Discursos 1990 39


VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

RADIOMENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS FIELES DE YUCATÁN


Domingo 13 de mayo de 1990



Con gran gozo deseo enviar mi más cordial saludo a todos los amadísimos hijos e hijas de Yucatán, en el marco de mi inolvidable visita pastoral a México, que ya termina.

Hubiera sido mi deseo que mi itinerario por esta gran nación, que Dios ha bendecido con tantos dones y con la particular protección de la Santísima Virgen, pasara también por la península de Yucatán. Ya que no ha sido posible, quiero ahora hacer llegar a todos los amables fieles, junto con sus sacerdotes, religiosos y religiosas, y al señor arzobispo, las más vivas expresiones de mi afecto en el Señor. Quiera Dios que los habitantes de esa noble tierra que ha sido, y es, cuna de la gloriosa cultura maya, que se vio fecundada por la celebración de la eucaristía en los albores de la llegada del Evangelio a México, sean siempre fieles a sus valores cristianos, que les infundan renovadas energías para avanzar en el progreso espiritual y material de toda esa querida arquidiócesis.

Mientras os aliento a dar testimonio del amor a Jesucristo, viviendo como hermanos en la unidad de la Iglesia, os encomiendo a la maternal protección de Nuestra Señora de Guadalupe, Reina y Patrona de todos los mexicanos.

Os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.






A LOS PARTICIPANTES EN LA VIII ASAMBLEA PLENARIA


DEL PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA


17 de mayo de 1990



Señores cardenales;
queridos amigos:

40 1. Es para mí una alegría el mero hecho de recibir a los participantes en la octava asamblea plenaria del Pontificio Consejo para la Familia. Agradezco al señor cardenal Gagnon el haberme presentado vuestros trabajos.

Habéis escogido como tema "La formación del sacerdote y la pastoral familiar", en relación con la reflexión que llevará a cabo el próximo Sínodo de los Obispos. Sí, este aspecto del ministerio sacerdotal es de la mayor importancia. Tanto en la sociedad como en la Iglesia, la familia desempeña un papel esencial de cara al desarrollo del ser humano. Y, en la Iglesia, la dignidad de la familia se ve ratificada por el sacramento del matrimonio que santifica la comunión entre los esposos y consagra la fundación de un hogar cristiano.

Durante las últimas décadas numerosos esposos cristianos han sentido de modo más fuerte la necesidad de descubrir la grandeza de la vocación a la que son llamados por su matrimonio, así como las riquezas de su maravillosa misión, de cara al bien de la sociedad y de la Iglesia. Tras el Concilio Vaticano II, que ha puesto de relieve el lugar de los laicos en la Iglesia y la llamada universal a la santidad, muchos son los sacerdotes que en estos últimos años han sabido apoyar y guiar a las familias en este sentido. Ahora conviene repensar la pastoral familiar y hacer que la formación de cara a ella sea incorporada de modo más estructurado y concreto en el ciclo de formación sacerdotal.

2. En efecto, mientras que ciertos aspectos de la actividad sacerdotal pueden afectar tan sólo a personas de una edad, profesión, cultura o situación muy determinadas, la pastoral familiar, por el contrario, tiene por campo de aplicación la vida de los fieles cristianos de todas las edades. «Toda ayuda brindada a esta célula fundamental del humano consorcio despliega una eficacia multiplicada, que se refleja sobre los diversos elementos del núcleo familiar y se perpetúa, a la vez, en el tiempo, gracias a la obra educadora que de los padres reverbera en los hijos y, por medio de ellos, en los hijos de los hijos» (Alocución del 1 de marzo de 1984, n. 1; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de abril de 1984, pág. 19).

La necesidad de esta preparación sacerdotal para la pastoral de la familia se deja sentir de modo más urgente cuando se considera el fin de todo el ministerio y de toda la vida de los sacerdotes: «Dar gloria a Dios Padre en Cristo. Y esta gloria, enseña el Concilio Vaticano II, es la acogida consciente, libre y agradecida por parte de los hombres de la obra realizada por Dios en Cristo» (Presbyterorum ordinis
PO 2). La renovación de la vida de los fieles cristianos promovida por el Concilio depende, en gran medida, del celo pastoral desplegado por los ministros del Señor. No obstante, en el marco de la vida familiar, las energías se multiplican dada la más rápida llegada del reino de Dios entre los hombres. Cuando los esposos viven generosamente su amor, pueden dar testimonio auténtico de la Buena Nueva, dado que hacen de su vida cotidiana un instrumento de apostolado y el marco de un primer anuncio de la palabra de Dios a sus hijos.

