Discursos 1991 52


A LOS OBISPOS DE LAS PROVINCIAS ECLESIÁSTICAS


DE BURGOS, ZARAGOZA Y PAMPLONA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Lunes 7 de octubre de 1991



53 Amadísimos hermanos en el Episcopado:

1. Es para mí motivo de gran gozo encontrarme esta mañana con vosotros, Pastores de las provincias eclesiásticas de Burgos, Pamplona y Zaragoza, que con la visita “ad limina” habéis querido testimoniar vuestra comunión con la Cátedra de Pedro. Al daros la más cordial y fraterna bienvenida deseo expresaros mi vivo agradecimiento por haberme permitido compartir en estos días las preocupaciones y esperanzas, los esfuerzos y alegrías de vuestro ministerio al servicio de “aquéllos a los que —en palabras de san Agustín— nos fuerza servir la libre caridad” (De Trinitate, 1, 5).

Por las relaciones quinquenales enviadas y los diálogos mantenidos con cada uno he podido conocer más de cerca vuestras comunidades eclesiales y percibir el infatigable trabajo apostólico que realizáis con dedicación y celo admirable, en circunstancias no siempre fáciles.

2. La Conferencia Episcopal Española ha concretado en el Plan de Acción Pastoral 1987-1990 —bajo el título “Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabras”— el fruto de sus reflexiones anteriores, particularmente las contenidas en el documento “Testigos del Dios vivo”. En efecto, se trata de un Plan con el que, sin interferir en las competencias pastorales de cada obispo en su propia diócesis, se ofrece una valiosa ayuda a las tareas de las Iglesias particulares. En esta línea, y durante el año pasado, la Conferencia Episcopal ha elaborado y puesto en marcha un nuevo Plan trienal de Acción pastoral con el título “Impulsar una nueva Evangelización”, cuyos objetivos específicos están ya siendo desarrollados con apreciables logros.

A la vista de la solicitud pastoral que reflejan estas iniciativas conjuntas, deseo expresaros mi viva complacencia, pues la fuerza del Espíritu os impulsa a responder a los retos planteados a la Iglesia en el tiempo presente y en el próximo futuro. En efecto, —como ya señalé en la reciente encíclica “Centesimus Annus”— vivimos un tiempo “cargado de incógnitas, pero también de promesas . . . que interpelan nuestra imaginación y creatividad, a la vez que estimulan nuestra responsabilidad” (Centesimus Annus
CA 3).

Los tiempos nuevos, que se están gestando ante nosotros, queridos Hermanos, son ante todo “el tiempo de Dios”, desde los cuales el mismo nos llama y “abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica” (Redemptoris missio RMi 3). Fronteras que hasta hace poco parecían infranqueables se abren y reclaman respuesta a los problemas humanos a los que las ideologías no han sabido responder. También en las sociedades más prósperas, donde “un tipo de desarrollo económico y técnico falto de alma” da lugar a inmensos vacíos, se nos “apremia a buscar la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre el sentido de la vida” (Ibíd.), y podríamos afirmar que “nunca como hoy la Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los hombres y a todos los pueblos” (Ibíd., 92). El “tiempo de Dios” significa hoy para toda la Iglesia una llamada urgente a evangelizar esos grandes horizontes que se nos abren. Horizontes geográficos, sin duda, pero también esas nuevas dimensiones humanas y sociales a las que me refería en la Encíclica “Redemptoris Missio”, como son los “nuevos areópagos” de la cultura y de los medios de comunicación.

3. A este respecto, vuestras diócesis, con una larga tradición de fe y de proyección misionera, se abren hoy a la acción del Espíritu Santo que las impulsa hacia una profunda renovación espiritual y pastoral, en la que ocupa un lugar preeminente la evangelización. Se trata de una “nueva” evangelización para proclamar el Evangelio de siempre, pero de una forma “nueva”. Es “nueva” porque el ambiente social y cultural en que viven los hombres a quienes hay que evangelizar exige muchas veces una “nueva síntesis” entre fe y vida, fe y cultura. En efecto, muchos cristianos viven hoy en medio del indiferentismo, del secularismo y de difundidas actitudes de ateísmo práctico. A esto se une una concepción materialista de la vida y una permisividad moral, a la que repetidamente se ha referido la Conferencia Episcopal Española en documentos recientes.

Para hacer frente a esta situación, es necesario que vuestros pueblos vean que vosotros asumís, cada día más, en primera persona, la tarea de la nueva evangelización. De esta manera se multiplicará la fecundidad de vuestro ministerio y será motivo de renovado aliento para los sacerdotes, “próvidos cooperadores” vuestros como los define el Concilio (cf. Lumen gentium LG 28).

