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77 5. Una vez recibida la respuesta deseada, Jesús confiere a Simón Pedro la misión pastoral: "Apacienta mis corderos", "Apacienta mis ovejas". Es como una prolongación de la misión de Jesús, que dijo de sí mismo: "Yo soy el buen pastor" (Jn 10,11). Jesús, que participó a Simón su calidad de "piedra", le comunica también su misión de "pastor". Es una comunicación que implica una comunión intima, que se manifiesta también en la formulación de Jesús: "Apacienta mis corderos... mis ovejas"; de la misma forma que había ya dicho: "Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18). La Iglesia es propiedad de Cristo, no de Pedro.

Corderos y ovejas pertenecen a Cristo, y a nadie más. Le pertenecen como a "buen Pastor", que "da su vida por las ovejas" (Jn 10,11). Pedro debe ejercer el ministerio pastoral con respecto a los redimidos "con la sangre preciosa de Cristo"(1P 1,19).

Sobre la relación entre Cristo y los hombres, convertidos en su propiedad mediante la redención, se funda el carácter de servicio que distingue el poder anejo a la misión conferida a Pedro: servicio a Aquel que es el único "pastor y guardián de nuestras almas" (1P 2,25) y, al mismo tiempo a todos los que Cristo, buen pastor, ha redimido con el precio de su sacrificio en la cruz.

Es claro, por lo demás, el contenido de ese servicio: como el pastor guía a las ovejas hacia lugares en que pueden encontrar alimento y seguridad, así el pastor de las almas debe ofrecerles el alimento de la palabra de Dios y de su santa voluntad (cf. Jn Jn 4,34), asegurando la unidad de la grey y defendiéndola de toda incursión hostil.

6. La misión, desde luego, comporta un poder, pero para Pedro ?y para sus sucesores? es una potestad ordenada al servicio, a un servicio específico, un ministerium. Pedro la recibe en la comunidad de los Doce. Él es uno de la comunidad de los Apóstoles. Pero no cabe duda de que Jesús, mediante el anuncio (cf. Mt 16,18-19) y mediante el encargo de la misión después de su resurrección, refiere de modo especial a Pedro cuanto transmite a todos los Apóstoles, como misión y como poder. Sólo a él dice: "Apacientas", repitiéndoselo tres veces. De ahí se sigue que, en el ámbito de la tarea común de los Doce, Pedro recibe una misión y un poder, que corresponden sólo a él.

7. Jesús se dirige a Pedro como a persona singular en medio de los Doce, no sólo como a un representante de esos Doce: "¿Me amas más que éstos?" (Jn 21,15). A este sujeto ?el de Pedro? se le pide la declaración de amor y se le confiere esa misión y esa autoridad singular. Pedro es, por consiguiente, distinguido entre los demás Apóstoles. También la triple repetición de la pregunta sobre el amor de Pedro, probablemente en relación con su triple negación de Cristo, acentúa el hecho del encargo que le hace de un ministerium particular, como decisión de Cristo mismo, independientemente de cualquier cualidad o mérito del Apóstol; es más, a pesar de su infidelidad momentánea.

8. La comunión en la misión mesiánica, establecida por Jesús con Pedro mediante ese mandato: "Apacienta mis corderos...", no puede menos de comportar una participación del Apóstol-pastor en el estado sacrificial de Cristo-buen pastor "que da su vida por las ovejas". Esta es la clave de interpretación de muchas vicisitudes que han tenido lugar en la historia del pontificado de los sucesores de Pedro. En todo el arco de esta historia se halla presente la predicción de Jesús: "Cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras" (Jn 21,18). Era la predicción de que Pedro confirmaría su ministerio pastoral con la muerte por martirio. Como dice Juan, con esa muerte Pedro "iba a glorificar a Dios" (Jn 21,19). El servicio pastoral, confiado a Pedro en la Iglesia, tendría su consumación en la participación en el sacrificio de la cruz, ofrecido por Cristo para la redención del mundo. La cruz, que había redimido a Pedro, se convertiría así para él en el medio privilegiado para ejercitar hasta el fondo su misión de "siervo de los siervos de Dios".

