Discursos 1991 43


VI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

JUAN PABLO II


ACTO DE CONSAGRACIÓN


DE TODOS LOS JÓVENES DEL MUNDO A LA VIRGEN MARÍA


Santuario de Czestochowa

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Jueves 15 de agosto de 1991




Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genetrix...
(«Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios...»).

Nosotros, jóvenes de todo el mundo, venimos a ti, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. Madre de la fe, de la esperanza y del amor. Te traemos toda nuestra juventud.

Venimos a ti, Madre de Dios, Madre de la Vida, Madre del Amor hermoso.

Venimos aquí, donde desde hace siglos los hombres recurren a ti, para recibir la libertad; junto ti, incluso en la esclavitud, se han sentido libres. Hoy, esta casa tuya se ha convertido en la casa de todos nosotros, de los jóvenes de todo el mundo. Czestochowa en este momento es la capital de la juventud.

Venimos a ti, que eres nuestra Madre y, mediante tu intercesión, pedimos a Cristo la libertad verdadera, la fe verdadera y los motivos de vida y esperanza. Tú, Madre, conoces nuestros límites, y también todos nuestros sueños, nuestros proyectos para el futuro, y nuestras posibilidades. Haz que sepamos hacer fructuosa la esperanza que está en nosotros (cf. 1P 1P 3,15).

Nostras deprecationes ne despicias in necessitatibus, sed a periculis cunctis libera nos semper, Virgo gloriosa et benedicta.
(«No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita»).

Llevamos en nosotros grandes anhelos. Queremos vivir para Cristo. Nos dirigimos a ti, la Maestra más segura por los caminos humanos... Ayúdanos a vencer todas las desesperaciones. Ayúdanos a ser más fuertes que todo lo que parece asediarnos. Nuestra vida cotidiana es diversa, como diversas son también tus imágenes en nuestros países. Ayúdanos a ser auténticos.

Te confiamos lo que en nosotros está amenazado desde dentro y desde fuera: cúranos de los pecados y de las debilidades, líbranos de la derrota y del error, protégenos del desprecio de la vida y de todo lo que amenaza la salud y la vida.

45 Defiéndenos de la soledad que no proviene de una elección y que muchos no logran vencer. Haz que no se transforme jamás en desesperación.

Te confiamos a los que deben afrontar la desocupación, la falta de casa y el temor ante al futuro.

Ayúdanos a salvar al mundo y a nosotros mismos de la violencia y de las diferentes formas de totalitarismo contemporáneo en el que no tenemos influencia inmediata.

Te confiamos a ti, Madre, a las familias jóvenes y a los que se han entregado exclusivamente al servicio de Dios. A ti, Madre, te confiamos la vocación de cada hombre. Haz que la vida de cada uno, de cada uno de nosotros, dé frutos producidos por el Evangelio.

Queremos rezar contigo por quienes buscan los caminos de tu Hijo, y también por los que no saben y no quieren saber nada acerca de nuestro encuentro. Por los que no conocen ni a Dios, ni a Cristo, ni a ti.

Domina nostra, Advocata nostra, Mediatrix nostra, Consolatrix nostra. Tuo Filio nos reconcilia, tuo Filio nos recomenda, tuo Filio nos repraesenta.
(«Señora nuestra, Abogada nuestra, Mediadora nuestra, Consoladora nuestra. Reconcílianos con tu Hijo, recomiéndanos a tu Hijo, preséntanos a tu Hijo»).

Enséñanos tu fe, tu esperanza y tu amor. Enséñanos a salir al encuentro de tu Hijo. Guíanos hacia él. Que él sea la respuesta a todas nuestras preguntas. Enséñanos a ir al encuentro de los demás hombres, quizá más pobres y más solos que nosotros.

Enséñanos a servir a la vida desde su concepción hasta su muerte natural. Enséñanos a acoger esta vida.

Que nuestros corazones estén abiertos; que estén abiertas las casas y los países. Líbranos del temor, a fin de que no teniendo miedo de los pobres del Evangelio de Jesús —niños, ancianos, enfermos y extranjeros— podamos abrir las puertas al Salvador del mundo y del hombre.

