Discursos 1991 13


CONFLICTO DEL GOLFO PÉRSICO

LLAMAMIENTO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

EN LA REUNIÓN CON LOS COLABORADORES


DEL VICARIATO DE ROMA


Jueves 17 de enero de 1991

Este encuentro con vosotros, queridos colaboradores en el Vicariato de Roma, tiene lugar en un momento de profunda tristeza para mi ánimo de Padre y Pastor de la Iglesia universal.

Las noticias llegadas durante la noche sobre el drama que se está llevando a cabo en la región del Golfo han despertado en mí y —estoy seguro— en todos vosotros sentimientos de profunda tristeza y gran desconsuelo.

Hasta el último momento he orado a Dios, esperando que eso no sucediese, y he hecho todo lo humanamente posible para evitar una tragedia.

La amargura deriva del pensamiento de las víctimas, las destrucciones y los sufrimientos que la guerra puede provocar; me siento especialmente cercano a todos los que, a causa de ella, están sufriendo, de una parte y de otra.

Esta amargura se vuelve aun más profunda por el hecho de que el inicio de esta guerra significa también una grave derrota del derecho internacional y de la comunidad internacional.

En estas horas de grandes peligros, quisiera repetir con fuerza que la guerra no puede ser un medio adecuado para resolver completamente los problemas existentes entre las naciones. ¡No lo ha sido nunca y no lo será jamás!

Sigo esperando que lo que hay comenzó finalice cuanto antes. Pido a fin de que la experiencia de este primer día de conflicto sea suficiente para hacer comprender el horror de cuanto está aconteciendo y hacer entender la necesidad de que las aspiraciones y los derechos de todos los pueblos de la región sean objeto de un particular empeño de la comunidad internacional. Se trata de problemas cuya solución puede buscarse solamente en una asamblea internacional, en la que todas las partes interesadas estén presentes y cooperen con lealtad y serenidad.

Con vosotros, queridos responsables del Vicariato de Roma, y junto con mis más estrechos colaboradores en la Secretaría de Estado, he querido compartir este momento de dolor, invitando a todos a insistir en la oración al Señor para que conceda a la humanidad días mejores.

Espero aún gestos valientes que puedan abreviar la prueba, restablecer el orden internacional y hacer que la estrella de la paz, que brilló un día en Belén, vuelva ahora a iluminar aquella región a la que tanto amamos.






A LOS OBISPOS ARGENTINOS EN VISITA


«AD LIMINA APOSTOLORUM»


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Viernes 18 de enero de 1991



Amadísimos Hermanos en el Episcopado:

1. Con íntimo gozo os recibo hoy a vosotros, obispos de la Argentina, en este encuentro colegial con el que culmina vuestra visita “ad limina Apostolorum”. Deseo expresar mi agradecimiento a Monseñor Estanislao Karlic, Arzobispo de Paraná y Vice-Presidente Primero de la Conferencia Episcopal Argentina por el saludo que acaba de dirigirme, haciéndose portavoz de todos vosotros y de los fieles de vuestras diócesis.

En los coloquios personales que hemos mantenido durante estos días he podido apreciar nuevamente la vitalidad de esas Iglesias particulares, vuestra solicitud de Pastores, la entrega de vuestros colaboradores en el ministerio apostólico y la fidelidad a este centro de la unidad, que es la Sede de Pedro. Al igual que mi encuentro con el primer grupo de obispos argentinos, la reunión de hoy evoca espontáneamente en mí el recuerdo de mis viajes pastorales a vuestro país, bendecido desde sus orígenes por la predicación del Evangelio y por el don del Bautismo, y que sigue siendo el inmenso campo de trabajo al que sois enviados y en el que desarrolláis con abnegación vuestro ministerio episcopal.

Vienen ahora a mi memoria las palabras que pronuncié en Buenos Aires, en la celebración eucarística con las personas consagradas y los agentes de pastoral: “¡Iglesia en Argentina: Levántate y resplandece!”. Sé que esta invitación del Papa a sumarse a la tarea de una nueva evangelización, en coincidencia con el recuerdo del V Centenario del comienzo de la Evangelización de América, ha sido acogida con espíritu pronto y generoso, y la respuesta se está concretando en la elaboración de un proyecto de pastoral conjunta para las diócesis de Argentina, en orden a revitalizar todas las comunidades de la Iglesia, y poder así cumplir más plenamente el mandato evangelizador de Cristo. Porque como enseñaba mi predecesor Pablo VI, la vida íntima de la Iglesia “no tiene pleno sentido más que cuando se convierte en testimonio, se hace predicación y anuncio de la Buena Nueva” (Evangelii nuntiandi EN 15).

