Discursos 1993 53

53 La criatura no tiene vida por sí misma, sino por Dios. Al descubrir la grandeza de Dios, el hombre descubre la posición única que ocupa en el mundo visible: «Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies» (Ps 8,6-7). Sí, la contemplación de la naturaleza no sólo revela al Creador, sino también el papel del ser humano en el mundo que ha creado. Con fe, revela la grandeza de nuestra dignidad como seres creados a su imagen.

Para tener vida y tenerla en abundancia, para restablecer la armonía original de la creación, debemos respetar esa imagen divina en toda la creación y, de modo especial, en la misma vida humana.

7. Cuando la luz de la fe penetra esta conciencia natural, alcanzamos una nueva certeza. Las palabras de Cristo resuenan con plena verdad: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».

Contra todas las fuerzas de la muerte, a pesar de todos los falsos maestros, Jesucristo sigue ofreciendo a la humanidad la única esperanza verdadera y real. Él es el verdadero Pastor del mundo, porque él y el Padre son uno (cf. Jn Jn 17,22). En su divinidad es uno con el Padre; en su humanidad es uno con nosotros.

Por haber tomado sobre sí nuestra condición humana, Jesucristo puede transmitir a todos los que están unidos a él por el bautismo la vida que tiene en sí. Y porque en la Trinidad la vida es amor, el amor verdadero de Dios ha sido derramado en nuestro corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (cf. Rm Rm 5,5). La vida y el amor son inseparables: el amor de Dios hacia nosotros, y el amor que nosotros, por nuestra parte, tenemos: amor a Dios y amor a cada uno de nuestros hermanos y hermanas. Este será el tema de la última parte de nuestra reflexión, esta misma noche, un poco más tarde.
III. Tened el valor y la generosidad de los misioneros del pasado


Queridos jóvenes peregrinos:

1. El Espíritu os ha traído a Denver para llenaros de nueva vida: para daros una fe, una esperanza y un amor más fuertes. Todo en vosotros —vuestra mente y vuestro corazón, vuestra voluntad y vuestra libertad, vuestros dones y vuestros talentos—, todo ha sido tomado por el Espíritu Santo para hacer de vosotros «piedras vivas» del «edificio espiritual» que es la Iglesia (cf. 1P 2,5). Esta Iglesia es inseparable de Jesús; él la ama como el esposo ama a su esposa. Esta Iglesia hoy, en los Estados Unidos y en todos los países de donde procedéis, tiene necesidad del afecto y de la cooperación de sus jóvenes, la esperanza de su futuro. En la iglesia cada uno tiene un papel que desempeñar, y todos juntos construimos el único cuerpo de Cristo, el único pueblo de Dios.

Al acercarse el tercer milenio, la Iglesia sabe que el buen Pastor sigue siendo, como siempre, la esperanza segura de la humanidad. Jesucristo nunca deja de ser la puerta de las ovejas. Y, a pesar de la historia de los pecados de la humanidad contra la vida, no cesa de repetir con la misma fuerza y el mismo amor: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10).

2. ¿Cómo es posible eso? ¿Cómo puede Cristo darnos la vida, si la muerte forma parte de nuestra existencia terrena? ¿Cómo es posible, si «está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio» (He 9,27)?

Jesús mismo nos da la respuesta; y la respuesta es una declaración suprema de amor divino, un hito de la revelación evangélica con respecto al amor de Dios Padre hacia toda la creación. La respuesta ya está presente en la parábola del buen pastor. Cristo dice: «El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10,11).

54 Cristo, el buen pastor, está presente entre nosotros, en medio de todos los pueblos, las naciones, las generaciones y las razas, corno el que «da su vida por las ovejas». ¿No es esto el mayor amor? Era la muerte del Inocente: «El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!» (Mt 26,24). Cristo en la cruz es un signo de contradicción para todos los crímenes contra el mandamiento de no matar. Dio su vida en sacrificio para la salvación del mundo. Nadie le arrebata esa vida humana; él la da libremente. Él tiene poder para darla y para recobrarla (cf. Jn Jn 10,18). Fue una auténtica entrega de sí mismo. Fue un acto sublime de libertad.

Sí, el buen Pastor da su vida, pero sólo para recobrarla (cf. Jn Jn 10,17). Y en la nueva vida de la resurrección, se ha convertido —según las palabras de san Pablo— en «espíritu que da vida» (1Co 15,45), que ahora puede otorgar el don de la vida a cuantos creen en él.

Vida dada, vida recobrada, vida otorgada. En él, tenemos la vida que él tiene en la unidad del Padre y del Espíritu Santo, si creemos en él, si somos uno con él por el amor, recordando que «quien ama a Dios, debe amar también a su hermano»(1Jn 4,21).

3. Buen Pastor, el Padre te ama porque das tu vida. El Padre te ama como el Hijo crucificado, porque vas a la muerte dando tu vida por nosotros. Y el Padre te ama, cuando vences la muerte con tu resurrección, revelando una vida indestructible. Tú eres la vida y, por tanto, el camino y la verdad de nuestra vida (cf. Jn Jn 14,6).

