Discursos 1990 32

32 No constituyen tampoco una ayuda para superar tales situaciones ciertos signos de deterioro en la disciplina de la vida eclesial y respecto a la legislación canónica sobre la vida sacerdotal y religiosa, ciertas actitudes en el campo de la moral, así como conflictuales concepciones de la liberación y de determinadas formas erradas de entender la opción por el pobre (cf. Congr. pro Doctrina Fidei, Libertatis Nuntius, passim.).

Ante tal panorama urge, pues, que vosotros —que habéis hecho la opción radical de seguir a Jesús, el Buen Pastor (cf
Jn 10,11)— en fidelidad al magisterio de la Iglesia, colaboréis incondicionalmente con vuestros obispos de manera intensa en las tareas de la nueva evangelización.

3. Para llevar a cabo dicha tarea, se hace necesario por parte de todos profundizar y corroborar más y más la conciencia eclesial. Como sacerdotes, debéis estar dispuestos a dar con vuestra vida y con vuestros actos públicos un constante testimonio de amor a la Iglesia, de íntima comunion con vuestros obispos —de quien sois insustituibles colaboradores— y de compromiso con la misión a la que habéis sido llamados “ in persona Christi ”(cf. Presbyterorurm ordinis, 2. 7).

Vuestra primera y gran responsabilidad ante el pueblo fiel es la de ser y mostraros sacerdotes irreprochables en el seguimiento de Cristo pobre, casto y obediente. México es un país de genuina tradición religiosa, cuyo pueblo es muy consciente de la dignidad del sacerdote. En vosotros espera ver siempre el modelo que les guíe y que se entregue con la generosidad de quien se ha consagrado al Señor en una vida de celibato, que le debe de capacitar para dedicarse indivisamente a la misión que se le ha confiado (cf. Ibíd., 16)

Sois también servidores de la Palabra (cf. Ibíd., 4) . A tan alta responsabilidad corresponde la coherencia interna del ministro que debe buscar siempre el bien de aquellos a quienes sirve, transmitiendo fielmente la verdad íntegra del Evangelio. El servidor de la Palabra “no vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro...” (cf. Evangelii nuntiandi EN 78). El sacerdote no debe servirse de la Palabra de Dios para la realización de sus propios proyectos, ni siquiera —con supuesta buena intención— para ayudar al cambio de una situación, desde su propia visión personal. El sacerdote debe acercarse humildemente a la Palabra que da vida y debe escucharla atentamente; acogerla en su corazón para meditarla, como María, la Madre del Señor (cf Lc 2,19); hacerla parte de su propia vida y así anunciarla con fidelidad plena.

4. Como la Iglesia es signo de unión entre los hombres y Dios (cf. Lumen gentium LG 1), y de los hombres entre sí, el sacerdote —que recibe su misión de la misma Iglesia— es un hombre llamado a ser artífice de comunión (cf. Presbyterorurm ordinis, 3.8-9.15).

¡Qué tarea tan importante es trabajar por la comunión! La Iglesia fue instituida por el Salvador para salvar y servir a la humanidad entera. Por eso, de vuestra actividad ministerial nadie debe quedar excluido. Cuando la Iglesia habla de opción preferencial por los pobres, lo hace desde la perspectiva del amor universal del Señor, que precisamente manifestó su preferencia por aquellos que más lo necesitaban. No es una opción ideológica; ni tampoco es dejarse atrapar por la falaz teoría de la lucha de clases como motor de cambio en la historia. El amor por los pobres es algo que nace del Evangelio mismo y que no debe ser formulado ni presentado en términos conflictivos.

En efecto, para salir al paso de reduccionismos inaceptables es imprescindible poner de relieve que este amor por los pobres, los marginados, los enfermos y los necesitados de todo tipo, no es exclusivo ni tampoco excluyente (Puebla, 1165). Jesús ha nacido, padecido, muerto y resucitado por todos los hombres. El ha venido a proclamar la filiación divina con el Padre, así como la fraternidad entre todos lo hombres, llamados a ser hijos en el Hijo (cf. Gaudium et spes GS 22). Nada, pues, más ajeno a quien está llamado a actuar “en la persona de Cristo”, que reducir el alcance universal de su misión y de su amor (cf. Presbyterorurm ordinis, 6).

