Discursos 1991 25


A LOS JÓVENES EN LA UNIVERSIDAD «LA SAPIENZA» DE ROMA


Viernes 19 de abril de 1991


1. Grande es mi alegría de encontrarme hoy entre vosotros, realizando así un deseo largamente acariciado. Os agradezco vuestra cordial acogida y os saludo a todos con afecto.

En mis visitas pastorales tengo la oportunidad de reunirme con jóvenes y estudiantes de diferentes universidades del mundo. Pero hoy se trata de una circunstancia del todo particular: vuestra universidad es la universidad de Roma, ciudad de la que soy obispo.

Gracias por vuestra presencia; gracias por haber acogido la invitación a un diálogo abierto y concreto, cuyos temas vosotros mismos habéis proporcionado, a través de más de quinientas preguntas. He visto de buen grado vuestras reflexiones y debo confesaros que me ha impresionado vuestra sinceridad y el deseo de renovación que lleváis en vuestros corazones. Agradezco particularmente a los dos jóvenes que hace un momento se han hecho portavoces de vuestros comunes sentimientos.

El gran número de cuestiones que habéis preparado atestigua claramente cuán grande es la atención y el interés con que seguís, aunque no compartáis siempre sus posiciones, todo lo que la Iglesia siente, piensa y hace en relación con los problemas de los jóvenes y del mundo contemporáneo.

Son interrogantes sin duda alguna estimulantes, pero abarcan un número de asuntos tan vasto, que me resultaría imposible responder a todos, como esperáis, aunque lo hiciera sumariamente.

Puedo, de todas formas, aseguraros que conservo celosamente en mi corazón todas vuestras preguntas y que no dejaré de volver a ellas cuando sea posible.

2. Mientras tanto, quisiera que nuestro encuentro constituyera como el comienzo de un diálogo necesario y provechoso, que seria conveniente proseguir luego con los responsables de la animación espiritual de este ateneo. Quisiera, en particular que vuestra voz resonara en los trabajos del Sínodo, esa asamblea diocesana extraordinaria que se está desarrollando en la actualidad, para que contara con la aportación del mundo juvenil, de todo el mundo juvenil que vive en Roma y que aspira a construir una sociedad más justa y acogedora para todos. Quisiera que las perspectivas y los horizontes de vuestra existencia se abrieran a las exigencias ilimitadas de un mundo que cambia, de una Europa que busca su unidad, de una humanidad que está cansada de guerras y de injusticias. Vosotros, jóvenes de Roma, ciudad-corazón de la Europa cristiana, ¿acaso no estáis llamados a ser los constructores del futuro de este continente? ¿No sois vosotros mismos su futuro? ¡Sed conscientes de ello y no tengáis miedo de invertir todas vuestras energías para realizar esos objetivos tan apasionantes! No temáis ser entre vuestros coetáneos apóstoles de una misión tan extraordinaria.

Muchos de vuestros interrogantes se refieren a la relación de la Iglesia con el mundo contemporáneo y a la preocupante situación de la humanidad actual, sobre todo en Oriente Medio y en el tercer mundo.

26 Algunas preguntas versan sobre la relación de la Iglesia con la cultura, la ciencia al servicio del hombre y la adaptación de su doctrina a la evolución del tiempos.

Todo esto me ha permitido conocer mejor vuestro mundo y quisiera agradeceros la confianza que me habéis demostrado, haciéndome partícipe de vuestros problemas.

Estoy a vuestro lado en la búsqueda de respuestas adecuadas a los interrogantes que se agitan en vosotros. Quisiera expresaros el afecto que me une a cada uno de vosotros y la estima que albergo por todos. ¡El Papa os ama! Como otras veces he tenido la ocasión de repetir, no podemos menos de amaros a vosotros los jóvenes, porque sois el futuro y la esperanza de la humanidad.

3. El conjunto de vuestras preguntas manifiesta con claridad un espíritu sensible y abierto, en el que florecen consideraciones, dudas y observaciones estimulantes. Son la prueba de la riqueza efervescente de vuestro espíritu juvenil. Me maravilla en vosotros la búsqueda exigente de la verdad y el deseo de una coherencia radical en la actuación del Evangelio. Queréis un cristianismo auténtico, una Iglesia que ponga en práctica lo que anuncia, pobre y libre en su misión valerosa y oportuna en la defensa de los pobres y de los oprimidos. Queréis reconocer en sus estructuras el rostro misericordioso de Cristo.

También quien afirma que no cree manifiesta a menudo en sus observaciones un deseo de infinito, de absoluto y de trascendencia.

No puedo dejar de apreciar vuestra sinceridad. Mantened, queridos jóvenes, el entusiasmo de los hombres libres y conjugadlo con la humildad de las grandes personalidades que saben recorrer el camino de la búsqueda de la verdad con apertura de espíritu y disponibilidad al diálogo. Sin duda, los problemas son muchos y de gran importancia. Sería una pretensión pueril resolver todo con eslóganes fáciles. Tratad de informaros y profundizar constantemente en las cuestiones fundamentales de la existencia. La Iglesia está a vuestra disposición para ofreceros este servicio. Es más, quiere caminar junto con vosotros. Quiere ayudaros, a fin de que vosotros mismos seáis los protagonistas de vuestro futuro.

