Discursos 1993 29

29 Como habéis reiterado en numerosas ocasiones, amadísimos Hermanos, la Iglesia está llamada a iluminar, desde el Evangelio, todos los ámbitos de la vida del hombre y de la sociedad. Y ha de hacerlo desde su fin propio, que “es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa –enseña el Concilio Vaticano II– derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina” (Gaudium et spes GS 42). La Iglesia, por su vocación de servicio al hombre en todas sus dimensiones, se esfuerza en contribuir a la consecución de aquellos objetivos que favorecen el bien común de la sociedad, sobre todo para ser “a la vez signo y salvaguardia del carácter transcendente de la persona humana” (Ibíd., 76). Por eso, como pone de relieve el mismo documento conciliar, “la Iglesia... por razón de su misión y de su competencia, no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno” (Ibíd.). Sin embargo, esto no significa que ella no tenga nada que decir a la comunidad política, para iluminarla desde los valores y criterios del Evangelio (cf. ibíd.).

5. La Iglesia española, no pocas veces en la historia, ha sabido dar una respuesta a los retos y dificultades del momento, trabajando denodadamente, bajo la guía del Espíritu de Dios y en estrecha comunión con la Santa Sede, por la evangelización de los pueblos. Ya en mi visita a Zaragoza de 1984, y más recientemente en Santo Domingo el mes de octubre pasado, tuve ocasión de expresar mi viva gratitud y la de toda la Iglesia por la ingente labor evangelizadora de aquella pléyade de misioneros españoles que llevaron el mensaje de salvación al Nuevo Mundo. Hoy lo hago nuevamente, ante vosotros, consciente de que os transmito también el reconocimiento de las comunidades eclesiales de América. Sé los esfuerzos que habéis hecho en estos últimos años para estrechar la comunión y cooperación misionera con aquellas Iglesias hermanas, y os aliento a continuar e intensificar dicha labor, con la que también podrá contrarrestarse la creciente acción proselitista de sectas y nuevos grupos religiosos en América Latina.

Con este espíritu apostólico, os invito igualmente a que extendáis vuestra cooperación misionera a los nuevos e inmensos espacios que se abren para el anuncio del Evangelio en los diversos continentes, sin olvidar la misma Europa. España, que tan apreciables progresos ha realizado dentro del marco democrático y como miembro de la Comunidad Europea, podrá contribuir también de modo relevante a la revitalización de las raíces cristianas del viejo continente.Quiera Dios que el Año Santo Compostelano, que se está celebrando, contribuya a estrechar aún más los lazos entre los ciudadanos de Europa y a redescubrir los valores del espíritu como fuente fecunda de su patrimonio cultural y moral.

6. Os animo, pues, a seguir con fortaleza y perseverancia en vuestra atención preferencial a la pastoral juvenil. Tratad sobre todo de presentar ante los jóvenes, en toda su autenticidad y riqueza, los altos ideales de la vida y la espiritualidad cristiana. Dedicad lo mejor de vuestro tiempo y esfuerzo a la catequesis con el ánimo de enseñar a conocer y vivir el evangelio a las nuevas generaciones, al cultivo y cuidado de las vocaciones para la vida consagrada y el ministerio sacerdotal, y al servicio multiforme y eficiente de la caridad en favor de todos los necesitados.

Vivid gozosamente la unidad y la paz que es fruto y garantía de la presencia del Espíritu Santo. Atended con solicitud a los sacerdotes, unidos a vosotros “en el honor del sacerdocio” (Lumen gentium LG 28), viviendo con ellos en amistad y fraternidad, ayudándoles a desempeñar con gozo y fidelidad el ministerio que han recibido de Cristo en favor de los hombres. Animad con vuestra palabra y vuestro ejemplo a todos los miembros de la comunidad cristiana, religiosos y seglares, para que sientan la alegría de formar parte del Pueblo de Dios, germen de unidad, de esperanza y salvación para toda la sociedad.