5. El mundo de hoy es testigo de la crisis ideológica de aquellos que ofrecian una sociedad nueva y proclamaban un hombre nuevo, sin reparar que era a costa de la libertad de la persona. Las legítimas aspiraciones del hombre han puesto en tela de juicio ideologías y sistemas que, negando toda trascendencia, pretendían satisfacer con sucedáneos los anhelos del corazón humano por los valores más elevados. La misma evolución de los acontecimientos ha demostrado que los valores auténticamente humanos de justicia, paz, felicidad, libertad, amor, no hacen sino potenciar el deseo de infinito, el ansia de Dios. “ Fecisti nos, Domine, ad te et inquietum est cor nostrum donec requiescat in te”, nos recuerda san Agustín. Por eso, cuando el mundo empieza a constatar los inequívocos fracasos de ciertas ideologías y sistemas, resulta aún más incomprensible que algunos hijos de la Iglesia en estas tierras —movidos a veces por el deseo de encontrar soluciones rápidas— persistan en presentar como viables unos modelos cuyo fracaso es patente en otros lugares del mundo.

Vosotros, como sacerdotes, no podéis involucraros en actividades que son propias de los fieles laicos. Si bien, por vuestro servicio a la comunidad eclesial, estáis llamados a cooperar con ellos ayudándolos a profundizar en las enseñanzas de la Iglesia.

No pocas de estas reflexiones destinadas a los sacerdotes pueden ser compartidas también por los demás participantes en este entrañable encuentro. Por ello os ruego, hermanos y hermanas todos, que, como miembros escogidos de la Iglesia de Dios en México, acojáis estos pensamientos que brotan de mi solicitud de Pastor y del amor que os profeso.

33 A todos los aquí presentes así como a todas las personas consagradas y a los demás agentes de la pastoral y de la acción apostólica; que a lo largo y ancho de este gran país están unidos espiritualmente a nuestra celebración, os exhorto a ser luz y sal que ilumine y dé sabor de virtudes cristianas a los individuos, a la familia, a la sociedad.

6. Quiero dirigirme ahora en particular a los religiosos y religiosas, parte selecta del pueblo de Dios en la obra evangelizadora de ayer, de hoy y del mañana. Vosotros habéis sido llamados a dar testimonio de la presencia de Cristo entre los hombres, asumiendo sin reservas el espíritu radical de las bienaventuranzas. Como miembros de la Iglesia con vocación de consagración peculiar, sois conscientes de que vuestro testimonio de vida comunitaria constituye ya de por sí un “medio eficaz de santificación” (Evangelii nuntiandi ). Por consiguiente, sentíos gozosos de ser para los demás la imagen transparente de Cristo, irradiando por doquier el amor y la alegría de haber sido llamados a hacer vida los valores del Reino en su dimensión escatológica.

La oración, la vocación a la santidad, los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia han de ser, queridos religiosos y religiosas, el eje en torno al cual gire toda vuestra vida. Por ello debéis, ante todo, renovar vuestra conciencia de consagrados día a día, pues cuanto mayor es el ritmo de la actividad y mayor es la inserción en el mundo, tanto más necesaria es la serena reflexión sobre la naturaleza y las características propias de la misión a la que estáis llamados.

No estáis inmunes de las presiones de una concepción secularista o consumista de la existencia. La fidelidad a vosotros mismos y a la llamada del Señor debe moveros a ser incansables en el discernimiento espiritual, así como en el examen cotidiano de vuestros actos, para que vuestra acción de servicio esté siempre encaminada hacia el bien.

7. Muchos de vosotros participáis de una manera intensa en la tarea de evangelizar la cultura. Hoy se ve cada día más claramente la importancia de tales labores al servicio del Reino de Dios.