4. Estad siempre muy cercanos a vuestros sacerdotes, con sincera amistad, compartiendo sus alegrías y dificultades, ayudándoles en sus necesidades, creando una firme comunión que sea ejemplo para los fieles y sólido fundamento de caridad. Siendo ellos los principales agentes de la evangelización, los presbíteros han de ser ante todo hombres de Dios, profundamente creyentes, que se ofrezcan generosamente en servicio a sus hermanos. Dicha actitud ha de ser el reflejo de una intensa experiencia de vida en el misterio pascual de Cristo, cultivada y profundizada ya desde los años de seminario. El sacerdote ha de ser modelo de oración, el que preside la celebración litúrgica con la que la comunidad rinde a Dios el culto de toda la Iglesia. A este propósito habéis querido poner particularmente de relieve en vuestras relaciones la especial atención que dedicáis a la pastoral litúrgica, a los sacramentos de la iniciación cristiana, a la preparación al sacramento del matrimonio, a la celebración de la Eucaristía el día del Señor.

5. Nunca se ponderará suficientemente la importancia de la liturgia bien celebrada: es la fuente y cumbre de la vida cristiana, como dice el Vaticano II, lo cual exige una “plena y activa participación de todo el pueblo”. Por ello, es necesario que quienes ejercen este ministerio estén cada vez mejor formados “para vivir la vida litúrgica y comunicarla a los fieles a ellos encomendados” (cf. Sacrosanctum Concilium SC 10 y 18) . Por otra parte, el Oficio Divino, además del culto eucarístico, ha de ser, para el sacerdote pastor, fuente de espiritualidad personal y de eficacia apostólica, como encargado por la Iglesia para orar por todo el pueblo. El rezo fiel, diario y completo, con un corazón agradecido, al poder orar en nombre de toda la Iglesia más allá de los propios méritos, es algo que hay que aprender desde el Seminario y cultivar asiduamente a lo largo de la vida sacerdotal (cf. Ibíd., 83 y ss.).

En este marco de la liturgia —en estrecha unión con la evangelización, la educación en la fe y la práctica de la caridad— hay que subrayar la importancia del ministerio de la reconciliación, que el Señor ha confiado a los sacerdotes (cf. 2Co 2Co 5,18), y que hemos de ejercer con la humildad, misericordia y gratitud de haber sido reconciliados nosotros mismos por medio de Cristo, según expuse en la Exhortación Apostólica “Reconciliatio et Paenitentia”.

54 6. Es también motivo de honda satisfacción comprobar que en todas vuestras diócesis se está llevando a cabo una intensa labor pastoral con la juventud, procurando que sean los mismos jóvenes cristianos protagonistas activos de la acción de la Iglesia.

Es de desear que la comunidad cristiana y todos los sectores pastorales de la Iglesia apoyen con especial interés aquellas iniciativas que contribuyan a la formación cristiana de los jóvenes y a su participación activa en la vida de la Iglesia. A este propósito es de suma importancia la labor de los educadores en los centros de enseñanza, la dedicación de los sacerdotes, de los religiosos y religiosas, de los seglares adultos comprometidos en el servicio pastoral a los jóvenes.

La pastoral juvenil requiere un esfuerzo continuado y paciente, una actitud permanente de diálogo y acogida, una especial sintonía con los valores auténticos de las nuevas generaciones, una clara presentación de la persona de Jesús, amigo de los jóvenes, una proclamación gozosa del mensaje evangélico en su integridad. Es preciso que cada joven descubra que Cristo es la verdad que nos hace libres; que el es para todos “el Camino, la Verdad y la Vida” (
Jn 14,69 Jn 14,

Es normal que todo joven cristiano se pregunte por el sentido de su vida, por la orientación que pretende dar a su existencia futura. En este sentido la pastoral juvenil debe dedicar una especial atención a la pastoral vocacional, presentando el seguimiento de Cristo en la vida sacerdotal, religiosa o en otras formas de especial consagración, como opción de los jóvenes. A muchos de ellos Jesús también les llama hoy, como hizo con el joven rico: “Ven y sígueme” (Mc 10,21).

7. Queridos Hermanos, las dificultades de la hora presente no deben desanimaros sino que, por el contrario, han de suscitar en vosotros nuevo dinamismo e intrépida fortaleza. Los Obispos españoles habéis dado prueba de la esperanza que alienta vuestra acción pastoral. No habéis callado ante los problemas y contrariedades, sino que habéis ofrecido siempre los criterios y orientaciones que los hombres demandan de vuestra autoridad moral.

