Audiencias 1994 53

Septiembre de 1994

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Miércoles 7 de septiembre de 1994

La valiosa misión de los ancianos en la Iglesia

(Lectura:
Sirácida, capítulo 25, versículos 4-6) Si 25,4-6

1. En una sociedad como la nuestra en la que se rinde culto a la productividad, las personas ancianas corren el riesgo de ser consideradas inútiles, o, más aún, de ser juzgadas un peso para los demás. El mismo hecho de que la vida se haya alargado agrava el problema de la asistencia al número cada vez mayor de ancianos que necesitan cuidados y, tal vez aún más, el afecto y la solicitud de personas que llenen el vacío de su soledad. La Iglesia conoce este problema y trata de contribuir a su solución, incluso en el campo de la asistencia, a pesar de la dificultad que constituye para ella, hoy más que en el pasado, la escasez de personal y de medios. No deja de promover las intervenciones de los institutos religiosos y del voluntariado seglar para responder a esa necesidad de asistencia, ni de recordar a todos, tanto jóvenes como adultos, el deber que tienen de pensar en sus seres queridos que, por lo general, han hecho tanto por ellos.

2. Con especial alegría, la Iglesia pone de relieve que también los ancianos tienen su puesto y su utilidad en la comunidad cristiana. Siguen siendo plenamente miembros de la comunidad y están llamados a contribuir a su progreso con su testimonio, su oración e incluso con su actividad, en la medida de sus posibilidades.

La Iglesia sabe muy bien que muchas personas se acercan a Dios de manera especial en la ?así llamada? tercera edad y que, precisamente en ese tiempo se les puede ayudar a rejuvenecer su espíritu por los caminos de la reflexión y la vida sacramental. La experiencia acumulada a lo largo de los años lleva al anciano a comprender los límites de las cosas del mundo y a sentir una necesidad más profunda de la presencia de Dios en la vida terrena. Las desilusiones que ha experimentado en algunas circunstancias le han enseñado a depositar su confianza en Dios. La sabiduría que ha adquirido puede ser de gran utilidad no sólo para sus familiares, sino también para toda la comunidad cristiana.

3. Por otra parte la Iglesia recuerda que la Biblia presenta al anciano como el hombre de la sabiduría, del juicio, del discernimiento, del consejo (cf. Si Si 25,4-6). Por eso los autores sagrados recomiendan acudir a los ancianos, como leemos de manera especial en el libro del Sirácida (6, 34): "Acude a la reunión de los ancianos; ¿que hay un sabio?, júntate a él". La Iglesia repite también la doble amonestación: "No deshonres al hombre en su vejez, que entre nosotros también se llega a viejos" (Si 8,6); "no desprecies lo que cuentan los viejos, que ellos también han aprendido de sus padres" (Si 8,9). Asimismo, ve con admiración la tradición de Israel que recomendaba a las nuevas generaciones que escucharan a los ancianos: "Nuestros padres ?canta el salmo? nos han contado la obra que realizaste en sus días, en los años remotos" (Ps 44,2).

También el evangelio nos presenta el antiguo mandamiento de la ley: "Honra a tu padre y a tu madre" (Ex 20,12 cf. Dt 5,16) y Jesús atrae la atención hacia ese mismo mandamiento, cuando protesta contra los recursos que algunos empleaban para no cumplirlo (cf. Mc 7,9-13). En su tradición de magisterio y ministerio pastoral, la Iglesia siempre ha enseñado y exigido el respeto y el honor a los padres, así como la ayuda material en sus necesidades. Esta recomendación de respetar y ayudar, incluso materialmente, a los padres ancianos conserva todo su valor también en nuestra época. Hoy, más que nunca, el clima de solidaridad comunitaria, que debe reinar en la Iglesia, puede llevar a practicar la caridad filial, de modos antiguos y nuevos, como aplicación concreta de esa obligación.

4. En el ámbito de la comunidad cristiana, la Iglesia honra a los ancianos, reconociendo sus cualidades y capacidades e invitándolos a cumplir su misión, qué no sólo está vinculada a ciertos tiempos y condiciones de vida, sino que puede llevarse a cabo de formas diversas según las posibilidades de cada uno. Por eso, deben resistir a "la tentación de refugiarse nostálgicamente en un pasado que no volverá más, o de renunciar a comprometerse en el presente por las dificultades halladas en un mundo de continuas novedades" (Christifideles laici CL 48).

