Discursos 1992 23


A LA ASAMBLEA GENERAL DEL CENTRO CATÓLICO INTERNACIONAL PARA LA UNESCO



Jueves 21 de mayo de 1992



Queridos amigos:

24 Me complace acogeros en Roma con ocasión de vuestra 20a. asamblea general, 45 años después de la fundación del Centro católico internacional para la UNESCO. Agradezco a vuestro presidente, señor André Aumônier, la presentación de vuestras actividades y proyectos, que muestran el dinamismo de vuestro centro y su deseo de extender aún más su competencia y acción.

Vuestra presencia en Roma, para celebrar estas jornadas de reflexión, me brinda la oportunidad de manifestaros una vez más la gratitud de la Santa Sede por los numerosos servicios que le prestáis. En efecto, sabemos que podemos contar con el centro para asistir a las delegaciones de la Santa Sede en los diversos encuentros internacionales. Del mismo modo, para los proyectos que responden a las grandes preocupaciones de la Iglesia en el mundo actual, vuestra colaboración está al servicio de muchos Consejos pontificios que se benefician de vuestras competencias, sobre todo para organizar congresos importantes o para preparar la participación de la Santa Sede en las Conferencias que afrontan los problemas sociales que más nos preocupan. No olvido en absoluto el apoyo que vuestro centro da a las organizaciones internacionales católicas en el cumplimiento de su misión en el seno de la UNESCO. Os agradezco todo esto.

Como lo muestra el reconocimiento de vuestro estatuto canónico, el centro forma parte de algunas instancias que permiten que los laicos católicos ejerzan sus responsabilidades a fin de hacer que la Iglesia esté presente en los areópagos en que se debaten muchas cuestiones importantes de la hora actual.

Recordando ese conjunto de actividades, resulta claro que si uno se preocupa por la cultura, se encuentra en la encrucijada de muchos elementos esenciales en la sociedad, de los que los cristianos no pueden desinteresarse. Pensemos, ante todo, en la educación: el acceso al saber sigue estando asegurado de modo desigual. Desde la alfabetización hasta la formación superior y la investigación científica, es necesario comprender bien las necesidades de los pueblos y suscitar la cooperación que permite que cada cual haga fructificar sus talentos, utilice sabiamente los recursos de la tierra, asegure la vida de su familia mediante el trabajo, contribuya a la prosperidad de su país, viva y comparta su fe. Esta breve alusión muestra a las claras la interacción existente entre la cultura y la economía, por demás evidente cuando se tienen presentes las desigualdades del desarrollo del norte y del sur del planeta.

Trabajáis, asimismo, con vistas al próximo Año de la familia, promulgado por las Naciones Unidas. Promover la familia, y a menudo defenderla, es una tarea que debe movilizar las competencias y energías de todos los que pueden obrar para mejorar sus condiciones de vida. Es necesario asegurar la coherencia de los estudios demográficos, sanitarios y sociológicos, sin perder nunca de vista el derecho de la familia a desarrollarse, y la moral, que le confiere su dignidad propiamente humana. Los cristianos se preocupan mucho por obrar con este espíritu.

El servicio a la cultura aporta también una contribución importante a la construcción de la paz. Las naciones sólo llegarán a una paz duradera si los hombres y las mujeres conservan lo mejor de su propio patrimonio cultural, respetando absolutamente el de sus hermanos y hermanas; las relaciones entre los pueblos ganarán en dinamismo constructivo si cada uno de ellos desarrolla sus mejores capacidades, tanto de las personas como de las comunidades.

Queridos amigos, dentro de los límites de este encuentro no puedo menos de recordar esas diversas preocupaciones, lo cual me permite, por lo menos, señalar la oportunidad del trabajo de información y de comunicación que constituye la vocación de vuestro centro. Os agradezco una vez más todo lo que hacéis, y os ruego expreséis mi gratitud a las personas que sostienen generosamente vuestra actividad. Espero que el Centro católico internacional para la UNESCO prosiga su obra a la luz de la buena nueva de Cristo y de la tradición de la Iglesia, a fin de brindar al hombre un servicio fraterno cada vez mejor. De todo corazón invoco la bendición de Dios sobre vosotros, así como sobre vuestros colaboradores y seres queridos.










