Discursos 1993 70


A LAS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO NACIONAL ITALIANO


SOBRE LA MUJER


Sábado 4 de diciembre de 1993

71 : Señor cardenal,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimas hermanas:

1. Con profunda alegría os doy la bienvenida a esta audiencia con ocasión del congreso nacional, organizado por la Comisión episcopal para los problemas sociales y el trabajo de la Conferencia episcopal italiana, sobre el tema Mujeres, nueva evangelización y humanización de la vida, que quiere recordar el quinto aniversario de la carta apostólica Mulieris dignitatem sobre la dignidad y la vocación de la mujer.

Doy las gracias de manera especial al presidente de la Conferencia episcopal italiana, cardenal Camillo Ruini, al secretario general, monseñor Dionigi Tettamanzi, y al presidente de la Comisión episcopal, monseñor Santo Quadri, por esa oportuna iniciativa de reflexión sobre un documento que quiso ser y sigue siendo hoy una invitación apremiante a profundizar en la verdad sobre la mujer, y principalmente en su papel indispensable en la edificación de la Iglesia y en el desarrollo de la sociedad.

Asimismo, doy las gracias a la presidenta del Centro italiano femenino (CIF) doctora Maria Chiaia que haciéndose intérprete del pensamiento de los presentes, ha querido confirmar los sentimientos comunes de sincera y efectiva fidelidad al Sucesor de Pedro.

2. Entre la visión inicial de la creación del hombre la mujer a imagen y semejanza de Dios, como la describe el libro del Génesis, y la visión final del Esposo y de la Esposa, como nos la presenta el Apocalipsis, en la Mulieris dignitatem he colocado el marco evangélico de la relación de Jesús con las mujeres, recogiendo de la enseñanza del Maestro la verdad del plan de Dios sobre la mujer, para sacar las necesarias consecuencias sobre las tareas específicas de la mujer, su papel y su dignidad.

La misión que Dios ha confiado a la mujer en su sabio plan se funda en la profundidad de su ser personal que, a la vez que la iguala al hombre en dignidad, la distingue de él por las riquezas específicas de la femineidad, pues la mujer representa «un valor particular como persona humana y, al mismo tiempo, como aquella persona concreta, por el hecho de su femineidad [...], independientemente del contexto cultural en el que vive cada una y de sus características espirituales, psíquicas y corporales, como, por ejemplo, la edad, la instrucción, la salud, el trabajo, la condición de casada o soltera». (Mulieris dignitatem
MD 29).

En vuestro encuentro, con gran oportunidad, habéis recordado el pasaje de la Mulieris dignitatem en que se afirma que a las mujeres «Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano» (Mulieris dignitatem MD 30). La carta, desde luego, no pretende descargar al hombre de sus responsabilidades, sino que recuerda las responsabilidades que brotan para la mujer de los dones peculiares que se le han concedido, y sobre todo de su vocación particular a la entrega en el amor. «La dignidad de la mujer se relaciona íntimamente con el amor que recibe por su femineidad y también con el amor que, a su vez, ella da. [...] La mujer no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí misma, a los demás» (Mulieris dignitatem MD 30).

3. El mensaje evangélico sobre la dignidad y vocación de la mujer se encuentra hoy con una nueva sensibilidad cultural que, incluso fuera del horizonte de la fe, ha redescubierto con razón el valor de la femineidad, y está haciendo progresivamente justicia de inaceptables discriminaciones y reaccionando ante formas antiguas y nuevas, manifiestas y ocultas, de violencia sobre las mujeres, que, por desgracia, la historia de todos los tiempos, hasta nuestros días, registra ampliamente.

Pero frente a este dato positivo, surge el escenario preocupante del extravío espiritual y de la crisis cultural que afecta al hombre contemporáneo, y que no puede menos de tener efectos insidiosos también con respecto a una auténtica y equilibrada comprensión del papel y la misión de la mujer. Se trata de una desorientación y de una crisis de carácter personal y social, que exponen al hombre al peligro de caer en la indiferencia ética, el aturdimiento hedonista, la autoafirmación a menudo agresiva y siempre lejana de la lógica del auténtico amor y de la solidaridad.