Incluso cuando les cueste comprender la evolución de la sociedad en que viven, los ancianos no deben encerrarse en un estado de aislamiento voluntario acompañado de pesimismo y rechazo de leer la realidad que progresa. Es importante que se esfuercen por mirar al futuro con confianza, sostenidos por la esperanza cristiana y la fe en el desarrollo de la gracia de Cristo que se difunde en el mundo.

54 5. A la luz de esta fe y con la fuerza de esta esperanza, los ancianos pueden descubrir mejor que están destinados a enriquecer a la Iglesia con sus cualidades y riquezas espirituales. En efecto, pueden brindar un testimonio de fe enriquecida por una larga experiencia de vida, un juicio lleno de sabiduría sobre las cosas y las situaciones del mundo, una visión más clara de las exigencias del amor recíproco entre los hombres, y una convicción más serena del amor divino que dirige cada existencia y toda la historia del mundo. Como ya prometía el Salmo 92 a los justos de Israel: "En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso, para proclamar que el Señor es justo" (vv. 15-16).

6. Por lo demás, un análisis sereno de la sociedad contemporánea puede ayudarnos a reconocer que favorece un nuevo desarrollo de la misión de los ancianos en la Iglesia (cf. Christifideles laici
CL 48). Hoy muchos ancianos conservan buenas condiciones de salud, o las recuperan con más facilidad que en otros tiempos. Por eso, pueden prestar servicio en las actividades de las parroquias o en otras obras.

De hecho, hay ancianos que resultan muy útiles donde pueden ejercitar sus competencias y sus posibilidades concretas. La edad no les impide dedicarse a las necesidades de las comunidades, por ejemplo, en el culto, en la visita a los enfermos o en la ayuda a los pobres. Y también cuando, al avanzar en edad, se ven obligados a reducir o suspender esas actividades, las personas ancianas conservan el compromiso de prestar a la Iglesia la contribución de su oración y de sus posibles achaques aceptados por amor al Señor.

Por último, en nuestra ancianidad, debemos recordar que, con las dificultades de salud y con el deterioro de nuestras fuerzas físicas, nos asociamos de forma particular a Cristo en su pasión y en su cruz. Se puede, por consiguiente, entrar cada vez más profundamente en el misterio del sacrificio redentor y dar el testimonio de la fe en ese misterio, del valor y la esperanza que ese misterio proporciona en las diversas dificultades y pruebas de la vejez. En la vida del anciano todo puede servir para completar su misión terrena. No hay nada inútil. Más aún, su cooperación, precisamente por ser oculta, es todavía más valiosa para la Iglesia (cf. Christifideles laici CL 48).

7. Debemos añadir que también la vejez es un don por el que hemos de dar gracias: un don para el mismo anciano, y un don para la sociedad y para la Iglesia. La vida es siempre un gran don. Más aún, para los fieles seguidores de Cristo se puede hablar de un carisma especial concedido al anciano para utilizar de modo adecuado sus talentos y sus fuerzas físicas, para su propia felicidad y para el bien de los demás.

Quiera el Señor conceder a todos nuestros hermanos ancianos el don del Espíritu que anunciaba e invocaba el salmista, cuando cantaba: "Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría... ¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo: 'Salud de mi rostro, Dios mío' " (Ps 43,3-5). ¡Cómo no recordar que en la versión griega que se suele llamar de los LXX, seguida por la Vulgata latina, el texto original hebreo del versículo 4 se interpretaba y traducía como invocación al Dios "que alegra mi juventud" (Deus, qui laetificat inventutem meam)! Los sacerdotes de más edad hemos repetido durante muchos años esas palabras del salmo que se rezaba al comienzo de la misa. Nada impide que en nuestras oraciones y aspiraciones personales, incluso durante nuestra ancianidad, continuemos invocando y alabando al Dios que alegra nuestra juventud y se suele llamar, con razón, una segunda juventud.

