Discursos 1993 64


A UN GRUPO DE ACADÉMICOS ESPAÑOLES


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Sábado 23 de octubre de 1993



Señoras y Señores:

1. Es para mí motivo de profunda satisfacción poder recibir hoy a este distinguido grupo, compuesto por Ilustres miembros de la Real Academia de Medicina y de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, de España. A todos y cada uno de vosotros, así como a vuestras esposas aquí presentes y a los compañeros Académicos a quienes representáis, quiero reservar un cordial saludo.

Consciente de las altas funciones que vuestras Academias desempeñan, deseo expresaros mi profundo respeto y estima por vuestros quehaceres, y también por cuantos en España trabajan en estos campos con verdadera competencia y sentido de responsabilidad.

2. Desde este sincero aprecio por vuestra labor como hombres de ciencia, permitidme, Señores, que os recuerde aquellas palabras de san Agustín: “Intellectum valde ama” (S. Agustín, Epist. 120, 3, 16: PL 33, 459). Y ama, sobre todo, la verdad; esa verdad, “que brilla en todas las obras del Creador y, de modo particular, en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios” (Veritatis splendor VS 1). Esa verdad, que es objeto de paciente investigación y a la que vosotros dedicáis sacrificio y esfuerzo.

En vuestras tareas os mueve, ciertamente, una vocación de servicio al hombre, y en ello la Iglesia os acompaña y os alienta, consciente de que entre la fe y la ciencia no debe de existir contraposición sino armonía. La colaboración entre religión y ciencia moderna revierte en provecho de una y otra, sin violar en absoluto sus legítimas respectivas autonomías. A este respecto, el Concilio Vaticano II, en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, al referirse al progreso contemporáneo, reconoce entre sus valores positivos “el estudio de las ciencias y la exacta fidelidad a la verdad en las investigaciones científicas” (Gaudium et spes GS 57).

3. Os invito, pues, a un renovado empeño en vuestro servicio al hombre y en la búsqueda de la verdad, como Académicos dedicados a campos de tanta importancia como son la medicina, las ciencias exactas, la física, las ciencias naturales. Y, al mismo tiempo, deseo recordaros el compromiso ético del hombre de ciencia, que ha de buscar ante todo el bien y que por ello debe estar siempre abierto a la transcendencia. Como escribí en la Encíclica “Redemptor Hominis”, “el "dominio" del hombre sobre el mundo visible, asignado a él como cometido por el mismo Creador, consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia” (Redemptor Hominis RH 16).

Contribuid, pues, con la ciencia a sembrar gérmenes de humanidad; gérmenes que crezcan, se desarrollen e iluminen a las nuevas generaciones, particularmente en la amada Nación española. Trabajad con un sentido profundo de la transcendencia, mirando hacia Dios, que es la Suma Verdad, la Suma Belleza, el Sumo Bien, pues con vuestra labor como Académicos debéis y podéis dar gloria al Creador.

4. Señoras y Señores, al concluir este encuentro, formulo los mejores votos para que vuestros trabajos contribuyan a ofrecer al hombre contemporáneo orientaciones útiles para construir una sociedad armoniosa en un mundo más respetuoso de lo humano, mientras invoco sobre vosotros y vuestras familias la constante asistencia del Altísimo.









                                                                                   Noviembre de 1993




A UNA DELEGACIÓN DE PARTICIPANTES


EN LA XXVII CONFERENCIA GENERAL DE LA FAO



Jueves 11 de noviembre de 1993



Señor presidente;
66 señor director general;
señoras y señores:

1. Me alegra saludar a los distinguidos responsables internacionales del sector de la alimentación y la agricultura que participan en la XXVII Conferencia de la FAO. Nuestro encuentro, que se ha convertido ya en una tradición, es un signo de la cooperación que existe entre la Santa Sede y la FAO. A pesar de sus diferentes misiones y finalidades, ambas están comprometidas en servir al hombre y promover la dignidad humana. La dignidad humana exige que en ninguna circunstancia y por ningún motivo se prive a las personas de su derecho fundamental a la nutrición. Como recordó la Conferencia internacional sobre la nutrición, celebrada el año pasado bajo el patrocinio de la FAO y de la Organización mundial de la salud, el derecho a la nutrición es expresión directa del derecho a la vida.

