Audiencias 1993 17793

Sábado 17 de julio de 1993: La lógica de la consagración en el celibato sacerdotal

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(Lectura:
capítulo 19 del evangelio según san Mateo, versículos 10-12)
Mt 19,10-12

1. En los evangelios, cuando Jesús llamó a sus primeros Apóstoles para convertirlos en "pescadores de hombres" (Mt 4,19 Mc 1,17 cf. Lc 5,10), ellos, "dejándolo todo, le siguieron" (Lc 5,11 cf. Mt 4,20 Mt 4,22 Mc 1,18 Mc 1,20). Un día Pedro mismo recordó ese aspecto de la vocación apostólica, diciendo a Jesús: "Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (Mt 19,27 Mc 10,28 cf Lc 18,28). Jesús, entonces, enumeró todas las renuncias necesarias, "por mí y por el Evangelio" (Mc 10,29). No se trataba sólo de renunciar a ciertos bienes materiales, como la casa o la hacienda, sino también de separarse de las personas más queridas: "hermanos, hermanas, madre, padre e hijos" —como dicen Mateo y Marcos—, y de "mujer, hermanos, padres o hijos" —como dice Lucas (Lc 18,29).

Observamos aquí la diversidad de las vocaciones. Jesús no exigía de todos sus discípulos la renuncia radical a la vida en familia, aunque les exigía a todos el primer lugar en su corazón cuando les decía: "El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí" (Mt 10,37). La exigencia de renuncia efectiva es propia de la vida apostólica o de la vida de consagración especial. Al ser llamados por Jesús, "Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan", no dejaron sólo la barca en la que estaban "arreglando sus redes", sino también a su padre, con quien se hallaban (Mt 4,22 cf. Mc 1,20).

Esta constatación nos ayuda a comprender mejor el porqué de la legislación eclesiástica acerca del celibato sacerdotal. En efecto, la Iglesia lo ha considerado y sigue considerándolo como parte integrante de la lógica de la consagración sacerdotal y de la consecuente pertenencia total a Cristo, con miras a la actuación consciente de su mandato de vida espiritual y de evangelización.

2. De hecho, en el evangelio de Mateo, poco antes del párrafo sobre la separación de las personas queridas que acabamos de citar, Jesús expresa con fuerte lenguaje semítico otra renuncia exigida por el reino de los cielos, a saber, la renuncia al matrimonio. "Hay eunucos —dice— que se hicieron tales a sí mismos por el reino de los cielos" (Mt 19,12). Es decir, que se han comprometido con el celibato para ponerse totalmente al servicio de la "buena nueva del Reino" (cf. Mt 4,23 Mt 9,35 Mt 24,34).

El apóstol Pablo afirma en su primera carta a los Corintios que ha tomado resueltamente ese camino, y muestra con coherencia su decisión, declarando: "El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido" (1Co 7,32 1Co 7,34). Ciertamente, no es conveniente que esté dividido quien ha sido llamado para ocuparse, como sacerdote, de las cosas del Señor. Como dice el Concilio, el compromiso del celibato, derivado de una tradición que se remonta a Cristo, "está en múltiple armonía con el sacerdocio [...]. Es, en efecto, signo y estímulo al mismo tiempo de la caridad pastoral y fuente peculiar de fecundidad espiritual en el mundo" (Presbyterorum ordinis PO 16).

Es verdad que en las Iglesias orientales muchos presbíteros están casados legítimamente según el derecho canónico que les corresponde. Pero también en esas Iglesias los obispos viven el celibato y así mismo cierto número de sacerdotes. La diferencia de disciplina, vinculada a condiciones de tiempo y lugar valoradas por la Iglesia, se explica por el hecho de que la continencia perfecta, como dice el Concilio, "no se exige, ciertamente, por la naturaleza misma del sacerdocio" (ib.). No pertenece a la esencia del sacerdocio como orden y, por tanto, no se impone en absoluto en todas las Iglesias. Sin embargo, no hay ninguna duda sobre su conveniencia y, más aún, su congruencia con las exigencias del orden sagrado.Forma parte, como se ha dicho, de la lógica de la consagración.

