Discursos 1993 8

8 3. A la luz de las directivas conciliares, que todavía hoy muestran todo su valor, y considerando el desarrollo de las actuales condiciones sociales, vuestro servicio pedagógico asume una importancia singular no sólo, como es obvio, con miras a su función pedagógica, sino también con vistas a una aportación propia y peculiar a la obra de la evangelización.

Por consiguiente, en primer lugar, debéis proponer las virtudes humanas fundamentales, sobre las que se edifica concretamente el ser humano: prudencia, justicia, fortaleza y templanza: «Las virtudes humanas —dice el Catecismo de la Iglesia católica— son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien» (Catecismo de la Iglesia católica
CEC 1804).

Además, queridos hermanos y hermanas, difundid el sentido de la «comunión», de la solidaridad y de la comprensión recíproca, a fin de inculcar en los alumnos, desde los primeros años de su vida, el sentimiento de la fraternidad y de la caridad que supera todas las barreras ideológicas y culturales y abre el espíritu a la acogida y a la colaboración.

Sobre todo, sed vosotros mismos testigos auténticos con vuestro ejemplo de personas creyentes y coherentes, que siguen las enseñanzas de Cristo y el magisterio de la Iglesia, viven con profunda dignidad el misterio de la «gracia» y difunden su propia fe con alegría, serenidad y confianza.

4. Queridos hermanos y hermanas, antes de concluir este encuentro nuestro, me complace recordar el célebre diálogo «De Magistro». En él san Agustín se coteja con su hijo Adeodato, un muchacho cuyo ingenio, como dice en sus Confesiones, «me asustaba» (IX, 6). Después de haber conversado largamente con él, el gran filósofo y teólogo observa: «El único Maestro de todos está en los cielos... La felicidad de la vida, que todos dicen que buscan, pero pocos son los que se alegran de haberla encontrado de verdad, consiste en amarlo y conocerlo» (De Magistro, c. XIV, 46).

Puede suceder a veces que uno se sienta descorazonado frente a las dificultades y exigencias de la labor educativa, muy ardua en nuestra época. Sin embargo, para nosotros la afirmación de Agustín tiene plena validez: en el alboroto de muchas voces disonantes y ensordecedoras es necesario mantener vivo el diálogo interior con el divino Maestro, condición indispensable para realizar de manera auténtica nuestra vocación peculiar. En efecto, «la felicidad de la vida consiste en amarlo y conocerlo».

Queridos hermanos y hermanas, con estos sentimientos os deseo que prosigáis con confianza por vuestro camino. Os sostenga la maternal protección de María, Sede de la Sabiduría.

Os acompañe y conforte también mi bendición, que ahora imparto de buen grado a cada uno de vosotros, extendiéndola a todos los miembros de vuestra asociación.





Febrero de 1993


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

DE GUINEA ECUATORIAL EN VISITA «AD LIMINA»


Jueves 18 de febrero de 1993



Amados Hermanos en el Episcopado:

9 1. El Señor nos concede la gracia de este encuentro con el que culmina vuestra visita “ ad Limina ”, Pastores de la Iglesia en Guinea Ecuatorial. Os expreso mi mas cordial bienvenida y doy gracias a Dios por habernos permitido compartir en espíritu de fraternidad la solicitud pastoral por la vida, las esperanzas y las dificultades en vuestras respectivas diócesis. Agradezco de corazón las amables palabras que, en nombre de todos, me ha dirigido Monseñor Anacleto Sima Ngua Obono, Presidente de la Conferencia Episcopal, haciéndose portavoz también de vuestros colaboradores diocesanos y de vuestros fieles.

2. Durante las audiencias que he tenido con cada uno de vosotros, no he podido por menos de evocar aquella peregrinación apostólica de tan grata memoria, que en febrero de 1982 hice a vuestro noble País, y que me permitió acercarme a las raíces de vuestra fe cristiana y de vuestra historia. Sé que de aquella inolvidable jornada y con la ayuda de Dios surgieron iniciativas apostólicas, que vosotros supisteis concretar en planes pastorales; por otra parte, al cumplirse el décimo aniversario de mi visita, habéis querido dar un ulterior impulso al llamado que os hice en la homilía que pronuncié en la Plaza de la Libertad, en Bata, invitando “ a cada sector eclesial a una renovada fidelidad en el empeño evangelizador ” (Homilía de la misa celebrada en Bata, n. 8, 18 de febrero de 1982).

