Discursos 1992 31


VIAJE APOSTÓLICO A SANTO DOMINGO

INAUGURACIÓN DEL SEMINARIO MISIONERO ARQUIDIOCESANO



Domingo 11 de octubre de 1992



Es para mí motivo de particular gozo poder inaugurar en Santo Domingo y en fecha tan señalada el Seminario Misionero Arquidiocesano “Redemptoris Mater”, que en el marco del V Centenario de la llegada de la Buena Nueva a América, quiere ser una contribución a la gran obra de la nueva evangelización a la que he convocado a la Iglesia universal.

Este centro, que recibirá a candidatos al sacerdocio procedentes de numerosos países de todo el Continente Americano, de Europa y de otras naciones, debe estar siempre animado por un espíritu misionero que sea fermento en esta Arquidiócesis, en toda la República Dominicana y que se proyecte a todo el mundo siguiendo el mandato del Señor: “Id y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16,15). Así lo quiso poner también de manifiesto el Concilio Vaticano II en el Decreto sobre el ministerio y la vida sacerdotal: «El don espiritual que los presbíteros han recibido en la ordenación, no les prepara a una misión limitada y restringida, sino más bien a una vasta y universal misión de salvación, “hasta los últimos confines de la tierra” (Ac 1,8)» (Presbyterorum ordinis PO 10).

La presencia de seminaristas de la más variada procedencia en esta Isla, que recibió las primicias de la predicación evangélica y de la que irradió la luz salvadora de Jesucristo al resto de América, es también un signo de cómo, a las puertas ya del tercer milenio cristiano, desde este Seminario Arquidiocesano “Redemptoris Mater” en Santo Domingo, con la gracia de Dios, podrán también irradiarse los nuevos evangelizadores que lleven por todo el mundo a Jesucristo, “Camino, Verdad y Vida”.

Mientras elevo fervientes plegarias para que María, Estrella de la Evangelización, conduzca a su divino Hijo a todos los que recibirán la formación sacerdotal en este Seminario, imparto a todos con particular afecto mi Bendición Apostólica.









VIAJE APOSTÓLICO A SANTO DOMINGO

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

GRABADO EN EL «FARO A COLÓN»



Santo Domingo, lunes 12 de octubre 1992



32 ¡América Latina! como Sucesor de Pedro y Obispo de Roma yo te saludo en el V Centenario de tu evangelización, recordando aquel año 1492 en que las naves de España, guiadas por Colón, llevaron a esas tierras fecundas la semilla del Evangelio, haciendo también realidad el encuentro de dos mundos.

Doy gracias por ti a Dios nuestro Padre, por tus hijos e hijas, tus milenarias culturas y saberes, cantos y danzas, artes y técnicas.

Por la variedad de tus climas y paisajes, tus llanuras inmensas y las selvas tropicales, las poderosas venas de tus ríos, el mar que te rodea las altas cumbres que se elevan al cielo.

Doy gracias, sobre todo, por tus 500 años de fe cristiana. En las aguas bautismales naciste a una nueva vida, injertándote en el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, arca de salvación y casa común de cuantos invocan a Dios como Padre.

Tu apertura a la gracia y tu acogida a la Palabra de vida te hicieron pasar de las tinieblas a aquella luz admirable que, en tus santos y santas, es faro radiante que, desde la Iglesia, ilumina al mundo.

¡América del tercer milenio cristiano sé siempre fiel a Jesucristo! Sé digna de aquellos abnegados misioneros que en ti plantaron la simiente de la fe. Ábrete más y más con humildad y amor, a la Buena Nueva que libera y salva. Resiste firmemente a los embates del mal y a la tentación de la violencia. Avanza, entre gozos y lágrimas, hacia la anhelada civilización del amor.

¡Iglesia de América! ¡Iglesia de Cristo en América! Anuncia con ardor y valentía la nueva evangelización para que el mensaje de las Bienaventuranzas se haga vida y cultura entre tus pueblos y tus gentes. Sostén la fidelidad de los esposos y la armonía en las familias, la integridad de los jóvenes y la inocencia de los niños. Sé voz de los que no tienen voz, la abogada de los pobres, el refugio de los necesitados.