En efecto, la nutrición no afecta sólo a la satisfacción de necesidades físicas. También debe permitir que toda persona goce de alimento sano y en cantidad suficiente, y participe en su producción y distribución (cf. Discurso con ocasión de la Conferencia internacional sobre la nutrición, 5 de diciembre de 1992). Así pues, el derecho a la nutrición significa tener la posibilidad de compartir plenamente la armonía de la creación.

2. Este encuentro reviste un significado particular, pues tiene lugar cuarenta y cinco años después del establecimiento de relaciones oficiales entre la Sede Apostólica y la FAO. El 23 de noviembre de 1948, la Conferencia, en su cuarta sesión, decidió admitir a la Santa Sede a participar en la actividad de la Organización en calidad de observador permanente. Al otorgar a la Santa Sede esa condición, única también con respecto a las demás instituciones del Sistema de las Naciones Unidas, la Conferencia reconoció la naturaleza específica de la Santa Sede como órgano central y supremo de gobierno de la Iglesia católica, que en todo el mundo lleva a cabo una misión de servicio en favor de la humanidad, trabajando por la justicia, la paz, la armonía social y el desarrollo. Como es bien sabido, la actividad internacional de la Santa Sede es parte de su misión de anunciar la buena nueva a todos los pueblos, sin distinciones, con la única finalidad de servir al hombre en su dignidad como persona y, por consiguiente, contribuir al bien común de toda la familia humana.

La condición particular de la Santa Sede sigue reflejando la naturaleza específica de su contribución a los objetivos y a las actividades de la FAO. Sin entrar en cuestiones técnicas o especializadas, la Santa Sede desea ofrecer las orientaciones éticas que inspiran los valores que han ganado terreno en la vida de la comunidad internacional y que deben guiar todas sus actividades, incluidas, como en el caso de la FAO, las que son más técnicas por su misma naturaleza. Ésta es la base necesaria para una determinación de las condiciones y de los medios necesarios para la coexistencia ordenada de la humanidad.

En cuarenta y cinco años la Santa Sede nunca ha dejado de prestar esa particular cooperación, que desea continuar en este período de cambio en la dirección de la Organización. Aprovecho esta ocasión para expresar mi gratitud al director general, señor Edouard Saouma, que en sus muchos años de dirección ha conducida la FAO a afrontar los desafíos lanzados por las cambiantes realidades globales. Su notable profesionalidad y su gran experiencia serán de utilidad ahora para su tierra natal, el Líbano, que hoy desea redescubrir en la unidad de su pueblo la sólida base para la reconstrucción nacional, para la coexistencia pacífica y para la continuación de su tradición.

Al nuevo director general, señor Jacques Diouf, le expreso mis mejores deseos de éxito en su trabajo de los próximos años para el bien de la FAO y de toda la comunidad internacional. Su conocimiento de la situación en los países en vías de desarrollo, su experiencia en el campo de la diplomacia multilateral y su compromiso en favor del desarrollo internacional prometen una actividad fecunda en favor de todo el mundo rural y, en particular, de los que hasta ahora se han beneficiado menos de los progresos agrícolas, como por ejemplo los pequeños agricultores de los países más pobres.

3. Precisamente como en Hot Springs, hace cincuenta años, cuando la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la alimentación y la agricultura fundó la FAO, la actual sesión de la Conferencia se está celebrando en un período en que la comunidad internacional acaba de vivir cambios profundos y está aún experimentando nuevas situaciones casi cada día. Ahora, como entonces, hay nuevos protagonistas en el escenario mundial, son necesarias nuevas relaciones internacionales, y hace falta afrontar nuevos problemas, dándoles respuestas adecuadas. El bien común universal, que consiste en hacer posibles todas las condiciones necesarias para el desarrollo de los individuos, de los pueblos y de toda la familia humana, exige esas respuestas. Las decisiones importantes que debéis tomar pueden contribuir a mejorar la situación de millones de personas que esperan intervenciones concretas que puedan cambiar su condición de subdesarrollo, de pobreza y de hambre.