El reto, que para la Iglesia representan los graves problemas que afectan a vuestro país, exige de vosotros, queridos Hermanos, una total dedicación al permanente anuncio del Evangelio, a la ineludible renovación de vuestras comunidades, al discernimiento y comprensión del hombre ecuatoguineano, que busca satisfacer su hambre de Dios y sus legítimas aspiraciones a que su dignidad sea respetada y sus derechos tutelados. Cristo os ha escogido y os ha enviado para que anunciéis a todos, con vuestra palabra y con vuestra vida, su mensaje y su verdad salvífica. Como educadores en la fe y “maestros auténticos” (Lumen gentium
LG 25), vuestra oración y la escucha de la Palabra ha de ser asidua y atenta para poder transmitirla a los demás y así descubrir en cada acontecimiento los designios de Dios (cf. Apostolicam actuositatem AA 4). Vuestra predicación ha de ser siempre un testimonio de vuestro encuentro personal con Cristo y de vuestra entrega sin reservas a difundir el Evangelio y edificar el Reino de Dios en comunión eclesial.

3. En el ejercicio de vuestro ministerio “para actualizar perennemente la obra de Cristo, Pastor eterno” (Christus Dominus CD 2) contáis, en primer lugar, con la colaboración de vuestros presbíteros, a quienes el Concilio Vaticano II llama “próvidos cooperadores del Obispo” (Lumen gentium LG 28). Vivid, por tanto, muy cercanos a ellos, con sincera amistad, compartiendo sus alegrías y dificultades, sosteniéndolos en sus necesidades; de esta manera, y contando sobre todo con la ayuda de la gracia divina, podrán afrontar con mayor confianza y generosidad las dificultades cotidianas y podrán vivir mas fielmente los compromisos asumidos en la ordenación sacerdotal configurándose con Cristo, obediente, pobre y casto.

Al pensar en vuestras Iglesias particulares, tengo presente también a las diversas congregaciones y comunidades religiosas establecidas en las mismas. Además de su insustituible labor en la evangelización y catequesis, así como en la pastoral litúrgica y sacramental, importantes y numerosas obras de la Iglesia en el campo de la enseñanza, asistencia y promoción social, atención a los pobres y enfermos, están dirigidas por religiosos y religiosas. Por ello, junto con vosotros, quiero agradecerles su dedicación al florecimiento espiritual de vuestras comunidades a la vez que les aliento a continuar contribuyendo generosamente, como almas consagradas, a la obra de evangelización, para que la semilla plantada por los abnegados misioneros que les han precedido dé en nuestros días abundantes frutos para bien de los amados hijos de Guinea Ecuatorial.

4. Preocupación prioritaria de vuestro ministerio episcopal ha de ser la pastoral vocacional. Durante los últimos años habéis tenido el gozo de ver crecer el número de vuestros seminaristas. Ellos constituyen una esperanza para los próximos años en que podréis incorporar a vuestros presbiterios un cierto número de sacerdotes nativos. El Concilio Vaticano II pone especial énfasis en que los Pastores dediquen una esmerada atención a los centros de formación sacerdotal, donde los candidatos, junto con la adecuada preparación intelectual, han de adquirir por medio de la oración y los sacramentos un trato personal íntimo con Cristo, que despierte en ellos la conciencia de estar llamados a continuar su obra en el mundo, en favor de los hermanos. Vuestro proyectado Seminario Nacional habrá de ser semillero que garantice la continuidad de los servidores del Evangelio y sea vía de solución a la problemática actual que afecta al clero nativo. Como lo indican repetidamente las instrucciones emanadas de la Sede Apostólica, en los seminarios y casas de formación se ha de fomentar la piedad comunitaria y personal, así como una seria dedicación al estudio y observancia de la disciplina; al mismo tiempo, se favorecerá la convivencia fraterna y la progresiva iniciación a la vida pastoral como base y garantía de una sólida preparación para el sacerdocio o la vida religiosa. Por tanto, no habéis de ahorrar esfuerzos en asumir esta responsabilidad prioritaria y de tanta trascendencia para el presente y el futuro de la Iglesia en vuestro país.

5. En el marco de la actividad evangelizadora, objeto de particular atención ha de ser la familia, pues ella, además de célula primaria de la sociedad, es lugar de encuentro con Dios y ámbito propicio para que se perfeccione la gracia propia del sacramento del matrimonio. Vosotros no habéis dejado de señalar los males que aquejan a la institución familiar en vuestro País: uniones ilícitas, infidelidad, abandono, violación del derecho a la vida, exclusión de la fecundidad, deterioro de los valores de la familia. Se hace, pues, urgente intensificar una acción pastoral que, respondiendo a los diversos retos que se presentan, lleve a las familias a cumplir con la misión de ser cenáculo de amor y espacio de santificación para sus miembros.