El servicio a los esposos y sus familias constituye una parte importante del ministerio de los sacerdotes, cooperadores del obispo, que es el «primer responsable de la pastoral familiar en la diócesis» (Familiaris consortio FC 73). En este tiempo de Pascua, que recuerda a los hombres el pacto de reconciliación y de paz realizado en Cristo, se capta mejor la necesidad de iluminar con la luz del Salvador y retomar con su fuerza redentora el pacto conyugal de los esposos y toda la vida familiar que de él mana. Y la tarea de los sacerdotes consiste en ayudar a los hogares cristianos a reflejar en toda su vida el misterio del amor esponsalicio entre Cristo y su Iglesia. De este modo realizarán lo que propone el Concilio Vaticano II cuando afirma: «La familia cristiana, cuyo origen está en el matrimonio, que es imagen y participación de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia, manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia, ya por el amor, la generosa fecundidad, la unidad y fidelidad de los esposos, ya por la cooperación amorosa de todos sus miembros» (Gaudium et spes GS 48).

3. Es necesario que la formación del sacerdote proceda de una reflexión meditada del misterio de Cristo y desde ella progrese. La intervención sacerdotal en la pastoral familiar hunde sus raíces en un conocimiento, personalmente asimilado, del plan de Dios revelado en Jesucristo y supone una comprensión auténtica de la naturaleza de la Iglesia. La doctrina sobre el matrimonio y sobre la familia, que el sacerdote tiene la misión de transmitir, no se mueve simplemente en el orden especulativo; traduce también la sabiduría con la cual la ordinaria asistencia del Espíritu Santo nutre a los fieles para su crecimiento dentro de la Iglesia.

Tal es la perspectiva de la enseñanza del magisterio, que se ha expresado para nuestros contemporáneos particularmente mediante la encíclica Humanae vitae y la exhortación apostólica Familiaris consortio. Hay que ayudar, con la verdad del misterio de Cristo, a descubrir, desarrollar y elevar la verdad que se halla depositada en el corazón del hombre, la verdad que ya está presente en el interior de la relación conyugal entre el hombre y la mujer. De este modo, por ejemplo, conviene hacer descubrir adecuada-mente a los esposos que «todo lo que ha enseñado la Iglesia sobre la procreación responsable no es sino ese originario proyecto que el Creador grabó en la humanidad del hombre y de la mujer que se casan, y que el Redentor vino a restablecer» (Alocución del 1 de marzo de 1984, n. 2).

Proponiendo la plenitud de la verdad sobre el amor conyugal y familiar, los pastores de la Nueva Alianza saben que no basta enseñar la nueva ley que ilumina la conducta de cada uno; también es necesario abrirse a la gracia que viene en auxilio de la debilidad que conlleva la concupiscencia. Por ello la caridad pastoral hacia la familia exige una continua disponibilidad para ofrecer la riqueza de la gracia sacramental dispensada por la Iglesia, sin disminuir para nada la grandeza y dignidad del sacramento propio de los esposos y mediante el cual se hace presente entre los hombres el amor que viene de Dios.

4. Todos los que habéis recibido el don del amor conyugal, tenéis que saber que con la generosidad de vuestro mutuo amor y con el de vuestros hijos, la unión de Cristo y de su Iglesia se ve fecundada en vuestras vidas. Sois para vuestros pastores el testimonio claro y vivo del misterio cristiano; los sostenéis para que sean los incansables testigos de la fuerza redentora de Cristo y para que sepan aconsejar con paciencia y caridad a los hogares que les confían sus dificultades.

Sacramento del matrimonio y sacerdocio cristiano: he aquí dos sacramentos que edifican el bien de la Iglesia y de la sociedad. Dos participaciones en el misterio de Cristo que se refuerzan mutuamente en el interior de la existencia cristiana, desde la fidelidad al propio carisma de cada uno, para el bien de todo el pueblo de Dios.

41 Espero que la reflexión llevada a cabo por vuestro Consejo sea útil particularmente para los sacerdotes que asumen la responsabilidad de la pastoral familiar. Con una confiada colaboración deben poner sus esfuerzos en común con los competentes animadores laicos, para ayudar a la familia dentro de la complementariedad de sus respectivos papeles. Es bueno que, desde su formación, los sacerdotes se preparen a tal tipo de responsabilidades mediante una cultura humana que ilumine la teología, con la experiencia del trabajo en equipo con los hogares, así como por la vida espiritual, que es la única que puede hacer de ellos testigos dignos de crédito.

