Audiencias 1994 60

Octubre de 1994

Miércoles 5 de octubre de 1994

Desarrollo y tendencias de la vida consagrada en los tiempos recientes

61 1. La vida consagrada, que ha caracterizado el desarrollo de la Iglesia en los siglos, ha conocido y conoce diferentes manifestaciones. Hay que tener en cuenta esta multiplicidad al leer el capítulo que la constitución Lumen gentium dedica a la profesión de los consejos evangélicos. Éste lleva por título Los religiosos pero en el cuadro de sus consideraciones doctrinales y de sus intenciones pastorales entra la realidad mucho más amplia y diferenciada de la vida consagrada como se ha ido delineando en los tiempos recientes.

2. No son pocas las personas que también hoy eligen el camino de la vida consagrada en el ámbito de institutos o congregaciones religiosas que trabajan desde hace tiempo en la Iglesia, la cual continúa extrayendo de su presencia viva y fecunda siempre nuevas riquezas de vida espiritual.

Pero en la Iglesia existen hoy también nuevas agrupaciones visibles de personas consagradas, reconocidas y reguladas bajo el aspecto canónico. Tales son, ante todo, los institutos seculares, en los cuales según el Código de derecho canónico «los fieles, viviendo en el mundo, aspiran a la perfección de la caridad, y se dedican a procurar la santificación del mundo sobre todo desde dentro de él» (canon 710). Los miembros de dichos institutos asumen las obligaciones de los consejos evangélicos, pero armonizándolos con una vida empeñada en el mundo de las actividades y de las instituciones seculares. Desde hace muchos años, ya antes del Concilio, había habido algunos geniales pioneros de esta forma de vida consagrada más semejante ?exteriormente? a la de los seglares que a los religiosos. Para algunos esa opción podía depender de una necesidad, en el sentido de que ellos no habrían podido entrar en una comunidad religiosa a causa de ciertas obligaciones familiares o de ciertos obstáculos, pero para muchos era el compromiso por un ideal: conjugar una auténtica consagración a Dios con una existencia vivida, también ella por vocación, en las realidades del mundo. Es mérito del Papa Pío XII el haber reconocido la legitimidad de esta forma de consagración con la constitución apostólica Provida Mater Ecclesia (1947).

El Código de derecho canónico reconoce, además de los institutos seculares, las sociedades de vida apostólica, «cuyos miembros, sin votos religiosos, buscan el fin apostólico propio de la sociedad y, llevando vida fraterna en común, según el propio modo de vida, aspiran a la perfección de la caridad por la observancia de las constituciones» (canon 731). Entre estas sociedades que vienen asimiladas a los institutos de vida consagrada, existen algunas en las cuales los miembros se empeñan, por medio de un vínculo definido en las constituciones, a la práctica de los consejos evangélicos. También ésta es una forma de consagración.

3. En los tiempos más recientes ha aparecido un cierto número de movimientos o agrupaciones eclesiales.Hablé de ello con aprecio con ocasión de un congreso organizado por la Conferencia episcopal italiana sobre La comunidad cristiana y las asociaciones de los laicos: «El fenómeno de las agrupaciones eclesiales ?decía? es un dato que caracteriza el actual momento histórico de la Iglesia. Y se debe constatar, además, con verdadero consuelo, que la gama de estas agrupaciones cubre todo el arco de las modalidades de presencia del cristiano en la sociedad actual» (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de diciembre de 1984, p. 8). Como entonces, también ahora hago votos por que, para evitar el peligro de una cierta autocomplacencia por parte de quien tienda a absolutizar la propia experiencia, y de un aislamiento de la vida comunitaria de las Iglesias locales y de los pastores, dichas agrupaciones de laicos vivan «en la plena comunión eclesial con el obispo» (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de diciembre de 1984, p. 8).

Estos movimientos o agrupaciones aún formándose entre laicos, a menudo orientan a sus miembros ?o a una parte de ellos? hacia la práctica de los consejos evangélicos. En consecuencia, aunque se declaran laicos, dentro de ellos nacen grupos o comunidades de vida consagrada. Y además, esta forma de vida consagrada puede ir acompañada por una apertura al ministerio sacerdotal, cuando algunas comunidades acogen sacerdotes u orientan a jóvenes a la ordenación sacerdotal. Así sucede que algunos de estos movimientos lleven en sí la imagen de la Iglesia según las tres direcciones que puede tomar el desarrollo de su composición histórica: laicos, sacerdotes, almas consagradas en el ámbito de los consejos evangélicos.

