Discursos 1991 58


A LOS PEREGRINOS ESPAÑOLES QUE ACOMPAÑARON


A SUS OBISPOS EN LA VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


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Miércoles 13 de noviembre de1991



Queridos Hermanos en el Episcopado,
amadísimos hermanos y hermanas:

Es para mí motivo de particular alegría recibiros esta mañana, peregrinos del sur de España que, con ocasión de la visita “ad limina Apostolorum” que están realizando vuestros Obispos, habéis venido a Roma, centro de la catolicidad, con el propósito de renovar vuestra profesión de fe, vuestra adhesión a Cristo y a esta Sede Apostólica.

Vuestra presencia aquí es también un claro testimonio de comunión y afecto hacia vuestros Pastores que, en el ejercicio de su ministerio apostólico, realizan en estos días su visita quinquenal para venerar los sepulcros de los Apóstoles Pedro y Pablo y encontrarse con el Obispo de Roma en reconocimiento y manifestación de comunión católica, presidida y garantizada en el nombre del Señor por los sucesores de Pedro. Sed pues bienvenidos a esta audiencia, queridos hermanos y hermanas de Jaén —que sois los más numerosos— y de toda Andalucía, así como de Murcia, Badajoz e Islas Canarias, que también forman parte de las circunscripciones eclesiásticas de Sevilla y Granada.

Tengo aún muy vivo el recuerdo entrañable de las fervientes celebraciones de fe y amor vividas con vuestras gentes durante mi primera visita pastoral a España, hace ahora nueve años. Entonces tuve la oportunidad de comprobar la nobleza de alma de vuestro pueblo, su espíritu acogedor y festivo, su carácter profundamente humano, su tesón y capacidad de resistencia ante la adversidad. Bien es verdad que tampoco faltan graves problemas que obstaculizan las legítimas aspiraciones de progreso y bienestar en vuestra región, pero ello no debe ser motivo de desánimo ni desaliento, pues contáis con la mayor riqueza que puede tener un pueblo: los sólidos valores cristianos que han de dar nuevo impulso a la construcción de una sociedad más justa, fraterna y solidaria.

Por ello es necesario que el cristiano, tome mayor conciencia de sus propias responsabilidades y, de cara a Dios y a sus deberes ciudadanos, se empeñe con renovado entusiasmo en su compromiso por el bien común dando siempre testimonio de su fe y de los valores evangélicos que han de informar una sociedad donde reine la honestidad, la laboriosidad, el espíritu de participación. A este respecto, deseo hacer mías las exhortaciones que os dirigieron vuestros Obispos en el documento colectivo “Algunas exigencias sociales de nuestra fe cristiana” (Cuaresma de 1986).

El 14 de diciembre próximo tendrá lugar en la ciudad de Úbeda la ceremonia de clausura del IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz. En señal de cercanía y afecto he querido nombrar al Señor Cardenal Antonio María Javierre Legado Pontificio para aquella solemne celebración en honor del gran místico carmelita español, tan ligado a las tierras andaluzas. Que esta efemérides sea ocasión propicia que os fortalezca en vuestras raíces cristianas y os corrobore en vuestra conciencia y testimonio de creyentes, fieles hijos de la Iglesia.

Como signo de vitalidad de las comunidades eclesiales de Andalucía, me complace señalar también que el año próximo tendrán lugar en Huelva el XI Congreso Mariológico y el XVIII Congreso Mariano Internacional. Por otra parte, y en el marco del V Centenario de la Evangelización de América, Sevilla será la sede del Congreso Eucarístico Internacional, que bajo el lema “Cristo, luz de los pueblos”, quiere irradiar la devoción eucarística que impulsó a tantos misioneros a dejarlo todo para llevar el mensaje de salvación por todo el mundo. También en Sevilla se desarrollará la Exposición Universal 1992 y hago votos para que ese magno acontecimiento contribuya a reforzar los lazos de amistad y solidaridad entre los pueblos y naciones.