Señores cardenales, queridos amigos, les deseo para sus trabajos y para su apostolado esa irradiación que proporciona la asistencia del Espíritu Santo. Ofreciéndoos mis palabras de ánimo y mis mejores deseos, imparto a cada uno de vosotros mi bendición apostólica.





                                                              Junio de 1990



DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR RAMÓN ARTURO CÁCERES RODRÍGUEZ,,

NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DOMINICANA


ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 18 de junio de 1990



Señor Embajador:

Es un motivo de satisfacción para mí recibir hoy a Vuestra Excelencia que, con la presentación de las Cartas Credenciales, inicia su misión como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Dominicana ante la Santa Sede.

Ante todo le agradezco el deferente saludo de parte del Señor Presidente de la República, así como las delicadas expresiones que ha tenido para con esta Sede Apostólica, las cuales testimonian asimismo los sinceros sentimientos del noble pueblo dominicano.

Vuestra tierra, en la que hace cinco siglos se plantó la cruz de Cristo comenzando así la evangelización de ese gran Continente, fue la etapa inicial de mi primer viaje apostólico en 1979. Con él empecé una larga peregrinación de fe que, como mensajero del Evangelio y Sucesor de Pedro, me ha llevado a visitar a tantas Iglesias particulares esparcidas por todo el mundo para confirmar así en esta misma fe a los hermanos (cf. Lc Lc 22,32), en obediencia al mandato del Señor.

En sus amables palabras Vuestra Excelencia se ha referido a la magna obra de la evangelización del Nuevo Mundo, para cuyo V centenario nos estamos preparando con una novena de años, que el Señor me ha concedido la gracia de inaugurar precisamente en la ciudad de Santo Domingo, pórtico de las Américas.

Este acontecimiento sin par no atañe únicamente a la vida de América Latina, sino que tiene honda repercusión en la Iglesia universal. En efecto, el proceso evangelizador, iniciado por los primeros misioneros, ejemplares por su abnegada labor espiritual y social, y que en estos cinco siglos ha pasado por diversas vicisitudes eclesiales y sociopolíticas, debe continuar en nuestros días y proyectarse hacia el futuro, teniendo en cuenta las situaciones cambiantes de las personas y de los pueblos en su devenir histórico.

Por eso, la celebración eclesial del V centenario no debe limitarse a una mera conmemoración del pasado, sino que debe ser primordialmente un nuevo llamado a todos a seguir pregonando ?como nos recuerda el Concilio Vaticano II? que “ en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres como don de la gracia y misericordia de Dios ” (Lumen gentium LG 27).

42 Pues la evangelización verdadera no puede quedar sólo a nivel de simple proclamación del mensaje salvífico, sino que ha de impregnar con el espíritu de las Bienaventuranzas las relaciones cotidianas de las personas entre sí y con Dios. De este modo es como se podrá influir en profundidad sobre las realidades, los criterios de juicio, los valores sociales, las líneas de pensamiento, los principios que inspiran los comportamientos y modelos de vida; es decir, sobre todo el proceso cultural de un pueblo.

En este sentido, la Iglesia católica, a la vez que predica el mensaje salvífico que viene de Dios, defiende ineludiblemente la causa del hombre y su dignidad. Así lo ha hecho y seguirá haciéndolo la Iglesia dominicana, pues su preocupación pastoral ha sido y es la de servir generosa y desinteresadamente a todas las personas, sin distinción de raza, clase o cultura, ya que en esta ardua tarea de llevar a cabo la liberación integral del ser humano, como se dijo en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla, quiere servirse únicamente de los “ medios evangélicos... y no acude a ninguna clase de violencia ni a la dialéctica de la lucha de clases ”. (Puebla, 485)

Esta es la principal motivación que hace cinco siglos impulsó a los primeros evangelizadores que pisaron esa querida tierra: dar a conocer la Buena Nueva como mensaje salvífico que trasciende toda forma de interés y egoísmo. Y el pueblo dominicano, tradicionalmente religioso, ha visto en la cruz de Cristo la realización más sublime del hombre. Por eso la fe cristiana como recuerda Vuestra Excelencia está en las raíces de la cultura dominicana, como lo manifiesta también su representación en los símbolos nacionales. Por lo cual, ante el reto del momento presente, esa Iglesia local, con su Jerarquía al frente, desea colaborar, mediante el testimonio evangélico, con las diversas instancias civiles para que los amadísimos hijos de la República Dominicana, junto con un creciente progreso en su vida cristiana, vayan alcanzado igualmente un mayor bienestar social, como fruto de la solidaridad y la justicia.