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora muy cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua española. En particular, al grupo de sacerdotes latinoamericanos que hacen un curso de animación misionera, a las Religiosas Guadalupanas y a las Mercedarias de la Caridad.





Miércoles 16 de diciembre de 1992

La autoridad de Pedro en los inicios de la Iglesia

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(Lectura:
evangelio de san Mateo, capítulo 10, versículos 1-4)

1. Los textos que expuse y expliqué en las catequesis anteriores se refieren directamente a la misión de Pedro de confirmar en la fe a sus hermanos y de apacentar la grey de los seguidores de Cristo. Son los textos fundamentales acerca del ministerio petrino, y deben considerarse en el marco más completo de todo el discurso neotestamentario sobre Pedro, comenzando por la colocación de su misión en el conjunto del Nuevo Testamento. En sus cartas san Pablo habla de él como el primer testigo de la resurrección (cf.
1Co 15,3 ss.), y afirma que fue a Jerusalén "para consultar a Cefas" (cf. Ga 1,18). La tradición reflejada en el evangelio de Juan recoge una fuerte presencia de Pedro, y también en los sinópticos aparecen numerosas alusiones a él.

El discurso neotestamentario hace referencia también a la posición de Pedro en el grupo de los Doce. En él destaca el trío: Pedro, Santiago y Juan. Basta pensar, por ejemplo, en los episodios de la transfiguración, la resurrección de la hija de Jairo y Getsemani. Pedro aparece siempre en primer lugar en todas las listas de los Apóstoles (en el texto de Mt 10,2 incluso se le califica con la palabra "primero"). A él Jesús le da un nombre nuevo, Cefas, que se traduce al griego (eso indica que era significativo), para designar el oficio y el puesto que Simón ocupará en la Iglesia de Cristo.

Son elementos que nos sirven para comprender mejor el significado histórico y eclesiológico de la promesa de Jesús, contenida en el texto de Mateo (16, 18-19), y el encargo de la misión pastoral descrito por Juan (21, 15-19): el primado de autoridad en el colegio apostólico y en la Iglesia.

2. Se trata de un dato comprobado, que recogen los evangelistas, registradores de la vida y la doctrina de Cristo, pero a la vez testigos de la fe y la praxis de la comunidad cristiana primitiva. De sus escritos se deduce que, en los primeros tiempos de la Iglesia, Pedro ejercía la autoridad de modo decisivo en su nivel más alto. Este ejercicio, aceptado y reconocido por la comunidad, es una confirmación histórica de las palabras pronunciadas por Cristo acerca de la misión y el poder de Pedro.

Es fácil admitir que las cualidades personales de Pedro no hubieran bastado por sí mismas para obtener el reconocimiento de una autoridad suprema en la Iglesia. Aunque tenía un temperamento adecuado para ser jefe, ya demostrado en aquella especie de cooperativa para la pesca en el lago, compuesta por él y sus "socios" Juan y Andrés (cf. Lc Lc 5,10), no hubiera podido imponerse por sí mismo, entre otras cosas, a causa de sus limites y defectos también bastante conocidos. Se sabe, por lo demás, que durante la vida terrena de Jesús los Apóstoles habían discutido quién iba a ocupar entre ellos el primer lugar en el reino. Así pues, el hecho de que la autoridad de Pedro fuese reconocida pacíficamente en la Iglesia, se debió exclusivamente a la voluntad de Cristo, y muestra que las palabras con que Jesús había atribuido al Apóstol su singular autoridad pastoral habían sido entendidas y aceptadas sin dificultad en la comunidad cristiana.

3. Repasemos brevemente los hechos. Narra el libro de los Hechos que inmediatamente después de la Ascensión, los Apóstoles se reunieron: en su lista se nombra a Pedro en primer lugar (cf. 1, 13), como por lo demás sucede en las listas de los Doce que nos proporcionan los evangelios y en la enumeración de los tres privilegiados (cf. Mc 5,37 Mc 9,2 Mc 13,3 Mc 14,33 y paralelos).