3. El ideal concreto de esa condición de vida consagrada es Jesús, modelo para todos, pero especialmente para los sacerdotes. Vivió célibe y, por ello, pudo dedicar todas sus fuerzas a la predicación del reino de Dios y al servicio de los hombres, con un corazón abierto a la humanidad entera, como fundador de una nueva generación espiritual. Su opción fue verdaderamente "por el reino de los cielos" (cf. Mt 19,12).

Jesús, con su ejemplo, daba una orientación, que se ha seguido. Según los evangelios, parece que los Doce, destinados a ser los primeros en participar de su sacerdocio, renunciaron para seguirlo a vivir en familia. Los evangelios no hablan jamás de mujeres o de hijos cuando se refieren a los Doce, aunque nos hacen saber que Pedro, antes de que Jesús lo hubiera llamado, estaba casado (cf. Mt 8,14 Mc 1,30 Lc 4,38).

4. Jesús no promulgó una ley, sino que propuso un ideal del celibato para el nuevo sacerdocio que instituía. Ese ideal se ha afirmado cada vez más en la Iglesia. Puede comprenderse que en la primera fase de propagación y de desarrollo del cristianismo un gran número de sacerdotes fueran hombres casados, elegidos y ordenados siguiendo la tradición judaica. Sabemos que en las cartas a Timoteo (1Tm 3,2 1Tm 3,3) y a Tito (1, 6) se pide que, entre las cualidades de los hombres elegidos como presbíteros, figure la de ser buenos padres de familia, casados con una sola mujer (es decir, fieles a su mujer). Es una fase de la Iglesia en vías de organización y, por decirlo así, de experimentación de lo que, como disciplina de los estados de vida, corresponde mejor al ideal y a los consejos que el Señor propuso. Basándose en la experiencia y en la reflexión, la disciplina del celibato ha ido afirmándose paulatinamente, hasta generalizarse en la Iglesia occidental, en virtud de la legislación canónica. No era sólo la consecuencia de un hecho jurídico y disciplinar: era la maduración de una conciencia eclesial sobre la oportunidad del celibato sacerdotal por razones no sólo históricas y prácticas, sino también derivadas de la congruencia, captada cada vez mejor, entre el celibato y las exigencias del sacerdocio.

5. El concilio Vaticano II enuncia los motivos de esa conveniencia íntima del celibato respecto al sacerdocio: "Por la virginidad o celibato guardado por amor del reino de los cielos, se consagran los presbíteros de nueva y excelente manera a Cristo, se unen más fácilmente a él con corazón indiviso, se entregan más libremente, en él y por él, al servicio de Dios y de los hombres, sirven más expeditamente a su reino y a la obra de regeneración sobrenatural y se hacen más aptos para recibir más dilatada paternidad en Cristo [...]. Y así evocan aquel misterioso connubio, fundado por Dios y que ha de manifestarse plenamente en lo futuro, por el que la Iglesia tiene por único esposo a Cristo. Conviértense, además, en signo vivo de aquel mundo futuro, que se hace ya presente por la fe y la caridad, y en el que los hijos de la resurrección no tomarán ni las mujeres maridos ni los hombres mujeres" (Presbyterorum ordinis PO 16 cf. Pastores dabo vobis PDV 29 PDV 50 Catecismo de la Iglesia católica PDV 1579).

Esas son razones de noble elevación espiritual, que podemos resumir en los siguientes elementos esenciales: una adhesión más plena a Cristo, amado y servido con un corazón indiviso (cf. 1Co 7,32 1Co 7,33); una disponibilidad más amplia al servicio del reino de Cristo y a la realización de las propias tareas en la Iglesia; la opción más exclusiva de una fecundidad espiritual (cf. 1Co 4,15); y la práctica de una vida más semejante a la vida definitiva del más allá y, por consiguiente, más ejemplar para la vida de aquí. Esto vale para todos los tiempos, incluso para el nuestro, como razón y criterio supremo de todo juicio y de toda opción en armonía con la invitación a dejar todo, que Jesús dirigió a sus discípulos y, especialmente, a sus Apóstoles. Por esa razón, el Sínodo de los obispos de 1971 confirmó: "La ley del celibato sacerdotal, vigente en la Iglesia latina, debe ser mantenida íntegramente" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de diciembre de 1971, p. 5).