En vuestras actividades como educadores debéis poner sumo cuidado en mostrar siempre una indefectible fidelidad a la Iglesia. Las enseñanzas del Magisterio no sólo deben mereceros una adhesión formal, sino también iluminar vitalmente el mensaje concreto del que sois portadores. No faltan hoy, por desgracia, exageraciones y errores ampliamente difundidos; por esto mismo habéis de estar muy atentos a desplegar vuestra labor educativa en plena sintonía con las orientaciones de vuestros obispos, que son maestros de la verdad (Discurso a la III Conferencia general del episcopado latinoamericano, 28 de enero de 1979). A este respecto, deseo recordaros el mensaje que dirigí al Episcopado Mexicano y a los superiores y superioras mayores de los religiosos de México, con ocasión de la Asamblea General de octubre pasado: “La naturaleza misma de la Iglesia que es misterio de comunión, exige que entre los pastores de las Iglesias particulares y los religiosos exista una estrecha colaboración que evite posibles magisterios paralelos y también programas pastorales que no reflejen suficientemente esta comunión y unidad”. Como personas consagradas, estáis llamados a ser, junto con vuestros pastores, servidores de la unidad del pueblo de Dios.Todo esfuerzo realizado, en nombre del amor y la fraternidad, por construir comunidades cristianas solidarias y reconciliadas es una preciosa aportación a las tareas de la renovada evangelización a la que el Papa viene convocando a toda la Iglesia en América Latina.

8. Estad, pues, atentos a no aceptar ni tampoco a dejaros imbuir por visiones conflictivas de la existencia humana ni por las ideologías que propugnan el odio de clases o la violencia, incluso cuando pretenden encubrirse bajo epígrafes teológicos (cf. Congr. pro Docrina Fidei, Libertatis Nuntius, XI). Por el contrario, buscad en el tesoro del Evangelio todo aquello que une a los hombres, y trabajad incansablemente para que cuanto constituye motivo de rencilla o enemistad sea superado por el mensaje de amor que nos muestran las palabras y los hechos de Jesús.

¡El Papa confía en vosotros, queridos religiosos y religiosas de México! ¡El Papa espera que con vuestro incomparable entusiasmo os entreguéis generosamente a la nueva evangelización! ¡Qué bendición para México si todos sus consagrados renovasen cotidianamente su compromiso de llevar el Evangelio a todos los rincones de esta acogedora tierra, a todos sus habitantes!

Íntimamente partícipes de esta misión y compromiso, desde la vida silenciosa y austera del claustro, se sienten las religiosas contemplativas, a quienes deseo ahora dirigir mi saludo de particular afecto y aprecio. «En este Cuerpo místico que es la Iglesia, vosotras también habéis elegido ser “el corazón”», os decía en mi mensaje del 11 de diciembre pasado, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe.

¡La Iglesia valora inmensamente la vida contemplativa! El Papa quisiera ver que en todo el mundo, y por supuesto en México, aumenten los conventos y las vocaciones contemplativas. ¡Y es que el mundo está tan necesitado de oración! El mundo está necesitado del testimonio de personas que, dejándolo todo, sigan radicalmente a Jesucristo.

9. Motivo de particular alegría para mí es la presencia de tantos jóvenes seminaristas, esperanza de la Iglesia. Como aspirantes a la vida sacerdotal y religiosa, os aliento vivamente a dedicaros con generosidad y entusiasmo a vuestra formación. El ministerio sacerdotal al cual os sentís llamados exige de vosotros una sólida preparación espiritual, doctrinal y en virtudes humanas.

34 A los diáconos permanentes deseo animarles a una generosa dedicación a las comunidades a las que sirven como discípulos del Señor Jesús. Sed siempre auténticos maestros de la palabra y del ejemplo. También vosotros, que os habéis entregado a Dios como miembros de institutos seculares, estáis llamados a una intensa labor apostólica que se proponga orientar hacia Dios todas las realidades temporales.

Aunque ya he tenido ocasión de dirigirme directamente a los fieles laicos durante mi visita pastoral, no quiero dejar de expresar mi gozo ante la presencia de tan nutrida representación de laicos particularmente comprometidos en la construcción de la Iglesia y de una sociedad más pacífica, justa y fraterna. En vosotros saludo a todos los fieles laicos de este noble país, tan rico en manifestaciones de auténtico compromiso laical con la Iglesia de Jesucristo. ¡Llevad mi saludo a todos los laicos de estas tierras, junto con mi aliento, mi confianza, y mi bendición!

Para concluir, os invito a todos: sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos, seminaristas y fieles laicos a mirar a María como modelo de fidelidad, obediencia y entrega a la realización del plan de Dios. Imitad su “ sí ”, comprometiéndoos con renovada ilusión en la tarea de hacer presente en la sociedad mexicana el mensaje de amor que su Hijo Jesús nos trajo para enseñarnos el camino de la felicidad eterna.

