Discursos 1993 15

Junio de 1993



VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CEREMONIA DE BIENVENIDA


DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


Aeropuerto internacional «San Pablo» de Sevilla

Sábado 12 de junio de 1993



Majestades,
Venerables Hermanos en el Episcopado,
Excelentísimas Autoridades,
Amadísimos hermanos y hermanas de Sevilla,
16 de Andalucía y de España entera.

1. Al llegar de nuevo a esta bendita tierra, viene espontáneamente a mi memoria el recuerdo de mi primera visita el 5 de noviembre de 1982, cuando tuve la dicha de compartir una inolvidable jornada de fe y esperanza con los hijos e hijas de Sevilla y declarar Beata a Sor Angela de la Cruz, ejemplo luminoso de santidad y de amor al prójimo.

El Señor, dueño de la historia y de nuestros destinos, ha querido que el XLV Congreso Eucarístico Internacional tenga lugar en la antigua e ilustre sede Hispalense, permitiéndome así poder encontrar nuevamente al amado pueblo sevillano y a tantas otras personas de numerosos lugares de España y de la Iglesia universal. Me llena de gozo visitar otra vez esta tierra, cuyas gentes se distinguen por la nobleza de espíritu, por su cultura y que ha dado tantas muestras de aquilatada fe y amor a Dios, de veneración filial a la Santísima Virgen y de fidelidad a la Iglesia.

2. Me complace saludar, en primer lugar, a Sus Majestades los Reyes, que han tenido el deferente gesto de venir a recibirme. Siento el deber de manifestarles mi más viva gratitud por las amables palabras que Su Majestad el Rey Don Juan Carlos ha tenido a bien dirigirme, dándome su cordial bienvenida en nombre también del noble pueblo español. Expreso igualmente mi agradecimiento al Gobierno de la Nación, a las Autoridades de la Comunidad Autónoma Andaluza y a las de la ciudad de Sevilla por su grata presencia en este acto y por su preciosa colaboración en los preparativos de mi visita apostólica.

Mis expresiones de gratitud se hacen abrazo fraterno a mis hermanos en el Episcopado; en particular, al Señor Arzobispo de Sevilla, al Señor Presidente y miembros de la Conferencia Episcopal Española, así como a los Señores Cardenales, Arzobispos y Obispos aquí presentes. En este saludo, mi corazón se abre también con especial afecto a los queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles cristianos de Sevilla, de Andalucía y de toda España, a los que me debo en el Señor como Pastor de la Iglesia universal.

3. Con este viaje apostólico vengo a celebrar, ante todo, a Jesús Sacramentado, que como expresión de un amor infinito se nos da en la Eucaristía, misterio de nuestra fe y fuente de la vida cristiana. Vengo como heraldo de Cristo y en cumplimiento de la misión confiada al apóstol Pedro y a sus Sucesores de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc
Lc 22,32).

Vengo a celebrar con vosotros este misterio del Amor eucarístico para insertarlo más profundamente en la vida y en la historia de este noble pueblo, sediento de Dios, de valores espirituales, de hermandad, de solidaridad, de justicia. Vengo como peregrino de amor y esperanza, con el deseo de alentar el impulso evangelizador y apostólico de la Iglesia en España. Vengo también para compartir vuestra fe, vuestros afanes, alegrías y sufrimientos.

4. El lema del Congreso Eucarístico es bien elocuente: “Christus, lumen gentium”, “Cristo, luz de los pueblos”. Ningún marco más adecuado que el de la península ibérica para proclamar al mundo que el amor de Cristo en la Eucaristía, memorial de su sacrificio redentor, es el faro que ilumina la vida y la historia de generaciones, de pueblos, de continentes. Ahí están para testimoniarlo esa pléyade de misioneros españoles que, habiendo acogido el mandato de Jesucristo “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda creatura” (Mc 16,15), abrieron nuevos y dilatados horizontes para la fe cristiana. Son todavía recientes las conmemoraciones del V Centenario de la Evangelización de América, para cuya preparación con una novena de años quise postrarme a los pies de la Virgen del Pilar en Zaragoza. Con esta visita, en el espléndido marco del Congreso Eucarístico Internacional, deseo también rendir homenaje a la gesta evangelizadora de España en el Nuevo Mundo. Este fue el objetivo del Pabellón de la Santa Sede en el magno certamen de la Exposición Universal de Sevilla: dar a conocer la dimensión evangelizadora de una realidad viva y fecunda, que tuvo su centro en España hace 500 años y que hoy, en las postrimerías del siglo XX, continúa con renovada vitalidad y dinamismo.

