Discursos 1992 53


£[32] N. 41.

£[33] N. 628.

[34] Carta Apostólica Los Caminos del Evangelio, 20.

[35] Redemptor hominis, 14.

[36] Cf. Evangelii nuntiandi, nn. 29-39.

[37] Cf. Lc10, 25-37.

[38] Sant 2, 15-16.

[39] Sollicitudo rei socialis, 41

[40] Centesimus annus, 5.

[41] Cf. nn. 43, 45.

[42] Cf. Laborem exercens, 18.

54 [43] Cf. Gaudium et spes, 26.

[44] Centesimus annus, 60.

[45] Cf. Laborem exercens, 16; Centesimus annus, 14.

[46] Discurso a los Cardenales y Prelados de la Curia Romana, 21 de diciembre de 1984, 9.

[47] Puebla, 1145.

[48] Libertatis nuntius, 1984; Libertatis conscientia, 1986.

[49] Cf. n. 1265.

[50] Centesimus annus, n. 39.

[51] Familiaris consortio, 86.

[52] Apostolicam actuositatem, 11.

[53] Cf. Familiaris consortio, 86.

55 [54] Mt 19, 14.

[55] 2Tim 1, 6.

[56] Redemptoris missio, 58.

[57] Cf. Ibíd.

[58] Cf. Discurso a los intelectuales y al mundo universitario, Medellín, 5 de julio de 1986, 2.

[59] Cf. Ángelus, 28 de junio de 1992.

[60] Cf. Redemptoris missio, 52.

[61] Cf. Discurso al Pont. Consejo para la Cultura, 18 de enero de 1983.

[62] Evangelii nuntiandi, 20.

[63] Cf. Redemptor hominis, 14.

[64] Jn 4,23.

56 [65] Redemptoris missio, 5.

[66] Discurso al mundo de la cultura, Lima, 15 de mayo de 1988, 5.

[67] Cf. Redemptoris missio, 46.

[68] Ibíd., 52.

[69] Evangelii nuntiandi, 45.

[70] Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunos aspectos relativos al uso de los instrumentos de comunicación social en la promoción de la doctrina de la fe, 30 de marzo de 1992, 15, 2.

[71] Gaudium et spes, 69.

[72] Cf. Mensaje para la XXV Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1992.

[73] Cf. Redemptoris missio, 52.

[74] Cf. Lc 10, 2; Mc 4, 20.

[75] Cf. Gaudium et spes, 2.

57 [76] Cf. 1Ped 3, 15.

[77] Cf. Carta da Congregação para a Doutrina da Fé sobre alguns aspectos da Igreja entendida como Comunhão, 14.

[78] Cf. Evangelii nuntiandi, 58; Puebla, 640-642.

[79] 12 de diciembre de 1989.


£[80] N. 64.

[81] Cf. Carta Apostólica Mulieris dignitatem.

[82] Cf. Carta Apostólica Salvifici doloris, sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, 11 de febrero de 1984.

[83] Cf. Mensajes al III y IV Congresos Misioneros Latinoamericanos, Santafé de Bogotá 1987 y Lima 1991.

[84] Redemptoris missio, 3.

[85] Ibíd., 2.

[86] Act 20, 28.

[87] Cf. Christus Dominus, 11.

58 [88] Cf. Redemptoris missio, 42-43.

[89] Cf. Jn 17, 23.

[90] Cf. Mt 18, 20.

[91] Lc 1, 45.

[92] Ibíd 1. 48.

[93] Ibíd.

[94] Cf. Sal 94, 7.11.







VIAJE APOSTÓLICO A SANTO DOMINGO


A REPRESENTANTES DE VARIAS ETNIAS INDÍGENAS


DEL CONTINENTE


Nunciatura apostólica en Santo Domingo

Martes 13 de octubre de 1992



Es para mí motivo de particular gozo daros mi más cordial y afectuosa bienvenida, representantes de diversas etnias indígenas del continente americano, que habéis querido venir a Santo Domingo para tener este encuentro con el Papa.