A todos os bendigo de corazón.





VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO


AL MUNDO DE LA CULTURA



Ciudad de México, sábado 12 de mayo de 1990




1. Al término de una intensa jornada, ya al final de mi visita pastoral a este entrañable país, siento un gozo profundo al tener este encuentro, para mí tan lleno de significado, con los representantes del mundo de la cultura: de las ciencias, de las artes y de las letras de México.

En mi saludo afectuoso y cordial a los aquí presentes, quiero abarcar también a cuantos, en toda esta gran nación, comparten las tareas propias de la investigación, del pensamiento y de la formación de las futuras generaciones.

Deseo manifestar mi vivo agradecimiento al doctor Silvio Zabale, por sus amables palabras de bienvenida y por los nobles sentimientos expresados. Mi gratitud va igualmente a cuantos con su generoso esfuerzo han hecho posible que podamos compartir esta tarde unos momentos de reflexión y fraterna convivencia.

Es este mi primer encuentro con intelectuales de América Latina que tiene lugar después de los importantes acontecimientos ocurridos en 1989 en Europa del Este. Asistimos a un cambio que afecta a toda la sociedad contemporánea. Se trata en efecto, de una nueva época muy compleja, en la que forzosamente conviven inercias del pasado e intuiciones del futuro. Sin embargo, precisamente en estas circunstancias, debéis dar prueba, como hombres de la cultura, de vuestra lucidez y de vuestro espíritu penetrante.

Estáis llamados a dar vida a una nueva época también en el nuevo continente, lo que constituye como un desafío para vuestro quehacer intelectual.

A la vista de este dilatado horizonte, así como de las comprometedoras exigencias que habéis de afrontar, se moverán las reflexiones que deseo compartir hoy con vosotros. Ciertamente no es posible —ni es lo que esperáis— ofrecer aquí un cuadro detallado de objetivos culturales para el próximo futuro. Sin embargo, cabe delinear al menos unos principios de análisis del momento actual y unos puntos básicos de referencia que puedan serviros de ayuda en vuestras tareas.

No se puede olvidar, en esta análisis del variado panorama que ofrece América Latina, el importante papel que desempeña la Iglesia católica. Al poner en marcha la nueva evangelización, la Iglesia sigue proclamando incansablemente los principios cristianos, como elemento fundamental de toda civilización y de toda cultura acorde con la dignidad humana; pues la Iglesia al evangelizar y en la medida en que evangeliza, es decir, al anunciar el evangelio de la gracia de Dios, puede humanizar, “civilizar”, liberar, construir la sociedad. De todo ello quiero hacerme eco en este encuentro con vosotros.

35 2. Las transformaciones que han tenido y están teniendo lugar en el llamado bloque de los países del Este representan, como bien sabéis, un cambio en el escenario de la comunidad internacional, lo cual incide de modo inevitable en el resto de los pueblos.

Podríamos afirmar que el clima de mayor confianza que se está instaurando en este último período ha despejado notablemente el camino del peregrinar humano. La amenaza de una destrucción total que se cernía sobre la humanidad contemporánea (Dominum et vivificantem
DEV 57), parece haberse alejado sensiblemente. Hoy se respira un aire renovado y se nota por doquier como un resurgir de la esperanza.

Sin embargo, no podemos dejar de constatar que son muchas las incertidumbres del camino a seguir. Se están superando ciertamente no pequeños obstáculos, pero, al mismo tiempo, se descubre la ausencia de válidos proyectos culturales capaces de dar respuesta a las profundas aspiraciones del corazón humano.

En la raíz de estas consideraciones nos parece poder constatar dos realidades bien probadas. Por un lado, la más evidente es que el sistema basado en el materialismo marxista ha decepcionado por sí mismo. Quienes lo propugnaban y quienes fundan su esperanza en esos intentos han quedado advertidos.