Tampoco habéis dejado de denunciar y condenar el recurso a la violencia y al odio como medios para conseguir metas de pretendida justicia. Ante el triste fenómeno del terrorismo, que tanto dolor y muerte ha sembrado en no pocos hogares españoles, no podemos por menos de reprobarlo enérgicamente, pues viola los derechos más sagrados de las personas, atenta a la pacífica convivencia y ofende los sentimientos cristianos de vuestras gentes. Seguid pues proclamando que ninguna violencia puede ser aceptada como solución a la violencia, y que la única vía para la solución de conflictos ha de pasar por la conversión de los corazones y el reconocimiento de la verdad. A este propósito señalaba en la Encíclica “Centesimus Annus”: “Si no se reconoce la verdad transcendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los demás” (Centesimus Annus CA 44).

8. Antes de terminar quiero reiteraros mi agradecimiento y mi afecto. Pido al Señor que este encuentro consolide y confirme aún más vuestra unión mutua como Pastores de la Iglesia en la amada Nación española. Con ello vuestro ministerio episcopal ganará en eficacia e intensidad, lo cual redundará en bien de vuestras comunidades eclesiales.

A la intercesión de la Santísima Virgen encomiendo vuestras personas, vuestras intenciones y proyectos pastorales, para que llevéis a cabo la urgente tarea de la nueva evangelización. Con estos vivos deseos os acompaña mi oración y mi Bendición Apostólica, que os ruego hagáis llegar a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles todos, tan cercanos siempre al corazón del Papa.
Noviembre de 1991

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS MIEMBROS DEL COMITÉ PONTIFICIO PARA LOS CONGRESOS EUCARÍSTICOS CON VISTAS DEL CONGRESO DE SEVILLA

Jueves 7 de noviembre de 1991



Amadísimos Hermanos:

55 1. Me es grato tener este encuentro con los Miembros del Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales y con los Delegados nacionales, reunidos aquí con vistas al Congreso Eucarístico Internacional de Sevilla, que tendrá lugar en el mes de junio de 1993. Con vuestras reuniones queréis contribuir a que este magno acontecimiento sea realmente una “Statio Orbis” para toda la Iglesia y para las Iglesias particulares.

Vuestras reflexiones sobre la actualidad del lema escogido, “Cristo, luz de los pueblos”, se han desarrollado a través de sesiones teológicas y celebraciones litúrgicas, bajo el tema general, “Eucaristía y Evangelización”.

2. El éxito del Congreso dependerá en gran parte de quienes, bajo la dirección del Señor Arzobispo de Sevilla, preparen los programas y organicen su puesta en marcha, de acuerdo con el Plan Pastoral mediante el cual los Obispos españoles quieren conmemorar el quinto centenario de la Evangelización del Nuevo Mundo.

En efecto, el Comité local necesita además la colaboración de todas las Iglesias para que los actos eucarísticos tengan una dimensión verdaderamente universal. Desde sus orígenes, los Congresos han querido ser un testimonio ante el mundo y una manifestación solemne de la fe de la Iglesia en la santísima Eucaristía, misterio de amor. Al mismo tiempo han sido también una ocasión para fomentar la fraternidad y solidaridad universal entre los hombres de diferentes orígenes y culturas, pero unidos en la común aspiración a la dignidad y libertad que sólo Cristo, luz del mundo, puede satisfacer.

3. Por eso, es de gran importancia la colaboración de los Delegados nacionales con el Comité organizador del Congreso. Vuestro cometido es, pues, dar a conocer que se trata de un acto público de toda la Iglesia. Para ello trataréis de preparar espiritualmente a vuestros connacionales que deseen peregrinar a Sevilla, acompañándolos en momentos de reflexión y de adoración.

Estos días habréis podido constatar que está aumentando el número de fieles que se acercan a comulgar, pero en cambio ha disminuido el número de quienes dedican una parte de su tiempo a la adoración, debido quizás a la progresiva secularización de la sociedad. Un Congreso Eucarístico es, pues, una ocasión irrenunciable para proponer de nuevo al pueblo fiel que la adoración eucarística es un modo sublime de oración y encuentro con el Señor, donde brota espontánea la misma súplica de los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros” (
Lc 24,29).

4. Una atención particular habéis dedicado al lema del Congreso, Cristo, luz de los pueblos, según la expresión del Concilio Vaticano II, que habla de la misión esencial de la Iglesia o, en otras palabras, del papel de la Eucaristía en la nueva evangelización que el mundo necesita con tanta urgencia (cf. Redemptoris missio RMi 33).

