Audiencias 1992 70

70 Se trata, ciertamente, de verdadera autoridad, que debe ser rodeada de respeto, y a la que se deben mostrar dóciles y obedientes tanto el clero como los fieles, en el campo del gobierno eclesial. Con todo, es siempre una autoridad en función pastoral.

5. De este cuidado pastoral de su grey, que implica una correlativa responsabilidad personal para el desarrollo de la vida cristiana del pueblo a ellos confiado, el Concilio dice que a los obispos «se les confía el cuidado habitual y cotidiano de sus ovejas, y no deben considerarse como vicarios de los Romanos Pontífices, ya que ejercen potestad propia y son, en verdad, los jefes de los pueblos que gobiernan» (Lumen gentium
LG 27).

Como se ve, el Concilio no duda en afirmar que a cada obispo corresponde una verdadera autoridad sobre su diócesis, o Iglesia local. Pero subraya con fuerza también el otro punto fundamental para la unidad y la catolicidad de la Iglesia, a saber, la comunión «cum Petro» de todo obispo y de todo el «corpus Episcoporum», que es también comunión «sub Petro», en virtud del principio eclesiológico (que a veces se tiende a ignorar), según el cual el ministerio del sucesor de Pedro pertenece a la esencia de toda Iglesia particular como «desde dentro», o sea, como una exigencia de la misma constitución de la Iglesia, y no como algo superpuesto desde fuera, tal vez por razones históricas, sociológicas o prácticas. No es una cuestión de adaptación a las condiciones de los tiempos, sino de fidelidad a la voluntad de Cristo sobre su Iglesia. La fundación de la Iglesia sobre la roca de Pedro, el atribuir a Pedro un primado, que se prolonga en sus sucesores como obispos de Roma, comporta la vinculación con la Iglesia universal y con su centro en la Iglesia romana como elemento constitutivo de la Iglesia particular y condición de su mismo ser Iglesia. Este es el eje fundamental de una buena teología de la Iglesia local.

6. Por otra parte, la potestad de los obispos no se ve amenazada por la del Romano Pontífice. Como dice el Concilio: «su potestad no es anulada por la potestad suprema y universal, sino que, por el contrario, es afirmada, robustecida y defendida, puesto que el Espíritu Santo mantiene indefectiblemente la forma de gobierno que Cristo Señor estableció en su Iglesia» (Lumen gentium LG 27).

De ahí se sigue que las relaciones entre los obispos y el Papa no pueden por menos de ser relaciones de cooperación y ayuda recíproca, en un clima de amistad y confianza fraterna, como se puede descubrir y, más aún, experimentar en la realidad eclesial actual.

7. A la autoridad del obispo corresponde la responsabilidad de pastor, por la cual se siente comprometido, a ejemplo del buen Pastor, a dar su vida, cada día, por el bien de la grey. Asociado a la cruz de Cristo, está llamado a ofrecer muchos sacrificios personales por la Iglesia. En esos sacrificios se hace concreto su compromiso de caridad perfecta, al que está llamado por el mismo status en que lo ha colocado la consagración episcopal. En eso consiste la espiritualidad episcopal específica, como imitación suprema de Cristo, buen pastor, y participación máxima en su caridad.

El obispo está, por consiguiente, llamado a imitar a Cristo pastor, dejándose guiar por la caridad para con todos. El Concilio recomienda de modo especial la disponibilidad a la escucha: «No se niegue a oír a sus súbditos, a los que, como a verdaderos hijos suyos, alimenta y a quienes exhorta a cooperar animosamente con él» (Lumen gentium LG 27). Deben resaltar en el obispo todas las cualidades que se necesitan para la comunicación y la comunión con sus hijos y hermanos: la comprensión y compasión hacia las miserias espirituales y corporales; el deseo de ayudar y socorrer, estimular y desarrollar la cooperación; y, sobre todo, el amor universal, sin excepciones, ni restricciones o reservas.