En la Conferencia de Hot Springs ya se conocía el hecho de que «la primera causa del hambre y la desnutrición es la pobreza» (Conferencia de las Naciones Unidas sobre la alimentación y la agricultura, Resolución 24). Esa misma conciencia debe inspirar hoy toda vuestra actividad. Existe urgente necesidad de preguntar por qué, después de tantos años, la pobreza sigue siendo la causa del hambre y de la desnutrición. Tal vez se ha olvidado con demasiada frecuencia que «el pobre —individuo o nación— necesita que se le ofrezcan condiciones realmente asequibles» (Centesimus annus
CA 52).

Esta Conferencia, la vigésima séptima, subraya la universalidad de la FAO por el número de sus Estados miembros, con la admisión de un gran número de nuevos. Pero, como sabéis, esta universalidad no debería interpretarse sólo en términos de cantidad, o como representación de una especie de igualdad. Más bien, debería compararse a las diversas situaciones que existen dentro de los países y entre ellos: el bienestar de algunos y la pobreza extrema de otros. En la universalidad de la FAO, por tanto, se refleja la realidad de un mundo dividido, en el que a menudo el egoísmo de algunos no permite a los más débiles gozar plenamente de los recursos y de los demás bienes, del comercio, de los descubrimientos científicos, de los beneficios de la nueva tecnología; todo ello puede hacer que se llegue a negar el derecho que tiene todo pueblo a «sentarse a la mesa del banquete común» (Sollicitudo rei socialis SRS 33).

67 ¿No sucede también que, a causa de este egoísmo, de esta falta de participación y comunión entre los países, una gran parte de la humanidad sufre hambre y desnutrición hasta el punto de ver en peligro incluso sus esperanzas de vida?

4. Vuestro compromiso diario y las diversas actividades de la FAO atestiguan que el hambre y la desnutrición no son simplemente el resultado de desastres naturales, sino que representan también las consecuencias de actitudes individuales y colectivas, tanto por obras como por omisión, que dependen de la voluntad y de la acción del hombre.

Hay un conjunto de factores que impide que todas las personas dispongan de alimento suficiente, a pesar de que los datos examinados en esta Conferencia muestran, una vez más, que la producción mundial es suficiente para satisfacer la demanda de la población mundial, considerada en su conjunto. Un detallado estudio de la FAO ofrece una visión más amplia, que consiste en una relación más equilibrada en el mundo entre la producción agrícola de alimentos y el crecimiento demográfico, que en este momento parece estacionario o incluso tiende a disminuir (cf. Conferencia de la FAO, La agricultura hacia el año 2010, Doc. C, 93-94). Por consiguiente, la solución de limitar el número de los invitados al banquete común, en vez de multiplicar el pan que se debe repartir, resulta cada vez más inaceptable.

El persistente desequilibrio entre las diversas partes del mundo y, por ello, la crisis y la escasez de alimentos, no pueden explicarse sólo recurriendo al diverso nivel de crecimiento que distingue a los países desarrollados de los que están en vías de desarrollo. Al contrario, hay que atribuirlos a la acción de política económica, y en particular a la política agrícola de los diversos países o grupos de países, cuyo efecto en términos globales asume importancia con respecto a los niveles de producción, venta y distribución, influyendo así en la disponibilidad de productos agrícolas y alimentarios.