Avanza, América, hacia Cristo, Redentor del hombre y Señor de la historia. Te precede María, estrella de los mares, refugio de navegantes, puerto de salvación. Te impulsa el viento del Espíritu, que guía la nave de la Iglesia, como antaño condujo a tus playas la carabela « Santa María » bajo la mano firme de Cristóbal Colón. Camina presurosa hacia los cielos nuevos y la tierra nueva para escribir, con la palabra y la gracia de Cristo, nuevas páginas en tu historia de salvación.

¡América Latina, América cristiana, Cristo es tu faro luminoso, tu gozo y tu esperanza!

¡Bendita seas, América!

IOANNES PAULUS PP. II






VIAJE APOSTÓLICO A SANTO DOMINGO

ACTO DE CONSAGRACIÓN DE LA REPÚBLICA DOMINICA

A LA VIRGEN DE LA ALTAGRACIA


ORACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


Lunes 12 de octubre de 1992



33 1. Dios te salve, María, llena de gracia:
Te saludo, Virgen María, con las palabras del Ángel.
Me postro ante tu imagen, Patrona de la República Dominicana,
para proclamar tu bendito nombre de la Altagracia.
Tú eres la “llena de gracia”, colmada de amor por el Altísimo,
fecundada por la acción del Espíritu,
para ser la Madre de Jesús, el Sol que nace de lo alto.
Te contemplo, Virgen de la Altagracia,
en el misterio que revela tu imagen:
el Nacimiento de tu Hijo, Verbo encarnado,
que ha querido habitar entre nosotros,
34 al que tú adoras y nos muestras
para que sea reconocido como Salvador del mundo.
Tú nos precedes en la obra de la nueva Evangelización
que es y será siempre anunciar y confesar a Cristo
“Camino, Verdad y Vida”.

2. Santa María, Madre de Dios:
Recuerdo ante tu imagen, en este 12 de octubre de 1992,
el cumplimiento de los quinientos años
de la llegada del Evangelio de Cristo a los pueblos de América,
con una nave que llevaba tu nombre y tu imagen: la “Santa María”.
Con toda la Iglesia de América entono el canto del “Magnificat”,
35 porque, por tu amor maternal, Dios vino a visitar a su pueblo
en los hijos que habitaban estas tierras,
para poner en medio de ellos su morada,
comunicarles la plenitud de la salvación en Cristo
y agregarlos, en un mismo Espíritu, a la Santa Iglesia Católica.
Tú eres la Madre de la primera Evangelización de América,
y el don precioso que Cristo nos trajo
con el anuncio de la salvación.

3. Reina y Madre de América:
Te venero, con los pastores y fieles de este Continente,
en todos los santuarios e imágenes que llevan tu nombre,
36 en las catedrales, parroquias y capillas,
en las ciudades y aldeas, junto a los océanos, ríos y lagos,
en medio de la selva y en las altas montañas.
Te invoco con los idiomas de todos sus habitantes
y te expreso el amor filial de todos los corazones.
Desde hace quinientos años estás presente
a lo largo y ancho de estas tierras benditas que son tuyas,
porque decir América es decir María.
Tú eres la Madre solícita y amorosa de todos tus hijos
que te aclaman como “vida, dulzura y esperanza nuestra”.

4. Madre de Cristo y de la Iglesia:
37 Te presento y consagro, como Pastor de la Iglesia universal,
a todos tus hijos de América:
a los obispos, sacerdotes, diáconos y catequistas;
religiosos y religiosas;
a quienes viven su consagración en la vida contemplativa
o la testimonian en medio del mundo.
Te encomiendo a los niños y a los jóvenes,
a los ancianos, a los pobres y a los enfermos,
a cada una de las Iglesias locales,
a todas las familias y comunidades cristianas.
Te ofrezco sus gozos y esperanzas, sus temores y angustias,
38 sus plegarias y esfuerzos para que reine la justicia y la paz,
iluminados por el Evangelio de la verdad y la vida.
Tú, que ocupas un puesto tan cercano a Dios y a los hombres,
con tu mediación maternal presenta a tu Hijo Jesucristo
la ofrenda del Pueblo sacerdotal de las Américas;
implora el perdón por las injusticias cometidas,
acompaña con tu cántico de alabanza
nuestra acción de gracias.