Y siendo éste un encuentro con fieles procedentes de una región que con orgullo se proclama tierra de María Santísima, deseo finalizar dirigiéndome a la Madre de Dios, que vosotros veneráis fervientemente bajo diversas advocaciones. En efecto, Nuestra Señora de los Reyes, Nuestra Señora de las Angustias, Nuestra Señora de la Victoria, Nuestra Señora del Mar, Nuestra Señora de la Cinta, Nuestra Señora de la Capilla, Nuestra Señora de la Fuensanta, Nuestra Señora de la Candelaria, Nuestra Señora del Pino, Nuestra Señora de Guadalupe y Nuestra Señora del Rocío son rostros diferentes de la misma Madre Santa que a todos os abraza. A ella os encomiendo en mis oraciones para que esta peregrinación que con tanta fe y amor estáis realizando os confirme en vuestros propósitos de vida cristiana.

Antes de terminar, quiero dirigir también un cordial saludo de bienvenida a todos los demás peregrinos aquí presentes de otras regiones de España y de diversos países de América Latina. En particular, al grupo de Religiosas de María Inmaculada, a la “Hospitalidad Nuestra Señora de Lourdes” de Cartagena y de Valencia, a las peregrinaciones parroquiales de Cervelló (Barcelona) y Castell d’Aro (Gerona). A todos imparto con particular afecto la Bendición Apostólica.










AL SEÑOR JORGE SILVA CENCIO,


EMBAJADOR DE URUGUAY ANTE LA SANTA SEDE


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Jueves 14 de noviembre de 1991



Señor Embajador:

Es para mí motivo de particular complacencia recibir las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Oriental del Uruguay ante la Santa Sede.

Agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido y, en particular, el deferente saludo del Señor Presidente, Dr. Luis Alberto Lacalle de Herrera, al cual le ruego trasmita mis mejores deseos de paz y bienestar, junto con mis votos por la prosperidad y bien espiritual de la querida Nación uruguaya.

Se ha referido Usted, Señor Embajador, al bien supremo de la paz y a la labor de la Santa Sede en favor del entendimiento y armonía entre los pueblos y naciones. Son las grandes causas del hombre las que la Iglesia, sin otro poder que la autoridad moral de la misión que le ha sido confiada por su Fundador, trata de defender en todos los foros internacionales en que está presente. Por su carácter espiritual y religioso puede llevar a cabo este servicio, por encima de motivaciones terrenas o intereses particulares, pues, como señala el Concilio Vaticano II, “al no estar ligada a ninguna forma particular de civilización humana ni a ningún sistema político, económico o social, la Iglesia, por esta su universalidad, puede constituir un vínculo estrechísimo entre las diferentes naciones y comunidades humanas, con tal de que éstas tengan confianza en ella y reconozcan efectivamente su verdadera libertad para cumplir su misión” (Gaudium et spes GS 42).

En esta perspectiva, la Santa Sede no puede por menos de apoyar los esfuerzos que se están llevando a cabo en favor del proceso de integración latinoamericana. A este respecto, sé que su País está dando pasos positivos en la creación de estructuras económicas y sociales que abran nuevas vías de progreso y desarrollo para los pueblos del área. El fomento de la unidad, solidaridad y buen entendimiento es tarea en la que se debe colaborar generosamente para reforzar los lazos de fraternidad entre todos los hombres y, en particular, entre quienes integran la gran familia latinoamericana.

A este proceso de integración y desarrollo, la Iglesia, desde el campo que le es propio, presta decididamente su colaboración exhortando siempre a que los valores morales y la concepción cristiana de la vida sigan siendo elementos esenciales que inspiren a cuantos trabajan por el bien de los individuos, de las familias, de la sociedad.

Como Vuestra Excelencia ha querido poner de relieve, la presencia y actuación de la comunidad católica en el Uruguay constituye ya de por sí una contribución importante al bien de la Nación. A este respecto, hemos de congratularnos por el clima de diálogo y buen entendimiento que se está afianzando entre la Jerarquía eclesiástica y las Autoridades civiles. Son muchos e importantes los campos en los que, desde el respeto mutuo y la libertad, puede desarrollarse una leal colaboración entre ambos, de lo cual derivarán grandes bienes para la sociedad uruguaya. En efecto, la acción evangelizadora y educativa de la Iglesia incide también benéficamente en numerosos problemas de orden social que tienen sus raíces en el terreno moral.

