Discursos 1991 19


AL SEÑOR ALEJANDRO EMILIO VALLADARES LANZA


NUEVO EMBAJADOR DE HONDURAS ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 25 de marzo de 1991



Señor Embajador:

Con viva complacencia recibo las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Honduras ante la Santa Sede. Deseo darle mi más cordial bienvenida a la vez que le aseguro mi benevolencia en el desempeño de la alta misión que su Gobierno le ha confiado.

Su presencia aquí trae a mi mente la intensa jornada vivida con el amado pueblo hondureño durante mi visita pastoral a Centroamérica. A los pies de Nuestra Señora de Suyapa y luego en el encuentro de San Pedro Sula pude apreciar los genuinos valores, humanos y cristianos, así como las aspiraciones de justicia y paz que brotan de un pueblo que se siente unido por fuertes vínculos de fe.

Como Usted ha querido poner de relieve en su discurso, la gran mayoría de los ciudadanos de su País profesan la fe católica. En efecto, la semilla del Evangelio plantada por abnegados misioneros, hace casi cinco siglos, ha echado profundas raíces en el alma noble del pueblo hondureño.

La Iglesia —como puso de relieve la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano— “ha ido adquiriendo una conciencia cada vez más clara y más profunda de que la Evangelización es su misión fundamental y de que no es posible su cumplimiento sin un esfuerzo permanente de conocimiento de la realidad y de adaptación dinámica, atractiva y convincente del Mensaje a los hombres de hoy” (Puebla, 85).

Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes, renovar la sociedad desde dentro haciendo que los criterios, las líneas de pensamiento y los modelos de vida se inspiren en los principios cristianos y éticos. Como señala el Documento antes citado, “las profundas diferencias sociales, la extensa pobreza y la violación de derechos humanos que se da en muchas partes son retos a la Evangelización” (ib., 89). Por esto, hago votos para que, por encima de intereses contrapuestos, los hondureños pongan cuanto esté de su parte para construir un orden social más justo y participativo, que haga posible la plena realización de sus legítimas aspiraciones.

Como Vuestra Excelencia ha puesto de relieve en su discurso, en Honduras los retos del momento presente son graves, ocupando un lugar primordial la situación económica. Es cierto que el factor económico representa un grave obstáculo para la buena marcha del País y el logro de aquellas metas de progreso y desarrollo a las que aspiran legítimamente los hondureños. El coste social y humano que la deuda externa lleva consigo hace necesario promover por todos los medios nuevas formas de solidaridad internacional que miren a la solución del problema en términos no exclusivamente económicos o monetarios. Por ello, es de desear que las Naciones acreedoras, teniendo en cuenta la fuerte incidencia negativa que la violencia de todo tipo ha tenido durante los pasados años en la economía de la región centroamericana, hagan un generoso esfuerzo conjunto para reactivar las inversiones y estimular el desarrollo. Por otra parte, al poner en práctica medidas de saneamiento económico se ha de evitar que sean las clases menos pudientes quienes carguen con el peso de la crisis. Así lo han puesto de relieve los Obispos de Honduras, sugiriendo alternativas más equitativas que suavicen en lo posible las consecuencias de las medidas económicas en los sectores más pobres del País.

La Iglesia en Honduras, fiel al mandato de Cristo, no ahorrará esfuerzos en su labor evangelizadora, así como de asistencia, especialmente a los más necesitados. Por ser su vocación la de servir a la noble causa de la verdad y la justicia, se hace solidaria con cada hombre. Sin embargo, en su servicio a la verdad y la justicia, la Iglesia no pretende suscitar divisiones ni conflictos, antes bien, con la fuerza del Evangelio, exhorta a ver en cada hombre a un hermano, y fomenta el diálogo entre los grupos y los pueblos para que siempre sean salvaguardados los valores de la paz y la armonía. Si en el ejercicio de su misión siente el deber de la denuncia, lo hace ajustándose siempre a las exigencias del Evangelio y del ser humano, sin subordinarse a intereses de sistemas económicos o políticos ni a ideologías que inducen al conflicto y la confrontación. La Iglesia, por encima de grupos o clases sociales, rechaza decididamente la incitación a cualquier clase de violencia, condena todo tipo de terrorismo, así como la violación de los derechos humanos.