Es Pedro quien, con autoridad, toma la palabra: "Uno de aquellos días Pedro se puso en pie en medio de los hermanos"(Ac 1,15). No es la asamblea quien lo designa. Él se comporta como alguien que posee la autoridad. En esa reunión Pedro expone el problema creado por la traición y muerte de Judas, que redujo a once el número de los Apóstoles. Por fidelidad a la voluntad de Jesús, llena de simbolismo sobre el paso del antiguo al nuevo Israel (doce tribus-doce Apóstoles), Pedro indica la solución que se impone: designar un sustituto que sea, al igual que los once, "testigo de la resurrección" de Cristo (cf. Ac 1,21-22). La asamblea acepta y pone en práctica esa solución, echándolo a suertes, a fin de que la designación venga de arriba: así "la suerte cayó sobre Matías, que fue agregado al número de los doce apóstoles"(Ac 1,26).

Conviene subrayar que entre los testigos de la resurrección, en virtud de la voluntad de Cristo, Pedro ocupaba el primer lugar. El ángel que había anunciado a las mujeres la resurrección de Jesús les había dicho: "Id a decir a sus discípulos y a Pedro..."(Mc 16,7). Juan deja entrar a Pedro en primer lugar al sepulcro (cf. Jn 20,1-10). A los discípulos que vuelven de Emaús, los demás les dicen: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!"(Lc 24,34). Una tradición primitiva, recogida por la Iglesia y referida por san Pablo, asegura que Cristo resucitado se apareció en primer lugar a Pedro: "Se apareció a Cefas y luego a los Doce"(1Co 15,5).

79 Esta prioridad corresponde a la misión asignada a Pedro de confirmar a sus hermanos en la fe, como primer testigo de la resurrección.

4. El día de Pentecostés Pedro actúa como jefe de los testigos de la resurrección. Es él quien toma la palabra, por un impulso espontáneo: "Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo..."(
Ac 2,14). Comentando el acontecimiento, declara: "A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos"(Ac 2,32). Todos los Doce son testigos de ese hecho; Pedro lo proclama en nombre de todos ellos. Podemos decir que es el portavoz institucional de la comunidad primitiva y del grupo de los Apóstoles. Él será quien indique a los oyentes lo que deben hacer: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo..."(Ac 2,38).

Es también Pedro quien obra el primer milagro, provocando el entusiasmo de la muchedumbre. Según la narración de los Hechos, se encuentra en compañía de Juan cuando se dirige al tullido que pide limosna. Es él quien habla. "Pedro fijó en él la mirada juntamente con Juan, y le dijo: "Míranos". Él les miraba con fijeza esperando recibir algo de ellos. Pedro le dijo: "No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar". Y tomándole de la mano derecha le levantó. Al instante cobraron fuerza sus pies y tobillos, y de un salto se puso en pie y andaba..."(Ac 3,4-8). Así pues, Pedro, con sus palabras y sus gestos, se hace instrumento del milagro, convencido de gozar del poder que le venía de Cristo también en este campo.

Precisamente en este sentido él explica al pueblo el milagro, mostrando que la curación manifiesta el poder de Cristo resucitado: "Dios le resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello"(Ac 3,15). Por consiguiente, exhorta a los oyentes: "Arrepentíos, pues, y convertíos"(Ac 3,19).

En el interrogatorio del Sanedrín es Pedro, "lleno del Espíritu Santo", quien habla, para proclamar la salvación traída por Jesucristo (cf. Ac 4,8 ss.), crucificado y resucitado (cf. Hch Ac 7,10).

A continuación, es Pedro quien, "juntamente con los Apóstoles", responde a la prohibición de enseñar en nombre de Jesús: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres..."(Ac 5,29).

5. También en el caso penoso de Ananías y Safira, Pedro manifiesta su autoridad como responsable de la comunidad. Reprochando a aquella pareja cristiana la mentira con relación a la recaudación de la venta de una propiedad, acusa a los dos culpables de haber mentido al Espíritu Santo (cf. Ac 5,1-11).