Mi ferviente deseo era el de celebrar el V Centenario de la llegada del Evangelio al Nuevo Mundo reunido con multitud de hermanos y hermanas indígenas en Yucatán, cuna de gloriosas civilizaciones de vuestros antepasados. Pero por razones que os son bien conocidas, ha sido necesario reducir los actos de la programación inicial, confiando que el Señor me permita en un futuro no lejano poder encontrarme con los hijos e hijas de los nobles pueblos indígenas para, juntos, celebrar una vez más la fe cristiana que inspira a vuestras comunidades y alienta vuestros esfuerzos por lograr condiciones de vida más digna y justa.

59 En esta tierra, donde fue plantada la cruz de Cristo hace ahora cinco siglos, os hago entrega del Mensaje de paz y amor que dirijo a todas las personas y grupos étnicos amerindios. Sed, pues, portadores de mis palabras de aliento y del profundo afecto que siento por todos los hermanos y hermanas indígenas, a quienes encomiendo a la maternal protección de Nuestra Señora de Guadalupe para que la efemérides que conmemoramos les corrobore en su fe cristiana y sostenga sus legítimas aspiraciones por conseguir el puesto que les corresponde en la sociedad y en la Iglesia.

A los aquí presentes, a vuestras familias, a vuestros pueblos y Naciones bendigo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.







VIAJE APOSTÓLICO A SANTO DOMINGO


A REPRESENTANTES DE LAS COMUNIDADES AFROAMERICANAS


Nunciatura apostólica en Santo Domingo

Martes 13 de octubre de 1992



Amadísimos hermanos y hermanas:

Me es muy grato poder tener este encuentro con vosotros, representantes de las comunidades afroamericanas de este continente, con motivo de cumplirse el V Centenario de la llegada del Evangelio.

Como bien sabéis, era mi ferviente deseo haber tenido una celebración litúrgica especialmente dedicada a los descendientes de aquellos hombres y mujeres que, tras el descubrimiento de América, fueron forzados a abandonar el continente africano y trasladados a las nuevas tierras.

Por vuestro medio, deseo hacer llegar mi Mensaje de saludo y aliento a todas las personas y comunidades afroamericanas del Nuevo Mundo, en especial a los hijos e hijas de la Iglesia católica, que en acción de gracias a Dios, conmemora los quinientos años de presencia de la fe cristiana en el continente de la esperanza.

Os agradezco vivamente vuestra visita y os ruego que, junto con mi palabra, seáis portadores de mi saludo entrañable a vuestras familias y comunidades en todo el Caribe, en Brasil, en las costas atlántica y pacífica, en todo el continente. Decidles que el Papa les ama y que quiere estar cercano a quienes más lo necesitan: a los pobres, a los enfermos, a cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu.

Sed en todo momento fieles a la Iglesia de Cristo, al mandamiento del amor fraterno. Que en vuestras manifestaciones de religiosidad y piedad popular, plenamente inculturadas en vuestra idiosincrasia, resplandezca siempre la vitalidad del mensaje cristiano, la pureza de su doctrina, la devoción eucarística y mariana. Todo ello será garantía de profunda y sólida vida cristiana y os defenderá también del proselitismo de las sectas.

Mientras encomiendo a todos a la maternal protección de la Santísima Virgen, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.









VIAJE APOSTÓLICO A SANTO DOMINGO

CEREMONIA DE DESPEDIDA


60

Aeropuerto internacional Las Américas de Santo Domingo

Miércoles 14 de octubre de 1992



Señor Presidente,
amados hermanos en el episcopado,
autoridades,
queridos hijos e hijas de la República Dominicana:

1. Llega ya a su fin mi visita pastoral que, en el nombre del Señor, he tenido el gozo de realizar, cumpliendo así mi ferviente deseo de asociarme, desde este pórtico de las Américas, a las celebraciones del V Centenario de la Evangelización del Nuevo Mundo.

En estos momentos de despedida mi pensamiento hecho plegaria se dirige a Dios, rico en misericordia, que me ha concedido la gracia de compartir estas jornadas de intensa comunión y esperanza, durante las cuales he tenido ocasión de sentir la presencia y cercanía de los pueblos de América Latina, que agradecen profundamente al Señor de la historia el don de la fe y el haber sido escogidos para formar parte de su Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica.