8. Todo eso, según el Concilio, debe realizarse especialmente en la actitud del obispo para con sus hermanos en el sacerdocio ministerial: «Abracen siempre con particular caridad a los sacerdotes, ya que éstos asumen parte de sus deberes y solicitud, que tan celosamente cumplen con diario cuidado teniéndolos por hijos y amigos, y, por tanto, prontos siempre a oírlos, y fomentando la costumbre de comunicarse confidencialmente con ellos, esfuércense en promover el entero trabajo pastoral de toda la diócesis» (Christus Dominus CD 16).

Pero el Concilio recuerda también las tareas de los pastores con respecto a los laicos: «En el ejercicio de esta solicitud pastoral respeten a sus fieles la participación que les corresponde en las cosas de la Iglesia, reconociendo su deber y también su derecho de cooperar activamente en la edificación del Cuerpo místico de Cristo» (Christus Dominus CD 16).

Y añade una nota sobre la dimensión universal de este amor que debe animar el ministerio episcopal: «Amen a los hermanos separados, encareciendo también a los fieles que se porten con ellos con humanidad y caridad, fomentando también el ecumenismo tal como lo entiende la Iglesia. Lleven también en su corazón a los no bautizados, a fin de que también para ellos amanezca esplendorosamente la caridad de Jesucristo, cuyos testigos son los obispos delante de todos» (Christus Dominus CD 16).

9. De los textos del Concilio se desprende, por tanto, una imagen del obispo que destaca en la Iglesia por la grandeza de su ministerio y la nobleza de su espíritu de buen pastor. Su situación lo compromete a deberes exigentes y arduos, y a elevados sentimientos de amor a Cristo y a sus hermanos. Es una misión y una vida difícil, de forma que también por esto todos los fieles deben tener hacia el obispo amor, docilidad y colaboración para la llegada del reino de Dios.

71 A este respecto, concluye muy bien el Concilio: «Los fieles, por su parte, deben estar unidos a su obispo como la Iglesia a Jesucristo, y como Jesucristo al Padre, para que todas las cosas se armonicen en la unidad y crezcan para gloria de Dios (cf. 2Co 4,15)» (Lumen gentium LG 27).

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora muy cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular, al grupo de Religiosas de Nuestra Señora de la Consolación y a las peregrinaciones de Argentina, México, Miami y Los Ángeles.

A todos imparto con gran afecto la bendición apostólica.





Miércoles 25 de noviembre de 1992

Pedro y sus sucesores, cimiento de la Iglesia de Cristo

(Lectura:
evangelio de san Mateo, capítulo 16, versículos 13-19) Mt 16,13-19

1. Hemos visto que, según la enseñanza del Concilio, que resume la doctrina tradicional de la Iglesia, existe un «cuerpo episcopal, que sucede al colegio de los Apóstoles en el magisterio y en el régimen pastoral» y que, más aún, este colegio episcopal «como continuación del cuerpo apostólico, junto con su cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta cabeza, es también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal, si bien no puede ejercer dicha potestad sin el consentimiento del Romano Pontífice» (Lumen gentium LG 22).

72 Este texto del concilio Vaticano II nos habla del ministerio petrino del Obispo de Roma en la Iglesia, en cuanto cabeza del colegio episcopal. A este aspecto tan importante y sugestivo de la doctrina católica le dedicaremos la serie de catequesis que hoy comenzamos, proponiéndonos hacer una exposición clara y razonada, en la que el sentimiento de la modestia personal se una al de la responsabilidad que deriva del mandato de Jesús a Pedro y, en particular, de la respuesta del Maestro divino a su profesión de fe, en las cercanías de Cesarea de Filipo (Mt 16,13-19).

2. Volvamos a examinar el texto y el contexto de ese importante diálogo, que nos transmite el evangelista Mateo. Después de haber preguntado: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» (Mt 16,13), Jesús hace una pregunta más directa a sus Apóstoles: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo? «(Mt 16,15). Ya es significativo el hecho de que sea precisamente Simón el que responda en nombre de los Doce: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Se podría pensar que Simón actúa como portavoz de los Doce, por estar dotado de una personalidad más vigorosa e impulsiva. Tal vez, de alguna manera, también ese factor influyó algo. Pero Jesús atribuye la respuesta a una revelación especial hecha por el Padre celeste: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16,17). Más allá y por encima de todos los elementos vinculados al temperamento, al carácter, al origen étnico o a la condición social («la carne y la sangre»), Simón recibe una iluminación e inspiración de lo alto, que Jesús califica como «revelación». Y precisamente en virtud de esta revelación Simón hace la profesión de fe en nombre de los Doce.