5. A ello quiere contribuir también el Congreso Eucarístico, cuyos frutos, como soplo del Espíritu, han de expandirse desde Sevilla a todos los confines de la tierra, pues la inmolación de Cristo en la Cruz, que se renueva en cada Eucaristía “hasta que El vuelva” (1Co 11,26), es sacrificio universal destinado a redimir, salvar y liberar a todos los hombres del poder del pecado y de la muerte.

Con la confianza puesta en el Señor, y sintiéndome muy unido a los amados hijos de toda España, inicio esta visita apostólica que encomiendo a la maternal protección de la Santísima Virgen, mientras bendigo a todos, pero de modo particular a los pobres, a los enfermos, a los marginados y a cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu.

¡Alabado sea Jesucristo!







VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


A LOS DELEGADOS NACIONALES PARTICIPANTES


EN EL XLV CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL


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Patio de los Naranjos de la Catedral de Sevilla

Domingo 13 de junio de 1993



Queridos Delegados Nacionales, participantes en nombre de vuestras comunidades eclesiales en el XLV Congreso Eucarístico Internacional de Sevilla.

1. Convocados por Cristo, luz de los pueblos, hemos llegado como peregrinos a la ciudad de Sevilla, para celebrar en la Eucaristía el misterio de la salvación que Dios ofrece a todos los hombres, y que la Iglesia proclama y renueva cada día.

Es la Iglesia quien celebra la Eucaristía y, como enseña el Concilio Vaticano II, ella “es en Cristo como un sacramento, como un signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen gentium LG 1). En la celebración de la Eucaristía se manifiesta claramente la unidad del Cuerpo místico de Cristo. Así lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Eucaristía hace la Iglesia. Y quienes reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Y Cristo les une a todos en un solo cuerpo: la Iglesia” (Catecismo de la Iglesia Católica CEC 1396). El misterio pascual de Cristo, la celebración de los misterios de nuestra redención en el Sacramento del altar, nos impulsa, al mismo tiempo, a “promover la inalienable dignidad de todo ser humano por medio de la justicia, la paz y la concordia; a ofrecerse a sí mismo generosamente como pan de vida por los demás, a fin de que todos se unan realmente en el amor de Cristo” (Homilía durante la misa de clausura del XLIV Congreso eucarístico internacional, n.6, Seúl, 8 de octubre de 1989).

2. Este Congreso Eucarístico no es sólo un acontecimiento internacional por la presencia y participación de tantos hermanos que desde los cinco continentes se han dado cita en Sevilla. Es, de modo particular, un signo de catolicidad, en el que resplandece la unidad de la Iglesia en el único Cuerpo de Cristo. De ello dais testimonio también vosotros, como Delegados Nacionales para los Congresos Eucarísticos Internacionales, que participáis en este encuentro.

Junto con mi saludo fraterno y afectuoso, deseo hacer presente que vuestro trabajo es muy apreciado por la Iglesia y –como lo he recordado en otras ocasiones– el éxito de cada Congreso depende en gran medida de quienes, bajo la dirección de los Obispos, preparan los programas y organizan su puesta en marcha (A los miembros del Comité pontifico para los Congresos eucarísticos internacionales, n. 2, 7 de noviembre de 1991). Los Delegados Nacionales, con la aprobación y las directivas de la autoridad eclesiástica, animan la preparación pastoral de los fieles en sus respectivas Iglesias particulares y se encargan de la adecuada participación local en cada Congreso. A vosotros corresponde, pues, en gran medida el impulsar la catequesis sobre el misterio eucarístico fomentando en los cristianos una creciente participación en la vida litúrgica, que lleve a la acogida de la palabra de Dios, la oblación de sí mismos y el sentido fraterno de la comunidad; sin olvidar, por otra parte, la cuidadosa realización de iniciativas y de obras sociales, como testimonio de que la mesa eucarística supone solidaridad y participación con los pobres y anuncio de un mundo más justo y fraterno, mientras se espera la venida del Señor (Pontificii Comitatus Eucharisticis Internat. Conventibus Provehendis, Statuta, 19, 20).

3. Deseo expresar mi viva gratitud al Señor Cardenal Edouard Gagnon, Presidente del Comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales, así como a todos los miembros de dicho Comité, especialmente al Secretario. Igualmente, al Señor Arzobispo de Sevilla, al Comité Local y al Secretariado General de Sevilla, así como a cuantos en las diversas comisiones y grupos de voluntarios han hecho posible, con su dedicación y entrega, el que hayamos podido celebrar con tanto fervor este XLV Congreso Eucarístico Internacional.

