Discursos 1991 33


A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO


SOBRE TRASPLANTES DE ÓRGANOS


Jueves 20 de junio de 1991






34 1. El hecho de que el primer congreso internacional de la Sociedad para la donación de órganos se esté celebrando aquí en Roma, me brinda la oportunidad de daros la bienvenida y alentaros en la realización del objetivo que el tema de vuestro congreso expresa así: «Cooperación mundial en los trasplantes». Agradezco al profesor Raffaello Cortesini sus amables palabras de presentación y formulo votos por el éxito de la obra que se está llevando a cabo.

Entre las muchas e importantes conquistas de la ciencia moderna, los progresos en el campo de la inmunología y de la tecnología quirúrgica han hecho posible el uso terapéutico de órganos y de trasplantes de tejido. Seguramente es motivo de satisfacción el que muchos enfermos que hasta hace poco sólo podían esperar la muerte o, a lo sumo, una existencia dolorosa y limitada, puedan curarse ahora más o menos completamente a través de la sustitución de un órgano enfermo con uno sano donado. Debemos alegrarnos de que la medicina, en su servicio a la vida, haya encontrado en el trasplante de órganos un nuevo modo de servir a la familia humana, precisamente salvaguardando el bien fundamental de la persona.

2. Este desarrollo espléndido no carece por supuesto de su lado negativo. Aún hay mucho que aprender a través de la investigación y la experiencia clínica existen muchas cuestiones de índole ética legal y social que requieren mayor y más amplia profundización e investigación. Existen, incluso, abusos vergonzosos que exigen una acción determinada por parte de las asociaciones médicas y las sociedades de donantes, sobre todo por parte de los organismos legislativos competentes. Sin embargo, a pesar de esas dificultades, conviene tener presentes las palabras de san Basilio el Grande, doctor de la Iglesia del siglo IV: «Respecto a la medicina no sería justo rechazar un don de Dios [es decir, la ciencia médica] sólo por el mal uso que hacen de ella algunas personas (...); por el contrario, debemos arrojar luz sobre lo que han corrompido». (Reglas mayores, 55: 3; cf. Migne, ).

Con la llegada de los trasplantes de órganos, que empezó con las transfusiones de sangre, el hombre ha encontrado un modo de donar algo de sí mismo, de su sangre y de su cuerpo, para que otros puedan seguir viviendo. Gracias a la ciencia, a la formación profesional y al empeño de los doctores y agentes sanitarios, cuya colaboración es menos evidente pero no menos indispensable para la realización de complicadas operaciones quirúrgicas, se presentan desafíos nuevos y maravillosos. Se nos desafía a amar a nuestro prójimo de un modo nuevo; en términos evangélicos, amar «hasta el extremo» (
Jn 13,1), aunque dentro de ciertos límites que no se pueden sobrepasar, límites fijados por la misma naturaleza humana.

3. Sobre todo, esta forma de tratamiento es inseparable del acto humano de donación. En efecto, el trasplante supone una decisión anterior, explícita, libre y consciente por parte del donante o de alguien que lo representa legítimamente, en general los parientes más cercanos. Es la decisión de ofrecer, sin ninguna recompensa, una parte del propio cuerpo para la salud y el bienestar de otra persona. En este sentido, el acto médico del trasplante hace posible el acto de entrega del donante, el don sincero de sí que manifiesta nuestra llamada constitutiva al amor y la comunión.

Amor, comunión, solidaridad y respeto absoluto a la dignidad de la persona humana constituyen el único marco legítimo para el trasplante de órganos. Es fundamental no ignorar los valores espirituales y morales que entran en juego cuando los individuos, respetando las normas éticas que garantizan la dignidad de la persona humana y la conducen a la perfección, deciden donar, libre y conscientemente, una parte de sí mismos, una parte de su propio cuerpo a fin de salvar la vida de otro ser humano.

4. En efecto, el cuerpo humano es siempre un cuerpo personal, el cuerpo de una persona. El cuerpo no puede ser tratado como una entidad meramente física o biológica; nunca se pueden usar sus órganos y tejidos como artículos de venta o de cambio. Una concepción tan reductiva y material acabaría en un uso meramente instrumental del cuerpo y, por consiguiente, de la persona. Desde este punto de vista, el trasplante de órganos y el injerto de tejidos ya no corresponderían a un acto de donación, sino que vendrían a ser el despojo o saqueo de un cuerpo.

Además, una persona sólo puede dar algo de lo que puede privarse sin serio peligro o daño para su propia vida o identidad personal, y por una razón justa y proporcionada. Resulta obvio que los órganos vitales solo pueden donarse después de la muerte. Pero ofrecer en vida una parte del propio cuerpo, ofrecimiento que será efectivo después de la muerte, es ya en muchos casos un acto de gran amor, amor que da vida a los demás. Así, el progreso de las ciencias biomédicas ha hecho posible que la gente proyecte más allá de la muerte su vocación al amor. De forma análoga al misterio pascual de Cristo, al morir se vence, de algún modo, a la muerte y se restituye la vida.