3. Entonces se produce la declaración de Jesús que, ya con la solemnidad de la forma, deja traslucir el significado comprometedor y constitutivo que el Maestro pretende darle: «Y yo te digo que tú eres Pedro» (Mt 16,18). Sí, la declaración es solemne: «Yo te digo»; compromete la autoridad soberana de Jesús. Es una palabra de revelación, y de revelación eficaz, que realiza lo que dice.

Simón recibe un nombre nuevo, signo de una nueva misión. San Marcos (3, 16) y san Lucas (6, 14), en el relato de la elección de los Doce, nos confirman el hecho de la imposición de este nombre. También Juan nos lo refiere, precisando que Jesús hizo uso de la palabra aramaica «Kefas», que en griego se traduce por Petros (cf. Jn 1,42).

Tengamos presente que el término aramaico Kefas (Cefas), usado por Jesús, así como el término griego petra que lo traduce, significan «roca». En el sermón de la montaña Jesús puso el ejemplo del «hombre prudente que edificó su casa sobre roca» (Mt 7,24). Dirigiéndose ahora a Simón, Jesús le declara que, gracias a su fe, don de Dios, él tiene la solidez de la roca sobre la cual es posible construir un edificio, indestructible. Jesús manifiesta, también, su decisión de construir sobre esa roca un edificio indestructible, a saber, su Iglesia.

En otros pasajes del Nuevo Testamento encontramos imágenes análogas, aunque no idénticas. En algunos textos Jesús mismo es llamado, no la «roca» sobre la que se construye, sino la «piedra» con la que se realiza la construcción: «piedra angular», que asegura la cohesión del edificio. El constructor, en ese caso, no es Jesús, sino Dios Padre (cf. Mt 12,10-11 1P 2,4-7). Las dos perspectivas, por tanto, son diferentes.

En una tercera perspectiva se coloca el apóstol Pablo, cuando recuerda a los corintios que «como buen arquitecto» él puso «el cimiento» de su Iglesia, y precisa luego que ese cimiento es «Jesucristo» (cf. 1Co 3,10-11).

Con todo, en esas tres perspectivas diversas se puede descubrir una semejanza de fondo, que permite concluir que Jesús, con la imposición de un nombre nuevo, hizo partícipe a Simón Pedro de su propia cualidad de cimiento. Entre Cristo y Pedro existe una relación institucional, que tiene su raíz en la realidad profunda donde la vocación divina se traduce en misión específica conferida por el Mesías.

4. Jesús afirma a continuación: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16,18). Estas palabras atestiguan la voluntad de Jesús de edificar su Iglesia, con una referencia esencial a la misión y al poder específicos que él, a su tiempo, conferiría a Simón. Jesús define a Simón Pedro como cimiento sobre el que construirá su Iglesia. La relación Cristo-Pedro se refleja, así, en la relación Pedro-Iglesia. Le confiere valor y aclara su significado teológico y espiritual, que objetiva y eclesialmente está en la base del jurídico.

Mateo es el único evangelista que nos refiere esas palabras, pero a este respecto es preciso recordar que Mateo es también el único que recogió recuerdos de particular interés acerca de Pedro (cf. Mt 14,28-31), tal vez por pensar en las comunidades para las que escribía su evangelio, y a las que quería inculcar el concepto nuevo de la «asamblea convocada» en el nombre de Cristo, presente en Pedro.

Por otra parte, también los otros evangelistas confirman el «nuevo nombre» de Pedro, que dio Jesús a Simón, sin ninguna discrepancia con el significado del nombre que explica Mateo. Y, por lo demás, tampoco se ve qué otro significado podría tener.