Acoged, os ruego su invitación: caminad con ella, atentos a las semillas de esperanza que ya es posible reconocer en vosotros y alrededor de vosotros.

Es más, no olvidéis que ¡vosotros mismos sois la Iglesia! Sois fuerzas vivas de esta Iglesia que anuncia el Evangelio de la salvación por los caminos del mundo; de esta Iglesia que es Madre y Maestra, pues toma constantemente del patrimonio inagotable de la verdad, que es Cristo. Esta Iglesia, a pesar de sus límites y dificultades, es santa y ama a todos los hombres. Os ama a vosotros queridos jóvenes. Sí, os ama y por eso es exigente y firme en sus principios. Miradla con simpatía, escuchadla con confianza y seguidla con generosidad.

4. A menudo os preguntáis: «¿Cómo afrontar el sentido de debilidad y de impotencia respecto a las estructuras sociales que en apariencia ahogan los ideales de justicia, de verdad y de amor?». Hay en vosotros y alrededor de vosotros una lucha entre el bien que atrae y el mal que seduce. El reciente Concilio, en uno de los documentos más significativos, la constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual, afirmaba: «En realidad de verdad los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre... Como enfermo y pecador [el hombre] no raramente hace lo que no quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo (cf. Rm
Rm 7,14 ss.). Por ello siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad» (Gaudium et spes GS 10).

Sí, es necesario un camino de continua conversión hacia la verdad y la autenticidad, ya que todo hombre se halla constantemente tentado por el poder y el tener, por el egoísmo y la corrupción.

No os dejéis abatir por los fracasos y por los miedos. Sabed encontrar en vosotros la valentía. Si amáis de verdad la vida, debéis saber que sólo al precio de grandes sacrificios es posible realizarla plenamente. Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, está vivo, está presente entre nosotros. Se hace nuestro compañero de viaje y nos llama a transformar el mundo con el don de nuestra existencia.

27 5. El cristianismo es una fe exigente, y vosotros lo sabéis muy bien. Por eso, no raramente sufrís la tentación del desconsuelo y la indecisión. Al joven que le preguntaba «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?», Jesús responde al final: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven y sígueme» (cf. Mt Mt 19,16-22). Pero antes, el Maestro divino, «mirándolo fijamente, lo amó».

«¡Ven, y sígueme!». Sólo del amor brota esa invitación del Redentor que constituye la respuesta —la única respuesta satisfactoria— a la aspiración a «algo más», que existe en el corazón de toda persona.

También a vosotros Cristo hoy os dirige la misma invitación afectuosa: «¡Ven, y sígueme!». Sus ojos se encuentran con los vuestros, su corazón habla al vuestro. ¡No tengáis miedo! Acoged sus palabras. Entraréis así en su misterio y descubriréis el secreto auténtico de vuestro renacimiento humano y espiritual; acogeréis los principios de la moral cristiana no como carga pesada, sino como exigencia necesaria del amor. El amor se complace en la verdad. «¡Buscad esta verdad —escribí en 1985 en la carta a los jóvenes y a las jóvenes del mundo— donde se encuentra de veras! ¡Si es necesario, sed decididos en ir contra la corriente de las opiniones que circulan y los eslóganes propagandísticos! No tengáis miedo del amor, que presenta exigencias precisas al hombre. Estas exigencias, tal como las encontráis en la enseñanza constante de la Iglesia, son capaces de convertir vuestro amor en un amor verdadero» (Carta a los jóvenes y a las jóvenes del mundo, 1985, n. 10; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de marzo de 1985, pág. 13).

6. Queridos jóvenes, ha llegado el momento de despedirme de vosotros. Pero antes, permitidme una última reflexión. Permitidme que os deje una consigna.

Nos encontramos en la plaza de la Minerva, corazón de vuestra ciudad universitaria. Entre estos edificios se elabora y se transmite el saber, se desarrolla la investigación científica y madura vuestra formación cultural. Tenéis dos modos de vivir estos años que os preparan para vuestro futuro: Podéis emplearlos para perseguir las lógicas de poder y de prestigio, de competición y de ventaja económica, a las que algunos de vosotros se han referido; o podéis prepararos para prestar un servicio real a la sociedad a través de una maduración profesional y espiritual paciente y seria, que pone como base de cualquier proyecto los valores humanos y cristianos vividos con fidelidad. La opción que ahora lleváis a cabo, orienta vuestro porvenir. Tengo confianza en vosotros y por eso os pido: realizad vuestra vocación humana, inspirándoos en el Evangelio. Sed auténticos y coherentes. ¡Construid desde ahora una comunidad más justa, más verdadera y más libre! Como algunos de vosotros han recordado, sólo el Evangelio constituye un programa de vida capaz de hacer nacer verdaderamente la civilización del Amor.