No tengáis miedo ante los poderes de este mundo, no retrocedáis ante las críticas ni ante las incomprensiones. El mejor servicio que podemos hacer a nuestra sociedad es recordarle constantemente la palabra y las promesas de Dios, ofrecerle sus caminos de salvación, tan necesarios hoy como en cualquier otro momento de la historia. El ocultamiento de la verdadera doctrina, el silencio sobre aquellos puntos de la revelación cristiana que no son hoy bien aceptados por la sensibilidad cultural dominante, no es camino para una verdadera renovación de la Iglesia ni para preparar mejores tiempos de evangelización y de fe.

7. El verdadero progreso de la Iglesia requiere como algo esencial el mantenimiento de su tradición entera, defendida por el magisterio vivo del Papa y de los Obispos en comunión con Él. Si esta integridad doctrinal padece quebranto, pronto aparecen las desconfianzas y divisiones dentro de la Iglesia, disminuye su credibilidad, se debilita y empobrece el servicio de la salvación. Una Iglesia que dejara de ser fiel a su Señor no podría seguir siendo luz ni esperanza para nuestro mundo. Por todo ello, es preciso cuidar esmeradamente la elección y la formación de las personas más directamente responsables en la transmisión de la fe, en primer lugar, los profesores en los seminarios y en los centros académicos donde se forman candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa.

La enseñanza de la teología es un verdadero ministerio eclesial, que entraña una bien determinada responsabilidad para con el depósito de la fe. Especial atención, en las circunstancias de nuestro tiempo, merece el campo de la moral, y en particular la moral familiar y social. Es necesario que los sacerdotes, los agentes de pastoral y los fieles sean formados cuidadosamente en los principios, criterios y pautas morales que se derivan de la fe católica y de una comunión eclesial plena. En este momento de la vida de la Iglesia, tenemos un precioso instrumento de evangelización en el Catecismo de la Iglesia Católica, tesoro inestimable para la fe y al servicio de la unidad.

8. Al concluir este encuentro fraterno, mis palabras quieren ser sobre todo un mensaje de viva esperanza, de aliento y estímulo para vosotros, en obediencia al mandato de Cristo de “confirmar en la fe a mis hermanos” (cf Lc 22,32). Con todo mi corazón quiero apoyaros en esta hermosa labor de dirigir e iluminar la vida de vuestras Iglesias. Que el Apóstol Santiago, Patrón de España, en este Año jubilar os ilumine y fortalezca para que la fe y la vida cristiana siga creciendo en vuestra patria por encima y más allá de los cambios y las transformaciones sociales.

En estos momentos, dejadme tener también un recuerdo lleno de afecto para todos los miembros de vuestras Iglesias diocesanas: especialmente los sacerdotes, generosos y abnegados colaboradores de vuestro ministerio, los seminaristas y sus formadores, los catequistas y educadores, los padres y madres cristianos, todos los fieles que son testigos del Evangelio de Jesucristo en el campo y en la ciudad, en la universidad y en las fábricas, en la salud y en la enfermedad, en la cultura, la política, la vida social.

A todos imparto con gran afecto la Bendición Apostólica.









VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA


A LOS REPRESENTES DEL CUERPO DIPLOMÁTICO


EN LA NUNCIATURA APOSTÓLICA*


30

Madrid, miércoles 16 de junio de 1993



Excelencias,
Señoras y Señores:

1. Es para mí motivo de particular satisfacción encontrarme, en la sede de la Nunciatura Apostólica, con el Cuerpo Diplomático y poder tener así la oportunidad de compartir con todos Ustedes algunas reflexiones durante esta cuarta visita pastoral a la noble Nación española.

Agradezco vivamente vuestra presencia y amable acogida, a la vez que os presento mi más cordial y deferente saludo, que hago extensivo a los Gobiernos y pueblos que representáis. Deseo asimismo, expresar mi gratitud a Su Excelencia Monseñor Mario Tagliaferri, Nuncio Apostólico y Decano del Cuerpo Diplomático, por las atentas palabras, que en nombre de todos ha tenido a bien dirigirme.

Las altas funciones que desempeñáis, cargadas de responsabilidad y no exentas de sacrificios, os hacen acreedores del aprecio y consideración de la Santa Sede, sobre todo por tratarse de un servicio a la gran causa de la paz, del acercamiento y colaboración entre los pueblos, y de un intercambio fructífero para lograr unas relaciones más humanas y justas en el seno de la comunidad internacional.