Devuelve el misterio a la vida y a todo lo que la genera, lo que le da sentido. Devuelve el misterio al amor y hazlo mediante la pureza. A través de ti la pureza se convierte en una respuesta al misterio: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (
Mt 5,8). Tú sabes que la corrupción mayor del hombre es la impureza, de la que nacen el odio, los homicidios y las guerras.

46 Deseamos asumir nuestra responsabilidad con respecto a nuestro futuro y al futuro de la Iglesia y del mundo, en el umbral del tercer milenio, para estar capacitados a fin de trasmitir a nuestros hijos la fe en Dios y el sentido de la vida.

Enséñanos a estar presentes en la Iglesia y en la vida social. Enséñanos a asumir la responsabilidad con respecto al destino del mundo y de nuestras patrias aquí en la tierra.

Madre de la Sabiduría, enséñanos a crear una cultura y una civilización que, basándose en las leyes de Dios, sepan servir al hombre. Enséñanos el espíritu de reconciliación y perdón. Haz que no escapemos ante las nuevas tareas. Toda la realidad contemporánea espera la evangelización plena. Deseamos ser, cada uno a su modo, misioneros de esta obra junto con Cristo, santificador y transformador de este mundo.

Guíanos hacia tu Hijo, reconcílianos con él, encomiéndanos a él y devuélvenos a él.

Amén.

VI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

PALABRAS DE DESPEDIDA DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS JÓVENES EN EL SANTUARIO DE JASNA GÓRA


Jueves 15 de agosto de 1991



Queridos jóvenes:

1. Ha llegado el momento de la despedida. Nos despedimos bajo la mirada de la «Virgen Negra», la Virgen de Jasna Góra, que hoy contemplamos en la gloria de la Asunción al cielo.

En ella la naturaleza humana alcanzó su expresión más alta, inferior sólo a la perfección del Hijo, el Verbo encarnado. Maria está delante de nosotros como el modelo de una vida que supo crecer hasta la madurez plena.

«Crecer», «madurar»: es el empeño característico de la juventud. En el ámbito biológico, cuando te detienes, cuando ya no creces, es señal de que comienzas a envejecer.

Esta ley vale también para el espíritu, con la diferencia de que el espíritu no tiene límites biológicos de crecimiento. Precisamente por esta razón no puede envejecer.

47 Queridos jóvenes, éste es el compromiso que la Virgen os deja: creced como personas, desarrollando los talentos del cuerpo y del espíritu; creced como cristianos, tratando de ser santos; creced cono testigos de Cristo, luz del mundo.

2. María Santísima os indica también el camino de este itinerario de crecimiento: el camino es Cristo Jesús. Es un camino empinado, estrecho y fatigoso. Pero para quien sabe recorrerlo, haciendo del Evangelio la norma de la propia vida, es un camino que introduce en la alegría verdadera.

Jóvenes, «recibisteis un espíritu de hijos» (
Rm 8,15). ¡No desperdiciéis esta estupenda herencia!

Sed exigentes con el mundo que os rodea; sedo en primer lugar con vosotros mismos. Sed hijos de Dios: ¡sentíos orgullosos de ello!

No os resignéis a la mediocridad; no os rindáis a los condicionamientos de las modas corrientes, que imponen un estilo de vida no conforme con los ideales cristianos; no cedáis a los halagos del consumismo. Cristo os llama a grandes empresas. No lo defraudéis, pues os defraudaríais a vosotros mismos.

Con la fuerza que Cristo os da, llevad a todos el anuncio de que Dios quiere hacer de cada ser humano un hijo suyo. Que vuestro testimonio sea la levadura de ese mundo nuevo al que cada uno aspira: un mundo verdaderamente justo, solidario y fraterno.

María, la Madre de Dios y de los hombres, carnina con vosotros.
***


Saludos en varios idiomas

¡Amadísimos jóvenes!

Que la experiencia de fe vivida a los pies de la “Virgen Negra” de Czêstochowa permanezca impresa para siempre en vuestros corazones.

48 “Habéis recibido un espíritu de hijos”. Proclamad, pues, esta certeza a cuantos encontréis por los caminos de la vida. Que vuestro testimonio cristiano sea levadura de un mundo nuevo para que pueda ser verdaderamente justo, solidario y fraterno.