El Señor os bendiga a todos.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo muy cordialmente a los grupos de peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular a los fieles de las parroquias de San Francisco de Bilbao y de los Santos Juanes de Estivella, a la Cofradía de Jesús Nazareno de Úbeda, así como a los “ Misioneros de la Virgen Peregrina ” de Chile y al grupo de matrimonios de Nicaragua.

55 A todas las personas, familias y grupos provenientes de los diversos países de América Latina y de España les imparto con afecto la bendición apostólica.



Miércoles 14 de septiembre de 1994



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Como sabéis, el sábado y el domingo pasados tuve la alegría de ir a Croacia para visitar a la Iglesia de Zagreb, con ocasión del noveno centenario de la fundación de la archidiócesis. Esa visita, en el plan original, formaba parte de una peregrinación pastoral más amplia, que incluía también Belgrado y Sarajevo.

Doy gracias al Señor por el hecho de que me permitió proporcionar consuelo y aliento a todos los que trabajan por la paz en la zona de los Balcanes. Asimismo, deseo expresar de nuevo mi gratitud a cuantos me invitaron a visitar esa amada tierra, y de modo especial, al presidente, señor Franjo Tudjman, y al cardenal Franjo Kuharic, arzobispo de Zagreb. Doy las gracias, también, a todos los que han contribuido al éxito de la visita y a los numerosísimos fieles que, incluso a costa de grandes sacrificios, quisieron acudir al encuentro con el Sucesor de Pedro.

2. El pueblo croata fue el primer pueblo eslavo que tuvo contacto con el cristianismo: su evangelización, que comenzó en el siglo VII, corrió a cargo de misioneros enviados desde Roma, y contó con el benéfico influjo de los santos hermanos Cirilo y Medio, apóstoles de los eslavos. La nación croata entabló enseguida una singular relación de comunión con la Santa Sede, que se fue desarrollando y profundizando progresivamente a lo largo de los siglos. El Papa Juan X se dirigía al primer rey croata Tomislav (910-930), definiendo a sus súbditos hijos especialísimos de la santa Iglesia romana. En tiempos de la invasión otomana de Europa, León X otorgó a los croatas el título de scutum saldissimum et antemurale Christianitatis. Se trataba de un titulo que tenia su significado más profundo y verdadero en la historia de fe y de santidad que el pueblo croata ha sabido realizar, y que se ha manifestado también en los nueve siglos de vida de la Iglesia de Zagreb.

3. En nuestro siglo, Croacia se ha visto implicada en el drama que se abatió sobre los Balcanes, durante los años que mediaron entre los dos conflictos mundiales y, más tarde, después de la segunda guerra mundial, en las vicisitudes de la Federación yugoslava y de su crisis posterior.

Una figura eminente de la Iglesia croata en estos atribulados decenios ha sido el cardenal arzobispo de Zagreb Alojzije Stepinac, que dio un valeroso testimonio de adhesión al Evangelio y de fidelidad a la Sede apostólica. Pero no ha sido el único. Junto con él, muchos otros pastores, hasta nuestros días, han sabido compartir los sufrimientos del pueblo croata, manteniendo encendida en sus fieles la antorcha de la fe y de la esperanza.

Con ese mismo objetivo sigue trabajando también hoy la Iglesia que está en Croacia, en colaboración sincera con las demás comunidades cristianas y no cristianas, y con todas las personas de buena voluntad.

4. Amadísimos hermanos, esta visita ha sido la realización de un anhelo cultivado durante largo tiempo. Ha estado precedida por un intenso período de oración, marcado por numerosas iniciativas, entre las que cabe recordar la de "un millón de rosarios"por el éxito del viaje.

El momento culminante de la visita fue la celebración de la santa misa, en la que tomó parte una inmensa multitud de fieles, que con gran fervor oraban, cantaban e imploraban la bendición del Señor para poder afrontar las dificultades del momento actual y construir un futuro mejor.