Sin embargo —y es la otra comprobación— tampoco los modelos culturales ya afianzados en los países más industrializados aseguran totalmente una civilización digna del hombre (Sollicitudo rei socialis SRS 28). Con frecuencia se exaltan los valores inmediatos y contingentes como claves fundamentales de la convivencia social y se renuncia a cimentarse en las verdades de fondo, en los principios que dan sentido a la existencia. Baste pensar en la pérdida del significado de la vida humana, puesta de manifiesto en el elevado número de suicidios, característico de algunos países altamente industrializados, y testificada también trágicamente por el aborto y la eutanasia. Se está verificando un proceso de desgaste, el cual, afectando a la raíz, no dejará de acarrear dolorosas heridas para toda la sociedad.

3. Además, y considerando el caso de América Latina, aquellos valores inmanentes y transitorios son incapaces de sustentar el esfuerzo que exige la construcción de una civilización prometedora como la vuestra, de una sociedad digna del hombre en todos sus aspectos: materiales y espirituales, inmanentes y transcendentes.

Ante este panorama de incertidumbre, ante la crisis de modelos culturales, viene a mi mente aquella serie de interrogantes que expresaba el autor de aquel documento anónimo del México prehispánico: “ ¿Qué es lo que va a gobernarnos?, ¿qué es lo que nos guiará?, ¿qué es lo que nos mostrará el camino?, ¿cuál será nuestra norma?, ¿cuál será nuestra medida?, ¿cuál será nuestro modelo?, ¿de dónde habrá que partir?, ¿qué podrá llegar a ser la tea y la luz?” (Códice Matritense de la real Academia de Historia, fol. 191 v. 192r).

Por otra parte, en América latina, se va viendo la necesidad de abrir nuevos caminos partiendo de vuestra propia identidad, y esto interpela directamente a vuestra responsabilidad de hombres del pensamiento y de la cultura. No podemos olvidar que México ha sido cuna de civilizaciones que, en su tiempo, alcanzaron un alto grado de desarrollo y que han dejado un inestimable legado de cultura y saber. Os toca pues cooperar intensamente para dar vida a un proyecto de desarrollo cultural que lleve a los pueblos de Latinoamérica a esa plenitud de civilización, a la que deben aspirar.

4. Al aprestarse para una nueva evangelización, la Iglesia católica se siente llamada a ofrecer también una importante contribución en este campo. Ella tiene plena confianza en vuestra capacidad y en vuestras cualidades. Por su vocación de servicio al hombre en plenitud de vida, es como connatural a la Iglesia servir los afanes de verdad, de bien y de belleza presentes en todo corazón humano. Tal vez no haga falta repetirlo; de todos modos, dejadme recordar que la Iglesia siempre ha tratado de favorecer la cultura, la verdadera ciencia, así como el arte que enaltece al hombre o la técnica que se desarrolla con profundo respeto de la persona y de la misma naturaleza.

De esta actitud de la Iglesia tenéis amplio conocimiento, pues, a lo largo de varios siglos el cristianismo ha ido penetrando profundamente en la cultura de América Latina hasta formar parte de su propia identidad. México, por otro lado, cuenta con personajes cuya obra es patrimonio de toda la humanidad. Pienso en sor Juana Inés de la Cruz, Juan Ruiz de Alarcón y tantos otros. Pienso también en tantas manifestaciones de su genio artístico y literario. El elenco se haría muy amplio, si hiciéramos mención de las diversas instituciones culturales.

5. Junto a todo ello, no es posible desconocer que han existido en el pasado —y en algunos ambientes aún persisten— incomprensiones y malentendidos respecto a determinados postulados de la ciencia. Permitidme que lo repita también aquí ante los exponentes de la intelectualidad y del mundo universitario mexicano: la Iglesia necesita de la cultura, así como la cultura necesita de la Iglesia. Se trata de un intercambio vital que, en un clima de diálogo cordial y fecundo, lleve a compartir bienes y valores que contribuyan a profundizar la identidad cultural, como servicio al hombre y a la sociedad mexicana.

36 Esta indeclinable vocación de servicio al hombre, —a todo hombre y a todos los hombres, es la que mueve a la Iglesia a dirigir su llamado a los intelectuales mexicanos - comenzando por los intelectuales católicos— para que, abriendo nuevos cauces a la participación y a la creatividad, no ahorren esfuerzos en llevar a cabo aquella labor integradora —propia de la verdadera ciencia— que asiente las bases de un auténtico humanismo integral que encarne los valores superiores de la cultura y de la historia mexicana.