73 5. El texto del evangelista Mateo (16, 15-18), que presenta a Pedro como cimiento de la Iglesia, ha sido objeto de muchas discusiones ?que sería muy largo referir?, y también de negaciones, que, más que de pruebas basadas en los códices bíblicos y en la tradición cristiana, surgen de la dificultad de entender la misión y el poder de Pedro y de sus sucesores. Sin adentrarnos en pormenores, contentémonos aquí con hacer notar que las palabras de Jesús referidas por Mateo tienen un timbre netamente semítico, que se advierte también en las traducciones griega y latina; y que, además, implican una novedad inexplicable en el mismo contexto cultural y religioso judaico en que las presenta el evangelista. En efecto, a ningún jefe religioso del judaísmo de la época se le atribuye la cualidad de piedra fundamental. Jesús, en cambio, la atribuye a Pedro. Ésta es la gran novedad introducida por Jesús. No podía ser el fruto de una invención humana, ni en Mateo, ni en autores posteriores.

6. Debemos precisar también que la «Piedra» de la que habla Jesús es precisamente la persona de Simón, Jesús le dice: «Tú eres Kefas». El contexto de esta declaración nos da a entender aún mejor el sentido de aquel «Tú-persona». Después de que Simón declarara quién es Jesús, Jesús declara quién es Simón según su proyecto de edificación de la Iglesia. Es verdad que Simón es llamado Piedra después de la profesión de fe, y que ello implica una relación entre la fe y la misión de piedra, conferida a Simón. Pero la cualidad de piedra se atribuye a la persona de Simón, y no a un acto suyo, por más noble y grato que fuera para Jesús. La palabra piedra expresa un ser permanente, subsistente; por consiguiente, se aplica a la persona, más que a un acto suyo, necesariamente pasajero. Lo confirman las palabras sucesivas de Jesús, que proclama que las puertas del infierno, o sea, las potencias de muerte, no prevalecerán «contra ella». Esta expresión puede referirse a la Iglesia o a la piedra. En todo caso, según la lógica del discurso, la Iglesia fundada sobre la piedra no podrá ser destruida. La duración de la Iglesia está vinculada a la piedra. La relación Pedro-Iglesia repite en sí el vínculo entre la Iglesia y Cristo. Jesús, en efecto, dice: «Mi Iglesia». Eso significa que la Iglesia será siempre Iglesia de Cristo, Iglesia que pertenece a Cristo. No se convierte en la Iglesia de Pedro, sino, como Iglesia de Cristo, está construida sobre Pedro, que es Kefas en el nombre y por virtud de Cristo.

7. El evangelista Mateo refiere otra metáfora a la que recurre Jesús para explicar a Simón Pedro ?y a los demás Apóstoles? lo que quiere hacer de el: «A ti te daré las llaves del reino de los cielos» (
Mt 16,19). También aquí notamos en seguida que, según la tradición bíblica, es el Mesías quien posee las llaves del reino. En efecto, el Apocalipsis, recogiendo expresiones del profeta Isaías, presenta a Cristo como «el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir» (Ap 3,7). El texto de Isaías (22, 22), que alude a un cierto Elyaquim, es considerado como una expresión profética de la era mesiánica, en la que la «llave» sirve para abrir o cerrar no la casa de David (como edificio o como dinastía), sino el «reino de los cielos»: la realidad nueva y trascendente, anunciada y traída por Jesús.

En efecto, Jesús es quien, según la carta a los Hebreos, con su sacrificio «penetró en el santuario celeste» (cf. 9, 24): posee sus llaves y abre su puerta. Estas llaves Jesús las entrega a Pedro, quien, por consiguiente, recibe el poder sobre el reino, poder que ejercerá en nombre de Cristo, como su mayordomo y jefe de la Iglesia, casa que recoge a los creyentes en Cristo, los hijos de Dios.

8. Jesús dice a Pedro: «lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16,19). Es otra comparación utilizada por Jesús para manifestar su voluntad de conferir a Simón Pedro un poder universal y completo, garantizado y autenticado por una aprobación celeste. No se trata sólo del poder enunciar afirmaciones doctrinales o dar directrices generales de acción: según Jesús, es poder «de desatar y de atar», o sea, de tomar todas las medidas que exija la vida y el desarrollo de la Iglesia. La contraposición «atar-desatar» sirve para mostrar la totalidad del poder.