A UN GRUPO DE MIEMBROS DE LA OFICINA INTERNACIONAL


DEL TRABAJO (OIT)




Señor presidente;
señoras y señores:

1. Con mucha alegría lo recibo hoy a usted, señor presidente del Consejo de administración de la Oficina internacional del trabajo, así como a los miembros de esa prestigiosa institución que lo acompañan. Vuestra visita me trae el recuerdo de la acogida calurosa que me dispensaron en Ginebra en 1982. Esto me brinda la oportunidad de expresarle una vez más la estima que siento por las naciones y las organizaciones que usted representa.

2. Le agradezco los dos informes que me presenta hoy: «La enseñanza social de la Iglesia católica y el mundo del trabajo» y «La celebración del centenario de la Rerum novarum». Me alegra la atención especial que ha mostrado la organización hacia la enseñanza de la Iglesia y aprecio su convergencia de perspectivas con la doctrina social de la Iglesia. Recientemente el coloquio «Trabajo cultura y religiones» puso de relieve el interés y la preocupación comunes por las cuestiones sociales contemporáneas.

25 3. Se asiste hoy día a una universalización de las cuestiones sociales. Las dificultades de los países del este y del sur repercuten en los medios internacionales. Los rápidos cambios políticos de los últimos años han originado transformaciones radicales de las estructuras económicas. Esas transformaciones compro meten aun más la responsabilidad de todos los protagonistas sociales, dirigentes de naciones, jefes de empresas y trabajadores. La evolución lenta y laboriosa de numerosos países que han elegido seguir las reglas de la economía de mercado y los caminos de la democratización, refuerza incontestablemente la misión y la vigilancia de la Organización mundial del trabajo, porque suele decirse que vosotros sois «la conciencia social del mundo».

4. Según la Declaración de Filadelfia, compete a vuestra organización favorecer el diálogo y la colaboración tripartita entre los gobiernos, los jefes de empresas y los representantes de los trabajadores, con el objetivo de hallar soluciones que pongan al hombre en el centro de las realidades económicas. También le incumbe movilizar las energías de la comunidad internacional para luchar contra la pobreza derivada del desempleo o del subempleo, de la falta de formación y de las deficiencias sanitarias en las poblaciones. La pobreza se presenta como uno de los mayores obstáculos a la justicia social.

Esos objetivos asignados a vuestra organización requieren un gran esfuerzo de imaginación y decisiones coherentes y valerosas, que conllevan sacrificios para las naciones más ricas, a fin de mejorar sustancialmente la situación catastrófica de poblaciones enteras. La colaboración con el Fondo monetario internacional y el Banco mundial también es necesaria para contener el azote de la pobreza, azote cuyo retroceso es signo de un incontestable progreso social. Por este motivo, es de desear una mayor transparencia en las decisiones politices y económicas. Las exigencias financieras y presupuestarias no pueden justificar por sí mismas el desconocimiento de la dimensión social en las opciones que hay que hacer. La dignidad inalienable de la persona humana y la protección de los trabajadores, valores primordiales de toda gestión de una colectividad, no pueden ser menospreciados impunemente. También aquí vuestras preocupaciones coinciden con las de la Iglesia: el hombre debe ocupar el lugar central en las reestructuraciones económicas, políticas y sociales producidas pos la liberación de los mercados y el advenimiento progresivo de la democracia, como recuerda el director general de la Oficina internacional del Trabajo en su informe a la Conferencia que se inaugurará próximamente.