Cada generación necesita que se le proclame la Buena Nueva, a la luz de las circunstancias y acontecimientos socioculturales en que se halla inmersa. Así me refería recientemente a un grupo de Obispos españoles: «Se trata de una “nueva” evangelización para proclamar el Evangelio de siempre, pero de una forma “nueva”. Es “nueva" porque el ambiente social y cultural en que viven los hombres a quienes hay que evangelizar exige muchas veces una “nueva síntesis” entre fe y vida, fe y cultura» (Discurso a los obispos de Burgos, Zaragoza y Pamplona en visita «ad limina Apostolorum», n. 3, 7 de octubre de 1991). La celebración del próximo Congreso Eucarístico en Sevilla, ciudad tan ligada desde los comienzos a la predicación del evangelio en América, debe dar un impulso decisivo para que las Iglesias colaboren activamente en la tarea de la nueva Evangelización, “nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión”, como dije a la Asamblea del Celam en Puerto Príncipe (Discurso a la Asamblea del Celam , III, III 9,0 , III, 9 de marzo de 1983) .

A este respecto afirma el Concilio, “en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia”, y es también “la fuerza y el culmen de toda la evangelización” (Presbyterorum ordinis PO 5). Por lo cual, la actividad misionera no alcanza plenamente su objetivo hasta que no logra comunidades eclesiales congregadas por la fe en la celebración de la Eucaristía, pues “la totalidad de la evangelización, aparte la predicación del mensaje, consiste en implantar la Iglesia, la cual no existe sin este respiro de la vida sacramental culminante en la Eucaristía” (Evangelii nuntiandi EN 28).

5. Por eso, la Evangelización se realizará con más audacia y confianza si tiene como centro la Eucaristía, Pan de vida. Es en Jesucristo sacramentado donde se encuentra la fuerza necesaria para entregarse a la nueva Evangelización, con fecundos frutos de renovación espiritual y también social.
Que la Virgen María, tan íntimamente unida a la misión evangelizadora y salvadora de su divino Hijo, nos alcance la gracia de que el 45 Congreso Eucarístico Internacional proclame ante el mundo que Cristo es la luz de los pueblos.

56 Al agradeceros a todos vuestra presencia aquí, así como los esfuerzos de quienes están preparando ya el próximo Congreso de Sevilla, os imparto con afecto mi Bendición Apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE BARCELONA Y DE LAS PROVINCIAS ECLESIÁSTICAS DE TARRAGONA Y OVIEDO

EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Lunes 11 de noviembre de 1991



Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. Al recibiros con gran gozo a vosotros, Pastores de Barcelona y de las provincias eclesiásticas de Tarragona y Oviedo, mi pensamiento lleno de afecto se dirige a todas las diócesis al frente de las cuales el Señor os ha puesto como “verdaderos y auténticos maestros de la fe” (Christus Dominus CD 2).

En vuestras personas saludo también entrañablemente a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que con dedicación no exenta de sacrificio contribuyen a edificar el Reino de Dios en vuestro amado país. Hasta Roma, la Sede de Pedro, habéis querido ser portadores de sus logros e inquietudes, ilusiones y esperanzas, para que todos sean confirmados en la fe (cf. Lc Lc 22,32) y que el celo evangelizador que los anima reciba nuevo estímulo del ejemplo e intercesión de los Apóstoles Pedro y Pablo, pilares de este centro de comunión de la Iglesia universal. A reforzar y hacer más visibles dichos lazos de unión y fraternidad con el Obispo de la Iglesia de Roma, “la que preside en la caridad”, han contribuido los encuentros personales con cada uno de vosotros, y que ahora culminan en esta reunión colectiva.

Agradezco las amables palabras que el Señor Arzobispo de Oviedo me ha dirigido en nombre de todos y deseo expresar mi aprecio por vuestra voluntad y esfuerzo por mantener y acrecentar la unidad y comunión en el seno de la Iglesia y de vuestra misma Conferencia Episcopal. Bien sabéis la importancia de este testimonio que edifica al Pueblo de Dios y que ha de surgir de motivaciones profundas y sobrenaturales. La plegaria del Señor “que todos sean uno” (Jn 17,21) ha de hacerse vida en vuestros presbiterios, comunidades religiosas, parroquias, grupos de apostolado y familias cristianas.