56 El entusiasmo de los jóvenes fue para mí motivo de consuelo y esperanza. Os he comentado ya el hecho de que las nuevas generaciones están dispuestas a acoger y poner en práctica el mensaje de reconciliación que les he transmitido en nombre de Cristo. No puedo menos de recordar aquí el encuentro con los prófugos y peregrinos procedentes de 115 parroquias destruidas de Croacia, así como con los que acudieron desde Bosnia-Herzegovina, a quienes reafirmé mi firme intención de visitar Sarajevo, en cuanto las circunstancias me lo permitan.

Es importante seguir orando a Dios con insistencia y confianza por la paz en esa atormentada zona. Pero, como recordé con energía en Zagreb, también es preciso perdonar y pedir perdón, si se quiere obtener ese bien inestimable y dar comienzo a una nueva era de entendimiento mutuo y de prosperidad. A ese perdón nos ha de impulsar el hecho de que todos somos hijos del único Padre celestial, que no excluye a nadie de la ternura de su amor, por encima de la raza la cultura y la nacionalidad.

A todos os invito a uniros a mí en la oración a Dios por la amada Iglesia de Zagreb, por los habitantes de Croacia y en particular por las poblaciones de Sarajevo y de Bosnia-Herzegovina, a las que llevo muy dentro de mi corazón.

La Virgen santísima, Reina de la paz haga que llegue cuanto antes a toda la zona de los Balcanes el tiempo de la reconciliación y comience para todos la anhelada era de paz justa y duradera, en el respeto recíproco y la solidaridad.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora cordialmente a los diversos grupos y visitantes de lengua española.

En particular, a una delegación de la Escuela Penitenciaria argentina; a un grupo de notarios mexicanos y otros peregrinos; así como a los grupos españoles de Pamplona, Murcia, Castellón y del País vasco.

Saludo igualmente a los niños guatemaltecos, huéspedes del municipio italiano de Nepi.

Os invito a todos a pedir a la Santísima Virgen que alcance el deseado don de la paz en los Balcanes, para que se pueda trabajar solidariamente en su reconstrucción.

Como muestra de mi afecto, os imparto la bendición apostólica.





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Miércoles 21 de septiembre de 1994

Promoción del laicado cristiano hacia los tiempos nuevos

1. Una gran esperanza anima a la Iglesia en el umbral del tercer milenio de la era cristiana: se prepara a entrar en él con un firme compromiso de renovación de todas sus fuerzas, entre las que se encuentra el laicado cristiano.

El hecho de que los laicos han ido cobrando mayor conciencia de la misión que les corresponde en la vida de la Iglesia junto con un notable desarrollo de la eclesiología, es un dato positivo de la historia del último siglo. Antes, con demasiada frecuencia, a los laicos les parecía que la Iglesia se identificaba con la jerarquía, hasta el punto de que tenían más bien la actitud de quien debe recibir y no de quien está llamado a la acción y a una responsabilidad específica. Afortunadamente hoy muchos caen en la cuenta de que, junto con los que ejercen el sacerdocio ministerial, también los laicos son la Iglesia, y tienen tareas importantes en su vida y en su desarrollo.

2. Han sido los mismos pastores de la Iglesia quienes han invitado a los laicos a asumir sus responsabilidades. En particular, la promoción de la Acción católica por parte del Papa Pío XI abrió un capítulo decisivo en el desarrollo de la labor de los laicos en los campos religioso, social, cultural, político e incluso económico. La experiencia histórica y la profundización doctrinal de la Acción católica prepararon nuevas levas, abrieron nuevas perspectivas y encendieron nuevas antorchas. La jerarquía se mostró cada vez más favorable a la acción del laicado, hasta llegar a aquella especie de movilización apostólica solicitada varias veces por el Papa Pío XII, que en su mensaje pascual del año 1952 exhortaba e invitaba: "Al igual que los sacerdotes, han de hablar los laicos, que han aprendido a penetrar con la palabra y con el amor en las mentes y los corazones. Sí, penetrad, como portadores de vida, en todo lugar: en las fábricas, en las oficinas, en los campos; Cristo tiene derecho a entrar en todas partes" (cf. Discorsi e radiomessaggi di Sua Santità Pío XII, vol. XIV, p. 64). Con el impulso de los llamamientos de Pío XII se emprendieron muchas iniciativas de la Acción católica y de otras asociaciones y movimientos, que difundieron cada vez más la acción de los laicos cristianos en la Iglesia y en la sociedad.