Para llevar a cabo esta tarea, se precisa partir de un nuevo modo de percibir las relaciones entre historia humana y transcendencia divina. Hay que dejar atrás aquellos injustificados planteamientos en que la afirmación de una, implica una mayor o menor supresión de la otra (cf. Gaudium et spes
GS 36). Es necesario poner de relieve que el esfuerzo del hombre por superarse en todos los aspectos forma parte de su anhelo por acercarse más a Dios; y que la unión íntima del hombre con Dios ha de desembocar, a su vez, en un mayor empeño por dar soluciones satisfactorias a tantos problemas y situaciones negativas de las que todos somos conscientes: pobreza, ignorancia, explotación, divisiones, enfrentamientos, desprecio de la justicia y de la verdad (cf. Christifideles laici CL 42 CL 44).

6. Al meditar sobre estas exigencias, los Padres del Concilio Vaticano II han dirigido su mirada al misterio de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Allí contemplamos con estupor el vivir humano en la Persona del Hijo Unigénito de Dios. Nunca podrá pensarse del hombre nada más elevado.

Una triple perspectiva ha servido al mismo Concilio para articular, en la parte inicial de la Constitución “Gaudium et spes”, su magisterio sobre el misterio de Cristo en relación con el hombre: la persona, la capacidad humana de amar y el trabajo.

En primer lugar, la persona. Sobre ella nos dice el citado documento conciliar que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”. Pues “ Cristo..., en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”. Al mismo tiempo, “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre” (Gaudium et spes GS 22).

Por otro lado, el hombre cristiano recibe las “ primicias del Espíritu” (cf. Rm 8,23), las cuales le capacitan para cumplir la ley nueva del amor, por medio del cual se restaura internamente todo hombre. Pero “esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible” (Gaudium et spes GS 22). Este es el gran misterio que la misma Revelación cristiana trata de esclarecer a los creyentes. De este modo, la persona está llamada a integrar todas las realidades que componen su existencia en una síntesis armónica de vida, orientada por un sentido último, que es la expresión más sublime del amor (cf. Ibíd.).

Estamos así delante de la segunda perspectiva enunciada: la capacidad de amar. Es la posibilidad que tiene la persona de unión, de cooperación con Dios y con sus semejantes para realizar un anhelo compartido. Amando se descubre esa honda capacidad de darse que eleva la persona y la ilumina interiormente. En efecto, el amor es una fulgurante llamada a salir de sí mismo y transcenderse.

7. En continuidad con mi venerado predecesor Pablo VI, he hablado en repetidas ocasiones de la civilización del amor. Una meta sumamente atractiva y, a la vez, exigente que se debe mirar a la luz del misterio del Verbo encarnado. El es “la luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Jn 1,9). Al encarnarse, el Hijo de Dios ha manifestado el sentido definitivo que, en Dios, tiene cada criatura humana y al mismo tiempo, le ha hecho ver que su vocación abarca todo su ser y todo su obrar.

Llegamos así a la última de las perspectivas enunciadas: el sentido de la actividad humana. El trabajo es uno de los grandes temas de la cultura, y de modo especial lo es en la época contemporánea.

Mirando al pasado, es interesante recordar el escaso valor que en la antigüedad clásica se daba al trabajo como parte de la cultura. En realidad el ocio y el trabajo fueron vistos frecuentemente en clave antitética. En el panorama cultural, aun en nuestros días, no siempre aparece el trabajo humano como medio de realización de la persona. Mas, desde la óptica de la fe, la perspectiva se ensancha hasta hacer de la actividad humana un medio de santificación y experiencia de unión con Dios. Esto se hace posible cuando se advierte que el Dios a quien el hombre busca afanosamente es el Dios viviente; es decir, el Padre omnipotente, que actúa permanentemente en la creación, guiándola hacia el término que le ha prefijado (cf. Gaudium et spes GS 34); y también el Hijo encarnado, que continúa realizando su obra redentora mediante el Espíritu Santo (cf. Ibíd., 38). En este acercamiento incesante de Dios, el hombre, mediante su trabajo, se hace colaborador y como mediador de un operar divino destinado a difundirse en la creación entera (cf. Laborem exercens LE 25).