De igual modo, el mismo Pedro responde a Simón el mago que había ofrecido dinero a los Apóstoles para obtener el Espíritu Santo con la imposición de las manos: "Vaya tu dinero a la perdición y tú con él; pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero... Arrepiéntete, pues, de esa tu maldad y ruega al Señor, a ver si se te perdona ese pensamiento de tu corazón"(Ac 8,20 Ac 8,22).

Los Hechos, además, nos dicen que la muchedumbre considera a Pedro como quien, más que los demás Apóstoles, obra maravillas. Ciertamente, no es él el único que realiza milagros: "Por mano de los Apóstoles se realizaban muchas señales y prodigios en el pueblo"(Ac 5,12). Pero de él sobre todo se esperan las curaciones: "Sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos"(Ac 5,15).

Así pues, algo que resalta claramente en estos primeros momentos de la historia de la Iglesia es que bajo la fuerza del Espíritu y de acuerdo con el mandato de Jesús, Pedro actúa en comunión con los Apóstoles, pero toma la iniciativa y decide personalmente como jefe.

6. Así se explica también el hecho de que, cuando Herodes manda encerrar a Pedro en prisión, se eleva en la Iglesia una oración más insistente por él: "la Iglesia oraba insistentemente por él a Dios"(Ac 12,5). También esta oración brota de la convicción común de la importancia única de Pedro: con ella comienza la cadena ininterrumpida de súplicas que se elevarán en la Iglesia, en todas las épocas, por los sucesores de Pedro.

80 La intervención del ángel y la liberación milagrosa (cf. Ac 12,6-17) manifiestan, por lo demás, la protección especial de que goza Pedro: protección que le permite cumplir toda la misión pastoral que se le ha confiado. Esta misma protección y asistencia pedirán los fieles para los sucesores de Pedro en los momentos de sufrimientos y persecuciones que atravesarán siempre en su ministerio de "siervos de los siervos de Dios".

7. Podemos concluir reconociendo que, de verdad, en los primeros tiempos de la Iglesia, Pedro actúa como quien posee la primera autoridad dentro del colegio de los Apóstoles y que por eso habla en nombre de los Doce como testigo de la resurrección.

Por eso obra milagros que se asemejan a los de Cristo y los realiza en su nombre. Por eso asume la responsabilidad del comportamiento moral de los miembros de la comunidad primitiva y de su desarrollo futuro. Y por eso mismo está en el centro del interés del nuevo pueblo de Dios y de la oración dirigida al cielo para que lo proteja y libere.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Me complace saludar ahora a los peregrinos de lengua española, de modo particular a las Religiosas Hijas de Cristo Rey, de Latinoamérica, así como a las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón, de Madrid.

Igual que la primera comunidad cristiana oraba por Pedro cuando fue perseguido, espero también que todos vosotros pidáis al Señor que ilumine y guíe siempre a los Sucesores de Pedro en su ministerio pastoral por el mundo.

Con todo afecto os imparto mi bendición apostólica.



Miércoles 23 de diciembre de 1992



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. En el itinerario litúrgico y espiritual del Adviento, nos encontramos ya en vísperas de las festividades navideñas. La novena de la santa Navidad nos impulsa diariamente, de una forma cada vez más apremiante y comprometedora, a prepararnos con la oración y la caridad a las fiestas ya inminentes y nos invita a meditar, desde la perspectiva de la fe, en los aspectos profundos y significativos del misterio de la Encarnación, que estamos a punto de revivir.

81 Uno de los elementos que caracterizan la oración y la reflexión de estos días es, sin duda, la tradicional serie de antífonas navideñas denominadas antífonas de la "Oh", y que en su conjunto ilustran los diversos aspectos de la venida del Salvador esperado.

En esas antífonas litúrgicas se eleva al Altísimo la misma voz de la Iglesia, que invoca al esperado de las naciones con títulos muy elocuentes, fruto de la fe bíblica y de la secular reflexión eclesial.

En el Salvador, cuyo nacimiento en Belén vamos a celebrar, la comunidad cristiana contempla la "Sabiduría del Altísimo", el "Guía de su pueblo", el "Retoño de la raíz de Jesé", la "Llave de David", la "Estrella nueva", el "Rey de los pueblos" y, por último, el "Emmanuel".