En sus palabras, Señor Embajador, se ha referido Usted al programa de “concertación nacional” y a las medidas que está poniendo en práctica su Gobierno para dar mayor solidez a los fundamentos de una democracia participativa tanto a nivel político como económico. El camino hacia un orden social más justo ha de pasar también en Honduras por la consolidación de las libertades públicas en armonía con la tutela de los derechos que dimanan de la dignidad de las personas, individual y colectivamente consideradas. Con la ayuda de Dios y el esfuerzo generoso y responsable de los ciudadanos hemos de confiar en el logro de justas metas que respondan a instancias básicas, humanas y cristianas, del hombre y de la sociedad.

20 Señor Embajador, antes de concluir este encuentro deseo expresarle mis mejores deseos para que la misión que hoy inicia sea fecunda en frutos y éxitos. Quiera hacerse intérprete ante el Señor Presidente, su Gobierno, las Autoridades y el pueblo hondureño del más deferente y cordial saludo del Papa.

Mientras reitero las seguridades de mi estima y apoyo, invoco sobre Vuestra Excelencia, sus familiares y todos los amadísimos hijos de Honduras abundantes bendiciones de Dios.







                                                                                  Abril de 1991




A UN SIMPOSIO INTERNACIONAL SOBRE LA ENSEÑANZA


DE LA RELIGIÓN CATÓLICA EN LA ESCUELA



Lunes 15 de abril de 1991




1. Con sentimientos de gran cordialidad y de profunda estima os doy mi bienvenida, queridos hermanos y hermanas, participantes en el Simposio europeo sobre la enseñanza religiosa en la escuela pública, que el Consejo de las Conferencias episcopales de Europa ha promovido muy oportunamente y la Conferencia episcopal italiana ha organizado dignamente. Saludo con afecto y gratitud al presidente de esta última, mons. Camillo Ruini, a los obispos que representan a cada una de las Conferencias episcopales, al comité organizador del simposio, a los sacerdotes y a los laicos de las diversas naciones europeas que han intervenido en él.

2. Las metas próximas de una mayor unidad de Europa están suscitando en los países del continente un proceso activo de reflexión, de valorización y de proyección, cuyo alcance va ciertamente más allá de la pura unificación económica y política, convirtiéndose en un hecho cultural, de promoción humana y, para nosotros los creyentes, en un llamamiento singular y fundamental a la nueva evangelización. A fin de que la contribución de la Iglesia a tal proceso sea lo más elevada y fecunda posible, he convocado, una Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos.

En esta perspectiva —y con una importancia que de momento no podemos valorar aún completamente—, resulta oportuna dentro del continente una reflexión amplia sobre la enseñanza de la religión en la escuela pública.

Dicha enseñanza, por la extensión, la continuidad y la duración que asume en las escuelas de la mayor parte de los países europeos, por estar destinada específicamente al mundo de los niños y de los jóvenes, por los contenidos que expresa en referencia con el elemento religioso de la vida, de forma específica como religión católica, por la inversión de energías y medios por parte de la Iglesia y de los Estados, merece ser considerada como una contribución primaria a la construcción de una Europa fundada en el patrimonio de cultura cristiana común a los pueblos del Oeste y del Este europeo.

3. Sean, pues, bienvenidas las iniciativas como la vuestra que además de mantener vivo el interés por el futuro de Europa, llaman la atención sobre los valores espirituales y éticos que hay que transmitir a las nuevas generaciones como fundamento de su formación cristiana, cultural y civil. Es necesario, por eso, buscar formas de colaboración y de ayuda recíproca con vistas a un plan de conjunto, dentro del cual las diversas situaciones locales puedan encontrar, también para la enseñanza de la religión, puntos comunes de referencia.

El simposio ha trazado el perfil de este proyecto, prestando atención ya sea a la experiencia, ya a la normativa de los diferentes países e Iglesias particulares, a los ordenamientos de los Estados acerca de la escuela y a la condición juvenil. Los resultados de vuestro trabajo, que habéis resumido y formulado en proposiciones específicas, se podrían considerar como una óptima base para una «carta» de la enseñanza religiosa europea.