Para que estos sentidos deseos sean una confortadora realidad en su País, imploro sobre el querido pueblo dominicano, sobre sus gobernantes, y de modo particular sobre Vuestra Excelencia y su distinguida familia y colaboradores, la constante protección divina, al mismo tiempo que hago votos por el feliz desempeño de la misión que le ha sido encomendada.






A UN GRUPO DE FUNCIONARIOS


DE LA ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS


18 de junio de 1990



Señoras y señores:

Me es grato dar la bienvenida a los distinguidos funcionarios de la Organización de las Naciones Unidas y a sus organismos asociados que participan en el “Inter-Agency Meeting on Language Arrangements, Documentation and Publication”, que se celebra durante esta semana en Roma. Espero que esta reunión les ayude en su importante tarea de coordinar las comunicaciones y colaboraciones entre los varios organismos especializados dentro del sistema de las Naciones Unidas.

Merced a su experiencia en la administración de los aspectos técnicos de las comunicaciones entre pueblos de lenguas y fundamentos culturales diversos, ustedes son conscientes de la paciencia y perseverancia que requiere un diálogo auténtico. Desde la época de su fundación, en las circunstancias que derivaron de la segunda guerra mundial, y durante todo el período de la historia marcado por conflictos globales sin precedentes, la Organización de las Naciones Unidas ha intentado construir pacientemente canales para una comunicación efectiva y un diálogo en el contexto de la comunidad internacional. En este momento en que las realidades geopolíticas cambian velozmente, dicha tarea es esencial para el desarrollo de una nueva solidaridad entre las naciones y los pueblos, basada en el respeto a la dignidad y a los derechos fundamentales de la persona humana, que pueda proporcionar un fundamento moral y garantías seguras de una paz justa y duradera en nuestro mundo.

Señoras y señores, ante ustedes expreso una vez más mi esperanza de que “en vista de su carácter universal, la Organización de las Naciones Unidas jamás deje de ser el forum, el alto tribunal en el que todos los problemas del hombre sean valorados en la verdad y la justicia” (Discurso a la Asamblea general de las Naciones Unidas, 2 de octubre de 1979, n. 7).

Mientras ustedes buscan cooperar en esta noble empresa, aportando sus conocimientos técnicos, les aseguro que la Iglesia mira a la Organización de las Naciones Unidas con confianza y apoyo, y con una gran esperanza de que desempeñe un papel cada vez más efectivo en el desarrollo de la civilización de la paz y el respeto a los derechos humanos en todo el mundo. Invoco para todos ustedes y sus deliberaciones en el curso de esta semana la abundante bendición de Dios todopoderoso.






AL SEÑOR SERGIO OSSA PRETOT,


NUEVO EMBAJADOR DE CHILE ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 18 de junio de 1990



43 Señor Embajador:

Es para mí motivo de particular complacencia recibir las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Chile ante la Santa Sede. Al darle, pues, mi cordial bienvenida en este acto de presentación, me es grato reiterar ante su persona el profundo afecto que siento por todos los amados hijos de Chile.

Es esta una feliz circunstancia que me hace evocar las intensas jornadas de fe y esperanza vividas en su País durante mi visita pastoral, a la que Usted se ha referido, así como los sentimientos de adhesión y cercanía que los chilenos profesan al Sucesor de Pedro.

Al deferente saludo que el Señor Presidente Don Patricio Aylwin Azócar ha querido hacerme llegar por medio de Usted, correspondo con sumo agradecimiento y le ruego tenga a bien transmitirle mis mejores votos por su persona y alta misión, junto con las seguridades de mi plegaria al Altísimo por el bien espiritual y social de su noble Nación.

En sus amables palabras, Señor Embajador, ha aludido Usted a la obra de mediación llevada a cabo por la Santa Sede, que hizo posible la solución del diferendo austral con la nación hermana Argentina. Con mi viaje apostólico en el mes de abril de 1987, quise también conmemorar la feliz conclusión del Tratado de Paz y Amistad que, como usted ha afirmado, sentó las bases para un proceso de integración física y complementación económica que se encuentran permanentemente en marcha.