Tú dijiste: «Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre» (Jn 10,14-15). Tú que conoces al Padre (cf. Jn Jn 10,15) —el único Padre común de todos— sabes por qué te ama el Padre (cf. Jn Jn 10,17). Te ama porque das tu vida por cada uno.

Cuando dices: «Doy la vida por mis ovejas», no excluyes a nadie. Viniste al mundo para abrazar a todos los hombres y reunir en uno a los hijos de toda la familia humana que estaban dispersos (cf. Jn Jn 11,52). Todavía hay muchos que no te conocen: «También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir» (Jn 10,16).

4. Buen Pastor, enseña a los jóvenes aquí reunidos; enseña a los jóvenes de todo el mundo lo que significa «dar» su vida mediante la vocación y la misión. Como enviaste a los Apóstoles a predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra, lanza ahora tu desafío a la juventud de la Iglesia para que cumpla la gran misión de darte a conocer a cuantos aún no han oído hablar de ti. Da a estos jóvenes la valentía y la generosidad de los grandes misioneros del pasado, de suerte que, a través del testimonio de su fe y su solidaridad con todos sus hermanos y hermanas necesitados, el mundo descubra la verdad, la bondad y la belleza de la vida que sólo tú puedes dar.

Enseña a los jóvenes reunidos en Denver a llevar tu mensaje de vida y verdad, de amor y solidaridad, al centro de la metrópoli moderna, al centro de todos los problemas que afligen a la familia humana al final del siglo veinte.

Enseña a estos jóvenes a hacer buen uso de su libertad.Enséñales que la mayor libertad consiste en entregarse totalmente. Enséñales el significado de las palabras del Evangelio: «El que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 10,39).

5. Por todo esto, buen Pastor, te amamos.

Los jóvenes reunidos en Denver te aman porque aman la vida, el don del Creador. Aman su vida humana como el sendero por el que pasarán en medio de este mundo creado. Aman la vida como tarea y como vocación.

55 Y aman también la otra vida que el Padre eterno nos ha dado por medio de ti: la vida de Dios en nosotros, el mayor regalo que nos has dado.

Tú eres el buen Pastor.

Y no hay ningún otro.

Has venido para que tengamos la vida, y la tengamos en abundancia. La vida, no sólo a nivel humano, sino también en la medida del Hijo, el Hijo en el que el Padre se complace eternamente.

Señor Jesucristo, te damos gracias por haber dicho: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (
Jn 10,10). Los jóvenes de la octava Jornada mundial de la juventud te dan las gracias desde lo más profundo de su corazón.

Maranatha!

Aquí, desde el Cherry Creek State Park de Denver, desde esta reunión de jóvenes de todo el mundo, gritamos: Maranatha! «Ven, Señor Jesús» (Ap 22,20).





VIAJE APOSTÓLICO A JAMAICA, MÉXICO Y DENVER

CEREMONIA DE DESPEDIDA



Domingo 15 de agosto de 1993




Querido vicepresidente;
queridos amigos y querido pueblo de Estados Unidos:

1. Al partir de Estados Unidos, le expreso mi agradecimiento a usted, señor vicepresidente, que ha venido aquí para despedirme, y al presidente Clinton que gentilmente me acogió a mi llegada, por la cortesía con que me han tratado en todo momento de mi visita.

56 Deseo dar las gracias a todos los que han colaborado de alguna manera para asegurar el éxito de esta octava Jornada mundial de la juventud que ha traído a jóvenes peregrinos procedentes de casi todos los países del mundo a esta hermosa ciudad de Denver, para reflexionar acerca de las palabras de Jesucristo: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10).

2. También yo vengo como peregrino, peregrino de esperanza. Siempre he sido consciente de que los jóvenes constituyen para la Iglesia y la sociedad civil la esperanza de nuestro futuro. Pero durante los años de mi pontificado, y en particular a través de la celebración de acontecimientos como éste, esa esperanza se ha ido confirmando y reforzando paulatinamente. Los mismos jóvenes me han enseñado a tener cada vez mayor confianza. No se trata sólo del hecho de que los jóvenes de hoy serán los adultos del futuro, los que tomarán nuestro puesto y continuarán la aventura humana. No, el deseo, presente en todos los corazones, de una vida plena, libre y digna de la persona humana es particularmente fuerte en ellos. Desde luego, las respuestas falsas a este deseo abundan y la humanidad está lejos de constituir una familia feliz y armoniosa. Sin embargo, muchos jóvenes en todas las sociedades no quieren caer en el egoísmo y la superficialidad. No quieren huir de sus responsabilidades. Esa actitud es un faro de esperanza.