Es cierto que, en esta tarea, el hombre habrá de comprobar también —en su propia carne— la injusticia y el sufrimiento, consecuencias del pecado y de la tergiversación de lo creado. Y, sin embargo, todo ello no es un obstáculo. Al contrario, es una nueva llamada para una unión más íntima con Dios, pues, al contrasentido del pecado responde Dios con la encarnación de su Sabiduría.

37 8. Antes de concluir, quisiera volver a la perspectiva inicial de estas consideraciones: América Latina ha de reafirmar su identidad y ha de hacerlo desde sí misma, desde sur raíces más genuinas. Las diversas dificultades que la afectan, de orden económico, social, cultural, deben ser resueltas con la colaboración y el esfuerzo de sus mismas gentes. En esta noble tarea el hombre y la mujer de cultura están llamados a inspirar principios de fondo y suscitar motivaciones que estimulen la capacidad moral y espiritual de la persona, único medio para conseguir unos cambios que sirvan al hombre y no lo esclavicen.

El hondo sentido de responsabilidad y el compromiso ético que debe caracterizar a todo hombre de la cultura os llevará a hacer de vuestra actividad, en el campo de las ciencias, de las letras y de las artes, un instrumento de acercamiento y participación, de comprensión y solidaridad en los diversos sectores en los que se deja sentir vuestra influencia. Las tensiones y conflictos que puedan aparecer en el panorama social han de ser un desafío a vuestro talento para poner de manifiesto que los enfrentamientos y las incomprensiones van ligados frecuentemente a la ignorancia y al desconocimiento mutuos.

La verdadera cultura tiende siempre a unir, no a dividir. En vuestra búsqueda constante de la verdad, de la belleza y del conocimiento científico, abrid nuevos caminos a la creatividad y al progreso, tratando de unir las voluntades y buscando soluciones a los innumerables problemas que plantea la existencia humana.

9. La Iglesia católica en Latinoamérica toma en seria consideración vuestras valiosas aportaciones. En esta actitud hay también una esperanza: que promováis una cultura que enriquezca al hombre integralmente, llevándole a superar - desde sí mismo, sea quien sea - las situaciones negativas en las que tantas veces se encuentra postrado. Que todos puedan descubrir y alcanzar la plena dignidad de la existencia humana, al forjar una cultura abierta a la Sabiduría de Dios y a su acción entre los hombres y en la creación entera.

Para concluir, Señoras y Señores, deseo recordaros una frase de Jesús en el evangelio de san Juan: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (
Jn 8,32). Que no desfallezca vuestro ánimo en la búsqueda apasionada de la verdad. Que vuestra vocación de servicio al hombre rechace siempre todo aislamiento egoísta que os pueda sustraer a una participación responsable en la vida pública y en la defensa y promoción de los derechos del hombre. Que seáis siempre promotores y mensajeros de una cultura de la vida que haga de México una patria grande donde los antagonismos sean superados, donde la corrupción y el engaño no encuentren espacio, donde el noble ideal de solidaridad entre todos los mexicanos prevalezca sobre la caduca voluntad de dominio.

Muchas gracias.





VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto internacional de Ciudad de México

Domingo 13 mayo de 1990

: Queridos hermanos en el episcopado,
autoridades civiles y militares
amadísimos mexicanos todos:

38 Ha llegado la hora de dejar esta bendita y querida tierra de México.

1. Con mi mayor afecto me despido, pero no os digo adiós. Me quedo con vosotros, porque os llevo en mi corazón: mejor diría, mi corazón se queda en México: en los lugares que he visitado y en aquellos otros que debido a la brevedad del tiempo no me ha sido posible visitar, a pesar de las amables y numerosas invitaciones recibidas. Ahora, al momento de partir, doy fervientes gracias a Dios por haberme concedido el gozo de encontrar a la Iglesia de Dios que peregrina en México: una Iglesia llena de vitalidad en medio de la cual he podido compartir, con tantos hijos e hijas suyas unas jornadas intensas por las manifestaciones de fe, de amor fraterno y de firme esperanza. En mi recorrido por las diversas ciudades de la vasta geografía mexicana, he hallado siempre el calor humano y el afecto que brota del sentirse unidos por fuertes vínculos de fe. Llevo conmigo el imborrable recuerdo de un pueblo religioso que, en torno a sus pastores y unido al Sucesor de Pedro, está decidido a testimoniar en la sociedad mexicana el mensaje salvador de Cristo, mensaje de paz, de justicia, de amor.