2. Continúan presentes en mi recuerdo las jornadas vividas hace dos años en Covadonga y Oviedo, así como los entrañables encuentros tenidos en Cataluña durante mi visita pastoral a España. En Barcelona, quise hacer presente mi solicitud pastoral por el mundo del trabajo, tan cercano siempre a mi corazón. En este año que hemos declarado de la Doctrina Social de la Iglesia, viene a mi mente la llamada que hice en Monjuich: “Queridos obreros y queridos empresarios, ¡sed solidarios!” (Encuentro con los trabajadores y empresarios, Barcelona, 7 de noviembre de 1982). Y repito ahora nuevamente esas palabras porque estoy persuadido de su vigente actualidad, pues la solidaridad en el trabajo es una solidaridad sin fronteras, porque está basada sobre la prioridad de la persona humana por encima de las cosas. Mirando a las nuevas exigencias del mundo laboral se ve más que nunca la necesidad “de reconstruir en el mundo del trabajo y de la economía un sujeto nuevo, portador de una nueva cultura del trabajo” (Homilía para los fieles de Asturias en el aeroclub de Llanera, n. 6, 20 de agosto de 1989).

En vuestras diócesis, venerables Hermanos, ha habido siempre una gran preocupación social con ansias de mayor justicia. No han faltado en el pasado ni faltan hoy situaciones de conflicto creadas por crisis coyunturales en la agricultura, en la minería y en otros campos, así como por las consecuencias de la reconversión industrial. Todo ello plantea un reto a vuestra solicitud de Pastores, dedicados generosamente al servicio de vuestros fieles, especialmente de los más necesitados. Como señalé en la encíclica “Redemptoris Mater”, no se puede separar la verdad sobre Dios que salva de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los oprimidos (cf. Redemptoris Mater RMA 37) .

3. A este respecto, es estimulante comprobar el alcance, en extensión y profundidad, de la obra asistencial y caritativa de la Iglesia en España. El trabajo sacrificado y silencioso que llevan a cabo beneméritas congregaciones religiosas e instituciones diocesanas, así como organizaciones parroquiales, grupos apostólicos y de voluntariado en favor de enfermos, ancianos, niños y personas afectadas por graves lesiones y limitaciones físicas y psíquicas, representa un elocuente testimonio de amor al hermano y fidelidad al Evangelio. A este propósito, no podemos olvidar la labor de Cáritas, que canaliza las generosas iniciativas y aportaciones de millones de españoles que contribuyen económicamente en las colectas por los necesitados y damnificados, en las campañas contra la marginación social de los sectores más desprotegidos de la población, el paro, la drogadicción.

4. Los Obispos españoles, en el documento colectivo “La verdad os hará libres”, siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II, habéis tratado nuevamente sobre el principio de la libertad religiosa y la autonomía de las realidades temporales, afirmando que la Iglesia respeta la pluralidad de opciones y solamente pide libertad para cumplir su misión evangelizadora, sin privilegios ni limitaciones. Dicha libertad en el cumplimiento de la misión que le es propia representa un derecho esencial, exigido por la naturaleza misma de la Iglesia. Como Pastores de las comunidades cristianas que el Señor os ha encomendado, insistid “a tiempo y a destiempo” —como exhorta san Pablo— en la predicación del Evangelio alentando el testimonio de los cristianos en la actual sociedad democrática y pluralista, en actitud siempre de diálogo y respeto mutuo. En la encíclica “Centesimus Annus” he querido recordar que “la Iglesia aprecia el sistema de la democracia en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes” (Centesimus Annus CA 46). A este propósito, no podemos sino apreciar vivamente aquellas conquistas sociales que favorecen el progreso integral, los derechos de las personas como ciudadanos e hijos de Dios, y la armoniosa y pacífica convivencia entre todos los españoles. En esto, la acción educativa de la Iglesia, insistiendo en la primacía de los valores morales y transcendentes, contribuye de modo relevante a afianzar el sentido de la justicia, de la honestidad, del respeto mutuo y la tolerancia como factores esenciales de cohesión social. Los principios cristianos que han informado la vida de la Nación española a lo largo de su historia, tienen que infundir una viva esperanza y un dinamismo nuevo que, superando divisiones y antagonismos, haga realidad las legítimas aspiraciones de progreso y fomente una creciente solidaridad entre todos.

5. Los objetivos pastorales que se ha propuesto la Conferencia Episcopal Española de “Impulsar una nueva Evangelización” se orientan a armonizar la fe de los cristianos con su propia vida y actividades en los ámbitos concretos en que se desenvuelven: el trabajo, la familia, las relaciones sociales, la cultura, la educación, el tiempo libre. Desde esta perspectiva, el Concilio Vaticano II afirma que “la obra redentora de Cristo, aunque de suyo se refiere a la salvación de los hombres, se propone también la restauración de todo el orden temporal. Por tanto, la misión de la Iglesia no es sólo anunciar el mensaje y la gracia de Cristo, sino también impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico” (Apostolicam actuositatem AA 5). El despertar del pueblo cristiano a una mayor conciencia de Iglesia, construyendo comunidades vivas en las que el seguimiento de Cristo se hace concreto y abarca todas las dimensiones de la vida, es la respuesta adecuada a la cultura secularista que amenaza seriamente a los principios cristianos y a los valores morales de la sociedad.