Ahora bien, es preciso añadir enseguida que la finalidad de este poder consiste en abrir el acceso al reino, no en cerrarlo: «abrir», esto es, hacer posible el ingreso al reino de los cielos, y no ponerle obstáculos, que equivaldrían a «cerrar». Esa es la finalidad propia del ministerio petrino, enraizado en el sacrificio redentor de Cristo, que vino para salvar y ser puerta y pastor de todos en la comunión del único redil (cf. Jn 10,7 Jn 10,11 Jn 10,16). Mediante su sacrificio, Cristo se ha convertido en «la puerta de las ovejas», cuya figura era la puerta construida por Elyasib, sumo sacerdote, con sus hermanos sacerdotes, que se encargaron de reconstruir las murallas de Jerusalén, a mediados del siglo V antes de Cristo (cf. Ne Ne 3,1). El Mesías es la verdadera puerta de la nueva Jerusalén, construida con su sangre derramada en la cruz. Y precisamente las llaves de esta puerta son las que Jesús confía a Pedro, para que sea el ministro de su poder salvífico en la Iglesia.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Doy mi más cordial bienvenida a esta Audiencia a todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España.

En particular, al grupo de sacerdotes capuchinos, a las Religiosas Adoratrices y de la Inmaculada Concepción, así como a las peregrinaciones de México y Argentina.

A todos imparto con afecto la bendición apostólica.





74

Diciembre de 1992

Miércoles 2 de diciembre de 1992

Misión de Pedro: confirmar a sus hermanos

(Lectura:
evangelio de san Lucas, capítulo 22, versículos 28-32) Lc 22,28-32

1. Durante la última cena Jesús dirige a Pedro unas palabras que merecen atención particular. Sin duda se refieren a la situación dramática de aquellas horas, pero tienen un valor fundamental para la Iglesia de siempre, pues pertenecen al patrimonio de las últimas recomendaciones y las últimas enseñanzas que dio Jesús a los discípulos en su vida terrena.

Al anunciar la triple negación que hará Pedro por el miedo durante la Pasión, Jesús le predice también que superará la crisis de esa noche: «Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo, pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lc 22,31-32).

En esas palabras Jesús le garantiza una oración especial por su perseverancia en la fe, pero también le anuncia la misión que le confiará de confirmar en la fe a sus hermanos.

La autenticidad de las palabras de Jesús no sólo nos consta por el cuidado con que Lucas recoge informaciones seguras y las expone en una narración que también es válida desde el punto de vista crítico, como se puede apreciar por lo que dice en el prólogo de su evangelio, sino también por esa especie de paradoja que encierran: Jesús se queja de la debilidad de Simón Pedro y, al mismo tiempo, le confía la misión de confirmar a los demás. La paradoja muestra la grandeza de la gracia, que actúa en los hombres ?y en este caso en Pedro? muy por encima de las posibilidades que le ofrecen sus capacidades y virtudes, y sus méritos; y muestra, asimismo, la conciencia y la firmeza de Jesús en la elección de Pedro. El evangelista Lucas, cuidadoso y atento al sentido de las palabras y de las cosas, no duda en referirnos esa paradoja mesiánica.

2. El contexto en que se encuentran esas palabras, dirigidas por Jesús a Pedro, es decir, dentro de la última cena, es también muy significativo. Acaba de decir a los Apóstoles: «Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí» (Lc 22,28-29). El verbo griego diatithemai (que significa: preparar, disponer) tiene un sentido fuerte, algo así como disponer de una manera eficaz, y alude a la realidad del reino mesiánico establecido por el Padre celeste y participado a los Apóstoles. Las palabras de Jesús se refieren sin duda a la dimensión escatológica del reino, cuando los Apóstoles serán llamados a «juzgar a las doce tribus de Israel» (Lc 22,30), pero tienen valor también para su fase actual, para el tiempo de la Iglesia aquí en la tierra. Y éste es un tiempo de prueba. A Simón Pedro Jesús le asegura, por eso, su oración, a fin de que en esa prueba no venza el príncipe de este mundo: «Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo» (Lc 22,31). La oración de Cristo es indispensable, especialmente para Pedro, a causa de la prueba que le espera y del encargo que Jesús le confía. A ese cometido se refieren las palabras: «Confirma a tus hermanos» (Lc 22,32).

