Audiencias 1991 55

Agosto de 1991

Miércoles 7 de agosto de 1991

El reino de Dios en el Antiguo Testamento

(Lectura: Éxodo, capítulo 19, versículos 4-6a)
Ex 19,4-6
56 1. La revelación del designio eterno de Dios sobre la comunidad universal de los hombres, llamados a ser en Cristo sus hijos adoptivos, tiene ya su preludio en el Antiguo Testamento, primera fase de la palabra divina a los hombres y primera parte, para nosotros los cristianos, de la Sagrada Escritura. De aquí que la catequesis sobre la génesis histórica de la Iglesia deba buscar ante todo en los libros sagrados, que tenemos en común con el antiguo Israel, los anuncios del futuro pueblo de Dios. El mismo Concilio Vaticano II nos indica esta pista que hay que seguir, cuando escribe que la santa Iglesia, en la que el Padre decidió congregar a los creyentes en Cristo, fue «preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza» (Lumen gentium LG 2). Por tanto, veremos en esta catequesis que en el Antiguo Testamento el designio eterno del Padre se da a conocer principalmente como revelación de un «reino de Dios» futuro, que tendrá lugar en la fase mesiánica y escatológica de la economía de la salvación.

2. «El Señor será vuestro rey», leemos en el libro de los Jueces (Jg 8,23). Son las palabras que Gedeón, victorioso contra los madianitas, dirigió a una parte de los habitantes israelitas de la región de Siquem, que querían que fuera su soberano e incluso el fundador de una dinastía (cf. Jc Jg 8,22). Quizá se pueda relacionar esa respuesta de Gedeón, que rechaza la realeza, con las corrientes antimonárquicas de otro sector del pueblo (cf. 1S 8,4-20); pero es siempre muy elocuente como expresión de su pensamiento y el de una buena parte de Israel sobre la realeza de Dios solo: «No seré yo el que reine sobre vosotros ni mi hijo; el Señor será vuestro rey» (Jg 8,23).

Esta doble tendencia se encontrará también posteriormente en la historia de Israel, en la que no faltan los grupos que añoran un reino en sentido terreno y político. Después del intento de los hijos de Gedeón (cf. Jc Jg 9,1 ss.), sabemos por el primer libro de Samuel que los ancianos de Israel se dirigieron al juez ya anciano con esta petición: «Danos un rey para que nos juzgue» (8, 6). Samuel había establecido a sus hijos como jueces, pero ellos abusaban del poder recibido (cf. 1S 8,1-3). Pero Samuel se entristeció fundamentalmente porque veía en esa petición otro intento de quitar a Dios la exclusividad de la realeza sobre Israel. Por eso se dirigió a Dios para consultarle en la oración. Y, según el libro citado, «el Señor dijo a Samuel: "Haz caso a todo lo que el pueblo te dice. Porque no te han rechazado a ti, me han rechazado a mí, para que no reine sobre ellos"» (1S 8,7). Probablemente se trataba de un nuevo encontronazo entre las dos tendencias -monárquica y antimonárquica- de aquel período de formación de Israel como pueblo unido y constituido también políticamente. De todas formas, es interesante el esfuerzo parcialmente exitoso que hace Samuel, no ya como juez sino como profeta, para conciliar la petición de una monarquía profana con las exigencias de la realeza absoluta de Dios, de quien un sector del pueblo, por lo menos, ya se había olvidado: unge a los reyes dados a Israel como signo de su función religiosa, además de política. Será David el rey emblemático de esta conciliación de aspectos y funciones; es más, por su gran personalidad se convertirá en el Ungido por excelencia, figura del futuro Mesías y del Rey del nuevo pueblo, Jesucristo.

3. Con todo, hay que notar esta confluencia entre las dos dimensiones del reino y del reinar: la dimensión temporal y política, y la dimensión trascendente y religiosa, que ya se encuentra en el Antiguo Testamento. El Dios de Israel es Rey en sentido religioso, incluso cuando los que gobiernan al pueblo en su nombre son jefes políticos. El pensamiento de Dios como Rey y Señor de todo, en cuanto Creador, se hace patente en los libros sagrados, tanto en los históricos como en los proféticos y en los salmos. Así, el profeta Jeremías llama a Dios muchas veces «Rey, cuyo nombre es Dios de los ejércitos» (Jr 46,18 Jr 48,15 Jr 51,57); y numerosos salmos proclaman que «el Señor reina» (Ps 93,1 Ps 96,10 Ps 97,1 Ps 99,1). Esta realeza trascendente y universal había tenido su primera expresión en la Alianza con Israel: verdadero acto constitutivo de la identidad propia y original de este pueblo que Dios eligió y con el que instauró una alianza. Como se lee en el libro del Éxodo: «Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mi un reino de sacerdotes y una nación santa» (Ex 19,5-6).