5. Virgen de la Esperanza y Estrella de la Evangelización:
Te pido que conserves y acrecientes el don de la fe
y de la vida cristiana,
39 que los pueblos de América recibieron hace cinco siglos.
Intercede ante tu Hijo para que este Continente
sea tierra de paz y de esperanza,
donde el amor venza al odio, la unidad a la rivalidad,
la generosidad al egoísmo, la verdad a la mentira,
la justicia a la iniquidad, la paz a la violencia.
Haz que sea siempre respetada la vida
y la dignidad de cada persona humana,
la identidad de las minorías étnicas,
los legítimos derechos de los indígenas,
los genuinos valores de la familia
40 y de las culturas autóctonas.
Tú, que eres Estrella de la Evangelización,
impulsa en todos el ardor del anuncio de la Buena Nueva
para que sea siempre conocido, amado y servido
Jesucristo, fruto bendito de tu vientre,
Revelador del Padre y Dador del Espíritu,
el mismo ayer, hoy y siempre”. Amén.


Al final de la Santa Misa, y después del Acto de consagración, el Santo Padre añade unas palabras.

Se pide una plegaria por Cuba. Quiero asegurar a los cubanos que se hace esta plegaria cada día, como también por todos y cada uno de los otros países americanos, centroamericanos y latinoamericanos.

Recitemos una plegaria especial por Cuba.







VIAJE APOSTÓLICO A SANTO DOMINGO

JUAN PABLO II

DISCURSO INAUGURAL


DE LA IV CONFERENCIA GENERAL


DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO


12 de octubre 1992



41 Queridos Hermanos en el Episcopado,
amados sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos:

Queridos Irmãos no Episcopado,
Amados sacerdotes, religiosos, religiosas e leigos:

1. Bajo la guía del Espíritu, al que hemos invocado fervientemente para que ilumine los trabajos de esta, importante asamblea eclesial, inauguramos la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, poniendo nuestros ojos y nuestro corazón en Jesucristo, «el mismo ayer, hoy y siempre».[1] El es el Principio y el Fin, el Alfa y la Omega,[2] «el primero y más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena».[3]

En este encuentro eclesial sentimos muy viva la presencia de Jesucristo, Señor de la historia. En su nombre se reunieron los Obispos de América Latina en las anteriores Asambleas —Río de Janeiro en 1955; Medellín en 1968; Puebla en 1979, y en su mismo nombre nos reunimos ahora en Santo Domingo, para tratar el, tema «Nueva Evangelización, Promoción humana, Cultura cristiana», que engloba las grandes cuestiones que, de cara al futuro, debe afrontar la Iglesia ante las nuevas situaciones que emergen en Latinoamérica y en el mundo.

Es ésta, queridos Hermanos, una hora de gracia para todos nosotros y para la Iglesia en América. En realidad, para la Iglesia universal, que nos acompaña con su plegaria, con esa comunión profunda de los corazones que el Espíritu Santo genera en todos los miembros del único cuerpo de Cristo. Hora de gracia y también de gran responsabilidad. Ante nuestros ojos se vislumbra ya el tercer milenio. Y si la Providencia nos ha convocado para dar gracias a Dios por los quinientos años de fe y de vida cristiana en el Continente americano, acaso podemos decir con más razón aún que nos ha convocado también a renovarnos interior-mente, y a «escrutar los signos de los tiempos».[4] En verdad, la llamada a la nueva evangelización es ante todo una llamada a la conversión. En efecto, mediante el testimonio de una Iglesia cada vez más fiel a su identidad y más viva en todas sus manifestaciones, los hombres y los pueblos de América Latina, y de todo el mundo, podrán seguir encontrando a Jesucristo, y en El, la verdad de su vocación y su esperanza, el camino hacia una humanidad mejor.

