Discursos 1992 14


ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS JÓVENES DE LA DIÓCESIS DE ROMA

EN PREPARACIÓN DE LA VII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD



Sala Pablo VI


Jueves 9 abril de 1992


: (Discurso improvisado por el Santo Padre)

Queridos jóvenes, hemos comenzado esta vigilia con la entrada de la cruz: la cruz de la Jornada de la juventud, y de toda jornada. Esta cruz ha entrado de nuevo entre nosotros, cargada a hombros por jóvenes.

La cruz y la vigilia. La cruz entró definitivamente en la vida mesiánica de Jesucristo durante una vigilia; sí, una vigilia de oración. Esta cruz entró en el huerto de Getsemaní, aunque, en sentido estricto, entró a poca distancia en la realidad definitiva de la crucifixión. Durante la vigilia: muchas veces Jesús velaba, pasaba las noches en oración. Pero esta es la última noche, la vigilia definitiva. Jesús había anunciado la cruz. Estaba preparado desde hacía mucho tiempo; había venido para esta «hora», se preparaba para beber el cáliz hasta el fondo: «La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?» (Jn 18,11).

Todo estaba listo, pero hacía falta aquella «hora» de Getsemaní, aquella vigilia, aquella oración solitaria del Señor. Hacía falta una última y definitiva confrontación entre el Hijo y el Padre: «Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27 cf. Lc Lc 10,21-22).

Se trata, por tanto, de la confrontación definitiva entre el Padre y el Hijo, el Hijo unigénito, el Hijo consustancial, Dios de Dios, engendrado, no creado.

Esta vigilia de confrontación definitiva era necesaria para mostrar en la dimensión humana que el Hijo conoce al Padre, que quiere revelar al Padre mediante la cruz.

La vigilia de Cristo en Getsemaní: su último «sí», definitivo e incondicional. Y, luego, la cruz se acerca en su realidad dramática, brutal, cruel; se acerca rápidamente. Dentro de poco Jesús estará delante del sanedrín; pasará la noche en oración, y por la mañana de nuevo ante el sanedrín, y después ante el tribunal romano, ante Pilato, ante Herodes; y más tarde ante la gente, que pide de forma categórica: «¡Fuera, fuera!, ¡Crucifícale!» (Jn 19,15). Y el juez cede.

Desde ese momento, Cristo azotado, coronado de espinas, encuentra, abraza esta cruz como una realidad concreta, la cruz de un condenado a muerte, la muerte más humillante; luego es crucificado, y durante las horas de su agonía llega a decir: «Consummatum est» (Jn 19,30) y a ofrecerse, a darse a sí mismo al Padre de una forma plena y definitiva.

Habéis introducido esta celebración de la VII Jornada mundial de la juventud con la vigilia, como en todas las jornadas anteriores: la última en Czestochowa; antes, en Santiago de Compostela; y antes aún en Buenos Aires; y en todos los lugares donde se celebra esta vigilia, en las diócesis, en las parroquias, en las comunidades.

15 Habéis introducido bien esta vigilia de la celebración del próximo Domingo de Ramos en Roma, porque, cuando Cristo vivió su vigilia en Getsemaní, estaba con él la Iglesia: ya estaba anticipada esta Iglesia que debía nacer de la cruz; debía revelarse el día de Pentecostés, pero ya estaba anticipada sacramentalmente en el cenáculo, y los Apóstoles que Jesús llevó consigo a Getsemaní habían vivido ya la Eucaristía, la primera Eucaristía, celebrada por él mismo. La Eucaristía que hace la Iglesia.

Entonces se hallaba presente la Iglesia en la vigilia de Jesús; estaba invitada a tomar parte en esa vigilia definitiva. Todos los Doce, once sin el traidor, fueron llevados al Huerto de Getsemaní, y tres de ellos, que estaban más cerca, recibieron una palabra de aliento: «Velad y orad, para que no caigáis en tentación» (
Mt 26,41).

En cierto sentido, en aquella vigilia de la Iglesia primitiva, anticipada en la Eucaristía celebrada en el cenáculo, fallaron los Apóstoles, pues los tres privilegiados no velaron con él. El cansancio, la conmoción de la jornada, fue más fuerte que ellos. Jesús los encontró durmiendo en el sitio donde los había dejado, y entonces los animó de nuevo, «Velad y orad, para que no caigáis en tentación» (Mt 26,41).

Es muy significativa la situación: significativa, porque los Apóstoles y la Iglesia no realizaron la vigilia, y abandonaron a su Maestro, a Cristo, en el momento decisivo de nuestra redención.

Habéis hecho bien al introducir en vuestra celebración de la Jornada mundial de la juventud una vigilia. Hace falta suplir aquella vigilia que no realizaron los Apóstoles. La Iglesia debe hacer la vigilia y orar; ha aprendido, a través de esa experiencia de Getsemaní, que debe estar siempre velando, que debe estar siempre dispuesta a participar en el misterio de Cristo, misterio de nuestra redención.