57 6. En vuestros desvelos por encontrar los caminos más aptos para la evangelización, estáis prestando particular atención a los medios de comunicación social, los cuales permiten que el mensaje cristiano llegue simultáneamente a millones de personas, como haciendo realidad las palabras del salmo: “El envía su mensaje a la tierra, su palabra corre veloz” (Ps 147,15). Por eso, el empleo adecuado de estos medios representa para la Iglesia un continuo reto en su misión evangelizadora, pues, a través de ellos, el mensaje evangélico puede llegar a todas las gentes, “con capacidad para penetrar en las conciencias, para posarse en el corazón de cada hombre en particular, con todo lo que éste tiene de singular y personal, y con capacidad para suscitar en favor suyo una adhesión y un compromiso verdaderamente personales” (Evangelii nuntiandi EN 45).

No podemos por menos de constatar en nuestros días que la tecnología está transformando la faz de la tierra y que “los medios de comunicación social —como decía en la encíclica “Redemptoris Missio”— han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales” (Redemptoris Missio RMi 37). Por esto se ve la necesidad de que los agentes de pastoral se familiaricen y hagan uso adecuado de estos instrumentos de comunicación social, de modo que el mensaje y los valores cristianos se difundan no sólo a través de los espacios dedicados a los temas religiosos, sino también en otras manifestaciones de carácter informativo, cultural, artístico y recreativo. La experiencia va demostrando que estos mismos medios facilitan que las personas puedan participar más activamente en la vida social, pero a su vez esto requiere por parte de los responsables un especial cuidado en evitar toda forma de manipulación de la verdad y de los valores éticos que, en aras de intereses de parte o de discutibles expresiones culturales o artísticas, al alterar la escala de dichos valores, hieren los sentimientos más íntimos de las personas. No se puede olvidar que los ciudadanos, en el ejercicio de su libertad, tienen derecho a ser respetados en sus convicciones morales y religiosas también en lo que se refiere a los medios de comunicación social que están al servicio del bien común.

7. La problemática expuesta, a la cual la Iglesia nunca ha sido ajena, muestra la conveniencia de capacitar a los agentes de pastoral en el uso de los medios de comunicación con fines apostólicos. El mismo Concilio Vaticano II y mis predecesores han dado directrices muy precisas al respecto, sobre todo pensando en los seminarios y en las casas de formación religiosa, pero también refiriéndose a los fieles en general. “No basta, pues, usarlos para difundir el mensaje cristiano y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta "nueva cultura" creada por la comunicación moderna” (Redemptoris Missio RMi 37).

A los agentes de pastoral, así como a los laicos apostólicamente comprometidos, no se les pide únicamente que sean expertos en los diversos medios de comunicación social, sino que —siguiendo las orientaciones de la Iglesia— han de saber ofrecer a los receptores aquellos criterios y principios fundamentales de la ética cristiana, para que, desde un discernimiento personal, puedan hacer frente a tantos mensajes subliminales que les llegan a través de estos mismos medios de comunicación.

8. Quisiera referirme ahora a un tema al que ciertamente prestáis particular atención pastoral y que para la Iglesia de nuestros días es motivo de preocupación y de esperanza: los Seminarios. En ellos se va forjando el futuro del presbiterio diocesano, del que en tan gran medida depende el futuro de las mismas Iglesias particulares. Durante las sesiones del Sínodo de los Obispos del pasado año se expusieron muchas propuestas y consideraciones sobre esta institución eclesial. Por su parte, la Conferencia Episcopal Española ha mostrado su especial solicitud a este respecto elaborando el Plan de formación sacerdotal, aprobado por la Santa Sede.

Permitidme que, en esta circunstancia, reitere mi exhortación a seguir trabajando intensamente en la pastoral vocacional, para que los jóvenes creyentes puedan descubrir la hermosa perspectiva de consagrarse totalmente al Señor en el ministerio sacerdotal o a la vida consagrada. Igualmente es preciso que las familias cristianas asuman también esta responsabilidad favoreciendo en sus hijos la respuesta a la llamada de Dios.