Doy las gracias al Señor Presidente de la República y a todas la Autoridades, que tanto han cooperado para el buen desarrollo de mi vi sita pastoral, dándome en todo momento muestras de exquisita cortesía.

Expreso viva gratitud a mis Hermanos Obispos de esta Nación, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, así como a tantos laicos que, con no poco esfuerzo y sacrificio, han contribuido eficaz e ilusionadamente a la preparación y realización de las diversas celebraciones. Agradezco también a los numerosos voluntarios y voluntarias que, con tanta generosidad, han contribuido al buen desarrollo de la visita. Igualmente saludo con gratitud a los medios de comunicación social por su dedicación y buenos servicios. Por causas bien conocidas, y ajenas a mi voluntad, no ha sido posible en esta ocasión realizar los encuentros que, en un primer momento, habían sido programados en La Vega y Azua. Pero mi espíritu ha estado siempre muy cercano a todos y cada uno de los dominicanos: familias, jóvenes y niños, campesinos y obreros, intelectuales y dirigentes, minorías étnicas, pobres y enfermos. A todos llevo en mi corazón y de todos guardaré un imborrable recuerdo.

2. Ha sido motivo de profunda satisfacción encontrarme con una Iglesia viva, en la que sus Pastores están generosamente entregados a las tareas de la nueva evangelización, compartiendo las alegrías y tristezas de la gente y cooperando en la promoción de la justicia y de la fraternidad entre todos. Animados por la gran esperanza que viene de una fe firme y operante, seguid anunciando a Jesucristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre (cf. Hb He 13,8). Que este lema de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano se haga vida en los individuos, en las familias, en la sociedad dominicana.

61 A mis Hermanos Obispos y demás participantes en la Conferencia de Santo Domingo les aliento en sus trabajos y les acompaño con mi plegaria intensa, asidua, esperanzada. Quiera Dios que el fruto de sus reflexiones infunda un renovado dinamismo apostólico en todas las diócesis, parroquias, comunidades, asociaciones y movimientos de la Iglesia latinoamericana.

3. América Latina –continente de la esperanza– debe entrar gallarda y decididamente en el tercer milenio cristiano irradiando en el mundo la luz de la fe que recibió hace cinco siglos. El futuro se presenta, ciertamente, como un gran desafío a la capacidad creadora y a la voluntad de entendimiento de los pueblos que integran la gran familia latinoamericana. Por ello, es más necesario aún que, cimentados en las raíces cristianas que han configurado su ser histórico, den nueva vitalidad a los valores morales como factor de cohesión social, solidaridad y progreso. Pido a Dios que este V Centenario sea un hito en el proceso de integración latinoamericana, que lleve a las Naciones del Continente a ocupar el puesto que les corresponde en la escena mundial.

¡Adelante, América Latina! Que tu fe cristiana te acompañe siempre en los arduos caminos que tendrás que recorrer. ¡Ánimo, Continente de la esperanza! ¡No tengas miedo! ¡Abre de par en par las puertas a Cristo!

¡Que Dios bendiga a la República Dominicana!

¡Que Dios bendiga a todos los hijos e hijas de América!

¡Alabado sea Jesucristo!





                                                                    Noviembre de 1992


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR MARIO ALFONSO DE LA CERDA BUSTAMANTE,

EMBAJADOR DE GUATEMALA ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 14 de noviembre de 1992



Señor Embajador:

Al recibir las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Guatemala ante la Santa Sede, me complace darle mi más cordial bienvenida, a la vez que formulo los mejores votos por el feliz desempeño de la alta misión que su Gobierno le ha confiado.

Deseo agradecerle, ante todo, los nobles sentimientos manifestados, así como el deferente saludo que me ha transmitido de parte del Señor Presidente de la República, que representa la sincera adhesión de los amadísimos hijos de su Nación, cuyos sentimientos de acogida y afecto hacia mi persona permanecen imborrables desde mi visita pastoral entre ellos.

