Discursos 1995 15


DURANTE LA VISITA OFICIAL DEL SEÑOR JUAN CARLOS WASMOSY, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DEL PARAGUAY


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Viernes 17 de febrero de 1995



Señor Presidente:

1. Es para mí motivo de viva satisfacción recibir en esta mañana al Supremo Mandatario de la República del Paraguay, acompañado de su ilustre séquito. Al expresarles mi profunda gratitud por esta visita, que pone de relieve su cercanía y respeto a la Sede Apostólica, me complazco en dirigirles un deferente saludo, junto con mi más cordial bienvenida.

Esta visita quiere expresar no sólo sus nobles sentimientos personales, sino que, ante todo, es un reflejo de la buena relación entre el Paraguay y la Santa Sede, a la vez que evidencia la colaboración, respetuosa y leal, existente entre la Iglesia local y el Estado.

2. Su presencia hoy aquí me hace recordar el viaje pastoral en mayo de 1988, que me permitió conocer los valores morales y religiosos del pueblo paraguayo, lleno de ilusión por la construcción, en espíritu de unidad, de un País reconciliado y fraterno, como decía la oración que se compuso para aquella circunstancia. Pasados estos años, quiero repetir mis últimas palabras en el suelo patrio: “El Papa se marcha pero os lleva en su corazón” (Ceremonia de despedida en el aeropuerto internacional de Asunción, n. 5, 18 de mayo de 1988).

3. Teniendo presentes estas mismas palabras y movido por mi solicitud por todas las Iglesias, he seguido con vivo interés los acontecimientos de la vida religiosa y social en su País. Con referencia a esta última, hay que reconocer y destacar una serie de cambios significativos que han tenido lugar en estos años, entre los cuales destaca la aprobación y entrada en vigor de una nueva Constitución, útil instrumento para democratizar la vida social y para dar una mayor participación a todos los ciudadanos.

El camino emprendido es un desafío para el futuro de la Nación. Son muchos los retos que deben afrontarse para afirmar y consolidar un clima de pacífica y armónica convivencia entre todos y que alienten la confianza de los ciudadanos en las diversas instituciones e instancias públicas. Éstas han de considerar y favorecer en todo momento el bien común como razón de su ser y objetivo prioritario de su actividad porque aun en el sistema político como el que vige en el Paraguay, cuyo Gobierno es promovido por un partido concreto, la acción gubernamental tiene que estar por encima de todo interés particular y libre de cualquier influencia partidista, teniendo en cuenta que el bien de la Nación debe prevalecer sobre los programas de cada partido político.

El deseo de promover el conveniente desarrollo económico y social lleva a adoptar iniciativas que deben incrementar la calidad de vida de los ciudadanos. Éstas deben inspirarse siempre en los principios éticos que tengan en cuenta la equidad y la necesaria aportación de esfuerzos y sacrificios por parte de todos. El objetivo común es servir al hombre paraguayo en sus apremiantes necesidades concretas de hoy y prevenir las del mañana; luchar con tesón contra la pobreza y el desempleo; transformar los recursos potenciales de la naturaleza con laboriosidad y responsabilidad, constancia y honesta gestión; distribuir más justamente las riquezas, reduciendo las desigualdades que generan marginación y ofenden a la condición de hermanos, hijos de un mismo Padre y copartícipes de los dones que el Creador puso en manos de todos los hombres.

De modo particular, corresponde a los poderes públicos la misión de velar para que los sectores más desprotegidos de la sociedad, como son las personas con menos recursos económicos, los campesinos, los indígenas o los jóvenes, no carguen con la parte más gravosa de los reajustes económicos. Por ello, me permito recordar, una vez más, las enseñanzas de la Iglesia en el campo social, doctrina de la que derivan los principios que deben inspirar a cuantos trabajan por el bien de los individuos, de las familias, de la sociedad.

En este contexto se hace necesario potenciar los valores fundamentales para la convivencia social, tales como el respeto a la verdad, el decidido empeño por la justicia y la solidaridad, la honestidad, la capacidad de diálogo y participación a todos los niveles. Tal como lo viene proclamando reiteradamente el Magisterio de la Iglesia, se trata de ir promoviendo y logrando aquellas condiciones de vida que permitan a los individuos y a las familias, así como a los grupos intermedios y asociativos, su plena realización y la consecución de sus legítimas aspiraciones.