72 Ante una situación tan preocupante, se puede comprender fácilmente la urgencia y la actualidad de una nueva evangelización, que anuncie a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo el amor que Dios nos ha manifestado en Cristo y les brinde la certeza de la ternura con la que continuamente sigue nuestro camino. Así pues, un anuncio de alegría y esperanza, que contrarreste el sentido de soledad deprimente a la que tantas veces exponen la falta de certezas, la complejidad de la vida moderna y la angustia del futuro. Pero, a la vez, un anuncio exigente, que impulse a aceptar con generosidad el plan y la invitación de Dios, y no dude en entregar íntegramente la verdad sobre el hombre, como aparece a la luz de la razón y ha sido plenamente revelada por aquel que es «camino, verdad y vida» de los hombres (cf. Jn Jn 14,6).

«La evangelización —como dije a los participantes en la Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos— es siempre el camino según esa verdad. En la actual etapa de la historia, la evangelización debe tomar como tarea propia esta verdad acerca del hombre, superando las diversas formas de reducción antropológica» (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de diciembre de 1991, p. 19).

En la carta apostólica me propuse desarrollar uno de los puntos más específicos de la nueva evangelización: la afirmación, teórica y práctica, de la dignidad y de la vocación de la mujer contra toda reducción o falseamiento antropológico.

4. Las mujeres de nuestro tiempo podrán reencontrarse plenamente a sí mismas y salvaguardar su dignidad y su vocación, poniéndose a la escucha de Cristo, «síntesis de la verdad, de la libertad y de la comunión» (Declaración final de la Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, n. 4). En esa síntesis viva se ha inspirado la gran investigación intelectual, ética y espiritual de tantos hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, han meditado el Evangelio, llegando a resultados cuya riqueza, captada con serenidad y sin alteraciones ideológicas, también a la luz del autorizado discernimiento que corresponde al Magisterio de la Iglesia, puede prestar una notable contribución al redescubrimiento de los dones femeninos en el ámbito eclesial y social.

Se trata de una reflexión que, para ser fecunda, no ha de perder nunca el contacto con lo que Jesús hizo y dijo durante su vida terrena. En su actitud para con las mujeres con quienes se cruzó a lo largo de su camino de servicio mesiánico, refleja el plan eterno de Dios que, al crear a cada una, la elige, la ama y le confía una misión especial. A cada una de ellas, al igual que a cada hombre, se aplica la profunda verdad que el Concilio nos recordó a propósito de la persona humana que es la «única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo» (Gaudium et spes GS 24). Cada una hereda, desde el principio, la dignidad de persona, precisamente como mujer. Jesús confirma esta dignidad, la renueva y hace de ella un contenido de su mensaje de redención.

5. Además, toda palabra, todo gesto de Cristo con respecto a la mujer deben verse en el horizonte de su misterio de muerte y resurrección. El encuentro con la gracia pascual del Resucitado permitirá a las mujeres experimentar y evangelizar el valor de la comunión, más aún promover la cultura de la comunión, que tanto necesita el hombre de nuestro tiempo.

Esta cultura «sólo se da cuando cada uno percibe la dignidad propia del prójimo y la diversidad como una riqueza, le reconoce la misma dignidad sin uniformidad y está dispuesto a comunicar sus propias capacidades y dones» (Declaración final de la Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, n. 4; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de diciembre de 1991, p. 7).

Para ello como afirmé en la exhortación apostólica Christifideles laici, es urgente desarrollar «una consideración más penetrante y cuidadosa de los fundamentos antropológicos de la condición masculina y femenina» tratando de «precisar la identidad personal propia de la mujer en su relación de diversidad y de recíproca complementariedad con el hombre no sólo por lo que se refiere a los papeles a asumir y las funciones a desempeñar, sino también y más profundamente, por lo que se refiere a su estructura y a su significado personal» (Christifideles laici CL 50). Sobre esa base será posible pasar del reconocimiento teórico de la presencia activa y responsable de la mujer en la Iglesia a las actuaciones concretas (cf. Christifideles laici CL 51 y 52).

6. La Iglesia, para realizar la obra urgente de la nueva evangelización, tiene necesidad de las mujeres cristianas, de su carácter misionero; necesita su profecía para que el hombre contemporáneo se encuentre con el Señor resucitado, el Viviente.