Para repetir las palabras del Concilio Vaticano II: el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (cf. Gaudium et spes GS 22 Redemptor hominis RH 8). La muerte y resurrección del Señor constituyen el acto supremo de amor que da significado profundo al ofrecimiento de un órgano por parte del donante con el fin de salvar a otra persona. Para los cristianos, Jesús que se ofrece a sí mismo es el punto de referencia fundamental y la inspiración del amor que mueve a una persona a donar un órgano, manifestación de solidaridad generosa más elocuente aún en una sociedad que ha llegado a ser excesivamente utilitarista y menos sensible a la donación generosa.

5. Se podría agregar mucho más, como por ejemplo una reflexión sobre los médicos y sus asistentes, que hacen posible esta forma extraordinaria de solidaridad humana. Un trasplante, incluso una simple transfusión de sangre, no es como otras intervenciones. No debe separárselo del acto de entrega del donante, del amor que da la vida. El médico debería ser siempre consciente de la particular nobleza de este trabajo, dado que se convierte en el mediador de algo especialmente significativo: el don de sí que hace una persona, incluso después de la muerte, para que otra pueda vivir. Las dificultades de la intervención, la necesidad de obrar con rapidez y con la máxima concentración en el trabajo, no deberían hacer que el médico pierda de vista el misterio de amor que encierra lo que está realizando.

Tampoco los receptores de un órgano trasplantado deberían olvidar que están recibiendo un don único de otra persona: el don de sí mismo hecho por el donante, don que ciertamente se ha de considerar como una auténtica forma de solidaridad humana y cristiana. Ante el umbral del tercer milenio en un período de grandes promesas históricas, pero en el que las amenazas contra la vida están resultando cada vez más poderosas y mortales, como en el caso del aborto y la eutanasia, la sociedad necesita estos gestos concretos de solidaridad y amor generoso.

35 6. En conclusión recordemos aquellas palabras de Jesús que refiere el evangelista y médico Lucas: «Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos» (Lc 6,38). Dios nos otorgará nuestra recompensa suprema según el amor genuino y efectivo que hayamos mostrado hacia nuestro prójimo.

Que el Dios del cielo y de la tierra os sostenga en vuestro esfuerzo de defender y servir la vida a través de los medios maravillosos que la ciencia médica pone a vuestra disposición; y que os bendiga a vosotros y a vuestros seres queridos con la paz y la alegría.










A UN GRUPO DE EMPRESARIOS ESPAÑOLES


DE LA FEDERACIÓN NACIONAL DE INDUSTRIAS GRÁFICAS


Lunes 24 de junio de 1991



Distinguidos señores y señoras:

Me es grato saludar cordialmente al grupo de empresarios pertenecientes a la Federación Nacional de Industrias Gráficas, que habéis querido tener este encuentro con el Papa, para compartir vuestras experiencias y anhelos, y recibir también una palabra de aliento y orientación.

Desde la impresión de la Biblia por Gutenberg se pone en marcha la que será vuestra actividad laboral, enriquecida constantemente por el progreso de la ciencia y de la tecnología más avanzada, para ofrecer a la sociedad un mejor acceso a la cultura mediante la difusión de la palabra y de la imagen.

Vuestra tarea profesional es como un eslabón de toda una cadena productiva que implica creatividad, elaboración y divulgación; por ello, además de estar sujeta a unas normativas laborales, debe guiarse también por unos principios éticos, comunes al vasto ámbito de los medios de comunicación social con los que se establece una mutua dependencia.

A este respecto, los fieles católicos han de estar dispuestos a colaborar con los demás hombres de buena voluntad para que la cultura esté siempre al servicio de la persona y del bien común, tratando de promover los valores morales y una sociedad más justa. Tales principios deben iluminar siempre vuestra actividad profesional y enriquecer la mutua relación con tantos hombres y mujeres de vuestras empresas, a fin de crear con ellos una auténtica comunidad de trabajo, que esté fundamentada en la activa y responsable participación de todos.

Antes de concluir este encuentro, os ruego que llevéis el afectuoso saludo del Papa a cuantos trabajan en vuestras empresas, así como a vuestras familias, a la vez que os imparto la Bendición Apostólica.