¡Que la Santísima Virgen os acompañe!
Septiembre de 1991

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

AL SEÑOR CARLOS URRUTIA APARICIO,

NUEVO EMBAJADOR DE GUATEMALA ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 14 de septiembre de 1991



Señor Embajador:

Me es muy grato recibir las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Guatemala ante la Santa Sede. Con ello viene Usted a ocupar un puesto en la sucesión de representantes de su País en la noble misión de mantener y estrechar las relaciones entre la Sede Apostólica y la Nación Guatemalteca, tan cercana siempre a mi solicitud y afecto de Pastor.

Me complace saber que las Autoridades de su país están trabajando por construir sólidos fundamentos que permitan la instauración de un orden social más justo y participativo. Durante mi visita pastoral a Guatemala, a la que Usted tan amablemente ha aludido, pude apreciar los genuinos valores que adornan al pueblo guatemalteco, que en su gran mayoría se profesa hijo de la Iglesia católica: su espíritu acogedor, generoso y solidario, su tesón y capacidad de resistencia ante la adversidad, sus acendradas raíces cristianas, su cercanía al Sucesor de Pedro. Pero, al mismo tiempo, pude constatar los graves problemas que han puesto y ponen todavía a prueba el temple de aquel amado pueblo y que dificultan la realización de sus legítimas aspiraciones a una vida más digna en pacífica convivencia y justicia social. En el magno encuentro que tuvo lugar en el Campo de Marte de la capital, durante mi inolvidable viaje apostólico, quise hacer particular hincapié en que “para salir al paso de cualquier extremismo y consolidar una auténtica paz, nada mejor que devolver su dignidad a quienes sufren la injusticia, el desprecio y la miseria” (Celebración de la Palabra en el Campo de Marte, n. 6, Guatemala, 7 de marzo de 1983).

La Iglesia católica en Guatemala, que en años aún no lejanos ha sufrido los estragos de la violencia y que cuenta entre sus hijos no pocos sacerdotes, religiosos, religiosas y numerosísimos catequistas que han derramado su sangre como testimonio de fidelidad al Evangelio y cercanía a los más necesitados, no ha dejado de hacer repetidas llamadas en favor de la paz y de la justicia. De particular importancia ha sido y es su contribución al proceso de pacificación del área centroamericana. A la sombra del Santísimo Cristo de Esquipulas maduraron acuerdos que han ido haciendo posible un mayor diálogo y entendimiento entre las partes enfrentadas, con miras a la superación de aquellas diferencias y antagonismos que tan triste secuela de destrucción y muerte han traído consigo. En esta misma línea de servicio como exigencia de la misión que le es propia, la Iglesia católica está prestando su decidido apoyo a la Comisión Nacional de Reconciliación, que preside, en cuanto Conciliador, Monseñor Rodolfo Quezada Toruño, Presidente de la Conferencia Episcopal de Guatemala.

Son muchos y muy profundos los vínculos que, desde sus mismos orígenes, han unido a Guatemala con esta Sede Apostólica. En esta ocasión deseo manifestarle, Señor Embajador, la decidida voluntad de la Iglesia a colaborar —en el ámbito de su propia misión religiosa y moral— con las Autoridades y las diversas instancias de su País en promover todo aquello que redunde en el mayor bien de la persona humana y de los grupos sociales, en especial de los menos favorecidos. A este respecto, viene a mi mente el entrañable encuentro que tuve con las comunidades indígenas en Quetzaltenango y deseo reiterar mi auspicio de que sus legítimos derechos sean tutelados y se promuevan adecuadamente los valores genuinos de sus culturas (Discurso a los indígenas en Quetzaltenango, n. 4, 7 de marzo de 1983).

Por otra parte, no han de ahorrarse esfuerzos en defender y potenciar los factores que dan cohesión y favorecen la unidad y la solidaridad entre los guatemaltecos. Por eso, se hace también necesario prestar particular atención a todo aquello que puede ser motivo de división y discordia. A este propósito, y desde el campo de su responsabilidad pastoral, los Obispos de Guatemala no han dejado de señalar el peligro que representa la actividad proselitista de sectas de tipo fundamentalista. En una Carta Pastoral sobre la relación de la Iglesia católica con los grupos religiosos no-católicos, el Arzobispo Metropolitano señalaba algunos problemas derivados de dicha acción proselitista “como la ruptura de la unidad familiar, la pérdida de la identidad cultural y, quizá lo más grave, la pérdida del sentido profundamente comunitario y específicamente humano que existe en el pueblo guatemalteco” (Carta pastoral de los obispos guatemaltecos «Signo de verdad y esperanza», n. 17. 3, 6 de enero de 1989).