Después de su experiencia, más bien negativa, con la Iglesia y con los Apóstoles, Cristo no los abandona; no los aleja, a pesar de sus fallos posteriores: los Apóstoles huyeron, Pedro negó al Maestro, para no hablar de Judas. A pesar de todo ello, Cristo no los alejó, no los humilló. Después de su resurrección, se acercó en seguida a ellos y confirmó su misión «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20,21).

Después de esa primera palabra del Resucitado, viene la última palabra del Resucitado que, poco antes de su Ascensión, dice: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes» (Mt 28,19). Entonces confirmó a todos los Apóstoles, y confirmó a Pedro. Así, la vigilia que no hicieron los Apóstoles, ha de suplirse con una vigilia continuada. La Iglesia, que ha recibido la misión de dar testimonio —«Seréis mis testigos»— no puede dejar de hacer esta vigilia, no puede renunciar a su vocación de Iglesia.

La Iglesia somos todos nosotros. Los Doce no sólo representan a sus sucesores —el «munus episcopale»—; representan también a todo Israel, a toda la comunidad de la Iglesia, a todo el pueblo de Dios; representan no sólo esta misión específica, esta vocación al sacerdocio, este ministerio episcopal, sino también todas las vocaciones cristianas.

Y si Jesús —y la Iglesia— os dice a vosotros: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes» (Mt 28,19), quiere decir que debéis estar en una vigilia permanente y escuchar su palabra. ¿A dónde tengo que ir, Señor? ¿Cuál es mi camino? ¿Qué quieres de mí? «Heme aquí, heme aquí», habéis cantado muchas veces.

Queridos jóvenes, os agradezco esta hora de oración, esta vigilia romana, de la diócesis, de los jóvenes, que así se preparan para el Domingo de Ramos, para la celebración de la Jornada mundial aquí, en Roma, donde comenzó la tradición de las jornadas.
* * *


16 (Texto del discurso del Santo Padre preparado para el encuentro con los jóvenes)

Queridos jóvenes:

1. Con mucho gusto quiero compartir esta tarde con vosotros un anhelo y una gran esperanza que llevo en mi corazón. Por eso os digo con el apóstol Pablo, el gran santo misionero: «Os hablo como a hijos; abríos también vosotros» (
2Co 6,13).

Quizá os preguntéis: «¿Qué es eso tan importante que quiere decirnos el Papa, y por qué lo quiere decir precisamente a los jóvenes?»

Tratemos por un momento de volver atrás en el tiempo, de remontarnos a casi dos mil años. Vayamos idealmente a las orillas del lago de Genesaret, en Galilea. Jesús, a quien contemplaremos en los próximos días en la revelación más elevada de su amor a nosotros, desciende de la barca, mira a su alrededor y ve una gran multitud. Siente por esa gente una gran compasión. Cuenta san Marcos: «Sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor» (Mc 6,34). Y el evangelista agrega: «Se puso a enseñarles muchas cosas». Luego tomó los panes y los peces y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la multitud (cf. ib., 6, 34. 41). Jesús ilumina con el anuncio del reino de Dios la existencia de aquellos pobres y, a la vez, les hace gustar los signos de la vida y de la fiesta.

Este es Jesús, nuestro Salvador. En él creemos. Comprendemos su misión, en la que hoy todos nosotros estamos implicados. Después de su resurrección, Cristo, mediante su Espíritu, puso en movimiento a la Iglesia, que desde hace dos mil años prosigue su mandato misionero. Dicho mandato consiste en salir amorosamente al encuentro de la gente, en comprender sus necesidades espirituales y materiales, y en compartir con los hombres de todas las culturas y de todos los tiempos el pan del Evangelio, es decir, la Verdad que libera del pecado y el Amor que da la vida nueva, fortaleciendo la unión íntima con Dios y con los hermanos.

Se trata de la misión propia del pueblo cristiano que nos concierne a cada uno de nosotros. Os toca directamente a vosotros, queridos jóvenes, así como a vuestros formadores, a quienes hoy acojo con alegría y saludo con afecto.

Saludo de modo particular al querido cardenal Camilo Ruini, mi vicario, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo con deferencia a los obispos auxiliares aquí presentes, a los responsables diocesanos de la pastoral juvenil y a cuantos se han ocupado de organizar nuestro encuentro, que se celebra con ocasión de la VII Jornada mundial de la Juventud. Vaya mi abrazo espiritual más cordial a todos vosotros y también a vuestros amigos que no han podido estar presentes. ¡Bienvenidos! Para mí es siempre motivo de consuelo reunirme con los jóvenes, sobre todo cuando puedo entretenerme con vosotros, jóvenes romanos, porque, siendo los jóvenes de mi diócesis, os amo de una manera muy particular.