                                                                                  Julio de 1991


DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

AL NUEVO CARDENAL ANTONIO QUARRACINO,

ARZOBISPO DE BUENOS AIRES


Lunes 1 de julio de 1991



Señor Cardenal:

36 Me es muy grato recibir a Vuestra Eminencia, juntamente con varios Obispos y este numeroso grupo de hermanos y hermanas venidos de la lejana —pero cercana en el afecto y el recuerdo— Nación argentina, los cuales testimonian el afecto y la estima que profesan a su Pastor y comparten la alegría de la arquidiócesis de Buenos Aires al ver a su querido Arzobispo incorporado al Colegio Cardenalicio.

Su nombramiento como Cardenal es una muestra del aprecio que siento por usted, servidor fiel y entregado a la Iglesia; su labor de docente en Seminarios y Universidad, su tarea ministerial de impulso al laicado católico, el ministerio episcopal en las diócesis Nueve de Julio, Avellaneda y La Plata, su cuidado pastoral sobre los fieles de rito oriental, son signo elocuente de su amor y dedicación al anuncio de la Buena Nueva. Su acción evangelizadora, que ya había superado el horizonte de sus diócesis al ejercer funciones directivas en el CELAM, se intensifica y robustece hoy más, pues como cardenal colabora más directamente con el Sucesor de Pedro en su solicitud por todas las Iglesias.

Para vosotros y vosotras, hijos e hijas de Argentina, este acontecimiento debe ser una nueva ocasión para confirmar vuestra adhesión a la Sede de Roma, que ejerce un servicio de comunión y fomenta la comunión entre las diversas comunidades eclesiales. Para todos debe constituir un “kairós” —un momento propicio de salvación— en el que reafirmemos nuestra decidida entrega a la Nueva Evangelización.

Al invocar sobre Usted la continua ayuda divina para su ministerio pastoral, le encomiendo bajo la protección de Nuestra Señora de Luján, mientras le imparto de corazón, así como a todos los presentes, una especial Bendición Apostólica.








AL NUEVO CARDENAL NICOLÁS DE JESÚS LÓPEZ RODRÍGUEZ, ARZOBISPO DE SANTO DOMINGO


Martes 2 de julio de 1991



Señor Cardenal:

Es motivo de particular alegría recibir a Vuestra Eminencia, acompañado de su anciana y amadísima madre, y de sus cuatro hermanos y ocho hermanas; rodeado también del afecto de otros Obispos, sacerdotes y fieles de la República Dominicana. Vuestra presencia, numerosa y distinguida, manifiesta por sí sola la estima que sentís por este prestigioso Pastor de la Iglesia en Santo Domingo, que ha sido llamado a formar parte del Colegio Cardenalicio.

No necesito recordar en estos momentos las cualidades y virtudes que adornan al cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez. Baste recordar su extraordinaria sensibilidad eclesial que le ha llevado a ser siempre solícito, bondadoso y servicial, en medio del pueblo fiel, compartiendo sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren. Por esto, espero —así se lo pido al Señor— que las iniciativas y desvelos pastorales del nuevo Cardenal hallen siempre pronta acogida en vuestro corazón, como orientación segura para la vida cotidiana.

A Usted, señor Cardenal, —además de su ministerio pastoral en la arquidiócesis de Santo Domingo— le ha sido encomendada recientemente la Presidencia del CELAM, organismo en el que ha ocupado anteriormente diversos cargos de responsabilidad. Pero de modo especial le tocará dar acogida a la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en el V Centenario de la Evangelización del querido Continente de la esperanza.

Al implorar la constante asistencia divina para su ministerio pastoral, le encomiendo bajo la protección de Nuestra Señora de la Altagracia, mientras de corazón imparto a Usted, así como a todos los presentes, una especial Bendición Apostólica.








AL NUEVO CARDENAL JUAN JESÚS POSADAS OCAMPO,


ARZOBISPO DE GUADALAJARA, MÉXICO


Jueves 4 de julio de 1991



Señor Cardenal:

37 Me es grato recibir a Vuestra Eminencia, rodeado del afecto de algunos hermanos en el Episcopado, así como de sacerdotes, familiares y amigos aquí presentes.

Estoy seguro de que el pueblo fiel de México vive con particular alegría estos momentos al ver que uno de sus ilustres hijos, el Arzobispo de Guadalajara, ha sido llamado a formar parte del Colegio Cardenalicio.

Deseo aprovechar esta circunstancia para testimoniar ante todos vosotros mi aprecio por la persona del nuevo purpurado. Entre sus muchas cualidades —dones todos ellos recibidos de Dios Padre— cabría destacar el celo pastoral que anima a su persona y la generosa entrega de la que ha dado pruebas en su constante, diligente y fructuoso servicio a la Iglesia en México; primero como sacerdote, luego como Obispo en las diócesis de Tijuana y Cuernavaca, y actualmente en Guadalajara.