4. Para la consecución de un progreso que sea verdaderamente integral, es menester también dedicar atención a la cultura y a la educación en los auténticos valores morales y del espíritu. Las relaciones del Paraguay no sólo con las estados vecinos, sino con otros muchos países del mundo, hace que reciba determinados influjos culturales, a lo cual contribuye no poco también la acción de los medios de comunicación social. Esta consideración requiere la permanente promoción de una auténtica política cultural que consolide y difunda dichos valores fundamentales en una sociedad que, como la suya, está enraizada en la fe y en los principios cristianos.

17 La educación es un factor fundamental para un País llamado a tomar parte cada vez más activa en el concierto de las naciones. Por eso, se requiere una mayor y más adecuada capacitación de sus gentes. A este respecto, es de esperar que la reforma educativa, ya en vigor en el Paraguay, alcance sus objetivos, haciendo posible que la formación integral sea patrimonio de todos y facilite las condiciones necesarias para que las nuevas generaciones asuman plenamente sus responsabilidades como ciudadanos y colaboren activamente al bien de la Nación.

5. Señor Presidente, son muchos y muy profundos los vínculos que, desde sus mismos orígenes como Nación, unen a la República del Paraguay con la Santa Sede. En efecto, su pueblo puede gloriarse en verdad de sus raíces cristianas ya que la religión católica forma parte esencial de su historia. A este respecto, me complace recordar que ya desde los comienzos de la evangelización del continente americano la fe se encarnó en su País, teniendo una expresión particular en las llamadas “Reducciones”, estructura religiosa y social en la cual se distinguió vuestro primer Santo, Roque González.

En esta circunstancia deseo asegurarle, Señor Presidente, la decidida voluntad de la Iglesia en el Paraguay, como repetidamente han manifestado los Obispos, sus legítimos representantes, de seguir colaborando con las Autoridades y las diversas instancias públicas en servir a las grandes causas del hombre, como ciudadano y como hijo de Dios (Gaudium et spes
GS 76). Es de desear que el diálogo constructivo y frecuente entre las Autoridades civiles y los Pastores de la Iglesia acreciente las relaciones entre las dos Instituciones. Por su parte, el Episcopado, los sacerdotes y comunidades religiosas seguirán incansables en el cumplimiento de su labor evangelizadora, asistencial y educativa para bien de la sociedad. A ello les mueve su vocación de servicio a todos, especialmente a los más necesitados, contribuyendo así a la elevación integral del hombre paraguayo y a la tutela y promoción de los valores supremos.

Antes de concluir este encuentro, deseo reiterarle, Señor Presidente, mi vivo agradecimiento por esta amable visita. Espero vivamente que la historia confirme con los hechos su compromiso personal, así como el de su Gobierno, de llevar a plena perfección el moderno desarrollo de la sociedad paraguaya sobre la base de los valores encarnados en la ética cristiana, tan enraizada en la tradición religiosa y cultural de toda la población. Espiritualmente postrado ante la imagen de la Pura y Limpia Concepción de Caacupé, tan venerada por los católicos del Paraguay, pido fervientemente al Todopoderoso que derrame abundantes dones y bendiciones sobre Usted, Señor Presidente, sobre su familia y sus colaboradores en las tareas del Gobierno, y sobre todos los amadísimos hijos de tan noble País.






AL SEÑOR MARCELO SANTOS VERA,


NUEVO EMBAJADOR DE ECUADOR ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 24 de febrero de 1995



Señor Embajador:

1. Con sumo gusto le recibo esta mañana en el solemne acto de presentación de las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador extraordinario y plenipotenciario de la República del Ecuador ante la Santa Sede. Al darle mi cordial bienvenida me es grato reiterar ante su persona el profundo afecto que siento por todos los hijos de aquella noble Nación.