2. Permitidme, entonces, compartir con vosotros lo que más me preocupa: el anhelo de la evangelización. En los viajes apostólicos me encuentro a menudo con personas que tienen sed de verdad y salvación. Especialmente con jóvenes deseosos de dar un sentido verdadero a su propia existencia. En el sur del mundo, -aunque no sólo allí- mucha gente que vive en la pobreza más impresionante carece a menudo de esa fuente de consolación que es el conocimiento del Evangelio, porque no hay suficientes apóstoles y evangelizadores. En el norte del planeta -aunque no sólo allí- hay quien sufre otro tipo de pobreza: hombres y mujeres que, olvidando el Evangelio recibido, están privados de la verdad y de la alegría auténtica. Aunque parezcan satisfechos, son profundamente infelices. Otros viven al día. Quisieran ser más, valer más y dar más, pero nadie los invita a la viña (cf. Mt Mt 20,1), nadie los ayuda a crecer. «La mies es mucha», dijo Jesús entonces, y lo repite aún hoy. Muchos son los que esperan la salvación, pero «los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9,37-38).

¿Quién secundará la impaciencia de Dios por llevar su reino al corazón de muchos de nuestros hermanos? ¿Quién, como Jesús, se inclinará hacia la débil luz que brilla en el corazón del hombre moderno, escéptico, indiferente y a menudo superficial, para transmitirle palabras de verdad y esperanza? (cf. Mt Mt 12,20). ¿Quién dará a los ciegos, a los cojos, a los sordos, a los marginados y a los pecadores la gracia de ver, de caminar, de oír y de vivir en el nombre de Jesús, como hicieron los primeros misioneros? (cf. Hch Ac 3,6).

Estos son los anhelos y las esperanzas que quiero compartir con vosotros esta tarde. Son desafíos formidables que os interpelan personalmente. La Iglesia tiene necesidad de vosotros estéis preparados, que seáis competentes y generosos para haceros cargo de su misión perenne en el mundo.

17 3. Por esta razón he querido que la Jornada mundial de la Juventud tuviera una finalidad misionera clara y fuerte. El Espíritu Santo es quien hace que los jóvenes de todas las naciones sean protagonistas de la nueva evangelización, sobre todo en estos años que nos llevan rápidamente al tercer milenio de la fe cristiana.

Sois jóvenes, queridos amigos, y vuestra juventud es un cometido. Dios quiere valerse de vuestras energías juveniles para haceros protagonistas de la historia de la salvación y misioneros de su alegría. Nadie diga que es pequeño, que tiene poco, que no vale. Leemos en el Evangelio que cinco panes y dos peces en la mano de un muchacho permitieron que Cristo realizara el «milagro» de saciar el hambre de miles de personas (cf. Jn
Jn 6,9).

En el designio divino representáis seguramente la posibilidad del futuro y la esperanza de renovación. La comunidad eclesial cuenta con vosotros para ensanchar las fronteras de su anuncio apostólico. ¡Estad en la misma sintonía de Cristo!

Durante el grandioso encuentro con los jóvenes en Czestochowa os renové el anuncio evangélico, fundamento de vuestra dignidad de personas: «Habéis recibido un espíritu de hijos». Sois hijos de Dios. Ahora bien, esta dignidad de ser hijos constituye para vosotros una tarea. Por eso, Jesús, cuyo espíritu filial compartís ante el Padre, os dice: «Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación» (Mc 16,15).

4. Pero ¿cómo? ¿Qué significa ser misionero? ¿Misionero de quién? Habéis manifestado estos interrogantes, tan significativos, mediante el testimonio que algunos de vosotros han dado hace un rato ante toda la asamblea. Habéis esbozado nítidamente el rostro de la juventud que se hace misionera y de la misión de la Iglesia que se vuelve joven.

Cumplir la voluntad de Jesús significa prolongar con él y con su Espíritu el camino de verdad y vida a lo largo y a lo ancho del mundo. Se trata de un cometido pastoral que nace y se alimenta del testimonio: «No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Ac 4,20). Así, pues, para ser misionero hay que llevar a cabo una opción valiente y decidida, coherente y determinada. En el fondo, hoy la gente cree menos que nunca en las palabras; quiere hechos; cree en el testimonio de la vida. Éste es un reto que hemos de aceptar y un cometido que debemos profundizar. El Señor obra en vuestra existencia. ¡No tengáis miedo de servirlo con todo vuestro ser!

5. Todas las personas con las que entráis en contacto diariamente son destinatarias de esa acción evangelizadora comprometida. Las que todavía no conocen a Cristo, y a las que el Señor quiere llegar con la fuerza de su verdad, que quita el mal y abre el corazón a los dones incomparables de la salvación y la gracia; las que padecen injusticia y opresión, y a las que el Redentor dona la auténtica liberación evangélica.