Es innegable que entre los jóvenes existe un despertar consolador. También aquí, en Roma. Vuestro crecimiento en vitalidad y en altruismo, el deseo de bondad y de autenticidad que os anima, la aspiración a ideales que no coinciden con las moda actuales, ¿acaso no son un mensaje de esperanza para toda la sociedad? La riqueza que lleváis en vosotros es grande. Haced que vuestro despertar se convierta en crecimiento, auténtico crecimiento espiritual, que haga de vosotros los testigos de Cristo, los realizadores infatigables de sus promesas salvíficas.

Aunque sea arduo, éste es el único camino para la realización plena de vosotros mismos, un camino de alegría que el Señor os llama a recorrer, porque os ama.

Que Dios, Padre de todo hombre, os bendiga.

Que María, Sede de la Sabiduría, vigile vuestro camino.

Y que os acompañe también mi afecto y mi bendición, que extiendo a vuestras familias, a los profesores y a todos los que trabajan y frecuentan esta «ciudad de los estudios».






AL SEÑOR PATRICIO AYLWIN AZÓCAR


PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE CHILE


Lunes 22 de abril de 1991



Señor Presidente:

28 1. Es para mí motivo de viva satisfacción tener este encuentro con el Primer Mandatario de la Nación chilena, acompañado de su distinguida Esposa, de Ministros de Estado y de altos funcionarios de su Gobierno. Al expresarles mi gratitud por esta visita, me complazco en dirigirles mi deferente saludo y darles la más cordial bienvenida.

Su presencia aquí evoca en mi memoria el inolvidable viaje apostólico que realicé a su País hace ahora cuatro años, durante el cual pude apreciar los grandes valores que adornan al pueblo chileno: sus acendradas raíces cristianas, su carácter profundamente humano, su espíritu abierto y acogedor, su entereza, así como su capacidad para sobrellevar las adversidades. Aquella visita quiso ser también una peregrinación de acción de gracias al Señor por la feliz culminación del Tratado de Paz y Amistad entre dos Naciones hermanas, Chile y Argentina, cuyas relaciones se habían visto seriamente en peligro a causa del diferendo austral.

Las intensas jornadas que compartí con los amados hijos de Chile, desde Antofagasta a Punta Arenas, estuvieron jalonadas por entrañables celebraciones de fe y amor en las que, como anuncié ya en el aeropuerto de Pudahuel, deseaba proclamar de nuevo a todos el valor permanente de la nueva vida en Cristo, promoviendo “la victoria del bien sobre el mal, del amor sobre el odio, de la unidad sobre la rivalidad, de la generosidad sobre el egoísmo, de la paz sobre la violencia, de la convivencia sobre la lucha, de la justicia sobre la iniquidad, de la verdad sobre la mentira: en una palabra, la victoria del perdón, de la misericordia y de la reconciliación” (Ceremonia de bienvenida en el aeropuerto de Chile, n. 3, 1 de abril de 1987).

2. Chile es una Nación mayoritariamente católica, que ha hecho de los valores evangélicos parte integrante de su idiosincrasia como pueblo a lo largo de su historia. Esto representa un fundado motivo de esperanza para mirar hacia adelante con el firme propósito de afianzar y consolidar el empeño de todos los chilenos en favor de la armonía y pacífica convivencia. Es verdad que aún no han desaparecido heridas y antagonismos del pasado; por ello se hace aún más necesario secundar los esfuerzos que se están llevando a cabo para que se logre cuanto antes la ansiada reconciliación. Sin embargo, no puedo silenciar la tristeza que invade mi corazón de Pastor por los recientes actos de violencia registrados en Chile. Por eso dirijo mi llamado para que cesen estos actos reprobables y se instaure un clima de paz, diálogo y respeto mutuo, que infunda renovada esperanza y refuerce los vínculos de fraternidad entre todos los chilenos.

La Iglesia en Chile —siempre atenta a las enseñanzas sociales del mensaje evangélico— ha cooperado y seguirá cooperando con eficacia en este camino de pacificación. En las actuales circunstancias, tanto sus Pastores como muchos fieles dedican sus mejores esfuerzos al servicio de esta noble causa de la reconciliación. Así lo ha puesto de relieve recientemente el Comité Permanente del Episcopado recordando que “el Señor nos invita a construir la paz como fruto de la verdad, la justicia y el amor” (Con los criterios del Evangelio, 7 de marzo de1991, n. 3).

3. El nuevo clima que se va consolidando en el País, con el auxilio divino y la buena voluntad de todos, facilita también una comprensión más clara de la misión propia de la Iglesia en la sociedad. Se van dilucidando mejor los ámbitos de responsabilidad específica propios de la misión de la Iglesia, y los que corresponden a la sociedad civil, en la que los fieles participan con todo derecho como ciudadanos. Ello posibilita también una comprensión más profunda de la confluencia de ambos ámbitos al servicio de la persona humana; así se sientan las bases de un renovado respeto y aprecio mutuo con vistas a una creciente y leal colaboración.