3. La perspectiva en que se ha de contemplar el cometido de Pedro ?como toda la misión de la Iglesia? es, por consiguiente, a la vez histórica y escatológica. Es una misión en la Iglesia y para la Iglesia en la historia, donde se deben superar pruebas, se han de afrontar cambios, y es preciso actuar en particulares situaciones culturales, sociales y religiosas, pero todo ello en función del reino de los cielos, ya preparado y dispuesto por el Padre como término final de todo el camino histórico y de todas las experiencias personales y sociales. El «reino» transciende la Iglesia en su peregrinación terrena, y transciende sus tareas y poderes. Transciende también a Pedro y al colegio apostólico y, por tanto, a sus sucesores en el episcopado. Y, a pesar de ello, está ya en la Iglesia, ya actúa y se desarrolla en la fase histórica y en la situación terrena de su existencia, por lo cual ya existe en ella algo más que una institución y estructura social. Existe la presencia del Espíritu Santo, esencia de la nueva ley, según san Agustín (cf. De spiritu et littera, 21) y santo Tomás de Aquino (cf. Summa Theologiae, , I-II 106,1), pero esta presencia no excluye, sino que por el contrario exige, a nivel ministerial, lo visible, lo institucional, lo jerárquico.

75 Todo el Nuevo Testamento, custodiado y predicado por la Iglesia, está en función de la gracia, del reino de los cielos. En esta perspectiva se coloca el ministerio petrino. Jesús anuncia esta tarea de servicio a Simón Pedro después de la profesión de fe que hizo como portavoz de los Doce: fe en Cristo, Hijo de Dios vivo (cf. Mt 16,16), y en las palabras que anunciaban la Eucaristía (cf. Jn 6,68). En el camino de Cesarea de Filipo, Jesús aprueba públicamente la profesión de fe de Simón, lo llama piedra fundamental de la Iglesia y le promete que le dará las llaves del reino de los cielos, con el poder de atar y desatar. En ese contexto se comprende que el evangelista ponga especialmente de relieve el aspecto de la misión y del poder, que atañe a la fe, aunque en él se hallan encerrados otros aspectos, que veremos en la próxima catequesis.

4. Es interesante notar que el evangelista, aún aludiendo a la fragilidad humana de Pedro, que no está exento de las dificultades sino que es tentado como los demás Apóstoles, subraya que goza de una oración especial por su perseverancia en la fe: «He rogado por ti». Pedro no fue preservado de la negación, pero, después de haber experimentado su debilidad, fue confirmado en la fe, en virtud de la oración de Jesús, para que pudiera cumplir su misión de confirmar a sus hermanos. Esta misión no se puede explicar por medio de consideraciones puramente humanas. El apóstol Pedro, que se distingue por ser el único que niega ?¡tres veces!? a su Maestro, sigue siendo el elegido por Jesús para el encargo de fortalecer a sus compañeros. Los juramentos humanos de fidelidad que hace Pedro resultan inconsistentes, pero triunfa la gracia.

La experiencia de la caída sirve a Pedro para aprender que no puede poner su confianza en sus propias fuerzas y en cualquier otro factor humano, sino que ha de ponerla únicamente en Cristo. Esa experiencia nos sirve también a nosotros, pues nos impulsa a ver a la luz de la gracia la elección, la misión y el mismo poder de Pedro. Lo que Jesús le promete y le confía viene del cielo y pertenece ?debe pertenecer? al reino de los cielos.