6. Es verdad que hoy la práctica del celibato encuentra obstáculos, a veces incluso graves, en las condiciones subjetivas y objetivas en las que los sacerdotes se hallan. El Sínodo de los obispos las ha examinado, pero ha considerado que también las dificultades actuales son superables, si se promueven "las condiciones aptas, es decir: el incremento de la vida interior mediante la oración, la abnegación, la caridad ardiente hacia Dios y hacia el prójimo, y los demás medios de la vida espiritual; el equilibrio humano mediante la ordenada incorporación al campo complejo de las relaciones sociales; el trato fraterno y los contactos con los otros presbíteros y con el obispo, adaptando mejor para ello las estructuras pastorales y también con la ayuda de la comunidad de los fieles"(ib.).

Es una especie de desafío que la Iglesia lanza a la mentalidad, a las tendencias ya las seducciones de este siglo, con una voluntad cada vez más renovada de coherencia y de fidelidad al ideal evangélico. Para ello, aunque se admite que el Sumo Pontífice puede valorar y disponer lo que hay que hacer en algunos casos, el Sínodo reafirmó que en la Iglesia latina " "no se admite ni siquiera en casos particulares la ordenación presbiteral de hombres casados" (ib.). La Iglesia considera que la conciencia de consagración total madurada a lo largo de los siglos sigue teniendo razón de subsistir y de perfeccionarse cada vez más.

Asimismo la Iglesia sabe, y lo recuerda juntamente con el Concilio a los presbíteros y a todos los fieles, que "el don del celibato, tan en armonía con el sacerdocio del Nuevo Testamento, será liberalmente dado por el Padre, con tal que, quienes participan del sacerdocio de Cristo por el sacramento del orden e incluso toda la Iglesia, lo pidan humilde e insistentemente" (Presbyterorum ordinis PO 16).

Pero quizá, antes, es necesario pedir la gracia de comprender el celibato sacerdotal, que sin duda alguna encierra cierto misterio: el de la exigencia de audacia y de confianza en la fidelidad absoluta a la persona y a la obra redentora de Cristo, con un radicalismo de renuncias que ante los ojos humanos puede parecer desconcertante. Jesús mismo, al sugerirlo, advierte que no todos pueden comprenderlo (cf. Mt 19,10 Mt 19,12). "Bienaventurados los que reciben la gracia de comprenderlo y siguen fieles por ese camino!
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Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Mi cordial bienvenida a esta audiencia a todos los peregrinos y visitantes de los distintos países de América Latina y de España. En particular, a los miembros del Movimiento de Schönstatt de Ecuador y a las peregrinaciones procedentes de Costa Rica y México.

A todos bendigo de corazón.



Miércoles 21 de julio de 1993: El presbítero y los bienes terrenos

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1. Entre las exigencias de renuncia que Jesús propuso a sus discípulos, figura la de los bienes terrenos, y en particular la riqueza (cf.
Mt 19,21 Mc 10,21 Lc 12,33 Lc 18,22). Es una exigencia dirigida a todos los cristianos en lo que se refiere al espíritu de pobreza, es decir, el desapego interior de los bienes terrenos, desasimiento que nos hace ser generosos para compartirlos con los demás. La pobreza es un compromiso de vida inspirado por la fe en Cristo y el amor a él. Es un espíritu que exige también una práctica, según una medida de renuncia a los bienes que corresponde a la condición de cada uno, ya sea en la vida civil ya en el estado en el que se halla en la Iglesia en virtud de la vocación cristiana, ora como individuo ora como miembro de un grupo determinado de personas. El espíritu de pobreza vale para todos, cada uno necesita ponerlo en práctica de acuerdo con el Evangelio.