Para los creyentes el compromiso por la renovación espiritual y moral, que tanto necesita la sociedad, es un don del Espíritu del Señor que colma toda la tierra, porque es el Espíritu el que ofrece al hombre la luz y la fuerza para afrontar su destino supremo (cf. Gaudium et spes GS 10). Esto ha resultado especialmente evidente mediante la actitud devota de los jóvenes reunidos aquí. En consecuencia, ellos se van con un compromiso mayor en favor de la victoria de la cultura de la vida sobre la cultura de la muerte. La cultura de la vida significa respeto a la naturaleza y cuidado de la obra divina de la creación. En particular, significa respeto a la vida humana desde el primer momento de su concepción hasta su conclusión natural. Una auténtica cultura de la vida es esencial ahora que —como he escrito en la encíclica social Centesimus Annus— «el ingenio del hombre parece orientarse, en este campo, a limitar, suprimir o anular las fuentes de la vida, recurriendo incluso al aborto, tan extendido por desgracia en el mundo, más que a defender y abrir las posibilidades a la vida misma» (n. 39).

Una cultura de la vida significa servicio hacia los que no gozan de privilegios, los pobres y oprimidos, porque justicia y libertad son inseparables y sólo existen si existen para todos. La cultura de la vida significa agradecer a Dios cada día el don de la vida, nuestro valor y dignidad como seres humanos, la amistad que él nos ofrece mientras realizamos la peregrinación hacia nuestro destino eterno.

3. Señor vicepresidente, me despido de los Estados Unidos con el corazón henchido de gratitud a Dios. Gratitud por lo que ha sucedido aquí durante la Jornada mundial de la juventud. Gratitud al pueblo estadounidense por ser abierto y generoso, y por las muchas maneras como sigue ayudando en el mundo a quienes tienen necesidad. Pido a Dios que los Estados Unidos sigan creyendo en sus nobles ideales, y espero que colaboren de una manera sabia y provechosa en los esfuerzos multilaterales para resolver algunas de las cuestiones más difíciles que la comunidad internacional debe afrontar.

Mi gratitud se convierte en oración ferviente por los habitantes de este país, por el cumplimiento del destino de los Estados Unidos en cuanto nación protegida por Dios, con libertad y justicia para todos.

Estados Unidos, afronta tus responsabilidades, que abarcan todas las energías de tu pueblo emprendedor. Sé fiel a tu misión.

Estados Unidos: sé fiel a tu auténtica identidad.

Estados Unidos, país de hombres libres, haz buen uso de tu libertad. Úsala para alimentar y apoyar con todas tus fuerzas y con toda tu capacidad la dignidad de toda persona humana.

Estados Unidos, defiende la vida, para que puedas vivir en paz y armonía.

Que Dios bendiga Estados Unidos!

57 ¡Que Dios os bendiga a todos vosotros!





Octubre de 1993




A LOS PEREGRINOS ESPAÑOLES QUE PARTICIPARON


EN LA CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN


DE DOS MIEMBROS DE LA INSTITUCIÓN TERESIANA


Lunes 11 de octubre de 1993



Queridos hermanos y hermanas:

1. En esta gozosa circunstancia deseo saludar cordialmente al numeroso grupo de peregrinos de lengua española, de modo especial a vosotras, miembros de la Institución Teresiana, que habéis asistido a la solemne Beatificación de Don Pedro Poveda Castroverde, vuestro fundador, y de Victoria Díez y Bustos de Molina, de la misma Institución, que derramaron su sangre por la fe.

Ayer ha sido propuesto al culto público de la Iglesia ese gran apóstol y sacerdote, cuya espiritualidad tenía como centro el misterio de la Encarnación, especialmente Cristo crucificado, hasta el punto de pedir a sus seguidores que fueran “Crucifijos vivientes”, basando en ello su programa de “formación seria” y “virtudes sólidas”, que exigía a quienes debían ser “tan singulares en lo interior como comunes en lo exterior” (Pedro Poveda Castroverde, Escritos espirituales).

Un aspecto esencial de su acción evangelizadora fue la enseñanza, fundamentada en la antropología derivada de la Encarnación. En el Evangelio encontraba él los medios para ayudar al crecimiento de la persona humana y responder, al mismo tiempo, a las necesidades de la sociedad en cada época de la historia.

2. La joven mártir, Victoria Díez y Bustos de Molina, es un primer fruto de santidad de la Institución Teresiana, en la cual realizó su vocación de entrega a Dios. Con una profunda vida interior y dedicada al apostolado, llegó a hacerse toda para todos. Desempeñó su profesión de maestra como una misión, favoreciendo la formación humana y cristiana de las personas a todos los niveles. Viviendo su fe en la realidad cotidiana, puso de manifiesto lo peculiar de la vocación laical, de la que hablaría más tarde el Concilio Vaticano II: “A modo de fermento, contribuyan (los laicos) a la santificación del mundo, y de esta manera, irradiando fe, esperanza y amor, sobre todo con el testimonio de su vida, muestren a Cristo a los demás” (Lumen gentium LG 31).

El ejemplo de estos dos Beatos mártires debe alentar a todos los miembros de la Institución Teresiana, presentes en tantos países, a seguir trabajando de manera abnegada en la promoción religiosa y cultural de todas las clases sociales. Sobre vosotras y sobre cuantos vivís la espiritualidad de esa Institución, imploro la constante protección de los nuevos Beatos, a la vez que os imparto con afecto la Bendición Apostólica.