5. El desarrollo social supone un diálogo tripartito, y vosotros tenéis la misión de favorecerlo y acrecentarlo en todo el mundo. Pero no es suficiente reunir a los responsables políticos y económicos, a los empresarias y trabajadores. El diálogo tiene que lograr que las partes presenten lleguen a ser cada vez más interlocutores y protagonistas del desarrollo y constructores de una sociedad más justa, teniendo cuidado, en las negociaciones, de no servir simplemente a los intereses de categorías, sino a la causa de la humanidad. En particular, corresponde a los gobiernos promover el desarrollo económico y ser moderadores del diálogo social. Los jefes de empresa y los representantes de los trabajadores tienen el deber de estructurarse para hablar y obrar verdaderamente en bien de todos.

6. Abrigo la esperanza de que los representantes y el personal de la Oficina internacional del trabajo prosigan con tenacidad su acción a fin de humanizar el mundo del trabajo e instaurar la justicia social. Permitidme señalar los esfuerzos notables que vuestra organización realiza en favor de las categorías sociales más desfavorecidas de nuestra época, los emigrantes, los refugiados y los niños que trabajan. Estas personas, en situaciones de fragilidad y a menudo sin defensa alguna, tienen necesidad de asistencia y apoyo. Os toca a vosotros recordar a la comunidad internacional que debe obrar cada vez mejor, para lograr que todos sean protagonistas y beneficiarlos del desarrollo.

Antes de concluir, expreso mis mejores deseos de éxito para la próxima Conferencia internacional del trabajo, que se va a celebrar dentro de algunos días en Ginebra. Pido al Señor que haga de los miembros de la Organización internacional del trabajo servidores del hombre, imagen del Creador, llamado a ser administrador de la creación. Os bendigo de todo corazón a vosotros y a vuestras familias.










A UNA PEREGRINACIÓN DE ESPAÑOLES RESIDENTES EN SUIZA


Sábado 30 de mayo de 1992



Queridos hermanos y hermanas:

Me es grato daros mi más cordial bienvenida a este encuentro que, en vuestra peregrinación a Roma, habéis deseado tener con el Sucesor de Pedro, para compartir vuestras experiencias y anhelos, y recibir también una palabra de estímulo y aliento en vuestra vida cristiana.

A vosotros que, como José y María de Nazaret, habéis experimentado las dificultades de dejar la propia patria, la Iglesia os mira con gran aprecio, tratando de compartir vuestras preocupaciones y esperanzas, y asistiéndoos en vuestras necesidades espirituales. La condición de emigrante en tierras lejanas a la de origen significa tener que afrontar una serie de problemas como son la lengua, costumbres y cultura, que a veces acarrean no pequeños obstáculos para una adecuada inserción social. Ahora bien, toca a las instancias públicas y también a los responsables de vuestras comunidades eclesiales crear apropiadas condiciones de acogida y solidaridad, bajo el signo de la fraternidad y sin ningún tipo de discriminación.

Al mismo tiempo, os aliento a que en vuestra vida tengáis una visión cristiana de la persona, de su destino eterno y del valor trascendente del trabajo, para que el misterio de vuestra existencia se realice a la luz del Evangelio, con la ayuda de los sacerdotes que atienden celosamente esas Misiones españolas.

26 Antes de concluir este encuentro, os ruego que llevéis el afectuoso saludo del Papa a vuestros amigos y compañeros de trabajo, así como a vuestras familias, a la vez que os imparto de corazón la Bendición Apostólica.







Junio de 1992





A LOS MIEMBROS DE LA COMUNIDAD DE VIDA CRISTIANA


«MATRIMONIOS NUESTRA SEÑORA DE NAZARET Y DEL PILAR»


Sábado 27 de junio de 1992



Señor Cardenal,
queridos hermanos y hermanas:

Me es muy grato tener este encuentro con todos vosotros, miembros de la Comunidad de Vida Cristiana “Matrimonios Nuestra Señora de Nazaret y del Pilar”, de Madrid, que habéis querido peregrinar a Roma, centro de la catolicidad, para hacer vuestra profesión de fe ante la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo, así como para acompañar al Señor Cardenal Arzobispo de Madrid –al que agradezco vivamente sus amables palabras–, el cual, en la solemnidad de estos apóstoles, recibirá el Palio como signo de la potestad metropolitana y de comunión con el sucesor de Pedro.