Esta pertenencia de Israel a Dios, como pueblo suyo, exige su obediencia y amor en sentido absoluto: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Dt 6,5). Este primer y supremo mandamiento representa el verdadero principio constitucional de la Antigua Alianza Con este mandamiento se define el destino y la vocación de Israel.

4. Israel tiene conciencia de ello y vive su relación con Dios como una forma de sometimiento a su Rey. Como se lee en el salmo 48: «El monte Sión (...) [es] la ciudad del gran Rey» (48, 3). Aún cuando el Señor acepta la institución en Israel del rey y de su dinastía en sentido político, Israel sabe que tal institución conserva un carácter teocrático. El profeta Samuel, por inspiración divina, designa como rey primero a Saúl (cf. 1S 10,24) y después a David (cf. 1S 16,12-13), con quien comienza la dinastía davídica Como se sabe por los libros del Antiguo Testamento, los reyes de Israel, y luego los de Judá, transgredieron muchas veces los mandamientos, principios-base de la Alianza con Dios. Los profetas intervinieron contra estas prevaricaciones con sus admoniciones y reprimendas. De esa historia resulta evidente que, entre el reino en sentido terreno y político y las exigencias del reinar de Dios, existen divergencias y contrastes. Así, se explica el hecho de que aunque el Señor mantiene su fidelidad a las promesas hechas a David y a su descendencia (cf. 2S 7,12), la historia describe conspiraciones para poner resistencia «al reino del Señor que está en manos de los hijos de David» (2Ch 13,8). Es un contraste en el que se delinea cada vez mejor el sentido mesiánico de las promesas divinas.

5. En efecto, casi como una reacción contra la desilusión causada por los reyes políticos, se refuerza en Israel la esperanza de un rey mesiánico, como soberano ideal, de quien leemos en los que la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia, desde ahora y siempre» (Is 9,6). Isaías se explaya en la profecía sobre este soberano al que atribuye los nombres de «Maravilla de Consejero», «Dios Fuerte», «Siempre Padre» y «Príncipe de la Paz» (Is 9,5), y cuyo reino describe como una utopía del paraíso terrenal: «Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos. Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito (...). Nadie hará daño, nadie hará mal (...) porque la tierra estará llena de conocimiento del Señor como cubren las aguas el mar» (Is 11,5-6 Is 11,9). Son metáforas destinadas a poner de relieve el elemento esencial de las profecías sobre el reino mesiánico: una nueva Alianza en la que Dios abrazará al hombre de modo benéfico y salvífico.

6. Después del período del exilio y de la esclavitud babilónica, la visión de un rey «mesiánico» asume aún más claramente el sentido de una realeza directa por parte de Dios. Como para superar todas las desilusiones que el pueblo recibió a causa de sus soberanos políticos, la esperanza de Israel, alimentada por los profetas, apunta hacia un reino en el que Dios mismo será el rey. Será un reino universal: «Y será el Señor rey sobre toda la tierra: ¡el día aquel será único el Señor y único su nombre!» (Za 14,9). Aún en su universalidad, el reino conservará sus lazos con Jerusalén. Como predice Isaías: «el Señor de los ejércitos reina sobre el monte Sión y en Jerusalén» (Is 24,23). «Hará el Señor de los ejércitos a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos» (Is 25,6). También aquí, como se puede apreciar, se trata de metáforas de una alegría nueva mediante la realización de esperanzas antiguas.

7. La dimensión escatológica del reino de Dios se acentúa a medida que se avecina el tiempo de la venida de Cristo. Especialmente el libro de Daniel, en las visiones que describe, destaca este sentido de los tiempos futuros. Leemos en él: «Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo del hombre. Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás» (Da 7,13-14).