Hago fervientes votos para que los hijos de la amada Nación guatemalteca, fieles a sus tradiciones más nobles y a sus raíces cristianas, caminen por la vía de la reconciliación y de la fraternidad en un decidido esfuerzo común por lograr la superación de desequilibrios y enfrentamientos. Que con la consolidación de las instituciones democráticas que su Gobierno representa y con el generoso empeño de todos los ciudadanos, pueda instaurarse un orden más justo para que los legítimos derechos de cada uno sean tutelados y la sociedad pueda gozar de estabilidad y armonía.

49 Señor Embajador, antes de finalizar este encuentro, pláceme asegurarle mi benevolencia y apoyo para que la alta misión que le ha sido encomendada se cumpla felizmente. Por mediación de Nuestra Señora de la Asunción, Patrona de Guatemala, elevo mi plegaria al Altísimo para que asista siempre con sus dones a Usted y a su distinguida familia, a los gobernantes de su noble País, así como al amadísimo pueblo guatemalteco, que recuerdo siempre con particular afecto.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN UN TORNEO DE ESQUÍ ACUÁTICO

Castelgandolfo, Sábado 14 de septiembre de 1991



Queridos amigos:

Me da mucho gusto recibir a los miembros del Comité Olímpico nacional italiano y a los participantes en el torneo de esquí acuático de "Maestros italianos en memoria de Marco Merlo". Agradezco al señor Aldo Franchi, presidente de la Federación italiana de esquí acuático, sus amables palabras de presentación. Os saludo a todos vosotros y os deseo éxitos en vuestro campeonato.

El hecho de que procedáis de muchos países hace que vuestro encuentro sea una ocasión magnífica para reunir a gente de diversos ambientes y para construir una amistad más allá de todas las barreras de raza, cultura o experiencia política. Os une, ante todo, vuestro interés por el deporte. Compartís la pasión por el esquí acuático, que ha llegado a ser una fuente dinámica de comunicación y contacto entre vosotros mismos. Vuestras actividades deportivas hacen que se desarrollen determinadas cualidades en cada uno de vosotros, os impulsan a dar lo mejor de vosotros mismos, tanto en el aspecto físico como en la competición deportiva, y os invitan constantemente a descubrir los lazos que os unen a los demás. En efecto, los deportes son un medio muy eficaz para suscitar la estima y el respeto mutuos, la solidaridad humana, la amistad y la buena voluntad entre los individuos.

La Iglesia valora y respeta los deportes que son verdaderamente dignos de la persona humana. Son tales cuando favorecen el desarrollo ordenado y armonioso del cuerpo al servicio del espíritu y cuando dan lugar a una competición inteligente y formativa que promueve el interés y el entusiasmo, y son fuente de esparcimiento placentero. Os animo a seguir siempre este ideal, de forma que vuestra dedicación al deporte se desarrolle en armonía con el fortalecimiento de los valores más elevados, que os darán dignidad y estatura moral ante vosotros mismos y ante los ojos de quienes siguen vuestras actuaciones.

Los antiguos romanos concedieron gran importancia al valor educativo que revisten los deportes y las competiciones. La tradición cristiana utilizó a menudo la metáfora de la competición atlética para describir el esfuerzo por alcanzar la virtud y la fidelidad a Cristo. San Pablo habla de su vida como una carrera en la que resulta vital alcanzar la meta final (cf. 1Co 9,24-27). Espero que vuestra visita os impulse a esforzaros aún más por alcanzar los ideales más elevados de la solidaridad humana y de la fidelidad en vuestras relaciones con Dios, nuestro Creador y Redentor. Que su bendición esté con vosotros y vuestras familias.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL CAPÍTULO GENERAL DE LOS MISIONEROS

HIJOS DEL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA (CLARETIANOS)


Jueves 19 de septiembre de 1991

: Queridos Misioneros
Hijos del Corazón Inmaculado de María:

1. Me es grato tener este encuentro con vosotros, los miembros del Capítulo General Ordinario de vuestro Instituto Claretiano que, precisamente por ese medio y en continuidad con los cuatro precedentes celebrados después del Concilio Vaticano II, va renovando y rejuveneciendo sus estructuras, su carisma, sus cargos de responsabilidad. Una muestra de ello es su dinamismo interno y la amplia representación de tantos países en los que está presente.