2. La pobreza que Jesús reclama a los Apóstoles es un filón de espiritualidad que no podía agotarse con ellos, ni reducirse a grupos particulares: el espíritu de pobreza es necesario para todos, en cualquier lugar y tiempo; si faltara, se traicionaría el Evangelio. Sin embargo, la fidelidad al espíritu no implica, ni para los cristianos en general ni para los sacerdotes, la práctica de una pobreza radical con la renuncia a toda propiedad o, incluso, con la abolición de este derecho del hombre. El magisterio de la Iglesia condenó varias veces a quienes sostenían esa necesidad (cf. DS 760 DS 930 ss.; DS 1097), procurando conducir por un camino de moderación su pensamiento y su práctica. Pero conforta constatar que, en la evolución de los tiempos y bajo el influjo de muchos santos antiguos y modernos, ha madurado cada vez más en el clero la conciencia de una llamada a la pobreza evangélica, sea como espíritu o como práctica, en sintonía con las exigencias de la consagración sacerdotal. Las situaciones sociales y económicas en las que se halla el clero en casi todos los países del mundo, han contribuido a hacer efectiva la condición de pobreza real de las personas y las instituciones, aun cuando éstas, por su misma naturaleza, tienen necesidad de muchos medios para poder llevar a cabo sus tareas. En muchos casos es una condición difícil y aflictiva, que la Iglesia intenta superar de varias maneras y, principalmente, apelando a la caridad de los fieles a fin de obtener la contribución necesaria para proveer al culto, a las obras de caridad, al mantenimiento de los pastores de almas y a las iniciativas misioneras. Pero adquirir un nuevo sentido de la pobreza es una bendición para la vida sacerdotal, así como para la vida de todos los cristianos, porque permite adecuarse mejor a los consejos y a las propuestas de Jesús.

3. La pobreza evangélica —es oportuno aclararlo— no significa despreciar los bienes terrenos, que Dios puso a disposición del hombre para su vida y su colaboración en el plan de la creación. Según el concilio Vaticano II, el presbítero —como todo cristiano—, teniendo una misión de alabanza y de acción de gracias, debe reconocer y magnificar la generosidad del Padre celestial, que se revela en los bienes creados (cf. Presbyterorum ordinis PO 17). Sin embargo, agrega el Concilio, los presbíteros, aunque viven en el mundo, deben tener presente siempre que, como dijo el Señor, no pertenecen al mundo (cf. Jn 17,14 Jn 17,16), y por tanto deben liberarse del apego desordenado, a fin de adquirir "la discreción espiritual, por la que se halla la rectitud ante el mundo y los bienes terrenos (ib.; cf. Pastores dabo vobis PDV 30). Hay que reconocer que se trata de un problema delicado. Por una parte, "la misión de la Iglesia se realiza en el mundo, y los bienes creados son totalmente necesarios para el desarrollo personal del hombre". Jesús no prohibió que sus Apóstoles aceptaran los bienes necesarios para su existencia terrena. Es más, afirmó su derecho cuando dijo en un discurso de misión: "Comed y bebed lo que tengan, porque el obrero merece su salario" (Lc 10,7 cf. Mt 10,10). San Pablo recuerda a los corintios que "el Señor ha ordenado que los que predican el Evangelio vivan del Evangelio"(1Co 9,14). él mismo ordena con insistencia que "el discípulo haga partícipe en toda suerte de bienes al que le instruye en la palabra" (Ga 6,6). Es justo, pues, que los presbíteros tengan bienes terrenos y los usen "para aquellos fines a que, de acuerdo con la doctrina de Cristo Señor y la ordenación de la Iglesia, es lícito destinarlos" (Presbyterorum ordinis PO 17). A este respecto, el Concilio da indicaciones concretas.

51 Ante todo, la administración de los bienes eclesiásticos propiamente dichos, debe asegurarse observando "lo que dispongan las leyes eclesiásticas, con la ayuda, en cuanto fuere posible, de laicos peritos". Esos bienes deben emplearse siempre "para la ordenación del culto divino, para procurar la honesta sustentación del clero y para ejercer las obras de sagrado apostolado o de caridad, especialmente con los menesterosos"(ib. PO 17).

Los bienes que procura el ejercicio de algún oficio eclesiástico deben emplearse, ante todo, "para su honesta sustentación y cumplimiento de los deberes del propio estado; lo que sobrare, tengan a bien emplearlo en bien de la Iglesia o en obras de caridad". Hay que destacar este aspecto de modo particular: el oficio eclesiástico no puede ser para los presbíteros .y ni siquiera para los obispos. ocasión de enriquecimiento personal ni de provecho para su familia. "Los sacerdotes, por ello, sin apegar de manera alguna su corazón a las riquezas, eviten siempre toda codicia y absténganse cuidadosamente de todo género de comercio" (ib. PO 17). De todas formas, habrá que tener presente que todo, en el uso de los bienes, debe hacerse a la luz del Evangelio.