2. "Oh Emmanuel, Dios con nosotros, el esperado de los pueblos y su liberador: ven a salvarnos con tu presencia".

¡Oh Emmanuel! Hoy, antevíspera de la solemnidad de la santa Navidad, la liturgia se dirige al Mesías con este título. Se trata de una invocación que, en cierto sentido, resume en sí todas las de los días pasados. El Hijo de la Virgen ha recibido el nombre profético de "Emmanuel", es decir, "Dios con nosotros". Ese nombre recuerda la profecía hecha siete siglos antes por boca del profeta Isaías. Con el nacimiento del Mesías Dios asegura su presencia plena y definitiva en medio de su pueblo. Esa presencia constituye la respuesta divina a la necesidad fundamental del hombre de todos los lugares y todos los tiempos.

En efecto, los esfuerzos de la humanidad por construir un porvenir de bienestar y felicidad sólo pueden alcanzar plenamente su objetivo rebasando las realidades finitas. El deseo y el empeño por realizar un futuro de justicia y paz son un signo elocuente del insuprimible anhelo de Dios que late en el corazón del hombre.

3. La época en que vivimos se caracteriza por la agudización de un cierto sentido de extravío, de una sensación de vacío que, si la miramos bien, es consecuencia del debilitamiento del "sentido de Dios". En nuestro mundo secularizado muchos han perdido esta referencia esencial para las opciones decisivas de su existencia.

Precisamente en este contexto adquiere especial relieve el gozoso mensaje de la Navidad. Sobre todo para aquellas personas a quienes, en nuestro siglo, se ha impedido por la fuerza tener un encuentro con el auténtico Señor de la historia, o para los que se han perdido en los diarios afanes de la existencia, se renueva en la Navidad que estamos a punto de celebrar la "buena nueva" de la venida del "Dios con nosotros". Lo que resulta imposible para las fuerzas humanas, Dios mismo, en su amor infinito, lo realiza mediante la encarnación de su Hijo unigénito.

En la Noche Santa se proclama la victoria del Amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte. El hombre ya no está solo, pues el muro insuperable que lo separaba de la comunión con Dios ha sido derribado definitivamente. En la gruta de Belén el cielo y la tierra se tocan, el infinito entra en el mundo, y a la humanidad se le abren de par en par las puertas de la eterna herencia divina. Con la presencia del "Dios con nosotros", incluso la más oscura noche del dolor, de la angustia y del desconcierto queda superada y vencida para siempre. El Verbo encarnado, el Emmanuel, el "Dios con nosotros", es la esperanza de toda criatura frágil, el sentido de toda la historia, el destino de todo el género humano.

El Niño divino, adorado por los pastores en la gruta, es el don supremo del amor misericordioso del Padre celestial: para salir al encuentro de los hombres de todos los tiempos no desdeñó hacerse Él mismo semejante a nosotros, compartiendo hasta el fondo nuestra condición de criaturas, excepto el pecado.

4. La antífona navideña que la Iglesia canta en la liturgia de hoy concluye con la invocación "Sálvanos, oh Señor, con tu presencia". En el misterio de la Navidad admiramos absortos el eterno Verbo divino hecho carne, convertido en presencia sorprendente entre nosotros y en nosotros. Él, con la intervención eficaz de su gracia, colma el vacío de la tristeza y de la pena, aclara la búsqueda de la alegría y de la paz, impulsa todos nuestros esfuerzos por construir un mundo mejor y más solidario.

82 5. Amadísimos hermanos y hermanas, dispongámonos a revivir con plena apertura de espíritu el acontecimiento salvífico de la Navidad. Contemplemos, en la pobreza del pesebre, el gran prodigio de la Encarnación y hagamos que penetre profundamente en nuestra existencia con su fuerza transformadora. Dejémonos evangelizar por la Navidad, como los pastores, que acogieron prontamente el anuncio del nacimiento del Salvador y se dirigieron sin vacilación a adorarlo, convirtiéndose así en los primeros testigos de su presencia en el mundo. Así, nosotros nos convertiremos también en testigos del Emmanuel ante todos nuestros hermanos, principalmente entre los más pobres y los que sufren.