50 Dirijo un especial saludo al padre Gustavo Alonso que, después de doce años, deja el cargo de Superior General, y al mismo tiempo felicito cordialmente a su sucesor, el padre Aquilino Bocos Merino, al cual agradezco las amables palabras de homenaje que ha pronunciado en nombre de todos vosotros. Asimismo, deseo expresar mi complacencia por el bien que vuestra familia religiosa va realizando en la Iglesia y en medio de la sociedad.

2. En estos últimos años ha tenido lugar en Europa occidental y en Norteamérica un descenso de vocaciones, que se ha visto reequilibrado, sin embargo, por una valiosa expansión en Europa oriental y en varios países de África y Asia. Ello os ha conllevado unos problemas no solamente de orden económico, sino principalmente a nivel de formación, de inculturación, de selección vocacional, así como de adecuación de vuestro carisma misionero y mariano a los nuevos ambientes en los que la Iglesia os ha necesitado para el servicio del Evangelio.

La recia personalidad apostólica de San Antonio María Claret, reflejada y operante en vuestras Constituciones renovadas, os ha ayudado a superar muchas de las dificultades que en estos últimos años ha sufrido la vida de los Institutos religiosos. De este modo, las nuevas exigencias del apostolado misionero os han hecho constatar que era preciso acentuar e incrementar la dimensión espiritual y contemplativa de vuestra vida, fomentar el aspecto comunitario de la misma no sólo como convivencia, sino también como misión y realización de vuestra tarea misionera en el mundo.

3. Por otra parte, la conciencia de que el ministerio de la Palabra constituye el aspecto principal de vuestra herencia claretiana, os ha hecho comprender que la fidelidad a vuestra misión os exige, como ocurrió con vuestro Fundador, una dedicación permanente al estudio de esa misma Palabra y una fidelidad inquebrantable al Sucesor de Pedro y al Colegio Episcopal, del cual San Antonio María Claret os definía “fortes adiutores”.

Durante estos días estáis llevando a cabo una reflexión programática sobre vuestro “servicio misionero de la Palabra en la nueva evangelización”. Con ello queréis dar respuesta al desafío del mundo que envejece, al cual es necesario devolver la esperanza a través de la permanente novedad del mensaje evangélico. Por eso debéis proclamar por doquier que Cristo es el “hombre nuevo”. Vosotros, en cuanto cristianos y religiosos, debéis dar testimonio de que habéis renunciado al “hombre viejo” y os habéis revestido de Cristo (cf. Col
Col 3,10). Como misioneros, tenéis la tarea irrenunciable de ser “embajadores de Cristo” (cf. 2Co 2Co 5,20), revestidos del “hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ep 4,24).

4. Permitidme, queridos hermanos, que os exhorte una vez más a estudiar y meditar asiduamente la Palabra de Dios, al servicio de la cual habéis sido llamados. Vuestro Santo Fundador dedicaba diariamente todo el tiempo que le era posible al estudio de la Sagrada Escritura. Vosotros no podéis obrar diversamente si queréis de verdad cumplir plenamente vuestra misión. La Palabra de Dios ha de convertirse en fuente de contemplación y compromiso para vuestra espiritualidad personal, y ser centro de diálogo y celebración comunitaria; ha de ser igualmente el objeto principal de vuestro estudio e inspiración de vuestro itinerario formativo; ha de concentrar, en cuanto anuncio de salvación y conversión, las energías de vuestro ministerio en el Pueblo de Dios y entre los no creyentes; ha de serviros como principio de discernimiento respecto de las obras que habéis de emprender como comunidad misionera.

Que en vuestro camino de fidelidad os guíe siempre la Virgen fiel, la Madre de Jesús, en cuyo Corazón, del cual os llamáis hijos, acogió y custodió la Palabra, dándola al mundo como principio y sacramento universal de salvación.