2. En efecto, “la Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera” (Ad gentes AGD 2); y por eso es necesario renovar incesantemente el espíritu de la misión en todos sus miembros, a partir de la progresiva maduración de cada uno en la propia fe bautismal. En el caso de la Iglesia que peregrina en Argentina, su dinamismo misionero ha de tender, sin duda, a procurar la salvación de todos sus habitantes mediante su adhesión de fe y amor a Jesucristo, nuestro único Redentor.

Pero para lograr una participación activa de cada uno de los miembros de la Iglesia en la misión que, aunque diversamente, compete a todos, se impone dedicar una atención prioritaria y desplegar un intenso esfuerzo para llevar a muchedumbres enteras de bautizados ?alejados de la práctica religiosa, o que quizá ni siquiera han sido educados en ella? a una conciencia más clara y explícita de su identidad católica y de su pertenencia a la Iglesia, a la práctica asidua de la vida sacramental, y a su integración en las propias comunidades cristianas. Con paciencia, con pedagogía paternal, mediante un itinerario catequístico permanente, a través de misiones populares y otros medios de apostolado, ayudad a esos fieles a madurar en su conciencia de pertenecer a la Iglesia y a descubrirla como su familia, su casa, el lugar privilegiado de su encuentro con Dios.

Son precisamente esas multitudes que conservan la fe de su bautismo, pero probablemente debilitada por el desconocimiento de las verdades religiosas y por una cierta “marginalidad” eclesial, las más vulnerables ante el embate del secularismo y del proselitismo de las sectas. Sin una integración plena en la vida eclesial y en sus estructuras visibles, sin una participación viva de la Palabra y en los Sacramentos, la fe tiende a languidecer y difícilmente podrá resistir en el clima desacralizador que reina ?sobre todo, en los grandes centros urbanos? y que invita a dejar de lado a Dios y a desconocer la importancia de la religión para la existencia cotidiana de los hombres. La presencia de las sectas, que actúan especialmente sobre estos bautizados insuficientemente evangelizados o alejados de la práctica sacramental, pero que conservan inquietudes religiosas, ha de constituir para vosotros un desafío pastoral al que será necesario responder con un renovado dinamismo misionero.

3. Esos cristianos, que se suelen calificar como no-practicantes, conservan sin embargo muchas expresiones de la piedad, la cual es un rico patrimonio de vuestro pueblo, al igual que de las naciones hermanas de América Latina. A través de esa piedad, sobre todo la devoción a la Virgen María y a los santos, manifiestan su pertenencia a la Iglesia. Tales expresiones de religiosidad deben ser objeto y punto de partida de una intensa “pedagogía de evangelización” (Evangelii nuntiandi EN 48), para evitar que se contaminen con elementos supersticiosos y puedan, en cambio, llevar a una plena renovación de la fe y a un sincero compromiso de vida según el Evangelio.

Ya sé que desde hace tiempo se viene intensificando la acción de grupos misioneros que, con generosidad y sacrificio, llevan la Palabra de Dios y fomentan la vida sacramental, lo mismo que la ayuda caritativa y la promoción humana, a las poblaciones más necesitadas de asistencia pastoral. Deseo animar, pues, a todos los que realizan este meritorio trabajo de Iglesia a continuar intensificando esos gestos de comunión entre las diversas diócesis. Me complace también saber que muchos jóvenes se sienten llamados a ser protagonistas de la misión. Ruego fervientemente al Señor que cada comunidad eclesial en Argentina llegue a ser verdaderamente evangelizada y evangelizadora.

Queridos Hermanos: procurad que vuestras diócesis y cada una de sus comunidades sean verdaderos centros misioneros; renovad vuestro empeño en acrecentar y profundizar la formación de los agentes pastorales en orden a ese fin. Que vuestra solicitud y entrega arrastre a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y a los miembros de las instituciones y movimientos de apostolado seglar. Que cada uno pueda experimentar esa “necesidad imperiosa” de la que habla san Pablo y haga suyas las palabras del Apóstol: “¡Ay de mí si no evangelizara!” (1Co 9,16).