Mirando a Cristo, «fijando los ojos en el que inicia y completa nuestra fe: Jesús»,[5] seguimos el sendero trazado por el Concilio Vaticano II, del que ayer se cumplió el XXX aniversario de su solemne inauguración. Por ello, al inaugurar esta magna Asamblea, deseo recordar aquellas sentidas palabras pronunciadas por mi venerable predecesor, el Papa Pablo VI, en la apertura de la segunda sesión conciliar:

«¡Cristo!
Cristo, nuestro principio.
Cristo, nuestra vida y nuestro guía.
42 Cristo, nuestra esperanza y nuestro término...
Que no se cierna sobre esta asamblea otra luz que no sea la de Cristo, luz del mundo.
Que ninguna otra verdad atraiga nuestra mente fuera de las palabras del Señor, único Maestro.
Que no tengamos otra aspiración que la de serle absolutamente fieles.
Que ninguna otra esperanza nos sostenga, si no es aquella que, mediante su palabra, conforta nuestra debilidad...».



I. JESUCRISTO AYER, HOY Y SIEMPRE


2. Esta Conferencia se reúne para celebrar a Jesucristo, para dar gracias a Dios por su presencia en estas tierras de América, donde hace ahora 500 a os comenzó a difundirse el mensaje de la salvación; se reúne para celebrar la implantación de la Iglesia, que durante estos cinco siglos tan abundantes frutos de santidad y amor ha dado en el Nuevo Mundo.

Jesucristo es la Verdad eterna que se manifestó en la plenitud de los tiempos. Y precisamente, para transmitir la Buena Nueva a todos los pueblos, fundó su Iglesia con la misión específica de evangelizar: « Id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda creatura ».[6]Se puede decir que en estas palabras está contenida la proclama solemne de la evangelización. Así, pues, desde el día en que los Apóstoles recibieron el Espíritu Santo, la Iglesia inició la gran tarea de la evangelización. San Pablo lo expresa en una frase lapidaria y emblemática: « Evangelizare Iesum Christum », « anunciar a Jesucristo ».[7] Esto es lo que han hecho los discípulos del Señor, en todos los tiempos y en todas la latitudes del mundo.

3. En este proceso singular el año 1492 marca una fecha clave. En efecto, el 12 de octubre —hace hoy exactamente cinco siglos— el Almirante Cristóbal Colón, con las tres carabelas procedentes de España, llegó a estas tierras y plantó en ellas la cruz de Cristo. La evangelización propiamente dicha, sin embargo, comenzó con el segundo viaje de los descubridores, a quienes acompañaban los primeros misioneros. Se iniciaba así la siembra del don precioso de la fe. Y ¿cómo no dar gracias a Dios por ello, junto con vosotros, queridos Hermanos Obispos, que hoy hacéis presentes en Santo Domingo a todas las Iglesias particulares de Latinoamérica? ¡Cómo no dar gracias por los abundantes frutos de la semilla plantada a lo largo de estos cinco siglos por tantos y tan intrépidos misioneros!

Con la llegada del Evangelio a América se ensancha la historia de la salvación, crece la familia de Dios, se multiplica «para gloria de Dios el número de los que dan gracias ».[8] Los pueblos del Nuevo Mundo eran «pueblos nuevos... totalmente desconocidos para el Viejo Mundo hasta el año 1492», pero «conocidos por Dios desde toda la eternidad y por El siempre abrazados con la paternidad que el Hijo ha revelado en la plenitud de los tiempos[9]».[10] En los pueblos de América, Dios se ha escogido un nuevo pueblo, lo ha incorporado a su designio redentor, lo ha hecho partícipe de su Espíritu. Mediante la evangelización y la fe en Cristo, Dios ha renovado su alianza con América Latina.