4. Basta haber aludido a esta nueva realidad, sin poder describir de modo detallado los diversos movimientos, para poner de relieve más bien el significado de su presencia en la Iglesia de hoy.

Es importante reconocer en ellos un signo de los carismas que el Espíritu Santo otorga a la Iglesia de formas siempre nuevas, a veces imprevisibles. La experiencia de estos años nos permite afirmar que, en armonía con los fundamentos de fe, lejos de agotarse, la vida carismática halla en la Iglesia nuevas expresiones, especialmente en las formas de vida consagrada.

Un aspecto del todo particular ?y en cierto sentido nuevo? de esta experiencia es la importancia que generalmente tiene en ella el carácter laical. Es verdad que en torno a la palabra laico se puede dar algún malentendido, aún en campo religioso. Cuando los laicos se comprometen en el camino de los consejos evangélicos, sin duda entran en cierta medida en un estado de vida consagrada, muy diferente de la vida más común de los otros fieles, que eligen el camino del matrimonio y de las profesiones de orden profano. Sin embargo, los laicos consagrados pretenden conservar y consolidar su adhesión al título de laico, en cuanto que quieren ser y afirmarse como miembros del pueblo de Dios, de acuerdo con el origen del término laico (de laòs=pueblo), y dar testimonio de su pertenencia sin separarse de sus hermanos ni siquiera en la vida civil.

Tiene también gran importancia e interés la visión eclesial de los movimientos, en los cuales se manifiesta una decidida voluntad de vivir la vida de la Iglesia entera, como comunidad de seguidores de Cristo, y de reflejarla en la profunda unión y colaboración entre laicos, religiosos y sacerdotes en las opciones personales y en el apostolado.

Es verdad que estas tres características: o sea, la vitalidad carismática, la voluntad de testimoniar la pertenencia al pueblo de Dios, la exigencia de comunión de los consagrados con los laicos y los sacerdotes, son propiedades comunes a todas las formas de vida religiosa consagrada; pero no se puede dejar de reconocer que ellas se manifiestan más intensamente en los movimientos contemporáneos, que generalmente destacan por un profundo empeño de adhesión al misterio de la Iglesia y de cualificado servicio a su misión.

62 5. Además de los movimientos y comunidades de orientación laico-eclesial, debemos aludir ahora a otros tipos de comunidades recientes, que ponen el acento más en elementos tradicionales de la vida religiosa. Algunas de estas nuevas comunidades tienen una orientación propiamente monástica, con un notable desarrollo de la oración litúrgica; otras se insertan en la línea de la tradición canónica, que, junto a la más estrictamente monástica, ha estado muy viva en los siglos medievales, con especial cuidado de las parroquias y, posteriormente, del apostolado con un radio más amplio. Todavía más radical es hoy la nueva tendencia eremítica, con la fundación o el renacimiento de eremitorios de estilo antiguo y nuevo al mismo tiempo.

A quien mira superficialmente, algunas de estas formas de vida consagrada podrían parecer que están en discordancia con las orientaciones actuales de la vida eclesial. Pero en realidad la Iglesia ?que ciertamente necesita de consagrados que se dirijan más directamente hacia el mundo para evangelizarlo? tiene tanta y quizá más necesidad de los que buscan, cultivan y testimonian la presencia y la intimidad de Dios, también ellos con la intención de obtener la santificación de la humanidad. Son los dos aspectos de la vida consagrada que se manifiestan en Jesucristo, el cual iba hacia los hombres para llevarles luz y vida, pero por otra parte buscaba la soledad para dedicarse a la contemplación y a la oración. Ninguna de estas dos exigencias puede descuidarse en la vida actual de la Iglesia. Debemos estar agradecidos al Espíritu Santo que nos lo hace comprender incesantemente a través de los carismas que él distribuye con abundancia y las iniciativas a menudo sorprendentes, que él inspira.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo muy cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de los distintos países de América Latina y de España.

En particular, a los grupos provenientes de Castellón, Madrid, Bilbao y San Sebastián.

De Latinoamérica, a los peregrinos uruguayos que vienen acompañando una imagen de la “ Virgen de los Treinta y Tres ”, así como a los peregrinos llegados de Costa Rica, México, Guatemala, Argentina y otros países.