Amadísimas hermanas, la Iglesia os llama y os envía a evangelizar la vida, os envía a anunciar a todos que la vida es don que hay que acoger siempre con amor, proteger y cultivar con respeto, es misterio al que es preciso acercarse siempre con sentido religioso y con grato asombro.

El papel particular de la mujer en la procreación debe considerarse como la fuente de la sensibilidad femenina especifica con respecto a la vida humana y al crecimiento humano. A ese papel se hallan vinculadas también claras responsabilidades éticas. Frente a los desafíos de nuestro tiempo, tan avaro de ternura y tan lleno de tensiones, es más urgente que nunca «la manifestación de aquel “genio” de la mujer, que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el hombre» (Mulieris dignitatem MD 30).

73 7. Sed misioneras del evangelio de la vida, para que la cultura social, económica y política de nuestro tiempo adquiera su propia dimensión ética (cf. Christifideles laici CL 51).

La elaboración de una diversa cultura del hombre y de la convivencia social es un gran desafío que hay que afrontar con decisión y valentía. Es un desafío que brota con nueva fuerza del reconocimiento de la impotencia de las ideologías modernas para sostener el esfuerzo de construir la convivencia social en el signo de la dignidad y de la vocación del hombre.

Éste es un profetismo particular de la mujer, llamada hoy a elaborar una diversa cultura del hombre y de su ciudad.

Frente a estas inmensas tareas a las que os llama la Providencia del Señor, María se os presenta como modelo permanente de toda la riqueza de la femineidad, de la originalidad especifica de la mujer, tal como Dios la quiso. Dejad que ella os inspire y os guíe.

Con este deseo os imparto de corazón mi bendición, que extiendo con gusto a todas las mujeres de Italia.






A UNA PEREGRINACIÓN PROCEDENTE DE SEVILLA


Lunes 6 de diciembre de 1993



Señor Arzobispo de Sevilla,
queridos hermanos y hermanas:

Es para mí motivo de particular complacencia tener este encuentro con vosotros, organizadores, colaboradores y voluntarios en la preparación y desarrollo del XLV Congreso Eucarístico Internacional, celebrado en Sevilla del 7 al 13 de junio pasado y cuya clausura tuve el gozo de presidir.

Vuestra venida a Roma para testimoniar al Sucesor de Pedro vuestra gratitud por su presencia en tan magna asamblea, trae a mi memoria aquellas inolvidables jornadas de fe en torno a Jesús Sacramentado, que me permitieron comprobar una vez más los genuinos valores del pueblo católico español. En esta ocasión, deseo repetiros las palabras que os dirigí desde el balcón de la Giralda, a mi llegada a la sede de san Leandro y de san Isidoro: “Es bien conocido cómo el pueblo creyente sevillano ha heredado de sus mayores dos devociones, que han tipificado desde tiempo inmemorial la espiritualidad cristiana de vuestras gentes: la devoción al Santísimo Sacramento y la devoción a la Virgen María. Sin estas dos devociones no se comprendería la historia de la Iglesia hispalense” (Ángelus del 12 de junio de 1993).

“Eucaristía y Evangelización ” fue el ámbito en que se desarrollaron aquellas intensas jornadas del Congreso, que estuvieron precedidas por una larga preparación de asiduo estudio y fervorosa plegaria. En efecto, la Eucaristía es verdaderamente “ fuente y culmen de toda evangelización” (Presbyterorum ordinis PO 5). Una evangelización que comporta el anuncio de la Buena Nueva a toda creatura, hasta los confines del mundo.

74 El Congreso Eucarístico, que tuvo lugar en Sevilla, fue no solamente un acontecimiento internacional en el aspecto exterior, en la presencia de tantos hermanos llegados de pueblos, naciones y continentes diversos. El Congreso fue un elocuente testimonio de catolicidad, en la que resplandeció el único Cuerpo de Cristo. En efecto, todo Congreso Eucarístico Internacional, toda “statio orbis” es una solemne profesión de la Iglesia en la Buena Nueva proclamada y realizada en la Eucaristía. En la celebración del sacrificio de la Misa se expresa claramente la unidad del Cuerpo místico de Cristo. La Eucaristía hace la Iglesia; y quienes reciben el Cuerpo de Cristo se unen más estrechamente a Él. Y el Señor les une a todos en un solo cuerpo: la Iglesia (cf. Catecismo de la Iglesia Católica CEC 1396).