Damos, pues, gracias a Dios por la pléyade de evangelizadores que dejaron su patria y dieron su vida para sembrar en el Nuevo Mundo la vida nueva de la fe, la esperanza y el amor. No los movía la leyenda de «El Dorado», o intereses personales, sino el urgente llamado a evangelizar unos hermanos que aún no conocían a Jesucristo. Ellos anunciaron «la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres»[11] a unas gentes que ofrecían a sus dioses incluso sacrificios humanos.

Ellos testimoniaron, con su vida y con su palabra, la humanidad que brota del encuentro con Cristo. Por su testimonio y su predicación, el número de hombres y mujeres que se abrían a la gracia de Cristo se multiplicaron «como las estrellas del cielo, incontables como las arenas de las orillas del mar».[12]

43 4. Desde los primeros pasos de la evangelización, la Iglesia católica, movida por la fidelidad al Espíritu de Cristo, fue defensora infatigable de los indios, protectora de los valores que había en sus culturas, promotora de humanidad frente a los abusos de colonizadores a veces sin escrúpulos. La denuncia de las injusticias y atropellos por obra de Montesinos, Las Casas, Córdoba, fray Juan del Valle y tantos otros, fue como un clamor que propició una legislación inspirada en el reconocimiento del valor sagrado de la persona. La conciencia cristiana afloraba con valentía profética en esa cátedra de dignidad y de libertad que fue, en la Universidad de Salamanca, la Escuela de Vitoria,[13] y en tantos eximios defensores de los nativos, en España y en América Latina. Nombres que son bien conocidos y que con ocasión del V Centenario han sido recordados con admiración y gratitud. Por mi parte, y para precisar los perfiles de la verdad histórica poniendo de relieve las raíces cristianas y la identidad católica del Continente, sugerí que se celebrara un Simposio Internacional sobre la Historia de la Evangelización de América, organizado por la Pontificia Comisión para América Latina. Los datos históricos muestran que se llevó a cabo una válida, fecunda y admirable obra evangelizadora y que, mediante ella, se abrió camino de tal modo en América la verdad sobre Dios y sobre el hombre que, de hecho, la evangelización misma constituye una especie de tribunal de acusación para los responsables de aquellos abusos.

De la fecundidad de la semilla evangélica deposita-da en estas benditas tierras he podido ser testigo durante los viajes apostólicos que el Señor me ha concedido realizar a vuestras Iglesias particulares. ¡Cómo no manifestar abiertamente mi ardiente gratitud a Dios, porque me ha sido dado conocer de cerca la realidad viva de la Iglesia en América Latina! En mis viajes al Continente, así como durante vuestras visitas «ad Limina» y en otros diversos encuentros —que han robustecido los vínculos de la colegialidad episcopal y la corresponsabilidad en la solicitud pastoral por toda la Iglesia—, he podido comprobar repetidamente la lozanía de la fe de vuestras comunidades eclesiales y también medir la amplitud de los desafíos para la Iglesia, ligada indisolublemente a la suerte misma de los pueblos del Continente.

5. La presente Conferencia General se reúne para perfilar las líneas maestras de una acción evangelizadora que ponga a Cristo en el corazón y en los labios de todos los latinoamericanos. Esta es nuestra tarea: hacer que la verdad sobre Cristo y la verdad sobre el hombre penetren aún más profundamente en todos los estratos de la sociedad y la transformen.[14]

En sus deliberaciones y conclusiones, esta Conferencia ha de saber conjugar los tres elementos doctrinales y pastorales, que constituyen como las tres coordenadas de la nueva evangelización: Cristología, Eclesiología y Antropología. Contando con una profunda y sólida Cristología, basados en una sana antropología y con una clara y recta visión eclesiológica, hay que afrontar los retos que se plantean hoy a la acción evangelizadora de la Iglesia en América.

A continuación deseo compartir con vosotros algunas reflexiones que, siguiendo la pauta del enunciado de la Conferencia y como signo de profunda comunión y corresponsabilidad eclesial, os ayuden en vuestro ministerio de Pastores entregados generosamente a la grey que el Señor os ha confiado. Se trata de presentar algunas prioridades doctrinales y pastorales desde la perspectiva de la nueva evangelización.