Muchos son los chicos y las chicas con quienes os encontráis en la ciudad, en la escuela, en la universidad, en los ambientes de trabajo y de diversión, por la calle y en las plazas. Muchos de ellos ceden ante la seducción de la cultura dominante, viven en la indiferencia y la superficialidad o se dejan arrastrar por los mitos del consumismo, alimentando en su corazón esperanzas débiles y efímeras.

¿Quién les comunicará el secreto de la vida verdadera? ¿Quién sino vosotros, jóvenes como ellos, puede brindarles la alegría de descubrir rumbos existenciales alternativos, que se inspiren en el Evangelio? Debéis ser los primeros misioneros de los demás jóvenes, los apóstoles de vuestros coetáneos. Sedlo, por tanto, con sencillez y espíritu de solidaridad y amistad.

Obrando de este modo, participaréis activamente en el comprometedor camino sinodal de nuestra diócesis. De hecho, precisamente en estos meses hemos comenzado a confrontarnos con la ciudad sobre algunos problemas que os interesan también a vosotros y acerca de los cuales estáis llamados a ofrecer una aportación generosa de reflexión, propuestas y servicio.

6. Queridos jóvenes, ensanchad vuestro espíritu frente a los grandes desafíos de nuestra época. Entre éstos, quisiera recordaros la celebración del V Centenario de la evangelización de América Latina, que nos invita a tomar conciencia de las necesidades de ese van continente, en el que viven muchísimos jóvenes; la caída del muro entre los países del oeste y del este de Europa, que ha suscitado un rechazo más decidido de toda forma de opresión ideológica, de racismo o de nacionalismo egoísta; las dificultades que encuentra África en la construcción de un desarrollo auténtico e integral, y los cambios del continente asiático, continente de las grandes religiones.

18 A la luz de esos acontecimientos, se os pide que sepáis apreciar profundamente el don de la fe y la alegría de descubrir en Cristo el fin de las aspiraciones más elevadas del corazón humano.

El renovado impulso evangelizador que la Iglesia advierte hoy como su deber fundamental en todo el mundo necesita muchos evangelizadores santos: sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos dispuestos a consagrar su vida al Señor y a su Iglesia donde él los llame y donde las necesidades del hombre sean más apremiantes.

Por esta razón, queridos jóvenes, animados por el celo apostólico, responded con generosidad a Dios, si os llama a un servicio exclusivo en el ministerio ordenado, en la vida religiosa o en la consagración laical. Rogad sin cesar a fin de que cada uno de vosotros esté preparado para cumplir siempre la voluntad divina conforme a su propia vocación.

En la inolvidable manifestación de Czestochowa, del 15 de agosto del año pasado, encomendé a todos los jóvenes a la Virgen de la luz. Hoy os encomiendo nuevamente a ella, Madre del buen camino, Madre de la visitación y de la buena nueva. Teniendo presente su ejemplo, estad dispuestos a acoger la invitación de Cristo, que resuena con fuerza en el corazón de todo creyente. Jesús nos dice: «Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva a toda la creación» (
Mc 16,15 Mc 16,20).

¡Id por las calles de Roma! ¡Id por las calles del mundo!

¡Que el Señor os acompañe! También yo os acompaño con mi oración. Os sostenga la bendición apostólica, que os imparto de corazón a todos los presentes y a vuestros seres queridos










A LAS RELIGIOSAS CONCEPCIONISTAS MISIONERAS


DE LA ENSEÑANZA



Sábado 11 de abril de 1992




Queridos hermanos y hermanas:

1. Me es muy grato encontrarme hoy con este numeroso grupo de Religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza, acompañadas de sus alumnas y alumnos, antiguos alumnos y alumnas, padres de familia, profesores y amigos del Instituto, que habéis querido peregrinar a Roma, con ocasión del primer Centenario de Fundación, para renovar vuestra adhesión al Sucesor de Pedro. Esta audiencia me permite unirme a vuestra acción de gracias al Señor por todos los beneficios recibidos durante estos cien años.

En efecto, el acontecimiento que estáis celebrando es ocasión propicia para entonar, con María Inmaculada, un “Magnificat” al Dios Todopoderoso y al mismo tiempo para recordar, con gozo y veneración, la figura excelsa de vuestra fundadora, la Madre Carmen de Jesús Sallés y Barangueras. Su docilidad a la gracia de Dios y su disponibilidad a la voz del Espíritu cuajaron en la rica realidad de este Instituto, con el carisma específico para la educación integral de la infancia y de la juventud.

Igualmente, hemos de recordar a tantas religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza que, con fidelidad exquisita y entrega ejemplar, supieron hacer de su vida una contemplación en la acción, a imitación de la Purísima. En nombre de la Iglesia y de todos los beneficiarios de vuestra tarea apostólica hemos de expresaros viva gratitud y aprecio.