Mis oraciones seguirán acompañándole, señor Cardenal, para que los fieles de su comunidad eclesial, unidos a este Sede Apostólica por un mismo vínculo de fe, amor y solidaridad, sean verdaderos testigos de Cristo y hallen, gracias a su guía pastoral, aliento en las actividades, consuelo en la tribulación, ánimo y esperanza en las dificultades.

Con estos deseos, y también como signo de la estima y aprecio que siento por Usted y por quienes le acompañan, así como por la querida Iglesia de México, a la que encomiendo bajo la especial protección de Nuestra Señora de Guadalupe, imparto mi Bendición Apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR CARLOS SALINAS DE GORTARI,

PRESIDENTE DE MÉXICO


Miércoles 10 de julio de 1991



Señor Presidente:

Es para mí motivo de viva satisfacción recibir en esta mañana al Primer Mandatario de la Nación mexicana, acompañado de altos funcionarios de su Gobierno. Al expresarles profunda gratitud por esta visita, me complazco en dirigirles mi deferente saludo y darles mi más cordial bienvenida.

Su presencia aquí evoca en mí, de modo particular, las inolvidables visitas pastorales a su país durante las cuales pude apreciar los valores más genuinos, humanos y cristianos del alma noble de México, así como el amor que sus gentes profesan a la Iglesia y a sus Pastores.

México es un país que se distingue por su cultura, por su nobleza de espíritu, por su arraigada fe en los ideales cristianos. A ello aludía Usted en la cordial bienvenida que tuvo a bien dispensarme —y de la que conservo grato recuerdo y profundo agradecimiento— al poner pie en tierras mexicanas hace poco mas de un año. “Su llegada —decía en aquella ocasión— es un encuentro con la generosidad de una Nación de muchas culturas, de visiones plurales del mundo y enraizados sentimientos religiosos” (Palabras de bienvenida del Presidente mexicano a Su Santidad Juan Pablo II, 6 de mayo de 1990).

Seguimos con particular interés, Señor Presidente, su decidido empeño, y el de sus colaboradores, por hallar vías de solución a los urgentes problemas que aquejan a su país, y poner así los fundamentos que permitan la instauración de un orden social más justo y participativo. Tales problemas, que constituyen un reto a la capacidad creadora y a la voluntad de entendimiento de los mexicanos, son ciertamente graves y de no fácil solución; mas ello no ha de ser motivo de desaliento, pues contáis con la mayor riqueza que puede tener un pueblo: los sólidos valores humanos y cristianos que han configurado su ser como Nación y su caminar siempre abierto a la esperanza. Los Señores Obispos de México, tan cercanos a las legítimas aspiraciones y necesidades de su pueblo, han afirmado reiteradamente su voluntad de apoyar y fomentar todas aquellas iniciativas encaminadas a promover el bien común y el desarrollo integral de los individuos, de las familias y de la sociedad.

38 En el discurso de bienvenida al que he aludido, Vuestra Excelencia ponía particular énfasis en la causa de la solidaridad entre todos los mexicanos para construir un futuro mejor. A este propósito, deseo asegurarle, Señor Presidente, que en la Santa Sede y en la Iglesia Católica encontrará siempre un interlocutor atento y decidido a colaborar —en virtud de la propia misión religiosa y moral— con las Autoridades y las diversas instituciones de su país en favor de los valores supremos y de la prosperidad espiritual y material de la Nación. Como tuve ocasión de señalarlo en mi encuentro con la Conferencia Episcopal Mexicana durante mi visita apostólica, es para mí motivo de viva satisfacción constatar el clima de diálogo y mejor entendimiento entre la Iglesia y las Autoridades civiles de México (A los obispos de México, n. 9, 12 de mayo de 1990). Hago votos para que los elementos positivos, que a este respecto están surgiendo, se desarrollen y consoliden ulteriormente, en el necesario marco de libertad efectiva y legal que demanda la Iglesia para cumplir adecuadamente su misión evangelizadora. Como enseña el Concilio Vaticano II, “la Iglesia, por su universalidad, puede constituir un vínculo estrechísimo entre las diferentes naciones y comunidades humanas, con tal de que éstas tengan confianza en ella y reconozcan efectivamente su verdadera libertad para cumplir tal misión” (Gaudium et spes GS 42). En un Estado de derecho, el reconocimiento pleno de la libertad religiosa es, a la vez, fruto y garantía de las demás libertades civiles. Es innegable que la presencia y actuación de la comunidad católica en México contribuye en modo notable al bien de la sociedad, pues muchos problemas sociales e incluso políticos tienen raíces en el orden moral, a donde llega la acción educadora y evangelizadora de la Iglesia. De la leal colaboración entre la Iglesia y el Estado —desde el mutuo respeto y libertad— derivarán grandes bienes para toda la sociedad mexicana.