4. En vuestro encuentro, que concluye y corona el simposio, me apremia subrayar algunas exigencias e instancias principales.

La primera de ellas concierne a los destinatarios de la enseñanza religiosa, los alumnos, desde los niños y adolescentes de los primeros niveles escolares, hasta los jóvenes estudiantes de las escuelas superiores. Ellos merecen la atención mayor, porque son la auténtica riqueza de Europa y representan su futuro. El esfuerzo en su formación se debe considerar, por tanto, como la inversión más preciosa y urgente por parte de la Iglesia y de las instituciones públicas. La enseñanza de la religión en la escuela ofrece, aquí, una contribución original y específica, tanto más cuanto que en muchos de vuestros países la asistencia de los alumnos, aunque es fruto de una elección libre, alcanza porcentajes extremadamente elevados. Será útil recordar que en el centro de tal enseñanza está la persona humana a la que hay que promover, ayudando al muchacho y al joven a reconocer el elemento religioso como factor insustituible para su crecimiento en humanidad y en libertad. El profesor de religión se preocupará, en consecuencia, por hacer madurar las profundas «preguntas de sentido» que los jóvenes llevan dentro de sí, mostrando cómo el Evangelio de Cristo ofrece una respuesta verdadera y plena, cuya fecundidad inagotable se manifiesta en los valores de fe y de humanidad expresados por la comunidad creyente y enraizados en el tejido histórico y cultural de las poblaciones de Europa. El proceso didáctico propio de las clases de religión deberá caracterizarse, entonces, por un claro valor educativo, dirigido a formar personalidades juveniles ricas de interioridad, dotadas de fuerza moral y abiertas a los valores de la justicia, de la solidaridad y de la paz, capaces de usar bien de su propia libertad.

21 Invito particularmente a los profesores de religión a no disminuir el carácter formativo de su enseñanza y a entablar con los alumnos una relación educativa rica de amistad y de diálogo, de manera tal que suscite en el mayor número de ellos, incluso entre los no explícitamente creyentes, el interés y la atención hacia una disciplina que sostiene y apoya su búsqueda apasionada de la verdad.

5. La formación integral del hombre, meta de toda enseñanza de la religión católica, ha de realizarse según las finalidades propias de la escuela, haciendo adquirir a los alumnos una motivada cultura religiosa cada vez más amplia.

El simposio ha documentado cuán diferente es en los distintos países la situación de la enseñanza de la religión y, en cierta medida, la misma concepción de la naturaleza y de la finalidad de dicha enseñanza, en particular respecto a su relación diversa y, al mismo tiempo complementaria, con la catequesis de la comunidad cristiana. No se trata de reducir a uniformidad lo que la situación histórica y la sabiduría de opciones realizadas por las Conferencias episcopales han determinado en cada país. Sin embargo, es oportuno que la enseñanza de la religión en la escuela pública persiga un objetivo común: promover el conocimiento y el encuentro con el contenido de la fe cristiana según las finalidades y los métodos propios de la escuela y, por ello, como hecho cultural. Tal enseñanza deberá hacer conocer de manera documentada y con espíritu abierto al diálogo el patrimonio objetivo del cristianismo, según la interpretación auténtica e integral que la Iglesia católica da de él, de forma que se garantice tanto el carácter científico del proceso didáctico propio de la escuela, como el respeto de las conciencias de los alumnos, que tienen el derecho de aprender con verdad y certeza la religión a la que pertenecen. Este derecho a conocer más a fondo la persona de Cristo, así como la totalidad del anuncio salvífico que él ha traído, no se puede desatender. El carácter confesional de la enseñanza de la religión, desplegado por la Iglesia según modos y formas establecidos en cada uno de los países es, por tanto, una garantía indispensable ofrecida a las familias y a los alumnos que eligen esta enseñanza.

Se deberá cuidar especialmente que la enseñanza religiosa conduzca al redescubrimiento de los orígenes cristianos de Europa, destacando no sólo el arraigo de la fe cristiana en la historia pasada del continente, sino también su fecundidad perdurable para los progresos de incalculable valor —en el campo espiritual y ético, filosófico y artístico, jurídico y político— a los que da lugar en el camino actual de las sociedades europeas.