Junto con mi plegaria y sincero afecto, que os acompañe también mi Bendición Apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE LAS PROVINCIAS ECLESIÁSTICAS

DE VALLADOLID Y VALENCIA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Lunes 23 de septiembre de 1991



Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. Os saludo con todo afecto en Cristo, señores Arzobispos y Obispos de las provincias eclesiásticas de Valladolid y Valencia, que con este encuentro coronáis vuestra visita “ad limina Apostolorum”. Esta visita tiene un profundo sentido eclesial, pues manifiesta vuestra comunión, y la de las Iglesias particulares que regís y apacentáis, con el Sucesor de Pedro, a quien el Señor ha encomendado presidir en la caridad a la Iglesia universal.

51 Vuestras Iglesias particulares están situadas geográficamente en distintas regiones españolas con sus propias características y tradiciones. Las diócesis de la provincia eclesiástica de Valladolid, en tierras de Castilla la Vieja y León, son Iglesias de antigua tradición cristiana, que conservan un buen índice de práctica religiosa, aunque vienen sufriendo un descenso demográfico notable, lo que no deja de reflejarse también en la media de edad del clero. Las diócesis de la provincia eclesiástica de Valencia, en el levante español, están abiertas al Mar Mediterráneo, a excepción de Albacete, que pertenece a la hidalga región manchega. Estas diócesis tienen también profundas raíces y tradiciones cristianas, si bien las corrientes inmigratorias y el fenómeno del turismo han afectado en cierta medida la vida de vuestras gentes.

2. Me complace saber que todas vuestras Iglesias están empeñadas actualmente en un serio y renovado esfuerzo evangelizador. Me consta que habéis tomado plena conciencia de que, entre vosotros, se hace necesaria esta nueva etapa eclesial y pastoral que hemos designado como “nueva evangelización”, para lo cual contáis con un punto de partida envidiable: la extraordinaria riqueza y vitalidad de la tradición cristiana de vuestros pueblos.

3. En efecto, la arraigada fe en Dios ha logrado impregnar, a lo largo de una acción multisecular, la concepción de la vida, los criterios de comportamiento personal y social, los modos de expresión y, en una palabra, la cultura propia de cada una de vuestras regiones. Y este logro no es una simple herencia del pasado sin virtualidades activas para el presente. Gran parte de los hombres y mujeres de vuestras tierras siguen encontrando en la fe el sentido fundamental de su vida, por eso recurren a Dios en los momentos cruciales de la misma. Una rica religiosidad popular traduce al lenguaje de los sencillos las grandes verdades y valores del Evangelio, los encarna en la idiosincrasia peculiar de vuestra cultura y convierte los grandes símbolos cristianos en otros tantos signos identificadores de la colectividad. Por otra parte, no puede silenciarse la proporción considerable de cristianos que, con creciente convicción, acuden todos los domingos a la celebración eucarística y reciben con frecuencia los sacramentos.

Sobre este terreno fértil de religiosidad, vuestras Iglesias han realizado notables esfuerzos de renovación, por medio de Sínodos y Asambleas diocesanas, y han conseguido dar mayor profundidad a la formación cristiana, que se refleja también en una participación más activa de numerosos fieles laicos en las tareas de la Iglesia.

4. Pero todas estas realidades esperanzadoras, queridos Hermanos, no deben haceros olvidar que también entre vosotros se está produciendo, por desgracia, un preocupante fenómeno de descristianización. Las graves consecuencias de este cambio de mentalidad y costumbres no se ocultan a vuestra solicitud de Pastores. La primera de ellas es la constatación de un ambiente “en el que el bienestar económico y el consumismo inspiran y sostienen una existencia vivida como si no hubiera Dios” (Christifideles laici
CL 34). Con frecuencia, la indiferencia religiosa se instala en la conciencia personal y colectiva, y Dios deja de ser para muchos el origen y la meta, el sentido y la explicación última de la vida. Por otra parte, no faltan quienes en aras de un malentendido progresismo pretenden identificar a la Iglesia con posturas inmovilistas del pasado. Éstos no tienen dificultad en tolerarla como resto de una vieja cultura, pero estiman irrelevante su mensaje y su palabra, negándole audiencia y descalificándola como algo ya superado.