Me es grato constatar, Señor Presidente, que la acción de su Gobierno tiene entre sus objetivos primarios la reconciliación entre los chilenos. Más allá de las medidas concretas que la prudencia pueda aconsejar a los responsables del bien común en estas circunstancias, la Iglesia, desde el Evangelio, se siente en plena sintonía con el espíritu de verdad y reconciliación, de justicia y perdón, que permita mirar al futuro sin odios, divisiones o rencores.

Para la realización de estos ideales de solidaridad, es sin duda imprescindible que todos pongan de su parte la mejor disponibilidad a la hora de conjugar los propios intereses en aras del bien común. Pero también es necesario que se afiance la convicción de que los principios morales no pueden ser conculcados y que ninguna situación contingente autoriza a ignorarlos. Justamente en esto se demuestra la autenticidad de una verdadera reconciliación, que implica siempre el reconocimiento del propio mal y el generoso ofrecimiento de un amor que perdona.

4. El mismo curso de la historia mundial está poniendo de manifiesto la falacia de las soluciones propuestas por el marxismo. Este sistema teórico y práctico exacerba metódicamente las divisiones entre los hombres, y pretende resolver las cuestiones humanas dentro de un horizonte cerrado a la trascendencia. En la orilla opuesta, la experiencia contemporánea de los países más desarrollados pone de manifiesto otras graves deficiencias: una visión de la vida basada sólo en el bienestar material y en una libertad egoísta que se autoconsidera ilimitada.

Estas consideraciones ofrecen, por contraste, orientaciones claras para vuestro futuro. No existe verdadero progreso al margen de la verdad integral sobre el hombre, que los cristianos sabemos que sólo se encuentra en Cristo. Anheláis, ciertamente, la prosperidad junto con la tan necesaria superación de diferencias económicas y culturales y con la plena integración de todas las regiones de vuestra extensa geografía en un amplio programa de progreso y desarrollo. Sin embargo, todo esto será frágil y precario si no va unido a una cristianización más profunda de vuestra tierra.

Es necesario, por consiguiente, prestar una atención prioritaria a la dignidad y a los derechos del hombre, proclamados constantemente por la Iglesia, porque coinciden y derivan de la misma ley de Dios. El derecho a la vida, a la libertad religiosa, a un orden legal, que respete y tutele la institución natural del matrimonio y la familia; el derecho a una educación integral —que comprenda la transmisión de los valores morales y religiosos— ; el derecho a una verdadera igualdad de oportunidades y a una legítima libertad para todos en la vida social, política y económica, son otros tantos puntos esenciales en los que la Iglesia ha dejado oír siempre y claramente su voz. Y lo hace, recordando las exigencias morales del Evangelio, con la humildad, la audacia y la determinación que le confiere el saberse continuadora de la misión de su Maestro.

29 5. Señor Presidente, al agradecerle su presencia aquí, hago fervientes votos para que los hijos de la amada Nación chilena, fieles a sus tradiciones más nobles y a sus raíces cristianas, caminen por la vía de la reconciliación y de la fraternidad, en un decidido esfuerzo común por lograr, mediante el diálogo y los medios pacíficos, la superación de desequilibrios y de intereses contrapuestos. Y, como hice en diversas ocasiones durante mi inolvidable viaje apostólico a Chile, confío estas intenciones y deseos a la materna protección de la Virgen del Carmen, vuestra amada Patrona.

Antes de concluir este encuentro, deseo reiterarle mi vivo agradecimiento por esta amable visita. Y en su persona rindo homenaje a la noble Nación chilena, mientras pido al Todopoderoso que derrame abundantes dones sobre Usted, sus familiares y colaboradores, así como sobre todos los amadísimos hijos de Chile, tan cercanos siempre al corazón del Papa.






A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO


SOBRE SAN JUAN DE LA CRUZ



Jueves 25 de abril de 1991




1. Me es muy grato dar mi más cordial bienvenida a este encuentro a los organizadores y participantes en el Congreso sobre San Juan de la Cruz, que con motivo del IV Centenario de su muerte se celebra en la sede de la Pontificia Facultad Teológica e Instituto de Espiritualidad “Teresianum”, organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, y bajo los auspicios de la Embajada de España ante la Santa Sede y del mismo Instituto “Teresianum”.

La elección de Roma como sede de este Congreso responde sin duda al carácter universal de San Juan de la Cruz, así como al deseo de hacer presente su figura en el centro mismo de la Iglesia, que le ha reconocido el título de Doctor, y particularmente en Italia, donde existe un nutrido grupo de Universidades con especialidad en estudios hispanistas y un buen número de estudiosos de la obra literaria y doctrinal del Santo de Fontiveros.

El programa del Congreso presenta, además de una variada gama de investigadores y especialistas de talla internacional, un amplio abanico de temas en torno a San Juan de la Cruz, su época, su figura, sus obras desde la vertiente histórica, teológica, espiritual, ecuménica, literaria y estética, como exige la índole interdisciplinar de los estudios de una Universidad.