Conozco vuestra actividad en el seno de la Iglesia diocesana, tanto a nivel de apostolado familiar como en obras asistenciales. Deseo alentaros a continuar, con renovado espíritu, en una mayor profundización de los ideales cristianos, haciendo de la Eucaristía el centro de unidad y encuentro de los miembros de la Comunidad, estando abiertos a un compromiso por la justicia en vuestros ambientes, firmemente unidos a vuestros Pastores y siempre disponibles a la acción del Espíritu, que sus cita permanentemente carismas y servicios para bien de los hermanos.

Considerando la espiritualidad peculiar de vuestros equipos, os exhorto también a ser sacramento vivo del amor y la entrega de Cristo a su Iglesia (cf. Ep 5,24 Ep 5,32). En esto consiste la esencia del matrimonio cristiano, que une estrechamente a Cristo y hace que el hogar sea una célula fundamental de la sociedad. En efecto, la celebración eucarística, “fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (Lumen gentium LG 11), os permitirá progresar en el amor de Cristo, incorporándoos cada vez más a su Alianza íntima, y os dará fuerza para seguir renovando el amor, siempre abierto al don de la vida.

Elevo mi plegaria al Padre Todopoderoso para que vuestras familias sean auténticas “Iglesias domésticas” (ib.) en las que se viva la unidad del amor. Para que los esposos sientan cada día su paternidad como participación de la paternidad divina. Para que los hijos sepan corresponder con cariño, obediencia y ayuda, al amor y la entrega generosa de sus padres. Para que los ancianos, testigos del pasado e inspiradores de sabiduría (Familiaris consortio FC 27), puedan sentirse también miembros activos y plenamente acogidos en la comunidad familiar.

Que la Sagrada Familia os ayude a mantener fielmente vuestro compromiso apostólico y a ser testigos del valor permanente de la familia en la sociedad española. Como confirmación de estos fervientes deseos, imparto a todos los presentes, a vuestros familiares y a todos los miembros de esta Comunidad de Vida Cristiana de la archidiócesis de Madrid, una especial Bendición Apostólica.







                                                                                  Octubre de 1992



MENSAJE RADIOTELEVISIVO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS FIELES DE LA REPÚBLICA DOMINICANA


Jueves 8 de octubre de 1992



27 Amadísimos hermanos y hermanas:

Con el favor de la Divina Providencia, tendré el gozo de volver a visitar dentro de unos días la tierra bendita que hace cinco siglos recibió la Buena Nueva del mensaje de la salvación y quedó marcada con la Cruz de Cristo. Desde Roma, centro de la catolicidad, envío a todos, por medio de la radio y la televisión, un entrañable saludo con las palabras del Apóstol Pablo: “Que la gracia y la paz sea con vosotros de parte de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo” (
Ga 1,3).

Mi pensamiento, lleno de estima, se dirige ya desde ahora a los Obispos, sacerdotes y diáconos, religiosos y religiosas, a todos los dominicanos sin distinción, hombres y mujeres, por quienes rezo cada día y a los que bendigo con gran afecto en el Señor.

Vuelvo a la República Dominicana al cumplirse ocho años de mi anterior visita con la que inauguré el período de preparación a la fecha gloriosa que ahora vamos a celebrar: el V Centenario de la llegada del Evangelio al Nuevo Mundo. En la mente y en el corazón de todos, pero especialmente de los latinoamericanos, está presente aquel 12 de octubre de 1492 cuando las naves españolas, al mando del Almirante Cristóbal Colón, arribaron a las tierras del nuevo continente, que después se llamaría América.