Para la realización de los ideales de solidaridad entre todos los mexicanos es necesario que la sociedad que se quiere construir lleve el sello de los valores morales y transcendentes, pues ellos representan el más fuerte factor de cohesión social. En efecto, el mismo curso de la historia muestra que los sistemas teóricos y prácticos que se cierran a la trascendencia terminan por exacerbar las divisiones entre los hombres y se incapacitan para conseguir las metas de progreso que desean alcanzar. Así he querido ponerlo de manifiesto en la reciente Encíclica “Centesimus Annus”, señalando la falacia de las soluciones propuestas por el marxismo y los fenómenos de alienación que conlleva una visión del mundo y del hombre basada sólo en el bienestar material” (Centesimus Annus CA 42).

Me complace constatar, Señor Presidente, el apoyo solidario y constructivo que está dando su Gobierno para lograr una solución justa y duradera a las situaciones de conflicto y violencia en el área centroamericana. Es ésta una labor que requiere ciertamente grandes dosis de buena voluntad, sabiduría y tenacidad por parte de todos, pero que halla su recompensa en el saberse instrumento útil en favor de la suprema causa de la paz.

Muchas circunstancias de la hora presente están exigiendo con urgencia no sólo que se resuelvan los casos de conflicto y lucha en América Latina, sino que se pongan sólidas bases para lograr la deseada integración de unos pueblos a los que la geografía, la historia, la fe y la cultura han unido con lazos tan fuertes que con razón puede decirse que constituyen la gran familia latinoamericana. Sé que México se encuentra entre los países que apoyan decididamente dicho proceso de integración de acuerdo con los principios de solidaridad, reciprocidad y colaboración efectiva. Hago votos para que la unión de voluntades y esfuerzos dé vida a una cooperación más eficaz para hacer frente al grave problema de la injusticia y la miseria, a la vez que favorezca la promoción integral de la persona humana tutelando sus derechos y respetando siempre su dignidad.

Mi mensaje de hoy, Señor Presidente, quiere ser de aliento y esperanza. En este sentido, deseo repetir las palabras que pronuncié a mi llegada a México en mi aún no lejana visita pastoral: “La Iglesia, cumpliendo la misión que le es propia y con el debito respeto por el pluralismo, reafirma su vocación de servicio a las grandes causas del hombre, como ciudadano y como hijo de Dios. Los mismos principios cristianos que han informado la vida de la Nación mexicana tienen que infundirle una sólida esperanza y un nuevo dinamismo, que lleven a ese gran país a ocupar el puesto que le corresponde en el concierto de las Naciones” (Ceremonia de bienvenida en el aeropuerto de Ciudad de México, n. 2, 6 de mayo de 1990).

Antes de concluir este encuentro deseo reiterarle mi vivo agradecimiento por esta amable visita, y en su persona rindo homenaje a la noble Nación mexicana, mientras pido al Todopoderoso que derrame abundantes dones sobre Usted, familiares y colaboradores, así como sobre todos los amadísimos hijos de México, tan cercanos siempre al corazón del Papa.
Agosto de 1991

VI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS JÓVENES REUNIDOS EN EL SANTUARIO DE JASNA GÓRA


Miércoles 14 de agosto de 1991




1. «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» (Lc 11,27).

Queridos jóvenes, junto con todos vosotros, que desde diversos países y continentes os habéis reunido aquí, elevo mi saludo a Jesucristo.Reconozco en él al Hijo de Dios, el Verbo eterno del Padre. Saludo al Hijo de María con las mismas palabras con las que lo saludó aquella mujer de entre la gente, mientras él predicaba. Saludo a Jesucristo bendiciendo a su Madre-Virgen, bendiciendo su maternidad divina. Mediante esta maternidad virginal, el Hijo de Dios se hizo uno de nosotros. Se convirtió en nuestro Maestro y Hermano para poder ser nuestro Redentor, por medio de la cruz, en el Gólgota; para manifestar en la resurrección el poder del Espíritu Santo, que «da vida» (cf. Jn Jn 6,63). Gracias a este poder de Dios que da la vida, hemos sido llamados «hijos de Dios, pues ¡lo somos!»(Jn 3,1).

2. «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!».

39 Junto con vosotros pronuncio este saludo a los pies de Jasna Góra, en el umbral del santuario que ha quedado inscrito profundamente en la historia de una nación y que, al mismo tiempo, se abre de par en par a todas las naciones y a todos los pueblos de Europa y del mundo. Vosotros, jóvenes, ya sabéis todo esto: muchos de vosotros no se encuentran aquí por primera vez. Especialmente durante los últimos años habéis elegido este camino como itinerario de vuestras peregrinaciones a pie, y muchas veces, junto con vuestros coetáneos polacos, habéis venido en peregrinación a Jasna Góra.