A todos los Delegados Nacionales quiero manifestaros una vez más el vivo reconocimiento de la Iglesia por el generoso esfuerzo realizado en la actividad catequética, animación pastoral y valiosa colaboración para el buen éxito del Congreso. Un afectuoso saludo dirijo a aquellos Delegados que participan por primera vez en un Congreso Eucarístico Internacional, especialmente a los de Centroeuropa. Las presentes celebraciones concluyen con la “Statio orbis”, pero vuestro trabajo continúa en vuestras Iglesias particulares, para hacer cada vez más presente y operante en los fieles el sentido universal y misionero de la Eucaristía. Al regresar a vuestros países de origen, compartid con vuestros hermanos los dones con que el Señor nos ha bendecido durante los días del Congreso. Es el amor de Cristo quien nos ha reunido; es la luz de Cristo la que nos ha iluminado; es el Pan vivo, el Cuerpo de Cristo, el que nos ha alimentado para la vida eterna. Este misterio de amor, el insondable amor de Cristo, es el que celebramos en la Eucaristía y hemos querido mostrar al mundo en este Congreso Eucarístico Internacional, que hoy se clausura en Sevilla.

En ferviente acción de gracias a Dios Padre por los dones recibidos, y recordando con ánimo agradecido a tantas personas que, en la Iglesia universal, se han unido espiritualmente mediante la plegaria a nuestras celebraciones en honor de Jesús Sacramentado, invoco sobre todos vosotros las bendiciones del Señor.









VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


CON MOTIVO DE LA INAUGURACIÓN


DE LA «RESIDENCIA SAN RAFAEL»


Dos Hermanas, Sevilla

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Domingo 13 de junio de 1993



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Nos hemos reunido en esta Residencia San Rafael, de Dos Hermanas, como el último acto del XLV Congreso Eucarístico Internacional, que nos ha congregado en Sevilla para “ poner de relieve... el lugar central de la Eucaristía en la vida de la Iglesia y en su misión ” evangelizadora (Pontificii Comitatus Eucharisticis Internat. Conventibus Provehendis, Statuta, 15).

Ante el mundo hemos proclamado a Cristo, luz de los pueblos. Hemos reflexionado sobre el tema del Congreso: Eucaristía y evangelización. En efecto, evangelizar, constituye la misión y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Se trata de “llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la humanidad misma” (Evangelii nuntiandi EN 18).

2. La Eucaristía es la gran escuela del amor fraterno. Quienes comparten frecuentemente el pan eucarístico no pueden ser insensibles ante las necesidades de los hermanos, sino que deben comprometerse en construir todos juntos, a través de las obras, la civilización del amor. La Eucaristía nos conduce a vivir como hermanos; sí, la Eucaristía nos reconcilia y nos une; no cesa de enseñar a los hombres el secreto de las relaciones comunitarias y la importancia de una moral fundada sobre el amor, la generosidad, el perdón, la confianza en el prójimo, la gratitud. En efecto, la Eucaristía, que significa acción de gracias, nos hace comprender la necesidad de la gratitud; nos lleva a entender que hay más alegría en dar que en recibir; nos impulsa a dar la primacía al amor en relación con la justicia, y a saber agradecer siempre, incluso cuando se nos da lo que por derecho nos es debido.

3. Como parte integrante de la celebración de los Congresos Eucarísticos Internacionales, la Iglesia quiere dar un testimonio palpable del amor llevando a cabo proyectos de asistencia y ayuda a los hermanos más necesitados. Estas obras de caridad no son algo añadido y ocasional, sino exigencia misma del Sacramento, que ha de llevar a compartir el pan eucarístico y el pan de cada día que Dios ha puesto en la mesa de los hombres.

En efecto, el amor es signo de identidad del cristiano. El amor coherentemente expresado en las buenas obras, es señal y “sacramento” evangelizador, porque “quien ama a su hermano permanece en la luz” (Jn 2,10), “porque el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es Amor” (Ibíd., 4, 7-8). Este acto final del Congreso Eucarístico Internacional de Sevilla quiere subrayar precisamente que “la liturgia eucarística y la liturgia de la vida están íntimamente unidas” («Documento-base», Eucharistici coetus ab omnibus nationibus, 26).