A todos imparto con gran afecto la bendición apostólica.



Miércoles 12 de octubre de 1994

Por el camino de la voluntad fundadora de Cristo

1. Lo que más importa en las antiguas y nuevas formas de vida consagrada es que en ellas se discierna la conformidad fundamental con la voluntad de Cristo, que instituyó los consejos evangélicos y, en ese sentido, fundó la vida religiosa y todo estado de consagración que se le asemeje. Como dice el concilio Vaticano II , los consejos evangélicos están «fundados en las palabras y ejemplos del Señor» (Lumen gentium LG 43).

63 Hubo quienes pusieron en duda esta fundación, considerando la vida consagrada como una institución puramente humana, que había nacido por la iniciativa de algunos cristianos que deseaban vivir más a fondo el ideal del Evangelio. Ahora bien, es verdad que Jesús no fundó directamente ninguna de las comunidades religiosas que han ido desarrollándose paulatinamente en la Iglesia, ni estableció tampoco formas particulares de vida consagrada. Pero lo que sí quiso instituir es el estado de vida consagrada, en su valor general y en sus elementos esenciales. No existe una prueba histórica que permita explicar ese estado mediante una iniciativa humana posterior, y tampoco resulta fácil considerar que la vida consagrada ?que ha desempeñado un papel tan importante en el desarrollo de la santidad y de la misión de la Iglesia? no tenga su origen en la voluntad fundadora de Cristo. Si analizamos bien los testimonios evangélicos, descubrimos que esa voluntad aparece allí de modo clarísimo.

2. El evangelio nos muestra que Jesús, desde el comienzo de su vida pública, llama a algunos hombres para que lo sigan. Esta llamada no se expresa necesariamente con palabras: puede realizarse simplemente mediante la fascinación que ejerce la personalidad de Jesús en las personas con quienes se encontraban, como en el caso de los dos primeros discípulos, según la narración del evangelio de Juan. Andrés y su compañero (que parece ser el mismo evangelista), que ya eran discípulos de Juan Bautista, se sienten fascinados y casi cautivados por aquel que se les presenta como «el cordero de Dios»; y enseguida lo siguen, sin que Jesús les haya dirigido ni siquiera una palabra. Cuando Jesús les pregunta: «¿Qué buscáis?», le responden con otra pregunta: «Maestro, ¿dónde vives?». Y entonces reciben la invitación que cambiará su vida: «Venid y lo veréis» (
Jn 1,38-39).

Pero, en general, la expresión más característica de la llamada es la palabra: «Sígueme» (Mt 8,22 Mt 9,9 Mt 19,21 Mc 2, 14, Mc 10,21 Lc 9,59 Lc 18,22 Jn 1,43 Jn 21,19). Esa palabra manifiesta la iniciativa de Jesús. Con anterioridad, quienes deseaban seguir la enseñanza de un maestro, elegían a la persona de la que querían convertirse en discípulos. Por el contrario, Jesús, con esa palabra: «Sígueme», muestra que es él quien elige a los que quiere tener como compañeros y discípulos. En efecto, más tarde dirá a los Apóstoles: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn 15,16).

En esta iniciativa de Jesús aparece una voluntad soberana, pero también un amor intenso. El relato de la llamada dirigida al joven rico permite vislumbrar ese amor. Allí se lee que, cuando el joven afirma haber cumplido los mandamientos de la ley desde su juventud, Jesús, «fijando en él su mirada, le amó» (Mc 10,21). Esa mirada penetrante, llena de amor, acompaña su invitación: «Anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme» (Mc 10,21). Este amor divino y humano de Jesús, tan ardiente que en un testigo de la escena quedó muy grabado, es el mismo que se repite en toda llamada a la entrega total de sí en la vida consagrada. Como he escrito en la exhortación apostólica Redemptionis donum: «En él se refleja el eterno amor del Padre, que “tanto amó... al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,16)» (n. 3).