2. Este múltiple interés por la figura del Santo responde efectivamente a cuanto yo mismo escribía acerca de él en mi Carta Apostólica “Maestro en la Fe”, con motivo de la apertura del año jubilar: “Muchos son los aspectos por los que San Juan de la Cruz es conocido en la Iglesia y en el mundo de la cultura: como literato y poeta de la lengua castellana, como artista y humanista, como hombre de profundas experiencias místicas, teólogo y exegeta espiritual, maestro de espíritu y director de conciencias” (Maestro en la Fe, 4).

Y es que Juan de la Cruz, —al que santa Teresa llamó “hombre celestial y divino”— acentuando su humanidad y su apertura a la trascendencia, es un auténtico representante del más fino humanismo hispano del siglo XVI. El pone en el centro de sus enseñanzas al “homo viator”, al hombre en camino, peregrino por las noches oscuras de la vida, en búsqueda ansiosa y amorosa de Aquel que da sentido a la existencia.

San Juan de la Cruz se caracteriza como espíritu creador, experto de la palabra y de la expresión poética, que ha merecido ser llamada “el más santo de los poetas y el más poeta de los santos” (A. Machado) al haber sabido plasmar en sus grandes símbolos y en sus inimitables poesías, los más sencillos y a la vez los más hondos sentimientos de la existencia humana; por eso tiene talla y resonancia universal. En efecto, éste es el secreto de la permanente atracción que ejerce sobre tantos estudiosos, que ven en él un inagotable manantial de aguas vivas. Mi misma experiencia personal, durante el período que dediqué al estudio de la doctrina del Santo acerca de la fe, me confirma que hay mucho que profundizar en su pensamiento y escritos, porque es mucho lo que hay que ahondar en el misterio del hombre, que es como el centro mismo de toda su obra.

3. Para San Juan de la Cruz, Dios está en todo y todo está en Dios. Todo es presencia y don, todo nos lleva a Dios y todo nos lo ofrece como dádiva para resaltar lo precioso que es el hombre ante sus ojos, como vértice de la creación. El Doctor místico canta la belleza de la creación y del Creador, con un mensaje al hombre que se abre en la trascendencia a su vocación de infinito.

Por su expresividad simbólica y poética, por su universalismo, Juan de la Cruz es un hombre, podríamos decir, de frontera, como son de frontera sus experiencias humanas y místicas, las expresiones de su poesía y de su doctrina. En efecto, la difusión y el estudio de sus escritos lo sitúan en la vanguardia misma del diálogo; diálogo con aquellos que experimentan los límites de lo humano, en el sufrimiento de la noche oscura; diálogo a nivel ecuménico e interreligioso por el profundo aprecio que goza aun fuera de la Iglesia católica; diálogo con la cultura universal, como lo atestigua también este Congreso que ve reunidos en Roma a numerosos estudiosos sanjuanistas.

Como tuve ocasión de escribir en la Carta Apostólica “Maestro en la Fe”, antes mencionada: “Es motivo de gozo constatar. ...la multitud de personas que, desde las más variadas perspectivas, se acercan a sus escritos: místicos y poetas, filósofos y psicólogos, representantes de otros credos religiosos, hombres de cultura y gente sencilla. Hay quienes se acercan a él atraídos por los valores humanistas que representa, como puede ser el lenguaje, la filosofía, la psicología. A todos habla de la verdad de Dios y de la vocación trascendente del hombre” (Maestro en la Fe, 17).

30 4. Me complace que vuestro Congreso haya rendido al Santo un merecido homenaje cerca de la Sede de Pedro. Con el mismo espíritu, tendrá lugar en Ávila (España), en septiembre próximo, otro Congreso Internacional Sanjuanista con el que la Comisión Eclesial General quiere hacer llegar los ecos del gran místico español a todos los ambientes del País.

La búsqueda de la verdad, de la bondad, de la hermosura, del “verum, bonum et pulchrum”, caracteriza las más profundas aspiraciones humanas. Sobre estos valores trascendentes, tan necesarios para nuestra sociedad, se abre el más fecundo diálogo entre la fe y la cultura. Un diálogo cada vez más necesario para que la verdad esté por encima de las ideologías, la bondad y el amor superen las divisiones y los odios, los valores del espíritu construyan el hombre interior, y la aspiración a la belleza trascendental lo eleve a su verdadera dignidad de hijo de Dios. ¿No es éste en definitiva el mensaje del Doctor Místico?

A San Juan de la Cruz confío especialmente mis deseos de que sea cada vez más intenso el diálogo entre la cultura y la fe, como conviene a la gran tradición universitaria de España; también en esa Universidad Internacional, que tan relevante papel ha desempeñado en este Congreso, y que lleva el significativo nombre de un polígrafo profundamente creyente como fue el Profesor Marcelino Menéndez y Pelayo.

Al agradecer a todos su presencia aquí, invoco las bendiciones de Dios para que haga muy fecundos los frutos de vuestros trabajos, y que la luz que dimana del místico español ilumine los caminos de tantas personas que, a pesar de los obstáculos, buscan los valores trascendentes porque sólo ellos pueden saciar las más íntimas aspiraciones del corazón humano.