4. “Cristo, Luz de los pueblos” es “la luz verdadera que ilumina a todo hombre”(Jn 1,9), pues en Él está la vida y la vida es la luz de los hombres” (cf Ibíd., 1, 4). Esa luz de Cristo es la que brilla en esta casa de San Rafael, que estamos inaugurando, y en todas las obras sociales realizadas con motivo de este Congreso Eucarístico Internacional que acaba de concluir. Esta luz es la que brilla en el “Proyecto Hombre”, en favor de las personas afectadas por la droga; brilla en las residencias de ancianos, en el centro para disminuidos psíquicos, en el grupo de viviendas sociales, en los nuevos templos construidos. Por todo ello, deseo expresar mi gratitud más profunda, en nombre de la Iglesia y de los más necesitados, por la realización de estas obras, que significan que la luz de la caridad de Cristo ha llegado a vosotros y queréis compartirla generosamente con vuestros hermanos.

Nuestra sociedad no puede sentirse tranquila y satisfecha ante la situación de tantos hermanos que no cuentan con lo necesario para una vida auténticamente digna. No obstante el indudable progreso que se ha registrado en muchos campos, no podemos cerrar los ojos ante los graves problemas sociales de hoy, como es el fenómeno creciente del paro, que está sumiendo a muchas familias en situaciones angustiosas y que plantea una problemática que va más allá de los procesos y mecanismos estrictamente económicos para situarse en una perspectiva ética y moral.

5. Por ello, con deferencia y respeto, deseo dirigirme a quienes desempeñan responsabilidades públicas en bien de la comunidad, a un renovado esfuerzo en favor de la justicia, la libertad y el desarrollo. Que dediquen lo mejor de sí en potenciar los valores fundamentales de la convivencia social: la solidaridad, la defensa de la verdad, la honestidad, el diálogo, la responsable participación de los ciudadanos a todos los niveles. Que el imperativo ético y la voluntad de servicio sean un constante punto de referencia en el ejercicio de sus funciones. Los principios cristianos, que han informado la vida de esta Nación e inspirado muchas de sus instituciones, habrán de ser ineludible punto de referencia en la consecución de metas de mayor progreso integral, e infundirán viva esperanza y nuevo dinamismo que la lleven a ocupar el puesto que le corresponde en Europa y en el mundo.

En esta tarea de construir una nueva sociedad, más rica en humanidad y valores transcendentes, un papel importante lo desempeñan los representantes del mundo de la cultura, a quienes animo a aunar voluntades e impulsar el trabajo creador para afrontar los retos con que se enfrenta España en el momento actual. En este sentido, no podemos olvidar al mundo laboral. Por ello, a los trabajadores y empresarios –desde sus respectivas responsabilidades en la sociedad– no puedo por menos de exhortarles a la solidaridad efectiva: haced todo lo que esté en vuestras manos para luchar contra la pobreza y el paro, humanizando las relaciones laborales y poniendo siempre a la persona humana, su dignidad y derechos, por encima de los egoísmos e intereses de grupo.

19 6. La Iglesia de ayer, de hoy y de siempre, se renueva por la vida del Espíritu que la anima y fortalece. En los umbrales del tercer milenio anuncia una civilización nueva y lo hace ofreciendo el memorial del sacrificio redentor bajo el signo de la esperanza hasta que el Señor vuelva. Pero mientras permanece a la espera, celebrando “las maravillas de Dios” (cf Ac 2,11), el creyente no puede desentenderse de sus hermanos los hombres, de su vida, de su dolor y de sus legítimas aspiraciones. Como he señalado en la encíclica Sollicitudo Rei Socialis, “quienes participamos en la Eucaristía estamos llamados a descubrir, mediante este sacramento, el sentido profundo de nuestra acción en el mundo en favor del desarrollo y de la paz; y a recibir de él las energías para empeñarnos en ello cada vez más generosamente, a ejemplo de Cristo, que en este sacramento da la vida por sus amigos” (Sollicitudo Rei Socialis SRS 25).

Que la Santísima Virgen María, a quien honráis en esta villa de Dos Hermanas con la antigua advocación de Valme, nos ayude con su intercesión gloriosa para que en todas nuestras obras resplandezca la luz de Cristo.

Tiene esta Casa, este lugar un nombre muy hermoso: San Rafael. Sabemos quién es y quién era, quién es San Rafael. Que sea también para vosotros un guía, un guía bueno, como lo era para el Santo Tobías, en el Antiguo Testamento.

Muchas gracias.











VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CORONACIÓN DE LA IMAGEN DE NUESTRA SEÑORA DE LOS MILAGROS

ORACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


Monasterio de la Rábida, Huelva

Lunes 14 de junio de 1993



1. Dios te salve, Madre y Señora Nuestra de los Milagros,
Santa María de la Rábida.
Peregrino por tierras andaluzas,
donde se siente por doquier tu presencia y se oye tu nombre,
he venido a los Lugares Colombinos, que, de modo privilegiado,
20 evocan los recuerdos, siempre vivos,
del V Centenario de la Evangelización de América.
Ante tu imagen oró Cristóbal Colón
y de ti recibió fortaleza y amparo para su intrépido proyecto,
que la reina Isabel la Católica puso al servicio de la fe.