Por ello, es necesario modificar la lista de las prioridades en la lucha contra el hambre y la desnutrición, tanto a nivel nacional como internacional. En efecto, mientras la autosuficiencia de alimentos sigue siendo un objetivo válido en el desarrollo de un país determinado, la distribución adecuada de los bienes asume una importancia cada vez mayor, de forma que esos bienes sean realmente disponibles, en especial para los pobres de verdad. La adopción de criterios de solidaridad y de distribución implica una disponibilidad proporcionalmente más fuerte y desinteresada por parte de los países más ricos y de los principales productores. Esta disponibilidad es más necesaria que nunca en un momento en que los criterios dictados por las tendencias económicas globales más recientes exigen a las economías más débiles hacer adaptaciones estructurales que a corto plazo pueden comprometer los derechos funda mentales de los pueblos, y en algunos casos incluso la actual disponibilidad de productos alimentarios.

Además, la lucha contra el hambre y la desnutrición exige que todos los países se unan para adoptar reglamentos nuevos y vinculantes que respondan a las nueva demandas del comercio y de los intercambios internacionales, y no a los intereses de un reducido número de países. De ese modo, será posible evitar claros síntomas de proteccionismo en sus diversas formas, que constituyen el principal obstáculo para el comercio y que crean las actuales barreras al mercado para los países en vías de desarrollo. Por consiguiente, el movimiento hacia un nuevo orden comercial mundial que no perjudique el progreso agrícola de los países que están en vías de desarrollo debería actuarse lo más rápidamente posible, favoreciendo así la integración de su potencial en las economías de los países ricos.

Para conseguir el objetivo de un desarrollo sostenible es necesario, por tanto, encontrar un justo equilibrio entre la demanda de la producción dictada por la lucha contra el hambre y la necesidad de salvaguardar el ambiente y preservar la gran variedad de recursos de la creación. Con ese criterio, la FAO puede cumplir cada vez con mayor precisión la tarea de poner en práctica parte de las conclusiones de la Conferencia de Río, ofreciendo así un servicio real también a las futuras generaciones.

5. Señoras y señores, está claro que las opciones que llevan a la solidaridad entre los países deben concretarse en la obra indispensable de hacer que los bienes y los recursos estén disponibles para el uso inmediato y futuro de los más necesitados. Lo exigen tanto la estabilidad de la coexistencia internacional, como las condiciones para una paz verdadera.

Este deber exige también una atenta relectura de los fines y los objetivos de todas las instituciones del Sistema de las Naciones Unidas, para aplicar de forma efectiva las directrices de la Carta de las Naciones Unidas, en la que se afirma que para realizar «condiciones de estabilidad y de bienestar que son necesarias para las relaciones pacíficas y amistosas entre las naciones..., las Naciones Unidas deben promover condiciones de progreso y desarrollo económico y social» (art. 55). Y a pesar del hecho de que los métodos y los medios deben ser más precisos, no hay que olvidar que incluso recientemente la necesidad de garantizar alimento suficiente, negado por situaciones de conflicto, ha sido el motivo central de la acción humanitaria internacional.

Dentro de la comunidad internacional está, pues, madurando la idea de que la acción humanitaria, lejos de ser un derecho de los más fuertes, debe inspirarse en la convicción de que la intervención, o incluso la injerencia cuando las situaciones objetivas lo exijan, es una respuesta a la obligación moral de socorrer a los individuos, a los pueblos o a los grupos étnicos cuyo derecho fundamental a la nutrición ha sido negado hasta el punto de poner en peligro su existencia.

6. Sobre vuestro trabajo recaen, por tanto, responsabilidades precisas, y vuestras decisiones conllevarán no sólo consecuencias técnicas sino también consecuencias llenas de implicaciones humanas. Tratad de asegurar que todas las personas, y en especial las que viven y trabajan en el mundo rural, puedan seguir teniendo confianza en la acción de la FAO.

68 El todopoderoso Creador del universo fortalezca vuestra perseverancia e ilumine vuestro trabajo.








AL GRUPO DE TRABAJO SOBRE EL GENOMA HUMANO


ORGANIZADO POR LA ACADEMIA PONTIFICIA DE CIENCIAS


Sábado 20 de noviembre de 1993



Excelencia;
reverendos padres;
señoras y señores:

1. Vuestras jornadas de trabajo sobre el tema Los aspectos legales y éticos relativos al proyecto del genoma humano se desarrollan en un momento muy oportuno. Las recientes noticias sobre experimentos en el campo de la genética humana han turbado a la comunidad científica y a muchos de nuestros contemporáneos. Frente a los rápidos progresos científicos la reflexión ética y jurídica sobre estas cuestiones tan graves es sumamente urgente en esta etapa final del siglo.