Durante los tres años transcurridos desde mi visita pastoral a Chile, se han producido en su País importantes cambios que están dando lugar a un proceso de transformación en sus instituciones y estructuras sociopolíticas. Al respecto, esta Sede Apostólica sigue con particular atención dicha evolución y no puedo por menos de felicitar al noble pueblo chileno por la madurez cívica de que está haciendo gala en la consolidación del proceso democrático.

Me complace saber que las Autoridades de su País están trabajando por crear un clima de reconciliación que permita superar antagonismos y heridas de tiempos pasados y dé paso a la comprensión y al diálogo, elementos imprescindibles en la edificación de una sociedad basada en los principios de la justicia y de la libertad.

Para ello es necesario lograr la adecuada armonización de los legítimos derechos de todos los ciudadanos en un proyecto común de convivencia pacífica y solidaria. En este campo, la concepción cristiana de la vida y las enseñanzas morales de la Iglesia han de continuar siendo elementos esenciales que inspiren a todas aquellas personas y grupos que buscan la instauración de una sociedad más justa, fraterna y responsable; una sociedad que responda, en consecuencia, a las necesidades de los hombres y a los verdaderos designios de Dios.

Es preciso, pues, acometer con amplitud de miras un decidido empeño que anteponga el bien común a los intereses particulares. Ninguna ideología o sistema puede absolutizarse por encima del respeto a las personas y grupos, sino que todos deben favorecer el diálogo leal y constructivo que evite descalificaciones y enfrentamientos. En efecto, los principios de la justicia y el derecho han de ser respetados por todos y utilizados como instrumentos de colaboración y convivencia permanentes.

Quiero reiterarle, Señor Embajador, la decidida voluntad de la Iglesia en Chile a colaborar ?en el ámbito de su propia misión religiosa y moral? con las Autoridades y las diversas instituciones del País, en promover todo aquello que redunde en el mayor bien de la persona humana y de los grupos sociales, en especial, los menos favorecidos. A este respecto, hago votos para que las hondas raíces cristianas que han configurado la historia y la vida de los chilenos, inspiren el proceso social de su País y la conciencia moral de sus dirigentes en la promoción y defensa de aquellos valores espirituales que son el verdadero tesoro y la base para el auténtico progreso de una Nación; pues sin sólidos principios morales un pueblo no puede progresar.

Señor Embajador, antes de finalizar este encuentro, pláceme asegurarle mi benevolencia y mi apoyo para que la alta misión que le ha sido encomendada se cumpla felizmente. Por mediación de Nuestra Señora del Carmen, elevo mi plegaria al Altísimo para que asista siempre con sus dones a Usted y a su distinguida familia, a los gobernantes de su noble País, así como al amadísimo pueblo chileno, tan cercano siempre al corazón del Papa.





44                                                                                   Julio de 1990




A LOS PARTICIPANTES EN EL X CURSO DE ESPECIALIZACIÓN


EN RELACIONES INTERNACIONALES


Lunes 9 de julio de 1990



Distinguidos Señoras y Señores:

Es para mí motivo de viva satisfacción tener este encuentro con vosotros, miembros del Cuerpo Diplomático latinoamericano, que habéis concluido el X Curso de formación y especialización en Relaciones Internacionales, patrocinado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia.

Agradezco sinceramente las amables palabras que el Sr. Marinelli ha tenido a bien dirigirme en nombre de todos, y que reflejan los nobles sentimientos que os animan como profesionales al servicio de las instituciones que representáis.

Las funciones que estáis llamados a desempeñar como artífices de entendimiento y de concordia os hacen acreedores de nuestra más atenta consideración; pues sois, en buena medida, depositarios de grandes esperanzas en orden a la anhelada construcción de un mundo en el que la paz, la solidaridad y la cooperación sean los cauces que faciliten unas relaciones más justas y humanas entre todos los miembros de la comunidad internacional y, en particular, entre los países de América Latina y el Caribe.

Mis visitas pastorales a vuestro continente me han permitido tomar contacto directo con la realidad de vuestros países, que han sido bendecidos por Dios con grandes recursos materiales y humanos, pero donde no faltan fuertes contrastes que, en ocasiones, son causa de inestabilidad y, a la vez, obstáculo para la justa y equitativa participación de todos en los bienes de la creación.