Hoy os saludo a todos vosotros con mi más viva cordialidad; y, como aquella mujer del Evangelio, quisiera saludar a vuestras madres, padres, familias, comunidades juveniles y patrias.

Junto con vosotros saludo a vuestros pastores, así como a vuestros guías y animadores.

3. En 1983 comenzó en la Iglesia la tradición de la Jornada mundial de la juventud. Partiendo ese año desde la plaza de San Pedro en Roma, estamos realizando juntos una peregrinación a través del mundo. Nuestro itinerario de peregrinos nos llevó primero hacia América del Sur, a Buenos Aires, capital de Argentina. Dos años más tarde volvimos a la orilla este del Atlántico, aceptando la invitación del acogedor santuario de Santiago de Compostela, en España. El desarrollo de los acontecimientos que han tenido lugar en el viejo continente europeo, hace que hoy, una vez más después de dos años, nos encontremos en Czestochowa, en tierra polaca.

Todo lo que, durante varios decenios, quedó dividido por la fuerza en este continente, ahora ha de acercarse de una y otra parte a fin de que Europa busque la unidad para su futuro y para el bien de toda la familia humana y retorne a sus propias raíces cristianas. Esas raíces se encuentran tanto en Occidente como en Oriente. Desde Occidente (en Compostela) nos trasladamos más hacia el este, si bien nos encontramos en el centro de Europa. En efecto, se trata de mirar ahora hacia el futuro, y esto pertenece a vosotros, a los jóvenes. Es necesario que toméis los grandes caminos de la historia, no sólo aquí, en Europa, sino también en todos los continentes, y que en todas partes os convirtáis en testigos de las bienaventuranzas de Cristo: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (
Mt 5,9).

4. Cristo, respondiendo al saludo de aquella mujer en medio de la gente, dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28). Precisamente ésta es la finalidad de nuestra peregrinación. Hemos venido aquí para escuchar la palabra de Dios, junto con toda esta gran multitud de jóvenes, y cumplirla.

«Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8,14).

Señora de Jasna Góra, acepta nuestra multitud en peregrinación a este cenáculo particular, que quiere ser como el Cenáculo de Jerusalén, en el que perseverabas en la oración junto con los Apóstoles, antes de que el Espíritu Santo comenzara a conducirlos hacia los confines de la tierra.

Acoge nuestra multitud de múltiples lenguas. Así como en aquel entonces, el día de Pentecostés, aceptaste a los peregrinos de diferentes naciones y lenguas, acógenos del mismo modo también a nosotros; dígnate estar con nosotros. Dígnate guiamos por el sendero de la fe siguiendo a Cristo: el mismo camino en el que el Espíritu Santo te introdujo a ti en primer lugar.

Alcánzanos de Dios que «ardan nuestros corazones», como sucedió con los discípulos de Emaús, mientras Cristo nos habla y nos «explica las Escrituras» (cf. Lc Lc 24,32) a fin de que «las maravillas de Dios» (cf. Hch Ac 2,11) se conviertan una vez más en nosotros y por medio de nosotros en parte y herencia de la generación que entra en el tercer milenio de la historia.
* * *


40 Saludo a los jóvenes de varias nacionalidades

Un saludo cordial y afectuoso a los jóvenes amigos de España y de los diversos Países de América Latina.

Estáis presentes aquí, en Czestochowa, como portadores de la llama de esperanza y vida que surgió en el Monte del Gozo ( Compostela) hace ahora dos años. Que nunca se apague en vuestros corazones jóvenes el entusiasmo y la alegría de seguir a Jesucristo, nuestro único camino, nuestra sublime verdad, la razón de nuestra vida. Compartid con todos los demás jóvenes en todos los Países, en la Europa sin fronteras, los ideales de fraternidad y amor que harán de nuestro mundo un lugar más humano, justo y acogedor.

Gracias, muchas gracias por vuestra presencia y oraciones

VI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


DURANTE LA VIGILIA DE ORACIÓN EN CZESTOCHOWA


Miércoles 14 de agosto de 1991




1. En esta vigilia de oración, cargada de extraordinaria intensidad de sentimientos, quisiera centrar vuestra atención, queridos jóvenes, en tres palabras-guía: Yo soy (la palabra). Me acuerdo. Velo.
A. Yo soy (la Palabra)


«Yo soy»: éste es el nombre de Dios. Así respondió una Voz a Moisés desde la zarza ardiente, cuando preguntaba cuál era el nombre de Dios. «Yo soy el que soy» (Ex 3,14): con este nombre el Señor envió a Moisés a Israel, esclavo de Egipto, y al faraón-opresor: «Yo-Soy me ha enviado a vosotros» (Ex 3,14). Con este nombre Dios sacó a su pueblo elegido de la esclavitud, para sellar una alianza con Israel:

«Yo, el Señor, soy tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí» (Ex 20,2-3).