2. Estrella de los mares y Madre de los marineros.
Tus hijos palermos llevaban impresa en sus ojos y en su corazón
tu imagen de bondad y dulzura cuando, aquel 3 de agosto de 1492,
guiados por el Almirante y por los hermanos Pinzón,
sostenidos por el cariño y la oración de sus esposas e hijos,
zarparon del puerto de Palos hacia la singular aventura
21 del encuentro de dos mundos,
que abrió nuevos caminos al Evangelio.
Tu nombre, “ Santa María ”, era el de la nao capitana.
Y con ese nombre en sus labios y en sus corazones,
una pléyade de misioneros llevaron la Buena Nueva de salvación
a los nuevos pueblos de América.

3. Tu imagen, Virgen María,
ha hecho presente, a través de los siglos, tu amor maternal
para todos los hijos de esta tierra,
en sus faenas de mar y en sus labores agrícolas,
en los momentos de angustia, y en los gozos y alegrías.
22 Por eso, por voluntad de mi predecesor Pablo VI,
fuiste declarada celestial Patrona de la ciudad de Palos,
y eres aclamada como Reina por estos hijos tuyos,
que sienten en sus vidas tu amorosa intercesión.
A ti, humilde Madre del Señor,
la Trinidad gloriosa te coronó en el cielo.
Y hoy, como signo de filial devoción,
colocamos en tu imagen y en la de tu Hijo Jesús
la corona de amor y de fe de este pueblo que te venera.

4. Santa María, Estrella de la Evangelización,
Madre de España y de América.
23 Ante ti se renueva la memoria, cinco veces centenaria,
del anuncio de Cristo a los pueblos del Nuevo Mundo.
Rodean a tu imagen los emblemas de tantas Naciones
hermanadas por la misma fe católica y la misma lengua hispana.
Tras peregrinar por las queridas tierras de América,
y haber visto por doquier tu presencia maternal,
vengo ahora a darte gracias, Virgen Santísima,
por los cinco siglos de acción evangelizadora en el Nuevo Mundo.
Te encomiendo a todas las Naciones hermanas de América,
para que se abran más y más a la Buena Nueva que libera y salva.

5. Madre de Dios y Madre nuestra,
24 bendice a la comunidad de franciscanos, que te venera.
Protege a las familias, a los niños y jóvenes, a los ancianos,
a los pobres y enfermos, y a cuantos se acogen a tu protección.
Guíalos en el camino de la vida para que encuentren al Señor.
Dales luz y fuerza para que sigan sus huellas.
Sé para todos tus hijos de Palos
la Estrella que los conduzca a Jesús, Luz del mundo.
Abre su corazón a la solidaridad con los más necesitados.
Renueva en la Iglesia onubense y en toda España
la conciencia misionera, que llevó a una pléyade de sus hijos
a compartir la fe de sus mayores con los hermanos de ultramar.


25 6. Reina y Señora de los Milagros,
desde este histórico lugar de La Rábida,
cuna del Descubrimiento y Evangelización de América,
muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre,
y ruega siempre por nosotros para que seamos dignos de alcanzar
y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

* * *


Al final de la Liturgia de la Palabra, Juan Pablo II saludó a los numerosísimo fieles presentes.

Muchas gracias por este encuentro.

Es una gran emoción encontrarse en el lugar totalmente histórico donde empezó un nuevo capítulo de la historia del mundo, de nuestro mundo, del nuevo mundo, de todo el mundo, del globo terrestre.

Donde empezó también la historia de la salvación y de la evangelización del continente americano.

26 Siempre vuelven a este lugar bendito, encomendándose a la Señora de los Milagros, a la Madre de los hombres, a la Reina de las Américas, todos nuestros hermanos de aquí, en España y en la otra parte del mundo.

Sea alabado Jesucristo.











VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


AL FINAL DE LA CELEBRACIÓN MARIANA


EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL ROCÍO


Lunes 14 de junio de 1993



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Que la gracia y la paz de Jesucristo, el Señor, esté siempre con todos vosotros: rocieros y peregrinos que desde tan diversos lugares habéis llegado a estas marismas almonteñas para reuniros con el Papa en este santuario, centro de la devoción mariana andaluza, en el que se venera la imagen bendita de Nuestra Señora del Rocío.