Como reconocimiento a vuestra labor durante el Congreso Eucarístico, deseo reiteraros mi vivo agradecimiento por la generosa y eficaz colaboración que prestasteis para el buen desarrollo de los diversos actos celebrados. Pido a Dios que aquella experiencia enriquecedora os sirva también de estímulo en vuestras actividades apostólicas para que “Cristo, luz de los pueblos” –como rezaba el lema del Congreso– sea el faro que guíe vuestro caminar en la vida y os dé la fuerza para testimoniar los valores del Evangelio en la sociedad española.

Ya en la proximidad de las fiestas navideñas, os presento mi más cordial felicitación, junto con el deseo de que el Niño de Belén ilumine con su mensaje de amor y esperanza a cada uno de vosotros, a vuestras familias y a todo el querido pueblo sevillano, mientras os imparto con afecto mi Bendición Apostólica.






DURANTE LA VISITA OFICIAL DEL SEÑOR CARLOS SAÚL MENEM


PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ARGENTINA


Jueves 16 de diciembre de 1993



Señor Presidente:

Es para mí motivo de viva satisfacción recibir esta mañana al Supremo Mandatario de la Nación Argentina, acompañado de Ministros de Estado y de altos funcionarios de su Gobierno. Al expresarles profunda gratitud por esta visita, me complazco en dirigirles un deferente saludo, junto con mi más cordial bienvenida.

Su presencia evoca en mí, de modo particular, las inolvidables visitas pastorales a su País durante las cuales pude apreciar los valores más genuinos, humanos y cristianos, del alma noble de Argentina, de cuyas gentes recibí tantas muestras de adhesión y cariño. Por todo ello deseo reiterar nuevamente mi vivo agradecimiento y el afecto que siento por todos los hijos de aquella amada Nación.

Durante los años transcurridos desde mi segunda visita en 1987, que quiso ser también una peregrinación de acción de gracias a Dios por la feliz culminación del Tratado de Paz y Amistad entre dos Países hermanos, Argentina y Chile, cuyas relaciones se habían visto seriamente en peligro a causa del diferendo austral, se han producido importantes cambios en la vida de la Nación. Seguimos con particular interés, Señor Presidente, los esfuerzos que se están realizando por hallar vías de solución a los problemas que aquejan a su País, con vistas a la instauración de un orden social más justo y participativo. Para ello, como lo ha expresado Vuestra Excelencia en diversas circunstancias, es necesario que la sociedad renovada que se quiere construir lleve el sello de los valores morales y transcendentes, los cuales representan el más fuerte factor de cohesión social. Es preciso, pues, que la concepción cristiana de la vida y las enseñanzas morales de la Iglesia continúen siendo los valores esenciales que inspiren a todas las personas y grupos que trabajan por el bien de la Nación.

Como he señalado en la reciente Encíclica “Veritatis Splendor”, existe el riesgo de un “relativismo ético, que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despojándolo más radicalmente del reconocimiento de la verdad” (Veritatis Splendor VS 101). Se hace, por tanto, imprescindible tutelar y potenciar una recta concepción del hombre y de su destino, pues la libertad humana y su ejercicio en el campo de la vida individual, familiar y social, al igual que la legislación que sirve de marco a la convivencia en la comunidad política, encuentran su punto de referencia y su justa medida en la verdad sobre Dios y sobre el hombre. En efecto, el mismo curso de la historia muestra que los sistemas teóricos y prácticos que se cierran a la transcendencia terminan por exacerbar las divisiones entre los individuos y grupos, y se incapacitan para conseguir las metas de progreso que desean alcanzar.