2. Como puede atestiguar vuestra propia experiencia, nos encontramos en un País hospitalario y acogedor, que cuenta con una gran riqueza cultural y antiguas tradiciones, y que en el devenir de la historia ha entrado en contacto con otros numerosos pueblos del orbe.

Todavía son recientes los ecos de la conmemoración del V Centenario de aquel 12 de octubre de 1492 que cambió la configuración del mundo hasta entonces conocido y abrió insospechados caminos para el encuentro de pueblos y culturas.

En la presente circunstancia, cómo no hacer mención del papel desempeñado por la Escuela de Salamanca, y en particular por Fray Francisco de Vitoria, O. P., en la creación del moderno derecho internacional? Basándose en los principios cristianos, se perfiló un verdadero código de derechos humanos que representó la conciencia crítica surgida en España en favor de las personas y de los pueblos de ultramar, reivindicando para ellos una idéntica dignidad, que había de ser respetada y tutelada. Idea original de Francisco de Vitoria fue también la del “Totus Orbis”, es decir, la construcción de un mundo unido, fruto de una auténtica coexistencia basada en el respeto a la propia identidad e integrador de los elementos comunes.

A este propósito, como bien sabéis, durante estos días tiene lugar en Viena la Conferencia Mundial sobre los Derechos Humanos, convocada por las Naciones Unidas. Se trata de una cita importante para la comunidad internacional, pues en dicho encuentro, junto a la valoración del camino recorrido hasta ahora en materia de tutela internacional de los derechos y libertades de la persona humana, se quiere dar nuevo impulso a la colaboración a nivel mundial en el reconocimiento y en la promoción del respeto de tales derechos y libertades, tanto en su dimensión individual como colectiva. Se ve cada vez con mayor claridad en la conciencia común de la humanidad la necesidad de que el derecho internacional, bien asentado en sólidos principios éticos, sea capaz de dar una protección efectiva a los derechos y a las libertades fundamentales de la persona humana, sin limitaciones ni imposiciones arbitrarias, fruto de intereses particulares que nada tienen que ver con el bien común de la humanidad.

3. Con respecto a la libertad religiosa, si miramos al pasado de este noble país, vemos que durante un cierto período de su historia convivieron en la península ibérica el Cristianismo, el Judaísmo y el Islamismo. Aquella página tan enriquecedora de la cultura española, que tuvo en Toledo su centro más destacado, podría representar también en nuestros días un elocuente y aleccionador punto de referencia, en orden a promover los auténticos valores religiosos como elemento de cohesión, entendimiento y diálogo entre los integrantes de la familia humana.

31 Es de todos conocido el papel desempeñado por España en favor de la solución pacífica del conflicto del Medio Oriente, y que tuvo en el encuentro de Madrid, en el mes de octubre de 1991, su momento más representativo. España, miembro de la Comunidad Europea y, al mismo tiempo, unida por estrechos lazos con los Países de América Latina, se ve siempre interpelada por su vocación de factor integrador de las culturas que enriquecieron su pasado.

4. Además de otros importantes momentos y actividades en favor de la comprensión mutua y de la unidad, cabe citar el Encuentro de Diálogo Islamo–Cristiano, convocado el pasado mes de marzo por la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales de la Conferencia Episcopal Española y el Centro Cultural Islámico de Madrid, en nombre de la Liga del Mundo Islámico.

La voluntad de un mayor entendimiento entre cristianos y musulmanes quedó reflejada en las resoluciones del encuentro, como consta en las siguientes palabras: “Necesitamos, mediante un diálogo constructivo, llegar a un conocimiento mutuo más cabal, que ahuyente nuestros recíprocos recelos y que nos conduzca a una mutua estima, la cual, a su vez, desemboque en una colaboración más ambiciosa en todos los campos en que ésta sea posible” (Comunicado conjunto, n. 3, 28 de marzo de 1993).