15 4. En años recientes habéis dedicado especial atención a las prioridades pastorales “Familia” y “Juventud”. Me congratulo por ello, y os sugiero que esas dos temáticas, íntimamente vinculadas, sean objeto continuado de vuestras iniciativas apostólicas.

El futuro de la Iglesia en Argentina, y el bien de la misma comunidad nacional, dependen en gran medida de la consolidación de la institución familiar ?fundada en el matrimonio indisoluble? y de la educación de una juventud arraigada en los valores e ideales que la tradición católica ha aportado a vuestra Patria.

Si bien es cierto que en vuestro pueblo perdura felizmente un sólido sentido de la familia, es decir, la conciencia y la estima de su valor, sin embargo no ignoráis que, en la situación actual podemos constatar también algunas de las “sombras” que he descrito en la Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”, y que son signos negativos de la cultura contemporánea: “El número cada vez mayor de divorcios, la plaga del aborto, el recurso cada vez más frecuente a la esterilización, la instauración de una verdadera y propia mentalidad anticoncepcional” (Familiaris Consortio
FC 6 Más aún, las frecuentes separaciones y la mentalidad divorcista, que se acrecientan por los malos ejemplos y por el influjo desfavorable de los medios de comunicación social, van debilitando en los jóvenes la convicción de que el matrimonio es por su misma naturaleza y por voluntad de Cristo, una alianza en fidelidad y para siempre. De ese modo se pone en peligro el futuro de la institución familiar y la subsistencia misma de una sociedad sana, armónica y auténticamente humana.

Es bien sabido que la quiebra de la vida familiar produce efectos deletéreos sobre los hijos, que son las primeras víctimas. El fenómeno del abandono afectivo y espiritual de los jóvenes, que se sienten de hecho “sin familia”, es la causa de males muy graves que comprometen el desarrollo integral de la juventud de un país: falta de valores y pautas de vida, desorientación, desapego al trabajo, vulnerabilidad ante el ambiente de hedonismo y corrupción moral, alcoholismo, drogadicción, delincuencia.

La salvaguarda de la familia ha de ser un objetivo pastoral permanente para vosotros. En este sentido, quiero exhortaros a continuar con todo empeño la tarea ya emprendida, y a plasmarla en realizaciones concretas. Se trata de dar vida a una pastoral familiar orgánica y permanente, destinando para ello los medios que sean necesarios y preparando al efecto agentes pastorales idóneos, entre vuestros sacerdotes, religiosos y miembros del laicado, que con una formación específica en las materias que atañen a este ámbito, os ayuden a afrontar con creatividad y eficacia este desafío.

No es menos importante para alcanzar este objetivo pastoral fomentar una espiritualidad familiar entre los esposos y en el hogar. Esto permitirá que la familia no sólo sea evangelizada, sino también evangelizadora, y que pueda asumir la excelsa misión de educar a los hijos en un estilo de vida plenamente humano y evangélico.

5. Un recuerdo imborrable de mi viaje apostólico a la Argentina continúa siendo aquel entrañable encuentro con los jóvenes en la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, el Domingo de Ramos de 1987. En aquella ocasión, como también en los otros lugares visitados, la presencia fervorosa y multitudinaria de los jóvenes mostró con elocuencia el fruto del plan pastoral que designasteis como “Prioridad juventud”. Conozco también el acontecimiento religioso, tan digno de admiración, que constituye la peregrinación anual de cientos de miles de jóvenes al santuario de Nuestra Señora de Luján. Y celebro que sean muchos también los jóvenes que toman parte en las actividades y se integran en instituciones y movimientos eclesiales. Es éste un signo de esperanza para la Iglesia en Argentina, pero también una grave responsabilidad y un permanente desafío para vosotros en orden a dar nuevo vigor a las diversas iniciativas en este ámbito, como pusisteis de relieve en el reciente “Encuentro Nacional de Responsables de Pastoral de Juventud”.

A este respecto, quisiera hacer notar que no basta una respuesta masiva y entusiasta de los jóvenes. Es necesario también brindarles una formación sólida y exigente, tanto a nivel espiritual, como humano; una formación que les ayude a crecer en la fe y a adherir de un modo cada vez más consciente y vivo a Jesucristo y a su Iglesia. Sólo así podrán ellos asumir su papel como “sujetos activos, protagonistas de la evangelización y artífices de la renovación social” (Christifideles laici CL 46). Al abordar este aspecto, delicado y fundamental, de la pastoral juvenil, estaréis ofreciendo un aporte inestimable al futuro de la Iglesia y de la sociedad argentina.