4. Lo mismo hay que decir sobre la participación del presbítero en las actividades profanas, o sea, relacionadas con la gestión de los asuntos terrenos fuera del ámbito religioso y sagrado. El Sínodo de los obispos de 1971 declaró que "se debe dar al ministerio sacerdotal, como norma ordinaria, tiempo pleno. Por tanto, la participación en las actividades seculares de los hombres no puede fijarse de ningún modo como fin principal, ni puede bastar para reflejar toda la responsabilidad específica de los presbíteros" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de diciembre de 1971, p. 4). Era una toma de posición frente a la tendencia, que había aparecido aquí y allá, a la secularización de la actividad del sacerdote, en el sentido de que pudiera dedicarse, como los laicos, al ejercicio de un oficio o de una profesión secular.

Es verdad que hay circunstancias en las que el único modo eficaz de volver a vincular a la Iglesia un ambiente de trabajo que ignora a Cristo puede ser la presencia de sacerdotes que ejerzan un oficio en dicho ambiente, haciéndose, por ejemplo, obreros con los obreros. La generosidad de esos sacerdotes es digna de elogio. Sin embargo, hay que observar que el sacerdote, al desarrollar tareas y cargos profanos o laicales, corre el riesgo de reducir su ministerio sagrado a un papel secundario o, incluso, anularlo. En razón de ese riesgo, que se había comprobado en la experiencia, ya el Concilio había subrayado la necesidad de la aprobación de la autoridad competente para ejercer un oficio manual, compartiendo las condiciones de vida de los obreros (cf. Presbyterorum ordinis PO 8). El Sínodo de 1971 señaló, como regla a seguir, la conformidad, o no, de un cierto compromiso de trabajo profano con las finalidades del sacerdocio, "a juicio del obispo del lugar con su presbiterio, consultando, si es necesario, a la Conferencia episcopal" (ib.).

Por otra parte, está claro que hoy, como en el pasado, se pueden presentar casos especiales en los que algún presbítero, muy dotado y preparado, puede desarrollar una actividad en campos de trabajo o de cultura no directamente eclesiales. Sin embargo, se deberá hacer todo lo posible para que sean casos excepcionales. E incluso entonces habrá que aplicar siempre el criterio que estableció el Sínodo, si se quiere ser fiel al Evangelio y a la Iglesia.

5. Concluiremos esta catequesis dirigiéndonos una vez más a la figura de Jesucristo, sumo Sacerdote, buen Pastor y arquetipo supremo de los sacerdotes. él es el modelo del desprendimiento de los bienes terrenos para el presbítero que quiere conformarse con la exigencia de la pobreza evangélica. En efecto, Jesús nació y vivió en pobreza. Amonestaba san Pablo: "Siendo rico, por vosotros se hizo pobre" (2Co 8,9). A una persona que quería seguirlo, Jesús le dijo de sí mismo: "Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza" (Lc 9,58). Esas palabras manifiestan un desasimiento completo de todas las comodidades terrenas. Con todo, no hay que deducir de ello que Jesús viviese en la miseria. Otros pasajes de los evangelios nos relatan que recibía y aceptaba invitaciones a casa de gente rica (cf. Mt 9,10 Mt 9,11 Mc 2,15 Mc 2,16 Lc 5,29 Lc 7,36 Lc 19,5 Lc 19,6), tenía colaboradores que lo ayudaban en sus necesidades económicas (cf. Lc 8,2 Lc 8,3 Mt 27,55 Mc 15,40 Lc 23,55 Lc 23,56) y podía dar limosna a los pobres (cf. Jn 13,29). Sea como fuere, no cabe la menor duda de la vida y el espíritu de pobreza que lo caracterizaban.

El mismo espíritu de pobreza deberá animar el comportamiento del sacerdote, caracterizando su actitud, su vida y su misma figura de pastor y hombre de Dios. Se traducirá en desinterés y desprendimiento del dinero, en la renuncia a toda avidez avidez de posesión de bienes terrenos, en un estilo de vida sencillo, en la elección de una morada modesta, a la que todos tengan acceso, en el rechazo de todo lo que es o, incluso, a lo que sólo parece lujoso, y en una tendencia creciente a la gratuidad de la entrega al servicio de Dios y de los fieles.