«Yo-Soy», este nombre es el fundamento de la antigua Alianza.

2. Ese nombre constituye también el fundamento de la nueva Alianza. Jesucristo dice a los judíos: «Yo y el Padre somos uno» (Jn 10,30). «Antes de que Abraham existiera, Yo Soy» (Jn 8,58). «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy» (Jn 8,28).

41 En medio de nosotros, que velamos, se ha detenido la cruz. Habéis traído aquí esta cruz y la habéis levantado en medio de nuestra asamblea. En esta cruz se ha manifestado «hasta el extremo» (cf. Jn Jn 13,1) el «Yo-Soy» divino de la Alianza nueva y eterna. «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que (el hombre no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).

La cruz es el signo del amor inefable, el signo que revela que «Dios es amor» (cf. 1Jn 4,8).

Mientras se acercaba la noche, antes del sábado de Pascua, Jesús fue retirado de la cruz y depositado en el sepulcro. El tercer día se presentó resucitado en medio de sus discípulos, que estaban «sobresaltados y asustados», diciéndoles: «La paz con vosotros (...); soy yo mismo» (cf. Lc Lc 24,36-37 Lc Lc 24,39): el «Yo-Soy» divino de la Alianza, del Misterio pascual y de la Eucaristía.

3. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios para poder existir y decir a su Creador «yo soy». En este «yo soy» humano se contiene toda la verdad de la existencia y de la conciencia. «Yo soy» ante ti, que «Eres».

Cuando Dios pregunta al primer hombre: «¿Dónde estás?», Adán responde: «Me escondí de ti» (cf. Gn Gn 3,9-10), tratando de no estar delante de Dios. ¡No puedes esconderte, Adán! No puedes no estar delante de quien te ha creado, de quien ha hecho que «tú seas», delante de quien «escruta los corazones y conoce» (cf. Rm Rm 8,27).

4. Habéis llegado a Jasna Góra, queridos amigos, donde desde hace muchos años se canta el himno «Estoy junto a ti».

El mundo que os rodea, la civilización moderna, ha influido mucho para quitar ese «Yo Soy» divino de la conciencia del hombre. Tiende a vivir como si Dios no existiera. Este es su programa.

Pero, si Dios no existe, tú, hombre, ¿podrás existir de verdad?

Habéis venido aquí, queridos amigos, para recuperar y confirmar profundamente esta identidad humana: «yo soy», delante del «Yo Soy» de Dios. Mirad la cruz en la que el «Yo-Soy» significa «Amor». ¡Mirad la cruz y no os olvidéis! Que el «estoy junto a ti» siga siendo la palabra clave de toda vuestra vida.
B. Me acuerdo


1. Me acuerdo. Estoy junto a ti; me acuerdo de ti. Junto a la cruz de Cristo, el primer símbolo de nuestra vigilia, ha sido colocada la Biblia, la Sagrada Escritura, el Libro.

42 No os olvidéis de las maravillas de Dios (cf. Sal Ps 78,7). Cuidad de no olvidaros del Señor (Dt 6,12).

No os olvidéis de la creación; no os olvidéis de la Redención: la Cruz, la Resurrección, la Eucaristía y Pentecostés. Todas estas cosas son manifestación del «Yo-Soy» divino. Dios obra y habla al hombre: se revela al hombre hasta el misterio íntimo de su vida. «Muchas veces y de muchos modos habló Dios (...) a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (He 1,1-2).

La Sagrada Escritura, la Biblia, es el libro de las obras de Dios y de las palabras del Dios vivo. Es un texto humano, pero escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo. El Espíritu mismo es, por tanto, el primer autor de la Escritura.

2. Estoy junto a ti. Me acuerdo de ti. El hombre está delante de Dios, permanece en su presencia mediante la acción de recordar. De tal modo, conserva las palabras y las maravillas de Dios, meditándolas en su corazón como María de Nazaret. Antes de que los autores inspirados anotaran la verdad de la vida eterna revelada en Jesucristo, tal verdad ya había sido anotada y acogida por el corazón de su Madre (cf. Lc Lc 2,51). María hizo esto de la manera más profunda, convirtiéndose ella misma en un «texto viviente» de los misterios divinos.

Las palabras «estoy junto a ti, me acuerdo de ti» se refieren de modo particular a María, mucho más que a los discípulos del divino Maestro.

3. Hemos venido aquí, queridos amigos, para participar en el recuerdo mariano de las maravillas de Dios. Para participar en el recuerdo de La Iglesia, que vive en escucha religiosa de las Escrituras inspiradas. Acerquémonos a la Sagrada Escritura, fuente de inspiración para nosotros mismos, a fin de que sea fuente de nuestra vida interior. Descubramos en ella, de un modo siempre nuevo y cada vez más pleno, el misterio maravilloso e inescrutable del «Yo-Soy» divino.