6. La conciencia del deber apostólico os ha llevado, más de una vez, a todo el Episcopado a orientar con oportunas directrices el camino nada fácil de la comunidad nacional hacia una convivencia más justa y hacia el afianzamiento de una auténtica paz social.

Vuestro país se ve afectado por las consecuencias de una prolongada crisis, cuyos efectos se hacen sentir en todos los ámbitos de la vida nacional. Os pido que transmitáis a vuestros fieles mi preocupación y mi cercanía solidaria; decidles que los tengo siempre presentes en mi oración.

Queridos Hermanos: las dificultades de la hora actual no deben desanimaros sino que, por el contrario, han de suscitar en vosotros una renovada esperanza e intrépida fortaleza. Se ha dicho muchas veces ? y lo reconocen quienes procuran hacer un diagnóstico objetivo y sincero de los graves problemas políticos, económicos y sociales ? que la crisis es de naturaleza moral. La estabilidad de un orden en la convivencia social, la vigencia de relaciones de justicia y equidad, el respeto de los derechos y la observancia de los deberes que impone la ley, la solidaridad, sin la cual una comunidad no puede asegurar su auténtico bien, son valores que, en definitiva, se deben plasmar en el espíritu y en el corazón de los hombres.

16 Los Obispos argentinos habéis dado prueba de la esperanza que alienta vuestra acción pastoral. No habéis callado ante los problemas y dificultades, sino que habéis orientado a todos durante esta prolongada prueba que atraviesa el país. Constituís pues un punto de referencia, una autoridad moral que contribuye a evitar ulteriores desdichas en la comunidad nacional. “Diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum” (Rm 8,28) . Esta convicción de san Pablo adquiere ante vosotros una singular elocuencia. Son grandes los desafíos pastorales que venís afrontando en Argentina. Por eso habéis descrito con certeza el momento actual definiéndolo como una crisis moral. En efecto, las crisis traen consigo zozobras y resquebrajamientos; pero son también procesos abiertos que no han de desembocar necesariamente en algo meramente negativo. Pueden y deben ser orientadas desde dentro, para que madure y se manifieste todo el bien que pueden acarrear.

Los católicos argentinos van advirtiendo que los desafíos actuales requieren un mayor arraigo en la fe, una caridad más acendrada y solidaria. La nueva evangelización es tiempo propicio; y la Virgen de Luján continuará, a buen seguro, guiando vuestros pasos. Mas, no dejéis de exhortar a vuestros fieles y de animarlos a colaborar ? junto con todos los ciudadanos de buena voluntad ? en la reconstrucción del tejido ético de la sociedad argentina, con magnanimidad y espíritu de sacrificio, como respuesta obligada a los abundantes dones con que la divina Providencia ha bendecido vuestra tierra, y como corresponde a la hidalguía de vuestras tradiciones patrias y a la vocación de un pueblo forjado al amparo de la Cruz de Cristo y en el seno de su Iglesia. Procurad asimismo suscitar y sostener la vocación de líderes laicos que en la actividad laboral, empresarial, política y en todos los ámbitos de la vida nacional, se propongan llevar a la práctica los postulados de la doctrina social de la Iglesia, inspirándose en ella para elaborar las soluciones y los programas que el país requiere. Importa también sobremanera la formación de los fieles en las virtudes propias de la vida social; ellas han de ser expresión del amor de los cristianos a su patria, de la caridad y piedad que como hijos le deben.

7. Para concluir este gratísimo encuentro, reitero la plegaria que formulé en una de las celebraciones eucarísticas en vuestra amada patria: “¡Cómo pido a Dios que Argentina camine en la luz de Cristo!”(Homilía de la misa para los consagrados y agentes de pastoral, Buenos Aires, 10 de abril de 1987, n. 9). Al elevar ahora esta súplica al Señor, mi pensamiento se dirige a todos los habitantes del suelo argentino y, de modo particular, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los miembros de las instituciones y movimientos laicales, y a todos los fieles. A todos les digo con el apóstol san Pablo: “Fortaleceos en el Señor con la fuerza de su poder” (Ep 6,10)). No desfallezcáis, pues, en vuestro trabajo y en vuestro testimonio, antes bien, con plena confianza en la gracia de Dios, haced presente a Cristo en todas las circunstancias de vuestra vida. Este es mi deseo: “Que nuestro Señor Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos amó y nos dio gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza, os reconforte y fortalezca en toda obra y en toda palabra buena” (2Th 2,16-17).