Mucho pueden hacer en este campo los laicos, hombres y mujeres cristianos. Por ello, habéis de fomentar la participación y corresponsabilidad eclesial de los seglares. Si bien se han dado ya algunos pasos en este terreno, es aún largo el camino que queda por recorrer. Es preciso, por tanto, avanzar hacia una presencia nueva de la Iglesia y de los católicos en la sociedad ecuatoguineana. Los fieles laicos han de ser fermento del Evangelio para la animación y transformación de las realidades temporales con el dinamismo de la esperanza y la fuerza del amor cristiano.

De un particular reconocimiento por el importante papel que desarrollan en sus comunidades son merecedores los catequistas. Junto con mi viva gratitud, en nombre del Señor, por el trabajo apostólico que realizan, les aliento a un decidido empeño en actualizar su formación para afrontar mas adecuadamente los retos de la nueva evangelización. Ellos, con su labor constante y abnegada, colaboran en la urgente tarea de presentar al pueblo fiel los contenidos esenciales de la fe católica, especialmente en el momento presente en el que sectas fundamentalistas y nuevos grupos religiosos llevan a cabo en ciertas zonas de vuestro País campañas proselitistas, sembrando la confusión y diluyendo la coherencia y unidad del mensaje evangélico.

6. Por otra parte, el necesario crecimiento en la fe y el testimonio cristiano para la transformación de las realidades temporales según los designios de Dios, han de estar fundados en una participación mas activa del laico en la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia. En efecto, el Concilio Vaticano II nos recuerda que la liturgia es “la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos... participen en el sacrificio y coman la Cena del Señor” (Sacrosanctum Concilium SC 10).

Los seglares, mujeres y hombres, han de sentirse llamados a contribuir generosamente al bien común. Todos deben promover la justicia y la solidaridad, en su vida cotidiana, en el campo de sus responsabilidades sociales concretas, en la actividad económica, en la acción sindical o política, en la actividad educativa y cultural, en las instituciones al servicio de la salud, en los proyectos de promoción humana integral, en los medios de comunicación social. Por otra parte, conviene también recordar que –respetando siempre la legítima autonomía de la esfera política– es, sin embargo, misión de los Pastores del Pueblo de Dios iluminar desde el Evangelio la actuación de los fieles laicos en la vida pública (cf. Gaudium et spes GS 76).

10 7. Para hacerse presentes en medio del mundo, como testigos de Dios y mensajeros de la Buena Nueva de la salvación, los seglares cristianos necesitan estar firmemente enraizados en la fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Por ello, quiero exhortaros una vez mas a insistir en el desarrollo de la catequesis. A ello contribuirá la adecuada difusión y estudio del recientemente publicado “ Catecismo de la Iglesia Católica ”. En la catequesis no debe faltar –especialmente para los comprometidos en el campo social y político– un adecuado conocimiento de la doctrina social de la Iglesia, que ha de inspirar la conducta cristiana en una conversión continua a los valores evangélicos.

Exigencia específica de la vocación del seglar cristiano ha de ser un decidido compromiso por la justicia, por el respeto de los derechos humanos, por la moralidad y honradez en la vida pública, denunciando todo aquello que atenta al bien común y a la pacífica convivencia. El cristiano no puede permanecer impasible cuando tantos hermanos suyos se debaten en situación de miseria, o no son respetados sus derechos como personas y miembros de la sociedad. Por ello, la paz, que es esencialmente obra de la justicia, hallara su camino de realización en un mayor respeto de la dignidad de la persona y sus libertades, y una mas amplia participación de los ciudadanos en todo aquello que interesa al bien común en un Estado de derecho.

8. El presente y el futuro de vuestras comunidades eclesiales requiere que se preste una particular atención a la juventud. No cejéis en vuestro empeño pastoral en favor de los jóvenes, pues de ellos, de como se identifiquen con el Evangelio, dependerá en gran parte el futuro de la Iglesia en Guinea Ecuatorial. Proponedles los ideales altos y nobles a que Cristo los llama. Sólo cuando Cristo es conocido y amado como centro de la propia vida es posible pensar en una entrega total de la existencia a su servicio, y cabe proponer adecuadamente la vocación a la vida sacerdotal y religiosa.

Al volver a vuestras diócesis os ruego que transmitáis a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, catequistas y fieles el saludo entrañable del Papa, que en todos piensa y por todos ora con gran afecto y firme esperanza. A la intercesión de la Santísima Virgen encomiendo vuestras personas, vuestras intenciones y propósitos pastorales, para que el nombre de Cristo esté siempre presente en el corazón y en los labios de todos los ecuatoguineanos.