Ante un número tan cualificado de Representantes diplomáticos de Países donde la religión musulmana es profesada por la mayoría de la población, formulo fervientes votos para que esta loable iniciativa de la Iglesia española, que se inspira fielmente en los principios de la Declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II, abra nuevos caminos de colaboración y encuentro. Es mi viva esperanza que, en todos los lugares donde conviven creyentes de las tres religiones que enriquecieron el acervo espiritual y humano de la península ibérica y, de modo especial, donde dicha convivencia se caracteriza por una relación de mayoría a minoría, reine el diálogo y la colaboración, y sean cuidadosamente evitadas las injusticias y discriminaciones. Por otra parte, es deber de los Estados preocuparse de estos problemas y evitar hacer de la religión “un pretexto para la injusticia y para la violencia, lo cual es un terrible abuso que debe ser condenado por cuantos creen en el verdadero Dios... Mientras los creyentes no se unan para rechazar las políticas del odio y la discriminación, y para afirmar el derecho a la libertad de culto y de religión en todas las sociedades humanas, la auténtica paz no será posible” (Alocución a los representantes de las comunidades musulmanas de Europa, n. 4, 10 de enero de 1993). También la comunidad internacional está llamada a preocuparse y a defender las minorías, los inmigrantes y los derechos de los individuos a profesar libremente la propia fe, mediante un correcto uso de los principios de la cooperación y la reciprocidad.

5. Excelencias, Señoras y Señores: la experiencia cotidiana pone de manifiesto ante nuestros ojos que el ideal de Francisco de Vitoria, del “Totus Orbis”, es decir, el mundo unido en la armonía dentro de la pluralidad, es todavía una meta lejana, como lo muestran, por ejemplo, las grandes diferencias entre Norte y Sur o los conflictos bélicos, particularmente ese tan cercano y cruel en Bosnia–Herzegovina. Por ello se hace cada vez más apremiante e improrrogable la necesidad de un esfuerzo conjunto por parte de las Naciones e Instancias internacionales, para consolidar unas relaciones más justas y solidarias, tuteladas por el derecho internacional.

A esta noble y urgente tarea me permito alentaros, asegurándoos que encontraréis siempre en la Santa Sede un atento interlocutor en todo lo relativo a promover la fraternidad y la solidaridad entre los pueblos, así como en todo lo que favorezca la paz, la justicia y el respeto de los derechos humanos.

Al finalizar este encuentro deseo reiterar mi agradecimiento por vuestra presencia, a la vez que expreso mis más sinceros votos por la prosperidad de vuestros países, por el éxito de vuestra misión y la felicidad de vuestros seres queridos.

Muchas gracias.

*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XVI, 1 pp. 1557-1561.

L'Osservatore Romano 18.6.1993 pp. XIV, XV.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.26 p.11.











VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CEREMONIA DE DESPEDIDA


DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


32

Aeropuerto internacional Madrid-Barajas

Jueves 17 de junio de 1993



Majestades,
queridos hermanos en el episcopado,
excelentísimas autoridades,
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Llega a su fin un nuevo viaje apostólico que, en el nombre del Señor, he tenido el gozo de realizar, cumpliendo el ferviente deseo de asociarme a la celebración del XLV Congreso Eucarístico Internacional en Sevilla, así como de visitar la diócesis de Huelva y la comunidad católica de esta capital.

En estos momentos de despedida, mi pensamiento hecho plegaria se dirige a Dios, rico en misericordia, que me ha concedido la gracia de compartir estas jornadas de intensa comunión en la fe y en la caridad, durante las cuales he tenido ocasión de sentir muy viva la presencia y cercanía de los amadísimos hijos e hijas de España, que con su fe puesta en Dios miran el futuro con gran esperanza.

2. A lo largo de los diversos encuentros, en Sevilla, Huelva y Madrid, he querido llevar a cabo el mandato recibido de Jesucristo de confirmar en la fe a mis hermanos (cf Lc 22,32). Han sido cinco días de gracia, que quedarán impresos en mi recuerdo y que me han hecho apreciar aún más los genuinos valores humanos y cristianos del alma noble de España.