Por consiguiente, a juicio de Daniel este reino futuro está íntimamente ligado a una Persona, a la que se describe como semejante a un «Hijo de hombre»; es el origen del título que Jesús se atribuirá a sí mismo. Al mismo tiempo, Daniel escribe que el «reino y el imperio y la grandeza de los reinos bajo los cielos todos serán dados al pueblo de los santos del Altísimo» (Da 7,27). Este texto nos trae a la memoria otro del libro de la Sabiduría, según el cual «dos justos (...) juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos y sobre ellos el Señor reinará eternamente» (Sg 3,1 Sg 3,8).

8. Todas éstas son miradas al futuro, pasos abiertos en el misterio hacia el que está avanzando la historia de la Antigua Alianza, que ya parece estar madura para la venida del Mesías, quien la llevará a su cumplimiento. Más allá de los enigmas, los sueños y las visiones, se perfila cada vez más un «misterio» hacia el que apunta toda esperanza, también en las horas más oscuras de la derrota e incluso de la esclavitud y del exilio.

57 El hecho que mayor interés y admiración suscita en estos textos es que la esperanza del reino de Dios se ilumina y purifica cada vez más hacia un reinar directo por parte del Dios trascendente. Sabemos que este reino, que incluye a la persona del Mesías y a la multitud de los creyentes en él, anunciado por los profetas, tuvo en la tierra una realización inicial imperfecta en sus dimensiones históricas, pero sigue estando en tensión hacia un cumplimiento pleno y definitivo en la eternidad divina. Hacia esta plenitud final se mueve la Iglesia de la Nueva Alianza, y todos los hombres están llamados a formar parte de ella como hijos de Dios, herederos del reino y colaboradores de la Iglesia que Cristo fundó como realización de las profecías y las promesas antiguas. Los hombres, por tanto, están llamados a participar en este reino, destinado a ellos y que, en cierto modo, se realiza también por medio de ellos: también por medio de todos nosotros, llamados a ser artífices de la edificación del Cuerpo de Cristo (cf. Ep 4,12). ¡Es una misión importante!

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Junto con mi mensaje de hoy deseo presentar mi más cordial saludo a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular, saludo al grupo de sacerdotes de la diócesis de Colima (México), que en unión de su Obispo han peregrinado a Roma para conmemorar sus veinticinco años de sacerdocio.

Igualmente, saludo a las religiosas Reparadoras del Sagrado Corazón así como a la numerosa peregrinación procedente de la Archidiócesis de Toledo.

A todas las personas, familias y grupos provenientes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.



Miércoles 21 de agosto de 1991

Queridos hermanos y hermanas:

Ayer terminé una peregrinación que estaba dividida en dos partes: la primera parte se desarrolló en Polonia, sobre todo para participar en la Jornada mundial de la juventud; la segunda, en Hungría. Hoy solo quisiera comentar la primera parte, porque los contenidos y lo que hemos vivido es muy abundante para unir las dos visitas. Sobre la visita a Hungría hablaremos el próximo miércoles. Esta Jornada mundial de la juventud es ya una tradición, aunque no larga, pues comenzó hace algunos años, concretamente en 1984, cuando se celebró aquí en Roma la primera Jornada, después del Año de la redención. A partir de esa fecha se decidió celebrar cada año, el Domingo de Ramos, la Jornada mundial de la juventud en toda la Iglesia, tanto en Roma como en las demás diócesis.

Cuando resulta más conveniente, esta Jornada se celebra también en otras fechas. Pero ya en muchas ocasiones se celebró una Jornada especial de dimensiones mundiales, internacionales. En primer lugar, en Roma, en 1985; luego, en Buenos Aires, Argentina, en 1987; por último, en Santiago de Compostela, España, en 1988. Y este año en Czestochowa.

58 Puedo añadir que los acontecimientos que tuvieron lugar en Europa central el año 1989 sugirieron a los organizadores celebrar una Jornada mundial de la juventud precisamente en el santuario de Jasna Góra, en Czestochowa, Polonia. Fue una experiencia de oración, una experiencia espiritual, en la que se registró un fuerte aumento de participantes: se habla, de hecho, de más de un millón de personas congregadas en el santuario de Jasna Góra, procedentes de casi ochenta países del mundo, naturalmente en proporciones diferentes, porque desde Europa es más fácil ir a Jasna Góra, en Polonia, que desde Australia, Asia, África o América Latina.