62 Vuestra Excelencia viene a representar un país que se ha distinguido por su fe católica y por su adhesión a la Cátedra de Pedro. Es pues una satisfacción saber que Usted, sensible a las aspiraciones de sus conciudadanos, querrá dedicar los mejores esfuerzos a acrecentar las buenas relaciones que existen entre Guatemala y la Santa Sede. Por ello, como nos recuerda el Concilio Vaticano II, “la Iglesia, por esta su universalidad, puede constituir un vínculo estrechísimo entre las naciones y comunidades humanas, con tal de que éstas tengan confianza en ella y reconozcan efectivamente su verdadera libertad para cumplir su misión” (Gaudium et spes GS 42).

Por otra parte, no se puede olvidar que muchos problemas sociales e incluso políticos tienen sus raíces en el orden moral; y es en este ámbito donde la Iglesia lleva a cabo su labor como formadora de conciencias y criterios, como inspiradora de los valores trascendentes y, sobre todo, como evangelizadora. A este respecto, los católicos guatemaltecos, fieles a las enseñanzas del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia, tienen el deber ineludible de promover y defender siempre la justicia y la paz, la libertad y los derechos humanos. En efecto, de la respetuosa y leal colaboración y entendimiento entre la Iglesia y la potestad civil no podrán sino derivarse grandes bienes para Guatemala.

En sus palabras, Señor Embajador, ha presentado como un diagnóstico de diversos males que afligen a la sociedad guatemalteca, sobre todo a los sectores más pobres y a los que son víctimas de cualquier forma de violencia. A este respecto, el Episcopado de esa Nación, movido por el deseo de contribuir al bien común y a un mejor entendimiento entre todos los ciudadanos y los poderes públicos, en un reciente documento reconoce el gran don de la fe recibida y los valores de la primera acción misionera, a la vez que promueve la nueva evangelización que –teniendo en cuenta las raíces católicas del pueblo y sus diversas culturas–, “consolide, purifique y haga más patente la presencia del Reino de Dios” (Carta pastoral de los obispos de Guatemala «500 años sembrando el Evangelio», 15 de agosto de 1992).

Como heraldos de la esperanza cristiana, los Obispos están firmemente comprometidos a seguir trabajando por la reconciliación, a fin de que esa Nación se vaya consolidando en el tan deseado Proceso de paz, a través de una auténtica democracia y la verdadera libertad que reconozca los derechos de todos los ciudadanos. A este respecto, no puedo menos que recordar de modo particular y expresar mi profundo reconocimiento a Monseñor Rodolfo Quezada Toruño, Obispo de Zacapa y Prelado de Santo Cristo de Esquipulas, por su incansable labor como “Conciliador”, el cual está llevando a cabo un constante esfuerzo de diálogo y entendimiento encaminado a hacer callar las armas, superar todo tipo de violencia y favorecer una verdadera integración en la vida pública de todos los que se sienten y son hijos de la misma Patria.

Para que estos deseos sean una confortadora realidad en su país, imploro sobre el querido pueblo guatemalteco, sobre sus gobernantes y de modo particular sobre Vuestra Excelencia y su distinguida familia, así como sobre sus colaboradores en esta Misión diplomática que ahora inicia, la constante protección del Altísimo.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR LUIS SOLARI TUDELA,

EMBAJADOR DE PERÚ ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 14 de noviembre de 1992



Señor Embajador:

Con viva complacencia le recibo en este acto de presentación de las Cartas Credenciales, que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario del Perú ante la Santa Sede. Ante todo, deseo darle mi más cordial bienvenida, a la vez que le aseguro mi benevolencia en el desempeño de la alta misión que su Gobierno le confía.

Las palabras de Vuestra Excelencia hacen revivir en mí la gratísima impresión –que aún conservo en la memoria– del entusiasta y sincero afecto con el que el noble pueblo peruano me acogió en las dos ocasiones en que la Providencia me ha permitido visitar su país. Le quedo muy reconocido, Señor Embajador, por las vivas muestras de adhesión que Usted acaba de ofrecerme, así como por el deferente saludo que me transmite en nombre del Señor Presidente de la República, Alberto Fujimori.