La enseñanza de la religión no puede, en efecto, limitarse a hacer el inventario de los datos de ayer y tampoco de los de hoy, sino que debe abrir la inteligencia y el corazón para que capten el gran humanismo cristiano, inherente a la visión católica. Aquí estamos en las raíces de la cultura religiosa, que alimenta la formación de la persona y contribuye a dar a la Europa de los tiempos nuevos, no un rostro puramente pragmático, sino un alma capaz de verdad y de belleza, de solidaridad hacia los pobres, de original impulso creativo en el camino de los pueblos.

6. Este carácter cultural y formativo de la enseñanza de la religión califica su valor en el proyecto global de la escuela pública. A su desarrollo están llamados a cooperar los diversos componentes del mundo escolar, en primer lugar los profesores de religión, las familias y los alumnos que eligen dicha enseñanza, y las autoridades responsables.

A los profesores de religión es justo, ante todo, reconocerles el trabajo generoso y competente que realizan al servicio de las nuevas generaciones. El simposio ha subrayado el hecho de que no siempre se respetan de forma adecuada sus derechos. Solicito, por tanto, a las autoridades competentes que aseguren a los profesores de religión lo que les es debido, también en el plano jurídico e institucional, en razón de una profesionalidad que ellos comparten con los demás profesores, enriquecida por el tipo de servicio educativo que su disciplina comporta. Al mismo tiempo, exhorto a los profesores de religión a desempeñar siempre su tarea con el esmero, la fidelidad, la participación interior y, frecuentemente, con la paciencia perseverante de quien, sostenido por la fe, sabe que realiza su propia labor como camino de santificación y de testimonio misionero.

La fecundidad de la enseñanza de la religión y su capacidad de incidir en la mentalidad y en la cultura de vida de muchos jóvenes, dependen en larga medida de la preparación y de la continua puesta al día de los profesores, de la convicción interior y de la fidelidad eclesial con las que llevan a cabo su servicio, y de la pasión educativa que los anima.

Me apremia dirigir una palabra también a los profesores de las demás disciplinas y a las beneméritas asociaciones católicas que obran en la escuela, para que favorezcan la tarea del profesor de religión mediante conexiones oportunas entre la enseñanza de la religión y el conjunto total de las materias escolares.

7. Aliento de corazón a todas las familias y, en particular, a los padres católicos, conscientes hoy de la ardua función educativa que les ha sido confiada, a elegir la enseñanza religiosa para sus propios hijos y al mismo tiempo a ser responsables y protagonistas, junto con los profesores de religión y los mismos jóvenes, del camino de progreso de tal enseñanza.

Conociendo el ánimo de los muchachos y de los jóvenes estudiantes, los invito a saber ver en la enseñanza de la religión un factor determinante de su formación.

22 La tensión hacia los grandes ideales de la libertad, de la solidaridad y de la paz, que brota del corazón de las nuevas generaciones europeas, puede hallar luz y fuerza en el encuentro con el Evangelio de Cristo y la fe de la Iglesia, abriéndose a aquella verdad que da sentido pleno a la vida y favorece el reconocimiento concreto de la dignidad inviolable de toda persona humana.

8. A los responsables sociales, en particular a las autoridades políticas de cada uno de los países, la Iglesia manifiesta la firme convicción de que la enseñanza religiosa, lejos de ser un hecho puramente privado, se coloca como servicio al bien común.

En la Europa de los derechos del hombre y del ciudadano, la realización de tal enseñanza garantiza derechos fundamentales de conciencia, que serían heridos por formas de marginación y desvalorización. Es justo, por tanto, que se definan claramente las normas legislativas y los ordenamientos institucionales, de forma tal que aseguren —en relación con la presencia, los horarios y la organización escolar— las condiciones para un efectivo y digno desarrollo de la enseñanza de la religión en la escuela pública, según el principio de su igual dignidad cultural y formativa con las demás disciplinas, que no está de ningún modo en contraste con el riguroso respeto de la libertad de conciencia de cada uno.

9. Hay, en fin, otros aspectos que convendría considerar en perspectiva europea y que interesan directamente a la enseñanza religiosa. Recuerdo por lo menos tres.

