Discursos 1990 47


AL SEÑOR CARLOS SAÚL MENEM,


PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ARGENTINA


Viernes 19 de octubre de 1990



Señor Presidente,
Excelencias,
Señoras y Señores:

Me es muy grato tener este encuentro con el Primer Mandatario de la República Argentina, acompañado de altos funcionarios de su Gobierno, y, ante todo, me complazco en presentarles un deferente saludo, junto con mi más cordial bienvenida.

Su visita a la Santa Sede es una feliz circunstancia que viene a reafirmar los estrechos lazos que existen entre ella y la Nación argentina, y que me permite expresar, una vez más, el afecto que siento por todos los hijos de vuestro noble País, que tantas muestras de adhesión y cercanía ha dado hacia el Sucesor de Pedro.

A este propósito, no puedo por menos de evocar las visitas pastorales, realizadas en 1982 y en 1987 a la República Argentina, durante las cuales pude apreciar el calor humano, la hospitalidad, el entusiasmo, así como las aspiraciones de justicia y paz que brotan de un pueblo que se siente unido por fuertes vínculos de fe.

48 Argentina es un país que se distingue por su cultura, por su nobleza de espíritu, por su fe en Dios y en los ideales cristianos. El pueblo argentino, a lo largo de su historia, ha hecho suyo el mensaje evangélico, que ha marcado su vida y costumbres. A este respecto, el preámbulo de vuestra Constitución invoca a Dios como “fuente de toda razón y justicia”. Es éste como un llamado para los dirigentes del País, a fin de que en el desempeño de sus responsabilidades como ciudadanos investidos de autoridad, no dejen de inspirar sus actuaciones en estos principios.

En mis viajes apostólicos a los Países de Latinoamérica he podido apreciar lo que yo llamaría una creciente inquietud moral, que se manifiesta, a veces, en formas de crisis sociales o con otros fenómenos, como la violencia, el desempleo, la marginación, que provocan desequilibrios y amenazan la pacífica convivencia. Tampoco la Argentina escapa a esta problemática, que afecta a amplios sectores de la población y que demanda una mayor responsabilidad social a todos los niveles y un más decidido empeño por el bien común.

A este respecto, los Obispos argentinos, movidos por su solicitud pastoral, no han dejado de señalar tales situaciones, tratando de proponer vías de solución desde su propia misión eclesial. “En muchas oportunidades —decían en un reciente documento colectivo— hemos caracterizado como una crisis fundamentalmente moral la situación tan compleja por la que atraviesa hoy la sociedad argentina” (N. 37.).

Los desafíos del futuro son, en efecto, numerosos y representan innegables obstáculos no fáciles de superar. Pero ello no debe ser motivo de desánimo ni desaliento, pues contáis con la mayor riqueza que puede tener un pueblo: los sólidos valores cristianos que han de dar un impulso en la construcción de una sociedad más justa, fraterna y floreciente.

Una sociedad donde reine la laboriosidad, la honestidad, el espíritu de participación a todos los niveles. Una sociedad que lleve el sello de los valores morales y transcendentes como el más fuerte factor de cohesión social. Una sociedad en la que sean siempre tutelados y preservados los derechos fundamentales de todos los ciudadanos, las libertades civiles y los derechos sociales. Un país en el que la juventud y la niñez puedan formarse en un ambiente de limpieza moral, y en el que los menos favorecidos encuentren apoyo y estímulo para integrarse plenamente en la común tarea de edificar un futuro mejor.

Argentina es una nación católica. Que no dejen los argentinos debilitar este legítimo orgullo ni mermar la responsabilidad que ello entraña. Los insoslayables problemas que tanto les preocupan afróntelos con clarividencia y espíritu de fraternidad, con la participación responsable de todos y con la mirada puesta en Dios, cuya ayuda no les ha de faltar.

Mi mensaje de hoy quiere ser de aliento y esperanza. Sé que todavía no han desaparecido heridas y antagonismos de un pasado aún no lejano, lo cual dificulta la cohesión social y las legítimas aspiraciones de progreso. Por ello se hace más necesario un renovado esfuerzo por superar cualquier forma de enfrentamiento y fomentar una creciente solidaridad entre todos los argentinos.

Ahí se sitúa precisamente el importante papel que desempeñan los valores espirituales. Por ello, cobra justa dimensión la llamada del Episcopado argentino al poner en guardia contra el secularismo que afecta directamente a la fe y a la religión.