2. En estos momentos vuelven a mi mente todas las personas a las que he podido acercarme en vuestras calles y plazas, y con las que he compartido breves momentos de gracia y de intensa comunión espiritual: aquí en la Ciudad de México, en Veracruz, Aguascalientes, San Juan de los Lagos, Durango, Chihuahua, Monterrey, Tuxtla Gutiérrez, Villahermosa y Zacatecas. De modo particular recuerdo la ordenación de sacerdotes en Durango, y expreso de nuevo mi gratitud a los padres y madres de México, que generosamente ofrecen al Señor sus hijos e hijas para la vida sacerdotal o religiosa.

No puedo olvidar que hoy es 13 de mayo, fiesta de la Virgen de Fátima, fecha muy significativa para mí por haber sentido de manera particular, tal día como hoy hace nueve años, la protección maternal de María. Por eso, en esta hora radiante de una mañana dominical, mis pensamientos y mis plegarias van hacia el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, para pedirle que me siga acompañando siempre en mi camino como Peregrino de la Evangelización y para que Ella, como Primera Evangelizadora de América Latina, ayude a la Iglesia, que está en este continente de la esperanza, a realizar la irrenunciable tarea de la nueva evangelización que deseamos, y que ya ha comenzado con ocasión del V Centenario de la llegada del Mensaje de Jesús a estas tierras.

3. En esta perspectiva, llena de luz y de confianza, a ti, querido pueblo de México, te repito la consigna que ya te propuse, hace once años, cuando tras haber besado, con honda emoción, este suelo, dirigí en la catedral primada mi primera alocución: “Mexicum semper fidele, México siempre fiel ”.

Mi oración se dirige a Dios rico en misericordia para que corrobore en cada uno de vosotros el firme deseo de afrontar los problemas con ánimo sereno y esperanzado, dispuestos a buscar soluciones por el camino del diálogo, de la concordia, de la solidaridad, de la justicia, de la reconciliación y del perdón.

Quiera Dios que vuestro país, que se gloría de haber dado a la Iglesia tantos ejemplos de acrisolada fe, contribuya también eficazmente a fortalecer los vínculos de amistad, de paz, justicia y progreso entre los miembros de la gran familia de Latinoamérica. Buscad incansablemente la armonía en la justicia y en la libertad. Así aseguraréis un porvenir mejor, no sólo para vosotros sino también para las futuras generaciones.

4. Ojalá que estas inolvidables jornadas de intensa comunión en la fe y en la caridad, ayuden a todos los mexicanos a renovar su compromiso de vida cristiana, su fidelidad al Señor, su voluntad de servicio y ayuda a los hermanos, particularmente a los más necesitados.

¡Adelante, México! El Papa se va, pero se queda con vosotros. El Papa os ama y desea permanecer a vuestro lado infundiéndoos ánimo para afrontar los problemas y acompañándoos por los difíciles caminos que tendréis que recorrer. ¡No tengáis miedo! Abrid de par en par las puertas a Cristo!

Antes de terminar deseo reiterar mi agradecimiento al señor Presidente de la República aquí dignamente representado por el señor Secretario de Relaciones Exteriores, así como a los miembros del Gobierno y a todas las autoridades civiles y militares, por las facilidades que generosamente han puesto a disposición en los diversos lugares, que han contribuido mucho al buen desarrollo de mi viaje pastoral. Que el Señor premie los esfuerzos que realizan para asegurar a su país un porvenir de paz y concordia, de justicia y bienestar para todos los mexicanos. Particular aprecio y gratitud he de manifestar a todos mis hermanos en el episcopado, a los sacerdotes, religiosos, religiosas y a tantas personas y entidades que, con dedicación y desprendimiento, han prestado un valioso servicio antes y durante mi viaje.

Una palabra de gratitud dirijo igualmente a los informadores, por el encomiable esfuerzo realizado en la prensa, la radio y la televisión, para informar sobre los diversos encuentros que se han llevado a cabo durante mi estancia en este entrañable país.

39 ¡Dios bendiga siempre a México!
¡Dios bendiga a cada uno de sus hijos e hijas!
¡Dios bendiga el presente y el futuro de esta querida nación!
¡Hasta siempre, México!





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