3. También según el testimonio del evangelio, la llamada a seguir a Jesús implica exigencias muy amplias: el relato de la invitación al joven rico destaca la renuncia a los bienes materiales; en otros casos se subraya de modo más explícito la renuncia a la familia (cf., por ejemplo, Lc 9,59-60). Por lo general, seguir a Jesús significa renunciar a todo para unirse a él y acompañarlo por los caminos de su misión. Se trata de la renuncia que aceptaron los Apóstoles, como afirma Pedro: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mt 19,27). Precisamente al responder a Pedro Jesús indica la renuncia a los bienes humanos como elemento fundamental de su seguimiento (cf. Mt 19,29). El Antiguo Testamento nos muestra que Dios pedía a su pueblo que lo siguiera mediante el cumplimiento de los mandamientos, pero sin formular exigencias tan radicales. Por el contrario, Jesús manifiesta su soberanía divina exigiendo una entrega absoluta a su persona, hasta el desapego total de los bienes y de los afectos terrenos.

4. Sin embargo, conviene notar que, aún formulando las nuevas exigencias que implicaba la llamada a seguirlo, Jesús deja a los llamados la libertad de elegirlas. No son mandamientos, sino invitaciones o consejos. El amor con que Jesús llama al joven rico, no quita a éste el poder de decidir libremente, como lo muestra el hecho de que no quiere seguirlo, por preferir los bienes que posee. El evangelista Marcos comenta que el joven «se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes» (Mc 10,22). Jesús no lo condena por eso. Pero, a su vez, observa con cierta aflicción que a los ricos les resulta difícil entrar en el reino de los cielos, y que sólo Dios puede llevar a cabo ciertos desapegos, ciertas liberaciones interiores, que permitan responder a su llamada (cf. Mc 10,23-27).

5. Por otra parte, Jesús asegura que las renuncias que exige la llamada a seguirlo obtienen su recompensa, un «tesoro en los cielos», o sea, una abundancia de bienes espirituales. Promete incluso la vida eterna en el futuro, y el ciento por uno en esta vida (cf. Mt 19,29). Ese ciento por uno se refiere a una calidad de vida superior, a una felicidad más alta. La experiencia nos enseña que la vida consagrada, según el designio de Jesús, es una vida profundamente feliz. Esa felicidad se mide en relación con la fidelidad al designio de Jesús, a pesar de que, según la alusión que hace Marcos en el mismo episodio a las persecuciones (cf. Mc 10,10), el ciento por uno no elimina la necesidad de asociarse a la cruz de Cristo.

6. Jesús llamó también a algunas mujeres para que lo siguieran. El evangelio nos dice que un grupo de mujeres acompañaba a Jesús, y que esas mujeres eran numerosas (cf. Lc 8,1-3 Mt 27,55 Mc 15,40-41). Se trataba de una gran novedad en relación con las costumbres judías: sólo la voluntad innovadora de Jesús, que incluía la promoción y, en cierto modo, la liberación de la mujer, puede explicar ese hecho. Los evangelios no nos relatan la vocación de ninguna mujer; pero la presencia de numerosas mujeres con los Doce junto a Jesús supone su llamada, su elección, silenciosa o explícita.

De hecho, Jesús muestra que el estado de vida consagrada, que consiste en seguirlo, no está unido necesariamente al ministerio sacerdotal, y que ese estado concierne tanto a las mujeres como a los hombres, cada uno en su campo y con la función que le asigna la llamada divina. En el grupo de mujeres que seguían a Jesús se puede vislumbrar el anuncio y, más aún, el núcleo inicial del gran número de mujeres que se comprometerán en la vida religiosa o en otras formas de vida consagrada, a lo largo de los siglos de la Iglesia, hasta hoy. Esto vale para las consagradas, pero también para tantas otras hermanas nuestras que siguen, mediante formas nuevas, el ejemplo auténtico de la colaboradoras de Jesús: por ejemplo, como voluntarias seglares en numerosa obras de apostolado y en diversos ministerios y oficios de la Iglesia.

7. Quiero concluir esta catequesis reconociendo que Jesús, al haber invitado a algunos hombres y a algunas mujeres a abandonarlo todo para seguirlo, inauguró un estado de vida que ha ido desarrollándose poco a poco en su Iglesia, en las diferentes formas de vida consagrada, concretada en la vida religiosa y también ?para los elegidos por Dios? en el sacerdocio. Desde los tiempos evangélicos hasta hoy ha seguido actuando la voluntad fundadora de Cristo, que se manifiesta en esa hermosísima y santísima invitación dirigida a tantas almas: «¡Sígueme!».

Saludos

64 Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora cordialmente a los peregrinos de lengua española.

En primer lugar, al numeroso grupo que participa en el Tercer Congreso de la Unión Iberoamericana de Padres de Familia; al grupo de peregrinos de Puerto Rico, así como a los peregrinos mexicanos de Monterrey.