En las celebraciones que he tenido la dicha de presidir, he querido proclamar la esperanza que viene de Dios y alentar a todos a consolidar la fe recibida. Una nación como ésta, que con razón puede enorgullecerse de haber engendrado en la fe a tantos pueblos que hoy gozosamente se profesan hijos de la Iglesia, no ha de permitir que se diluya la riqueza espiritual que ha impulsado los mejores esfuerzos de su historia, dejando una huella imborrable en la cultura. Por eso, con todo el amor que nutro por vosotros y movido por mi solicitud de Pastor de la Iglesia universal, os digo: ¡Reavivad vuestras raíces cristianas! ¡Sed fieles a la fe católica que ha iluminado el camino de vuestra historia! No dejéis de testimoniar vuestra condición de creyentes, actuando con coherencia en el ejercicio de vuestras responsabilidades familiares, profesionales y sociales.

3. Antes de terminar, deseo expresar mi más vivo agradecimiento a Su Majestad el Rey, a las Autoridades de la Nación y de las Comunidades Autónomas visitadas, por la colaboración prestada para el buen desarrollo de mi visita pastoral. Especial gratitud debo manifestar a mis Hermanos Obispos, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, así como a tantos laicos que, con no poco esfuerzo y sacrificio, han contribuido eficaz e ilusionadamente a la preparación y realización de las diversas celebraciones. Una palabra de gratitud, igualmente, a los informadores de prensa, radio y televisión, por el relieve dado a los diversos encuentros que se han llevado a cabo durante mi estancia en este amado país.

33 Aunque mi presencia física se ha limitado a Sevilla, Huelva y Madrid, mi espíritu ha estado siempre muy cercano a todos y cada uno de los españoles: familias, ancianos, jóvenes y niños, campesinos y obreros, intelectuales y dirigentes, pobres y enfermos. A todos llevo en mi corazón y les encomiendo en mis plegarias.

En estos momentos, mi oración se dirige a Dios para que os asista en vuestra firme voluntad de afrontar los problemas que os aquejan con ánimo sereno y positivo, con el deseo de encontrar soluciones por el camino de la fraternidad, el diálogo y el respeto mutuo. Os aliento a un renovado empeño en la vivencia de vuestra fe y a hacer de los valores cristianos y éticos, que han configurado vuestro ser como Nación, un factor de cohesión social, de solidaridad y de progreso.

¡Que Dios bendiga a España!

¡Que Dios bendiga a todos los hijos e hijas de esta noble Nación!

¡Alabado sea Jesucristo!







Julio de 1993




AL VI GRUPO DE OBISPOS ESTADOUNIDENSES


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Viernes 2 de julio de 1993



Queridos hermanos en Cristo:

1. Con gozo os doy la bienvenida a vosotros, los pastores de las Iglesias particulares de las provincias de Baltimore, Washington, Atlanta y Miami. Este encuentro en el nombre de «Cristo Jesús, Señor nuestro, quien, mediante la fe en él, nos da valor para llegarnos confiadamente a Dios» (Ep 3,11-12), intenta manifestar y fortalecer la comunión que nos une en la gracia del Espíritu Santo, manantial vivo e perenne de toda la vida de la Iglesia. Vuestra «visita a Pedro» (cf. Ga Ga 1,18) coincide con la solemnidad de san Pedro y san Pablo, apóstoles, fundadores de esta «Iglesia, la más importante y antigua» (san Ireneo, Adv. Haer. , III, III 3,2). Unidos en el testimonio de su fe mediante el martirio cruel, aquellos mártires gloriosos trabajaron juntos en favor de la causa del Evangelio. «Tendieron la mano en señal de comunión» (koinonia) (Ga 2,9), reconociendo que el mismo Señor Jesús había constituido a Pedro como pastor universal de su rebaño (cf. Jn Jn 21,15-17) y fundamento visible de la unidad de la Iglesia (cf. Mt Mt 16,18). Con ese mismo espíritu de cooperación, comparto estas reflexiones con vosotros sobre algunos aspectos del cuidado pastoral del amado pueblo de Dios.