María, la primera que acogió al Mesías prometido y lo ofreció al mundo, nos enseñe a abrir de par en par las puertas de nuestro corazón al mensaje de esperanza y amor de la Navidad.

Con estos sentimientos, en la atmósfera de gozo espiritual que caracteriza este encuentro, me es grato formular a cada uno de vosotros mis mejores y más afectuosos deseos de felicidad. Extiendo estos cordiales sentimientos a las personas que sufren, a las poblaciones azotadas por la violencia y la guerra, y a cuantos atraviesan especiales dificultades. A todos deseo que pasen las próximas fiestas navideñas en un clima sereno e iluminado por la llama del amor y de la gracia del Redentor.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Me es grato saludar ahora a todos los peregrinos de lengua española, venidos de América Latina y España.

Deseo a todos que podáis celebrar las próximas fiestas en un clima sereno e iluminado por la llama del amor y de la gracia del Redentor, a la vez que os imparto con afecto la Bendición Apostólica.

¡Feliz Navidad!



Miércoles 30 de diciembre de 1992



Queridísimos hermanos y hermanas en el Señor; queridísimos jóvenes:

1. Hemos celebrado hace algunos días la solemnidad de la Navidad y estamos todavía penetrados por la atmósfera sugestiva de la Noche Santa. Contemplamos asombrados, junto a María santísima y a san José, el misterio del Verbo encarnado.

83 El nacimiento del Hijo de Dios "de una mujer" (cf. Gal Ga 4,4) nos hace remontarnos de nuevo al proyecto salvífico: el Altísimo ha querido entrar directamente en la historia de la humanidad y nos ha dado a su Hijo unigénito como Salvador y Redentor.

Eso es la Navidad, "misterio" providencial de amor, en el que María, escogida como virgen Madre del Emmanuel, se encuentra asociada a la obra de la redención. Nos detenemos en estos días a contemplar a María en Belén. La Madre, que estrecha entre sus brazos a Jesús, nos ayuda a comprender ante todo que de la gruta, iluminada por la luz divina, viene un mensaje de verdad: Dios se ha hecho hombre y, compartiendo nuestra naturaleza, nos habla con el poder de su misericordia salvadora. Sin embargo, es María quien nos da la Palabra que salva: ella nos muestra a Jesús, "la luz del mundo", que da el verdadero sentido a la vida y el pleno significado a la existencia. ¿Cómo no permanecer sorprendidos y maravillados ante tal misterio? ¿Cómo no abrir el corazón a la venida entre nosotros del Señor de la historia?

2. Queridos jóvenes, que habéis venido de diferentes partes de Europa en nombre de María: La joven de Nazaret, presente silenciosamente en el misterio de la Navidad, está presente también en el corazón de la Iglesia y en el de cada fiel. El "Catecismo de la Iglesia Católica", publicado recientemente afirma, que "por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es 'miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia' (Lumen gentium LG 53), incluso constituye 'la figura' ['tipus'] de la Iglesia (Lumen gentium LG 63)" (CEC 967).

María es madre: madre de Cristo y madre nuestra. Su función maternal "dimana... de la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder" (Lumen gentium LG 60). Con respecto a los creyentes, su función es ser "nuestra madre en el orden de la gracia" (ib., 61), y por esto "es invocada en la Iglesia con los títulos de abogada, auxiliadora, socorro, mediadora" (ib., 62). Se trata de una misión providencial que el Señor le ha confiado y que se resume perfectamente en la expresión Per Mariam ad Iesurm.

Ésta es, como sabéis bien, la doctrina fundamental de san Luis María Grignon de Monfort, en quien vosotros os inspiráis; y es el ideal que debe impulsar a todos los cristianos. Gracias a la ayuda de la Madre de Dios, el testimonio de los creyentes se hace cada día más coherente y fervoroso, más generoso y más abierto.