Con estos deseos os acompaña mi plegaria y mi bendición apostólica.





Marzo de 1993


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PRESIDENTES DE LAS COMISIONES EPISCOPALES

PARA LA FAMILIA EN AMÉRICA LATINA


Jueves 18 de marzo de 1993



Señores Cardenales,
queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Es para mí motivo de especial alegría recibiros a vosotros, Presidentes de las Comisiones Episcopales para la Familia en América Latina, que participáis en la reunión convocada por el Pontificio Consejo para la Familia y a la que asiste también el Señor Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, Presidente del CELAM así como Monseñor Edmundo Abastoflor, Director de la Sección de pastoral familiar del CELAM. Expreso mi viva gratitud al Presidente de este Pontificio Consejo, Señor Cardenal Alfonso López Trujillo, por las amables palabras que, ha tenido a bien dirigirme, haciéndose portavoz de todos los presentes.

2. Hace apenas unos meses, en la inauguración de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo, quise recordar la opción por la familia y por la vida, valores tan estrechamente unidos, pues la familia es el “santuario de la vida” (Discurso inaugural de la IV Conferencia general del episcopado latinoamericano, n. 18, 12 de octubre de 1992). Y no podemos por menos de constatar que en América Latina, como en otros lugares del mundo, la misma institución familiar y muchas vidas inocentes se ven seriamente amenazadas. Por otra parte, no dejan de ser preocupantes ciertos planteamientos relativos a la cuestión demográfica. A este respecto, os recordaba en Santo Domingo que “es falaz e inaceptable la solución que propugna la reducción del crecimiento demográfico sin importarle la moralidad de los medios empleados para conseguirlo. No se trata de reducir a toda costa el número de invitados al banquete de la vida; lo que hace falta es aumentar los medios y distribuir con mayor justicia la riqueza para que todos puedan participar equitativamente de los bienes de la creación” (Ibíd., 15).

11 Constatáis que la dignidad de la mujer no siempre es respetada en sus derechos dentro del matrimonio e incluso en el ámbito social. Continuad, pues, amados Hermanos, vuestra labor pastoral en la promoción y defensa de la mujer, contribuyendo también a que se creen condiciones adecuadas que le permitan desarrollar mejor su misión de esposa y de madre en el hogar y para bien de la sociedad. Por su parte, las mismas mujeres, –comprometidas en los diversos campos de la vida profesional y al servicio del bien común, como la política, la educación, las actividades económicas y empresariales, y tantos otros– han de ser también las propulsoras de sus legítimos derechos.

3. Particular atención en la pastoral debéis dedicar a la niñez, que con frecuencia sufre las dramáticas consecuencias de la falta de una verdadera familia. No os canséis pues de insistir en que el primer derecho del niño, –aparte del fundamental a la vida– es contar con un verdadero hogar donde se sienta acogido por el amor de sus padres y pueda ser educado humana y cristianamente. Así se evitará la tragedia del elevado número de niños desamparados, que viven sobre todo en las grandes urbes latinoamericanas, “sujetos a tantos peligros, no excluida la droga y la prostitución” (Discurso inaugural de la IV Conferencia general del episcopado latinoamericano, n. 18, 12 de octubre de 1992).

4. Me es grato comprobar la importancia dada al tema de la familia en las Conclusiones de la IV Conferencia General del Episcopal Latinoamericano a que venimos aludiendo. Entre sus líneas pastorales destaca el “subrayar la prioridad y centralidad de la pastoral familiar en la Iglesia diocesana” (Conclusiones, 222). Esto ha de ser para los Obispos objeto de especial solicitud, que asegure una pastoral orgánica y que ponga la familia y la vida en el centro de la Nueva Evangelización. Dicha opción debe ser objeto de un serio y sistemático estudio y reflexión en los seminarios, casas de formación e institutos.

En este campo es necesario garantizar la unidad de criterios y el conocimiento profundo de la teología de la familia, así como de las materias relacionadas con sus derechos, la preparación al matrimonio, la bioética, la sana educación sexual, la correcta información sobre cuestiones demográficas y afines. Esto supone, sin duda, una visión más integrada de las diversas disciplinas y tratados en torno al matrimonio, tanto en las ciencias teológicas como en las filosóficas y antropológicas.

5. Además de los sacerdotes, cuya labor es tan decisiva, es preciso tener en cuenta otros agentes de pastoral: religiosos, religiosas y laicos comprometidos. En efecto, son numerosas las familias religiosas, tanto masculinas como femeninas, que tienen como carisma específico el servicio a la familia o que en su misión educativa y asistencial mantienen estrechas relaciones con los padres de familia. Por todo ello, los miembros de los institutos religiosos que colaboran activamente en la pastoral familiar han de ser particularmente alentados por los Obispos. Mención especial merecen los laicos, y no sólo los que pertenecen a asociaciones y movimientos, sino también como individuos o miembros en las comunidades parroquiales y educativas, y en el desempeño de su misión de esposos y padres cristianos.