La Iglesia, Señor Presidente, cumpliendo la misión que le es propia, reafirma su vocación de servicio a las grandes causas del hombre, como ciudadano y como hijo de Dios. Los principios cristianos que han informado la vida de la Nación argentina a lo largo de su historia, tienen que infundir una esperanza viva y un dinamismo nuevo que lleve a su País a ocupar el puesto que le corresponde en el concierto de las Naciones.

En esta perspectiva, la Santa Sede no puede por menos de apoyar los esfuerzos que se están llevando a cabo para dar un mayor vigor y eficacia al principio de la unidad e integración latinoamericana. Es éste un noble ideal que exige la generosa contribución de todos para hallar remedios a los males que aquejan a tantas personas de vuestro continente. Cuando está ya próxima la celebración del V Centenario de la Evangelización del Nuevo Mundo, hago votos para que todos los pueblos latinoamericanos, fieles a sus tradiciones más nobles y a sus raíces cristianas, caminen por la vía de la reconciliación y de la fraternidad, en un esfuerzo común para superar las divisiones en favor de la deseada unidad.

Al concluir, Señor Presidente, quiero reiterarle mi vivo agradecimiento por esta visita, y en su persona rindo homenaje a toda la Nación Argentina, mientras invoco sobre ella las bendiciones de Dios.





49                                                                                   Noviembre de 1990




A LOS OBISPOS DE BOLIVIA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 8 de noviembre de 1990





Amadísimos Hermanos en el Episcopado:

1. Es para mí motivo de gran gozo tener este encuentro con vosotros, Pastores de la Iglesia en Bolivia, que con vuestra visita “ad limina Apostolorum” queréis poner aún más de manifiesto vuestra íntima comunión en la fe y en la caridad con el Sucesor de Pedro, “principio y fundamento perpetuo y visible de unidad” (Lumen gentium LG 23).

Habéis venido hasta Roma, centro de la catolicidad, siendo portadores de los problemas y dificultades, las ilusiones y esperanzas de vuestras Iglesias particulares.

Mi pensamiento, lleno de afecto, se dirige ahora a todas y cada una de las diócesis que representáis. Y en vuestras personas saludo entrañablemente a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y a todos vuestros fieles, presentes siempre en mi oración al Señor y en el recuerdo de la inolvidable visita pastoral que tuve la dicha de hacer a vuestro querido País hace poco más de dos años.

Agradezco vivamente las palabras que, en nombre de todos, ha tenido a bien dirigirme Mons. Julio Terrazas, Presidente de la Conferencia Episcopal, haciéndose igualmente portavoz de vuestros colaboradores diocesanos y de vuestros fieles. Soy consciente de que el anuncio del Evangelio exige muchos sacrificios y gran espíritu de entrega. Por ello, quiero ahora manifestaros a vosotros, así como a vuestros colaboradores en las tareas de proclamar el mensaje salvífico de Cristo, mi cordial aprecio y reconocimiento en nombre del Señor, pues dais testimonio de dedicación solícita y abnegada para que “la palabra de Dios sea difundida y glorificada” (2Th 3,1).

El reto que la situación actual de vuestro país representa para la Iglesia en Bolivia exige de vosotros un particular empeño en el permanente anuncio del Evangelio, en la decidida renovación de vuestras comunidades, en el discernimiento y comprensión del hombre boliviano, que busca satisfacer su hambre de Dios.

2. Deseo también expresar mi viva estima por vuestro testimonio de unidad como Episcopado. Sabéis bien, queridos Hermanos, la importancia del amor mutuo e íntima comunión que debe caracterizar a los Pastores de la Iglesia. Las palabras del Maestro “que todos sean uno” (Jn 17,21) debe ser una exigencia constante en todos vosotros, lo cual redundará en bien de las comunidades confiadas a vuestros cuidados, así como de la sociedad en general.