Es para mí motivo de honda alegría y de acción de gracias culminar mi visita apostólica a la Diócesis de Huelva peregrinando a estas marismas en las que la Madre de Dios recibe, en la romería de Pentecostés e incesantemente durante todo el año, el vibrante homenaje de devoción de sus hijos de Andalucía y de muchos otros lugares de España. A esa multitud incontable de romeros he querido unirme hoy, ante esta bellísima imagen de la Virgen, para venerar a nuestra Madre del cielo.

Agradezco vivamente las amables palabras que Monseñor Rafael González Moralejo, Obispo de esta diócesis, ha tenido a bien dirigirme, así como la presencia de mis Hermanos en el Episcopado y de los numerosos y amados sacerdotes, religiosos y religiosas que han querido unirse a esta celebración rociera. Mi gratitud igualmente a las Autoridades civiles por su valiosa colaboración en la preparación de este encuentro para honrar a la Blanca Paloma.

2. Hace cuatro años, una numerosísima representación de vuestra Hermandad Matriz y de las restantes Hermandades del Rocío, acompañados por vuestro Obispo, os pusisteis en camino y peregrinasteis a Roma para llevarme el perfume de estas vuestras marismas almonteñas y mostrarme en vuestros simpecados el rostro bellísimo de la Virgen y Señora del Rocío. Hoy soy yo quien peregrina hasta aquí para postrarme a los pies de esta sagrada imagen, que nos representa y recuerda a María –Asunta en cuerpo y alma al Cielo– y orar por la Iglesia, por vosotros y por vuestras familias, por España y por todos los hombres y mujeres del mundo.

En esta ocasión, deseo recordaros el mensaje que os dirigí entonces en Roma: “Quiero alentaros vivamente en la auténtica devoción a María, modelo de nuestro peregrinar en la fe, así como en vuestros propósitos, como hijos de la Iglesia y como fieles laicos asociados en vuestras Hermandades, a dar testimonio de los valores cristianos en la sociedad andaluza y española” (Audiencia general, 1 de marzo de 1989).

Vuestra devoción a la Virgen representa una vivencia clave en la religiosidad popular y, al mismo tiempo, constituye una compleja realidad socio–cultural y religiosa. En ella, junto a los valores de tradición histórica, de ambientación folklórica y de belleza natural y plástica, se conjugan ricos sentimientos humanos de amistad compartida, igualdad de trato y valor de todo lo bello que la vida encierra en el común gozo de la fiesta. Pero en las raíces profundas de este fenómeno religioso y cultural, aparecen los auténticos valores espirituales de la fe en Dios, del reconocimiento de Cristo como Hijo de Dios y Salvador de los hombres, del amor y devoción a la Virgen y de la fraternidad cristiana, que nace de sabernos hijos del mismo Padre celestial.

3. Vuestra devoción a la Virgen, manifestada en la Romería de Pentecostés, en vuestras peregrinaciones al Santuario y en vuestras actividades en las Hermandades, tiene mucho de positivo y alentador, pero se le ha acumulado también, como vosotros decís, “polvo del camin ”, que es necesario purificar. Es necesario, pues, que, ahondando en los fundamentos de esta devoción, seáis capaces de dar a estas raíces de fe su plenitud evangélica; esto es, que descubráis las razones profundas de la presencia de María en vuestras vidas como modelo en el peregrinar de la fe y hagáis así que afloren, a nivel personal y comunitario, los genuinos motivos devocionales que tienen su apoyo en las enseñanzas evangélicas.

27 En efecto, desligar la manifestación de religiosidad popular de las raíces evangélicas de la fe, reduciéndola a mera expresión folklórica o costumbrista sería traicionar su verdadera esencia. Es la fe cristiana, es la devoción a María, es el deseo de imitarla lo que da autenticidad a las manifestaciones religiosas y marianas de nuestro pueblo. Pero esa devoción mariana, tan arraigada en esta tierra de María Santísima, necesita ser esclarecida y alimentada continuamente con la escucha y la meditación de la palabra de Dios, haciendo de ella la pauta inspiradora de nuestra conducta en todos los ámbitos de nuestra existencia cotidiana.

Os invito, por ello, a todos a hacer de este lugar del Rocío una verdadera escuela de vida cristiana, en la que, bajo la protección maternal de María, bajo sus ojos maternos, la fe crezca y se fortalezca con la escucha de la palabra de Dios, con la oración perseverante, con la recepción frecuente de los sacramentos, especialmente de la Penitencia y de la Eucaristía. Este, y no otro, es el camino por el que la devoción rociera ganará cada día en autenticidad. Además, la verdadera devoción a la Virgen María os llevará a la imitación de sus virtudes. A través de ella y por su mediación, descubriréis a Jesucristo, su Hijo, Dios y Hombre verdadero, que es el único Mediador entre Dios y los hombres.