Con este viaje pastoral deseo, ante todo, celebrar el nacimiento de esa espléndida realidad que es la Iglesia en América. La semilla que fue sembrada hace cinco siglos ha dado frutos tan abundantes que, en la actualidad, los católicos del Nuevo Mundo representan casi la mitad de la Iglesia universal.

Por ello, mi visita, que por razones bien conocidas y ajenas a mi voluntad, se ve circunscrita a la República Dominicana, donde se fundó la primera diócesis de América, quiere también abarcar espiritualmente a todos y cada uno de los Países del continente que hace quinientos años acogió el mensaje de Jesucristo, el Evangelio de Dios. Y esta dimensión universalista, católica, viene subrayada por un acontecimiento eclesial de gran transcendencia: la celebración de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que tendré la dicha de inaugurar el día 12 de octubre.

Invito, pues, a los católicos de la República Dominicana y de toda América a elevar fervientes plegarias al Señor para que el encuentro eclesial de Santo Domingo, que tendrá como tema Nueva Evangelización, Promoción humana, Cultura cristiana, ponga el nombre de Jesucristo ayer, hoy y siempre (He 13,8)en los labios y en el corazón de todos los latinoamericanos.

Deseo manifestar mi vivo aprecio por la espléndida labor que tantos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, bajo la guía de los Obispos, están desarrollando para que la visita del Papa produzca frutos copiosos que ayuden a renovar vuestra vida cristiana, impulse la nueva evangelización e infunda aliento y esperanza en todos, particularmente en los más pobres y necesitados.

Desde Roma, sede del apóstol Pedro, me uno espiritualmente a todos los dominicanos y os pido que me acompañéis con vuestras oraciones para que mi próxima peregrinación constituya un nuevo impulso a la misión de la Iglesia en vuestro País y en toda América Latina, que en profunda acción de gracias va a conmemorar el V Centenario de la evangelización del continente.

A la Santísima Virgen de la Altagracia, a cuyos pies tendré el gozo de postrarme, encomiendo mi peregrinación apostólica, mientras, en señal de benevolencia os bendigo a todos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.









VIAJE APOSTÓLICO A SANTO DOMINGO

CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto internacional Las Américas de Santo Domingo

28

Sábado 10 de octubre de 1992



Señor Presidente de la República,
Señor Cardenal,
venerables hermanos en el episcopado,
autoridades, amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me llena de gozo encontrarme nuevamente en esta tierra generosa, que en los designios de Dios fue predestinada para recibir, hace ahora cinco siglos, la Cruz de Cristo, que alargando sus brazos de misericordia y amor, llegaría a abarcar la totalidad de aquel mundo nuevo que un 12 de octubre de 1492 apareció radiante a los ojos atónitos de Cristóbal Colón y sus compañeros.

Saludo muy cordialmente al Señor Presidente de la República, que acaba de recibirme, en nombre también del Gobierno y del pueblo de esta querida Nación, y le expreso mi viva gratitud por las amables palabras de bienvenida que ha tenido a bien dirigirme, así como por la invitación a visitar este noble País en fecha tan señalada. Saludo igualmente a las demás Autoridades civiles y militares aquí presentes, a quienes manifiesto también mi reconocimiento por la amabilidad de venir a recibirme.

Mis expresiones de gratitud se hacen abrazo de paz a mis Hermanos Obispos, miembros del Episcopado Dominicano y Presidencia del Consejo Episcopal Latinoamericano, quienes con tanto amor y dedicación cuidan y sirven al Pueblo de Dios en esta vasta porción de la Iglesia. En este saludo, mi corazón abraza también con particular afecto a los queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles cristianos, a los que me debo en el Señor como Pastor de la Iglesia universal.