Cristo os ha escogido y enviado para que anunciéis al hombre de hoy, con vuestra palabra y con vuestra vida, su mensaje y su verdad salvífica. Como educadores en la fe y “maestros auténticos” (Lumen gentium LG 25), vuestra oración y la escucha de la Palabra ha de ser asidua y atenta para poder transmitirla a los demás y así descubrir en cada acontecimiento los designios de Dios (cf Apostolicam Actuositatem AA 4). A este respecto el Concilio Vaticano II pone particular énfasis en afirmar que Cristo “está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla” (Sacrosanctum concilium SC 7). Vuestra predicación, por tanto, ha de representar siempre un testimonio de vuestro encuentro personal con Cristo y de vuestra entrega total a la misión de difundir el Evangelio y edificar el Reino de Dios en comunión eclesial. Como habéis señalado en vuestro documento colectivo “Enfoque pastoral”, todos están “llamados a anunciar este Evangelio del Reino. Pues toda la Iglesia, en sus instituciones y organizaciones, existe para evangelizar” (n. 3. 4). Esta es la gran tarea de nuestro tiempo y nadie que se considere miembro de la Iglesia puede sentirse dispensado de ella.

3. En el ejercicio de vuestro ministerio para “actualizar perennemente la obra de Cristo, Pastor eterno” (Christus Dominus CD 2) contáis, en primer lugar, con la colaboración de vuestros presbíteros, a quienes el Concilio llama “próvidos cooperadores del Obispo” (Lumen gentium LG 28). El Sínodo de los Obispos, que se acaba de celebrar, ha tratado sobre la formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales. Siguiendo las directrices del Vaticano II, los Padres sinodales han puesto en común experiencias pastorales, han meditado sobre los nuevos desafíos que se presentan a la vida sacerdotal y han propuesto líneas de valoración y acción con vistas a responder más adecuadamente a la voluntad de Dios y a las necesidades de las comunidades eclesiales.

50 En el mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios se ha querido poner particularmente de relieve el papel de los sacerdotes, que es “realmente necesario y no puede ser substituido” (cf. n. III). Vivid, amados Hermanos en el Episcopado, muy cercanos a vuestros sacerdotes, con sincera amistad, compartiendo sus alegrías y dificultades, apoyándolos en sus necesidades; de esta manera se establecerá una firme comunión que será ejemplo para los fieles y sólido fundamento de caridad.

4. Me complace que estéis prestando particular atención a las vocaciones sacerdotales y religiosas. En efecto, sois conscientes de la enorme repercusión que ello tiene para el presente y el futuro de la Iglesia en Bolivia, pues sin el suficiente número de vocaciones la acción evangelizadora se vería seriamente comprometida. Por ello, es muy importante continuar en la diligente selección de los candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada, su adecuada preparación y su seguimiento solícito para que perseveren.

Los seminarios y las casas de formación, como lo señalan insistentemente los documentos de la Santa Sede, han de ser centros adecuados para la preparación integral de la persona, con una sólida base espiritual, intelectual, pastoral y humana; centros donde reine un clima de piedad comunitaria y personal, de estudio y disciplina, de convivencia fraterna y de iniciación pastoral, que sean garantía y base sólida para el futuro ministerio. Sólo así podrá responderse a las necesidades de los fieles, que esperan que sus sacerdotes sean, ante todo, maestros en la fe y testigos del amor al prójimo. Por otra parte, la experiencia os muestra que la pastoral vocacional ha de dedicar también toda su atención a la familia, a la escuela, a los movimientos apostólicos y asociaciones eclesiales, a la juventud. La juventud ha de ocupar siempre un lugar especial en vuestros desvelos pastorales. La Iglesia ha de hacer cuanto esté en su mano para que los jóvenes se acerquen a Cristo. Es necesario estar con los jóvenes, darles ideales altos y nobles, hacerles sentir que Cristo puede satisfacer las ansias de sus corazones inquietos.

5. En vuestras relaciones quinquenales he podido apreciar que la familia representa una de las prioridades en vuestro ministerio. En efecto, como habéis señalado repetidamente, no son pocos los peligros que en la actualidad acechan a la institución familiar y al matrimonio. En particular, habéis querido llamar la atención hacia una creciente mentalidad antinatalista que, en la práctica, se traduce en una actitud injustificada contra la vida.

Vuestro celo pastoral ha de continuar proclamando el valor que para la Iglesia y la sociedad representan el matrimonio y la familia “queridos por Dios con la creación misma” (Familiaris consortio
FC 3), y que han de ser el “primer centro de evangelización” (Puebla, 617). Velad, pues, diligentemente para que por medio de la catequesis y los demás medios de acción pastoral se potencien los valores de la familia cristiana para que ésta sea “el espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia” (Evangelii nuntiandi EN 71).