6. Por último, añadimos que estando llamados por Jesús, y según su ejemplo, a "evangelizar a los pobres", "eviten los presbíteros, y también los obispos, todo aquello que de algún modo pudiera alejar a los pobres" (Presbyterorum ordinis PO 17). Por el contrario, al alimentar en sí mismos el espíritu evangélico de pobreza, podrán mostrar su opción preferencial por los pobres, traduciéndola en participación y en obras personales y comunitarias de ayuda incluso material a los necesitados. Es un testimonio de Cristo pobre quedan hoy tantos sacerdotes, pobres y amigos de los pobres. Es una gran llama de amor encendida en la vida del clero y de la Iglesia. Si alguna vez el clero figuró en algunos lugares entre las categorías de los ricos, hoy se siente honrado, con toda la Iglesia, de estar en primera fila entre los nuevos pobres. Es un gran progreso en el seguimiento de Cristo por el camino del Evangelio.
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Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Con estas exhortaciones a la pobreza evangélica, saludo ahora muy cordialmente a toas las personas, familias y grupos procedentes de los distintos países de América Latina y de España.

En particular, al grupo de profesores universitario de Bucaramanga (Colombia) y a las peregrinaciones procedentes de México, Puerto Rico y de Antequera (Málaga).

Mi afectuosa bienvenida a esta audiencia a los peregrinos españoles que conmemoran el Centenario del nacimiento de Madre Esperanza, así como a los alumnos de la escuela de los Padres Armenios de Buenos Aires.

A todos bendigo de corazón.



Miércoles 28 de julio de 1993

El presbítero y la sociedad civil

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(Lectura:
capítulo 10 del evangelio de san Marcos, versículos 42-45)
Mc 10,42-45

1. El tema del desapego del presbítero de los bienes terrenos está unido al tema de su relación con la cuestión política. Hoy más que nunca se asiste a un entrelazamiento continuo de la economía y la política, ya sea en el ámbito amplio de los problemas de interés nacional, ya en los campos más restringidos de la vida familiar y personal. Así sucede en las votaciones para elegir a los propios representantes en el Parlamento y a los administradores públicos, en las adhesiones a las listas de candidatos propuestas a los ciudadanos, en las opciones de los partidos y en los mismos pronunciamientos sobre personas, programas y balances relativos a la gestión de la cosa pública. Sería un error hacer depender la política exclusiva o principalmente de su ámbito económico. Pero los mismos proyectos superiores de servicio a la persona humana y al bien común, están condicionados por él y no pueden menos de abarcar en sus contenidos también las cuestiones referentes a la posesión, el uso, la distribución y la circulación de los bienes terrenos.

2. Todos éstos son puntos que incluyen una dimensión ética, en la que se interesan también los presbíteros precisamente con vistas al servicio que tienen que prestar al hombre y a la sociedad, según la misión recibida de Cristo. En efecto, él enunció una doctrina y formuló preceptos que aclaran la vida no sólo de cada una de las personas, sino también de la sociedad. En particular, Jesús formuló el precepto del amor mutuo. Ese precepto implica el respeto a toda persona y a sus derechos; implica las reglas de la justicia social que miran a reconocer a cada persona lo que le corresponde y a repartir armoniosamente los bienes terrenos entre las personas, las familias y los grupos. Jesús, además, subrayó el universalismo del amor, por encima de las diferencias entre las razas y las naciones que componen la humanidad. Podría decirse que, al definirse a sí mismo Hijo del hombre, quiso declarar, también con esa presentación de su identidad mesiánica, la destinación de su obra a todo hombre, sin discriminación entre categorías, lenguas, culturas y grupos étnicos y sociales. Al anunciar la paz a sus discípulos y a todos los hombres, Jesús puso su fundamento en el precepto del amor fraterno, de la solidaridad y de la ayuda recíproca a nivel universal. Está claro que para él éste era y es el objetivo y el principio de una buena política.