Las intervenciones posteriores de los Papas y los obispos, especialmente en el concilio Vaticano II (cf. decreto Apostolicam actuositatem ), en los sínodos y en no pocos documentos después del Concilio, convalidaron y promovieron un creciente despertar de la conciencia eclesial de los laicos, que hoy nos permite esperar un crecimiento de la Iglesia.

3. Se puede hablar de una nueva vida laical, con un potencial humano inmenso, como de un hecho históricamente constatable y comprobable. El verdadero valor de esa vida proviene del Espíritu Santo, que difunde con abundancia sus dones en la Iglesia, como hizo, ya desde sus orígenes, el día de Pentecostés (cf. Ac 2,3-4 1Co 12,7 s). También en nuestros días vemos muchos signos y testimonios en personas, grupos y movimientos que se dedican generosamente al apostolado, y muestran que las maravillas de Pentecostés no han cesado, sino que se renuevan abundantemente en la Iglesia actual. No se puede por menos de constatar que, junto con un notable desarrollo de la doctrina de los carismas, se ha producido también un nuevo florecimiento de laicos comprometidos en la Iglesia: no es casual la simultaneidad de esos dos hechos. Todo es obra del Espíritu Santo, principio eficiente y vital de todo lo que en la vida cristiana es real y auténticamente evangélico.

4. Como sabemos, la acción del Espíritu Santo no se lleva a cabo sólo en los impulsos y en los dones carismáticos, sino también en la vida sacramental. E incluso en este aspecto se puede reconocer con alegría que hay muchas señales de progreso en la valoración de la vida sacramental de los laicos cristianos.

Existe una tendencia a apreciar más el bautismo como fuente de toda la vida cristiana. Es preciso seguir avanzando por ese camino, para descubrir y aprovechar cada vez más la riqueza de un sacramento cuyos efectos perduran a lo largo de toda la vida.

También conviene insistir aún más en el valor del sacramento de la confirmación, el cual, con un don especial del Espíritu Santo, confiere la capacidad de dar un testimonio adulto de la fe en Cristo y de asumir más consciente y deliberadamente la propia responsabilidad en la vida y en el apostolado de la Iglesia.

La valoración del sacramento del matrimonio es de suma importancia para la santificación de los mismos cónyuges y para la formación de hogares cristianos de los que depende el porvenir del pueblo de Dios y de toda la sociedad. Eso es lo que pretenden grupos y asociaciones que se esfuerzan por profundizar la espiritualidad conyugal. También por este camino conviene proseguir incansablemente.

58 La participación más intensa, consciente y activa de los laicos en la celebración eucarística permite constatar en las comunidades cristianas una gran afirmación del testimonio y del compromiso en el apostolado. Allí está y se encuentra siempre la fuente viva de la unión con Cristo, de la comunión eclesial y del impulso de la evangelización.

Tal vez, en los últimos años, se ha prestado menos atención al sacramento de la reconciliación. Es de desear que se intensifique el esfuerzo por promover su práctica, que no sólo proporciona la gracia de la curación espiritual, que viene de Dios, sino también un nuevo impulso en la vida interior, una nueva claridad de mente y un compromiso sincero en el servicio eclesial. De todos modos, no conviene olvidar que, en caso de culpa grave, la confesión sacramental es necesaria para acercarse a recibir la Eucaristía.

5. Como se puede deducir de estas breves alusiones a la situación del laicado en la Iglesia de hoy, la promoción del apostolado de los laicos exige un desarrollo proporcional de su formación (cf. Christifideles laici
CL 60). Principalmente se trata de cuidar su vida espiritual. Y a este respecto se nota con alegría que los laicos cada vez tienen más al alcance los medios necesarios para crecer en este aspecto: grupos de oración y de compromiso espiritual que existen en numerosas parroquias; reuniones para la lectura y el comentario de la palabra de Dios, conferencias sobre ascética y espiritualidad, días de retiro, y ejercicios espirituales. También las transmisiones religiosas por radio y televisión son un instrumento eficaz para enriquecer la fe y orientar al pueblo cristiano en la vida espiritual y en la práctica del culto.