Amadísimos Hermanos: al volver ahora a vuestras diócesis, sabed que os acompaña mi reconocimiento más vivo por vuestra tarea, mi afecto y mi oración constante y la Bendición Apostólica que os imparto de corazón. A María, la Madr e del Redentor, que con la advocación de Luján invocáis como Madre y Patrona de los argentinos, encomiendo fervientemente a vuestras personas, a vuestras Iglesias particulares y a toda vuestra Nación.





                                                                                  Marzo de 1991



VISITA PASTORAL A LAS MARCAS


A LAS TRABAJADORAS DE LA FÁBRICA DE CONFECCIONES


DE LA CIUDAD DE MATELICA


Martes 19 de marzo de 1991


Queridos hermanos y hermanas:

1. Os saludo cordialmente y os agradezco vuestra amable acogida. Saludo a vuestro pastor, mons. Luigi Scuppa, a las autoridades que han intervenido y a los dirigentes de la fábrica. Un pensamiento particular va a vosotras, las trabajadoras de este establecimiento «Confecciones de Matelica», que constituye la mayor empresa productiva del interior de la región de Las Marcas con plantilla de personal enteramente femenino. Agradezco vivamente a vuestra representante, que se ha hecho intérprete y portavoz de vuestros sentimientos. Sus palabras me han permitido conocer mejor vuestra realidad cotidiana, los problemas que debéis afrontar, las esperanzas y las preocupaciones que estáis viviendo. He apreciado los esfuerzos que se han llevado a cabo en la fábrica para organizar el trabajo, a fin de que se pueda conciliar con los compromisos familiares; me alegra comprobar cuán enraizada está en vuestra tradición la influencia del Evangelio y el deseo de poner en práctica sus enseñanzas.

Saludo al ministro Gerardo Bianco y al honorable Arnaldo Forlani, y les doy las gracias por haberme acompañado en las diversas etapas de la visita de hoy.

Estoy contento de encontrarme entre vosotras, sobre todo porque casi nunca tengo la posibilidad de visitar una fábrica donde trabajen sólo mujeres. Lo hice una sola vez, en Polonia, durante mi último viaje, en 1987. Y esta circunstancia me brinda la posibilidad de reflexionar, aunque brevemente, sobre vuestro papel en el mundo del trabajo y en la sociedad.

2. En Matelica, segundo centro industrial del alto Valle del Esino, se ha duplicado en la postguerra el número de sus habitantes; es el único ejemplo, junto con Fabriano, de crecimiento en la zona piamontesa. El fin del flujo migratorio y el incremento del desarrollo local han tenido lugar gracias a la iniciativa de algunos de vuestros coterráneos, a quienes conocéis muy bien; ellos han construido, con valentía y talento empresarial, una industria en sintonía con las necesidades del territorio y de la familia.

17 Un progreso y un desarrollo cuya consecuencia ha sido el pasaje de una sociedad agrícola a otra de tipo industrial y obrero. Pero la transformación social aún en curso, aunque ha elevado el tenor de vida, ha hecho surgir otras exigencias y nuevos problemas y contradicciones. Es necesario reaccionar, sin dejar de preocuparse jamás por el destino más profundo y definitivo de la persona humana; hay que seguir manteniendo vivos el deseo espiritual y el sentido religioso de la existencia, arraigados siempre en la comunidad cristiana de Matelica. Basta recordar sus antiquísimas tradiciones: Matelica era diócesis desde el siglo V y sus obispos tomaron parte en los concilios ecuménicos de los primeros siglos. Basta recordar el testimonio de los santos que vivieron aquí como por ejemplo san Bernardino de Siena, Santiago de la Marca, san Gaspar del Búfalo, y el de otros hijos de vuestra tierra, como el beato Gentile Finaguerra y la beata Mattia Nazzarei.

3. Ciertamente, la entrada de la mujer en la fábrica ha contribuido a cambiar el tradicional estilo de vida de vuestra ciudad, que ha quitado en parte a la figura femenina de esposa y madre la tarea, en otros tiempos casi exclusiva, de educar a los hijos y administrar la casa. El ritmo del trabajo, que responde a las exigencias de la fábrica, la ausencia prolongada de casa y la mayor autonomía, tanto económica como psicológica, no han dejado de influir profundamente en las costumbres mentales y en los comportamientos comunes hace algunos decenios. Todo esto no sólo ha tenido repercusiones positivas. Con frecuencia la mujer ha pagado a un precio elevado el progreso moderno. Es preciso que en este nuevo orden social la mujer se comprometa a redescubrir y reafirmar las razones fundamentales de su feminidad.