4. En un entrañable encuentro con los Obispos de Andalucía, con ocasión de su visita “ad Limina”, me refería a la vivencia religiosa popular con estas palabras: “Vuestros pueblos, que hunden sus raíces en la antigua tradición apostólica, han recibido a lo largo de los siglos numerosas influencias culturales que les han dado características propias. La religiosidad popular que de ahí ha surgido es fruto de la presencia fundamental de la fe católica, con una experiencia propia de lo sagrado, que comporta a veces la exaltación ritualista de los momentos solemnes de la vida del hombre, una tendencia devocional y una devoción muy festiva. ¡Gracias a Dios!” (Discurso a los obispos de Sevilla y Granada, n., 30 de enero de 1982. Sé que, como Hermandades Rocieras, estáis empeñados, en dar una nueva y auténtica vitalidad cristiana a la religiosidad popular en esta tierra. Por otra parte, es consolador comprobar que vuestros Pastores muestran gran solicitud y preocupación por fomentar en las Hermandades una mayor formación cristiana y una más activa participación litúrgica y caritativa en la vida de la Iglesia, que se traduzca en verdadero dinamismo apostólico. Por mi parte, y apelando al sentimiento más profundo que, como cristianos y rocieros, lleváis en el fondo de vuestras almas, quiero alentaros a reavivar en vosotros el amor y la devoción a María, y por Ella a Cristo, dando así también testimonio de una fe que se hace cultura. Sería una pena que esta cultura cristiana vuestra magnífica, profundamente enraizada en la fe, se debilitara por inhibición o por cobardía al ceder a la tentación y al señuelo –que hoy se os tiende– de rechazar o despreciar los valores cristianos que cimientan la obra de la devoción a María y dan savia a las raíces del Rocío. Por eso os vuelvo a insistir hoy ante la Virgen: dad testimonio de los valores cristianos en la sociedad andaluza y española.

5. Queridas hermanas y hermanos rocieros, me siento feliz de estar con vosotros en esta hermosa tarde, aquí, en este paraje bellísimo de Almonte y ante este bendito Santuario, en el que acabo de orar por la Iglesia y por el mundo. A Ella, nuestra Madre celeste, Asunta en cuerpo y alma al cielo, he pedido por vuestro pueblo andaluz y español, pueblo fundamentado en la fe de sus mayores y que vive una ardiente esperanza de elevación humana, de progreso, de afirmación de su propia dignidad, de respeto a sus derechos y de estímulo y ejemplaridad para cumplir sus deberes.

He pedido a María que siga concediéndoos, en la alegría de vuestra forma de ser, la firmeza de la fe, y engendre en vosotros la esperanza cristiana que se manifieste en el gozo ante la vida, en la aceptación ante el dolor y en la solidaridad frente a toda forma de egoísmo. He pedido para vosotros, los aquí presentes, así como para vuestras familias y para Andalucía entera y la noble Nación española, que sepáis siempre superar las dificultades y los obstáculos, a veces frecuentes en el camino, como son la pobreza, la temible plaga del paro, la falta de solidaridad, los vicios de la sociedad consumista en la que se olvida el sentido de Dios y la caridad auténtica.

¡Que por María sepáis abrir de par en par vuestro corazón a Cristo, el Señor!

Llevad por todos los caminos el cariño y el amor del Papa a vuestros familiares, paisanos y amigos, y antes de bendeciros alabemos juntos a María:

¡Viva la Virgen del Rocío!
¡Viva esa blanca paloma!
¡Que viva la Madre de Dios!







VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


A LOS OBISPOS ESPAÑOLES DURANTE EL ENCUENTRO


EN LA SEDE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL


«Casa de la Iglesia», Madrid

28

Martes 15 de junio de 1993



Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Hace poco más de diez años, al inaugurar esta sede de la Conferencia Episcopal Española, testigo de tantos afanes pastorales vuestros en favor de la Iglesia, tuve el gozo de compartir con vosotros intensos momentos de plegaria y de íntima comunión eclesial. Con todo afecto os expreso ahora mi entrañable saludo fraterno con las mismas palabras del apóstol Pablo: “Gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rm 1,7) .

El Señor nos concede hoy la gracia de este nuevo encuentro, en el que vuestra unión con el Sucesor de Pedro se hace testimonio elocuente y se fortalecen los vínculos de caridad de nuestro ministerio, continuación de la misión encomendada por el mismo Cristo a los Apóstoles. Agradezco vivamente las amables palabras que Monseñor Elías Yanes Álvarez, Arzobispo de Zaragoza y Presidente de la Conferencia Episcopal Española, ha querido dirigirme en nombre de todos.