6. En nuestro mundo, caracterizado por la difusión y el crecimiento del nivel de la cultura en los diversos sectores de la población, resulta cada vez más necesario impartir a los laicos comprometidos en las tareas eclesiales una buena formación doctrinal (cf. ib.). Aquí también se constata con satisfacción un notable progreso: muchos laicos tratan de asimilar mejor la doctrina de la fe. La multiplicación de los institutos de ciencias religiosas es notable. Los cursos y las conferencias de teología, que antes estaban reservados a quienes se preparaban para el sacerdocio, son cada vez más accesibles a los laicos. En esos cursos y conferencias participan no sólo las personas que deben adquirir alguna capacitación para la enseñanza de la religión, sino también muchos otros que desean adquirir una formación más completa, con la que enriquecerán a su familia, así corno a sus amigos y conocidos. Otro motivo de esperanza es el vivo interés con que ha sido acogido en todo el mundo el Catecismo de la Iglesia católica.

7. El progreso de la formación doctrinal de los laicos se ha llevado a cabo también en el sentido de un mejor conocimiento de la doctrina social de la Iglesia. Quienes, en los diversos niveles, se hallan comprometidos en la vida económica o política deben inspirarse al hacer sus programas de acción, en los principios de esta doctrina. Esperamos que continúe cada vez más el progreso alcanzado. Por desgracia, se conoce demasiado poco la doctrina social de la Iglesia. A los laicos cristianos de hoy, bien formados social y espiritualmente, corresponde encontrar las formas más convenientes de aplicación de los principios, contribuyendo así de forma eficaz a la edificación de una sociedad más justa y solidaria.

8. La promoción de la vida laical en la Iglesia, al tiempo que suscita un sentimiento de gratitud al Señor siempre maravilloso en sus dones, da también un impulso de nueva esperanza. Los laicos cristianos están participando de una forma cada vez más activa también en el esfuerzo misionero de la Iglesia. En su aportación generosa se fundan, en gran parte, las perspectivas de anuncio evangélico en el mundo de hoy. En los laicos se manifiesta, con todo su esplendor, el rostro del pueblo de Dios, pueblo en camino para la propia salvación y, precisamente por eso, comprometido en difundir la luz del Evangelio y en hacer que Cristo viva en la mente y en el corazón de sus hermanos. Estamos seguros de que el Espíritu Santo, que ha desarrollado la espiritualidad y la misión de los laicos en la Iglesia de hoy, continuará su acción para el mayor bien de la Iglesia de mañana y de siempre.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora cordialmente a los peregrinos y visitantes de lengua española; de modo particular al Señor Obispo de Ávila y a sus condiscípulos sacerdotes de Valencia, que celebran los 25 años de su ordenación; a los superiores y alumnos del Pontificio Colegio Mexicano de Roma; a los religiosos aquí presentes; a las diversas parroquias y grupos de España. Saludo igualmente a los empresarios de El Salvador; al coro venezolano “ Cecilio Acosta ” de Los Teques, así como al grupo argentino de Monte Buey.

Al agradecer a todos vuestra presencia aquí, os imparto con gran afecto la bendición apostólica.





Miércoles 28 de septiembre de 1994

La vida consagrada en la Iglesia

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1. En las catequesis eclesiológicas que estamos realizando desde hace algún tiempo, hemos presentado varias veces a la Iglesia como pueblo sacerdotal, es decir, compuesto de personas que participan en el sacerdocio de Cristo, como estado de consagración a Dios y ejercicio del culto perfecto y definitivo que él rinde al Padre en nombre de toda la humanidad. Eso se lleva a cabo gracias al bautismo que inserta al creyente en el Cuerpo místico de Cristo, capacitándolo ?casi ex officio y, podríamos decir, de modo institucional? para reproducir en sí mismo la condición de sacerdote y víctima (sacerdos et hostia) de la Cabeza (cf. santo Tomás, Summa Theol.,
III 63,3 in c. y ad 2; III 63,6).