Saludo igualmente a los diversos grupos de América Latina y de España. Con el grato recuerdo de la Jornada Mundial de la Familia, invoco sobre todos vosotros la constante protección de la Sagrada Familia de Nazaret y os invito a promover en vuestro propio ambiente los valores perennes de la institución familiar.

Con gran afecto os imparto la bendición apostólica



Miércoles 19 de octubre de 1994

La promoción de las vocaciones a la vida consagrada

1. Al tratar de la fundación de la vida consagrada por parte de Jesucristo, hemos recordado las llamadas que realizó desde el comienzo de su vida pública, explicitadas generalmente con la palabra: Sígueme. Su solicitud al hacer esos llamamientos, muestra que atribuía gran importancia para la vida de la Iglesia a ese seguimiento evangélico. Jesús vinculaba ese seguimiento con los consejos de vida consagrada, deseando que, mediante ellos, sus discípulos llegaran a conformarse con él, conformación que constituye la esencia de la santidad evangélica (cf. Veritatis splendor VS 21). De hecho, la historia testimonia que las personas consagradas ?sacerdotes, religiosos, religiosas y miembros de otros institutos y movimientos análogos? han desempeñado un papel esencial en la expansión de la Iglesia, así como en los progresos de su santidad y de su caridad.

En la Iglesia de hoy las vocaciones a la vida consagrada no tienen menos importancia que en los siglos pasados. Por desgracia, en muchos lugares se constata que su número no basta para responder a las necesidades de las comunidades y de su apostolado. No es exagerado afirmar que para algunos institutos ese problema se plantea de modo tan dramático, que pone en peligro su supervivencia. Aunque no queramos compartir las previsiones pesimistas para un futuro no lejano, ya hoy se comprueba que, por falta de personal, algunas comunidades se han visto obligadas a renunciar a obras destinadas normalmente a producir abundantes frutos espirituales, y que, en general, a causa de la disminución de las vocaciones se reduce la presencia activa de la Iglesia en la sociedad, con notables daños en todos los campos.

La actual escasez de vocaciones en algunas zonas del mundo constituye un desafío que hay que afrontar con decisión y valentía, con la certeza de que Jesucristo, que durante su vida terrena lanzó tantos llamamientos a la vida consagrada, sigue dirigiéndolos aún en el mundo actual, y obtiene a menudo respuestas generosas de adhesión, como muestra la experiencia diaria. Dado que conoce las necesidades de la Iglesia, no cesa de dirigir su invitación: Sígueme, en especial a los jóvenes, a quienes su gracia hace sensibles ante el ideal de una vida entregada plenamente.

2. Por lo demás, la falta de obreros para la mies de Dios constituía, ya en los tiempos evangélicos, un desafío para Jesús mismo. Su ejemplo nos permite comprender que el número demasiado escaso de consagrados es una situación inherente a la condición del mundo, y no sólo un hecho accidental debido a las circunstancias actuales. El Evangelio nos muestra que Jesús, recorriendo ciudades y aldeas, sentía compasión por las muchedumbres, porque «estaban fatigados y decaídos, como ovejas sin pastor» (Mt 9,36). Procuraba aliviar esa situación, brindando su enseñanza a la muchedumbre (cf. Mc 6,34), pero quería que sus discípulos participaran en la solución de ese problema, invitándolos, ante todo, a la oración: «Rogad [...] al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9,38). Según el contexto, esta oración está destinada a asegurar a la gente un número mayor de pastores.Pero la expresión «obreros de la mies» puede tener un sentido más amplio, designando a todos los que trabajan por el desarrollo de la Iglesia. En ese caso, la oración quiere obtener también un número mayor de consagrados.

65 3. El acento que se pone en la oración es sorprendente. Dada la iniciativa soberana de Dios en las llamadas, se podría pensar que sólo el Dueño de la mies, independientemente de cualquier otra intervención o colaboración, debe proveer al número de los obreros. Por el contrario, Jesús insiste en la cooperación y la responsabilidad de sus seguidores. También a nosotros, hombres de hoy, nos enseña que podemos y debemos influir con la oración en el número de las vocaciones. El Padre acoge esa oración, porque la desea y la espera, y él mismo la hace eficaz. En los tiempos y lugares donde es más grave la crisis de las vocaciones, mayor será la necesidad de esa oración. Pero debe subir al cielo en todo tiempo y lugar. Por tanto, toda la Iglesia y todos los cristianos tienen siempre una responsabilidad en este campo.