Por otra parte, la verdad, como categoría de pensamiento, ha de traducirse en una actitud de autenticidad por parte de todas las personas que integran el cuerpo social. En efecto, la veracidad es una virtud que, junto con el espíritu de servicio y la competencia y eficacia, lleva como fruto la justicia y el espíritu solidario en una Nación. Por ello, en la Encíclica más arriba citada, hacía un llamado a “la veracidad en las relaciones entre gobernantes y gobernados, a la transparencia en la administración pública, a la imparcialidad en el servicio de la cosa pública” (Veritatis Splendor VS 101), como fundamento de garantía para un progreso integral a todos los niveles.

La Iglesia, Señor Presidente, propone incansablemente estos principios morales en su doctrina social, la cual constituye también un instrumento para la formación de las conciencias, a la vez que indica los medios aptos para fortalecer las bases espirituales y cívicas de la sociedad, de modo que toda la actividad humana refleje la dignidad y la nobleza del hombre y se despliegue en obediencia al orden querido por Dios. Movido por mi solicitud pastoral, propuse en la Encíclica “Centesimus Annus” el modelo de “una sociedad basada en el trabajo libre, en la empresa y en la participación”, distante del sistema socialista y de su planificación centralizada de la economía, pero también capaz de superar las innegables carencias del capitalismo (cf. Centesimus Annus CA 35).

75 Desde la perspectiva de la doctrina social, cobra especial relieve la virtud humana y cristiana de la solidaridad, que es “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (Sollicitudo Rei Socialis SRS 38). El ejercicio de la solidaridad dentro de la realidad social habilita a las personas y a los grupos intermedios para asumir la interdependencia –realidad insoslayable en el mundo actual– y poder así orientar un esfuerzo común que sea signo y realización efectiva del amor a la Patria.

En contraste con lo anterior, se detecta en no pocos Países, incluso de arraigada tradición cristiana, el afianzarse de una visión de la vida basada sólo en el bienestar material y en una libertad egoísta que se autoconsidera ilimitada. A este propósito, la enseñanza de la Iglesia recuerda la necesidad de que la movilización de recursos y posibilidades esté regida siempre por un objetivo moral (cf. ib. 28). En consecuencia, postula un desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres; por lo cual, ha de procurarse que las iniciativas orientadas a estimular el desarrollo económico respeten siempre los principios de equidad en la justa distribución de esfuerzos y sacrificios por parte de los diversos grupos sociales. Por otra parte, compete a los poderes públicos velar para que los sectores más desprotegidos sean convenientemente tutelados y puedan acceder a los bienes que les son debidos. Hago votos para que los elementos positivos que a este respecto están surgiendo, se desarrollen y consoliden ulteriormente con el esfuerzo solidario de todos los componentes sociales.

En el contexto de las nuevas situaciones y nuevos retos con que hoy nos enfrentamos, es necesario, pues, promover una conciencia solidaria que aúne voluntades y esfuerzos en orden a erradicar la pobreza y el hambre, la ignorancia y el desempleo. Como lo viene proclamando reiteradamente el Magisterio de la Iglesia, se trata de ir logrando aquellas condiciones de vida que permitan a los individuos y las familias, así como a los grupos intermedios y asociativos, su plena realización y la consecución de sus legítimas aspiraciones de bienestar y progreso. Para ello es necesario el rescate de los valores fundamentales en la convivencia social, tales como el respeto a la verdad y a la justicia, el decidido empeño por la paz y la libertad, el robustecimiento de los lazos de solidaridad; todo esto, en un marco de honestidad individual y colectiva, que en la Argentina abra nuevos caminos a la esperanza y al desarrollo económico y social, para que pueda ocupar el puesto que le corresponde en el concierto de las Naciones.

Señor Presidente, son muchos y muy profundos los vínculos que, desde sus mismos orígenes como Nación, han unido a la Argentina con la Sede Apostólica. En esta circunstancia, deseo manifestarle la decidida voluntad de la Iglesia en seguir promoviendo y alentando todas aquellas iniciativas que sirvan a la causa del hombre, a su dignificación y progreso integral, favoreciendo siempre la dimensión espiritual y religiosa de la persona en su vida individual, familiar y social. El carácter religioso de su misión le permite llevar a cabo este servicio por encima de motivaciones terrenas o intereses de parte, pues, como enseña el Concilio Vaticano II, “la Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter transcendente de la persona” (Gaudium et spes GS 76). Estoy seguro de que en esta singladura de vida democrática, la acción de la Iglesia en la Argentina seguirá haciéndose presente con renovada vocación de servicio a todos los niveles, especialmente en favor de los más necesitados, contribuyendo así a la elevación y progreso del conjunto social.