2. Ante todo, deseo manifestar mi aprecio por los grandes esfuerzos de numerosos científicos, investigadores y médicos que se dedican a descifrar el genoma humano y analizar sus secuencias, para alcanzar un conocimiento mejor de la biología molecular y de las bases génicas de muchas enfermedades. Hay que alentar esos estudios con la condición de que abran nuevas perspectivas de curación y de terapias génicas, que respeten la vida y la integridad de las personas, y busquen la protección o la curación individual de los pacientes, nacidos o por nacer, afectados por patologías casi siempre mortales. Sin embargo, no se debe ocultar que esos descubrimientos corren el riesgo de ser utilizados para seleccionar embriones, eliminando los que están afectados por enfermedades genéticas o los que presentan caracteres genéticos patológicos.

La profundización permanente de los conocimientos sobre el ser vivo es de suyo un bien, pues la búsqueda de la verdad forma parte de la vocación primordial del hombre y constituye la primera alabanza tributada a aquel que «modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas» (2M 7,23). La razón humana, con sus innumerables poderes y sus variadas actividades, es al mismo tiempo razón científica y razón ética. Es capaz de poner a punto los mecanismos del conocimiento experimental de la creación y a la vez, de recordar a la conciencia las exigencias de la ley moral al servicio de la dignidad humana. El deseo de conocer no puede ser como a veces tenemos la tentación de pensar el único motivo y la única justificación de la ciencia, poniendo en peligro la finalidad de la actividad médica: buscar, de manera inseparable, el bien del hombre y de la humanidad entera.

La ciencia es seductora y fascinadora porque nos hace descubrir lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño consiguiendo resultados impresionantes. Pero conviene recordar que, aunque tenga la capacidad de explicar el funcionamiento biológico y las interacciones entre las moléculas, no podría enunciar por sí sola la verdad última y proponer la felicidad que el hombre anhela alcanzar, ni dictar los criterios morales para llegar al bien. En efecto, estos últimos no se establecen sobre la base de las posibilidades técnicas ni se deducen tampoco de las verificaciones de las ciencias experimentales, sino que «están en la dignidad propia de la persona» (Veritatis splendor VS 50).

3. El proyecto de descifrar las secuencias del genoma humano y estudiar su estructura macromolecular para establecer el mapa génico de cada persona, pone a disposición de los médicos y los biólogos conocimientos, algunas de cuyas aplicaciones pueden ir más allá del campo médico; puede hacer que sobre el hombre se ciernan amenazas terribles. Baste recordar las múltiples formas de eugenismo o de discriminación, ligadas a la posible utilización de la medicina preventiva. Todo el género humano debe asumir su propia responsabilidad, comprometiéndose a garantizar el respeto debido a la persona ante las nuevas investigaciones. Según sus competencias las familias espirituales, los moralistas, los filósofos, los juristas y las autoridades políticas vigilarán para que todas las actividades científicas respeten la integridad del ser humano, «exigencia indeclinable» (Veritatis splendor VS 13).

4. Es importante, pues, examinar los problemas morales que se refieren, no al conocimiento mismo sino a los nuevos medios de adquisición del saber así como a sus aplicaciones posibles o previsibles. En efecto, sabemos que es posible conocer hoy el genoma humano sin perjudicar la integridad de la persona. Así pues, el primer criterio moral, que debe guiar toda investigación, es el respeto al ser humano sobre el que se realiza la investigación. Pero ciertos descubrimientos, que se presentan como hazañas técnicas y proezas de los científicos, pueden ser fuente de cierta tensión para el mismo espíritu científico: por una parte, eso despierta admiración ante el alarde de ingenio y, por otra, el temor frecuentemente fundado de que se hiera y se amenace gravemente la dignidad del hombre. Esa tensión honra al que reflexiona sobre los valores que guían sus opciones en materia de investigación, porque denota el sentido ético, presente naturalmente en toda conciencia.