Hace treinta años, en la fiesta de la conmemoración de san Pablo, mi predecesor el Papa Pablo VI empezó solemnemente su ministerio pontificio. Con la conciencia de la misión que se le había confiado, Pablo VI expresó en esa ocasión un compromiso, que comparto plenamente, y de cuya realización fue modelo y ejemplo constante: «Defenderemos la santa Iglesia de los errores de fe y moral que desde dentro o desde fuera amenazan su integridad y ofuscan su belleza. Trataremos de mantener e incrementar la vitalidad pastoral de la Iglesia» (Homilía, 30 de junio de 1963). Queridos hermanos obispos, sé que también vosotros compartís ese mismo objetivo. Se trata de un deber pastoral que forma parte del núcleo esencial de nuestro ministerio, y que se impone con urgencia evangélica. Como pastores, tenemos la responsabilidad de ser «fieles distribuidores de la Palabra de la verdad» (2Tm 2,15), proclamando de forma clara e inequívoca, más aún, atractiva y alentadora, «el resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo» (2Co 4,4). Mis reflexiones con los diferentes grupos de obispos de los Estados Unidos están inspiradas en la preocupación por la realización de esta misión primordial.

2. Uno de los fundamentos de la Iglesia en los Estados Unidos ha sido siempre el papel de la parroquia como núcleo no sólo de la vida sacramental, sino también de la formación y la educación católica y de la actividad caritativa y social. La fragmentación de la vida moderna causa el debilitamiento del sentido de pertenencia a la comunidad parroquial, especialmente donde se ha producido una polarización entorno a cuestiones doctrinales o litúrgicas. Es preciso que los sacerdotes y los laicos lleven a cabo un gran esfuerzo para renovar la vida parroquial a semejanza de la Iglesia misma, como comunión que se beneficia de los dones y los carismas complementarios de todos sus miembros. La comunión es una realidad dinámica que implica un intercambio constante de dones y servicios entre todos los miembros del pueblo de Dios. La vitalidad de la parroquia depende de la combinación de diversas vocaciones y dones de sus miembros dentro de una unidad que manifiesta la comunión de todos y cada uno con Dios Padre mediante Cristo, y que la gracia del Espíritu Santo renueva constantemente.

34 El punto de partida es la conciencia que tienen los sacerdotes, los religiosos y los laicos de que sus dones —jerárquicos y carismáticos (cf. Lumen gentium LG 4)— son diferentes, pero complementarios y necesarios «para la edificación del Cuerpo de Cristo» (Ep 4,12). En nuestras conversaciones, algunos obispos han mencionado que el énfasis en la igualdad bautismal —verdad enraizada sólidamente en la tradición de la Iglesia— lleva a ciertas personas a subestimar la distinción real entre el sacerdocio común de todos los fieles y el sacerdocio ministerial conferido mediante la ordenación sacramental. Es preciso insistir en el hecho de que la diferencia «esencial» (Lumen gentium LG 10) entre ellos no tiene nada que ver con el poder entendido en términos de privilegio o dominio. Ambos derivan del único sacerdocio de Cristo y se complementan mutuamente, puesto que están ordenados a servirse recíprocamente (cf. Pastores daba vobis, 17).

La comunión auténtica implica una permanencia mutua en el amor (cf. 1Jn 4,12-13) que asegura que los sacerdotes y los laicos se apoyen recíprocamente, respetando su propia identidad. Lo que llamáis «ministerio de colaboración» cuando es completamente fiel a la doctrina sacramental de la Iglesia, proporciona un fundamento sólido para la construcción de las comunidades que están reconciliadas interiormente, y energías espirituales de las que se saca provecho para la nueva evangelización (cf. Redemptoris missio RMi 3).

3. Es una bendición para la Iglesia el hecho de que en tantas parroquias los laicos colaboren con los sacerdotes de muchas formas: en la educación religiosa, en el consejo pastoral, en las actividades de servicio social, en la administración, etc. Esta participación creciente es, indudablemente, obra del Espíritu que renueva la vitalidad de la Iglesia. En algunos casos, cuando la muerte prematura de los sacerdotes haga necesaria dicha colaboración, algunos laicos pueden asumir la responsabilidad de administrar la parroquia de acuerdo con las normas canónicas (Código de derecho canónico, canon 517, § 2; cf. Christifideles laici CL 23). Cuando se producen situaciones de este tipo, los obispos tienen la delicada tarea de velar a fin de que los laicos no confundan esta responsabilidad ministerial con la sacra potestas específica del sacerdocio ministerial. No es una sabia estrategia pastoral adoptar planes según los cuales resultaría normal, por no decir deseable, que la comunidad parroquial prescinda de un pastor sacerdote. Interpretar el número decreciente de sacerdotes en actividad —oramos al Señor para que esta situación pase muy pronto— como un signo providencial de que los laicos pueden reemplazar a los sacerdotes, es algo que se halla en abierta oposición a la voluntad de Cristo y de la Iglesia. No se ha de promover nunca el sacerdocio real de los laicos oscureciendo el sacerdocio ministerial, por el cual los sacerdotes no sólo celebran la eucaristía, sino también son padres espirituales, guías y maestros de los laicos confiados a ellos.