2. Como peregrino de la Evangelización vengo a este pórtico de las Américas, donde, como aquellos misioneros que acompañaban a los descubridores, tuve la dicha de celebrar mi primera Misa en el primer viaje pastoral de mi Pontificado. Posteriormente, el 12 de octubre de 1984, en el Estadio Olímpico de Santo Domingo, pude inaugurar la novena de años con la que la Iglesia se ha preparado a la magna efemérides que ahora celebramos. Y, recordando las palabras que pronuncié en aquella ocasión, reitero que “la Iglesia, en lo que a ella se refiere, quiere acercarse a celebrar este V Centenario con la humildad de la verdad, sin triunfalismos ni falsos pudores; solamente mirando a la verdad, para dar gracias a Dios por los aciertos, y sacar del error motivos para proyectarse renovada hacia el futuro” (Homilía en el Estadio Olímpico de Santo Domingo, n. 3, 12 de octubre de 1984).

Con este viaje apostólico vengo a celebrar, ante todo, a Jesucristo, el primero y más grande evangelizador, que confió a su Iglesia la tarea de proclamar en todo el mundo su mensaje de salvación. Vengo como heraldo de Cristo y en cumplimiento de la misión confiada al apóstol Pedro y a sus Sucesores de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc Lc 22,32). Vengo también para compartir vuestra fe, vuestros afanes, alegrías y sufrimientos.

3. Movido por la solicitud pastoral por toda la Iglesia, y en íntima comunión con mis Hermanos Obispos del Continente, he querido convocar la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que tendré la dicha de inaugurar el próximo día 12, cuando se cumplen 500 años de la implantación de la cruz de Cristo en el Nuevo Mundo.

29 La Iglesia, que durante este medio milenio ha acompañado en su caminar a los pueblos latinoamericanos compartiendo sus gozos y anhelos, y que hoy se hallan en una encrucijada de su historia al tenerse que enfrentar a urgentes y arduos problemas, se siente interpelada ante la dramática situación de tantos de sus hijos que buscan en ella una palabra de aliento y esperanza. Por ello, junto con los Pastores de la Iglesia convocados en esta Asamblea de Santo Domingo, deseo reafirmar nuestra irrenunciable vocación de servicio al hombre latinoamericano y proclamar su inalienable dignidad como hijo de Dios, redimido por Jesucristo.

Con la confianza puesta en el Señor, y sintiéndome muy unido a los amados hijos de la República Dominicana y de toda América Latina, inicio mi peregrinación apostólica que encomiendo a la maternal protección de Nuestra Señora de la Altagracia –cuyo Santuario en Higüey tendré la dicha de visitar– mientras bendigo a todos, pero de modo particular a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu.

¡Alabado sea Jesucristo!







VIAJE APOSTÓLICO A SANTO DOMINGO


AL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO


ANTE LA REPÚBLICA DOMINICANA*


Sede de la Nunciatura apostólica en Santo Domingo

Domingo 11 de octubre de 1992



Excelencias,
Señoras y Señores:

1. Es para mí motivo de particular satisfacción poder tener este encuentro con un grupo cualificado de personas como es el Cuerpo Diplomático acreditado ante el Gobierno de la República Dominicana, así como con representantes de Organizaciones Internacionales. A todos expreso mi más cordial saludo, que hago extensivo a los Gobiernos, Instituciones y pueblos que representáis.

Las altas funciones diplomáticas que desempeñáis os hacen acreedores del aprecio y atenta consideración de la Santa Sede, sobre todo por tratarse de una labor al servicio de la gran causa de la paz, del acercamiento y colaboración entre los pueblos y de un intercambio fructífero para lograr unas relaciones más humanas y justas en el seno de la comunidad internacional.

La conmemoración del V Centenario de la Evangelización de América le da a nuestro encuentro un particular significado. En efecto, esta fausta efemérides –que es motivo de acción de gracias a Dios porque la semilla del Evangelio ha dado como fruto esta realidad viva y pujante que es la Iglesia latinoamericana– nos sitúa, a la vez, ante una hora crucial para los pueblos de este Continente que, junto con los cambios profundos que han tenido lugar en el ámbito internacional, especialmente en Europa, han de enfrentarse a desafíos socio–económicos urgentes y con características nuevas en su configuración actual.