Cualquier otro sacramento, y especialmente la confirmación, perfecciona ese estado espiritual del creyente, y el sacramento del orden confiere también el poder de actuar ministerialmente como instrumento de Cristo al anunciar la Palabra, al renovar el sacrificio de la cruz y al perdonar los pecados.

2. Para aclarar mejor esta consagración del pueblo de Dios, queremos ahora abordar otro capítulo fundamental de la eclesiología, al que en nuestro tiempo se ha prestado cada vez más importancia bajo el aspecto teológico y espiritual. Se trata de la vida consagrada, que muchos discípulos de Cristo abrazan como forma especialmente elevada, intensa y comprometida de vivir las exigencias del bautismo en el camino de una caridad eminente, fuente de perfección y de santidad.

El concilio Vaticano II, heredero de la tradición teológica y espiritual de dos milenios de cristianismo, ha puesto de relieve el valor de la vida consagrada, que ?conforme a las exhortaciones evangélicas? se concretiza en la práctica de «la castidad consagrada a Dios, la pobreza y la obediencia» que se llaman precisamente «consejos evangélicos» (cf. Lumen gentium LG 43). El Concilio los define una manifestación espontánea de la acción soberanía del Espíritu Santo, que desde el principio suscita un gran florecimiento de almas generosas, impulsadas por el deseo de perfección y de entrega por el bien de todo el cuerpo de Cristo (cf. Lumen gentium LG 43).

3. Se trata de experiencias individuales, que nunca han faltado y que siguen floreciendo también hoy en la Iglesia. Pero ya desde los primeros siglos se nota la tendencia a pasar del ejercicio personal y ?podemos decir? privado de los consejos evangélicos a una situación de reconocimiento público por parte de la Iglesia, tanto en la vida solitaria de los eremitas, como ?y cada vez más? en la formación de comunidades monásticas o de familias religiosas que buscan favorecer el logro de los objetivos de la vida consagrada: estabilidad, mejor formación doctrinal, obediencia, ayuda recíproca y progreso en la caridad.

Se presenta así, desde los primeros siglos y hasta nuestros días, «una maravillosa variedad de agrupaciones religiosas», en las que se manifiesta «la multiforme sabiduría de Dios» (cf. Perfectae caritatis PC 1), y se expresa la extraordinaria vitalidad de la Iglesia, dentro de la unidad del Cuerpo de Cristo, de acuerdo con las palabras de san Pablo: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo» (1Co 12,4). El Espíritu derrama sus dones en una gran multiplicidad de formas para enriquecer con ellas a su única Iglesia, que, en su variada belleza, despliega en la historia «la inescrutable riqueza de Cristo» (Ep 3,8), como manifiesta toda la creación «de muchas formas y en cada una de sus partes» (multipliciter et divisim), según dice santo Tomás (Summa Theol., I 47,1), lo que en Dios es absoluta unidad.

4. En cualquier caso se trata siempre de un don divino, fundamentalmente único, aún dentro de la multiplicidad y variedad de los dones espirituales, o carismas, concedidos a las personas y a las comunidades (cf. Summa Theol. II-II 103,2). En efecto, los carismas pueden ser individuales o colectivos. Los individuales están ampliamente repartidos en la Iglesia y con tal variedad de una persona a otra, que son difícilmente catalogables y exigen cada vez un discernimiento por parte de la Iglesia. Los colectivos, por lo general, se conceden a hombres y mujeres destinados a fundar obras eclesiales y especialmente institutos religiosos, los cuales reciben su caracterización de los carismas de los fundadores, viven y actúan bajo su influjo y, en la medida de su fidelidad, reciben nuevos dones y carismas para cada miembro y para el conjunto de la comunidad. Ésta puede hallar así nuevas formas de apostolado según las necesidades de los lugares y de los tiempos, sin romper la línea de continuidad y de desarrollo que parte del fundador, o recuperando fácilmente su identidad y dinamismo.