Correspondo con sincero agradecimiento al deferente saludo que el Presidente Constitucional de la República, Excelentísimo Señor Sixto Durán Ballén, ha querido hacerme llegar por medio de Usted y le ruego tenga a bien transmitirle mis mejores augurios, junto con la seguridad de mi plegaria al Todopoderoso por la prosperidad y bien espiritual de todos los ecuatorianos.

2. Las amables palabras que me ha dirigido me han sido muy gratas, y en ellas me ha reafirmado los sentimientos del pueblo ecuatoriano, en particular el testimonio de su renovada fe y de su fidelidad a la Iglesia. En efecto, hace pocas semanas se han cumplido diez años de mi inolvidable Viaje Pastoral a su País, durante el cual pude conocer de cerca y apreciar los valores propios y auténticos del alma ecuatoriana. Dichos valores han tenido una manifestación especial en las entrañables y luminosas figuras de Santa Mariana de Jesús, San Miguel Febres Cordero y la Beata Narcisa, que son ejemplos de santidad y motivo de gozo para la Iglesia entera y notoriamente para la Nación ecuatoriana. Aquella visita a la tierra donde estos bienaventurados vivieron y donde hoy, como desde hace casi cinco siglos, la Iglesia florece y vive en la multiplicidad de comunidades cristianas, me dejó la agradable huella de un pueblo noble, trabajador, amante de la paz.

3. Sin embargo, el doloroso conflicto entre su País y el Perú, al que Usted se ha referido ampliamente en su discurso, ha sido motivo de viva preocupación para mí.

Cuando los hombres y los pueblos viven en paz dan gloria a Dios (cf. Gaudium et spes GS 76). Por eso la Iglesia no dejará de ofrecer nunca su contribución llamando a los cristianos “a cooperar con todos los hombres, con el auxilio de Cristo, autor de la paz, para fortalecer la paz en la justicia y el amor y a preparar los medios para la paz” (ib. 77). A este respecto, confío a la misericordia del Señor el eterno descanso de los muertos en el combate y estoy cercano a cuantos sufren las consecuencias de tales enfrentamientos. Quiero expresar mi satisfacción por las esperanzas que se derivan de la firma de la “Declaración de paz de Itamarty entre Ecuador y Perú” del 17 de los corrientes, que ha sido lograda gracias a la ayuda perseverante de los cuatro Países garantes.

18 Me alegro profundamente del compromiso asumido por las dos Partes, para restablecer entre sí un clima de distensión y amistad y les pido vehementemente que, cesando en todo tipo de hostilidades, sigan el camino del diálogo, a través de los medios que el derecho internacional pone a disposición para la solución pacífica de las controversias que pueden surgir entre las Naciones.

Los Pastores de la Iglesia no dejarán de prestar su colaboración a través de las campañas de oración, como las promovidas por Episcopados del querido continente americano, de la predicación de los preceptos evangélicos y de los medios de los que puedan disponer a su alcance para que se favorezca un verdadero ambiente de paz, de serenidad, de esfuerzo de colaboración y pacífico entendimiento, pues como expuse en mi Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede “estoy convencido de que, si la guerra y la violencia son contagiosas, también lo es la paz”.

Por mi parte deseo reiterar mi profunda convicción de que “la guerra no es una fatalidad ¡La paz es posible! Es posible porque el hombre tiene una conciencia y un corazón. Es posible porque Dios nos ama a cada uno, tal como somos, para transformarnos y hacernos crecer” (Al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, 6, 15 de enero de 1994).

4. En sus palabras se ha referido también Usted al proceso de modernización del Estado. A ese respecto me complace recordar que para la consecución de un progreso verdaderamente integral es preciso dedicar atención también a la cultura y la educación. La Ley de Libertad Educativa de las Familias del Ecuador, recientemente promulgada, quiere ser una garantía para el pleno ejercicio de la libertad religiosa, de conciencia y de educación. Es de desear que la aplicación de la misma contribuya a la permanente promoción de una auténtica política cultural que consolide y difunda los valores fundamentales de una sociedad que, como la ecuatoriana, está enraizada en la fe y en los principios cristianos.