La oración debe ir acompañada por la promoción a fin de que aumenten las respuestas a la llamada divina. También en esto el Evangelio nos proporciona el primer modelo. Después de su primer contacto con Jesús, Andrés le lleva a su hermano Simón (cf.
Jn 1,42). Desde luego, Jesús es quien se muestra soberano en la llamada dirigida a Simón, pero Andrés, por iniciativa suya, desempeñó un papel decisivo en el encuentro de Simón con el Maestro: «Éste es el núcleo de toda la pastoral vocacional de la Iglesia» (Pastores dabo vobis PDV 38).

4. La promoción de las vocaciones puede realizarse mediante iniciativas individuales como la de Andrés, o mediante actividades colectivas, como sucede en muchas diócesis, en las que se ha desarrollado la pastoral de las vocaciones. Esta promoción vocacional no busca en absoluto limitar la libertad de elección que cada uno tiene con respecto a la orientación de su propia vida. De aquí que la promoción evite toda forma de coacción o de presión sobre la decisión de cada uno. Pero quiere iluminar a todos en su elección, y mostrar a cada uno en particular el camino abierto en su vida por el sígueme del Evangelio. Los jóvenes, sobre todo, necesitan y tienen derecho a recibir esa luz. Por otra parte, no cabe duda de que es preciso cultivar y reforzar las semillas de la vocación, especialmente en los jóvenes. La vocación debe desarrollarse y crecer: esto sólo sucede, por lo general, cuando se garantizan condiciones favorables para ese desarrollo y ese crecimiento. Este es el objetivo de las instituciones para las vocaciones y de las diversas iniciativas, reuniones, retiros, grupos de oración, etc., que promueve la Obra de las vocaciones. Nunca será suficiente lo que se haga en favor de la pastoral de las vocaciones, aunque toda iniciativa humana debe emprenderse siempre con la convicción de que, en definitiva, la soberanía divina es la que decide sobre la llamada de cada uno.

5. Una forma fundamental de colaboración es el testimonio de los mismos consagrados, que ejerce una atracción eficaz y saludable. La experiencia muestra que, frecuentemente, el ejemplo de un religioso o de una religiosa actúa de modo decisivo en la orientación de una personalidad joven, que, en su fidelidad, coherencia y alegría, descubre la concreción de un ideal de vida. En especial, las comunidades religiosas no pueden atraer a los jóvenes, si no es mediante un testimonio colectivo de consagración auténtica, vivida en la alegría de la entrega personal a Cristo y a los hermanos.

6. Por último, hay que destacar la importancia de la familia como ambiente de vida cristiana en el que la vocación puede desarrollarse y crecer. Invito, una vez más, a los padres cristianos a orar para obtener que Cristo llame a alguno de sus hijos a la vida consagrada. A los padres cristianos corresponde formar una familia en la que se aprecien, se cultiven y se vivan los valores evangélicos, y en la que una vida cristiana auténtica pueda elevar las aspiraciones de los jóvenes. Gracias a esas familias la Iglesia seguirá siendo generadora de vocaciones. Por eso, pide a las familias que colaboren en la respuesta al Dueño de la mies, que a todos nos exige el esfuerzo por enviar nuevos obreros a su mies.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora cordialmente a los peregrinos de lengua española presentes en esta Audiencia. En particular, a las Antiguas Alumnas del Sagrado Corazón, del colegio madrileño de Chamartín y del de la Coruña.

Saludo también a los diversos grupos latinoamericanos de México, Argentina y Colombia.

Al exhortaros a todos a colaborar en la promoción de las vocaciones a la vida consagrada, os imparto con afecto mi bendición apostólica.