A LOS PEREGRINOS QUE ASISTIERON A LAS BEATIFICACIONES


Lunes 11 de octubre de 1993



Queridos hermanos en el episcopado,
58 dignísimas autoridades,
amadísimos hijos e hijas:

1. Me complace tener este encuentro con todos vosotros, que ayer habéis participado en la solemne Beatificación de dos Obispos y de siete Hermanos de las Escuelas Cristianas, todos ellos martirizados en Almería, al comienzo de la guerra civil española.

En esta circunstancia quiero saludar de modo especial al grupo de Obispos españoles, sobre todo a las peregrinaciones de Almería y Guadix, diócesis regidas por los nuevos Beatos. En sus biografías resalta de manera singular su infatigable entrega apostólica, fortaleciendo y reavivando la fe de sus diocesanos en unos momentos de crisis y tensiones políticas, lo cual les llevó hasta el gesto heroico de dar la vida, como se desprende de los testimonios recibidos.

Un cordial saludo quiero dirigir también a los Hermanos de La Salle, acompañados por un numeroso grupo de alumnos y exalumnos, presentes en la Beatificación de estos siete mártires del Colegio San José de Almería.

2. Como acabo de exponer en la encíclica Veritatis Splendor, «el martirio es un signo preclaro de la santidad de la Iglesia: la fidelidad a la ley santa de Dios, atestiguada con la muerte, es anuncio solemne y compromiso misionero “usque ad sanguinem” para que el esplendor de la verdad moral no sea ofuscado en las costumbres y en la mentalidad de las personas y de la sociedad. Semejante testimonio tiene un valor extraordinario a fin de que no sólo en la sociedad civil sino incluso dentro de las mismas comunidades eclesiales no se caiga en la crisis más peligrosa que puede afectar al hombre: la confusión del bien y del mal, que hace imposible construir y conservar el orden moral de los individuos y de las comunidades” (Veritatis Splendor
VS 93).

3. Una característica común de los nuevos Beatos fue su dedicación a la enseñanza. Los dos Obispos, estuvieron al frente, sucesivamente, de las “ Escuelas del Ave María ” de Don Andrés Manjón. La labor docente de los Hermanos de las Escuelas Cristianas estuvo iluminada por su vida de íntima unión con Dios y también por su amor a los alumnos. No cabe duda de que su labor, dedicada a la enseñanza, sobre todo en momentos difíciles, es un ejemplo y estímulo para todos vosotros, educadores cristianos, en una época marcada por el indiferentismo religioso y el secularismo.

En este momento quiero dirigirme también a los padres y madres de familia, como primeros y principales responsables de la educación de los hijos. Es un deber irrenunciable el colaborar y participar de manera activa en la marcha de los centros de la Iglesia, a fin de que la juventud reciba en ellos una formación integral basada en sólidos principios cristianos y humanos y preparándolos para su futura inserción en la vida profesional y social.

Con la ferviente esperanza de que la sociedad española siga manteniendo encendida la antorcha de la fe, por la cual sufrieron el martirio estos Beatos, imploro sobre todos su protección, especialmente sobre las diócesis de Almería y Guadix, y sobre los colegios de La Salle.

4. Il mio pensiero si rivolge ora ai pellegrini convenuti in occasione della Beatificazione di Maria Crocifissa Satellico, Clarissa, e di Maria Francesca di Gesù, Fondatrice delle Suore Terziarie Cappuccine di Loano.

Carissimi Fratelli e Sorelle, l’inno di lode e di ringraziamento che in questi giorni sale al Signore per gli esempi di santità e di virtù, donati da queste due figlie spirituali di Francesco e Chiara, è un rinnovato invito all’impegno per imitarne la vita evangelica e la testimonianza di carità, di cui fu intessuta la loro esistenza.

59 La chiamata di Dio alla consacrazione religiosa raggiunse Anna Maria Rubatto negli ultimi anni del secolo scorso, quando era ormai trentanovenne, dopo aver trascorso una significativa esperienza di lavoro e di solidarietà. Fin dagli umili inizi della prima fondazione a Loano, sotto la guida spirituale dei Frati Cappuccini, l’infaticabile servizio per i poveri fu il costante impegno della nuova Congregazione ed il segno più eloquente del grande amore per il Cristo povero e crocifisso.

La vocazione missionaria, che caratterizzò l’ultimo periodo della vita della nuova Beata, rimane ancora oggi una delle scelte fondamentali della Congregazione, che si esprime nell’attività apostolica ed assistenziale svolta sia in America Latina sia in Etiopia.

5. Anche Maria Crocifissa Satellico, vissuta nella prima metà del Settecento, ci offre un messaggio che non ha perduto nulla della sua attualità: ella ci parla della necessità del raccoglimento, della preghiera, della penitenza per una vita cristiana radicata negli autentici valori del Vangelo.