69 5. No corresponde a la Iglesia establecer los criterios científicos y técnicos de la investigación médica. Sin embargo por su misión y su tradición secular, si le compete recordar los límites dentro de los cuales toda actividad es un bien para el hombre, porque la libertad debe ordenarse siempre hacia el bien. La Iglesia contempla en Cristo al hombre perfecto, el modelo por excelencia de todo hombre y el camino de la vida eterna; desea ofrecer pistas de reflexión para iluminar a sus hermanos en la humanidad y proponer los valores morales necesarios para la acción, que son también puntos de referencia indispensables para los investigadores llamados a tomar decisiones relacionadas con el sentido del hombre. En efecto, sólo la Revelación abre al conocimiento íntegro del hombre, que la sabiduría filosófica y las disciplinas científicas pueden alcanzar de manera progresiva y maravillosa, pero siempre incierta e incompleta.

6. Todo ser humano ha de ser considerado y «respetado como persona desde el momento de su concepción» (Congregación para la doctrina de la fe, instrucción Donum vitae, 2, 8), compuesto de un cuerpo y un alma espiritual, y dotado de un valor intrínseco (cf. Jr
Jr 1,5): para la Iglesia éste es el principio que guía el desarrollo de la investigación. La persona humana no se define a partir de su acción presente o futura, ni del devenir que puede entreverse en el genoma, sino a partir de las cualidades esenciales del ser, de las capacidades ligadas a su misma naturaleza. Apenas fecundado, el nuevo ser no se puede reducir a su patrimonio genético, que constituye su base biológica y lleva en sí la esperanza de vida de la persona. Como dijo Tertuliano, «ya es hombre el que se va a convertir en hombre» (Apologética, IX, 8). En materia científica, como en todos los demás campos, la decisión moral justa necesita tener una visión íntegra del hombre, es decir, una concepción que, traspasando lo visible y lo sensible, reconozca su valor trascendente y tome en cuenta lo que lo constituye en ser espiritual.

En consecuencia, utilizar el embrión como mero objeto de análisis o de experimentación significa atentar contra la dignidad de la persona y del género humano, pues nadie tiene el derecho de establecer el umbral de humanidad de un individuo, porque esto equivaldría a atribuirse un poder exorbitante sobre sus semejantes.

7. En ningún momento de su crecimiento el embrión puede ser objeto de experimentos que no representen un beneficio para él, o que puedan causar inevitablemente sea su destrucción sea amputaciones o lesiones irreversibles, porque en ese caso se lastimaría y se heriría la naturaleza misma del hombre. El patrimonio genético es el tesoro que pertenece o puede pertenecer a un ser personal, que tiene derecho a la vida y a un desarrollo humano integro. Las manipulaciones arbitrarias de los gametos o de los embriones, que consisten en transformar las secuencias específicas del genoma, portador de las características propias de la especie y del individuo, hacen que la humanidad corra graves riesgos de cambios genéticos, que alterarán la integridad física y espiritual no sólo de los seres en los que se han efectuado esas transformaciones, sino también en personas de las generaciones futuras.

Si la experimentación en el hombre, que en un primer momento parecía ser una conquista en el ámbito del conocimiento, no va encaminada a su bien, corre el peligro de llevar a la degradación del sentido auténtico y el valor de lo humano. En efecto, el criterio moral de la investigación sigue siendo siempre el hombre en su ser a la vez corporal y espiritual. El sentido ético supone rechazar las investigaciones que puedan ofender su dignidad humana y entorpecer su crecimiento íntegro. Esto no significa en absoluto condenar a los investigadores a la ignorancia; al contrario, se les invita a redoblar su ingenio. Con un agudo sentido del hombre, sabrán hallar caminos nuevos para el conocimiento, y prestarán así el servicio inestimable que la comunidad humana espera de ellos.