Antes de concluir este encuentro, deseo reiterarle, Señor Presidente, mi vivo agradecimiento por esta amable visita, a la vez que en su persona rindo homenaje a toda la Nación Argentina. Y mientras pido fervientemente al Todopoderoso que, por intercesión de Nuestra Señora de Luján, derrame abundantes dones sobre todos los amadísimos hijos de su noble País, imparto complacido la Bendición Apostólica.






A LOS «PUERI CANTORES»


CON MOTIVO DE SU XXVI CONGRESO INTERNACIONAL


Viernes 31 de diciembre de 1993



Chers amis,
Chers jeunes,

1. C’est avec joie que je vous retrouve, au cours de ce XXVIème Congrès de la Fédération internationale des “ Pueri Cantores ”. Vous êtes réunis à Rome parce que votre action s’enracine dans la foi et dans la mission de l’Eglise, dans la foi des Apôtres Pierre et Paul qui ont donné leur vie pour le Christ, en ces lieux–mêmes, voici déjà deux mille ans. Cette conviction profonde fut celle de votre fondateur, Monseigneur Maillet, de ses successeurs et, notamment, celle de votre ancien Président, Monseigneur Joseph Roucairol, dont je tiens à évoquer la mémoire.

Soyez donc les bienvenus à Rome! En vous voyant, je pense, aujourd’hui plus que jamais, à la jeunesse éternelle de l’Eglise. Vous êtes l’avenir de l’Eglise qui a reçu de Dieu la promesse de ne jamais mourir! Vos voix le chantent, vos chants le répètent: sur la pierre que constitue le roc des Apôtres, le Seigneur a bâti son Eglise. Les puissances de la mort ne l’emporteront jamais sur elle.

Faites donc de votre vie un immense chant d’amour et de louange! Quelle a été la première réaction des anges à Noël? Ils ont loué Dieu! Ils ont chanté la gloire de Dieu et la paix qu’il promet aux hommes. Le temps de la Nativité du Seigneur est, plus qu’aucun autre, le temps de la louange, de la louange à Dieu qui a voulu devenir l’un d’entre nous pour nous apporter la Bonne Nouvelle du salut. Pourquoi louer Dieu, sinon pour la paix qu’il veut mettre en nos coeurs, alors que les hommes se déchirent et s’entretuent dans de nombreux pays du monde?

76 Votre Congrès est international: que votre louange de Dieu transcende les frontières! Vous savez que le mot “anges” signifie “envoyés”. Vous êtes, à votre manière, “ envoyés ” pour répandre la joie de Dieu et montrer, par votre chant, que la foi est plus forte que le doute, que l’espérance est plus forte que le désespoir, que l’amour est plus fort que la mort. A Noël, les anges ont été envoyés par Dieu pour dire aux bergers que le Sauveur était né, que des temps nouveaux commençaient, que la joie de quelques–uns serait la joie de tout le peuple; vous êtes déjà des milliers, mais vous avez devant vous un immense champ d’action: comme l’a voulu Monseigneur Maillet, unissez–vous pour que tous les enfants du monde chantent la paix de Dieu!

2. Euer Gesang, liebe ”Pueri Cantores“, gehört, wie das Musizieren überhaupt, zu den Grundformen menschlichen Selbstausdruckes. Musik und die menschliche Stimme sind eines der kostbarsten göttlichen Geschenke, die dem Menschen verliehen sind, um seinen tiefsten Befindlichkeiten hörbaren Ausdruck zu verleihen. Gesang und das Musizieren auf Instrumenten gehören nahezu unlösbar zur Gottesverehrung in der jüdisch–christlichen Tradition. Umgekehrt wird ihr Verstummen als untrügliches Zeichen der anbrechenden Endzeit verstanden. Dabei verlangt die Wahrung und Fortentwicklung des reichen Schatzes der kirchenmusikalischen Tradition, wie es das jüngste Konzil in Erinnerung gerufen hat, befähigte Künstler, Sänger und Musiker, die sich mit all ihren Kräften und Fähigkeiten der Entfaltung dieser künstlerischen Ausdrucksform widmen.