Descubramos también el misterio de nuestro «yo soy» humano. En efecto, también el hombre es un misterio. El Concilio Vaticano II recordó que «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes GS 22).

4. Quien no conoce la Sagrada Escritura, no conoce a Cristo (cf. san Jerónimo, Comm. in Is. Prol.: PL 24, 17).

Cuando mañana nos marchemos de aquí, hagamos todo lo posible por conocer cada vez más profundamente a Cristo. Esforcémonos por permanecer en contacto íntimo con el Evangelio, con la palabra del Dios vivo, con la Sagrada Escritura, a fin de conocernos mejor a nosotros mismos y comprender cuál es nuestra vocación en Cristo, el Verbo encarnado.
C. Velo


1. El icono de la Madre de Dios. «Theotokos».

43 Al lado de la cruz y la Biblia hay un icono: el tercer símbolo de nuestro encuentro de oración.

A este símbolo corresponde la palabra «velo»: yo soy, me acuerdo, velo. Las tres palabras del llamamiento de Jasna Góra, que desde aquí, durante las grandes luchas espirituales, llegaba a toda la tierra habitada por los polacos. Yo soy, me acuerdo, velo. Las tres palabras-guía que nos han ayudado. Palabras del lenguaje, pero también palabras de gracia, expresión del espíritu humano y del soplo del Espíritu Santo.

2. Aquí, en Jasna Góra, la palabra «velo» tiene un contenido mariano, que corresponde al significado del icono de la Madre de Dios. «Velo», expresa la actitud de la Madre. Su vida y vocación se expresan en la acción de velar. Vela sobre el hombre desde los primeros instantes de su existencia. Esa vela está acompañada por la tristeza y la alegría. «La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora: pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo» (
Jn 16,21). Son palabras de Cristo mismo.

¡La vela materna de María, una experiencia inescrutable, un mensaje inscrito de forma misteriosa en un corazón femenino, que vivió exclusivamente de Dios! En verdad, «maravillas ha hecho en su favor el Poderoso, Santo es su nombre» (cf. Lc Lc 1,49).

Permanecen en nuestra conciencia al menos estos dos momentos: la noche de Belén y la «noche del Espíritu» bajo la cruz del Hijo en el Gólgota. Y también otro momento: el Cenáculo de Jerusalén, el día de Pentecostés, cuando nació la Iglesia, cuando la Iglesia entró en el mundo, como un niño que deja el seno de la madre.

3. La Iglesia ha continuado este cuidado materno de María, que se ha expresado en tantos santuarios sobre toda la tierra. Cada día vive para el don de este cuidado maternal. Aquí, en esta tierra, en este país en el que nos encontramos, las generaciones viven con la conciencia de que la Madre «vela». Desde aquí, desde Jasna Góra, ella cuida a todo el pueblo, a todos. Especialmente en los momentos difíciles, en las pruebas y peligros.

4. «Velar»: esta palabra tiene su etimología rigurosamente evangélica. Cuántas veces Cristo ha dicho: «Velad» (cf., por ejemplo, Mt 24,42 Mt 25,13 Mt 26,38 Mt 26,41 Mc 13,33 Mc 13,35 Mc 13,37 Mc 14,34 Mc 21,36). «Velad, y orad para que no caigáis en tentación» (Mc 14,38). Entre todos los discípulos de Cristo, María es la primera «que vela». Es preciso que de ella aprendamos a velar, que velemos con ella: «Estoy cercano a ti, me acuerdo de ti, velo».

5. «¿Qué quiere decir “velo”?» Quiere decir: me esfuerzo para ser un hombre de conciencia. No apago esta conciencia y no la deformo; llamo por su nombre al bien y al mal, no los confundo; hago crecer en mí el bien y trato de corregirme del mal, superándolo en mí mismo. Éste es el problema fundamental, que nunca se podrá disminuir, ni trasladar a un plano secundario. ¡No!, siempre y en todo lugar, se trata de un problema de primer plano. Tanto más importante, cuanto más numerosas son las circunstancias que parecen favorecer nuestra tolerancia del mal, y el hecho de que fácilmente nos absolvemos de él, particularmente si así hacen los demás... «Velo» quiere decir, además, veo a los otros… Velo quiere decir: amor al prójimo; quiere decir: fundamental solidaridad «interhumana».

Aquí ya he pronunciado una vez estas palabras, en Jasna Góra, durante el encuentro con los jóvenes, en 1983, año particularmente difícil para Polonia.

Hoy las repito: ¡«Estoy cercano a ti, me acuerdo de ti, velo»!

Discursos 1991 33