2. Consciente de la importancia de este momento histórico, la Iglesia católica, tan cercana siempre al hombre latinoamericano en sus gozos y esperanzas, tristezas y angustias (cf. Gaudium et spes GS 1), ha querido poner de relieve este evento celebrando la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que tendré la dicha de inaugurar mañana en esta capital. La Sede Apostólica comparte vivamente los afanes pastorales de los Obispos de América Latina y confía en que la nueva evangelización reciba un gran impulso de esta Conferencia y se proyecte en la vida de las instituciones y de los pueblos que hace 500 años recibieron la luz de la fe.

30 Todo ello hace que este encuentro con el Cuerpo Diplomático adquiera una relevancia especial. Mi mensaje va dirigido a todos los presentes, pero en esta singular ocasión, también y de modo particular, a los Gobernantes de las Naciones de este Continente.

3. La historia de estos cinco siglos ha ido configurando a los pueblos de América Latina como una comunidad de Naciones. El pasado, con sus luces y sombras, ilustra e ilumina la realidad del presente. Pero es el futuro de este Continente lo que ha de ser objeto del esfuerzo decidido y generoso de cuantos dedican sus vidas al servicio del bien común de la sociedad. Por ello, con todo respeto y deferencia, me dirijo a los responsables de los Gobiernos de América Latina para que den un decidido impulso al proceso de integración latinoamericana, que permita llevar a sus pueblos a ocupar el lugar que les corresponde en la escena mundial.

Son muchos y de gran importancia los factores a favor de esa integración. En efecto, constatamos, en primer lugar, la presencia de la religión católica, profesada por la mayoría de los latinoamericanos. Se trata de una componente que –por su propia naturaleza– se encuentra en un plano distinto y más profundo que el de la mera unidad sociopolítica. Sin embargo, al promover el amor, la fraternidad y la convivencia entre los hombres como algo sustancial de su propia misión, la Iglesia católica no puede dejar de favorecer la integración de unos pueblos que, por sus comunes raíces cristianas, se sienten hermanos (cf. Gaudium et spes
GS 42).

Junto a esta comunidad de fe constatamos también estrechos vínculos culturales y geográficos. América Latina constituye una de las realidades geoculturales más significativas del mundo contemporáneo. En efecto, el factor lingüístico favorece grandemente la comunicación y el acercamiento entre las diversas mentalidades. Por otra parte, la unidad geográfica es determinante en el proceso de configuración de las comunidades nacionales e internacionales. Por último, el pasado histórico, que en gran medida es común a los diversos países de América Latina, constituye un ulterior elemento unificador.

4. Señoras y señores, la necesidad de la integración latinoamericana es convicción pacíficamente compartida por muchos y confirmada por las metas ya alcanzadas en materia de economía y de representación parlamentaria. Ahora bien, la integración exige esfuerzo, porque implica un cambio de mentalidad. En efecto, requiere, entre otras cosas, ver como un beneficio propio lo que une a todos. Para ello es necesario, en primer lugar, la superación de los diversos conflictos y tensiones, que enturbian la convivencia pacífica entre los países y generan desconfianzas y antagonismos recíprocos.

En este contexto quisiera hacer un apremiante llamado a la solución pacífica de las controversias. La posibilidad de cualquier enfrentamiento armado ha de ser desechada con firme decisión. Un país hermano vencido y humillado es, en cierta medida, un daño real e inmediato también para el vencedor. Con mayor razón aún hay que rechazar firmemente la violencia armada dentro de una misma comunidad nacional. Si quien empuña las armas lo hace porque se siente despojado de su dignidad y lesionado en sus derechos ciudadanos, con la guerrilla, además de atentar a la vida de las personas y a los principios de la convivencia pacífica, está contribuyendo a perpetuar odios y venganzas durante generaciones.