Después del desmoronamiento de los bloques, nos encontramos frente a un inédito desafío humano y cultural, además de cristiano, que no podemos descuidar: las Iglesias de Europa central y oriental, que deben organizar nuevamente la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, de las que fueron excluidas durante mucho tiempo, tienen necesidad ciertamente de confrontarse con la experiencia de los demás países europeos, recibiendo solidaridad generosa en orden a la formación de profesores y a la preparación de medios e instrumentos didácticos idóneos.

En la edificación de Europa asume gran valor el camino ecuménico.También la enseñanza de la religión, realizada con atención y apertura a los temas ecuménicos, puede ofrecer a la juventud europea una contribución válida para el conocimiento recíproco, la superación de los prejuicios y el empeño en la búsqueda sincera de la unidad querida por el Señor.

Un gran interrogante y, a la vez, una llamada de atención suscita en el continente europeo la inmigración de gente de otros continentes, necesitada de acogida y de solidaridad, pero que también trae consigo valores culturales y espirituales que la enseñanza de la religión no puede descuidar, bien por la universalidad del hecho cristiano, bien por los problemas concretos de convivencia que plantean.

10. En vuestro simposio habéis estudiado la posibilidad de encuentros periódicos, análogos a éste. No puedo menos de aplaudir y alentar tal empeño. Recordad la invitación de Jesús: «Alzad vuestros ojos y ved los campos que blanquean ya para la siega» (
Jn 4,35). También en vuestro trabajo puede aplicarse el refrán que Jesús cita en esa circunstancia: «Uno es el sembrador y otro el segador» (Jn 4,37). Pero vosotros estáis convencidos de que el papel al que cada uno está llamado es, en el fondo, secundario respecto a aquel «fruto para vida eterna» del que pueden alegrarse igualmente «el sembrador y el segador» (Jn 4,36). ¡Ésta es la alegría que deseo de todo corazón para vosotros!

Amadísimos hermanos, en vuestro esfuerzo diario al servicio de la fe, de la escuela y de la juventud, os acompañe mi bendición apostólica, a fin de que Dios os conceda luz y gracia.






AL FORO DE LOS RECTORES DE LAS UNIVERSIDADES EUROPEAS


Aula Magna de la Universidad «La Sapienza» de Roma

Viernes 19 de abril de 1991

23 : Rector magnífico;
muy estimados rectores de las universidades europeas e italianas;
muy ilustres miembros del Senado académico y profesores:

1. Me alegra encontrarme entre vosotros en esta significativa ocasión que ve reunidos, en la Universidad «La Sapienza», a rectores de universidades europeas del Oeste y del Este, junto con el Senado académico de esta Universidad y muchos otros profesores y estudiosos de universidades italianas. Dirijo a todos vosotros mi saludo, que hago extensivo al señor ministro de la Universidad y de la Investigación científica y tecnológica, honorable Antonio Ruberti.

Agradezco al rector magnífico, profesor Giorgio Tecce, la invitación que amablemente me ha dirigido para participar en la inauguración de este Foro sobre las culturas de Europa y sobre la función de la universidad en la nueva situación política y económica, que se ha abierto en el continente a fines del segundo milenio cristiano. La unión económica y política europea, que avanza a grandes pasos y no está lejos de su objetivo, difícilmente daría los frutos que de ella se esperan, si faltara una reflexión seria sobre la cultura de Europa y sobre las orientaciones humanas y espirituales que son los fundamentos de todo desarrollo social.

2. Rectores magníficos, os encontráis en estos días como huéspedes de Roma, la ciudad que, por su historia profana y aún más por su historia religiosa, puede enorgullecerse de su sobrenombre de Patria communis. Viéndoos a vosotros, mi pensamiento se dirige espontáneamente hacia las universidades europeas y hacia todo lo que han representado, y todavía hoy representan, para Europa y el mundo. Durante todo el segundo milenio, las universidades han sido los lugares privilegiados de la elaboración del saber, ya que en ellas la herencia del pensamiento, del arte, del derecho y de la ciencia greco-latina se ha fundido con la «novedad» cristiana y con las aportaciones de las culturas germánica, eslava y anglosajona. En las universidades se ha desarrollado luego la moderna ciencia experimental con su método, sus especializaciones crecientes y sus aplicaciones tecnológicas, que han transformado rápidamente el rostro de la sociedad en Europa y el mundo.