En un mundo como el nuestro, en el que la estabilidad y la paz de las naciones se ven frecuentemente amenazadas por intereses contrapuestos, vuestra labor como diplomáticos adquiere un destacado relieve en favor de la solidaridad humana y del progreso civil. Un progreso que, como bien sabéis, no puede reducirse al simple bienestar económico, sino que ha de proyectarse en la promoción armónica e integral de la persona humana, particularmente de sus valores espirituales y trascendentes.

Vosotros estáis llamados, pues, a prestar vuestra contribución a la tarea de favorecer un mejor entendimiento entre las naciones, en especial, las de América Latina, a quienes la geografía, la fe cristiana y la cultura han unido en el camino de la historia. En vuestra labor diplomática no ahorréis esfuerzos por servir a aquellos nobles pueblos con los que he tenido la dicha de compartir inolvidables celebraciones de fe y de esperanza durante mis viajes apostólicos.

Señoras y Señores, al finalizar este encuentro, deseo agradeceros vuestra presencia, a la vez que expreso mis más sinceros votos por vuestro bienestar, por la consecución de los objetivos de las instituciones que representáis y por el éxito de vuestra misión. Encomiendo al Todopoderoso vuestras personas y vuestras familias, junto con los habitantes de vuestros Países, mientras imparto con afecto mi Bendición Apostólica.



           

45                                                                                   Septiembre de 1990




A LA TRIPULACIÓN DEL BUQUE-ESCUELA «LIBERTAD»


DE LA ARMADA ARGENTINA


Lunes 17 de septiembre de 1990



Me complace daros mi cordial saludo en este encuentro que vosotros, Cadetes de la Armada Argentina, acompañados de vuestros Profesores, Oficiales y demás miembros de la tripulación del buque-escuela “Libertad”, habéis deseado tener con el Papa.

En estos momentos de formación estáis realizando un periplo por tantos mares y naciones, lo cual abre vastos horizontes en vuestra vida. El mismo nombre de la nave, “Libertad”, es como un llamado a fundamentar vuestra existencia sobre sólidos principios cristianos y humanos. En efecto, la persona es libre cuando es dueña de sus propias acciones; cuando es capaz de escoger el bien que está en conformidad con la razón y, por consiguiente, con la propia conciencia. Por tanto, es mi ferviente anhelo que vuestro sentido de libertad vaya siempre acompañado de un profundo sentido de la verdad y la honestidad hacia vosotros mismos y hacia la realidad que os rodea. Esta es una premisa fundamental para que en el mundo se fomente cada vez más un clima de diálogo y concordia que lleve a la tan ansiada paz.

Ante las responsabilidades que asumiréis en la vida, os aliento a poner las mejores energías al servicio del bien común, que en último término es servicio generoso y solidario al hombre.

Que la Virgen María, Estrella del Mar, os guíe en la singladura de la vida para seguir fielmente a Cristo. Al mismo tiempo, que os acompañe también mi Bendición Apostólica, que imparto con afecto a vosotros y a vuestras familias.







VISITA PASTORAL A LA DIÓCESIS DE FERRARA-COMACCHIO


A LOS PROFESORES Y ALUMNOS DE LA UNIVERSIDAD DE FERRARA


Domingo 23 de septiembre de 1990




Señor rector magnifico;
ilustres profesores y queridísimos alumnos de la Universidad de Ferrara:

1. Doblemente satisfactoria me resulta la visita de hoy a esta histórica sede, al día siguiente de mi llegada a una ciudad tan noble y rica de tradiciones culturales y civiles.

En efecto, para mí supone un retorno feliz, que me lleva a recordar aquel momento, en octubre de 1965, en que estuve presente aquí en la ceremonia de hermanamiento de esta universidad con la universidad polaca de Torun. Además, hoy están presentes entre nosotros doce rectores de diversas universidades europeas, reunidos por el llamado proyecto " Erasmus", de modo que el encuentro ya no está circunscrito ni limitado a esta única sede, sino que más bien se ensancha a una multiplicidad muy significativa de presencias y de representaciones, que me permiten ampliar el discurso a los temas generales de la cultura superior y del intercambio disciplinar entre los centros de estudios de los diversos países de la Comunidad Económica Europea.

46 2. Por otra parte, siento la obligación de saludar y de dar las gracias, además de a cada uno de vosotros, al honorable Luigi Covatta, subsecretario para los bienes culturales y del ambiente y al señor rector, por las palabras tan leales y corteses, con las que se han hecho intérpretes de los sentimientos comunes. Esas palabras me confirman que mi presencia también es grata para vosotros, y ello me satisface.