En muchas partes del mundo asistimos hoy a una crisis de valores que afecta a instituciones como la familia, o a amplios sectores de la población como la juventud. Por ello se hace más necesario que los católicos uruguayos tomen mayor conciencia de sus propias responsabilidades y, de cara a Dios y a sus deberes ciudadanos, se esfuercen en construir una sociedad más justa, fraterna y acogedora. Con decidida voluntad por superar las divisiones del pasado, hay que fomentar una creciente solidaridad entre todos los uruguayos, que les lleve a emprender con amplitud de miras un decidido compromiso por el bien común.

La Iglesia en el Uruguay, fiel a las exigencias del Evangelio y con el debido respeto por el pluralismo, reafirma su vocación de servicio a las grandes causas del hombre, como ciudadano y como hijo de Dios. Los mismos principios cristianos, que han informado la vida de la Nación uruguaya desde sus orígenes, tienen que infundir una sólida esperanza y un nuevo dinamismo que den renovado impulso a una sociedad donde reine la laboriosidad, la honestidad, el espíritu de participación a todos los niveles.

Quiero reiterarle, Señor Embajador, la decidida voluntad de la Iglesia en el Uruguay a colaborar, dentro de su propia misión religiosa y moral, con las Autoridades y las diversas instituciones de su País en favor de los valores superiores y de la prosperidad espiritual y material de la Nación. Por su parte, los Pastores, sacerdotes y comunidades religiosas del Uruguay seguirán incansables en el cumplimiento de su labor misionera, asistencial y educativa. Ellos son los continuadores de una pléyade de hombres y mujeres que, desde los comienzos de la evangelización y por amor a Cristo, han dedicado sus vidas al servicio del prójimo dando testimonio de abnegada entrega, en particular hacia los más necesitados.

61 A las puertas ya del V Centenario de la llegada del Evangelio al Nuevo Mundo, hago fervientes votos para que el Uruguay, fiel a sus tradiciones más nobles y a sus raíces cristianas, camine por la vía de la fraternidad y el entendimiento, contribuyendo también eficazmente a fortalecer los vínculos de amistad, paz, justicia y progreso entre los miembros de la gran familia latinoamericana.

Señor Embajador, al renovarle mis mejores deseos por el éxito de la alta misión que hoy comienza, le aseguro mi plegaria al Todopoderoso para que asista siempre con sus dones a Usted y a su distinguida familia, a sus colaboradores, a los gobernantes de su noble País, así como al amadísimo pueblo uruguayo, al que recuerdo siempre con particular afecto.









DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN LA XXVI CONFERENCIA

GENERAL DE LA FAO


14 de noviembre de 1991




Señor presidente;
señor director general;
excelencias;
señoras y señores:

1. Me alegra encontrarme una vez más con los representantes y expertos de los Estados y organizaciones que forman parte de la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación. Esta XXVI Asamblea general es particularmente notable, por cuanto marca el 40º aniversario de la creación del cuartel general de la FAO en Roma. En esta importante ocasión deseo expresaros cordialmente mis mejores deseos. El hecho de haber elegido esta ciudad como centro de vuestra actividad ha contribuido a promover una mayor comprensión y una colaboración más estrecha entre vuestra organización y la Santa Sede. Es estimulante observar los muchos puntos de convergencia que existen entre los objetivos y el método que se ha prefijado vuestra organización y la doctrina de la Iglesia acerca del desarrollo social y su invitación a entenderlo a la luz de la dimensión ética y el destino trascendente de la persona humana.

2. También después de cuatro décadas de intensos esfuerzos llevados a cabo por hombres y mujeres de buena voluntad, los objetivos de la FAO siguen teniendo una urgencia apremiante. Ahora, como en el pasado, existe la necesidad de hacer más eficaz la producción y distribución del alimento, de mejorar las condiciones de los trabajadores del campo y, así, contribuir a la expansión general de la economía mundial, con vistas a eliminar el hambre del mundo. Dado que yo me propuse continuar «la enseñanza y la actividad de Cristo, que a la vista de una muchedumbre hambrienta pronunció esta conmovedora exclamación: “Siento compasión de la gente, porque... no tienen qué comer” (Mt 15,32)» (Pablo VI, Discurso a los participantes en la Conferencia mundial sobre la alimentación, 9 de noviembre de 1974), aprovecho la ocasión que me ofrece este encuentro para expresar una vez más mi preocupación por la triste situación de los que padecen hambre en el mundo. Compartimos una ardiente solicitud hacia ellos y pido al Señor que nuestro encuentro sea una oportunidad para renovar nuestro servicio a los mismos.

