La palabra de Dios no está encadenada” (2Tm 2,9). Dicha palabra, “escuchada con atención y proclamada con valentía” (Dei Verbum DV 1) es el fundamento de la misión del obispo como maestro de la verdad; de la verdad que viene de Dios y que lleva a la auténtica liberación del hombre, porque denuncia la falsedad de quienes buscan el dominio a través del engaño. “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,32) nos dice el Señor en el Evangelio.

Al finalizar este encuentro, amados hermanos, encomiendo a Nuestra Señora de Guadalupe vuestros anhelos apostólicos, los logros y los fracasos, las alegrías y las tristezas, las necesidades y las esperanzas vuestras, de vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, agentes de pastoral y fieles todos de vuestras diócesis, que tan presentes están en la plegaria y en el corazón del Papa.





VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO


A LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS, RELIGIOSAS,


SEMINARISTAS Y LACIOS COMPROMETIDOS


Ciudad de México, 12 de mayo de 1990



“Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios para proclamar las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1P 2,9).

1. Estas palabras del Apóstol san Pedro que acabamos de oír durante el rezo de la hora litúrgica de vísperas van dirigidas de modo especial a vosotros, amadísimos sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y laicos comprometidos.

Qué alegría para mí, Sucesor de Pedro, peregrino de amor y de esperanza por los caminos de México, tener este encuentro de oración con vosotros, singularmente elegidos por Dios, para ser configurados como ministros y colaboradores en la edificación de su Iglesia (Presbyterorurm ordinis, 12). La plegaria litúrgica de esta tarde brota de unos corazones que se han consagrado al seguimiento del Señor, dispuestos a recorrer gozosamente el camino de la perfección y dedicar toda su fuerza y ardor a la acción evangelizadora.

Sean pues mis palabras, en primer lugar, un testimonio de honda gratitud por la preciosa y abnegada labor con que anunciáis la Palabra de Dios, administráis los sacramentos, dáis testimonio de castidad, pobreza y obediencia por amor a Cristo y lleváis ayuda y consuelo a los más necesitados. Gracias además por vuestros trabajos pastorales en el campo de la educación, de la salud, de las vocaciones, de la promoción humana; de esta manera hacéis vivo y operante el mandato del Señor de evangelizar a todas las gentes (cf. Mt Mt 28,19).

Asimismo, quiero agradecer las palabras que me ha dirigido el señor arzobispo de esta diócesis de Tlalnepantla, monseñor Manuel Pérez-Gil González, a la vez que me complace íntimamente la presencia de mis amados hermanos en el episcopado.

2. Nuestro encuentro de hoy es una ocasión excepcional para recordar a aquellos esforzados misioneros que, bajo la mirada materna de Santa María de Guadalupe, evangelizaron estas tierras mexicanas mediante su abnegada labor como testigos del Evangelio. Al igual que ellos ayer, los sacerdotes del México de hoy habéis asumido la enorme responsabilidad de hacer presente el Reino de Dios, con vuestra vida y con vuestro servicio al Señor y a los hombres, “para ofrecer dones y sacrificios por los pecados” (He 5,1). Así como ellos tuvieron que afrontar creativamente el reto de lo que hoy denominamos “evangelización constituyente” (Puebla, 6), así también vosotros hoy tenéis delante un nuevo gran desafío: la nueva evangelización.

Mirando la realidad de vuestros pueblos, la conciencia cristiana se siente espoleada por la urgencia de entregarse a un nuevo proceso evangelizador.No faltan ciertamente motivos de preocupación ante la presencia de determinados factores que obstaculizan la acción de la Iglesia y dificultan la trasmisión de la fe a las nuevas generaciones.

En efecto, una secularización cada vez más penetrante pretende alejar de la conciencia de los hombres la referencia a su destino trascendente. El agnosticismo, presente en muchos, lleva a buscar infructuosamente toda clase de sucedáneos. Contemporáneamente, la disminución de la asistencia a las celebraciones de los misterios cristianos y la no suficiente atención a las manifestaciones de la auténtica piedad popular debilitan la necesaria y activa participación del creyente en la vida comunitaria. En este sentido, estamos asistiendo a la difusión de un modo intimista de concebir la fe, que olvida o posterga la proyección social del cristiano, a la falta de una mayor solidaridad con los que sufren y de un más decidido compromiso —no ideológico sino evangélico—- con los más pobres, sin excluir a nadie; a un consumismo que extiende cada vez más su presencia en muchos hogares y familias, poniendo el afán de poseer por encima de todo; a un proselitismo creciente de nuevos grupos religiosos que incluso ponen en peligro la identidad católica de México.


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