El Obispo debe prestar una particular solicitud para que el Seminario sea, ante todo, una escuela de verdaderos pastores. En efecto, los aspirantes al sacerdocio han de vivir su formación espiritual, humana e intelectual en la perspectiva de una entrega generosa a todo el pueblo de Dios, de ser enviados en nombre de Cristo a evangelizar. Ello se logrará en la vivencia intensa del misterio de Dios, que les llevará a un profundo crecimiento espiritual. Para ello es preciso dejarse evangelizar antes de poder ser evangelizadores, pues el mensaje que se predica no es sólo una doctrina sino una Persona: Cristo, el Hijo de Dios hecho Hombre, y sólo desde la intimidad personal con El podrán proclamar su mensaje salvador.

Por último, os aliento a seguir prestando particular atención en seleccionar los formadores y profesores de vuestros Seminarios. Por tratarse de una importantísima tarea ministerial, no dudéis en encomendarla a sacerdotes que la ejerzan como labor prioritaria. ¡Cómo no agradecer a tantos formadores de Seminario y a tantos profesores que mediante su labor —a veces oculta y sacrificada — contribuyen día a día a formar íntegramente a los futuros sacerdotes! ¡Cómo no exhortarles para que descubran en esta tarea, que la Iglesia les ha encomendado, una de las realizaciones más significativas de su paternidad sacerdotal! ¡Cómo no mostrar nuestro agradecimiento a todos los seminaristas que, habiendo oído la llamada del Maestro, se esfuerzan día a día para ir asemejándose al Buen Pastor! Transmitidles la esperanza que el Papa deposita en ellos. En los seminaristas de hoy está el futuro de la Iglesia, de la Iglesia del Segundo Milenio que debe anunciar y testimoniar con más transparencia al Señor resucitado dueño de la historia.

9. Quiero concluir este encuentro, amados Hermanos, reiterándoos mi agradecimiento y mi afecto. Al regresar a vuestras diócesis os ruego que llevéis mi saludo entrañable a vuestros sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y fieles, tan cercanos siempre a mi corazón. Sé que en la provincia eclesiástica Tarraconense se conmemora este año el IX Centenario de la restauración de la sede metropolitana. Que esta gozosa efemérides infunda en todos un ilusionado dinamismo apostólico reforzando los sentimientos de comunión y la fidelidad al Evangelio. Motivo de gozo y, a la vez, exigencia de testimonio cristiano serán también los próximos Juegos Olímpicos que tendrán lugar en Barcelona. Hago votos para que ese magno certamen sea ocasión propicia que estreche los lazos fraternos y espirituales entre los hombres y mujeres de todo el mundo.

A la intercesión de la Santísima Virgen confío vuestras intenciones y anhelos pastorales mientras os imparto de corazón la Bendición Apostólica.










AL SEÑOR LUIS ÁNGEL CASATI FERRO,


EMBAJADOR DE PARAGUAY ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 11 de noviembre de 1991



Señor Embajador:

58 Las amables palabras que Usted me ha dirigido en esta ceremonia de presentación de sus Cartas Credenciales, como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Paraguay ante la Santa Sede, me son particularmente gratas, ya que me han hecho evocar las diversas etapas del viaje apostólico a lo largo y ancho de la geografía de su País. Vuelven a mi mente aquellas inolvidables jornadas en las que los católicos paraguayos expresaron su fe y esperanza en entrañables celebraciones y encuentros, en los que manifestaron también su adhesión y cercanía al Sucesor de Pedro.

Ante todo le agradezco el deferente saludo de parte del Señor Presidente de la República, así como las delicadas expresiones que ha tenido para con esta Sede Apostólica, las cuales testimonian también los sinceros sentimientos del pueblo paraguayo.

Durante los tres años transcurridos desde mi visita pastoral al Paraguay, se han producido en su País importantes cambios que están dando lugar a un proceso de transformación en sus instituciones y estructuras sociopolíticas. A este respecto, la Santa Sede sigue con particular atención esa evolución y no puedo por menos de alentar y felicitar al pueblo paraguayo por su madurez cívica hacia la consolidación del proceso democrático.

En dicho proceso cabe destacar la Convención Nacional Constituyente, ya en gestación, a la que tantas personas de buena voluntad de su País están entregadas con dedicación y esfuerzo. Hago votos para que cuantos participan en la elaboración de la nueva Carta Magna de la Nación sepan dar una adecuada expresión a las legítimas aspiraciones del querido pueblo paraguayo. De esta manera se crearán sólidos fundamentos para la edificación de una sociedad basada en los principios de la justicia social y de la libertad, así como en el pleno respeto de los derechos humanos.