A LOS ORGANIZADORES DE LA IV JORNADA


MUNDIAL DE LA JUVENTUD


Viernes 3 de mayo de 1991



Es para mí motivo de viva satisfacción dar mi más cordial bienvenida al Señor Arzobispo de Santiago de Compostela, junto con el Obispo Auxiliar y demás personas que habéis colaborado intensamente con ocasión de la última Jornada Mundial de la Juventud, que me proporcionó la dicha de encontrarme como peregrino, junto al sepulcro del Apóstol, con jóvenes llegados de todo el mundo.

El libro que me habéis entregado es una bella y emotiva evocación de aquel acontecimiento, que tan gratos recuerdos ha dejado en nuestros corazones. El encuentro de los jóvenes con el Papa en Santiago de Compostela ha supuesto una gracia extraordinaria del Señor en ese itinerario de identificación apostólica de los jóvenes católicos con el ideal de la nueva evangelización, que hemos querido impulsar desde los comienzos de las Jornadas Mundiales de la Juventud.

Se que estáis preparando con empeño y entusiasmo la peregrinación a Czêstochowa, para el próximo mes de agosto. Desde Santiago, desde el sepulcro del Patrón de España, numerosos jóvenes de vuestra diócesis, de Galicia y de muchas diócesis españolas, se pondrán en camino para peregrinar al santuario de Jasna-Góra, donde les espera María, la Madre de Cristo y de la Iglesia, guía y modelo para la juventud de hoy. La llama que se encendió en el alma de tantos chicos y chicas en el Monte del Gozo continúa viva y les hará descubrir con mayor hondura las riquezas de las raíces cristianas que aúnan a los jóvenes hermanos del Este y del Oeste de Europa y de todo el mundo, en la comunión de la Iglesia católica.

La llama del Monte del Gozo debe continuar viva también en vuestras diócesis y en vuestra tierra de Galicia. Renovad, pues, las raíces apostólicas de vuestra fe. La expresión artística de vuestro pueblo a través de la historia, que mostráis estos días en el monasterio de San Martín Pinario, manifiesta cómo la fe en Jesucristo, testimoniada por el Apóstol Santiago, ha configurado durante casi dos milenios las fibras más hondas de vuestra alma y de vuestro ser histórico.

El próximo Año Santo Jacobeo de 1993 constituirá para vosotros, a la vez que un reto pastoral, una oportunidad excepcional, ofrecida por la Providencia, para renovar vuestro compromiso secular con el Evangelio de Jesucristo y con su Iglesia. La gracia de la “gran perdonanza” habrá de dar impulso renovador a toda la vida cristiana, haciéndola más fecunda en obras de justicia, de amor y de paz; siempre al servicio de la nueva evangelización; acogiendo y sirviendo, como hermanos, a los peregrinos que vuelvan a recorrer, como antaño, el Camino de Santiago.

Al regresar a vuestra diócesis os ruego que llevéis a todos el saludo y la bendición del Papa, que conserva en su afecto y en su corazón el recuerdo entrañable del encuentro con los jóvenes españoles a los pies del Apóstol.






A UN GRUPO DE DIPLOMÁTICOS LATINOAMERICANOS


31

Viernes 31 de mayo de 1991



Distinguidos Señoras y Señores:

Me es sumamente grato dar a todos los presentes mi más cordial bienvenida a este encuentro, que me permite tomar contacto con un grupo cualificado de funcionarios del servicio diplomático latinoamericano, que seguís en Florencia un curso de especialización en relaciones internacionales, patrocinado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia.

Representáis a un buen número de países del llamado continente de la esperanza y, como profesionales de la diplomacia, estáis llamados a desempeñar una importante tarea en favor de la paz, el entendimiento yla concordia entre los pueblos. Es éste un terreno en el que podréis encontrar siempre en la Santa Sede un interlocutor atento y dispuesto a colaborar en todo lo que signifique defensa de la dignidad y promoción del bien integral del hombre.

En mis viajes apostólicos a los distintos países de América Latina he podido apreciar los grandes valores de aquellos pueblos, a los que la historia, la cultura, la lengua y la fe católica han unido con estrechos vínculos y que están llamados, como gran familia latinoamericana, a tener un indudable protagonismo en la escena mundial.

No he dejado, sin embargo, de constatar al mismo tiempo lo que yo llamaría una creciente inquietud moral, que se manifiesta, a veces, a través de crisis sociales u otros fenómenos como la violencia, el desempleo, la marginación, los cuales provocan desequilibrios y amenazan la pacífica convivencia.

Por todo ello, vuestra labor como diplomáticos adquiere un destacado relieve para la solución de problemas que tanto pueden significar para muchas personas. Os aliento, pues, a no ahorrar esfuerzos en el servicio a vuestros semejantes y a trabajar incansablemente para hacer más estables y solidarios los lazos de la comunidad internacional, y especialmente en la perspectiva de la unidad e integración latinoamericana.

Al finalizar este encuentro deseo expresaros mis mejores votos por el feliz éxito de vuestras actividades en el curso que estáis haciendo, mientras de corazón bendigo a vosotros, a vuestras familias y a los países que representáis.