6. Desde esta perspectiva de acción evangelizadora se abre un vasto campo en la vida eclesial y social a la participación de los fieles laicos. En nuestros diálogos personales he podido apreciar que existe un proceso de crecimiento y organización del laicado cristiano en Bolivia. Es ésta una realidad consoladora, pues, además de paliar en cierto modo la falta apremiante de sacerdotes, representa una gran esperanza para las Iglesias locales. Os aliento, pues, a incorporarlos cada vez más a la tarea evangelizadora, invitándoles también a que asuman todas sus responsabilidades como miembros vivos de la Iglesia y den testimonio de una fe viva y operante en el ámbito de la sociedad boliviana. Como señalé en la Exhortación Apostólica “Christifideles Laici”, “para animar cristianamente el orden temporal - en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad - los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política, es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común” (Christifideles laici CL 42).

El Concilio Vaticano II nos anima a fomentar la conciencia eclesial de los fieles cristianos y a utilizar su disponibilidad y capacidad apostólica para evangelizar, catequizar, contribuir a un cambio que impregne de valores cristianos las realidades temporales. Por ello, una de vuestras prioridades pastorales ha de ser la de preparar, actualizar y dinamizar comunidades cristianas y movimientos de apostolado seglar que puedan hacerse presentes en tantos campos de la vida que reclaman la específica y propia colaboración de los laicos.

7. En este sentido, un espacio privilegiado de comunión y participación son las Comunidades Eclesiales de Base, que en Bolivia muestran una particular vitalidad y que, en palabras de mi venerado predecesor Pablo VI, “deben ser destinatarias especiales de la evangelización y al mismo tiempo evangelizadoras” (Evangelii nuntiandi EN 58). Tales comunidades, para que respondan a su identidad eclesial, deben ser un lugar de encuentro y fraternidad, donde se viva intensamente la vida misma de la Iglesia en un contexto de relación más humana, más de familia. En ella se debe acoger la Palabra de Dios fielmente, tal como la transmite la Iglesia, y celebrar, en una perspectiva de fe operante, los misterios litúrgicos como alimento espiritual que sostiene e impulsa la acción apostólica. A este respecto, la creciente presencia en Bolivia de sectas y otros grupos religiosos hace particularmente necesario y urgente el presentar de modo profundo al pueblo fiel los contenidos esenciales de la verdadera doctrina, pues la acción proselitista de estos grupos crea confusión entre los fieles y amenaza su identidad al sembrar división e incertidumbre.

Para que el resurgimiento de las Comunidades Eclesiales de Base sea una fuerza revitalizadora del dinamismo cristiano, es necesario que mantengan siempre una clara conciencia de comunión eclesial. Esto supone seguir fielmente las directrices de sus Pastores, hacer propias las enseñanzas del Magisterio del Papa y evitar siempre la tentación de encerrarse en sí mismas olvidando la necesaria proyección universal y misionera propia de su condición católica (cf. Puebla, 640-642).

8. En vuestro documento colectivo “Directrices pastorales” afirmáis que “el compromiso de la Iglesia debe ser, como el de Cristo, un compromiso con los más necesitados” (n. 1,1.5). Ello exige por parte de todos un esfuerzo solidario para construir una sociedad verdaderamente cristiana que ponga el ideal de servicio por encima del de explotación y dominio. En la celebración eucarística en Santa Cruz, durante mi inolvidable visita pastoral a vuestro amado país, me refería a la penosa “situación que afecta a tantas personas y familias bolivianas, y cuyos índices son la alta mortalidad infantil, la desnutrición, los bajos salarios, la elevada tasa de desempleo, la escasez de vivienda, las deficiencias en el campo de la sanidad y la educación, el contrabando, el narcotráfico y sus secuelas internas y externas, que tienden a generalizarse en diversas formas de corrupción; tantos signos, en fin, de marginación, desigual distribución de la riqueza, desnivel cultural, discriminación de la mujer” (Homilía de la misa celebrada en el aeropuerto El Trompillo de Santa Cruz, n. 3, 13 de mayo de 1988).

Estas circunstancias, que describíamos hace poco más de dos años, continúan siendo, por desgracia, retos que habéis de afrontar desde el Evangelio, para que su acción salvadora penetre y renueve todos los aspectos de la vida personal y social.