Pero las consecuencias más dramáticas de la ausencia de Dios en el horizonte humano, se producen en el terreno de los comportamientos concretos, en el campo de la moral, como habéis denunciado repetidamente con lucidez los obispos españoles (cf. Instrucción pastoral de la Conferencia Episcopal Española «La verdad os hará libres»). Cuando se prescinde de Dios, la libertad humana, en vez de buscar y adherirse a la verdad objetiva, con frecuencia viene a convertirse en instancia autónoma y arbitraria, que decide lo que es bueno en función de intereses individuales y egoístas. Y, por este camino, el ansia de libertad acaba convirtiéndose en fuente de esclavitud. En efecto, la exaltación de la posesión y el consumo de los bienes materiales lleva a una concepción puramente economicista del desarrollo, que degrada la dignidad personal del ser humano y hace más pobres a muchos para que sólo unos pocos puedan ser más ricos. En nombre de los derechos humanos, concebidos con frecuencia desde un individualismo narcisista y hedonista, se promueve el permisivismo sexual, el divorcio, el aborto y la manipulación genética, que atentan contra el derecho más fundamental: el derecho a la vida. La búsqueda afanosa del placer fácil provoca que innumerables personas queden traumatizadas y a menudo busquen refugio en la drogadicción, en el alcoholismo o en la violencia.

5. Este clima cultural afecta no solamente a los no creyentes, sino también a los cristianos, que experimentan en su propio ser la división amenazadora entre su corazón y su mentalidad de creyentes y el pensamiento, las estructuras y las presiones de una sociedad basada en el agnosticismo y la indiferencia.

Frente a este neopaganismo, la Iglesia en España ha de responder con un testimonio renovado y un decidido esfuerzo evangelizador que sepa crear una nueva síntesis cultural capaz de transformar con la fuerza del Evangelio “los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad” (Evangelii nuntiandi EN 19). Es necesario proclamar con nueva energía y convencimiento que encontrar a Dios y aceptarlo son condiciones indispensables para descubrir la verdad del hombre. Que la Buena Nueva de la salvación en Jesucristo es fuente y garantía de la propia humanidad, clave para entender al hombre y al mundo, así como fundamento y baluarte de la libertad, y salvaguardia de la plena realización de las capacidades auténticamente humanas.

Para ello tendréis que vencer la indiferencia religiosa mediante el anuncio decidido y claro del Evangelio. En efecto, la fe se robustece cada día gracias a la Palabra de Dios que el Espíritu hace oír a través de la predicación, la enseñanza y la catequesis. Evangelizar es, ante todo, proclamar que “en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y la misericordia” (Ibíd., 27).

6. Pero la Palabra alcanza toda su eficacia y fuerza de persuasión cuando se hace acontecimiento salvador en la acción sacramental que transforma la vida de las personas y las convierte en testigos. Por eso, una forma específica e irrenunciable del anuncio cristiano es el testimonio, que hace patente ante los demás la gracia y el gozo que cada uno ha encontrado en Cristo, y que invita a compartir como enriquecedora experiencia de vida. La nueva evangelización necesita pues nuevos testigos, es decir, personas que hayan experimentado la transformación real de su vida en su contacto con Jesucristo y que sean capaces de transmitir esa experiencia a otros. Y necesita también nuevas comunidades “en las cuales la fe consiga liberar y realizar todo su originario significado de adhesión a la persona de Cristo y a su Evangelio, de encuentro y de comunión sacramental con El, de existencia vivida en la caridad y en el servicio” (Christifideles laici CL 34) .

Sólo estos cristianos, animados por el ideal de santidad, serán capaces de hacer nueva la humanidad misma. A los laicos compete de modo particular basar en su fe la creatividad cultural y la fuerza necesaria para reformar las instituciones, usos, estructuras económicas y el pensamiento y el entramado entero de la sociedad. A ellos les corresponde evangelizar lo que hemos llamado “puestos privilegiados de la cultura” (Ibíd., 44), desde donde se dirige y condiciona la mentalidad y los valores que conformarán la conciencia social. El mundo del pensamiento y los centros de investigación y de enseñanza, los medios de comunicación social, las organizaciones económicas, laborales y políticas, las asociaciones familiares: éstos son los grandes campos en los que se ha de encarnar la nueva síntesis cultural, iluminada y animada por la fe.