La personalidad femenina, como escribí en la Mulieris dignitatem, presenta dos dimensiones: la maternidad y la virginidad. Se trata de dos caminos de su vocación de persona que se justifican y se complementan recíprocamente. Sólo si se profundiza la verdad sobre la persona humana, que «no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (Gaudium et spes
GS 24), se puede abrir «el camino a una comprensión plena de la maternidad de la mujer» (Mulieris dignitatem MD 18). En esta maternidad, unida a la paternidad del hombre, se refleja el misterio eterno de la generación que está en Dios mismo. Aunque ambos, el padre y la madre, son padres de su hijo, «la maternidad de la mujer constituye una parte especial de este ser padres en común, así como la parte más cualificada» (Mulieris dignitatem MD 18). Es la mujer, en efecto, la que tiene que «pagar directamente por este común engendrar, que absorbe literalmente las energías de su cuerpo y de su alma» (Mulieris dignitatem MD 18). El hombre contrae una deuda especial con la mujer. A la luz de estas consideraciones, es evidente que ningún programa de igualdad de derechos entre el hombre y la mujer puede ser válido si no contempla cuanto acabo de mencionar, pues sería humillante e injusto con las mujeres, a las que de palabra intenta promover y tutelar.

4. Cambian los tiempos y los modos de organizar la sociedad y se aceleran los ritmos productivos, pero la dignidad y el orden del amor deben permanecer inmutables. La mujer representa «un valor particular como persona humana y, al mismo tiempo, como aquella persona concreta por el hecho de su femineidad» su dignidad «es medida en razón del amor, que es esencialmente orden de justicia y de caridad» (Mulieris dignitatem MD 29).

Cuando las transformaciones en una fábrica son tan rápidas que no permiten una preparación adecuada al cambio por parte de los empleados, puede suceder que las exigencias productivas tengan más importancia que la dignidad de las personas. Entonces entran en crisis los principios morales y las referencias éticas indispensables para la tutela de la persona humana; y, del mismo modo, disminuye el respeto por su dignidad intangible. No es el caso de vuestra fábrica, en la que se procura regular el ritmo del trabajo de acuerdo con vuestras exigencias como mujeres y madres; pero todos advertimos que hoy existen sectores laborales en los que la dignidad de la mujer está amenazada. Resulta indispensable que ella recupere su función peculiar y evite así el peligro de ser considerada casi como un objeto de producción.

El trabajo, como participación personal en la transformación de la creación y fuente de sustento digno, no debe quitar a la mujer, esposa y madre, la posibilidad de cumplir las funciones sociales y familiares que le son características, ya que sólo de esta forma ella encarna su vocación humana, incluso en el horizonte de su femineidad. Una ocupación que limitara los espacios de la mujer y la llevara fuera de su función de amor, impidiéndole la realización total de sí misma, privaría a la comunidad humana y cristiana de una protagonista indispensable para su evolución y su crecimiento como civilización.

¡Cuán necesario es, pues, poner en práctica una nueva evangelización y una pastoral del mundo obrero calificada y eficaz, de manera que responda concretamente a las exigencias que plantea la organización moderna del trabajo! Sólo así será posible reivindicar y promover un espacio real para el papel de la mujer, esposa, madre y educadora. Sólo en estas condiciones la familia no sufrirá la ausencia de la función femenina y los hijos no quedarán privados del afecto y del apoyo materno, indispensables para el crecimiento armonioso y el desarrollo equilibrado del núcleo familiar.

5. De hecho, el progreso, tal como ha venido configurándose, favorece a algunos y margina a otros. Existe el peligro de una desaparición gradual e insensible de la atención hacia el hombre y hacia todo lo que lo concierne. De ahí que sea de actualidad cuanto observaba en la conclusión de la Mulieris dignitatem: «En este sentido, sobre todo el momento presente espera la manifestación de aquel genio de la mujer, que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el hombre, por el hecho de que es ser humano. Y porque es mayor la caridad» (Mulieris dignitatem MD 30).