                                                                                  Junio 1991




A LA II REUNIÓN PLENARIA


DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA


Viernes 14 de junio 1991



Señores Cardenales,
32 amados Hermanos en el Episcopado,
queridos sacerdotes, religiosas y laicos presentes:

1. Me es grato dirigir un afectuoso saludo a todos vosotros que, como miembros de la Curia Romana, representantes de las Iglesias latinoamericanas, o colaboradores en las tareas evangelizadoras de las mismas, estáis participando en esta Asamblea de la Pontificia Comisión para América Latina.

Este renovado Organismo de la Curia Romana ha querido celebrar su segunda Reunión Plenaria cuando está ya cercana la celebración del V Centenario del comienzo de la Evangelización del Nuevo Mundo. En efecto, el próximo 12 de octubre entraremos en la etapa final del novenario de años que inauguré en Santo Domingo, para prepararnos al importante y gozoso acontecimiento con el que queremos conmemorar la implantación de la Cruz de Cristo en aquellas tierras: fue en la isla bautizada como « La Española » (hoy República Dominicana y Haití), donde se celebró la primera Misa y se rezó la primera Ave María a Nuestra Señora.

Al cabo de estos quinientos años podemos decir, con palabras del Apóstol, que unos plantaron y otros regaron « mas fue Dios quien dio el crecimiento » (
1Co 3,7) La semilla de la primera evangelización ha ido fructificando en un árbol frondoso: hoy la Iglesia latinoamericana se presenta dinámica y floreciente y aunque no olvidamos las « tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren »(Gaudium et spes GS 1), el futuro nos proyecta hacia la esperanza. ¿No es acaso motivo de esperanza gozosa pensar que para finales de este milenio los católicos de América Latina, con sus más de mil Obispos, constituirán casi la mitad de toda la Iglesia? Todo un reto, amados Hermanos, para nuestra ineludible misión de evangelizadores.

2. Antes de continuar, deseo agradecer al Presidente de la Pontificia Comisión, el Señor Cardenal Bernardin Gantin, sus amables palabras con las que ha expuesto también los puntos que han sido objeto de vuestra reflexión durante estas jornadas.

De modo especial os habéis fijado en las perspectivas y problemas que presentan las celebraciones del V Centenario del comienzo de la Evangelización en el Nuevo Mundo, tratando ele indicar el sentido que hay que dar a dicho evento eclesial, al que me he referido en repetidas ocasiones, sobre todo durante mis visitas pastorales a los diversos Países de América Latina y a España.

A este evento evangelizador quise dedicar algunas reflexiones en la Carta Apostólica, de hace ahora un año, «Los Caminos del Evangelio». En ella hacía notar que la « primera siembra de la palabra de vida » en el continente latinoamericano se realizó « entre luces y sombras, más luces que sombras, si pensamos en los frutos duraderos de fe y vida cristiana » que allí se están dando (Cf.. n. 8.).

Como señalaba también en el citado documento, « la conmemoración del V Centenario es ocasión propicia para un estudio histórico riguroso, enjuiciamiento ecuánime y balance objetivo de aquella empresa singular, que ha de ser vista en la perspectiva de su tiempo y con una clara conciencia eclesial »(Ibíd.). Pero no se trata de limitarnos a la perspectiva histórica, ni a celebraciones de carácter solamente cultural o social, si bien somos conscientes de hallarnos ante hechos históricos a los cuales estuvo ligada la labor evangelizadora. Lo que la Iglesia se dispone a celebrar es la Evangelización: la llegada y proclamación de la fe y del mensaje de Jesús, la implantación y desarrollo de la Iglesia; realidades espléndidas y permanentes que no se pueden negar o infravalorar. Y se dispone a celebrarlas en el sentido más profundo y teológico del término: como se celebra a Jesucristo, Señor de la historia, « el primero y el más grande Evangelizador », ya que El mismo es el « Evangelio de Dios » (Cf. Evangelii nuntiandi EN 7)

Como ya tuve ocasión de señalar en el discurso al CELAM reunido en Puerto Príncipe: « Como latinoamericanos, habréis de celebrar esa fecha con una seria reflexión sobre los caminos históricos del subcontinente, pero también con alegría y orgullo. Como cristianos y católicos es justo recordarla con una mirada hacia estos 500 años de trabajo para anunciar el Evangelio y edificar la Iglesia en esas tierras. Mirada de gratitud a Dios, por la vocación cristiana y católica de América Latina, y a cuantos fueron instrumentos vivos y activos de la evangelización, Mirada de fidelidad a vuestro pasado de fe. Mirada hacia los desafíos del presente y a los esfuerzos que se realizan. Mirada hacia el futuro, para ver cómo consolidar la obra iniciada » (9 de marzo 1983, III).