Sin embargo, Jesús nunca quiso empeñarse en un movimiento político, rehuyendo todo intento de implicarlo en cuestiones o asuntos terrenos (cf. Jn 6,15). El Reino que vino a fundar no es de este mundo (cf. Jn 18,36). Por eso, a quienes querían que tomara posición respecto al poder civil, les dijo: "Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios" (Mt 22,21). Nunca prometió a la nación judía, a la que pertenecía y amaba, la liberación política, que muchos esperaban del Mesías. Jesús afirmaba que había venido como Hijo de Dios para ofrecer a la humanidad, sometida a la esclavitud del pecado, la liberación espiritual y la vocación al reino de Dios (cf. Jn 8,34 Jn 8,36); que había venido para servir, no para ser servido (cf. Mt 20,28); y que también sus seguidores, especialmente los Apóstoles, no debían pensar en el poder terreno y el dominio de los pueblos, como los príncipes de la tierra, sino ser siervos humildes de todos (cf. Mt 20,20 Mt 20,28), como su "Señor y Maestro" (Jn 13,13 Jn 13,14).

53 Esa liberación espiritual que trajo Jesús debía tener ciertamente consecuencias decisivas en todos los sectores de la vida individual y social, abriendo una era de valoración nueva del hombre-persona y de las relaciones entre los hombres según justicia. Pero el empeño directo del Hijo de Dios no iba en ese sentido.

3. Es fácil comprender que este estado de pobreza y libertad conviene sumamente al sacerdote, portavoz de Cristo cuando proclama la redención humana y ministro suyo cuando aplica sus frutos en todos los campos y niveles de la vida. Como decía el Sínodo de los obispos de 1971, "los presbíteros, juntamente con toda la Iglesia, están obligados, en la medida de sus posibilidades, a adoptar una línea clara de acción cuando se trata de defenderlos derechos humanos fundamentales, de promover integralmente la persona y de trabajar por la causa de la paz y de la justicia, con medios siempre conformes al Evangelio. Todo esto tiene valor no solamente en el orden individual sino también social; por lo cual los presbíteros han de ayudar a los seglares a formarse una recta conciencia propia" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de diciembre de 1971, p. 4).

Ese texto del Sínodo, que expresa la unión de los presbíteros con todos los miembros de la Iglesia en el servicio a la justicia y a la paz, permite captar que la posición de los presbíteros respecto a la acción social y política no es idéntica a la del laico. Eso está dicho más claramente en el Catecismo de la Iglesia católica, en el que leemos: "No corresponde a los pastores de la Iglesia intervenir directamente en la actividad política y en la organización de la vida social. Esta tarea forma parte de la vocación de los fieles laicos, que actúan por iniciativa propia con sus conciudadanos" (
CEC 2442).

El laico cristiano está llamado a empeñarse directamente en esa acción, para contribuir a que reinen cada vez más en la sociedad los principios del Evangelio. El sacerdote, siguiendo a Cristo, está comprometido más directamente en el desarrollo del reino de Dios. Como Jesús, debe renunciar a empeñarse en formas de política activa, sobre todo cuando es partidista, como sucede casi inevitablemente, para seguir siendo el hombre de todos en clave de fraternidad y —en cuanto es aceptado— de paternidad espiritual.

Puede haber naturalmente casos excepcionales de personas, grupos y situaciones en los que puede parecer oportuno, o incluso necesario, desempeñar una función de ayuda y de suplencia respecto a instituciones públicas carentes y desorientadas, con el propósito de apoyar la causa de la justicia y la paz. Las mismas instituciones eclesiásticas, incluso las de nivel elevado, han desempeñado en la historia esa función, con todas las ventajas, pero también con todas las cargas y las dificultades que derivan de ella. Providencialmente el desarrollo político, constitucional y doctrinal moderno, va en otra dirección. La sociedad civil ha creado paulatinamente instituciones y medios para desempeñar sus funciones con autonomía (cf. Gaudium et Spes GS 40 y 76).

Por esa razón, a la Iglesia le corresponde la misión propiamente suya: anunciar el Evangelio, limitándose a ofrecer su colaboración en todo lo que lleva al bien común, sin ambicionar ni aceptar desempeñar funciones de orden político.