Pero también desde estos continentes llegaron personas. Una novedad fue la presencia, por primera vez, de muchos jóvenes de Europa del este: muchos llegaron de la Unión Soviética, de Bielorrusia, de Ucrania, de Lituania, de Letonia y de la misma República rusa. Y se reunieron para rezar por la intención principal de la Jornada. Digo "Jornada", pero en realidad fueron muchas jornadas, que concluyeron con la Vigilia del 14 de agosto y la celebración del 15, solemnidad de la Asunción.

Se trató, sobre todo, de jornadas de oración y reflexión, centradas en las palabras de san Pablo, quien dice que los que están guiados por el Espíritu son hijos de Dios. Procuramos profundizar con estos jóvenes en la realidad de llegar a ser hijos de Dios mediante la obra del Espíritu Santo. Los invitamos a colaborar con el Espíritu Santo en esta transformación espiritual que permite que un hombre, que cada uno de nosotros, un joven, sea hijo de Dios a semejanza del Hijo Jesucristo. Todo esto se hizo orando y meditando sobre las tres palabras significativas del llamamiento de Jasna Góra. La primera palabra es "yo estoy junto a ti María"; la segunda, "me acuerdo"; y la tercera, "velo". Claro está que esas palabras están dichas en polaco y la traducción no logra transmitir toda la fuerza y la agudeza que tienen en la lengua polaca. Ahora bien, con estas tres palabras se compusieron plegarias, como la siguiente: "Si yo, un joven, una joven, 'soy', soy gracias a ti, Dios mío, Creador mío. 'Soy' gracias a ti, Cristo, mi Redentor; y te pido a ti, Madre mía, que estés conmigo, que no olvides jamás las maravillas que Dios ha realizado en el mundo, sobre todo en nuestra humanidad, en la historia del hombre: la creación, la redención y la santificación por obra del Espíritu Santo. Y te lo pido, declarando también mi disponibilidad a estar atento, a 'velar'. Habiendo declarado esto, te pido que también tú, María, veles conmigo y sobre mi, de modo que no pierda mi identidad juvenil, mi identidad humana y cristiana".

Esta plegaria fue extraordinaria en su sencillez, profundidad y belleza. Y hay que agradecer a todos los que prepararon esta Jornada mundial de la juventud tanto espiritual como artísticamente, pues le imprimieron un gran carácter espiritual y, diría, artístico, como lo demuestra esta gran plegaria.

Debo decir que en este encuentro un millón de jóvenes invadieron no sólo la ciudad, que cuenta con doscientos mil habitantes, sino también los alrededores.

Doy las gracias a cuantos han colaborado. Fueron muchos, aquí en Roma, en Polonia, en Czestochowa y también en otros países. Doy las gracias también a las autoridades que hicieron posible este encuentro, puesto que hay aspectos técnicos que se deben respetar.

Doy las gracias, especialmente a la santísima Virgen María por el modo como pudimos celebrar juntos la fiesta de su Asunción, el día de su Resurrección, de su Pascua la Pascua mariana.

Y por último, quisiera pedir todavía a todos los presentes que recen por los jóvenes de todo el mundo, porque de ellos depende el futuro de la humanidad, de las naciones, de los pueblos y el futuro de la Iglesia. Recemos por los jóvenes. Gracias.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora muy cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

59 En particular, a las Religiosas Terciarias Franciscanas del Rebaño de María y de la Sagrada Familia de Urgel. Igualmente a las peregrinaciones parroquiales de Valencia y Tarragona y al grupo de peregrinos procedentes de Argentina.

A todos imparto con afecto la bendición apostólica.




Miércoles 28 de agosto de 1991



1. «Gaude, Mater Hungaria». La Iglesia de Hungría exulta con estas palabras en las Vísperas solemnes de la fiesta de San Esteban. También yo deseo manifestar hoy mi alegría porque me ha sido dado estar presente en tierra húngara precisamente en la solemnidad de su santo patrono, el 20 de agosto, y en los días que la precedieron. Así se ha realizado, después de tantos años, el deseo de esta visita a una nación que, desde los comienzos de su historia reciente, se ha mantenido estrechamente unida a la Sede de Pedro con un vínculo particular, cuyo signo son el bautismo y la corona real que el soberano de Hungría, san Esteban, recibió del Papa Silvestre II en el año 1000. En la corona del santo rey húngaro se han fundido, a lo largo de toda la historia del país, la identidad nacional y política, y la unión con la Iglesia. Del 16 al 20 de agosto pasado el Sucesor de Pedro pudo confirmar este vínculo, visitando la heredad de san Esteban.