5. El servicio de Pedro al reino, según el evangelista, consiste principalmente en confirmar a sus hermanos, en ayudarles a conservar la fe ya desarrollarla. Es interesante destacar que se trata de una misión que se ha de cumplir en la prueba. Jesús es muy consciente de las dificultades de la fase histórica de la Iglesia, llamada a seguir el mismo camino de la cruz, que él recorrió. El cometido de Pedro, como cabeza de los Apóstoles, consistirá en sostener en la fe a sus «hermanos» y a toda la Iglesia. Y, dado que la fe no se puede conservar sin lucha, Pedro deberá ayudar a los fieles en la lucha por vencer todo lo que haga perder o debilitarse su fe. En el texto de Lucas se refleja la experiencia de las primeras comunidades cristianas, pues es consciente de la explicación que esa situación histórica de persecución, tentación y lucha encuentra en las palabras dirigidas por Cristo a los Apóstoles y principalmente a Pedro.

6. En esas palabras se hallan los componentes fundamentales de la misión de Pedro. Ante todo, la de confirmar a sus hermanos, con la exposición de la fe, la exhortación a la fe, y todas las medidas que sea preciso tomar para el desarrollo de la fe. Esta acción se dirige a aquellos que Jesús, hablando a Pedro, llama «tus hermanos»: en el contexto, la expresión se aplica en primer lugar a los demás Apóstoles, pero no excluye un sentido más amplio, extendido a todos los miembros de la comunidad cristiana (cf. Ac 1,15). Y sugiere también la finalidad a la que Pedro debe orientar su misión de confirmar y sostener en la fe: la comunión fraterna en virtud de la fe.

Más aún: Pedro ?y como él cada uno de sus sucesores y cabeza de la Iglesia? tiene la misión de impulsar a los fieles a poner toda su confianza en Cristo y en el poder de su gracia, que él experimentó personalmente. Es lo que escribe Inocencio III en la carta Apostólicae Sedis primatus (12 de noviembre de 1199), citando el texto de Lucas 22, 32 y comentándolo así: «El Señor insinúa claramente que los sucesores de Pedro no se desviarán nunca de la fe católica, sino que más bien ayudarán a volver a los desviados y afianzarán a los vacilantes» (DS 775). Aquel Papa del Medioevo consideraba que la declaración de Jesús a Pedro se veía confirmada por la experiencia de un milenio.

7. La misión confiada por Jesús a Pedro se refiere a la Iglesia en su extensión a través de los siglos y las generaciones humanas. El mandato: «Confirma a tus hermanos» significa: enseña la fe en todos los tiempos, en las diversas circunstancias y en medio de las muchas dificultades y oposiciones que la predicación de la fe encontrará en la historia; y, al enseñarla, infunde valora los fieles. Tú mismo has experimentado que el poder de mi gracia es más grande que la debilidad humana; por ello, difunde el mensaje de la fe, proclama la sana doctrina, reúne a los «hermanos», poniendo tu confianza en la oración que te he prometido. Con la virtud de mi gracia, trata de que los que no creen se abran y acepten la fe, y fortalece a los que se hallen vacilantes. Ésta es tu misión, ésta es la razón del mandato que te confío.

Esas palabras del evangelista Lucas (22, 31-33) son muy significativas para todos los que desempeñan en la Iglesia el munus petrinum, pues les recuerdan sin cesar aquella especie de paradoja original que Cristo mismo ha puesto en ellos, con la certeza de que en su ministerio, al igual que en el de Pedro, actúa la gracia especial que sostiene la debilidad del hombre y le permite «confirmar a sus hermanos»: «Yo he rogado por ti ?es la palabra de Jesús a Pedro, que vale también para sus humildes y pobres sucesores?, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos (Lc 22,32).

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora muy cordialmente a todos los peregrinos y visitantes procedentes de los diversos países de América Latina y de España. En particular, a los alumnos del Colegio Montserrat de Córdoba (Argentina) y a la peregrinación de Madrid y a un grupo de estudiantes de Guatemala.