La utilización de la medicina preventiva, que nace con el tratamiento secuencial del genoma humano, plantea también otros problemas delicados. Se trata, en particular, del consentimiento iluminado de la persona adulta en la que se efectúa la investigación genética, así como del respeto al secreto sobre los elementos que podrían llegar a conocerse sobre la persona y su descendencia. No hay que descuidar tampoco la delicada cuestión de comunicar a las personas los datos que manifiestan la existencia, bajo forma latente, de patologías genéticas, cuyo diagnóstico es negativo para la salud de la persona.

8. La Iglesia desea recordar a los legisladores la responsabilidad que les incumbe en materia de protección y promoción de las personas, pues los proyectos de análisis del genoma humano abren caminos ricos en promesas, pero implican muchos riesgos. Las leyes nacionales deben reconocer al embrión como sujeto de derecho, so pena de poner en peligro a la humanidad. Al defender al embrión, la sociedad protege a todo hombre, a quien reconoce en ese pequeño ser indefenso, tal como era él al comienzo de su existencia. Esa fragilidad humana, más que cualquier otra, solicita desde él comienzo el cuidado de la sociedad, que se debe sentir orgullosa de garantizar el respeto de sus miembros más débiles. Así responde a la exigencia fundamental de justicia y solidaridad que une a la familia humana.

9. Al término de nuestro encuentro deseo renovar a la comunidad científica mi exhortación para que el sentido del hombre y los valores morales sigan siendo los fundamentos de toda decisión en el campo de la investigación.Espero que las reflexiones de vuestro grupo de trabajo aporten elementos de referencia a los investigadores, así como a los redactores de los documentos deontológicos y legislativos. Doy las gracias a quienes han cooperado de diferentes maneras en estas jornadas de estudio. A vosotros, que habéis dado vuestra contribución durante esos valiosos intercambios, os agradezco vivamente vuestra participación en este grupo de investigación, del que podemos esperar abundantes frutos. Ruego al Todopoderoso que os asista en vuestros esfuerzos de reflexión moral y en vuestras investigaciones.








AL SEÑOR LUCAS G. CASTILLO LARA,


NUEVO EMBAJADOR DE VENEZUELA ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 22 de noviembre de 1993



Señor Embajador:

Es para mí motivo de particular complacencia recibir las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Venezuela ante la Santa Sede.
70 Agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido y, en particular, el deferente saludo del Señor Presidente de la República,

D. Ramón J. Velásquez, al cual le ruego trasmita mis mejores deseos de paz y bienestar, junto con mis votos por la prosperidad y progreso integral de la querida Nación venezolana.

Su presencia, Señor Embajador, me ha hecho evocar las intensas jornadas de fe y esperanza vividas en su País durante mi visita pastoral, que me permitió comprobar los más genuinos valores del alma venezolana: el calor humano, la hospitalidad, el tesón ante la adversidad, las aspiraciones a una mayor justicia y fraternidad que brotan de un pueblo forjado al amparo de la cruz de Cristo y en el seno de la Iglesia.

Me complace saber que las Autoridades de su País están trabajando decididamente en favor del reforzamiento de un orden social más justo y participativo. Ante los eventos acaecidos el año pasado, con sus secuelas de alteración del orden público y violencia, que crearon un ambiente de descontento y malestar generalizado, el Episcopado de Venezuela, en el cumplimiento de su misión pastoral, hizo un apremiante llamado a la reconciliación y a la solidaridad: “Movidos por la palabra del Papa y por la realidad de un País donde la paz y la convivencia han sido particularmente resquebrajadas, –escribían los Obispos– reafirmamos nuestro compromiso evangelizador y humanizante, en la línea de la reconciliación” (Conf. Episc. de Venezuela, Exhortación Reconciliación y penitencia, n. 1, 12 de enero de 1993). Para llevar a cabo la noble tarea de reconstrucción, se hace necesario que todos colaboren con generosidad y gran amplitud de miras, anteponiendo el bien común a los intereses particulares y promoviendo siempre el diálogo real y constructivo que evite descalificaciones y enfrentamientos.