4. El desarrollo en los Estados Unidos de lo que comúnmente se designa ministerio laical es, ciertamente, un resultado positivo y fructífero de la renovación que comenzó con el concilio Vaticano II. Hay que dedicar una atención particular a la formación espiritual y doctrinal de todos los ministros laicos. De cualquier forma deberían ser hombres y mujeres de fe, con una vida personal y familiar ejemplar, que abracen amorosamente el «anuncio pleno e íntegro de la buena nueva» (Reconciliatio et paenitentia RP 9) proclamado por la Iglesia. Es necesario disponer de directrices diocesanas claras para iniciar y continuar la formación de los laicos que desempeñan un papel oficial en la vida parroquial y diocesana. Dichas directrices, sin embargo, se han de aplicar correctamente, y esto representa un desafío para vuestra guía pastoral.

Como dije durante mi visita pastoral a los Estados Unidos, una eclesiología auténtica debe poner especial cuidado en evitar tanto la laicización del sacerdocio ministerial como la clericalización de la vocación laical (cf. Discurso a los laicos, 18 de septiembre de 1987, 5). Los laicos deberían ser conscientes de su situación en la Iglesia: no han de ser meros receptores de la doctrina y de la gracia de los sacramentos, sino agentes activos y responsables de la misión de la Iglesia de evangelizar y santificar el mundo. Es propio de los laicos hacer que la verdad del Evangelio dé fruto en las realidades de la vida social, económica, política y cultural. También tienen la misión de santificar el mundo desde dentro mediante su esfuerzo en la gestión de los asuntos temporales (cf. Lumen gentium LG 31 Christifideles laici CL 15). Su tarea consiste en ordenar la sociedad hacia la plenitud que reside en Cristo (cf. Col Col 1,19), siempre en comunión de fe y en armonía con los obispos, que «presiden en nombre de Dios la grey [...] como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros de gobierno» (Lumen gentium LG 20). Tal vez, como subraya la exhortación apostólica Christifideles laici, haya que prestar mayor atención a la catequesis y a la predicación, con el fin de lograr «la plena participación y la profunda inserción de los fieles laicos en la tierra, en el mundo, en la comunidad humana» (n. 15): así los laicos comprenderán mejor que éste es su apostolado primario en el seno de la Iglesia. Tienen necesidad de vuestro aliento constante. Esperan que sus pastores los fortalezcan en la santidad y los guíen con una enseñanza auténtica, permitiéndoles tomar iniciativas y dejándoles libertad de acción en el mundo (cf. Apostolicam actuositatem AA 7).

5. Un problema relacionando estrechamente con lo que estamos tratando aquí es el del papel de la mujer en la vida de la Iglesia, cuestión que ha de afrontarse, tomando en cuenta su importancia. La Iglesia no sólo está afectada por este problema, sino también por el hecho de que el lugar y el papel de la mujer en la sociedad ha experimentado, por lo general, transformaciones profundas. Sin ninguna duda, el respeto de los derechos de la mujer representa un paso esencial hacia una sociedad más justa y madura, y la Iglesia no puede menos de hacer suyo este digno objetivo.

Vuestra Conferencia episcopal ha prestado mucha atención al lugar de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, y aun sigue haciéndolo. Otras Conferencias episcopales y yo mismo hemos hablado y escrito abundantemente sobre este tema. Sin embargo, en algunos círculos sigue existiendo un clima de insatisfacción con respecto a la posición de la Iglesia, especialmente donde no se comprende con claridad la distinción entre los derechos humanos y civiles de la persona y los derechos, deberes, ministerios y funciones que los fieles tienen o desempeñan en el seno de la Iglesia. Una eclesiología errónea puede llevar fácilmente a presentar falsas reivindicaciones y crear falsas expectativas.