51 La fuerza del mal y del pecado puede vencerse con la fuerza del bien que emana del amor cristiano. La Iglesia, desde una actitud de pobreza y libertad ante los poderes de este mundo, ha de anunciar con valentía el mandato del amor fraterno, la necesidad de comunión y solidaridad entre los hombres, las indeclinables exigencias de la justicia, la esperanza luminosa en la vida eterna.

9. Un amplio sector de vuestro pueblo particularmente afectado por la pobreza y la falta de atención son los indígenas. Conozco bien vuestra preocupación pastoral por hacer vivo y presente el mensaje salvador de Jesús entre las comunidades indígenas y elevar su nivel de vida y los valores genuinos de sus culturas. Ellos representan ciertamente una gran riqueza para la Iglesia por la sencillez y la profundidad de su fe, su espíritu comunitario, su sentido de solidaridad. Es necesario, por ello, incrementar la dedicación y el empeño en fomentar vocaciones autóctonas al sacerdocio y a la vida religiosa, así como a aumentar el número de catequistas, delegados de la palabra y otros ministerios. La evangelización integral de estos grupos humanos y el proceso de inculturación serán siempre garantía de defensa y promoción de sus valores propios. Como os decía en nuestro encuentro en el Seminario de Cochabamba, “la genuina inculturación parte de la luz y de la fuerza del Evangelio que sobrepasa las manifestaciones de toda cultura, haciendo así posible el discernimiento de los auténticos valores, su purificación, transformación y elevación” (Encuentro en el seminario de Cochabamba, n. 4, 11 de mayo de 1988).

Este encuentro de hoy me brinda la oportunidad de manifestaros mi complacencia porque en no pocas ocasiones habéis hecho oír vuestra voz de Pastores en favor de los más pobres y desprotegidos, como son los indígenas, exhortando a la solidaridad y al respeto de los derechos de los individuos y de las etnias. Desde las enseñanzas que dimanan del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia habéis afrontado también la compleja cuestión de la tenencia de las tierras, pidiendo que los derechos sean respetados y que se garantice la propiedad a sus legítimos poseedores.

10. Durante los encuentros personales que hemos tenido estos últimos días, he podido apreciar una vez más la vitalidad de vuestras Iglesias particulares, que tan cercanas siento a mi corazón de Pastor. Quiera Dios que el impulso y dinamismo apostólico que el Espíritu suscitó durante mi visita pastoral a Bolivia, y que vosotros habéis sabido traducir en eficaces programas pastorales, crezca y se desarrolle, produciendo abundantes frutos de vida cristiana, de amor, de esperanza.

Queridos Hermanos, esta visita “ad Limina” es una muestra de vuestra profunda comunión con la Sede Apostólica. Que este encuentro confirme y consolide aún más vuestra mutua unión como Obispos y guías de la Iglesia en Bolivia; así vuestra actuación ganará en intensidad y eficacia, y redundará en bien de vuestras comunidades eclesiales.

Os doy, finalmente, un encargo particular: que llevéis a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, agentes de pastoral y a todos vuestros diocesanos el saludo y la bendición del Papa.
Os encomiendo a la protección maternal de Nuestra Señora de Copacabana, para que obtenga de su divino Hijo abundantes gracias para todos y cada uno de los amados hijos de la Iglesia en Bolivia.






A LOS INTEGRANTES DE LA COMISIÓN CREADA CON MOTIVO


DEL IV CENTENARIO DE LA MUERTE DE SAN JUAN DE LA CRUZ


Viernes 16 de noviembre de 1990



1. Me es muy grato dar mi más cordial bienvenida a los integrantes de la Comisión, nombrada por la Junta de Castilla y León, con motivo del IV Centenario de la muerte de san Juan de la Cruz. Agradezco vivamente a los aquí presentes esta visita que me hace recordar con gozo los inolvidables momentos de mi viaje por tierras de vuestra Comunidad Autónoma, en particular, por Ávila, Segovia y Salamanca, en 1982.

En aquella ocasión pude rendir homenaje a las figuras de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz, esos dos castellanos universales, Doctores de la Iglesia, que con su santidad y doctrina iluminan al Pueblo de Dios y que con la proyección de su mensaje espiritual y de sus valores humanos y literarios, ennoblecen en el mundo entero la lengua y la historia de la tierra que los vio nacer.

A pocos años del IV Centenario de la muerte de santa Teresa de Jesús, la Providencia me ha deparado poder celebrar también el IV Centenario de la muerte de san Juan de la Cruz, con quien me siento particularmente vinculado, por su influjo espiritual, que experimenté desde mi juventud, y por los estudios que sobre él hice en mi período universitario.