2. Todo esto pone de relieve los cambios providenciales que se han producido en la sociedad y en la Iglesia. La situación anterior, que duraba desde finales de la segunda guerra mundial, había sido impuesta a los húngaros con las decisiones de Yalta, y ciertamente no dejaban entrever la posibilidad de semejante visita, aunque muchos desde luego la esperaban. El cardenal József Mindszenty es el símbolo de cuanto la Iglesia y la nación húngaras han experimentado desde 1945. El impulso de la libertad en 1956 tropezó con la entrada de las tropas de ocupación y con la consolidación de una situación política impuesta. La actividad de la Iglesia quedó, desde entonces, limitada y sometida a los programas de ateización estatal de la sociedad. En el momento en que el pueblo logró liberarse del sistema que se le había impuesto, retornando a la democracia y a los derechos civiles normales - incluido el derecho a la libertad religiosa -, se han abierto nuevas posibilidades para una actividad regular de la iglesia.

Así, pues, he tenido la oportunidad de ser acogido en el espléndido edificio del Parlamento, en Budapest, sede del Gobierno de la República. En esa ocasión agradecí la invitación al presidente de Hungría, al primer ministro y también a todos los representantes del Gobierno. Manifesté asimismo mi gratitud a las autoridades locales durante las diferentes etapas de mi visita a Pécs, Nyíregyháza, Debrecen y Szombathely.

3. Al visitar Hungría, uno se da cuenta de todo su pasado, un pasado rico de historia, que se remonta al tiempo de los romanos. Mucho antes de la llegada de los húngaros, este país se encontraba en el radio de la evangelización cristiana. Basta recordar que la llanura de la Panonia fue patria de san Martín (después del obispo de Tours) en el siglo IV. Durante el período de la dominación de la Gran Moravia llegaron allí los misioneros del grupo de los santos Cirilo y Metodio. El nombre mismo de la ciudad de Visegrad (Wyszehrad) atestigua la presencia de los habitantes eslavos en la región situada junto al Danubio. En el período en que esta región iba estructurándose como nación húngara bajo el gobierno de la familia de los Arpades (siglos X – XIII), san Gerardo y san Adalberto, obispo de Praga, desarrollaron allí una activa labor misionera.

Pero fue san Esteban, el personaje que indudablemente ejerció un influjo decisivo a lo largo de todo el milenio en la conversión de los húngaros y en su unión con la Iglesia católica. Transmitió la fe cristiana a los herederos inmediatos y lejanos de la corona, entre quienes encontramos una serie de personajes santos: san Emerico, san Esteban, san Ladislao, santa Isabel y santa Margarita. Precisamente a santa Margarita se dirigieron los jóvenes durante el encuentro que tuvo lugar la noche del 19 de agosto. Esta santa, tras la invasión de los tártaros en el siglo XIII, se convirtió en el punto de referencia espiritual del renacimiento del país. Mirándola a ella, los jóvenes quisieron destacar la tarea que se abre ante la generación contemporánea después de la destrucción espiritual y moral de los últimos decenios.

4. Esa tarea constituyó prácticamente el tema principal y frecuente de la oración en todas las fases de mi visita pastoral por tierras húngaras. Se manifestó en la liturgia eucarística, comenzando en Esztergom, primera capital y, hasta hoy, sede del primado de Hungría; se lo consideró nuevamente durante el encuentro con el mundo de la cultura y de la ciencia; en fin, se insistió en él durante la reunión con la Conferencia episcopal, con los sacerdotes diocesanos y religiosos, y también con las generaciones jóvenes (con los seminaristas y las novicias) en la iglesia de Matías. El encuentro con los enfermos hizo referencia a esa tarea, porque el sacrificio del sufrimiento, junto con la oración, contribuye a la renovación espiritual mediante una comunión singular con el misterio de la redención de Cristo.