Es evidente que el problema no puede resolverse cediendo a un feminismo que presenta líneas ideológicas extremas. No se trata sólo de que algunas personas reclamen el derecho a que la mujer tenga acceso a la ordenación sacerdotal. En su forma extrema, corre el peligro de minar la misma fe cristiana. Algunas formas de culto de la naturaleza y de celebración de mitos y símbolos están desplazando el culto al Dios revelado en Jesucristo. Por desgracia, esta forma de feminismo cuenta con el apoyo de algunas personas dentro de la Iglesia, incluyendo algunas religiosas cuyas creencias, actitudes y comportamientos ya no corresponden a lo que el Evangelio y la Iglesia enseñan. Como pastores tenemos que oponernos a las personas y los grupos que defienden estas creencias e invitarlos al diálogo honrado y sincero sobre las expectativas de la mujer, diálogo que debe proseguir incesantemente en el seno de la Iglesia.

6. Por lo que concierne a la no admisión de la mujer al sacerdocio ministerial, «es ésta una disposición que la Iglesia ha comprobado siempre en la voluntad precisa —totalmente libre y soberana— de Jesucristo» (Christifideles laici CL 51). La Iglesia enseña y actúa confiando en la presencia del Espíritu Santo y en la promesa del Señor de que estará siempre con ella (cf. Mt Mt 28,20). «Cuando considera que no puede aceptar cambios, lo hace porque sabe que está obligada a seguir el modo de actuar de Cristo. Quiere tener una actitud de fidelidad» (Inter insigniores, 4). La igualdad de los bautizados, una de las grandes afirmaciones del cristianismo, existe en un cuerpo variado en el que los hombres y las mujeres no desempeñan meramente papeles funcionales, sino arraigados profundamente en la antropología cristiana y en los sacramentos. La distinción de funciones no implica en absoluto la superioridad de unos sobre otros: el único don superior al que podemos y debemos aspirar es el amor (cf. 1Co 12-13). En el reino de los cielos los más grandes no son los ministros, sino los santos (cf. Inter insigniores, 6).

Conozco la gran atención y la reflexión solícita que seguís dedicando a estos problemas difíciles. Invoco los dones del Espíritu Santo sobre vosotros cuando os esforzáis por presentar una comprensión antropológica y eclesiológica plenamente cristiana del papel de la mujer, con el fin de renovar y humanizar la sociedad y hacer que los creyentes redescubran el verdadero rostro de la Iglesia (cf. Inter insigniores, 6). Como obispos, estamos llamados a transmitir a los hombres y las mujeres la íntegra enseñanza de la Iglesia acerca de la ordenación sacerdotal. Dejar de hacerlo, significaría una traición hacia ellos. A quienes no comprenden o no aceptan la enseñanza de la Iglesia debemos ayudarles a que abran su corazón y su mente al reto de la fe. Hemos de confirmar y fortalecer a toda la comunidad para que pueda responder, cuando sea necesario, a la confusión o al error.

7. Dentro de muy poco tiempo os devolveré vuestra visita a Roma con mi visita a Denver. Con gran anticipación espero unirme a los jóvenes de todo el mundo, que harán esta peregrinación espiritual para hallar a Cristo en el corazón de la «metrópoli moderna». Estas reuniones bienales son ciertamente ocasiones de gracia para la Iglesia universal. También producen energía para la renovación espiritual de los países donde se celebran. Desde las pasadas Jornadas mundiales de la juventud vemos —y damos gracias a Dios por ello— que los jóvenes son una gran fuerza para la evangelización. Su búsqueda constante de sentido y de la verdad, su deseo de una comunión íntima con Dios y con la comunidad eclesial y su entusiasmo por servir a sus hermanos y hermanas representan un reto para todos nosotros.

35 Con confianza filial encomiendo a cada una de vuestras Iglesias particulares a la intercesión amorosa de María Inmaculada, Madre del Redentor y patrona de vuestra nación. Que Dios bendiga con abundancia «la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor» (1Th 1,3). Que su amor se derrame sobre los sacerdotes, los religiosos y los laicos de vuestras diócesis.








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