Señores Embajadores: una política de pacificación y de integración tiene como requisito indispensable el respeto de los derechos humanos. En efecto, la solidaridad exige promover la inalienable dignidad de toda persona. Por eso, considero particularmente atinente repetir aquí una reflexión que hacía en la Encíclica Centesimus annus: “Después de la caída del totalitarismo comunista y de otros muchos regímenes totalitarios y de "seguridad nacional", asistimos hoy al predominio, no sin contrastes, del ideal democrático junto con una viva atención y preocupación por los derechos humanos. Pero, precisamente por esto, es necesario que los pueblos que están reformando sus ordenamientos den a la democracia un auténtico y sólido fundamento, mediante el reconocimiento explícito de estos derechos” (Centesimus annus CA 47).

5. Movido por mi solicitud pastoral, ante las graves consecuencias que para las poblaciones de América Latina conlleva el problema de la deuda externa, he dirigido apremiantes llamados para que se busquen soluciones justas a este dramático problema. Mas, en contradicción con los esfuerzos que se realizan para aliviar la crisis económica, se detectan fenómenos, como la fuga de capitales, la acumulación de riquezas en manos de pocos o el hecho de que considerables sumas y recursos sean dedicados a objetivos no relacionados directamente con el desarrollo que se desea, como es la tendencia actual al armamentismo en América Latina; esto hace que unos fondos que deberían destinarse a resolver tantas necesidades, como la educación, la salud o el grave problema de la vivienda, vengan desviados hacia el incremento del arsenal bélico, postergando ulteriormente tantas expectativas de los hombres y mujeres latinoamericanos. Vienen a mi mente los interrogantes que, a este propósito, se plantean en la Encíclica Sollicitudo rei socialis: “¿Cómo justificar el hecho de que grandes cantidades de dinero, que podrían y deberían destinarse a incrementar el desarrollo de los pueblos, son, por el contrario, utilizadas para el enriquecimiento de individuos o grupos, o bien asignados al aumento de arsenales, tanto en los países desarrollados como en aquellos en vía de desarrollo, trastocando de este modo las verdaderas prioridades?” (Sollicitudo rei socialis SRS 10 cf. ibíd.24).

En un Continente donde no se logra contener el proceso de empobrecimiento, donde los índices de desempleo y subempleo son tan altos, y donde, por contraste, las posibilidades y recursos son abundantes, es impostergable una adecuada inversión del capital a disposición con el fin de crear nuevos puestos de trabajo y aumentar la producción. La pobreza, inhumana e injusta, debe ser erradicada. Para ello, ha de ser potenciado el recurso humano, que es el factor clave del progreso de un pueblo. En efecto, investir en la educación de la niñez y de la juventud es asegurar un futuro mejor para todos.

¡Qué ancho campo hay aquí para la solidaridad de los pueblos y Gobiernos, así como para vuestros análisis y sugerencias de ayuda y apoyo! Que Dios conceda a los responsables del bien común clarividencia y sabiduría para acertar en las medidas a tomar y voluntad tenaz para llevarlas a la práctica.

6. Señoras y Señores: puedo asegurarles que en la Santa Sede encontrarán siempre un atento interlocutor en todo lo relativo a promover la fraternidad y la solidaridad entre los pueblos, así como en lo que favorezca la paz, la justicia y el respeto de los derechos humanos.

31 Al finalizar este encuentro deseo agradecer vivamente vuestra presencia, a la vez que expreso mis más sinceros votos por la prosperidad de vuestros países, por la consecución de los objetivos de las instituciones que representáis, por el éxito de vuestra misión y la felicidad de vuestros seres queridos.

Muchas gracias.

*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XV, 2 1992 pp.293-297.

L'Osservatore Romano 14.10.1992 p. VI.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.42 p.8.









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