No me son desconocidas las circunstancias variadas y complejas por las que vuestro País atraviesa en estos años; ni ignoro los resueltos esfuerzos que, en sus diversos sectores, realiza la población para superar los serios obstáculos derivados de la situación económica, así como de las amenazas –aún no del todo desaparecidas– que provienen de la violencia y de la subversión terrorista, que sigue segando, de modo inmisericorde, cruel e injusto, tantas vidas inocentes y perjudica gravemente los esfuerzos por el progreso y bienestar en que se halla empeñada la mayoría del pueblo peruano.

Para afrontar los retos de la hora presente, el Perú precisa cada vez más del generoso y mancomunado esfuerzo de todos sus hijos. Sabemos bien, y la historia lo confirma, que los pueblos logran superar las crisis cuando sus habitantes, sobre todo las clases y hombres dirigentes, superando todo tipo de diferencias y discrepancias, trabajan preferentemente por la consecución del bien común, en especial, por el bien de quienes más sufren.

63 Me complace ver que, entre los denodados esfuerzos que actualmente se hacen en el Perú, la Iglesia constituye una instancia de fiabilidad y esperanza, a la cual apela el País con la fundada certeza de que, por encima de pluralidades y opciones, ella seguirá guiando a sus hijos por los caminos de la comprensión, del entendimiento mutuo y de la solidaridad fraterna. Sólo con la colaboración leal y desinteresada de todos es posible llevar a cabo el progreso integral de una nación. Pero para que en la sociedad prevalezca la verdadera libertad y la justicia, es indispensable que la gestión de la cosa pública tenga en cuenta los principios éticos, tantas veces recordados por la doctrina social católica, y que ha puesto muy de relieve el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes GS 73 Gaudium et spes GS 75).

Este debería ser, Señor Embajador, el horizonte de valores y realidades al que debe tender la vida cívica de cada país: lograr una existencia colectiva pacífica y serena, laboriosa y justa, liberada de los males de la discordia, inseguridad y violencia, que tanto dañan el presente de una nación y ponen en riesgo el futuro de las nuevas generaciones. Es de esperar que las ricas posibilidades que la naturaleza ha dado al Perú, así como las que brotan de su larga historia y noble tradición, serán aprovechadas fructuosamente para bien de los individuos, de las familias y de toda la comunidad.

Hace apenas unas semanas, la divina Providencia me ha concedido participar, en Santo Domingo, en la magna conmemoración del V Centenario de la Evangelización del Nuevo Mundo. Este es para el Perú, así como para la Comunidad Iberoamericana de naciones, un motivo de renovado agradecimiento al Señor por el sublime don de la Fe, que habéis sabido conservar fructuosamente durante estos cinco siglos; pero, al mismo tiempo, interpela a todo el pueblo cristiano a acrecentarla y purificarla, en armonía con las exigencias de la Nueva Evangelización.

Señor Embajador, al reiterarle mis mejores votos por el feliz éxito de la misión que hoy inicia, le acompañan también mis oraciones por Usted y su distinguida familia, así como por sus colaboradores. Estos votos los extiendo asimismo, de forma muy particular, a los gobernantes y al querido pueblo peruano, que llevo en mi recuerdo y plegaria del modo más entrañable.










A LOS PEREGRINOS QUE PARTICIPARON EN LA CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN DE 25 MÁRTIRES Y UNA RELIGIOSA MEXICANOS


Lunes 23 de noviembre de 1992



Amadísimos hermanos y hermanas:

En nuestra celebración de ayer, fiesta de Cristo Rey, la Iglesia entonó un canto de júbilo y alabanza a Dios al proclamar Beatos a 25 mártires mexicanos y a la Religiosa María de Jesús Sacramentado Venegas. Para asistir a esta solemne ceremonia vosotros habéis venido a Roma, centro de la catolicidad, guiados por un nutrido grupo de Obispos, a quienes saludo con fraterno afecto, para honrar la memoria de estos eximios conciudadanos vuestros, que son como las figuras más relevantes de esa pléyade de cristianos, que en tiempos de persecución dieron testimonio de su fe hasta el derramamiento de la propia sangre.