6. Para la adecuada formación de los agentes de pastoral familiar es necesario contar con Institutos y centros especializados, que tanto a nivel nacional como diocesano puedan proporcionar una formación integral en los temas relativos a la familia y a los problemas con que la Iglesia ha de enfrentarse en este campo. En este sentido existen ya en América Latina iniciativas y experiencias válidas y alentadoras, que mantienen una fructífera relación con el Instituto Pontificio erigido en la Universidad Lateranense.

Sin agentes pastorales bien formados, cómo se podría responder a los retos urgentes, a las exigencias de la Nueva Evangelización que haga de la familia y de la vida objeto peculiar de sus prioridades? Cómo se podría fomentar el diálogo enriquecedor con científicos, autoridades y dirigentes en general, en la búsqueda de políticas consecuentes y en el desarrollo de programas de largo alcance?

7. La ubicación primaria y central de la pastoral familiar como lo indican las Conclusiones, de la Conferencia de Santo Domingo, requiere unas estructuras apropiadas en las Conferencias Episcopales, así como en las diócesis y parroquias, que permitan una acción pastoral más dinámica, de acuerdo con las exigencias del momento presente, dedicando generosamente personal adecuado para esta labor apostólica. Hay, pues, que dar cuerpo a proyectos, programas y planes concretos en favor de la familia y en el marco de la Nueva Evangelización. Ocasión propicia para ello será también la celebración del Año Internacional de la Familia, tema sobre el cual habéis reflexionado y dialogado en estos días.

Con estos vivos deseos os acompaña mi oración y mi Bendición Apostólica, que os ruego trasmitáis a las comunidades de América Latina que vosotros servís con amor y esperanza, a fin de que el modelo de familia, querido por Dios y que tiene su eje en el matrimonio uno e indisoluble, sea fortalecido y preservado a fin de que los hogares cristianos sean fermento en la sociedad latinoamericana, como Iglesia doméstica y santuario de la vida, a imagen del hogar de Nazaret.





: Abril de 1993


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR GALO ALBERTO LEORO FRANCO,

NUEVO EMBAJADOR DE ECUADOR ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 2 de abril de 1993



Señor Embajador:

12 Es para mí motivo de particular complacencia recibir las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario del Ecuador ante la Santa Sede.

Agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido y, en particular, el deferente saludo del Señor Presidente Constitucional de la República, Arquitecto Sixto Durán–Ballén, al cual le ruego trasmita mis mejores deseos de paz y bienestar, junto con mis votos por la prosperidad y progreso integral de la querida Nación ecuatoriana.

Se ha referido Usted, Señor Embajador, a la labor de la Santa Sede en favor de la paz y de la acción solidaria entre los pueblos y naciones. En efecto, son las grandes causas del hombre las que la Iglesia trata de defender en todos los foros internacionales en que está presente. Por su carácter espiritual y religioso puede llevar a cabo este servicio por encima de motivaciones terrenas o intereses particulares, pues, como enseña el Concilio Vaticano II, “al no estar ligada a ninguna forma particular de civilización humana ni a ningún sistema político, económico o social, la Iglesia, por esta su universalidad, puede constituir un vínculo estrechísimo entre las diferentes naciones y comunidades humanas, con tal de que éstas tengan confianza en ella y reconozcan efectivamente su verdadera libertad para cumplir su misión” (Gaudium et spes
GS 42).

Me complace saber que las Autoridades de su País están trabajando decididamente para establecer sólidos fundamentos que permitan el reforzamiento de un orden social más justo y participativo. Para llevar a cabo tan noble tarea se precisa la colaboración de todos con una gran amplitud de miras, anteponiendo el bien común a los intereses particulares y promoviendo siempre el diálogo real y constructivo que evite descalificaciones y enfrentamientos. Hago fervientes votos para que los ecuatorianos, que en su gran mayoría se profesan hijos de la Iglesia católica, pongan cuanto está de su parte para construir una sociedad solidaria y fraterna, donde sea posible la armonización de los legítimos derechos de todos los ciudadanos en un proyecto común de fecunda convivencia. A este respecto, los principios cristianos que han informado la vida de la Nación ecuatoriana han de ser motivo de fundada esperanza y de estímulo para superar las dificultades de la hora presente e infundir, con la ayuda de Dios, un nuevo dinamismo que abra en el Ecuador nuevas vías al desarrollo integral.