2. Así mismo, el Centenario nos invita a tomar conciencia de la realidad del momento presente. Vosotras, las religiosas de hoy, junto con los integrantes de las distintas comunidades educativas (profesores, padres, alumnas y alumnos, antiguos alumnos y alumnas), sois las depositarias del carisma fundacional. Os exhorto, pues, a que continuéis vuestra labor pedagógica, misionera, catequética y social procurando que los idearios de los Centros estén inspirados en las exigencias del Evangelio y en fidelidad al Magisterio de la Iglesia.

19 Las religiosas debéis encontrar cada día en el amor esponsal al Señor, a través de la vivencia de los consejos evangélicos, la fuente inagotable para vuestra acción apostólica. Como decía la Madre Carmen: “Haz lo que haces y hazlo bien por Dios”; no perdáis, pues, la conciencia de que cualquier tarea que realicéis, es anuncio de la Buena Nueva. Vuestra fidelidad de cada día es llamada profética para las personas con las que trabajáis y camino roturado por la esperanza hacia el futuro.

También quiero alentaros a vosotros, padres de familia, para que, haciendo de cada hogar una casa de María, seáis los primeros y principales educadores de vuestros hijos en la fe, cumpliendo así no sólo el deber de transmitirles la vida sino de acercarlos a Dios. Del mismo modo, mi gratitud y la de la Iglesia se dirige a los profesores y colaboradores de los Centros; con palabras del Concilio os recuerdo que es “de suma trascendencia la vocación de todos los que... desempeñan la función de educar en las escuelas. Esta vocación requiere dotes especiales de alma y de corazón, una preparación diligentísima y una continua prontitud para renovarse y adaptarse” (Gravissimum educationis
GE 5).

3. Igualmente, deseo dirigirme a los miembros del movimiento “Domus Mariae”, que ha surgido como fruto de mi primer viaje pastoral a España, y a todos los antiguos alumnos y alumnas para que seáis agentes activos de la nueva evangelización en el propio ámbito social y profesional.
Por último y con particular afecto, deseo dirigirme a las jóvenes y a los jóvenes aquí presentes. Vosotros sois la esperanza de la Iglesia; representáis el futuro. Esta mañana quiero reiterar mi confianza en vosotros y mi invitación para que seáis verdaderos apóstoles entre vuestros compañeros. Más aún, no os cerréis a la voz del Espíritu si os llama a la vida religiosa o al sacerdocio.

Con estos deseos, e invocando la constante protección de Nuestra Madre, la Inmaculada Concepción, sobre cada uno de vosotros aquí presentes, sobre todas las religiosas del Instituto, alumnas, alumnos, profesores y miembros del movimiento seglar concepcionista, os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.









                                                                                  Mayo de 1992


PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON MOTIVO DE LA INAUGURACIÓN DE LA CAPILLA DE LA VIRGEN DE GUADALUPE EN LAS GRUTAS VATICANAS

Martes 12 de mayo de 1992



Queridos hermanos en el Episcopado,
amados sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles:

Reunidos en torno al altar para celebrar el sacrificio eucarístico, queremos alabar también a la Bienaventurada Virgen María con motivo de la inauguración de esta hermosa capilla de Nuestra Señora de Guadalupe, junto a la tumba del apóstol san Pedro en la Basílica Vaticana.

En estos momentos mi pensamiento y mi recuerdo entrañable se dirigen al Tepeyac, donde el Señor me concedió la gracia de encontrarme en dos ocasiones con los amadísimos hijos de México, a quienes también invito hoy a unirse espiritualmente a esta celebración que se enmarca en los eventos conmemorativos del V Centenario de la llegada del Evangelio al Nuevo Mundo.

20 Con la inauguración de esta capilla, que es como una prolongación del Tepeyac en Roma, se hace más palpable la íntima comunión de Latinoamérica con la Iglesia universal. En efecto, este lugar de culto proclama y estrecha los lazos con un continente que, desde su nacimiento a la fe, ha visto en la Madre de Dios el camino hacia Cristo, luz del mundo. Desde su santuario de Guadalupe, María ha sido y es la Estrella de la Evangelización y, por consiguiente, el símbolo de unidad para todos los pueblos latinoamericanos, en cuya devoción están arraigados los profundos valores de su cultura cristiana. Y, con mayor razón, México, que tiene en aquel santuario el centro espiritual y el factor unificador de su pueblo y de su historia.

Con toda la profundidad de su simbolismo, aquel santuario mexicano peregrina hoy hasta Roma y planta sus raíces junto a la sede de Pedro, fundamento de unidad de la Iglesia universal. México, que se destaca por su fidelidad al Papa, ha querido testimoniar, con esta hermosa capilla de Nuestra Señora de Guadalupe en el centro de la cristiandad, no sólo su vocación mariana sino también sus raíces históricas y la fuerza unificadora de su cultura, que enriquece a toda la Iglesia.