El rector, al hacer referencia a la fundación de esta institución, que se remonta al siglo XIV y se debió a la concesión de un Romano Pontífice, ha querido dar comienzo oficial a las solemnes celebraciones centenarias, previstas para el próximo año. En efecto, la bula In supremae del Papa Bonifacio IX marca el "acta de nacimiento" del "Studium Generale" aquí en Ferrara, y hoy es útil e iluminador volverla a leer para confrontar las finalidades originarias de la institución con la realidad académica de hoy. En ello no es difícil encontrar una línea de continuidad.

3. Mi lejano predecesor fundaba el "Estudio" de Ferrara a petición formal del marqués Alberto d'Este y de la comunidad ciudadana, abriéndolo para los estudios de teología (sacra pagina), de derecho canónico y civil, de medicina y de las demás artes y letras, y confiriendo a los profesores, a los lectores y a los estudiantes los mismos "privilegios, libertades, inmunidades e indulgencias" de que gozaban los colegios de las universidades de Bolonia y París (cf. Bullarum, privilegiorum ac diplomatum Romanorum Pontificum amplissima collectio, t. III, p. II, Roma 1741, págs. 383-384).

Singular era, pues, el honor conferido al nuevo "Estudio" por la explícita correlación y, yo diría, asimilación a esas dos prestigiosas y celebradas sedes, y también por la autorización, que se concedía a los que hubieran merecido el "bravium" en la facultad que habían frecuentado, de poder enseñar a otros y en otros lugares.

Es un hecho que, desde entonces, si bien han variado las circunstancias y a pesar de algún momento de flexión y de dificultad, el "Estudio Estense" ha acogido a muchos licenciados y estudiosos, preparándolos y formándolos ayer y hoy para el doctorado, definido como "el honor del magisterio". Entre ellos quiero recordar a mi compatriota Nicolás Copérnico, que se doctoró aquí en derecho, y al insigne médico Teofrasto Bombast von Hohenheim, más conocido por el nombre de Paracelso. Y no podemos olvidar que en Ferrara tuvo lugar el concilio ecuménico llamado luego Florentino, para la unidad de las Iglesias de Oriente y de Occidente: un acontecimiento importante al que esta Universidad contribuyó por obra, sobre todo, de Guarino el Veronés.

4. La confrontación con la realidad actual descubre obviamente muchas diferencias: se trata de una universidad estatal, bien estructurada en sus diversas facultades, que, aunque de dimensiones reducidas, se distingue por la seriedad y la calidad de sus estudios en el mundo universitario, no sólo italiano. Ahora ya no está enmarcada dentro del ordenamiento eclesiástico, como sucedía en otro tiempo, ni depende —como preveía la bula constitucional— de la autoridad del obispo local o del capítulo de canónigos, pero tampoco ha olvidado —y mi deseo es que nunca las olvide— las elevadas palabras de ese documento: "La alabanza del nombre de Dios, la propagación de la fe católica y la exaltación de la Iglesia".

Hoy, que se ha difundido la sensación de vivir en una nueva época y muchas estructuras sociales han sufrido o están sufriendo un proceso de profunda transformación, la voz de la Iglesia no puede callar la indicación o, mejor, la llamada formal de ciertos valores esenciales que no pasan ni varían. Y, si la Iglesia se preocupa primaria y responsablemente de los entes e instituciones que lleva ella misma —como son, por ejemplo, las universidades católicas—, al mismo tiempo su voz se dirige con atento interés al mundo de la cultura en general, y no precisamente para recordar sus propios méritos, históricamente innegables, de animadora y protectora de genios, conservadora y vigilante del patrimonio de la antigüedad clásica y del hecho, igualmente incontestable, de haber fundado tantas y tantas universidades o institutos de estudios superiores, tanto en la vieja Europa como en los demás continentes. No es sólo por esto. Su voz resuena, sobre todo, para recomendar y recordar constantemente la presencia, la acción, la providencia de Dios creador y padre en favor del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres, incluidos obviamente y, yo diría especialmente, los que "ex officio" indagan y buscan la verdad. ¿No es éste precisamente también vuestro caso, queridos profesores y estudiantes de Ferrara? Al indagar sobre la rerum natura, ¿cómo podríais descuidar al Auctor naturae, ese Dios que no sólo encontráis en vuestra conciencia individual, sino que también descubrís en la sustancia concreta de las cosas a las que dirigís vuestros estudios?