La concepción cristiana de la vida y las enseñanzas morales de la Iglesia han de continuar siendo elementos esenciales que inspiren a cuantos trabajan por el bien de los individuos, de las familias, de la sociedad. Por otra parte, no podemos por menos de constatar que en muchas partes del mundo asistimos hoy a una crisis de valores que afecta a instituciones como la familia, o a amplios sectores de la población como la juventud. A este respecto, deseo recordar mis palabras a los Obispos de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, durante su última visita “ad Limina”: “En un país cristiano como el Ecuador nada más lógico y justo que sean tutelados los principios y los valores cristianos de sus gentes. Por ello, toda la sociedad ha de sentirse solidaria en la obra educativa, que hace la grandeza de la nación” (A los obispos de Ecuador en visita «ad limina Apostolorum», n. 5, 27 de octubre de 1989).

Durante mi visita pastoral a su país, a la que Usted tan amablemente ha aludido, pude apreciar los genuinos valores que adornan al pueblo ecuatoriano. A este propósito, viene a mi mente el entrañable encuentro en la antigua ciudad de Latacunga con los habitantes de la región y, en particular, con las queridas comunidades indígenas, hacia las que la Iglesia muestra una especial solicitud no sólo en la acción evangelizadora, sino también en la promoción humana y social. Con motivo de la reciente conmemoración del V Centenario de la llegada del Evangelio a América quise poner de manifiesto “el lugar preferente que en el corazón y el afecto del Papa ocupan los descendientes de los hombres y mujeres que poblaban aquel continente cuando la cruz de Cristo fue plantada el 12 de octubre de 1492” (Mensaje desde Santo Domingo a los indígenas del continente americano, n. 1, 12 de octubre de 1992).

Son muchos y muy profundos los vínculos que, desde sus mismos orígenes, han unido al Ecuador con esta Sede Apostólica. En esta circunstancia, deseo manifestarle, Señor Embajador, la decidida voluntad de la Iglesia en seguir colaborando con las Autoridades y las diversas instancias de su País en servir a las grandes causas del hombre, como ciudadano y como hijo de Dios (Gaudium et spes GS 76). Por su parte, los Pastores, sacerdotes y comunidades religiosas del Ecuador, seguirán incansables en el cumplimiento de su labor evangelizadora, asistencial y educativa para bien de toda la sociedad. A ello les mueve su vocación de servicio a todos, especialmente a los más necesitados, contribuyendo así a la elevación integral del hombre ecuatoriano y a la tutela y promoción de los valores supremos.

En sus deferentes palabras se ha referido Usted a la contribución de su País en favor de la integración latinoamericana y, en particular, al robustecimiento del esquema andino que vincula a cinco países bolivarianos. La Santa Sede no puede por menos de apoyar los esfuerzos por el fortalecimiento de estructuras sociales y económicas que abran nuevas vías de progreso y desarrollo a los pueblos de esa área. El fomento de la unidad y buen entendimiento es tarea en la que se debe colaborar generosamente para reforzar así los lazos de solidaridad entre todos los hombres y, en particular, entre quienes integran la gran familia latinoamericana. Hago fervientes votos para que el Ecuador, fiel a sus tradiciones más nobles y a sus raíces cristianas, camine por la vía de la fraternidad y el entendimiento, contribuyendo también eficazmente a hacer más operantes y efectivos los vínculos de amistad, paz, justicia y progreso entre unos pueblos a quienes la misma geografía, la fe cristiana, la lengua y la cultura han unido definitivamente en el camino de la historia.

Señor Embajador, al renovarle mis mejores deseos por el éxito de la alta misión que hoy comienza, le aseguro mi plegaria al Todopoderoso para que asista siempre con sus dones a Usted y a su distinguida familia, a sus colaboradores, a los Gobernantes de su noble País, así como al amadísimo pueblo ecuatoriano, al que recuerdo siempre con particular afecto.






AL CONGRESO SOBRE CATEQUESIS


ORGANIZADO POR LA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO


Jueves 29 de abril de 1993



. Señores cardenales;
13 venerados hermanos en el episcopado;
queridos sacerdotes;
hermanos y hermanas:

1. Con mucho gusto os recibo con ocasión del Congreso organizado por la Congregación para el clero sobre un tema muy actual e importante para la vida eclesial, como es el del influjo del Catecismo de la Iglesia católica en la pastoral catequística en general y la redacción de los catecismos locales en particular.

Agradezco al señor cardenal José T. Sánchez, prefecto de dicha Congregación, las amables palabras que me ha dirigido, y saludo con afecto a los presidentes de las Comisiones episcopales para la catequesis, así como a los expertos y a los miembros de ese mismo dicasterio.