El Concilio observa que «la Iglesia recibió y aprobó de buen grado con su autoridad» las familias religiosas (Perfectae caritatis PC 1). De esa manera cumplía su misión con respecto a los carismas, pues a ella «compete ante todo no sofocar el Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno (cf. 1Th 5,19 1Th 5,21 cf. 1Th 5,12)» (Lumen gentium LG 12). Así se explica el hecho de que, por lo que respecta a los consejos evangélico, «la autoridad de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, se preocupó de interpretar estos consejos, de regular su práctica e incluso de fijar formas estables de vivirlos» (Lumen gentium LG 43).

5. Ahora bien, conviene recordar siempre que el estado de la vida consagrada no pertenece a la estructura jerárquica de la Iglesia. Lo advierte el Concilio: «Este estado, si se atiende a la constitución divina y jerárquica de la Iglesia, no es intermedio entre el de los clérigos y el de los laicos, sino que, de uno y otro, algunos cristianos son llamados por Dios para poseer un don particular en la vida de la Iglesia y para que contribuyan a la misión salvífica de ésta, cada uno según su modo» (Lumen gentium LG 43).

El Concilio, con todo, añade inmediatamente que el estado religioso «constituido por la profesión de los consejos evangélicos, aunque no pertenece a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, de manera indiscutible, a su vida y santidad» (Lumen gentium LG 44). Esa expresión ?de manera indiscutible? significa que ninguna de las turbulencias que puedan sacudir la vida de la Iglesia será capaz de eliminar la vida consagrada, caracterizada por la profesión de los consejos evangélicos. Este estado de vida permanecerá siempre como elemento esencial de la santidad de la Iglesia. Según el Concilio, se trata de una verdad incuestionable.

60 Sin embargo, dicho eso, es necesario precisar que ninguna forma particular de vida consagrada tiene la certeza de una duración perpetua. Cada una de las comunidades religiosas pueden desaparecer. Históricamente se puede constatar que de hecho algunas han dejado de existir, al igual que han desaparecido también algunas Iglesias particulares.Institutos que ya no son adaptados a su época, o que ya no cuentan con vocaciones, pueden verse obligados a cerrar o a unirse a otros. La garantía de duración perpetua hasta el fin del mundo, que ha sido dada a la Iglesia en su conjunto, no se ha prometido necesariamente a los institutos religiosos. La historia enseña que el carisma de la vida consagrada siempre está en movimiento, y se muestra capaz de encontrar, casi podríamos decir de inventar, dentro de la fidelidad al carisma de su fundador, nuevas formas, que respondan más directamente a las necesidades y a las aspiraciones de su tiempo. Pero también las comunidades ya existentes desde siglos están llamadas a adecuarse a estas necesidades y aspiraciones, para no autocondenarse a desaparecer.

6. Por lo demás, la conservación de la práctica de los consejos evangélicos, cualesquiera que sean las formas que pueda asumir, queda asegurada durante todo el curso de la historia, porque Jesucristo mismo la quiso y estableció como algo que pertenece definitivamente a la economía de la santidad de la Iglesia. La concepción de una Iglesia compuesta únicamente por laicos comprometidos en la vida del matrimonio y de las profesiones civiles no corresponde a las intenciones de Cristo, tal como las conocemos a través del Evangelio. Si contemplamos la historia e incluso la crónica, todo hace pensar que siempre habrá hombres y mujeres que sabrán entregarse totalmente a Cristo y a su reino, mediante el celibato, la pobreza y el seguimiento de una regla de vida. Éstos continuarán desempeñando en el futuro, como lo han hecho en el pasado, una función importante para la santificación de la comunidad cristiana y para su misión evangelizadora. Más aún hoy, más que nunca, el camino de los consejos evangélicos es una gran esperanza para el porvenir de la Iglesia.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo ahora saludar a los peregrinos y visitantes de lengua española.

A las religiosas de diversos institutos; a los grupos venidos desde Asturias, Jerez de la Frontera, Extremadura y Tenerife; a los componentes de la Asociación de Veteranos de las Líneas Aéreas “Iberia”.

Saludo igualmente a los peregrinos de Costa Rica; a los jubilados de Teléfonos de México y a otros peregrinos de ese País, así como a los distintos grupos procedentes de América Latina.

Al agradecer a todos vosotros vuestra presencia aquí, os imparto con gran afecto la bendición apostólica.






Audiencias 1994 53