2. Leemos en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II: “Así como, por disposición del Señor, san Pedro y los demás Apóstoles forman un único Colegio apostólico, por análogas razones están unidos entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los Obispos, sucesores de los Apóstoles” (Lumen gentium LG 22). Esta unidad, que hoy podemos vivir con particular intensidad y expresar de manera visible, es fuente de consuelo para nosotros en el arduo ministerio que se nos ha confiado y, a la vez, garantía y aliento para los fieles, que pueden ver nuestro servicio pastoral como nacido verdaderamente del Espíritu del Señor, que acompaña y dirige a su Iglesia en cada momento y en todas las coyunturas de su historia.

Me complace vivamente saber que el trabajo común de la Conferencia y los planes pastorales de vuestras Diócesis se centran en el propósito de impulsar decididamente una vigorosa pastoral de evangelización. La hora presente, queridos Hermanos, debe ser la hora del anuncio gozoso del Evangelio, la hora del renacimiento moral y espiritual. Los valores cristianos, que han configurado la historia de esta noble Nación, han de inspirar un renovado impulso en todos los hijos de la Iglesia católica para dar un testimonio diáfano de su fe. Ha llegado el momento de desplegar la acción pastoral de la Iglesia en toda su plenitud, con unidad interna, solidez espiritual y audacia apostólica. La nueva evangelización necesita nuevos testigos, personas que hayan experimentado la transformación real de su vida en contacto con Jesucristo y sean capaces de transmitir esa experiencia a otros. Esta es la hora de Dios, la hora de la esperanza que no defrauda. Esta es la hora de renovar la vida interior de vuestras comunidades eclesiales y de emprender una fuerte acción pastoral y evangelizadora en el conjunto de la sociedad española.

3. En este encuentro me siento particularmente cercano a vosotros “con lazos de unidad, de amor y de paz” (Ibíd.), como Pastor de toda la Iglesia (cf. Lumen gentium LG 22), y quiero, queridos Hermanos, compartir algunas reflexiones que os acompañen en vuestra solicitud en favor de las comunidades que el Señor ha confiado a vuestro cuidado.

Ante todo es preciso que sepamos presentar al hombre de hoy las maravillas de Dios y de sus promesas. El hombre actual, absorbido muchas veces por la grandiosidad y complejidad de un mundo maravilloso, tiene necesidad de aprender a ver por encima de todo la Sabiduría y la Bondad infinita de Dios creador. El conocimiento y la adoración del Creador proporcionan al hombre la posibilidad de ver el mundo y verse a sí mismo en su indigencia más radical y en su más alta grandeza.

Junto a esta fe en Dios Creador, el hombre moderno tiene necesidad de conocer y aceptar la gracia divina, ofrecida en Jesucristo, para librarnos del pecado y del poder de la muerte. La mejor contribución que la Iglesia puede dar a la solución de los problemas que afectan a vuestra sociedad –como son la crisis económica, el paro que aflige a tantas familias y a tantos jóvenes, la violencia, el terrorismo y la drogadicción– es ayudar a todos a descubrir la presencia y la gracia de Dios en nosotros, a renovarse en la profundidad de su corazón revistiéndose del hombre nuevo que es Cristo.

La nueva evangelización a la que os invito exige un esfuerzo singular de purificación y santidad. Por ello, reavivando las mejores tradiciones de tantos Obispos evangelizadores y santos como ha dado vuestra Iglesia, tenéis que ser anunciadores incansables del Evangelio, predicando la verdad de Cristo “fuerza y sabiduría de Dios” (1Co 1,24), seguros de que de esta manera prestáis el mejor servicio posible a la Iglesia y a la sociedad entera. El anuncio de la Palabra tiene que ir respaldado por una vida santa, fraguada en la oración y desgranada día a día en la caridad, es decir, en el humilde servicio de amor y misericordia a todos los necesitados.

4. Soy consciente de la grave crisis de valores morales, presente de modo preocupante en diversos campos de la vida individual y social, y que afecta de manera particular a la familia, a la juventud, y que tiene también repercusiones –de todos bien conocidas– en la gestión de la cosa pública. Es innegable la existencia de un creciente proceso de secularización, que halla puntual eco en algunos medios de comunicación social, favoreciendo así la difusión de una indiferencia religiosa que se instala en la conciencia personal y colectiva, con lo cual Dios deja de ser para muchos el origen y la meta, el sentido y la explicación última de la vida.


Discursos 1993 15