La Beata Maria Crocifissa, sia come semplice religiosa sia come Abbadessa del suo monastero, seppe vivere sempre in piena sintonia con i Pastori della comunità cristiana, lasciando che fosse Dio stesso, mediante la voce della Chiesa, ad indicarle la via della perfezione. Il silenzio e la pace della clausura non limitarono il suo amore per gli uomini, ma furono i custodi dell’intensità della sua esperienza spirituale.

Il suo esempio ripropone con efficacia il valore della vocazione alla vita claustrale e, in particolare, della tradizione francescana delle Clarisse, le quali ricordano proprio quest’anno l’VIII centenario della nascita di santa Chiara.

6. Carissimi Fratelli e Sorelle, la Chiesa oggi esulta per la proclamazione di questo nuovo gruppo di Beati. Ritornando alle vostre terre di origine porterete con voi il ricordo delle solenni celebrazioni a cui avete partecipato in questi giorni. Vi sostenga nel vostro cammino la celeste intercessione dei testimoni della fede e del Vangelo, ora elevati all’onore degli altari. Vi accompagni la materna protezione di Maria, Regina dei Martiri e delle Vergini e, con essa, la mia Apostolica Benedizione.








A LOS OBISPOS CUBANOS DEL COMITÉ PERMANENTE


DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL


Jueves 14 de octubre de 1993



Queridos Hermanos en el Episcopado:

Con sentimientos de fe, esperanza y caridad, vamos a celebrar la Santa Misa como signo de profunda comunión entre el Sucesor de Pedro y los Obispos de Cuba, dando gracias a Dios por el continuo crecimiento y consolidación de sus Comunidades eclesiales.

Mi pensamiento se dirige a los demás Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos que, día a día, dan un testimonio admirable de su fe cristiana. Asimismo, conozco muy bien la preocupación de Ustedes por la situación espiritual y por las penurias materiales que sufre el querido pueblo cubano, y al mismo tiempo el esfuerzo de solidaridad que, a través de Cáritas y otros organismos, se está llevando a cabo en esta hora presente.

A este respecto, la Santa Sede espera vivamente que, frente a las necesidades más extremas y de orden humanitario, se puedan superar cuanto antes los problemas internos y externos que afectan gravemente a toda la población cubana. Junto con Ustedes, aliento a todos los cubanos al diálogo fraterno, basado en la búsqueda de la verdad objetiva y del bien común, lo cual hará posible que todos los hijos de Cuba participen desde su propia condición y responsabilidad.

60 Éste es el sentido del Mensaje que Ustedes, como Obispos de Cuba, han dirigido recientemente a su pueblo, el cual esperaba de sus Pastores una orientación ponderada, a la luz del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia. La solicitud pastoral de Ustedes está basada únicamente –como es la misión propia de la Iglesia– en crear un clima de amor y reconciliación, fundamento imprescindible para el bien de todo el país. A este fin están trabajando ya los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos, a los cuales espero se puedan añadir pronto otros más, que ayuden al crecimiento de esas Comunidades eclesiales con nuevas y santas vocaciones.

Con la Virgen de la Caridad del Cobre pediremos al Señor que renueve el corazón de todos los cubanos, tan cercanos siempre al corazón del Papa, para que sigan trabajando por la justicia y la concordia, en un clima de confianza mutua, amor fraterno y paz. Que les acompañe siempre mi profundo afecto y mi Bendición.










A LA III REUNIÓN PLENARIA


DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA


15 de octubre 1993



Señores Cardenales,
amados hermanos en el Episcopado,
queridos sacerdotes, religiosos y laicos:

1. Me complace reunirme esta mañana con vosotros, al final de la III Asamblea Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina, organismo de la Curia Romana que, al servicio de la comunión entre las diócesis de aquellas Naciones y la Sede de Pedro, promueve y anima las actividades de la Iglesia en el Continente de la esperanza. Agradezco vivamente al Señor Cardenal Bernardin Gantin las amables palabras que, en nombre de todos, ha tenido a bien dirigirme.

Vuestras sesiones de trabajo han coincidido precisamente con el primer aniversario de la Conferencia de Santo Domingo, que yo mismo tuve el gozo de inaugurar el 12 de octubre de 1992, conmemorando también así el V Centenario de la llegada del mensaje de Cristo al Nuevo Mundo.

La celebración de esta efemérides ha sido verdaderamente un evento muy importante en el momento actual de la Iglesia, la cual, lejos de cualquier otra motivación ajena a su misión pastoral, ha querido conmemorar la llegada y proclamación de la fe y del Evangelio de Jesús, la implantación y desarrollo de esta espléndida realidad que son las comunidades eclesiales de América Latina. Por todo ello, damos fervientes gracias a Dios, rico en misericordia, pero hay que tener presente que es aún arduo y urgente el trabajo evangelizador que, ya a las puertas del año 2000, la Iglesia ha de afrontar en Latinoamérica. Ella está llamada a ser protagonista en el tercer milenio del cristianismo, para lo cual es de vital importancia que siempre sea fiel a su identidad católica, que se renueve profundamente en sus personas y en sus estructuras, que se comprometa a fondo en la promoción integral del hombre y de la mujer latinoamericanos, y que ofrezca al mundo una fisonomía auténticamente evangélica.