Esta capilla guadalupana, junto con las otras advocaciones que rodean el sepulcro de san Pedro en el Vaticano, nos lleva en espíritu al cenáculo de Jerusalén donde, como hemos escuchado en la primera lectura, los apóstoles “se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús” (
Ac 1,14). Estoy seguro de que los mexicanos, en sus peregrinaciones a Roma, no dejarán de visitar este pequeño cenáculo y, recogidos en oración, aprenderán a escuchar la palabra de Dios y a ponerla por obra tal como lo hizo la Virgen, según nos ha recordado el evangelio de san Lucas (cf. Lc Lc 8,21). En María encontraremos ciertamente la fuerza necesaria para emprender la nueva Evangelización, a la que todos estamos llamados.

Al enviar hoy, a través de la radio y la televisión, mi afectuoso saludo a todos los amadísimos hijos de la noble Nación mexicana, elevo mi plegaria al Señor para que os corrobore en los valores superiores que han configurado vuestra historia y cultura: que os infunda un renovado entusiasmo para construir una sociedad más justa, fraterna y acogedora, superando viejos enfrentamientos y fomentando una creciente solidaridad entre todos, que os impulse a un decidido compromiso por el bien común. Los problemas que hoy os aquejan han de ser afrontados con clarividencia, con espíritu solidario, con plena colaboración por parte de todos pero principalmente con la mirada puesta en el Señor y en su Santísima Madre, cuya ayuda no os ha de faltar. Así lo prometió Ella al indio Juan Diego, a quien tuve la dicha de beatificar en la Basílica de Guadalupe: “No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. No estoy yo aquí que soy tu Madre? No estás bajo mi sombra? No estás, por ventura, en mi regazo?” (Nican Nipohua, 118-119).

Santísima Virgen de Guadalupe,
te encomiendo de modo especial al querido pueblo mexicano
para que intercedas por él
y nunca se desvíe de la verdadera fe;
para que, con la fuerza del Señor Resucitado,
sepa hacer frente a las nuevas situaciones;
defienda siempre el don de la vida,
21 haga imperar la verdad y la justicia,
promueva la laboriosidad y la comunicación cristiana de bienes
y pueda ser una gozosa realidad
la civilización del amor
en la gran familia de los hijos de Dios.

Amén.






A LOS PARTICIPANTES EN EL SIMPOSIO INTERNACIONAL


SOBRE LA HISTORIA DE LA EVANGELIZACIÓN DE AMÉRICA


14 de mayo 1992



Queridos Hermanos en el Episcopado,
Excelentísimos Señores
Distinguidos Profesores,
Señoras y Señores:

22 1, Les agradezco muy cordialmente su presencia en el Vaticano, adonde han venido de prestigiosas Universidades y de diversas naciones, especialmente de Iberoamérica, para participar en este importante Simposio, que la Comisión para América Latina ha organizado, en torno a la historia de la Evangelización del Nuevo Mundo.

El Simposio está encuadrado en el marco sugestivo de este venturoso año 1992, en el que se cumple el V Centenario del comienzo de la Evangelización de América. Conmemoramos así aquel 1492 que, como señalé en mi homilía del 1 de enero, fue un « año singular, año de grandes cambios en la historia de la humanidad, año de los nuevos caminos del Evangelio de nuestra salvación ».

En estas pocas palabras se compendia lo que fue aquella memorable efemérides que, en el cuadrante de la historia está ligada a una fecha simbólica: 12 de octubre de 1492, si bien la grandiosa y admirable aventura del descubrimiento y de la primera evangelización del Nuevo Mundo se desarrolló en los años sucesivos, cubriendo un arco de tiempo —algo más de un siglo—en el que cambió de rumbo la trayectoria de la Humanidad.

2. En efecto, las carabelas del Almirante Cristóbal Colón zarparon del Puerto de Palos, España, bajo la égida de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, el 3 de agosto de 1492 y el 12 de octubre arribaron a las tierras del nuevo continente, que después se llamaría América.

El primer encuentro de los europeos con los pueblos del Continente americano tuvo lugar en la isla de Guanahaní, situada en el actual archipiélago de Las Bahamas y que Colón llamó San Salvador, nombre cargado de profundo significado cristiano y que dejaba entrever el proyecto de la futura inmediata evangelización. En efecto, ésta comenzó propiamente con el segundo viaje de Colón, en el que ya algunos misioneros formaban parte de la expedición. Y así, el día 6 de enero de 1494, Fray Bernardo Boyl, designado Vicario Apostólico del Nuevo Mundo, celebró la primera Misa solemne en América.

Estas noticias, que nos dan las crónicas con datos precisos, son parte de una historia fascinante. Compete a los historiadores el seguir profundizando sobre unos acontecimientos que han marcado un hito importante en la vida de la humanidad. Si bien, por encima de estos datos, la Iglesia proclama siempre que Jesucristo es el Señor de la Historia: «Cristo ayer y hoy. Principio y Fin. Alfa y Omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos», palabras que hemos pronunciado en la liturgia de la Vigilia Pascual.