Es sabido que la Iglesia ha desempeñado un papel importante en la historia de las universidades europeas, muchas de las cuales ella misma ha contribuido a fundar. La Iglesia, en efecto, mira la cultura como un medio fundamental de maduración y de expansión de la persona en la totalidad de su verdad. A tal fin, se empeña en la afirmación y la defensa de la libertad de la cultura, muchas veces conculcada en el curso de este siglo por los sistemas totalitarios (cf. Gaudium et spes
GS 59). Al mismo tiempo, la Iglesia reivindica el derecho y la libertad de ofrecer a quien está empeñado en la cultura ese núcleo de verdad que se expresa emblemáticamente con el término «Evangelio», anuncio feliz. Está convencida, en efecto, de que sólo mediante el mensaje evangélico el mundo contemporáneo, muy desarrollado desde el punto de vista tecnológico, pero singularmente pobre de valores espirituales, puede encontrar aquel «suplemento de alma», que ya Henri Bergson deseaba (cf. Les deux sources de la morale et de la religion, París, 1933 pág. 335).

3. En este fin de siglo, la universidad europea se encuentra ante nuevos problemas y está llamada a afrontar nuevos desafíos. Las ciencias experimentales han conocido un desarrollo extraordinario; la aplicación tecnológica ha acelerado, por una parte, la industrialización en todos los sectores de la producción y ha impuesto, por otra, la multiplicación de las especializaciones, con la consiguiente necesidad de una continua puesta al día profesional. Esto ha tenido repercusiones evidentes en el curriculum universitario, que a menudo parece incierto entre la formación de base y la especialización del saber, elaborado por necesidad de las circunstancias y cada vez más dividido en parcelas. Al mismo tiempo, la orientación progresiva de la universidad hacia la producción industrial y hacia los servicios de la tecnología electrónica han mortificado los estudios y las investigaciones humanísticas, económicamente improductivas y extrañas a la lógica del mercado. La universidad sufrió una alteración notable en su función de memoria del pasado, fragua del espíritu y palestra de exploración de la belleza, la metafísica y la verdad.

Hoy, sin embargo, muchos indicios convergentes hacen pensar que la universidad se mueve nuevamente hacia horizontes más vastos, en la búsqueda de bienes no explorables sólo con los medios de las ciencias experimentales. Se trata de una tendencia sana y humanizadora, porque es expresión de una exigencia característica del hombre, cuya mirada interior se lanza más allá de lo que pueden ofrecer los productos de la tecnología, aun de la más refinada.

4. Se han dado también en Europa las extraordinarias experiencias sociales de los últimos años. No es éste el lugar para investigar sus raíces y sus causas. Ciertamente, las universidades han tenido un papel de primer orden en estas transformaciones y es comprensible que se sientan empeñadas en obtener ahora los justos beneficios. Caídas las barreras políticas entre el este y el oeste y abiertas las comunicaciones entre el norte y el sur, se plantea con toda urgencia también para las universidades el problema de la comunicación y de la movilidad, una experiencia que tiene, bajo ciertos aspectos, sus precedentes históricos en la peregrinatio academica del Humanismo y del Renacimiento.

Conviene subrayar también otro elemento: Europa se está convirtiendo cada vez más en un cruce de caminos de pueblos, de culturas y de confesiones religiosas. El dinamismo del continente y la misma riqueza de su tradición humanística y científica continúan guiándolo creativamente hacia los pueblos de las restantes áreas de la tierra. Nadie deja de advertir, desde este punto de vista, la responsabilidad de las universidades europeas que, después de haber influido profundamente en la vida social, política, económica y cultural de muchos pueblos en los tiempos del colonialismo, pueden abrirse hoy fácilmente al diálogo con ellos, y no sólo en los países que se asoman al Mediterráneo. Se ha hablado muchas veces en los años pasados de «europeización» del mundo. Hoy se tiene mayor prudencia en el uso de esta expresión. Es más viva, por el contrario, la conciencia de que los grandes complejos socio-culturales se reparten las áreas del planeta, mientras que el «ecumene» científico de matriz europea los atraviesa a todos.