Formulo votos para que cada una de vosotras, queridas trabajadoras, consciente de la misión que le ha sido encomendada en el seno de la familia, de la Iglesia y de la sociedad, pueda llevarla a cumplimiento con generosidad, superando todos los obstáculos y dificultades. Con este fin, invoco sobre vosotras y vuestro trabajo la protección materna de la Virgen de Nazaret, la Madre de Dios, y lo hago el día de san José. No he mencionado a san José en este discurso porque, al parecer, es más bien el patrono de los trabajadores. Pero es el patrono del trabajo humano. Además, estando tan cercano a María en su trabajo, en su misión, en su vocación, hizo mucho por el mundo femenino. Desde luego, san José contribuyó —y esto a veces se olvida— y sigue contribuyendo mucho, —ésta es mi experiencia y mi oración— a promover la dignidad de la mujer: «Mulieris dignitatem». Os imparto a todas vosotras mi bendición.






AL SEÑOR HERNANDO DURÁN DUSSÁN


NUEVO EMBAJADOR DE COLOMBIA ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 21 de marzo de 1991



Señor Embajador:

18 Es para mí motivo de particular complacencia recibir las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Colombia ante la Santa Sede. Al darle, pues, mi cordial bienvenida a este acto de presentación quiero asegurarle mi estima en el desempeño de la alta misión que su Gobierno le ha confiado, así como reiterar ante su persona el profundo afecto que siento por todos los amados hijos de su País.

Antes que nada, deseo corresponder a los sentimientos de cercanía y adhesión que el Señor Presidente de la República ha querido hacerme llegar por medio de Usted y le ruego que tenga a bien transmitirle mi deferente saludo y mis mejores votos de paz y bienestar.

Viene Usted a representar ante la Sede de Pedro a una Nación que, a lo largo de su historia, se ha distinguido como católica. Es innegable que la presencia y actuación de la comunidad católica en Colombia ha sido, desde sus mismos orígenes y luego como Nación —y lo sigue siendo hoy— un elemento de importancia relevante para el bien de la sociedad en general. Pues la Iglesia, fiel al mandato de su divino Fundador, pone todo su empeño en servir a la noble causa de la promoción integral del hombre y de los pueblos. Como señala el Concilio Vaticano II, “la Iglesia, por ésta su universalidad, puede constituir un vínculo estrechísimo entre las naciones y comunidades humanas con tal de que éstas tengan confianza en ella y reconozcan efectivamente su verdadera libertad para cumplir su misión” (Gaudium et spes
GS 42). Por otra parte, no se puede olvidar que muchos problemas sociales e incluso políticos tienen sus raíces en el orden moral, y es en este terreno donde la Iglesia lleva a cabo su labor como formadora de conciencias y criterios, como inspiradora de los valores transcendentes y, sobre todo, como evangelizadora. Los católicos colombianos, en la medida en que sean fieles a las enseñanzas del Evangelio y al Magisterio de la Iglesia, deberán promover y defender siempre la justicia y la paz, la libertad y la honradez, el respeto pleno de la vida desde su concepción a su término natural. Por ello, de la respetuosa y leal colaboración y entendimiento entre la Iglesia y la potestad civil no podrán sino seguirse bienes para la sociedad colombiana.

La Iglesia no tiene ambiciones políticas. Cuando ofrece su contribución específica para los grandes y siempre actuales problemas de la humanidad, lo hace para ser fiel a la misión que su Fundador le ha confiado. Ella no presenta modelos parciales y pasajeros de sociedad, sino que tiende a la transformación de los corazones y de las mentes, para que el hombre pueda descubrirse y reconocerse a sí mismo en la plena verdad de su propia humanidad. Y por ser su misión de carácter moral y religioso, la Iglesia respeta el área específica de responsabilidad del Estado. Al mismo tiempo, alienta a sus miembros a asumir sus plenas responsabilidades como ciudadanos para, junto con los demás, contribuir eficazmente al bien común y a las grandes causas del hombre.

En sus palabras, Señor Embajador, ha querido Usted hacer mención del flagelo de la violencia interna que sufre su País. En efecto, atentados y crímenes frecuentes siguen dejando su triste secuela de sufrimiento y muerte en tantos hogares colombianos. Con el profundo dolor que suscita en mi corazón de Padre el repetirse de actos reprobables que causan tantas víctimas inocentes, hago míos una vez más los reiterados llamados de los Obispos de su Nación, que no han dejado de denunciar y condenar enérgicamente la violencia terrorista y guerrillera, la tortura y los secuestros, el abuso de poder y la impunidad de ciertos delitos, el uso de la droga y el abominable crimen del narcotráfico. Los insoslayables problemas y desafíos del momento presente son ciertamente obstáculos no fáciles de superar. Pero ello no ha de ser motivo de desánimo ni desaliento, pues Colombia cuenta con la riqueza de sus sólidos valores cristianos que han de darle un impulso nuevo en la construcción de una sociedad más justa, fraterna y pacífica.