4. A la luz de esto, se puede comprender mejor cuanto determinó el Sínodo de los obispos de 1971 acerca del comportamiento del sacerdote en relación con la vida política. El sacerdote conserva ciertamente el derecho a tener una opinión política personal y a ejercer en conciencia su derecho al voto. Como dice el Sínodo, "en aquellas circunstancias en que se presentan legítimamente diversas opciones políticas, sociales o económicas, los presbíteros, como todos los ciudadanos, tienen el derecho de asumir sus propias opciones. Pero como las opciones políticas son contingentes por naturaleza y no expresan nunca total, adecuada y perennemente el Evangelio, el presbítero, testigo de las cosas futuras, debe mantener cierta distancia de cualquier cargo o empeño político" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de diciembre de 1971, p. 4).

En particular, tendrá presente que un partido político no puede identificarse nunca con la verdad del Evangelio, ni puede, por tanto, ser objeto de una adhesión absoluta, a diferencia de lo que sucede con el Evangelio. Así pues, el presbítero tendrá en cuenta ese aspecto relativo, aun cuando los ciudadanos de fe cristiana constituyan de forma plausible partidos inspirados expresamente en el Evangelio, y no dejará de empeñarse en hacer que la luz de Cristo ilumine también a los demás partidos y grupos sociales.

Hay que añadir que el derecho del presbítero a manifestar su opción personal está limitado por las exigencias de su ministerio sacerdotal. Esa limitación puede ser también una dimensión de la pobreza que está llamado a vivir a ejemplo de Cristo. En efecto, puede estar obligado a veces a abstenerse del ejercicio de su derecho para poder ser signo válido de unidad y, por tanto, anunciar el Evangelio en su plenitud. Con mayor razón deberá evitar presentar su opción como la única legitima; y, en el ámbito de la comunidad cristiana, deberá tener respeto por la madurez de los laicos (cf. ib.) y, más aún, deberá empeñarse en ayudarlos a alcanzarla mediante la formación de su conciencia (cf. ib.). Hará lo posible para evitar tener enemigos a causa de su toma deposición en campo político, que hace que se pierda la confianza en él y se alejen los fieles confiados a su misión pastoral.

5. El Sínodo de los obispos de 1971 subrayaba especialmente la necesidad que tiene el presbítero de abstenerse de todo empeño en la militancia política: "El asumir una función directiva (leadership) o 'militar' activamente en un partido político, es algo que debe excluir cualquier presbítero a no ser que, en circunstancias concretas y excepcionales, lo exija realmente el bien de la comunidad, obteniendo el consentimiento del obispo, consultado el consejo presbiteral y —si el caso lo requiere— también la Conferencia episcopal"(ib.).Existe, pues, la posibilidad de derogación de la norma común; pero de hecho puede justificarse sólo en circunstancias excepcionales y con la debida autorización.

A los presbíteros que, en la generosidad de su servicio al ideal evangélico, sienten la tendencia a empeñarse en la actividad política, para contribuir más eficazmente a sanar la vida política, eliminando las injusticias, las explotaciones y las opresiones de todo tipo, la Iglesia les recuerda que, por ese camino, es fácil verse implicado en luchas partidarias, con el riesgo de colaborar no al nacimiento del mundo más justo que aspiramos, sino más bien a formas nuevas y peores de explotación de la pobre gente. Deben saber, en todo caso, que para ese empeño de acción y militancia política no tienen ni la misión ni el carisma de lo alto.

54 Ruego, pues, e invito a orar para que crezca cada vez más en los presbíteros la fe en su misión pastoral, también para el bien de la sociedad en la que viven. Sepan reconocer su importancia también en nuestro tiempo y comprender la declaración del Sínodo de los obispos de 1971, según la cual "hay que tener siempre presente la prioridad de la misión especifica que empeña toda la existencia de los presbíteros, de manera que ellos mismos, adquiriendo con gran confianza una experiencia renovada de las cosas de Dios, puedan anunciarlas eficaz y gozosamente a los hombres que las esperan" (ib.).

Sí, espero y oro a fin de que se conceda cada vez más a mis hermanos sacerdotes, de hoy y de mañana, ese don de inteligencia espiritual que les permita comprender y seguir, también en la dimensión política, el camino de la pobreza que Jesús nos enseñó.
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Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora muy cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular, a lo jóvenes integrantes de la Orquesta del Conservatorio Superior de Música «Joaquín Rodrigo» de Valencia y al grupo musical «Agora» de México, así como a la peregrinación de médicos de Granada.

A todos imparto con gran afecto la bendición apostólica




Audiencias 1993 17793