En este tiempo pascual resuenan todavía en nuestro espíritu las palabras de san Pedro: la piedra despreciada por los constructores "se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (
Ac 4,11-12).

Jesucristo es la salvación eterna, que se manifestó en la plenitud de los tiempos. Es la verdad que libera y la palabra que salva.

Para transmitir a todos los pueblos la buena nueva, fundó su Iglesia con la misión específica de evangelizar. Después de Pentecostés, la Iglesia cumplió con entusiasmo el mandato de su divino fundador y comenzó su misión de proclamar el feliz anuncio de la salvación.

Esto es lo que los discípulos del Señor han hecho a lo largo de la historia humana. Esto es lo que la Iglesia quiere hacer hoy, esforzándose por llevar a cabo, al comienzo del tercer milenio, la nueva evangelización con la ayuda del Catecismo de la Iglesia católica, instrumento que responde plenamente a las necesidades de la época actual.

2. Hay que recibir la publicación de este Catecismo como una verdadera gracia del Señor en vísperas del nuevo milenio. En el mundo de hoy, marcado por procesos preocupantes de secularización, que desembocan a menudo en el ateísmo, un mundo en el que la sed creciente de lo sagrado se manifiesta muchas veces en formas de subjetivismo o en la multiplicación de movimientos religiosos discutibles, se siente por todas partes la necesidad de certeza en la profesión de fe y en el compromiso personal de conversión y vida cristiana.

El reciente Catecismo quiere responder a esta necesidad. Por su misma naturaleza de verdadero texto catequístico, será sin duda una ayuda para la nueva evangelización, presentando íntegro el mensaje de Cristo, sin mutilaciones o falsificaciones (cf. Catechesi tradendae CTR 30).

14 La nueva evangelización, cuyo destino está estrechamente ligado a la labor catequística, tiene corno punto de partida la certeza de que en Cristo se halla una riqueza inescrutable (cf. Ef Ep 3,8), que ninguna cultura ni época pueden agotar y la que los hombres están invitados continuamente a acudir, a fin de orientar su existencia. Esta riqueza es, sobre todo, la persona misma (le Cri5to, en el que tenemos acceso a la verdad sobre Dios y el hombre. Quienes creen en él, cualquiera que sea la época o cultura a la que pertenezcan, hallan respuesta a las preguntas siempre antiguas y siempre nuevas acerca del misterio de la existencia y que están grabadas indeleblemente en el corazón del hombre.

3. Por tanto, la nueva evangelización requiere, sobre todo, una catequesis que, presentando el plan de la salvación, "sepa invitar a la conversión" y a la esperanza en las promesas de Dios, basándose en la certeza de la resurrección real de Cristo, primer anuncio y raíz de toda evangelización, fundamento de toda promoción humana, principio de toda cultura cristiana auténtica.

Es necesario que los pastores del pueblo de Dios y los agentes de la pastoral presten especial atención a la catequesis, que es explicitación sistemática del primer anuncio evangélico, educación de quienes se disponen a recibir el bautismo o a ratificar sus compromisos, e iniciación a la vida de la Iglesia y al testimonio concreto de la caridad. Así pues, la catequesis es un momento de importancia esencial en el proyecto rico y complejo de la evangelización. Como he recordado también en la carta dirigida recientemente a todos los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, en el Catecismo "podemos encontrar una norma auténtica y segura.., Para el desarrollo de la actividad catequética entre el pueblo cristiano, para la nueva evangelización, de la que el mundo de hoy tiene inmensa necesidad" (n. 2; cf. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 26 de marzo de 1993, p. 1).

4. La pastoral catequística halla en el Catecismo de la Iglesia católica el instrumento más idóneo para la nueva evangelización.

Es urgente que los catequistas, en virtud de su carisma y del mandato recibido de los pastores, repitan en las comunidades la misión de la Iglesia maestra, de esta educadora humilde como su Señor, que guía pacientemente a cada uno de sus discípulos hacia un proyecto de vida, del que ella no es autora, sino sólo depositaria y mediadora.

Sin olvidar jamás que Dios es el educador de su pueblo, y que Jesucristo es el pedagogo interior de sus seguidores a través del don incesante de su Espíritu, conviene subrayar un principio que puede inspirar el uso pastoral del Catecismo de la Iglesia católica, y que se lee en el número 169 del mismo texto: "La salvación viene sólo de Dios; pero, puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre: "Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no en la Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra salvación" (Fausto de Riez, De Spiritu Sancto, 1, 2). Porque es nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe".