52 Ése es el importante desafío que se presenta a vuestras Iglesias: crear una sociedad renovada, más justa y fraterna, que se inspire en el mandamiento del amor y ponga su esperanza en Dios, para lograr así ser más profundamente humana. Éste es el objetivo social e histórico de la nueva evangelización, que venimos designando como “civilización del amor o de la solidaridad” (Sollicitudo rei socialis, V y VI) ).

7. La preocupante crisis de valores morales a que me he referido afecta de modo particular a la vida familiar. Así parecen revelarlo síntomas tales como el descenso considerable de matrimonios, la disminución del índice de natalidad, el crecimiento de la mentalidad divorcista. Estos síntomas indican un serio deterioro de los valores que han dado cohesión y vigor a la familia y a la sociedad misma en España.

Por todo ello, es necesario y urgente reaccionar ante los retos y exigencias que esta situación plantea promoviendo una pastoral familiar más incisiva que —como ya he expuesto en la Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”— tienda a recuperar la identidad cristiana del matrimonio y de la familia, para que llegue a ser una comunidad de personas al servicio de la transmisión de la vida humana y de la fe, célula primera y vital de la sociedad, comunidad creyente y evangelizadora, verdadera “iglesia doméstica”, centro de comunión y de servicio eclesial.

Hay que crear pues un auténtico humanismo familiar, que potencie lo que venimos llamando “la cultura de la vida y la civilización del amor”. Este humanismo tiene que fundamentarse en el respeto a la dignidad de la persona, en cualquier etapa de su existencia, ya que ha sido creada a imagen de Dios y redimida por Jesucristo, así como en el reconocimiento de la primacía de los genuinos valores humanos, frente a ideologías ciegas que niegan la transcendencia y a las que la historia reciente ha descalificado al mostrar su verdadero rostro.

Entre estos valores hay que poner particularmente de relieve la dignidad del amor entre el hombre y la mujer; la fidelidad como exigencia fundamental del amor conyugal, que brota de la donación plena y exclusiva entre los cónyuges; el respeto a la vida humana como fruto del mismo amor entre los esposos; la responsabilidad indeclinable de los padres en el mantenimiento y educación de los hijos.

Por tanto, se hace urgente la promoción de esta cultura familiar, que contribuya a reforzar la estabilidad del matrimonio, tan amenazada y expuesta a tantos riesgos, y que sirva de soporte para que los padres y educadores puedan realizar su misión. Hay que defender con valentía la institución familiar como santuario de la vida, como espacio humanizador en la sociedad, como lugar que favorece el diálogo entre sus miembros y con Dios en la oración común.

Para ello, debéis alentar con insistencia a vuestros sacerdotes para que dediquen lo mejor de sus energías a la atención espiritual y a la formación permanente de los matrimonios, sobre todo en su misión de padres. Que apoyen y potencien los diversos movimientos familiares y asociaciones encaminadas a cultivar la espiritualidad conyugal y familiar, la formación cristiana de las familias y la defensa de sus valores frente al deterioro causado por la cultura dominante. Finalmente, es necesario promover con mayor ahínco la formación de laicos que se comprometan a defender la institución familiar y sus valores en el campo de la legislación, de la enseñanza, de los medios de comunicación. Una pastoral familiar así revitalizada dejará sentir su benéfica influencia en otros sectores, especialmente en la pastoral de los jóvenes, en la pastoral vocacional y, en último término, en el florecimiento de vuestras diócesis y de la misma sociedad española.

8. Al terminar este encuentro, deseo reiteraros mi estima fraterna y pediros que al regresar a vuestras diócesis llevéis el saludo y el afecto del Papa a todos vuestros diocesanos, a las familias cristianas, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, que con dedicación y generosa entrega anuncian la Buena Nueva de salvación y dan testimonio de servicio, fidelidad y espíritu apostólico.

Invoco sobre vosotros y vuestros fieles la maternal protección de la Santísima Virgen María, tan venerada con diversas advocaciones en todas y cada una de vuestras diócesis, mientras os imparto mi Bendición.
Octubre de 1991





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