Gracias a la larga experiencia y a la acumulación de numerosos datos, la estrategia de la FAO ha pasado de las referencias genéricas a la lucha contra el hambre y del simple llamamiento en favor de su eliminación al reconocimiento de la multiplicidad de las causas del hambre y a la necesidad de dar una respuesta adecuada a ese problema. Esta capacidad de observación de la complejidad de la situación, lejos de frenar el celo de los miembros de la FAO, debería representar un estímulo para la acción, puesto que los esfuerzos encaminados a remediar problemas que han sido esmeradamente analizados son los que tienen más probabilidades de éxito.

3. El creciente reconocimiento de las múltiples dimensiones que es preciso afrontar si se quiere combatir el hambre y la desnutrición, ha llevado a la identificación de importantes cuestiones sociales y políticas, que tienen un inflado directo en este asunto. La preocupación por el buen estado del medio ambiente es uno de los principales problemas que preocupan a la FAO, y sus complejas ramificaciones se han de tener en cuenta en toda campaña contra el hambre. De hecho, el respeto a los campos, los bosques y los mares, y su defensa de una explotación salvaje, constituyen el fundamento auténtico de cualquier política realista que quiera aumentar las reservas de alimentos del mundo. Los recursos naturales del mundo, confiados por el Creador a toda la humanidad, son la fuente de la que el trabajo humano saca la cosecha de que dependemos. Con la ayuda de los conocimientos científicos, un sano juicio práctico debe trazar el camino que separa los dos extremos: exigir demasiado de nuestro medio ambiente y pedirle demasiado poco, cada uno de los cuales tendría consecuencias desastrosas para la familia humana.

62 La creciente conciencia de que los recursos de la tierra son limitados lleva a sentir de modo más apremiante la necesidad de hacer que cuantos se ocupan de la producción de alimentos dispongan del conocimiento y de la tecnología indispensables para que sus esfuerzos produzcan los mejores resultados posibles. La creación de numerosos centros de adiestramiento e instituciones que promueven el intercambio de conocimientos técnicos y de experiencia, representa una de las más eficaces líneas de acción para la lucha contra el hambre. El desarrollo de la capacidad para el trabajo —capacidad específicamente humana— hace aumentar considerablemente la potencialidad de la tierra, que de otra manera sería más limitada. Por consiguiente, hay que insistir cada vez más en la aplicación de la inteligencia productiva. La tierra y el mar producen con abundancia sólo en la medida en que son explotados con sabiduría. Como escribí en mi carta encíclica Centesimus annus: «Hoy día el factor decisivo es cada vez más el hombre mismo» (n. 32; cf. n. 31). Me complace notar que esta verdad acerca del trabajo del hombre se halla reflejada en vuestro Plan a medio plazo, 1992-1997, que destaca la importancia de los recursos humanos para resolver el problema del hambre.

4. Señoras y señores, la Santa Sede está muy interesada en el papel específico que desempeña la FAO en el impulso al desarrollo socio-económico. El principio guía de la enseñanza de la Iglesia acerca del desarrollo se encuentra expresado en la constitución pastoral Gaudium et spes del concilio Vaticano II, que afirma: «También en la vida económico-social deben respetarse y promoverse la dignidad de la persona humana, su entera vocación y el bien de toda la sociedad. Porque el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social» (n. 63). Un desarrollo que sea digno de la persona humana debe estar orientado a hacer progresar a las personas en todos los aspectos de la vida, tanto en el espiritual como en el material. En efecto, el progreso económico alcanza su objetivo propio en la medida en que ayuda a conseguir el bien total y el destino de los hombres.