52 En esta celebración jubilar me uno espiritualmente a los amados hijos e hijas de España, que peregrinan a Fontíveros, su pueblo natal, a Úbeda, lugar de su muerte, a Segovia, que guarda su sepulcro. Consciente de la importancia que revisten estas celebraciones centenarias para la Iglesia española, para Castilla y León, para el Carmelo Teresiano, he querido nombrar como Enviado Especial al Señor Cardenal Ángel Suquía Goicoechea, Arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, para que me represente en la apertura oficial del IV Centenario en Segovia.

2. Los propósitos que encierra el programa de estas celebraciones expresan muy adecuadamente el sentido de una renovada presencia de san Juan de la Cruz en el mundo de hoy, como mensajero de los valores perennes para el hombre y el cristiano.

“A zaga de tu huella”, como canta el mismo poeta místico, él ha recorrido el camino de su vida a la búsqueda de Dios, descubriendo su presencia en la creación y en las criaturas. Ahora, “a zaga de su huella” —la que Juan de la Cruz ha dejado en sus escritos—, quieren la Iglesia en España y, en particular, las gentes de Castilla y León emprender un camino que sea estela luminosa en la vida personal y familiar, en la cultura y en el testimonio de los cristianos en medio de la sociedad.
Juan de la Cruz, maestro en la fe, es también guía en los senderos de la vida. Su palabra, honda y pausada, sugiere al hombre toda la plenitud de su dignidad en la ardua tarea de acercarse al misterio de la existencia, en la humana fatiga del creer superando la oscuridad, en la síntesis del amar a Dios y al prójimo, ya que, como hermosamente dice el Santo“Al fin, para este fin de amor fuimos creados” (Cántico Espiritual, B,29,3).

Sería imposible entender a san Juan de la Cruz fuera de su fe viva, en la que ha condensado la profunda religiosidad de su tierra, la mirada contemplativa de sus gentes, la proverbial nobleza castellana que busca siempre la verdad y la profesa con la llaneza de su lenguaje sobrio. Por eso también hoy, en una época de frecuentes ambigüedades, Juan de la Cruz invita a ser buscadores de la verdad y peregrinos de la fe; alienta a ser hombres y mujeres que pongan la verdad de Dios por encima de todo compromiso humano.

3. La búsqueda de la verdad de Dios y del hombre no impide al cristiano abrirse al mundo que lo rodea. A este respecto, podemos afirmar que Juan de la Cruz es modelo de cristiano dialogante, un hombre de amplitud cultural que expresa bien aquella apertura propia de los hombres y mujeres de su tierra castellana, en la época que le tocó vivir, el Siglo de Oro español. Por eso, el Santo de Fontíveros tiene talla universal, como lo atestigua la difusión de sus escritos, traducidos en las principales lenguas y que son objeto de estudio e investigación desde los más variados campos del saber humano y de la cultura religiosa y humanística.

Y es precisamente el mundo de la cultura el destinatario de uno de los mensajes de san Juan de la Cruz, especialmente para su Patria. En nuestros días existe el riesgo de disociar la fe de la cultura, haciendo como impenetrable a los valores y al lenguaje de la fe el campo de la cultura moderna, como si existiese una laguna incolmable entre ambas. Por otra parte, hoy se da el peligro —que muchos advierten también en la sociedad española— de hacer pasar por genuinos valores culturales toda una serie de comportamientos que no están en sintonía con la dignidad de la persona y que tratan de imponer unas actitudes que, al alejarse de la concepción cristiana de la vida, nunca podrán ser auténticamente humanas.

Tales actitudes no responden a vuestra tradición cultural más genuina, que tiene otros valores imperecederos y otras riquezas humanas. Así lo muestra el programa cultural que en Castilla y León ha encontrado expresión encomiable en la exposición “Las Edades del hombre”, que tanta resonancia está teniendo. Edades del hombre que llevan las marcas de Dios y que han dejado una huella imborrable en la cultura de vuestra tierra y de vuestras gentes.

4. La oportunidad que os brinda la celebración del IV Centenario de la muerte de san Juan de la Cruz, tiene que contribuir a fortalecer vuestras raíces cristianas y a corroborar vuestra conciencia y testimonio como creyentes, para que el espíritu castellano que él encarna cale profundamente en la vida individual y social, en la educación y en la cultura.