Por esto, la Iglesia se dispone a celebrar el V Centenario sin triunfalismos, pero consciente de saber que es una sublime gracia del Señor el que haya llamado a la luz de la fe a tantos millones de hombres y mujeres que invocan su nombre y en Él son salvados. Este evento eclesial debe ser también ocasión para una reflexión pastoral sobre el pasado, presente y futuro de América Latina; una reflexión que sirva para dar un nuevo impulso a la obra evangelizadora del continente a todos los niveles, en todos los Países y en todos los sectores de la sociedad.

33 3. La respuesta tan positiva que viene dando la Iglesia en América Latina se articulará y expresará, de forma concreta, en la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que espero inaugurar solemnemente en Santo Domingo el 12 de octubre de 1992 y cuyo tema será: « Nueva Evangelización, Promoción humana, Cultura cristiana, Jesucristo ayer, hoy y siempre (cf. Heb He 13,8) ». A la preparación de esta importante Conferencia habéis dedicado también vuestra atención durante esta II Asamblea Plenaria.

La figura y misión del Salvador será ciertamente el centro de la Conferencia de Santo Domingo. Los Obispos latinoamericanos se reunirán allí para celebrar a Jesucristo: la fe y el mensaje del Señor difundido por todo el continente. La cristología será, pues, el telón de fondo de la asamblea de tal manera que, como primer fruto de la misma, el nombre de Jesucristo, Salvador y Redentor, quede en los labios y en el corazón de todos los latinoamericanos; pues, como leemos en la Exhortación Apostólica de Pablo VI Evangelii nuntiandi, «no hay Evangelización verdadera mientras no se anuncia el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios » (Evangelii nuntiandi EN 14).

4. En vuestras sesiones también habéis reflexionado ampliamente sobre la «Nueva Evangelización», que es el elemento englobante o idea central e iluminadora del tema fijado para la Conferencia de Santo Domingo. En mi primer encuentro con los integrantes de esta Pontificia Comisión invité a todos a «estudiar a fondo en qué consiste esta nueva Evangelización» (7 de diciembre de 1989, 4), precisando bien los contenidos doctrinales, en perfecta sintonía con el Magisterio y con la Tradición de la Iglesia, y determinando sus objetivos y líneas pastorales, según las exigencias de nuestro tiempo, en la perspectiva del tercer milenio del cristianismo.

Se trata de trazar ahora, para los próximos años, una nueva estrategia evangelizadora, un plan global de evangelización, que tenga en cuenta las nuevas situaciones de los pueblos latinoamericanos y que constituya una respuesta a los retos de la hora presente, entre los que están en primer plano la creciente secularización, el grave problema del avance de las sectas y la defensa de la vida en un continente donde deja sentir su presencia destructiva una cultura de la muerte.

De la Nueva Evangelización forma parte integrante la doctrina social de la Iglesia, ya que —como hago notar en la reciente Encíclica Centesimus annus« la doctrina social tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización: en cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo » (Centesimus annus CA 54). También por esto me ha parecido oportuno que en el tema de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano figure, como segundo elemento, « la Promoción humana », teniendo presente el inundo de los pobres, sobre todo los más necesitados: los indígenas, los afroamericanos, los marginados de las grandes urbes o de las poblaciones diseminadas por lugares recónditos del inmenso continente.

Por último, hay que enfocar debidamente el problema de la evangelización de « la cultura y las culturas del hombre en el sentido rico y amplio que tienen sus términos en la Gaudium et spes, tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios » (Evangelii nuntiandi EN 20). Esta evangelización se ha de hacer « no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces » (Ibíd). Se trata de tutelar, favorecer y consolidar una « Cultura cristiana », es decir, que haga referencia y se inspire en Cristo y su mensaje.

Tal es el tercer elemento del tema de la próxima Conferencia de Santo Domingo: la inculturación del Evangelio, a lo cual me he referido en la Encíclica Redemptoris missio (Cf. Redemptoris missio RMi 52-54), haciendo notar que «al desarrollar su actividad misionera entre las gentes, la Iglesia encuentra diversas culturas y se ve comprometida en el proceso de inculturación. Es ésta una exigencia que ha marcado todo su camino histórico, pero hoy es particularmente aguda y urgente» (Ibíd. 52).

5. Antes de concluir, deseo expresar mi agradecimiento a todos los presentes, a la vez que aliento a los representantes de los Organismos Episcopales para la ayuda a la Iglesia de América Latina y de otras instituciones que prestan sus servicios o colaboran en dichas Iglesias, a continuar en su loable tarea. Con motivo del V Centenario, dicha colaboración ha de hacerse más consciente, más intensa, centrada siempre en objetivos eclesiales o sociales y realizada en consonancia con las directrices de los Pastores.

Pido al Señor que bendiga tantos esfuerzos en favor de la Nueva Evangelización del continente latinoamericano y que la Virgen, Primera Evangelizadora de América, siga siendo para todos la Estrella que nos guíe en el camino hacia los nuevos tiempos que se avecinan y que la Iglesia tiene que evangelizar, llena de fe y esperanza en su Señor, Cristo Jesús: «para alabanza de su gloria»: «in laudem gloriae eius» (Ep 1,12).

A todos imparto con afecto mi Rendición Apostólica.






Discursos 1991 25