5. El nuevo Catecismo se entrega a los pastores y a los fieles para que, como todo catecismo auténtico, sirva para educar en la fe que la Iglesia católica profesa y proclama. Por eso, es un don para todos: se dirige a todos, y hay que hacer que llegue a todos. La aceptación extraordinaria que ha tenido en el pueblo cristiano sirve como ulterior exhortación y aliento a cumplir ese deber urgente de toda la Iglesia.

Por ser tan completo, este Catecismo es también "típico" y "ejemplar" para todos los demás catecismos, como texto de referencia seguro para la enseñanza de la doctrina católica y, de forma muy especial, para la elaboración de los catecismos locales. No ha de considerarse sólo como una etapa que precede a la redacción de los catecismos locales; está destinado a todos los fieles que tengan la capacidad de leerlo, comprenderlo y asimilarlo en su vida cristiana. En esta perspectiva, sirve de apoyo y fundamento para la redacción de nuevos instrumentos catequísticos, que tengan en cuenta las diversas situaciones culturales y, a la vez, guarden con sumo esmero la unidad de la fe y la fidelidad a la doctrina católica (cf. Fidei depositum, 4).

6. El Sínodo de 1977 sobre la catequesis afirmó, con razón, que evangelizar es una iniciativa dinámica: se trata de encarnar el Evangelio en las culturas y de recibir los valores auténticos de estas mismas culturas en el cristianismo (cf. Mensaje al pueblo de Dios, 5). Eso significa que la catequesis se esfuerza por conservar y transmitir íntegramente el depositum fidei contenido en el Catecismo de la Iglesia católica y por convertirse en factor activo de la inculturación de la fe.

Para que sea verdaderamente maestra en esta inculturación, es necesario que la catequesis use el Catecismo de la Iglesia católica a la luz de las verdades fundamentales de la fe y de los tres grandes misterios de la salvación: la Navidad, que muestra el camino de la Encarnación y lleva al que catequiza a compartir su vida con el catequizado, asumiendo todos sus posibles elementos positivos, como su historia, sus costumbres, sus tradiciones y su cultura; la Pascua, que, a través del sufrimiento, lleva a la purificación de los pecados y a rescatar todas las culturas de la insensatez del mal y de la fragilidad del limite natural; y Pentecostés, que, con el don del Espíritu Santo, hace posible que todos comprendan en su lengua las maravillas de Dios, abriendo nuevos espacios para que actúe la fe y la misma cultura.

7. Es evidente que la fe cristiana no se identifica con ninguna cultura determinada, porque está por encima de todas ellas, aunque de hecho puede encarnarse en las diferentes culturas. Esto implica que en todo proceso catequístico haya que considerar y recibir la iniciativa divina, que concede gratuitamente la fe y favorece la expresión humana y cultural que la transmite. El Espíritu Santo, que "llena la tierra..., todo lo mantiene unido y tiene conocimiento de toda palabra" (Sg 1,7), es el que da incesantemente a las diferentes culturas la gracia de recibir y vivir el Evangelio. Encarnar la fe no es sólo una inevitable necesidad histórica, sino también la condición necesaria para vivirla, profundizarla y transmitirla.

15 Esta acción cumple, además, una función purificadora en relación con las culturas. Es propio de la palabra de Dios indicar al hombre los dos caminos: el del bien y el del mal, invitando a abandonar el hombre viejo para dejar de ser esclavo del pecado (cf. Rm Rm 6,9-1 Rm 1), y a revestirse del hombre nuevo creado en la santidad de la verdad. Esto supone una catequesis capaz de leer profundamente la condición humana y de discernir evangélicamente, en la perspectiva del reino de Dios, los peces buenos de los malos (cf. Mt Mt 13,48).

En síntesis, la utilización del Catecismo de la Iglesia católica en la catequesis y en los catecismos locales debe estar guiada por este principio de comunión: "La compatibilidad con el Evangelio de las varias culturas a asumir y la comunión con la Iglesia universal" (Redemptoris missio RMi 54).

Quiera Dios que este principio, en que se ha basado vuestro trabajo de estos días, siga guiándolos también en el futuro y os ayude a realizar la obra tan positiva de ofrecer a vuestros fieles instrumentos de catequesis adecuados a las exigencias de los tiempos y aptos para llevar a cabo la nueva evangelización, que constituye el desafío que ha de afrontar toda la Iglesia al final de este milenio.

Os acompañe y os sostenga en este cometido arduo y fundamental mi bendición apostólica, que os imparto con afecto a vosotros, a vuestro trabajo y a las Iglesias que representáis y por las que gastáis generosamente vuestras energías.








Discursos 1993 8