Sigo con particular interés el importante momento que vive su País, donde está en curso un proceso de reforma Constitucional. A este propósito, hago míos los votos expresados por la Conferencia Episcopal, que, en un reciente documento colectivo, manifiesta el deseo de que sean tutelados los principios éticos que son patrimonio de la conciencia cristiana del pueblo colombiano, “de modo que se dé paso a una nueva y mejor sociedad: una sociedad más humana y cristiana; más justa y fraterna; más democrática y participativa; más libre y responsable; donde exista la igualdad dentro de la diversidad y siempre promotora del bien común integral. Una sociedad ordenada a la persona y a su bien; una sociedad donde se reconozca integralmente y se garanticen efectivamente y se promuevan los derechos naturales del hombre y de todos los hombres” (Conferencia Episcopal Colombiana, Por un nuevo orden social, solidario y justo, 22 de febrero de 1991).

Colombia es una Nación de reconocida tradición católica. Deseo recordar a este respecto que la primera visita de un Papa a América Latina fue precisamente a Bogotá, donde mi predecesor, Pablo VI, pudo comprobar en 1968 la fe del pueblo colombiano. Yo mismo, en julio de 1986, en mis encuentros con los diversos grupos sociales y culturales de su patria, con niños, jóvenes, adultos y ancianos, pude experimentar el entusiasmo de tantas personas que manifestaban abiertamente sus convicciones religiosas en aquellas entrañables celebraciones de fe y amor.

El catolicismo, en efecto, está estrechamente unido a la historia de su noble País. A este respecto, me complace saber que cada año el Señor Presidente de la República consagra la Nación colombiana al Sagrado Corazón de Jesús, como reconocimiento de que la fe cristiana proclamada por la Iglesia católica ha sido elemento fundamental en la convivencia y el orden social en Colombia. También me es grato señalar el hecho de que la gran mayoría de los Delegatarios de la Constituyente han manifestado públicamente sus convicciones católicas.

A este propósito, un ordenamiento jurídico que tutele convenientemente la familia repercutirá positivamente en el bien común, haciendo que dicha institución continúe siendo el núcleo sobre el que se funda la sociedad. La unidad e indisolubilidad del matrimonio son también garantía de la estabilidad y solidez de la vida social de la Nación. Al respecto deseo recordar la doctrina del Concilio Vaticano II, la cual enseña que “el poder civil ha de considerar obligación suya sagrada reconocer la verdadera naturaleza del matrimonio y de la familia, protegerla y ayudarla, asegurar la moralidad pública y favorecer la prosperidad doméstica” (Gaudium et spes GS 52).

En este marco de contribución al bien común, desde un recto ordenamiento jurídico, no podemos dejar de señalar también el papel desempeñado por la escuela católica que, desde la educación primaria hasta los centros universitarios, tanto ha aportado a la formación de una recta conciencia ciudadana y a la consolidación de los principios cristianos, salvos siempre la libertad y los derechos de otras confesiones.

Los Obispos de Colombia, en el ejercicio de su misión pastoral, no han dejado de ofrecer por su parte criterios y orientaciones que puedan ayudar a los fieles al mejor desempeño de sus responsabilidades cívicas en la hora actual. Movidos por el deseo de contribuir al bien común y a un mejor entendimiento entre todos los ciudadanos y los poderes públicos, han puesto de relieve en un reciente documento colectivo que “el reconocimiento y protección de las exigencias de orden moral, natural y cristiano, será factor eficaz en la construcción de una sociedad justa, participativa, solidaria y democrática” (Conferencia Episcopal Colombiana, Exhortación pastoral sobre la Asamblea Nacional Constituyente, 22 de febrero de 1991).

19 Para que estos sentidos deseos sean una confortadora realidad en su País, por intercesión de Nuestra Señora de Chiquinquirá, imploro sobre el querido pueblo colombiano, sobre sus gobernantes, y de modo particular sobre Vuestra Excelencia y su distinguida familia y colaboradores, la constante protección divina.










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