A este respecto, las Conclusiones de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano « podrán orientar la acción pastoral de cada Obispo diocesano » (Carta a los Obispos Diocesanos de América Latina, 10-11-1992). Es verdad que no todos los problemas pastorales del momento presente en Latinoamérica pudieron ser afrontados exhaustivamente en la Conferencia de Santo Domingo. Por otro lado, las líneas pastorales han de ser continuamente puestas al día y enriquecidas por los Episcopados junto con los demás miembros del Pueblo de Dios. A tal propósito, el CELAM tiene una misión particular que cumplir en esta acción pastoral de conjunto, como « organismo de contacto, reflexión, colaboración y servicio de las Conferencias Episcopales de América Latina » (Estatutos del CELAM, art. 1).

La evaluación que durante los días pasados habéis hecho de la Conferencia de Santo Domingo puede dar luces para proyectar, más intensamente y en todas las direcciones, los frutos de tan importante reunión episcopal. Conviene profundizar atentamente y aplicar, con discernimiento y decisión, las « líneas pastorales » recogidas en las Conclusiones de la citada Asamblea, con mi-ras a la acción evangelizadora que necesitamos en nuestros días. En la tarea de precisar los contenidos doctrinales y las prioridades pastorales de la Nueva Evangelización, el Catecismo de la Iglesia Católica constituye un instrumento providencial y de gran importancia.

61 En el marco de un proyecto completo y eficaz de Nueva Evangelización hay puntos que, por lo que se refiere a América Latina, han de ser profundizados y examinados más certeramente. Entre otros, es necesario dedicar una particular atención a la acción pastoral con los pobres, los indígenas y los afroamericanos, y fomentar también una mayor solidaridad eclesial. Esto me lleva a poner de relieve la importancia de los organismos de ayuda, aquí representados, así como la necesidad de una creciente cooperación bien coordinada, sobre todo por lo que se refiere al envío de agentes pastorales (cf. Motu proprio Decessores Nostri, II).

Ante la proliferación y propaganda agresiva de las sectas en América Latina, es urgente que la Iglesia se haga presente con una renovada acción evangelizadora, disponiendo de un mayor número de evangelizadores, adecuadamente preparados, para la proclamación y preservación de la fe, sobre todo «en aquellos sectores más vulnerables, como migrantes, poblaciones sin atención sacerdotal y con gran ignorancia religiosa, personas sencillas o con problemas materiales y de familia» (Documento de Santo Domingo, 141).

En esta acción pastoral de conjunto, hay que pro-curar que se integren plenamente y participen activa-mente todos los movimientos, asociaciones eclesiales y grupos de apostolado. Siguiendo las directrices de la Jerarquía, podrán colaborar así de manera unitaria en el crecimiento y consolidación de cada Iglesia particular, enriqueciéndola con la pluralidad de carismas y servicios.

Me complace manifestar de nuevo que en mis viajes a América Latina he encontrado Iglesias vivas y dinámicas que, bajo la acción del Espíritu, se preparan también ellas para evangelizar a otros continentes. Para esto es necesario que Latinoamérica sea evangelizada aún más por numerosos y santos sacerdotes, religiosos y religiosas, bien centrados en su vocación, y que pueda contar también con un laicado adulto muy prepara-do, que participe de forma activa en las tareas apostólicas y en el campo sociopolítico, en orden a difundir sobre todo la cultura cristiana, de tal manera que « Jesucristo ayer, hoy y siempre » (cf. Heb
He 13,8), sea « la vida y esperanza de América Latina» (cf. Documento de Santo Domingo, III).

A Nuestra Señora de Guadalupe, Estrella de la Evangelización, encomiendo los frutos de vuestros trabajos, mientras, en prenda de la constante ayuda divina, os imparto con gran afecto la Bendición Apostólica.










A LA ASAMBLEA PLENARIA


DE LA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO


Viernes 22 de octubre de 1993



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

1. Me alegra acogeros hoy, junto con los miembros, los expertos, y los oficiales de la Congregación para el clero, reunidos en sesión plenaria.

Agradezco al prefecto del dicasterio, señor cardenal José Sánchez, las palabras con que ha presentado el contenido de la reflexión llevada a cabo en estos días. Asimismo, doy las gracias al secretario, monseñor Crescenzio Sepe, por su valiosa colaboración.

Ante todo, deseo manifestaros mi complacencia por el trabajo que habéis realizado, y que ha implicado a todo el Episcopado, sobre algunos temas de suma importancia. Al mismo tiempo, os expreso a todos mi aliento para que, cuanto antes sea posible, ofrezcáis a los obispos y, a través de ellos, a todos los sacerdotes, un Directorio para la vida, el ministerio y la formación permanente de los presbíteros. Como bien sabéis, lo solicitaron numerosos prelados de todo el mundo, así como la Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos de 1990 y muchos sacerdotes que se dedican a la cura de almas.