Para conseguir tales objetivos es necesario lograr la armonización de los legítimos derechos de todos los ciudadanos en un proyecto común de convivencia pacífica y solidaria. Expresión de tales deseos son las palabras de los Obispos del Paraguay en un reciente documento colectivo: “Todos queremos lograr y aportar algo para que sea realidad el nuevo Paraguay, con justicia, libertad, fuentes de trabajo, igualdad ante la ley y solidaridad entre todos” (Instrucción pastoral sobre el matrimonio y la familia, n. 3, 8 de septiembre de 1991). Pero para construir una sociedad más justa, fraterna y solidaria es preciso que la concepción cristiana de la vida y las enseñanzas morales de la Iglesia continúen siendo los valores esenciales que inspiren a aquellas personas y grupos que trabajan por el bien de la Nación. De esta manera, se podrá responder adecuadamente a las necesidades y aspiraciones de los hombres colaborando a la vez con los verdaderos designios de Dios.

El Gobierno que Usted tiene la honra de representar, Señor Embajador, ha manifestado su propósito de empeñarse en el perfeccionamiento del Estado de Derecho, en la instauración de la democracia participativa, tanto a nivel político como económico. Ello comporta la necesidad de conciliar la actividad política con los valores éticos, pues según la sana tradición de los principios basados en la ética cristiana, el mantenimiento y el ejercicio del poder público no puede concebirse como el resultado de intereses egoístas contrapuestos, sino que ha de estar movido por una sincera y efectiva vocación de servicio al bien común. Por ello se hace necesario defender y tutelar siempre aquellos valores fundamentales de la convivencia social, como son el respeto de la verdad y la justicia, el empeño por la paz y la libertad.

Los desafíos del futuro son, en efecto, numerosos y representan obstáculos no siempre fáciles de superar. Mas ello no ha de ser motivo de desánimo, pues el Paraguay cuenta también con la mayor riqueza que puede tener un pueblo: la fe de sus gentes. Como tuve ocasión de señalar durante mi viaje apostólico a su País, “las raíces cristianas de vuestro pueblo, hacia las cuales convergen esperanzadoras reservas humanas y espirituales, deben estimular en la voluntad de todos la solidaridad, la generosa entrega, el respeto mutuo, el diálogo permanente para que el Paraguay avance más y más en sus objetivos de progreso por caminos de paz, de concordia e igualdad de todos los ciudadanos, sin distinción de origen ni condición social” (Encuentro con los constructores de la sociedad en Asunción, n. 7, 17 de mayo de 1988).

Por eso deseo reiterarle, Señor Embajador, la decidida voluntad de la Iglesia en el Paraguay a colaborar —en el marco de su propia misión religiosa y moral— con las Autoridades y las diversas instituciones del País, en promover todo aquello que redunde en el mayor bien de la persona humana y de los grupos sociales, en especial los menos favorecidos. Puedo asegurarle también que los Pastores, sacerdotes y comunidades religiosas, movidos por un deseo de testimonio evangélico, ajeno a intereses transitorios y de parte, continuarán prestando su valiosa contribución en campos tan importantes como son la educación, la salud, el servicio a los indígenas, a los campesinos y a los más necesitados. Así lo ha querido poner de manifiesto el Episcopado paraguayo en su Carta Pastoral (Una constitución para nuestro pueblo, 18 de septiembre de 1991).

En este momento, ya cercano a la solemne conmemoración del V Centenario de la llegada del Evangelio al Nuevo Mundo, deseo recordar también con emoción y gratitud el esfuerzo evangelizador que los misioneros de la primera hora realizaron en tierras del Paraguay. La experiencia de las Reducciones Jesuíticas, que han inmortalizado a su País, continúa siendo un luminoso testimonio para todos aquellos que desean construir una sociedad más justa y solidaria en la que se privilegie la suerte de los menos favorecidos.

El ejemplo de abnegación de San Roque González y sus compañeros mártires, a quienes tuve el gozo de canonizar durante el magno encuentro en el Campo Ñú Guazú, pueden ser estímulo valioso para los cristianos de su País, que aspiran ardientemente a vivir en una Nación reconciliada y fraterna.

Señor Embajador, antes de concluir este encuentro deseo expresarle las seguridades de mi estima y apoyo, junto con mis mejores augurios para que la misión que hoy inicia sea fecunda para bien del Paraguay. Le ruego que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanza ante su Gobierno y demás instancias de su País, mientras, por mediación de la Virgen de Caacupé, invoco la bendición de Dios sobre Usted, sobre su familia y colaboradores, y sobre todos los amadísimos hijos de la noble Nación paraguaya, tan cercana siempre al corazón del Papa.








Discursos 1991 52