Muchos fueron los que participaron en la asamblea eucarística y en la liturgia bizantina (en lengua húngara) en el santuario de Máriapócs. Estuvieron presentes, además católicos de rito oriental llegados de los países vecinos, de Eslovaquia, de los Cárpatos meridionales, de Ucrania y de Rumania.

5. En la vida de la Iglesia y de la sociedad húngaras tiene gran importancia el problema del ecumenismo, puesto que en el siglo XVI el 30 por ciento de la sociedad acogió el cristianismo reformado, sobre todo el calvinismo. Por esta razón, también en la visita papal revistió gran interés el encuentro en Debrecen. Esa ciudad es, de hecho, el centro histórico del calvinismo húngaro, que dio su propia contribución a la historia de la nación y de la cultura magiar, especialmente en la región oriental.

60 Muchas personas tomaron parte en la celebración ecuménica y en la plegaria por la unidad de los cristianos. Damos gracias al Señor por este acontecimiento: en tiempos no muy lejanos, un encuentro de esta índole habría sido imposible.

Recuerdo, además, que en el programa del mismo día, domingo 18, en Budapest se celebró el encuentro con los representantes de la comunidad judía.

6. En cada fase de mi peregrinación apostólica participaron en la liturgia peregrinos procedentes de las naciones vecinas: cardenales, obispos, sacerdotes y laicos llegados de Austria y Alemania, de Eslovaquia, de Yugoslavia, especialmente de Croacia y Eslovenia, pero también de Polonia. En particular, fue multitudinaria la presencia de esos peregrinos en la solemnidad de san Esteban y en la misa celebrada en la plaza de los Héroes: se trató de la asamblea más numerosa de toda mi visita. Quedó confirmado así el hecho de que la corona de san Esteban sigue siendo herencia viva de la nación y de la Iglesia húngara.

Abrazo con el recuerdo y la oración a todo el pueblo que vive en la patria y también a los millones de húngaros que se encuentran en el extranjero. ¡Ojalá que todos estrechen contra su corazón la herencia espiritual de san Esteban y, junto con ella, acrecienten en su espíritu el amor y la veneración hacia la Santísima Virgen: Magna Domina Hungarorum!

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora con particular afecto a los peregrinos y visitantes de los distintos países de América Latina y de España.

En particular, al grupo de Religiosas “Hijas de la Virgen para la Formación Cristiana”, que acompañadas por su Madre Fundadora, por la Superiora General y por el Señor Obispo de Badajoz, han peregrinado a Roma para conmemorar en el centro de la Catolicidad el 50 Aniversario de su fundación como Instituto. Aliento a todas a una generosa entrega a Dios y a la Iglesia en fidelidad gozosa a vuestra vocación religiosa.

Saludo igualmente a los miembros del Movimiento de Espiritualidad y Apostolado “San Juan de Ávila”, al grupo de peregrinos procedentes de Venezuela y de la arquidiócesis de Yucatán (México).

A todos bendigo de corazón.



Septiembre de 1991

61

Miércoles 4 de septiembre de 1991

Reino de Dios, reino de Cristo

(Lectura: evangelio de san Marcos, capítulo 1, versículos 14-15)
Mc 1,14-15


1. Leemos en la constitución Lumen gentium del Concilio Vaticano II que «[el Padre] estableció convocar a quienes creen en Cristo en la santa Iglesia, que ya fue (...) preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza (...), y manifestada por la efusión del Espíritu [Santo]» (LG 2). Hemos dedicado la catequesis anterior a esta preparación de la Iglesia en la Antigua Alianza; hemos visto que en la conciencia progresiva que Israel iba tomando del designio de Dios a través de las revelaciones de los profetas y de los mismos acontecimientos de su historia, se hacia cada vez más claro el concepto de un reino futuro de Dios, más elevado y universal que cualquier previsión sobre la suerte de la dinastía davídica. Hoy pasamos a considerar otro hecho histórico, denso de significado teológico: Jesucristo comienza su misión mesiánica con este anuncio: «El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca» (Mc 1,15). Estas palabras señalan la entrada «en la plenitud de los tiempos», como dirá san Pablo (cf. Ga 4,4), y preparan el paso a la Nueva Alianza, fundada en el misterio de la encarnación redentora del Hijo y destinada a ser Alianza eterna. En la vida y misión de Jesucristo el reino de Dios no sólo «está cerca» (Lc 10,9), sino que además ya está presente en el mundo, ya obra en la historia del hombre. Lo dice Jesús mismo: «El reino de Dios está entre vosotros» (Lc 17,21).