II. NUEVA EVANGELIZACIÓN


6. A nova evangelização é a idéia central de toda a temática desta Conferência.

Desde o meu encontro, no Haiti, com os Bispos do CELAM em 1983, venho pondo urna particular ênfase nesta expressão, para despertar assim um novo ardor e novos esforços evangelizadores na América e no mundo inteiro; ou seja, para dar á ação pastoral « um novo impulso, capaz de suscitar, numa Igreja ainda mais arraigada na forca e na potência imorredouras do Pentecostes, tempos novos de evangelização ».[15]

A nova evangelização não consiste num « novo evangelho », que surgiria sempre de nós mesmos, da nossa cultura ou da nossa análise sobre as necessidades do homem. Por isso, não seria « evangelho », mas pura invenção humana, e a salvação não se encontraria nele. Nem mesmo consiste em retirar do Evangelho tudo aquilo que parece dificilmente assimilável. Não é a cultura a medida do Evangelho, mas Jesus Cristo é a medida de toda a cultura e de toda obra humana. Não, a nova evangelização não nasce do desejo de «agradar aos homens » ou de « procurar o seu favor»,[16] mas da responsabilidade pelo dom que Deus nos fez em Cristo, pelo qual ternos acesso á verdade sobre Deus e sobre o homem, e á possibilidade da vida verdadeira.

A nova evangelização tem, como ponto de partida, a certeza de que em Cristo há uma « riqueza insondável »,[17] que não extingue nenhuma cultura de qualquer época, e á qual nós homens sempre poderemos recorrer para enriquecer-nos.[18] Essa riqueza é, antes de tudo, o próprio Cristo, sua pessoa, porque Ele mesmo é a nossa salvação. Nós, homens de qualquer época e de qualquer cultura, aproximando-nos d'Ele mediante a fé e a incorporação ao Seu Corpo, que é a Igreja, podemos encontrar a resposta àquelas perguntas, sempre antigas e sempre novas, que se nos apresentam no mistério da nossa existência, e que de modo indelével levamos gravadas em nosso coração desde a criação e desde a ferida do pecado.

7. La novedad no afecta al contenido del mensaje evangélico, que es inmutable, pues Cristo es «el mismo ayer, hoy y siempre». Por esto, el evangelio ha de ser predicado en plena fidelidad y pureza, tal como ha sido custodiado y transmitido por la Tradición de la Iglesia. Evangelizar es anunciar a una persona, que es Cristo. En efecto, «no hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios».[19] Por eso, las cristologías reductivas, de las que en diversas ocasiones he señalado sus desviaciones,[20] no pueden aceptarse como instrumentos de la nueva evangelización. Al evangelizar, la unidad de la fe de la Iglesia tiene que resplandecer no sólo en el magisterio auténtico de los Obispos, sino también en el servicio a la verdad por parte de los pastores de almas, de los teólogos, de los catequistas y de todos los que están comprometidos en la proclamación y predicación de la fe.

A este respecto, la Iglesia estimula, admira y respeta la vocación del teólogo, cuya «función es lograr una comprensión cada vez más profunda de la palabra de Dios contenida en la Escritura inspirada y transmitida por la Tradición viva de la Iglesia».[21] Esta vocación, noble y necesaria, surge en el interior de la Iglesia y presupone la condición de creyente en el mismo teólogo, con una actitud de fe que él mismo debe testimoniar en la comunidad. «La recta conciencia del teólogo católico supone consecuentemente la fe en la Palabra de Dios (...), el amor a la Iglesia de la que ha recibido su misión y el respeto al Magisterio asistido por Dios». [22] La teología está llamada, pues, a prestar un gran servicio a la nueva evangelización.