3. Como Sucesor de Pedro, deseo proclamar hoy delante de ustedes que la historia está dirigida por Dios. Por ello, los diversos «eventos» pueden convertirse en «oportunidades salvíficas» (kairós), cuando en el curso de los siglos Dios se hace presente de un modo especial. Ante los nuevos horizontes que se abrieron el 12 de octubre de 1492, la Iglesia, fiel al mandato recibido de su divino Fundador (Cf. Mt
Mt 28,19), sintió el deber perentorio de implantar la Cruz de Cristo en las nuevas tierras y de predicar el Mensaje evangélico a sus moradores. Esto, lejos de ser una opción aventurada o un cálculo de conveniencia, fue la razón del comienzo y desarrollo de la Evangelización del Nuevo Mundo.

Ciertamente, en esa Evangelización, como en toda obra humana, hubo aciertos y desatinos, «luces y sombras», pero «más luces que sombras» (Cf. Carta Apostólica Los Caminos del Evangelio, 8), a juzgar por los frutos que encontramos allí después de quinientos años: una Iglesia viva y dinámica que representa hoy una porción relevante de la Iglesia universal. Lo que celebramos este año es precisamente el nacimiento de esta espléndida realidad: la llegada de la fe a través de la proclamación y difusión del Mensaje evangélico en el Continente. Y lo celebramos « en el sentido más profundo y teológico del término: como se celebra a Jesucristo (...) el primero y más grande Evangelizador, ya que El mismo es el "Evangelio de Dios" »(Cf. Ángelus del 5 de enero de 1992).

4. No celebramos, pues, acontecimientos históricos controvertidos. Somos conscientes de que los hechos históricos, así como su interpretación, son una realidad compleja que hay que estudiar atenta y pacientemente. De ustedes se espera una válida aportación, seria y objetiva, un juicio sereno sobre esos eventos. En efecto, el historiador no debe estar condicionado por intereses de parte, ni por prejuicios interpretativos, sino que ha de buscar la verdad de los hechos. Por ello, el V Centenario de la Evangelización de América es una ocasión propicia para el «estudio histórico riguroso, enjuiciamiento ecuánime y balance objetivo de aquella empresa singular, que ha de ser vista en la perspectiva de su tiempo y con una clara conciencia eclesial» (Cf. Carta Apostólica Los Caminos del Evangelio,4). En este sentido, han tenido ya lugar en España, en América y también en Roma diversos y significativos congresos de carácter histórico. El presente encuentro se sitúa igualmente en esta línea, como también la Exposición de libros y documentos anteriores al 1600, organizada por la Biblioteca Apostólica Vaticana y el Archivo Secreto Vaticano.

Este Simposio tiene lugar antes de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que, durante el próximo mes de octubre, tratará en Santo Domingo sobre una nueva estrategia evangelizadora para el futuro. La citada Conferencia tendrá como tema «Nueva Evangelización, Promoción humana, Cultura cristiana», poniendo al Redentor del hombre y Señor de la historia en el centro de su programa evangelizador: «Jesucristo ayer, hoy y siempre» (Cf. Heb He 13,8).Ustedes han estudiado esta misma temática en la perspectiva histórica de los quinientos años, fijando la atención en el primer siglo de la gran epopeya misionera realizada en el Continente americano a partir de 1492.

En el terreno de las aportaciones a los estudios históricos, son de alabar las abundantes y apreciadas publicaciones que han sacado a la luz valiosos documentos de los comienzos de la evangelización. Dignos de mención son los dos volúmenes de «Documenta Pontificia ex Registris et Minutis Praesertim in Archivo Secreto Vaticano existentibus» que, con el título « America Pontificia. Primi Saeculi Evangelizationis (1493-1592)», ha publicado el Archivo Secreto Vaticano. Ha sido éste un digno homenaje de la Sede Apostólica a la Historia de la Evangelización de América como lo es también el Pabellón de la Santa Sede en la Exposición Universal de Sevilla.

23 5. A cuantos sentimos como propia la tarea de evangelizar no puede por menos de producir viva satisfacción examinar el contenido de las actas de los numerosos Concilios y Sínodos que se celebraron en la primera época, como también otros documentos de riquísimo contenido, como las Doctrinas o Catecismos, que fueron centenares y casi todos están escritos en las lenguas de las etnias y países donde los misioneros desarrollaban su misión.