Miércoles 26 de octubre de 1994

Las dimensiones de la vida consagrada

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1. Varias veces, en las catequesis anteriores, he hablado de los «consejos evangélicos», que en la vida consagrada se traducen en los «votos» ?o al menos compromisos? de castidad, pobreza y obediencia. Adquieren su pleno significado en el contexto de una vida totalmente dedicada a Dios, en comunión con Cristo. El adverbio «totalmente» (totaliter), que utiliza santo Tomás de Aquino para especificar el valor esencial de la vida religiosa, es muy expresivo. «La religión es la virtud por la cual se ofrece algo para el culto y el servicio de Dios. Por eso se llaman religiosos por antonomasia aquellos que se consagran totalmente al servicio divino, ofreciéndose a Dios como holocausto» (Summa Theol.,
II-II 186,1). Es un concepto tomado de la tradición de los Padres, especialmente de san Jerónimo (cf. Epist. 125. ad Rusticum) y de san Gregorio Magno (cf. Super Ezech., hom. 20). El concilio Vaticano II, que cita a santo Tomás de Aquino, hace suya esta doctrina y habla de la «consagración a Dios», íntima y perfecta, que como desarrollo de la consagración bautismal se realiza en el estado religioso mediante los vínculos de los consejos evangélicos (cf. Lumen gentium LG 44).

2. Adviértase que en esta consagración no es el compromiso humano lo que tiene la prioridad. La iniciativa viene de Cristo, que pide un pacto de libre consentimiento cuando se le sigue. Es él quien, tomando posesión de la persona humana, la «consagra».

Según el Antiguo Testamento, Dios mismo consagraba a las personas o las cosas, comunicándoles de algún modo su propia santidad. Esto no hay que entenderlo en el sentido de que Dios santificase internamente a las personas, y mucho menos las cosas, sino en el sentido de que tomaba posesión de ellas y las reservaba para su servicio directo. Los objetos «sagrados» estaban destinados al culto de Señor, y por eso podían servir sólo en el ámbito del templo y del culto, no para que era profano.Este era el carácter sagrado atribuido a las cosas, que no podían tocar manos profanas (por ejemplo, el Arca de la alianza, o los cálices del templo de Jerusalén, profanados ?como se lee EN 1 M 1, 22 ? por Antíoco Epífanes). A su vez, el pueblo de Israel fue «santo» como «propiedad del Señor» (segullah=el tesoro personal del soberano), y por eso tenía un carácter sagrado (cf. Ex 19,5 Dt 7,6 Ps 135, 4, etc. ). Para dirigir su palabra a esta «segullah» Dios se elegía «portavoces», «hombres de Dios», «profetas», que debían hablar en su nombre. Él los santificaba (moralmente) mediante la relación de confianza y especial amistad que les reservaba, hasta el punto de que algunos de esos personajes eran calificados como «amigos de Dios» (cf. Sb Sg 7,27 Is 41,8 Jc 2,23).

Pero no existía persona o medio o instrumento institucional que pudiese transmitir por fuerza intrínseca a los hombres, aún a los más disponibles, la santidad de Dios. Esta sería la gran novedad del bautismo cristiano, por medio del cual los creyentes tienen «el corazón purificado (He 10,22), y están interiormente «lavados... santificados... justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1Co 6,11).

3. Elemento esencial de la Ley evangélica es la gracia, que es una fuerza de vida justificante y salvífica, como explica santo Tomás (cf. Summa Theol., I-II 106,2), siguiendo a san Agustín (cf. De spiritu et littera, c. 17). Cristo toma posesión de la persona desde dentro ya con el bautismo, en el que comienza su acción santificadora, «consagrándola» y suscitando en ella la exigencia de una respuesta que él mismo hace posible con su gracia en la medida de la capacidad físico-psíquica, espiritual y moral del sujeto. El dominio soberano que ejerce la gracia de Cristo en la consagración no disminuye en absoluto la libertad de las respuesta a la llamada, ni el valor y la importancia del compromiso humano. Eso resulta especialmente evidente en la llamada a la práctica de los consejos evangélicos. La invitación de Cristo va acompañada de una gracia que eleva a la persona humana, dotándola de capacidades de orden superior para seguir esos consejos. Esto significa que en la vida consagrada existe un desarrollo de la misma personalidad humana, no frustrada sino elevada y valorizada por el don divino.

4. El hombre que acepta el llamamiento y sigue los consejos evangélicos cumple un acto fundamental de amor a Dios, como se lee en la constitución Lumen gentium (LG 44) del concilio Vaticano II. Los votos religiosos tienen la finalidad de realizar un vértice de amor: de un amor completo, dedicado a Cristo bajo el impulso del Espíritu Santo y ofrecido al Padre por medio de Cristo. De ahí el valor de oblación y de consagración de la profesión religiosa, que en la tradición cristiana oriental y occidental es considerada como un baptismus flaminis, en cuanto que «el corazón de un hombre es impulsado por el Espíritu Santo a creer en Dios, a amarlo y a arrepentirse de sus pecados» (Summa Theol., III 66,11).