Una de las consecuencias de esta verdad es que la clara afirmación de la dignidad y el valor de cuantos trabajan para producir nuestro alimento es una parte indispensable de cualquier solución al problema del hambre. Esas personas son colaboradores especiales del Creador que obedecen su mandato de «someter la tierra» (cf. Gn
Gn 1,28). Realizan el servicio vital de proporcionar a la sociedad los bienes necesarios para su sustento diario. El reconocimiento de su dignidad fue subrayado en el llamamiento de la FAO que pedía que no se considerara a los trabajadores del campo sólo como instrumentos de una producción cada vez mayor de alimento, «sino más bien como los últimos beneficiarios del proceso de desarrollo» (Plan a medio plazo, pág. 75). Es de suma importancia a este respecto elaborar programas que ensanchen el alcance de una acción libre y responsable por parte de los campesinos, los pescadores y cuantos explotan los recursos forestales, y que les permitan participar activamente en la formulación de políticas que les afectan de forma directa.

Asimismo, es importante tener presente que los proyectos encaminados a eliminar el hambre deben estar en armonía con el derecho fundamental de las parejas a fundar y mantener una familia (cf. Familiaris consortio FC 42). Cualquier iniciativa que busque incrementar las reservas mundiales de alimento atacando la santidad de la familia o interfiriendo en el derecho de los padres de decidir el número de sus hijos, acabaría por oprimir a la raza humana en vez de estar a su servicio (cf. Gaudium et spes GS 47 Familiaris consortio FC 42 Laborem exercens FC 25). En lugar de prohibir a los pobres nacer, es preciso elaborar programas que sean de verdad eficaces para promover el aumento de los recursos alimenticios, de forma que los pobres puedan participar también ahora en los bienes materiales que necesitan para mantener a sus familias, y se les ofrezca el adiestramiento y la asistencia necesarios para producir ellos mismos esos bienes mediante su propio trabajo (cf. Centesimus annus CA 28).

5. Los años que han preparado esta última década del milenio fueron testigos de grandes cambios en las relaciones entre los pueblos y las naciones. Las grandes transformaciones que han tenido lugar presentan a la FAO nuevos desafíos y nuevas oportunidades. El derrumbamiento de lo que en muchos lugares se había convertido en el modelo habitual de producción e intercambio, hace que la lucha contra el hambre deba extenderse aún más. Abrigo la esperanza de que vuestra organización, con su tradición de cooperación entre gobiernos, sabrá cómo responder con eficacia.

La reducción de las tensiones mundiales, que ha sido durante mucho tiempo el objetivo de las esperanzas y de las oraciones de la humanidad, ofrece a los jefes de gobierno y a sus ciudadanos una nueva oportunidad de comprometerse juntos en la construcción de una sociedad digna de la persona humana. La eliminación del hambre y de sus causas debe ser una parte fundamental de este proyecto. Todos esperan que una de las consecuencias de la disminución del enfrentamiento en las relaciones internacionales sea la disminución de las cantidades de dinero gastadas en fabricar y vender armas. Los recursos así disponibles podrán ser empleados en el desarrollo y la producción de alimentos. Pido a Dios que los gobiernos del mundo se comprometan en esta noble tarea con la misma energía que han empleado en protegerse contra quienes consideraban entonces sus enemigos.

6. La tarea que debéis afrontar, señoras y señores, pondrá a prueba vuestra sabiduría y será un reto para vuestra valentía, pero podéis sacar fuerza de la nobleza de vuestra causa, una nobleza que justifica plenamente el esfuerzo y el sacrificio que implica. Tenéis el compromiso de garantizar la satisfacción del derecho de tener alimento suficiente, de gozar de una participación segura y estable en los productos de la tierra y del mar. Renovad vuestro esfuerzo en favor de esta lucha. Al deciros esto, me hago portavoz de todos los pobres y los hambrientos que he encontrado en mis visitas pastorales a muchas partes del mundo. Os transmito a vosotros su llamamiento, os manifiesto su gratitud.

Os aseguro mis oraciones por el éxito de vuestras deliberaciones encaminadas a elaborar un proyecto de trabajo para los próximos dos años, e invoco sobre vosotros la paz y la fuerza que vienen de Dios todopoderoso, que «no olvida el grito de los desdichados» (Ps 9,13).