62 En nuestra época, marcada por una gran sed de valores, aunque a menudo no sea muy manifiesta, es de suma urgencia que los ministros del altar, teniendo siempre presente la grandeza de su vocación, se formen para desempeñar con fidelidad y competencia su ministerio pastoral y misionero.

2. "Antes de haberte formado yo en el seno materno —dice el Señor al profeta Jeremías—, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí" (
Jr 1,5).

Para una vida sacerdotal auténtica es absolutamente necesario tener clara conciencia de la propia vocación. El sacerdocio es don que viene de Dios, a imagen de la vocación de Cristo, sumo sacerdote de la nueva alianza: "Nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón" (He 5,4). No se trata, pues, de una función, sino de una vocación libre y exclusiva de Dios que, como llama al hombre a la existencia, lo llama también al sacerdocio, con la mediación de la Iglesia. Mediante la imposición de las manos del obispo y la oración consagratoria, lo hace después ministro y continuador de la obra de salvación, realizada por él por medio de Cristo en el Espíritu Santo.

"El sacerdocio de los presbíteros — recuerda el concilio Vaticano II— supone, desde luego, los sacramentos de la iniciación cristiana; sin embargo, se confiere por aquel especial sacramento con el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo cabeza" (Presbyterorum ordinis PO 2).

Al actuar "in persona Christi capitis" (ib; cf. ib. , 6 y 12; Sacrosanctum concilium SC 33 Lumen gentium LG 10,28 y LG 37), el sacerdote anuncia la palabra divina, celebra la eucaristía y difunde el amor misericordioso de Dios que perdona, convirtiéndose así en instrumento de vida, de renovación Y de progreso auténtico de la humanidad.

Por ser ministro de las acciones salvífìcas esenciales, no pone al alcance de todos los hombres bienes perecederos, ni proyectos sociopolíticos, sino la vida sobrenatural y eterna, enseñando a leer e interpretar, a la luz del Evangelio, los acontecimientos de la historia.

Esta es la tarea principal del sacerdote, también en el marco de la nueva evangelización, la cual exige presbíteros que, por ser los primeros responsables, junto con los obispos, de esa nueva siembra evangélica, estén "radical e integralmente inmersos en el misterio de Cristo" (Pastores dabo vobis PDV 18).

3. El sacerdocio de los sagrados ministros participa del único sacerdocio de Cristo, constituido sacerdote e intercesor mediante la ofrenda de su sacrificio, realizado de una vez para siempre en la cruz (cf. Hb He 7,27).

Para poder comprender adecuadamente el sacerdocio ordenado y afrontar correctamente todas las cuestiones relativas a la identidad, a la vida, al servicio y a la formación permanente de los presbíteros, es preciso tener siempre presente el carácter sacrificial de la Eucaristía, cuyos ministros son.

En la Eucaristía brilla de modo muy peculiar la identidad sacerdotal. Constituye el eje de la asimilación a Cristo, el fundamento de una ordenada vida de oración y de una auténtica caridad pastoral.

4. Configurado con el Redentor, cabeza y pastor de la Iglesia, el sacerdote debe tener clara conciencia de ser, de modo nuevo, ministro de Cristo para su pueblo (cf. Pastores dabo vobis PDV 21).

63 Se trata de una conciencia de pastoralidad ministerial, que corresponde sólo a quien ha sido enviado, a imitación del buen Pastor, para ser guía y pastor del rebaño, en la entrega gozosa y total a todos sus hermanos, especialmente a los que tienen más necesidad de amor y de misericordia.

5. A imitación del Maestro divino, el sacerdote está llamado a entregar su propia voluntad y a convertirse en una especie de prolongación del Christus oboediens para la salvación del mundo.

El ejemplo de Cristo es luz y fuerza para los obispos y para los presbíteros. El obispo, por su parte, con su obediencia a la Sede Apostólica y la comunión con todo el Cuerpo episcopal, crea las condiciones más favorables para instaurar las mismas relaciones con el presbiterio y con cada uno de sus miembros.

Siguiendo el modelo de la relación de Jesús con los discípulos, el obispo debe tratar a sus sacerdotes como a hijos, hermanos y amigos, interesándose sobre todo por su santificación, pero también por su salud física, su serenidad, su debido descanso, su asistencia en toda etapa y situación de la vida. Todo eso no sólo no va en detrimento, sino que pone más de manifiesto su autoridad de pastor que, con espíritu de auténtico servicio, sabe asumir las responsabilidades indelegables y personales a veces, incluso, arduas y complejas de la dirección.

Esa actitud ejemplar alimenta la confianza de los presbíteros, estimula su voluntad de ordenada cooperación y de fraternidad sincera.

¡Qué bien tan precioso es la fraternidad sacerdotal! Es alivio en las dificultades, en la soledad, en las incomprensiones y en los trabajos, y, como en la comunidad apostólica primitiva, favorece la concordia y la paz "para proclamar a Dios y dar a los hermanos testimonio de la unidad del espíritu" (Juan Pablo II, catequesis del 1 de septiembre de 1993, L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de septiembre de l993, p. 3).