La Iglesia en México se regocija al contar con estos intercesores en el cielo y ve en los nuevos Beatos la clave para entender la fuerza transformadora del saber darlo todo por los demás. “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13) nos dice Jesús en el Evangelio. Los nuevos Beatos mártires entregaron su vida por amor, mientras perdonaban a sus verdugos. La firmeza de su fe y su invicta esperanza los sostuvieron en su martirio. Es esta fe cristiana la que hoy necesita ser revitalizada en México para poder dar así una respuesta a los desafíos de nuestro tiempo.

Por ello, en esta circunstancia, deseo alentar a todos a un renovado empeño en vuestra fidelidad a Dios y a la Iglesia, que se traduzca en un generoso testimonio de vida cristiana y en un nuevo dinamismo apostólico que transforme los individuos, las familias, la sociedad entera, haciendo que en ella reine la justicia, la fraternidad, la armonía entre todos los mexicanos.

Vienen a mi mente las entrañables jornadas vividas en México durante los dos visitas pastorales que la Providencia me ha concedido llevar a cabo en aquella bendita tierra. En los numerosos encuentros que tuve con los amadísimos hijos mexicanos, desde Yucatán hasta Baja California, pude apreciar siempre el calor humano de sus gentes, su acendrada religiosidad, su devoción al Sucesor de Pedro. Y en esta ocasión, deseo reiterar los sentimientos que expresé ante el Señor Presidente de la República a mi llegada a la ciudad capital hace dos años, afirmando mi gozo al encontrarme en aquella “tierra generosa, que se distingue por su nobleza de espíritu, por su cultura y que ha dado tantas muestras de aquilatada fe y amor a Dios, de veneración filial a la Santísima Virgen y de fidelidad a la Iglesia” (Discurso durante la ceremonia de bienvenida en el aeropuerto de México, n. 2, 6 de mayo de 1990).

Durante aquel inolvidable viaje apostólico quise hacer, desde el Santuario de nuestra Señora de Guadalupe, un apremiante llamado al “laicado mexicano a comprometerse más activamente en la reevangelización de la sociedad”. La respuesta de los fieles católicos de México fue generosa y se ha dejado sentir en los diversos ámbitos de la vida eclesial y también social. A este propósito, no puedo por menos de hacer mención complacidamente del nuevo clima de mejor entendimiento y colaboración que se está instaurando entre la Iglesia y las Autoridades civiles de México. Los acuerdos alcanzados a este respecto repercutirán sin duda en beneficio de toda la sociedad al verse reforzados los lazos de armonía y diálogo, mediante una leal cooperación entre la Iglesia y el Estado desde el respeto mutuo y la libertad.

64 Finalmente deseo expresar viva gratitud por vuestra presencia en Roma para honrar a los nuevos Beatos. Veo con especial agrado la participacíón, entusiasta y festiva, de numerosos jóvenes, a quienes aliento a encontrar en los tres jóvenes laicos beatificados ejemplos y modelos a seguir en la fidelidad a la vocación cristiana y en la acción apostólica. Vaya también mi afectuoso saludo a los más de trescientos sacerdotes que han venido de las diversas diócesis mexicanas, así como a las Religiosas Hijas del Sagrado Corazón de Jesús, Hermanas del Corazón de Jesús Sacramentado y Clarisas del Sagrado Corazón, cuyos Fundadores fueron ayer beatificados.

No quisiera terminar estas palabras sin encomendaros un encargo que estoy seguro haréis con especial agrado: llevad el saludo entrañable y la bendición del Papa a vuestros familiares y amigos en México, en especial a los niños, a los enfermos y a cuantos sufren.

A la maternal protección de Nuestra Señora de Guadalupe encomiendo a todos los aquí presentes, mientras imparto complacido la Bendición Apostólica.








AL SEÑOR PEDRO LÓPEZ AGUIRRENBENGOA,


NUEVO EMBAJADOR DE ESPAÑA ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 28 de noviembre de 1992



Señor Embajador:

Es para mí motivo de particular complacencia recibir las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de España ante la Santa Sede.

Agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido y, en particular, el deferente saludo de su Majestad el Rey, así como el del Presidente del Gobierno, a quienes le ruego trasmita mis mejores deseos de paz y bienestar, junto con mis votos por la prosperidad y bien espiritual de la querida nación española.

Sus palabras, Señor Embajador, me son particularmente gratas y me han hecho recordar las visitas pastorales realizadas a su País, durante las cuales pude apreciar los más genuinos valores del alma hispana: su acendrada religiosidad, el calor humano, la hospitalidad, el tesón ante las dificultades, las aspiraciones a una mayor justicia y fraternidad que brotan de un pueblo forjado al amparo de la cruz de Cristo y en el seno de la Iglesia Católica.

Y ¿cómo no recordar con admiración y gratitud, en este año del V Centenario, la ingente obra evangelizadora llevada a cabo por tantos hijos e hijas de España, que con generosidad sin límites implantaron la Iglesia en América? La conmemoración de esta gloriosa efemérides ha sido el objetivo principal de mi reciente viaje pastoral a la República Dominicana, donde también he tenido el gozo de inaugurar la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, durante la cual quise dar fervientes “gracias a Dios por la pléyade de evangelizadores que dejaron su patria y dieron su vida para sembrar en el Nuevo Mundo la vida nueva de la fe, la esperanza y el amor” (Discurso inaugural de la IV Conferencia General del Episcopado latinoamericano, n. 3, Santo Domingo, 12 de octubre de 1992).

Aquellos abnegados misioneros, al mismo tiempo, fueron decididos defensores de los indios y les legaron, además del precioso don de la fe, inestimables tesoros de cultura y de arte, cuyas huellas siguen aún vivas en los pueblos de América. Por medio de estos evangelizadores España aportó al Nuevo Mundo los principios del Derecho de Gentes formulados por la célebre Escuela de Salamanca y puso en vigor un conjunto de leyes con las que la Corona trató de responder al sincero deseo de la reina doña Isabel de Castilla de que “sus hijos” los indios –como ella los llamaba–, fueran reconocidos y tratados como seres humanos, con la dignidad de hijos de Dios y hombres libres, en paridad con los demás ciudadanos de sus Reinos.

He podido apreciar con viva complacencia que las celebraciones de este año 1992 están contribuyendo en modo relevante a reforzar los lazos de España y Portugal con los países hermanos de América; además, entre las mismas Iglesias de una y otra orilla han nacido nuevas y más estrechas relaciones de afecto y conocimiento mutuo.

65 El reconocimiento de esta Sede Apostólica por la obra evangelizadora que España realizó en América desde 1492, quisimos ponerlo también de manifiesto mediante la presencia de la Santa Sede en la Exposición Universal de Sevilla, en cuyo Pabellón se ofreció a las numerosísimas personas que lo visitaron un conjunto de documentos y obras artísticas que mostraban lo que con razón pudiera llamarse “mestizaje espiritual”, por la íntima compenetración de formas culturales indígenas con los contenidos de la fe cristiana.

También en este marco del V Centenario, hay que mencionar los Congresos Internacionales Mariano y Mariológico celebrados el pasado mes de septiembre en Huelva, lugar de donde partieron las tres carabelas del descubrimiento. En ellos se quiso poner particularmente de relieve el puesto primordial que la devoción mariana ocupó en toda la obra evangelizadora. Por otra parte, y con la ayuda de Dios, yo mismo, a comienzos del próximo verano, espero poder clausurar solemnemente el Congreso Eucarístico Internacional de Sevilla, ciudad que tan decisivo papel jugó en toda la empresa americana.