A LOS OBISPOS DE LAS PROVINCIAS ECLESIÁSTICAS DE SEVILLA


Y GRANADA EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Lunes 18 de noviembre de 1991



Amadísimos Hermanos en el Episcopado:

1. Al daros mi más cordial bienvenida a este encuentro, deseo a la vez agradeceros el profundo gesto de comunión en la fe y en la caridad que significa esta visita “ad limina Apostolorum”, que con tanto esmero habéis preparado. Dentro de los deberes ordinarios de vuestro ministerio pastoral está también el de visitar periódicamente las tumbas de los Apóstoles como expresión de comunión fraterna con el Obispo de Roma, el cual, en nombre del Señor y como sucesor de Pedro, preside en la caridad y es garante de la unidad de la Iglesia católica.

63 Habéis venido desde aquellas alegres y hermosas tierras de Andalucía, Extremadura, Murcia y Canarias acompañados por un nutrido número de fieles, de cada una de vuestras diócesis, como muestra también de cercanía y filial adhesión a esta Sede Apostólica y con los cuales tuve el gozo de compartir algunos momentos de plegaria y reflexión en la Basílica de san Pedro.

2. Por los designios de Dios estáis al frente de unas Iglesias venerables, herederas de tradiciones cristianas muy antiguas. En efecto, los datos de la historia sitúan a algunas de vuestras sedes ya en los siglos III y IV. La existencia de otras, desaparecidas ahora, en varias de vuestras ciudades, atestiguan también la difusión de la fe y la organización de la Iglesia católica por aquellas amadas tierras en tiempos no lejanos a las primeras generaciones cristianas. Ello tiene que ser un motivo de legítima satisfacción a la vez que de estímulo para vuestro ministerio.

Durante largos siglos muchas de esas Iglesias convivieron pacíficamente con otras religiones no cristianas, y se vieron también probadas por la persecución alcanzando muchos de sus hijos la gloria del martirio. De todos es conocida la riqueza espiritual de vuestras comunidades eclesiales, que se honran en contar con modelos de santidad y celo apostólico, como Juan de Dios, Juan de Ávila, los beatos Diego de Cádiz y Sor Ángela de la Cruz, entre otros. Junto a ellos es preciso evocar aquellos otros, hombres y mujeres, que iniciaron en esos territorios congregaciones religiosas hoy florecientes, o que dieron su vida en testimonio de la fe. Vuestros fieles se distinguen por una acendrada piedad, que expresan con espléndidas celebraciones y manifestaciones populares en honor de la Eucaristía, de la Pasión de Cristo o de la Virgen María.

3. En los últimos años, amados Hermanos, habéis promovido importantes iniciativas pastorales para impulsar la renovación de la vida cristiana propiciada por el Concilio Vaticano II y por las circunstancias espirituales y sociales de vuestro país. En algunas diócesis habéis celebrado Sínodos o Asambleas diocesanas con amplia participación de sacerdotes, religiosos y seglares. En todas ellas habéis tratado de dar nuevo vigor espiritual y apostólico a las propias comunidades eclesiales.
Conocéis bien las necesidades pastorales que en estos momentos se presentan con mayor urgencia en vuestros lugares respectivos. La cultura dominante difunde e infunde, particularmente en el ánimo de los jóvenes y de la gente sencilla, ideas y usos poco o nada compatibles con una visión cristiana de la vida. Una idea equivocada de modernidad lleva con frecuencia a menospreciar la importancia de la religión y de la fe, y a negar la existencia o el valor de las normas morales reveladas por Dios o manifestadas por la misma naturaleza de las cosas.

Con frecuencia se propagan entre la juventud doctrinas engañosas sobre el sexo y el amor humano, que minan los fundamentos de la unidad y estabilidad de la familia y de la misma sociedad. El espejismo de un bienestar y felicidad material, en no pocos casos gracias a un enriquecimiento rápido y fácil, hace que disminuya la estima del trabajo honesto y responsable. La carencia de un testimonio suficientemente transparente y decidido de la verdad y la belleza de la vida cristiana a nivel social por parte de muchos creyentes, favorece el crecimiento de estas tendencias negativas, presentes en muchas partes del mundo y que por desgracia tampoco faltan en vuestro país.