Mit Fleiß und intensiver Arbeit vermögt Ihr die Schönheit dieser Ausdrucksform herauszuarbeiten; Ihr geht dabei in die Schule alter und neuer Meister, um auf anspruchsvollem fachlichem und geschmacklichem Niveau den heutigen Menschen aus dem Herzen und ebenso in ihr Innerstes hinein zu sprechen. So könnt Ihr Euch und Eure Zuhörer kraft Eurer Kunst öffnen und mithelfen, ihnen die tiefsten Dimensionen des menschlichen Seins zu erschließen.

3. Toda actividad musical, queridos “Pueri Cantores”, requiere gran entrega. Se trata de un esfuerzo gratificante que eleva el ánimo, haciéndolo más sensible a los valores espirituales, especialmente cuando con vuestros cantos, en las celebraciones litúrgicas, favorecéis en los fieles un mayor acercamiento e intimidad con Dios.

El canto sacro acerca a las personas entre sí y les hace sentirse comunidad orante. Es una forma de ministerio con el cual se ayuda a los creyentes a alabar al Señor. Para ejercerlo debidamente es necesaria no sólo una buena formación técnica sino, sobre todo, una preparación espiritual mediante una relación personal con Cristo.

Asimismo, con vuestras voces, unidas armoniosamente a las de los demás, expresáis maravillosamente alegría, arrepentimiento, confianza y amor. En efecto, el canto es un lenguaje superior que favorece la comunión de los corazones. “Quien canta reza dos veces”, decía san Agustín. Por eso, os animo a que con vuestros cantos y melodías, superando todo tipo de fronteras, avancéis por el mundo llevando a los demás un mensaje duradero de paz y fraternidad.

4. I also wish to express my gratitude to the choir directors and other musicians who devote themselves with such generosity and love to training these young singers. Your work demands long hours of practice and great patience, as you strive to foster the natural talents which God has given your pupils, encouraging them to develop and use those talents for his greater glory and for the service of others. Yours is a true mission of education which is deeply appreciated by the Church! Do not the Fathers of the Church frequently use the image of a choir when they describe the splendid variety of the gifts bestowed by the Holy Spirit for building up the Body of Christ in unity and holiness? May your choirs always be schools of the Gospel, where young people learn to sing God’s praises with one voice and one heart, and learn to express the beauty and truth of the texts they sing in the tenor of their lives.

5. Carissimi “ Pueri Cantores ”! Sono lieto di salutare con affetto in tutti voi dei veri messaggeri di armonia e di pace. Domani la Chiesa ricorda la solennità di Maria Santissima Madre di Dio e celebra, come sapete, la “ Giornata Mondiale della Pace ”. Pregheremo intensamente per la pace nel mondo, invocando dalla nostra Madre celeste che ci insegni a viverla prima di tutto dentro e attorno a noi. La pace è anzitutto un dono che nasce nei cuori capaci di amare e di fare spazio agli altri nella verità, nella giustizia e nella generosità. Anche voi siete chiamati a costruire un mondo di concordia e di reciproco rispetto nelle scuole, e nei concerti ai quali prendete parte, nei doveri di ogni giorno e nelle vostre case. Siamo all’inizio dell’“ Anno della Famiglia ” e vorrei ripetere a voi quest’oggi quanto ho scritto ai giovani del mondo intero nel Messaggio per l’imminente “ Giornata Mondiale della Pace ”. “ Voi, figli, proiettati verso il futuro con l’ardore della vostra giovane età, carica di progetti e di sogni, apprezzate il dono della famiglia, preparatevi alla responsabilità di costruirla o di promuoverla, a seconda delle rispettive vocazioni, nel domani che Dio vi concederà. Coltivate aspirazioni di bene e pensieri di pace ”. Da adulti, potrete così testimoniare nelle vostre professioni quell’armonia che ora così degnamente riuscite ad esprimere con le vostre voci.

Con questi auspici imparto a voi, qui presenti, ai vostri insegnanti ed a tutti i vostri cari la mia Benedizione.

Buon Anno!











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