44 8. Ciertamente es la verdad la que nos hace libres.[23] Pero no podemos por menos de constatar que existen posiciones inaceptables sobre lo que es la verdad, la libertad, la conciencia. Se llega incluso a justificar el disenso con el recurso «al pluralismo teológico, llevado a veces hasta un relativismo que pone en peligro la integridad de la fe». No faltan quienes piensan que «los documentos del Magisterio no serían sino el reflejo de una teología opinable»;[24] y «surge así una especie de "magisterio paralelo" de los teólogos, en oposición y rivalidad con el Magisterio auténtico».[25] Por otra parte, no podemos soslayar el hecho de que las «actitudes de oposición sistemática a la Iglesia, que llegan incluso a constituirse en grupos organizados», la contestación y la discordia, al igual que «acarrean graves inconvenientes a la comunión de la Iglesia», son también un obstáculo para la evangelización.[26]

La confesión de fe « Jesucristo ayer, hoy y siempre » de la Carta a los Hebreos —que es como el telón de fondo del tema de esta IV Conferencia— nos lleva a recordar las palabras del versículo siguiente: «No os dejéis seducir por doctrinas varias y extrañas».[27] Vosotros, amados Pastores, tenéis que velar sobre todo por la fe de la gente sencilla que, de lo contrario, se vería desorientada y confundida.

9. Todos los evangelizadores han de prestar también una atención especial a la catequesis. Al comienzo de mi Pontificado quise dar nuevo impulso a esta labor pastoral mediante la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae, y recientemente he aprobado el Catecismo de la Iglesia Católica, que presento como el mejor don que la Iglesia puede hacer a sus Obispos y a todo el Pueblo de Dios. Se trata de un valioso instrumento para la nueva evangelización, donde se compendia toda la doctrina que la Iglesia ha de enseñar.

Confío asimismo que el movimiento bíblico continúe desplegando su benéfica labor en América Latina y que las Sagradas Escrituras nutran cada vez más la vida de los fieles, para lo cual se hace imprescindible que los agentes de pastoral profundicen incansablemente en la Palabra de Dios, viviéndola y transmitiéndola a los demás con fidelidad, es decir, «teniendo muy en cuenta la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe».[28] Igualmente, el movimiento litúrgico ha de dar renovado impulso a la vivencia íntima de los misterios de nuestra fe, llevando al encuentro con Cristo Resucitado en la liturgia de la Iglesia. Es en la celebración de la Palabra y de los Sacramentos, pero sobre todo en la Eucaristía, culmen y fuente de la vida de la Iglesia y de toda la evangelización, donde se realiza nuestro encuentro salvífico con Cristo, al que nos unimos místicamente formando su Iglesia.[29] Por ello os exhorto a dar un nuevo impulso a la celebración digna, viva y participada de las asambleas litúrgicas, con ese profundo sentido de la fe y de la contemplación de los misterios de la salvación, tan arraigado en vuestros pueblos.

10. La novedad de la acción evangelizadora a que hemos convocado afecta a la actitud, al estilo, al esfuerzo y a la programación o, como propuse en Haití, al ardor, a los métodos y a la expresión.[30] Una evangelización nueva en su ardor supone una fe sólida, una caridad pastoral intensa y una recia fidelidad que, bajo la acción del Espíritu, generen una mística, un incontenible entusiasmo en la tarea de anunciar el Evangelio. En lenguaje neotestamentario es la «parresía» que inflama el corazón del apóstol.[31] Esta «parresía» ha de ser también el sello de vuestro apostolado en América. Nada puede haceros callar, pues sois heraldos de la verdad. La verdad de Cristo ha de iluminar las mentes y los corazones con la activa, incansable y pública proclamación de los valores cristianos.

Por otra parte, los nuevos tiempos exigen que el mensaje cristiano llegue al hombre de hoy mediante nuevos métodos de apostolado, y que sea expresado en lenguaje y formas accesibles al hombre latinoamericano, necesitado de Cristo y sediento del Evangelio: ¿Cómo hacer accesible, penetrante, válida y profunda la respuesta al hombre de hoy, sin alterar o modificar en nada el contenido del mensaje evangélico?, ¿cómo llegar al corazón de la cultura que queremos evangelizar?, ¿cómo hablar de Dios en un mundo en el que está presente un proceso creciente de secularización?