2. Nuestro Señor Jesucristo, hablando de su precursor Juan el Bautista, nos da a conocer la diferencia de nivel y de calidad entre el tiempo de la preparación y el del cumplimiento ?entre la Antigua y la Nueva Alianza?, cuando nos dice: «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista: sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él» (Mt 11,11). Ciertamente, desde las orillas del Jordán (y desde la cárcel) Juan contribuyó más que ningún otro, incluso más que los antiguos profetas (cf. Lc Lc 7,26-27), a la preparación inmediata del camino del Mesías. No obstante, permanece de algún modo en el umbral del nuevo reino, que entró en el mundo con la venida de Cristo y que empezó a manifestarse con su ministerio mesiánico. Sólo por medio de Cristo los hombres llegan a ser «hijos del reino», a saber, del reino nuevo, muy superior a aquel del que los judíos contemporáneos se consideraban los herederos naturales (cf. Mt 8,12).

3. El nuevo reino tiene un carácter eminentemente espiritual. Para entrar en él, es necesario convertirse, creer en el Evangelio y liberarse de las potencias del espíritu de las tinieblas, sometiéndose al poder del Espíritu de Dios que Cristo trae a los hombres. Como dice Jesús: «Si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios» (Mt 12,28 cf. Lc 11,20).

La naturaleza espiritual y trascendente de este reino se manifiesta así mismo en otra expresión equivalente que encontramos en los textos evangélicos: «reino de los cielos». Es una imagen estupenda que deja entrever el origen y el fin del reino ?los «cielos»?, así como la misma dignidad divino-humana de aquel en el que el reino de Dios se concreta históricamente con la Encarnación: Cristo.

4 . Esta trascendencia del reino de Dios se funda en el hecho de que no deriva de una iniciativa sólo humana, sino del plan, del designio y de la voluntad de Dios mismo. Jesucristo, que lo hace presente y lo actúa en el mundo, no es sólo uno de los profetas enviados por Dios, sino el Hijo consustancial al Padre, que se hizo hombre mediante la Encarnación. El reino de Dios es, por tanto, el reino del Padre y de su Hijo. El reino de Dios es el reino de Cristo; es el reino de los cielos que se ha abierto sobre la tierra para permitir que los hombres entren en este nuevo mundo de espiritualidad y de eternidad. Jesús afirma: «Todo me ha sido entregado por mi Padre (...); nadie conoce bien al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27). «Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre» (Jn 5,26-27).

Junto con el Padre y con el Hijo, también el Espíritu Santo obra para la realización del reino ya en este mundo. Jesús mismo lo revela: el Hijo del hombre «expulsa los demonios por el Espíritu de Dios», por esta razón «ha llegado a vosotros el reino de Dios» (Mt 12,28).

5. Pero, aunque se realice y se desarrolle en este mundo, el reino de Dios tiene su finalidad en los «cielos». Trascendente en su origen, lo es también en su fin, que se alcanza en la eternidad, siempre que nos mantengamos fieles a Cristo en esta vida y a lo largo del tiempo. Jesús nos advierte de esto cuando dice que, haciendo uso de su poder de «juzgar» (Jn 5,27), el Hijo del hombre ordenará, al fin del mundo, recoger «de su Reino todos los escándalos», es decir, todas las injusticias cometidas también en el ámbito del reino de Cristo. Y «entonces ?agrega Jesús? los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre» (Mt 13,41 Mt 13,43). Entonces tendrá lugar la realización plena y definitiva del «reino del Padre», a quien el Hijo entregará a los elegidos salvados por él en virtud de la redención y de la obra del Espíritu Santo. El reino mesiánico revelará entonces su identidad con el reino de Dios (cf. Mt 25,34 1Co 15,24).

Existe, pues, un ciclo histórico del reino de Cristo, Verbo encarnado, pero el alfa y la omega de este reino ?se podría decir, con mayor propiedad, el fondo en el que se abre, vive, se desarrolla y alcanza su cumplimiento pleno? es el mysterium Trinitatis. Ya hemos dicho, y lo volveremos a tratar a su debido tiempo, que en este misterio hunde sus raíces el mysterium Ecclesiae.