He expuesto esta idea de un bautismo casi nuevo en la exhortación Redemptionis donum: «La profesión religiosa - escribí allí -, sobre la base sacramental del bautismo en la que está fundamentada, es una nueva “sepultura en la muerte de Cristo”; nueva, mediante la conciencia y la opción; nueva, mediante el amor y la vocación; nueva, mediante la incesante “conversión”. Tal “sepultura en la muerte” hace que el hombre, “sepultado con Cristo”, viva como Cristo en una “vida nueva”. En Cristo crucificado encuentran su fundamento último tanto la consagración bautismal como la profesión de los consejos evangélicos, la cual ?según las palabras del Vaticano II? “constituye una especial consagración”. Esta es a la vez muerte y liberación. San Pablo escribe: “consideraos muertos al pecado”, al mismo tiempo, sin embargo, llama a esta muerte “liberación de la esclavitud del pecado”. Pero sobre todo la consagración religiosa constituye, sobre la base sacramental del bautismo, una nueva vida “por Dios en Jesucristo”» (n. 7).

5. Esta vida es tanto más perfecta y recoge más abundantes los frutos de la gracia bautismal (cf. Lumen gentium LG 44), en cuanto que la íntima unión con Cristo, adquirida en el bautismo, se desarrolla en una unión más completa. En efecto, el mandamiento de amar a Dios con todo el corazón, que se impone a los bautizados, se observa en plenitud con el amor dedicado a Dios mediante los consejos evangélicos. Es una «peculiar consagración» (Perfectae caritatis PC 5); una consagración más íntima al servicio divino «por un título nuevo y especial» (Lumen gentium LG 44); una consagración nueva, que no se puede considerar una implicación o una consecuencia lógica del bautismo. El bautismo no implica necesariamente una orientación hacia el celibato y la renuncia a la posesión de los bienes en la forma de los consejos evangélicos. En la consagración religiosa, en cambio, se trata de la llamada a una vida que conlleva el don de un carisma original no concedido a todos, como afirma Jesús cuando habla de celibato voluntario (cf. Mt 19,10-12). Es, pues, un acto soberano de Dios, que libremente elige, llama, abre un camino, vinculado sin duda a la consagración bautismal, pero distinto de ella.

6. De modo análogo, se puede decir que la profesión de los consejos evangélicos desarrolla ulteriormente la consagración realizada en el sacramento de la confirmación. Es un nuevo don del Espíritu Santo, conferido para una vida cristiana activa en un compromiso más íntimo de colaboración y servicio a la Iglesia para producir, con los consejos evangélicos, nuevos frutos de santidad y de apostolado, más allá de las exigencias de la consagración de la confirmación. También el sacramento de la confirmación ?y el carácter de la militancia cristiana y del apostolado cristiano que conlleva? está en la raíz de la vida consagrada.

En este sentido es justo ver los efectos del bautismo y de la confirmación en la consagración que implica la aceptación de los consejos evangélicos y encuadrar la vida religiosa, que por su naturaleza es carismática, en la economía sacramental. En esta línea, se puede también observar que, para los religiosos sacerdotes, también el sacramento del orden produce sus frutos en la práctica de los consejos evangélicos, incluyendo la exigencia de una pertenencia más íntima al Señor. Los votos de castidad, pobreza y obediencia tienden a realizar concretamente esta pertenencia.

67 7. El vínculo de los consejos evangélicos con los sacramentos del bautismo, de la confirmación y del orden, sirve par mostrar el valor esencial que representa la vida consagrada para el desarrollo de la santidad de la Iglesia. Y por eso deseo concluir con la invitación a orar ?orar mucho? para obtener que el Señor conceda cada vez más el don de la vida consagrada a la Iglesia que él mismo ha querido e instituido como «santa».

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo con gran afecto a todos los peregrinos presentes de lengua española.

De forma especial a los Jefes y Alumnos de la Escuela Superior de la Gendarmería Argentina, que visitan el Vaticano por primera vez. También a los fieles de las Parroquias de San Juan Evangelista y de San Miguel, de Madrid. A todos os deseo que vuestra visita a Roma sea un momento de gracia.

A las personas, familias y grupos provenientes de los diversos países de América Latina y de España imparto de corazón la bendición apostólica.




Audiencias 1994 60