3. El concilio Vaticano II, cuyo trigésimo aniversario estamos celebrando, exhortó a los fieles a ofrecer "súplicas apremiantes a la Madre de Dios y Madre de los hombres para que ella, que ayudó con sus oraciones a la Iglesia naciente, también ahora, ensalzada en el cielo por encima de todos los ángeles y bienaventurados, interceda en la comunión de todos los santos ante su Hijo hasta que todas las familias de los pueblos, tanto los que se honran con el título de cristianos como los que todavía desconocen a su Salvador, lleguen a reunirse felizmente, en paz y concordia, en un solo pueblo de Dios, para gloria de la santísima e indivisible Trinidad" (Lumen gentium LG 69).

Queridos hermanos y hermanas, de esta profunda riqueza espiritual brota vuestra devoción a María y vuestro compromiso apostólico. Mirad siempre a María como a la estrella segura que os guía en el camino de vuestra vida cristiana.

4. Vosotros, queridos jóvenes, que representáis el futuro de la humanidad y la esperanza de la Iglesia, debéis llevar el evangelio de la bondad y de la paz a todos los rincones de los países de donde provenís. En toda Europa aumentan las dificultades y algunas regiones se hallan azotadas por la violencia. Por esto, vuestra misión es una obra de solidaridad espiritual, un servicio a la verdad, que exige un testimonio creíble del mensaje integral de Cristo.

Ante vosotros resplandece María, la Virgen fiel, la estrella de la evangelización, vuestra madre y modelo. Acudid a ella todos los días, como lo deseáis hacer hoy.

Con la ayuda de su intercesión maternal, podréis contribuir activamente a la obra de la nueva evangelización, y podréis ser un fermento genuino de vida cristiana y de comunión fiel en vuestras comunidades eclesiales.

5. Queridísimos hermanos, os saludo cordialmente a todos vosotros y a los países de los que provenís. Vuestra presencia aquí es un signo más de la unidad entre las naciones y comunidades cristianas, que se caracteriza por la "comunicación de bienes" espirituales y materiales con la finalidad de construir un futuro común basado en la justicia y la solidaridad.

84 Que la Madre del Redentor acompañe vuestra misión de creyentes y apóstoles del Evangelio. Con fe y confianza invoquemos su intercesión. Oremos a fin de que obtenga las gracias necesarias para cada uno de nosotros, para toda la humanidad, para todos los que sienten más el peso de la vida y de las adversidades. Pidámosle humildemente, llenos de la alegría de la Navidad, que suscite y mantenga en todos los bautizados una fe convencida y coherente.

De modo especial esforcémonos por escuchar sus enseñanzas y seguir el ejemplo de su vida.

Dirijámonos a ella con las palabras de la antífona del tiempo de Navidad: "Santa Madre del Redentor, sostiene al pueblo que quiere levantarse. Tú, ante el asombro de toda la creación, has engendrado a tu Creador... Ten piedad de nosotros, pecadores".

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Me complace saludar cordialmente a los participantes en el Congreso Internacional, promovido por la Institución Teresiana, y que tiene como tema: “Evangelizar hoy: una nueva cultura, una historia diversa”. Vosotros dedicáis una particular atención a la cultura como instrumento de comprensión y transformación de la sociedad. Por vuestra presencia en diversos países, podéis iluminar los diversos modelos culturales con la luz del Evangelio, sabiendo discernir los valores característicos de cada lugar. Al estudiar de manera particular el papel de la mujer, recordad que vuestro fundador, el Venerable Siervo de Dios Pedro Poveda, la presentaba como sujeto de promoción humana, no sólo a nivel personal, sino también familiar y social, indicando de esta forma su función específica en la tarea evangelizadora.

En las fiestas de Navidad hemos meditado una vez la figura de María de Nazaret. El “Catecismo de la Iglesia Católica”, publicado recientemente, la presenta como modelo “por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo”. Que ella os ayude en la apremiante obra de la Evangelización en la que colaboráis.

Deseo saludar con afecto a los demás peregrinos venidos de América Latina y de España, de modo particular a los Legionarios de Cristo, así como a los alumnos y alumnas que se forman en sus centros. Mirad siempre a la Virgen nuestra Madre, como estrella segura que os guía en la vida cristiana.

Con mi bendición apostólica.











Audiencias 1992 77