Hago fervientes votos para que los venezolanos, que en su gran mayoría se profesan hijos de la Iglesia católica, pongan cuanto esté de su parte para construir una sociedad más justa y solidaria. A este respecto, los principios cristianos que han informado la vida de la Nación han de hacerse más vivos y operantes en la realidad social, infundiendo en todos esperanza y estímulo para superar las dificultades del presente. Por su parte, los Obispos de Venezuela, en el documento antes citado, ponían de relieve que “a pesar de la crisis moral en que está sumido el País, se advierte como decisiva para el presente y el futuro de la Nación una conciencia creciente por la renovación ética de la sociedad y el reconocimiento efectivo de principios y valores fundamentales, como el respeto a la vida, a la verdad y a la justicia, la laboriosidad y el compartir solidario” (ib. 3).

En las iniciativas que se tomen para incrementar el desarrollo económico y social ha de procurarse que se respeten siempre los principios de equidad en la justa distribución de esfuerzos y sacrificios por parte de todos. El objetivo común ha de ser el de servir al hombre venezolano en sus apremiantes necesidades concretas de hoy y prevenir las de mañana; luchar contra la pobreza, el desempleo y la ignorancia; transformar los recursos potenciales de la naturaleza con inteligencia, laboriosidad, responsabilidad, constancia y honesta gestión; distribuir más justamente las riquezas, reduciendo las profundas desigualdades que ofenden a la condición de hermanos, hijos de un mismo Padre y copartícipes de los dones que el Creador puso en manos de todos los hombres. De modo particular, corresponde a los poderes públicos la tarea de velar para que los sectores más desprotegidos no carguen con la parte más gravosa de los reajustes económicos. Por ello, me permito recordar que las enseñanzas de la Iglesia han de continuar siendo elementos esenciales que inspiren a cuantos trabajan por el bien de los individuos, de las familias, de la sociedad, de manera que –como señalo en mi reciente Encíclica sobre la doctrina moral– “el esplendor de la verdad brille en todas las obras del Creador y, de modo particular, en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios” (Veritatis splendor
VS 1). A este propósito, vienen a mi mente aquellas elocuentes palabras del Libertador Simón Bolívar: “Sin la conciencia de la religión, la moral carece de base”.

En este contexto se hace necesario potenciar los valores fundamentales para la convivencia social, tales como el respeto a la verdad, el decidido empeño por la justicia y la solidaridad, la honestidad, la capacidad del diálogo y de participación a todos los niveles. Tal como lo viene proclamando reiteradamente el Magisterio de la Iglesia, se trata de ir logrando aquellas condiciones de vida que permitan a los individuos y a las familias, así como a los grupos intermedios y asociativos, su plena realización y la consecución de sus legítimas aspiraciones de progreso integral.

Son muchos y muy profundos los vínculos que, desde sus mismos orígenes como Nación, han unido a Venezuela con esta Sede Apostólica. En esta circunstancia, deseo manifestarle, Señor Embajador, la decidida voluntad de la Iglesia en seguir colaborando con las Autoridades y las diversas instancias de su País en favor del hombre venezolano, particularmente de los más pobres y necesitados. A ello le mueve su vocación de servicio a todos y su firme voluntad de contribuir a la elevación integral de todos los ciudadanos, así como a la tutela y promoción de los valores supremos, que han de ser al alma de la Nación.

Señor Embajador, al renovarle mis mejores deseos por el éxito de la alta misión que hoy comienza, le aseguro mi plegaria al Todopoderoso para que, por intercesión de la Virgen de Coromoto, asista siempre con sus dones a Usted y a su distinguida familia, a sus colaboradores, a los Gobernantes de su noble País, así como al amadísimo pueblo venezolano, al que recuerdo siempre con particular afecto.









                                                                                  Diciembre de 1993




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