Al respecto, sigue siendo siempre verdadera la palabra de san Pablo: "Lo invisible de Dios se deja ver a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad" (
Rm 1,20). A esta posibilidad natural de allegarse a Él se añade la luz superior de la revelación, que tiene su fuerza en Cristo, Verbo de Dios y Sabiduría de Dios (cf 1Co 1,24), la "luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9).

5. La voz de la Iglesia es muy firme al recordar estos puntos principales de su doctrina a todos los hombres y, especialmente, a los hombres de estudio que, debido a su ingenio más agudo y a los instrumentos de investigación de que disponen, tienen el deber de profundizar los eternos problemas del conocimiento y de la fe, del ser y del obrar, con el compromiso posterior de iluminar a los hermanos, especialmente cuando les son confiados como alumnos para instruirlos y educarlos.

Por lo demás, en lo que se refiere específicamente a la cultura, sabéis también que la voz de la Iglesia ha resonado con autoridad durante el Concilio Vaticano II, el cual, en la constitución pastoral Gaudium et spes, ha dedicado a este tema algunos párrafos importantes (nn. 53-59). Permitidme que os lea alguna línea: "El hombre, cuando se entrega a las diferentes disciplinas de la filosofía, la historia, las matemáticas y las ciencias naturales..., puede contribuir sobremanera a que la familia humana se eleve a los más altos pensamientos sobre la verdad, el bien y la belleza... y así sea iluminada mejor por la maravillosa Sabiduría, que desde siempre estaba con Dios" (n. 57). Y también: "Con todo lo cual el espíritu humano, más libre de la esclavitud de las cosas, puede ser elevado con mayor facilidad al culto mismo y a la contemplación del Creador" (n. 57).

Cualquiera que sea la moderna fisonomía o la pertenencia jurídica de una universidad, estos datos no los puede soslayar ningún estudioso o investigador honesto, y por esa razón he considerado oportuno enunciarlos, aunque sea brevemente, y proponéroslos como objeto de una profunda y saludable reflexión. En el día de hoy, la Iglesia advierte con más urgencia la exigencia de "evangelizar la cultura", toda la cultura humana, en el sentido más amplio que esa palabra ha conquistado ya en el lenguaje moderno. Pero sabéis bien que cultura, antes de este significado sociológico, quiere decir educación del espíritu, formación personal o —como decían los latinos—humanitas, es decir, crecimiento y desarrollo armónico del hombre en todas sus partes. También bajo este aspecto, que sigue siendo fundamental, podemos y debemos hablar de "evangelización de la cultura", buscando un destino efectivamente especial y una aplicación singularmente fecunda del Evangelio de Jesucristo a todos los que " hacen cultura" mediante sus estudios, sus investigaciones teóricas y las correspondientes aplicaciones prácticas. A vosotros, pues, dirijo con confianza la invitación para ese trabajo de profundización, de asimilación y de desarrollo. En efecto, -os lo diré con el mismo Jesús-: "la Palabra de Dios es una semilla" (Lc 8,10).

47 6. Al comienzo he hecho referencia al proyecto "Erasmus", de cuyo comité consultivo hay aquí representantes cualificados. Me alegro sinceramente por esta iniciativa, que ciertamente favorecerá, para el bien y el incremento de la cultura superior, contactos más frecuentes entre los profesores y los jóvenes de las diversas naciones europeas. Y contribuirá también a acelerar —en un nivel ciertamente elevado— el proceso de esa más compleja y orgánica unidad del continente que está desde hace tiempo en los deseos de todos. Me alegro, por tanto, de manifestar aquí mis votos cordiales por el feliz éxito del proyecto, al tiempo que expreso mi satisfacción por el hecho de que una fase tan importante del mismo se desarrolle precisamente dentro de esta sede universitaria.

Para los beneméritos promotores del programa, así como para toda la comunidad académica del "Estudio" de Ferrara, invoco los favores celestes del Señor omnipotente, esperando que sus iniciativas culturales, aun siendo diversas en las formas y en los modos de realizarlas, converjan en el único fin de elevar al hombre y promover su inalienable dignidad. Si se consigue ese noble intento, podemos aplicar también a vosotros las palabras de la bula de mi predecesor: realmente habréis merecido el bravium, es decir, el premio y el fruto de vuestro apreciado trabajo.

Con mi bendición apostólica.







                                                                                  Octubre de 1990                                                         




Discursos 1990 39