Juan de la Cruz, cantor de la hermosura divina, testigo de un Dios que engrandece al hombre al hacerlo partícipe de su misma vida, os precede y os estimula con su ejemplo. Su figura es patrimonio de toda la humanidad, especialmente en el campo de la espiritualidad y de la cultura. Seguid el camino, “a zaga de su huella...”, para que se revitalice y encarne ese patrimonio de fe y de saberes que es herencia y compromiso de las gentes de Castilla y León.

Mientras os aliento en vuestras tareas para hacer de este Centenario una ocasión de crecimiento espiritual, que refuerce entre todos los españoles los vínculos de amor, ese amor del que seremos examinados en la tarde de nuestra vida, imparto con afecto mi Bendición Apostólica.






A LA INSTITUCIÓN TERESIANA


53

Viernes 23 de noviembre de 1990



Es para mí motivo de gozo recibir esta mañana a la Directora General, al Consejo de Gobierno y al grupo de representantes de la Institución Teresiana en este momento especialmente significativo para su vida y misión evangelizadora.

La llamada de su Fundador, el Siervo de Dios Pedro Poveda, a promover una presencia humanizadora y transformadora de los cristianos en el mundo, será sin duda fuente de fecundidad y audacia apostólica. El testimonio de santidad y realización comprometida de la vocación teresiana de la Sierva de Dios Josefa Segovia, fiel colaboradora en los trabajos fundacionales de la Institución, ha de ofrecer también un estímulo particularmente alentador a todos sus miembros.

Es consolador ver que la Institución Teresiana colabora, en modo cualificado, en la misión evangelizadora de la Iglesia. Sus miembros son mujeres y hombres que, según su vocación específica y la modalidad de sus tareas, realizan en los distintos campos educativos, culturales y profesionales la vocación cristiana de los fieles laicos en el mundo, “al estilo de los primeros cristianos, como quería el Fundador.

La “intuición profética” de Pedro Poveda a los pies de la Santina —como tuve ocasión de recordar durante mi visita al Santuario de Covadonga—, su especial atención a los signos de los tiempos, exige hoy de la Institución Teresiana un especial dinamismo apostólico.

En mi reciente Exhortación Apostólica Christifideles Laici, he invitado a todos los seglares a acoger con renovado entusiasmo el “llamamiento de Cristo a trabajar en su viña, a tomar parte activa, consciente y responsable en la misión de la Iglesia en esta magnífica y dramática hora de la historia, ante la llegada inminente del tercer milenio” (n. 3).

A una Institución llamada en las circunstancias actuales a ser signo y fermento del Reino de Dios, en las mediaciones educativas y culturales, el Espíritu Santo otorgará, sin duda, la capacidad testimonial y profética que exige vuestra vocación. Pedro Poveda os lo pide también con palabras del Apóstol: “Andad según la vocación a que habéis sido llamados”( Ef Ep 4,1).

Una vocación y misión con tales exigencias reclama un seguimiento de Cristo vivido con personal entrega y cercanía. Vuestra espiritualidad reitera el llamado de la Iglesia a cimentar vuestras vidas en Jesucristo, la piedra angular, a dejaros iluminar por la Palabra, a una intensa vida sacramental, especialmente eucarística, y a la vivencia del amor fraterno. El amor y confianza filiales con que invocáis a María debe seguir siendo característica peculiar de la Institución Teresiana. La oración y el estudio son espacios privilegiados de vuestra vida cotidiana.

La manera propia de estar en el mundo, característica de vuestra Asociación — que se inspira en el misterio de la Encarnación —, y vuestra experiencia educadora, os disponen bien para cooperar en la formación del laicado, para potenciar los valores cristianos de la familia, para estar presentes, en modo testimonial y creativo, en el mundo de la escuela y de la universidad.

Por ello, animo a todos los miembros de la Institución Teresiana a hacer especialmente suyo el profundo sentido eclesial, la disponibilidad en el servicio a la Iglesia y la total fidelidad a sus orientaciones y enseñanzas.

Con la confianza de que la etapa de la historia de vuestra Asociación, que ahora empezáis, estará particularmente marcada por el compromiso evangelizador y por la renovada vivencia de la llamada a la santidad, imparto a las aquí presentes y a todos los miembros de la Institución Teresiana mi Bendición Apostólica.





54                                                                                   Diciembre de 1990




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