24 5. Ningún continente en el mundo ha vivido durante tanto tiempo en contacto con la Iglesia como Europa; ninguno ha sido marcado tan profundamente por los contenidos de la Sagrada Escritura; y ninguno lleva tan visibles en sus estructuras los signos de la fe cristiana. Dan testimonio de ello las catedrales, los santos, los grandes maestros del arte y del pensamiento y las mismas instituciones universitarias. Ingente es el patrimonio humanístico de Europa madurado en el diálogo entre el logos humano y el logos cristiano, entre la ciencia y la revelación bíblica, y entre el hombre y Dios en la libertad de la fe.

Sin embargo, en el curso del milenio que está a punto de concluir, Europa ha sufrido la tentación de una vuelta al humanismo pagano. La crisis puesta en marcha por el Humanismo angustió a no pocos espíritus y alcanzó plena conciencia cultural en la época de la Ilustración. Desde entonces, durante todo el siglo XIX hasta los primeros decenios de nuestro siglo, el fenómeno del distanciamiento de la cultura de la fe afectó, en proporciones notables, al mundo universitario, y con él a muchos otros campos de la cultura europea desde la filosofía hasta el derecho, desde la filología clásica hasta la literatura, y desde la ciencia hasta la política. Con todo, aun tomando cierta distancia de la Iglesia, la universidad conservó en su patrimonio huellas muy visibles de la aportación cristiana, como la confianza en la razón, el respeto a la dignidad del hombre y sus derechos fundamentales y el amor a la investigación científica del cosmos, de ese cosmos que la Biblia celebra como creado por Dios «in mensura et numero et pondere» (
Sg 11,20).

Precisamente esta situación de distanciamiento de la cultura con respecto a la Iglesia fue una de las causas que llevaron a la convocación del Concilio Vaticano II, cuya finalidad fundamental, como es sabido, fue justamente la de reactivar el diálogo con el mundo moderno y, en particular, con los hombres de cultura, abatiendo muros antiguos y renovando la colaboración en defensa de los valores que todos los hombres de buena voluntad aprecian: la dignidad de la persona humana más allá de las barreras históricas, étnicas, sociales y culturales; la actuación más coherente de las exigencias de la justicia en todos los sectores de la vida social; la salvaguardia y el reforzamiento de la paz; y la defensa y la conservación de la creación.

No era sólo la Iglesia la que se movía. En la otra orilla, el mundo de la cultura y, en particular, el universitario, habían comenzado a dar signos de malestar. Terminada la exaltación excesiva de la ciencia, que había tocado su ápice a comienzos del siglo, venían manifestándose, como instancias profundas y generalizadas, una creciente demanda de valores, la exigencia de orientaciones éticas seguras y la búsqueda apasionada de la paz espiritual, además de la paz política y social.

6. Son fenómenos de los que también nosotros, en alguna medida, hemos sido testigos. Y hoy, mientras el proyecto de una Europa unitaria se abre camino cada vez más concretamente, hombres de cultura y hombres de Iglesia se encuentran juntos para reflexionar sobre cuál debe ser el tejido que una a Europa, sobre cuál debe ser el programa de valores hacia el que se ha de hacer converger el empeño común. El problema ético hoy exige ser afrontado con más urgencia que nunca. Y lo exige el gran desarrollo tecnológico, sobre todo cuando se trata del comienzo de la vida, de su transmisión y de su fin temporal.

Las posibilidades que la ciencia y la tecnología ponen a disposición del hombre se multiplican cada vez más, hasta tal punto que surge la pregunta sobre la misma razón de ser de la investigación científica. No todo lo que se puede hacer materialmente es también moralmente lícito, porque no todo está en armonía con la dignidad y el valor del hombre. La ciencia describe el ser de las cosas, pero calla sobre su deber ser. Y, no obstante, es precisamente teniendo en cuenta el orden ético como se puede plantear una vida que responda a las exigencias de la verdad y del bien. No sólo de técnica vive el hombre. Por eso hoy se hace más viva, también en las asambleas académicas de Europa y del mundo, la convicción de que las universidades tienen la responsabilidad específica de estimular la reflexión sobre el aspecto ético de la investigación teórica y aplicada, con la conciencia de que las nuevas tecnologías pueden crear conflictos éticos y legales de enorme importancia en la vida de todos los días.