Como Vuestra Excelencia ha querido señalar, en nuestra época estamos asistiendo a cambios profundos que suscitan en no pocos un sentimiento de incertidumbre y que está exigiendo de todos un particular esfuerzo de rearme moral. En efecto, basta mirar a nuestro alrededor para constatar la crisis de valores que, en nuestros días, se hace presente en tantos campos de la vida individual y social, y que afecta de modo particular a instituciones como la familia, o a amplios sectores de la población como la juventud. Y ¿cómo no reiterar una vez más la reprobación de prácticas que atentan al derecho a la vida del aún no nacido? Por todo ello se hace más necesario aún que los católicos españoles tomen mayor conciencia de sus propias responsabilidades y, de cara a Dios y a sus deberes ciudadanos, se esfuercen en construir una sociedad más justa, fraterna y acogedora, basada en los principios morales que han inspirado su caminar a lo largo de la historia. Con decidida voluntad por superar las divisiones del pasado, hay que fomentar una creciente solidaridad entre todos los ciudadanos, que les lleve a emprender con amplitud de miras un vigoroso compromiso por el bien común en la fraternidad y la armonía. A este propósito, no puedo por menos de reiterar mi firme reprobación del triste fenómeno del terrorismo, que viola los derechos más sagrados de las personas, atenta a la pacífica convivencia y ofende los sentimientos cristianos de vuestras gentes.

La Iglesia en España, fiel a las exigencias del Evangelio, reafirma su vocación de servicio a las grandes causas del hombre, ciudadano e hijo de Dios. Por ello, reitera su voluntad de continuar colaborando, desde el respeto mutuo y la libertad, con las Autoridades y las diversas instancias del país, para promover todo aquello que favorezca el mayor bien de la persona, humana y de los grupos sociales, en especial los menos favorecidos. A este respecto, los Acuerdos firmados entre la Iglesia y el Estado español ofrecen una válida plataforma para trabajar al servicio de todos los ciudadanos. Por nuestra parte, hacemos votos para que, conjugando el respeto formal de la letra de los Acuerdos con una actitud recíproca de cordialidad y buen entendimiento, se avance decididamente en el perfeccionamiento de las relaciones, aportando elementos de concordia en puntos tan importantes como la legislación en materia de educación y enseñanza. La Iglesia católica, que acepta sin reservas la convivencia democrática y, consiguientemente, la pluralidad de contenidos según el modelo educativo libremente escogido por los padres, considera que es inalienable el derecho de la familia para ejercer sin obstáculos legales ni cortapisas económicas ese derecho del hombre y de la sociedad, hoy reconocido en los tratados internacionales. Por otra parte, «la Conferencia Episcopal y otras instancias de la Iglesia española han expresado, en repetidas ocasiones, el deseo de que el nuevo sistema educativo sea plenamente respetuoso con los derechos de los alumnos y de sus padres en esta materia, siempre al servicio de todos los españoles y "no sujeto al vaivén de cambios políticos"» (Discurso a un grupo de obispos españoles en visita «ad limina Apostolorum», n. 8, 16 de diciembre de 1991).

El deterioro de los comportamientos éticos a que hoy asistimos, Señor Embajador, convierte en necesidad urgente el compromiso de todos para delinear y aplicar programas educativos que contrarresten la excesiva presión ambiental sobre niños y jóvenes, cultivando en sus conciencias sentimientos de honradez, solidaridad y justicia, sólidamente fundados en una visión religiosa y transcendente de la vida. A este respecto, como señalé a los Obispos españoles en su visita “ad Limina”, “no se puede olvidar que los ciudadanos, en el ejercicio de su libertad, tienen derecho a ser respetados en sus convicciones morales y religiosas también en lo que se refiere a los medios de comunicación social que están al servicio del bien común” (Discurso a un grupo de obispos españoles en visita «ad limina Apostolorum», n. 6, 11 de noviembre de 1991). Los mismos principios cristianos, que han informado la vida de la Nación española desde sus orígenes, tienen que infundir una sólida esperanza y un nuevo dinamismo que den renovado impulso a una sociedad donde reine la honestidad, la laboriosidad, el espíritu solidario y participativo a todos los niveles.

Señor Embajador, al renovarle mis mejores deseos por el éxito de la alta misión que hoy comienza, le aseguro mí plegaria al Todopoderoso para que asista siempre con sus dones a Usted y a su distinguida familia, a sus colaboradores, a los gobernantes de su noble país, así como al amadísimo pueblo español, al que recuerdo siempre con particular afecto.








Discursos 1992 53