62 6. El punto de paso y de enlace de un misterio con el otro es Cristo, que ya había sido anunciado y esperado en la Antigua Alianza como un Rey-Mesías con el que se identificaba el reino de Dios. En la Nueva Alianza Cristo identifica el reino de Dios con su propia persona y misión. En efecto, no sólo proclama que con él el reino de Dios está en el mundo; enseña, además, a «dejar por el reino de Dios» todo lo que es más preciado para el hombre (cf. Lc 18,29-30); y, en otro punto, a dejar todo esto «por su nombre» (cf. Mt 19,29), o «por mí y por el Evangelio» (Mc 10,29).

Por consiguiente, el reino de Dios se identifica con el reino de Cristo. Está presente en él, en él se actúa, y de él pasa, por su misma iniciativa, a los Apóstoles y, por medio de ellos, a todos los que habrán de creer en él: «Yo, por mi parte, dispongo un reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí» (Lc 22,29). Es un reino que consiste en una expansión de Cristo mismo en el mundo, en la historia de los hombres, como vida nueva que se toma de él y que se comunica a los creyentes en virtud del Espíritu Santo-Paráclito, enviado por él (cf. Jn 1,16 Jn 7,38-39 Jn 15,26 Jn 16,7).

7. El reino mesiánico, que Cristo instaura en el mundo, revela y precisa definitivamente su significado en el ámbito de la pasión y la muerte en la cruz. Ya en la entrada en Jerusalén se produjo un hecho, dispuesto por Cristo, que Mateo presenta como el cumplimiento de la profecía de Zacarías sobre el «rey montado en un pollino, cría de asna» (Za 9,9 Mt 21,5). En la mente del profeta, en la intención de Jesús y en la interpretación del evangelista, el pollino simbolizaba la mansedumbre y la humildad. Jesús era el rey manso y humilde que entraba en la ciudad davídica, en la que con su sacrificio iba a cumplir las profecías acerca de la verdadera realeza mesiánica.

Esta realeza se manifiesta de forma muy clara durante el interrogatorio al que fue sometido Jesús ante el tribunal de Pilato. Las acusaciones contra Jesús eran «que alborotaba al pueblo, prohibía pagar tributos al César y decía que era Cristo rey» (Lc 23,2). Por eso, Pilato pregunta al Acusado si es rey. Y ésta es la respuesta de Cristo: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí». El evangelista narra que «entonces Pilato le dijo: "¿Luego tú eres rey?". Respondió Jesús: "Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,36-37).

8. Esa declaración concluye toda la antigua profecía que corre a lo largo de la historia de Israel y llega a ser realidad y revelación en Cristo. Las palabras de Jesús nos permiten vislumbrar los resplandores de luz que surcan la oscuridad del misterio sintetizado en el trinomio: reino de Dios, reino mesiánico y pueblo de Dios convocado en la Iglesia.

Siguiendo esta estela de luz profética y mesiánica, podemos entender mejor y repetir, con mayor comprensión de las palabras, la plegaria que nos enseñó Jesús (Mt 6,10): «Venga tu reino». Es el reino del Padre, reino que ha entrado en el mundo con Cristo; es el reino mesiánico que, por obra del Espíritu Santo, se desarrolla en el hombre y en el mundo para volver al seno del Padre, en la gloria de los Cielos.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Me es grato saludar ahora a los peregrinos y visitantes de lengua española, procedentes de España y de América Latina.

De modo particular saludo al grupo de formadores Legionarios de Cristo y seminaristas del Colegio Internacional “María Mater Ecclesiae”. Que la Virgen os vaya modelando un corazón semejante al de Cristo, Buen Pastor.

Saludo igualmente al grupo de sacerdotes y cooperadores salesianos de Valencia y a la numerosa peregrinación de la parroquia del Corpus Christi de Zaragoza (España). Que el Señor os mantenga fieles constructores de su Reino.

63 Por último, dirijo mi saludo al grupo de “Nois de la Torre humana” de Torredembarra (Tarragona), que vuestro bello folclore realizado con solidaridad y armonía, os ayude también a levantar vuestro corazón a Dios Padre.

A todos bendigo de corazón.




Audiencias 1991 55