4. Ante estas circunstancias quiero alentar vuestros esfuerzos pastorales y los de todos aquellos que con vosotros trabajan al servicio del Evangelio en esas Iglesias particulares. La nueva evangelización de las personas, de los pueblos y de las culturas, a la cual nos llama la divina Providencia en nuestros días, tiene que estimular y conjuntar el esfuerzo pastoral de cuantos tienen la responsabilidad del servicio ministerial y apostólico.

Urgido por esta solicitud, deseo exhortaros a cultivar de modo particular la catequesis de niños, jóvenes y adultos como una de las tareas más fundamentales y decisivas, descubriéndoles las riquezas de Jesucristo y las auténticas exigencias de la vocación cristiana en el mundo de hoy; atended también con particular interés a la vida cristiana de las familias jóvenes; cuidad amorosamente de todas aquellas iniciativas que favorecen el desarrollo de las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada. Trabajad con confianza y tenacidad en favor de estos objetivos pastorales, sin olvidar las necesidades de otras Iglesias hermanas, con una particular proyección misionera “ad gentes”.

Junto con la catequesis, es preciso velar por la esmerada formación religiosa, dentro de la escuela, de todos aquellos niños y jóvenes cuyos padres así lo requieran. Esta es una labor que hay que mantener y mejorar con el esfuerzo conjunto de las familias, profesores e instituciones diocesanas. Las dificultades que se puedan presentar en un momento determinado no deben desalentaros en este irrenunciable empeño.

5. Por otra parte, haced todo lo que esté en vuestra mano para que en vuestras comunidades eclesiales surjan dirigentes laicos bien formados que hagan valer los principios evangélicos y la doctrina social de la Iglesia en el ordenamiento de la colectividad, en el desarrollo cultural y económico, en la atención a las minorías étnicas que conviven con vosotros, en la solución de viejos problemas socioeconómicos que han generado en vuestras regiones graves injusticias e incluso dolorosos conflictos.

Una buena formación cristiana de los fieles, especialmente de los jóvenes, requiere que conozcan las enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia, en la cual encontrarán una preciosa ayuda para fomentar el espíritu de laboriosidad, para descubrir la importancia del trabajo bien realizado, para promover iniciativas de producción adaptadas a vuestras circunstancias e inspiradas en los ideales de justicia y solidaridad. De este modo, conscientes de sus posibilidades y confiando en su capacidad personal y en su trabajo, los jóvenes cristianos podrán colaborar eficazmente a preparar un futuro mejor para todos sus hermanos, especialmente para aquellos que sufren todavía la humillación de la pobreza cultural y material.

64 En las presentes circunstancias es preciso dedicar gran atención a la formación de los seglares abriéndoles el camino para que colaboren activamente en la vida y misión de la Iglesia. Ellos, con su testimonio cristiano, sus variadas iniciativas y su vasta presencia en todos los ámbitos, enriquecerán la relación de la Iglesia con la sociedad y la acción apostólica de la misma en todos los centros urbanos y zonas rurales.

Mediante las relaciones quinquenales enviadas y por los coloquios individuales, he podido constatar que muchas de vuestras regiones se están transformando rápidamente. Es muy importante que, en estos momentos, la acción evangelizadora y asistencial de todas las personas e instituciones de la Iglesia, de una manera bien concertada, y en estrecha relación y colaboración con vosotros — superando incertidumbres y temores —, responda eficazmente a las necesidades de los tiempos.

6. Al pensar en vuestras Iglesias particulares, tengo presente también a las muchas congregaciones y comunidades religiosas establecidas en las mismas. Importantes y numerosas obras de la Iglesia en el campo de la enseñanza, asistencia social y atención a los pobres, enfermos y marginados, están dirigidas y sostenidas por religiosos y religiosas. Otros muchos trabajan en las parroquias o en templos no parroquiales. Por ello, en vuestro nombre y junto con vosotros agradezco la labor eclesial de estos religiosos y religiosas en el florecimiento espiritual de vuestras comunidades. Al mismo tiempo, les animo a extremar su disponibilidad y su espíritu de comunión con los Obispos, siguiendo fielmente sus directrices doctrinales y pastorales, conscientes de que todo ello dará renovada fuerza a su testimonio de personas consagradas y redundará en una mayor eficacia de sus trabajos apostólicos. En esta circunstancia, mi recuerdo lleno de afecto va también a los numerosos monasterios de vida contemplativa para agradecer vivamente a aquellas almas consagradas su amorosa intercesión por todas las intenciones y necesidades de la Iglesia y del mundo, y alentarles en su testimonio de virtudes sobrenaturales.