6. En ese clima de comunión sacerdotal efectiva también encontrará las condiciones mejores para desarrollase y dar frutos abundantes la formación permanente de los presbíteros, para la que es necesario reservar personal fiel y cualificado.

En la labor de formación se entrelazan positivamente la autorizada y a la vez fraterna solicitud del obispo para con sus sacerdotes y, por parte de éstos, la conciencia de deber profundizar continuamente el inmenso don de la vocación y la responsabilidad del compromiso ministerial.

Este es el tema que ha ocupado el centro de vuestras reflexiones en la actual asamblea plenaria y que cobrará gran relieve en el Directorio que estáis preparando.

7. En realidad, todo proyecto de formación sacerdotal debe tener como principal objetivo la santificación del clero, pues, aunque es verdad que la Palabra y los sacramentos actúan por la fuerza del Espíritu que transmiten, también es verdad que, cuando transfiguran la vida del ministro, éste se convierte en una especie de Evangelio vivo. El mejor evangelizador es siempre el santo.

De manera especial, el sacerdote tiene necesidad de la oración para santificarse y para santificar a las almas que se le han confiado.

64 El principio interior, la virtud que moldea y guía su vida espiritual es la caridad pastoral que brota del Corazón misericordioso de Jesús salvador. El contenido esencial de esa caridad pastoral es la entrega total de sí a la Iglesia que, por consiguiente, constituye el interés principal del presbítero bien formado y maduro. En efecto, la vida del sacerdote es un aspecto del misterio estupendo del Cuerpo místico; por eso, no se puede interpretar correctamente sólo con criterios humanos.

Así, cuanto más penetre la Iglesia, guiada por el Espíritu, en la verdad del sacerdocio de Cristo, tanto mayor será la conciencia gozosa que tendrá del don del celibato sagrado, que se verá cada vez menos bajo la luz de la disciplina, aunque sea noble, para abrirse de par en par a los horizontes de una singular conveniencia con el sacramento del orden (cf. Pastores dabo vobis
PDV 50).

El celibato eclesiástico constituye para la Iglesia un tesoro que es preciso guardar con todo esmero y proponer, sobre todo hoy, como signo de contradicción para una sociedad que necesita ser impulsada hacia los valores superiores y definitivos de la existencia.

Las dificultades actuales no pueden hacer que renunciemos a ese precioso don que la Iglesia ha hecho suyo, ininterrumpidamente, desde el tiempo de los Apóstoles, superando otros momentos difíciles que obstaculizaban su mantenimiento. Es preciso interpretar también hoy las situaciones concretas con fe y humildad, sin dejar que predominen criterios de tipo antropológico, sociológico o psicológico, que, aunque dan la impresión de resolver los problemas, en realidad acaban por agrandarlos desmesuradamente.

La lógica evangélica, comprobada por los hechos, demuestra claramente que las metas más nobles son siempre difíciles de conseguir. Por ello, hay que ser osados, sin dar nunca marcha atrás. Siempre es urgente emprender el camino de una valiente y eficaz pastoral vocacional, con la seguridad de que el Señor no permitirá," que falten obreros a su mies, si se ofrece a los jóvenes ideales elevados y ejemplos concretos de austeridad, coherencia, generosidad y entrega incondicionales.

Es verdad: el sacerdocio es don de lo alto, al que hay que corresponder aceptándolo con gratitud, amándolo y entregándolo a los demás. No se debe considerar como una realidad puramente humana, como si fuera expresión de una comunidad que elige democráticamente a su pastor. Al contrario, se ha de ver a la luz de la voluntad soberana de Dios que elige libremente a sus pastores. Cristo quiso que su Iglesia estuviese estructurada sacramental y jerárquicamente; Por ello, a nadie le es lícito cambiar lo que su divino Fundador ha establecido.

8. En la cruz, el sumo y eterno Sacerdote entregó a Juan como hijo a su santísima Madre; y, a su vez, entregó a su Madre, como herencia inapreciable, a Juan.

Desde aquel día se entabló entre María santísima y todo sacerdote un vínculo espiritual singular, gracias al cual ella puede obtener y dar a sus hijos predilectos el impulso para responder cada vez con más generosidad a las exigencias de la oblación espiritual que implica el ministerio sacerdotal (cf. Juan Pablo II, audiencia general del miércoles 30 de junio de 1993, L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de julio de 1993, p. 3).

Amadísimos hermanos, encomendémosle a ella, Reina de los apóstoles, a los sacerdotes de todo el mundo. Confiemos a su Corazón de Madre a todos los que se preparan para llegar al sacerdocio. Pongamos, confiados, en sus manos nuestros propósitos humildes, pero sinceros, de hacer todo lo posible por su bien.

Que todo sacerdote se sienta movido a consagrarse a la Virgen inmaculada. Así experimentará ciertamente la paz, la alegría y la fecundidad pastoral que brotan de su condición de hijos suyos.

Este es mi deseo, que se convierte en oración. Lo acompaña una especial bendición apostólica, que imparto con gusto a todos vosotros y a los presbíteros que trabajan en todo el mundo.








Discursos 1993 53