Es también alentador repasar las crónicas sobre la acción misionera, así como los textos que censuraban los abusos y atropellos que, como en toda obra humana, no faltaron. El testimonio de la Escuela de Salamanca representa un encomiable esfuerzo por encauzar la acción colonizadora según principios inspirados en una ética cristiana. Fray Francisco de Vitoria, en sus célebres relecciones sobre los indios sentó los fundamentos filosófico-teológicos de una colonización cristiana. El maestro de Salamanca demostró que indios y españoles eran fundamentalmente iguales en cuanto hombres. Su dignidad humana radicaba en que los indios, por su naturaleza, eran también racionales y libres, creados a imagen y semejanza de Dios, con un destino personal y transcendente, por lo cual podían salvarse o condenarse. Como seres racionales y libres, los indios eran sujetos de los derechos fundamentales inherentes a todo ser humano, y no los perdían por razón de los pecados de infidelidad, idolatría u otras ofensas contra Dios, pues estos derechos se basaban en su naturaleza y condición de hombres.

6. Los indios eran, por consiguiente, verdaderos dueños de sus bienes al igual que los cristianos, y no podían ser desposeídos de los mismos por su incultura. La situación lamentable de muchos indios —añadía Vitoria— se debía en gran parte a su falta de educación y formación humana. Por ello, en virtud del derecho de sociedad y de comunicación natural, los hombres y pueblos mejor dotados, tenían el deber de ayudar a los más atrasados y subdesarrollados. Así justificaba Vitoria la intervención de España en América.

Basándose en estos principios cristianos articuló el sabio dominico un verdadero código de derechos humanos. Con ello sentó los fundamentos del moderno derecho de gentes: derecho a la paz y la convivencia, a la solidaridad y la colaboración, a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa. Porque la evangelización era —concluía Vitoria— un medio de promoción humana y suponía el respeto a la libertad, así como la educación de la fe en la libertad.

La doctrina de la Escuela de Salamanca fue en gran parte asumida por las Leyes de Indias, las cuales muestran la inspiración cristiana de la empresa colonizadora, aunque a veces dichas leyes no se cumplieran. Por eso, la así llamada «colonización» no se puede vaciar del contenido religioso que la impregnó o acompañó, ya que la Cruz de Cristo, plantada desde el primer momento en las tierras del Nuevo Mundo, iluminó el camino de los descubridores o colonizadores, como lo prueba la religiosidad que marcó toda su trayectoria y los numerosos escritos de la época, así como los nombres mismos de tantas ciudades y santuarios diseminados por América.

7. Ao falar da cristianização do Novo Mundo, é preciso ressaltar, como o fez este Simpósio, o excepcional trabalho realizado pelas Ordens religiosas. A este propósito, «quero reiterar a avaliação globalmente positiva da actuação dos primeiros evangelizadores que eram, em grande parte, membros de Ordens religiosas. Muitos tiveram de atuar em circunstancias difíceis e, na prática, inventaram novos modos de evangelização, projetados para nações e povos de culturas distintas» (Carta Apostólica Os Caminhos do Evangelho, 4). Seu labor apostólico, impulsionado pelos Papas e dirigido pelos intrépidos Pastores procedentes também do clero secular, como São Turíbio de Mogrovejo, Padroeiro do Episcopado Latino-Americano, foi rico em frutos de santidade. Dele somos herdeiros e chamados a torná-lo vivo e atual na América dos nossos dias. Por isso, é necessário penetrar e aprofundar nas raízes cristãs dos povos americanos, examinando sua trajetória e delineando a identidade do chamado «Continente da Esperança».

Como já assinalei na Encíclica Redemptoris missio, a nossa época «exige um renovado impulso na actividade missionária da Igreja. Os horizontes e as possibilidades da missão alargam-se, e é-nos pedida, a nós cristãos, a coragem apostólica, apoiada sobre a confiança no Espírito. Ele é o protagonista da missão! Na história da humanidade, há numerosas viragens que estimulam o dinamismo missionário, e a Igreja, guiada pelo Espírito, sempre respondeu com generosidade e clarividência» (N. 30.)

8. Não faz muito tempo, foi comemorado o milénio do Batismo da Rus' e da evangelização do povos eslavos. Da mesma forma foi lembrado nestes anos, o primeiro centenário do início das missões nos diversos países da África, Ásia e Oceânia. Estas comemorações foram acontecimentos da Igreja universal, como também o é o V Centenário do inicio da Evangelização da América, feliz efeméride que nos convoca à Nova Evangelização.

Com iniciativas semelhantes à deste Simpósio, «a Igreja, no que lhe concerne, quer vir celebrar este centenário com a humildade da verdade, sem triunfalismos nem falsos pudores; visando somente a verdade, para dar graças a Deus pelos acertos, e tirar do erro motivos para lançar-se com espírito renovado em direcção ao futuro» (Discurso aos Bispos do CELAM, Santo Domingo, 12 de outubro de 1984).

Antes de concluir este encontro, desejo agradecer a todos vivamente vossa generosa participação nos trabalhos do Simpósio, e vos animo a continuar em vossas tarefas de estudo e de pesquisa, como um serviço à verdade e uma homenagem a tantos homens e mulheres que dedicaram e dedicam suas vidas em prol dos nossos irmãos do continente americano.

Com a minha Bênção Apostólica.










Discursos 1992 14