11. Como lo habéis manifestado en los encuentros y conversaciones que hemos tenido a lo largo de estos años, tanto en Roma como en mis visitas a vuestras Iglesias particulares, hoy la fe sencilla de vuestros pueblos sufre el embate de la secularización, con el consiguiente debilitamiento de los valores religiosos y morales. En los ambientes urbanos crece una modalidad cultural que, confiando sólo en la ciencia y en los avances de la técnica, se presenta como hostil a la fe. Se transmiten unos « modelos » de vida en contraste con los valores del Evangelio. Bajo la presión del secularismo, se llega a presentar la fe como si fuera una amenaza a la libertad y autonomía del hombre.

Sin embargo, no podemos olvidar que la historia reciente ha mostrado que cuando, al amparo de ciertas ideologías, se niegan la verdad sobre Dios y la verdad sobre el hombre, se hace imposible construir una sociedad de rostro humano. Con la caída de los regímenes del llamado «socialismo real» en Europa oriental cabe esperar que también en este continente se saquen las deducciones pertinentes en relación con el valor efímero de tales ideologías. La crisis del colectivismo marxista no ha tenido sólo raíces económicas, como he puesto de relieve en la Encíclica Centesimus annus,[32] pues la verdad sobre el hombre está íntima y necesariamente ligada a la verdad sobre Dios.

La nueva evangelización ha de dar, pues, una respuesta integral, pronta, ágil, que fortalezca la fe católica, en sus verdades fundamentales, en sus dimensiones individuales, familiares y sociales.

12. A ejemplo del Buen Pastor, habéis de apacentar el rebaño que os ha sido confiado y defenderlo de los lobos rapaces. Causa de división y discordia en vuestras comunidades eclesiales son —lo sabéis bien— las sectas y movimientos «pseudo-espirituales» de que habla el Documento de Puebla,[33] cuya expansión y agresividad urge afrontar.

Como muchos de vosotros habéis señalado, el avance de las sectas pone de relieve un vacío pastoral, que tiene frecuentemente su causa en la falta de formación, lo cual mina la identidad cristiana y hace que grandes masas de católicos sin una atención religiosa adecuada —entre otras razones, por falta de sacerdotes—, queden a merced de campañas de proselitismo sectario muy activas. Pero también puede suceder que los fieles no hallen en los agentes de pastoral aquel fuerte sentido de Dios que ellos deberían transmitir en sus vidas. «Tales situaciones pueden ser ocasión de que muchas personas pobres y sencillas, —como por desgracia está ocurriendo— se conviertan en fácil presa de las sectas, en las que buscan un sentido religioso de la vida que quizás no encuentran en quienes se lo tendrían que ofrecer a manos llenas».[34]

45 Por otra parte, no se puede infravalorar una cierta estrategia, cuyo objetivo es debilitar los vínculos que unen a los Países de América Latina y minar así las fuerzas que nacen de la unidad. Con este objeto se destinan importantes recursos económicos para subvencionar campañas proselitistas, que tratan de resquebrajar esta unidad católica.

Al preocupante fenómeno de las sectas hay que responder con una acción pastoral que ponga, en el centro de todo a la persona, su dimensión comunitaria y su anhelo de una relación personal con Dios. Es un hecho que allí donde la presencia de la Iglesia es dinámica, como es el caso de las parroquias en las que se imparte una asidua formación en la Palabra de Dios, donde existe una liturgia activa y participada, una sólida piedad mariana, una efectiva solidaridad en el campo social, una marcada solicitud pastoral por la familia, los jóvenes y los enfermos, vemos que las sectas o los movimientos para-religiosos no logran instalarse o avanzar.

La arraigada religiosidad popular de vuestros fieles, con sus extraordinarios valores de fe y de piedad, de sacrificio y de solidaridad, convenientemente evangelizada y gozosamente celebrada, orientada en torno a los misterios de Cristo y de la Virgen María, puede ser, por sus raíces eminentemente católicas, un antídoto contra las sectas y una garantía de fidelidad al mensaje de la salvación.


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