7. Se vuelve así idealmente a las raíces de la universidad, nacida para conocer y descubrir progresivamente la verdad. «Todos los hombres tienen, por naturaleza, el deseo de saber», se lee al comienzo de la Metafísica de Aristóteles (I, 1). En ésta sed de conocimiento, en este tender hacia la verdad, la Iglesia se siente profundamente solidaria con la universidad. A pesar de las dificultades surgidas durante los últimos siglos, la Iglesia nunca se ha sentido extraña respecto a su vida y ha continuado fundando en Europa y en el mundo numerosas universidades católicas y universidades eclesiásticas.

El único fin que ha movido a la Iglesia es el de ofrecer el Evangelio a todos y, por tanto, también a la universidad. En el Evangelio se funda una concepción del mundo y del hombre que no deja de emanar valores culturales, humanísticos y éticos, de los que depende toda la visión de la vida y de la historia.

¡Sobre todo el hombre! Hay, en efecto, una dimensión fundamental capaz de renovar profundamente cualquier sistema que estructure la existencia humana individual y colectiva.

Visitando en junio de 1980 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, recordaba que «esta dimensión fundamental es el hombre, el hombre integralmente considerado, el hombre que vive al mismo tiempo en la esfera de los valores materiales y en la de los espirituales» (cf. L'Osservatore Romano, Edición en lengua española, 15 de junio 1980, pág. 11), por lo cual el respeto a los derechos inalienables de la persona es la base de todo, y cualquier amenaza contra esos derechos violenta tal dimensión fundamental.

Si es verdad que «el hombre no puede estar fuera de la cultura» (Ibíd.; cf. L'Osservatore Romano, Edición en lengua española, 15 de junio 1980, pág. 11), es igualmente verdad que él, y sólo él, es su artífice; se expresa a través de ella y en ella encuentra su equilibrio. El hombre es siempre el hecho primordial y fundamental en el ámbito de la cultura: el hombre en su totalidad, en su integral subjetividad espiritual y material. Por ello, no se crea verdaderamente cultura, si no se considera hasta sus últimas consecuencias e integralmente, al hombre como valor particular y autónomo, como el sujeto capaz de captar la realidad trascendente. Cuán importante es, en consecuencia, afirmar al hombre por sí mismo y no por cualquier otra razón; y cuánto más necesario es amar al hombre porque es hombre, reivindicando tal amor en razón de su dignidad particular. «La causa del hombre, por tanto, será servida si la ciencia se alía con la conciencia. El hombre de ciencia ayudará verdaderamente a la humanidad, si conserva el sentido de la trascendencia del hombre sobre el mundo y de Dios sobre el hombre» (Ibíd; cf. L'Osservatore Romano, Edición en lengua española, 15 de junio 1980, pág. 14).

25 Rectores magníficos, ilustres profesores, las palabras que san Pablo pronunció en el areópago de Atenas se pueden aplicar muy bien a la universidad: «Él creó de un solo principio todo el linaje humano para que habitara sobre la faz de la tierra, fijando los tiempos determinados y los límites de lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscaran la divinidad; para ver si a tientas la buscaban y la hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros» (Ac 17,26-27). ¿Acaso no está configurada en estas palabras del Apóstol la función de investigación y de elevación propia de la universidad? Después de haber llevado a sus oyentes a este grado de la ascensión humana, a los umbrales de los grandes interrogantes que todo hombre puede hacer brotar de su propia interioridad, san Pablo transmite a los doctos del areópago la palabra que ha recibido y que le ha sido confiada: «Dios... anuncia ahora a los hombres que todos y en todas partes deben convertirse, porque ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justicia, por el hombre que ha destinado, dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos» (Ac 17,30-31).

Este anuncio, que atraviesa la historia, ha cruzado el camino de la universidad, ha marcado y ha fecundado su trayectoria milenaria en Europa y en el mundo. Ojalá que la conversación del areópago se repita ahora en la vida universitaria, para que Europa continúe siendo aquel faro de civilización y de progreso que durante tantos siglos ha sido para el mundo.






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