Pienso con singular solicitud en las instituciones dedicadas a la enseñanza de las ciencias sagradas que hay en ambas provincias eclesiásticas. En ellas se preparan intelectualmente los futuros sacerdotes de bastantes diócesis y de no pocas congregaciones religiosas. Quiero alentar la sacrificada labor de quieres dedican sus esfuerzos a estos centros y les exhorto a desempeñar sus tareas como un verdadero ministerio eclesial, en íntima comunión y colaboración con vosotros, en fidelidad al magisterio de la Iglesia, en estrecha relación con la vida real de las comunidades y con las necesidades espirituales de los fieles cristianos.

7. Junto con mi afecto y vivo agradecimiento a los sacerdotes de vuestras diócesis por su labor ministerial, deseo dirigir también una palabra de aliento a los laicos comprometidos que colaboran en las tareas y en la misión de la Iglesia, a las familias cristianas que reciben con gratitud el don de la vida y transmiten la fe y el espíritu de piedad a sus hijos; a los jóvenes y a los niños, a los ancianos y a los enfermos, a todos los miembros de vuestras Iglesias quiero que llegue hoy el saludo y la bendición del Papa.

Sé que la Archidiócesis de Granada conmemora el próximo año el V Centenario de su refundación en 1492, en cuyo marco el Sínodo diocesano ha puesto en marcha un programa de renovación espiritual y apostólica. Ruego al Señor que esta gozosa efeméride produzca abundantes frutos eclesiales para bien de aquella Iglesia particular y de toda la querida comunidad andaluza.

Y en la perspectiva del V Centenario del comienzo de la evangelización de América, ¿cómo no recordar los magnos eventos que con tanto empeño y solicitud pastoral se están programando en Andalucía? En primer lugar el Congreso Eucarístico Internacional, que tendrá lugar en Sevilla, y que bajo el lema “Cristo, luz de los pueblos” quiere ser profesión solemne de la fe de la Iglesia en la Santísima Eucaristía y, a la vez, testimonio ante el mundo de aquella universalidad que nace del amor y que hace cinco siglos impulsó a los misioneros españoles a lanzarse a la exaltante aventura apostólica de anunciar el mensaje de salvación a los hermanos de la otra orilla del océano. Con la ayuda de Dios espero poder estar presente en aquel Congreso Eucarístico uniéndome así a la acción de gracias del Episcopado y de toda la Iglesia en España por los abundantes frutos que en estos quinientos años ha producido la generosa siembra evangélica llevada a cabo por una legión de hombres y mujeres urgidos por el amor a Cristo y a los hermanos. En este contexto tendrán lugar también el XI Congreso Mariológico y el XVIII Congreso Mariano Internacional que, bajo el lema “María, Estrella de la Evangelización”, se celebrarán en Huelva, diócesis particularmente ligada al culto mariano y a la gesta del descubrimiento de América.

8. Queridos Hermanos, antes de concluir este encuentro quiero pedir al Señor de la mies que bendiga vuestro ministerio, que os colme con el gozo de la fidelidad vivida en fraternidad y en servicio. Nos conviene recordar las palabras del Señor: “No temáis, yo he vencido al mundo” (
Jn 16,33). Con Él, con la fuerza de su presencia y de su Espíritu, hemos de proseguir nuestro ministerio apostólico con la esperanza puesta en el poder del Dios de la misericordia y de la gracia.
Con toda la confianza que nos inspira la Santísima Virgen, pongo vuestras Iglesias particulares, los sacerdotes, los religiosos y religiosas, las familias cristianas, los jóvenes y los ancianos, los enfermos y los pobres, bajo su amparo maternal. A Ella, a su amorosa intercesión ante su divino Hijo, encomiendo la vida y la actividad apostólica de vuestras Iglesias y de todos vosotros, mientras os bendigo de corazón.










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