76 A todos bendigo de corazón.





Miércoles 9 de diciembre de 1992

Misión pastoral de Pedro

(Lectura:
evangelio de san Juan, capítulo 21, versículos 15-19) Jn 21,15-19

1. La promesa que Jesús hace a Simón Pedro, de constituirlo piedra fundamental de su Iglesia, queda confirmada con el mandato que Cristo le confía después de su resurrección: "Apacienta mis corderos", "Apacienta mis ovejas" (Jn 21,15-17). Existe una relación objetiva entre el encargo de la misión, atestiguado por el relato de Juan, y la promesa referida por Mateo (cf. Mt 16,18-19). En el texto de Mateo se ofrecía un anuncio. En el de Juan se encuentra su cumplimiento. Las palabras: "Apacienta mis ovejas" manifiestan la intención de Jesús de asegurar el futuro de la Iglesia fundada por Él, bajo la guía de un pastor universal, o sea Pedro, al que dijo que, por su gracia, sería "piedra" y tendría las "llaves del reino de los cielos", con el poder de "atar y desatar". Jesús, después de su resurrección, da una forma concreta al anuncio y a la promesa de Cesarea de Filipo, instituyendo la autoridad de Pedro como ministerio pastoral de la Iglesia, con una dimensión universal.

2. Digamos en seguida que en esa misión pastoral se inserta el cometido de "confirmar a los hermanos" en la fe, del que tratamos ya en la anterior catequesis. "Confirmar a los hermanos" y "apacentar las ovejas" constituyen conjuntamente la misión de Pedro: se podría decir que es lo proprium de su ministerio universal. Como afirma el Concilio Vaticano I, la tradición constante de la Iglesia ha considerado, con razón, que el primado apostólico de Pedro "abarca también la suprema potestad de magisterio" (cf. DS DS 3065). Tanto el primado como la potestad de magisterio son conferidos directamente por Jesús a Pedro como persona singular, aunque ambas prerrogativas están ordenadas a la Iglesia, sin derivar de la Iglesia, sino sólo de Cristo. El primado se le da a Pedro (cf. Mt 16,18) ?con expresión de san Agustín? como "totius Ecclesiae figuram gerenti" (Epist. 53, 1. 2), o sea, en cuanto que él personalmente representa a la Iglesia entera; y la tarea y el poder de magisterio se le confiere como fe confirmada para que a su vez confirme a todos los "hermanos" (cf. Lc Lc 22,31 ss.). Pero todo es en la Iglesia y para la Iglesia, de la que Pedro es cimiento, encargado de las llaves y pastor en su estructura visible, en nombre y por mandato de Cristo.

3. Jesús había anunciado esta misión a Pedro, no sólo en Cesarea de Filipo, sino también con ocasión de la primera pesca milagrosa, cuando, a Simón que se reconocía pecador le había dicho: "No temas. Desde ahora serás pescador de hombres" (Lc 5,10). En esa circunstancia, Jesús había reservado a Pedro personalmente ese anuncio, distinguiéndolo entre sus compañeros y socios, incluidos "los hijos de Zebedeo", Santiago y Juan (cf. ib.).

También en la segunda pesca milagrosa, después de la resurrección, resalta la persona de Pedro en medio de los demás Apóstoles, según la descripción que nos hace Juan del acontecimiento (21, 2 ss.), casi para transmitirnos su recuerdo en el marco de una simbología profética de la fecundidad de la misión confiada por Cristo a aquellos pescadores.

4. Cuando Jesús está a punto de conferir la misión a Pedro, se dirige a él con un apelativo oficial: "Simón, hijo de Juan" (Jn 21,15), pero asume luego un tono familiar y de amistad: "¿Me amas más que estos?". Esta pregunta expresa un interés hacia la persona de Simón Pedro y está en relación con su elección para una misión personal. Jesús la formula tres veces, con una referencia implícita a su triple negación. Y Pedro da una respuesta que no está fundada en la confianza en sus propias fuerzas y capacidades personales o en sus propios méritos. En ese momento sabe bien que debe poner toda su confianza sólo en Cristo: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero" (Jn 21,17).

Evidentemente, la tarea de pastor requiere un amor particular hacia Cristo. Pero es él, es Dios quien da todo, incluso la capacidad de responder a la vocación, de cumplir la propia misión. Sí, es preciso decir que "todo es gracia", especialmente en ese nivel.


Audiencias 1992 70