Asimismo, es de esperar que la reforma educativa en curso, alcance sus objetivos y haga posible que la formación integral sea patrimonio de todos, facilitando las condiciones necesarias para que los jóvenes puedan asumir plenamente sus responsabilidades como ciudadanos y colaboradores activos en el bien común de la Nación.

5. Señor Embajador, son muchos y sólidos los vínculos que han unido y unen al Ecuador con la Iglesia. Por eso me complace reafirmar hoy que la decidida voluntad eclesial, inspirada en el deseo de testimonio evangélico, ajeno a intereses transitorios y de parte, es seguir prestando ayuda en campos tan importantes como son la enseñanza, la asistencia a los más desfavorecidos, los servicios sanitarios, la promoción integral de la persona como ciudadano e hijo de Dios. Por ello, los Pastores de la Iglesia en Ecuador, en comunión con el Sucesor de Pedro, no dejarán de ofrecer su palabra orientadora para todos, porque brota de un profundo conocimiento de la realidad humana ecuatoriana y de la misión de anunciar el Evangelio de Cristo.

Antes de concluir este encuentro, deseo formularle mis mejores votos para que la misión que hoy inicia sea fecunda en frutos y éxitos. Le ruego que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante el Excelentísimo Señor Presidente Constitucional de la República del Ecuador, así como ante las demás Autoridades de su País, mientras invoco la bendición de Dios y los dones del Espíritu sobre Usted, sobre su familia y colaboradores, y sobre todos los amadísimos hijos de la noble Nación ecuatoriana, siempre presente en el corazón del Papa.





                                                                                  Marzo de 1995




A UN GRUPO DE EMPLEADOS DEL BANCO BILBAO VIZCAYA


Sábado 11 de marzo de 1995



Señoras y Señores:

1. Es para mí motivo de satisfacción poder recibir hoy al grupo de empleados del Banco Bilbao Vizcaya, de España, que se han distinguido en el trabajo en el curso del año anterior. A todos y cada uno de vosotros, así como a vuestras esposas que os acompañan y a todas las personas que componen la empresa, quiero reservar un cordial saludo.

19 2. Si bien la actividad de un Banco, lo sabéis por vuestra cotidiana labor, es la obtención de beneficios, sin embargo esta justa finalidad que, a la vez, es índice de su buena marcha (cf. Centesimus annus CA 35), no puede ser la única, sino que desde un punto de vista moral se debe poner de relieve la promoción de valores que hagan de la empresa una comunidad de hombres que, de diversas maneras, buscan la satisfacción de sus necesidades fundamentales y constituyen un grupo particular de servicio a la sociedad entera. Por eso, no he dudado en afirmar que los beneficios son un elemento regulador de la vida financiera, pero no el único, pues junto con ellos hay que considerar otros factores humanos y morales que son por lo menos, igualmente esenciales para la vida de la empresa (cf. Centesimus annus CA 35).

En las actuales circunstancias quiero hacer una llamada a prestar atención a la situación de aquellas familias que recurren a los bancos y cajas de ahorro para encontrar facilidades con las que hacer frente a determinadas dificultades. Deseo alentar a que, de todos las maneras posibles, instituciones como la vuestra contribuyan a proporcionar asistencia y apoyo convenientes, con soluciones valientes, a los hogares a los que apuros de naturaleza económica les hacen difícil llevar a cabo la misión que Dios les ha confiado y que la sociedad espera de ellos.

La conveniente educación de los hijos, la vivienda digna, la seguridad en el empleo así como el acceso a las estructuras sanitarias, dependen en gran parte de una seguridad y estabilidad económicas a la que los bancos han de contribuir. En ese sentido pues, también en la gestión del capital, hay que tener presente que, “el "dominio" del hombre sobre el mundo visible, asignado a él como cometido por el mismo Creador, consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la materia” (Redemptor hominis RH 16).

3. Quiero decir unas palabras de reconocimiento por la labor que desempeña la Fundación Banco Bilbao Vizcaya, tan unida a la entidad financiera y cuyo presidente está aquí presente. Sé que su actividad se orienta a promover espacios de reflexión y debate sobre los principales retos y problemas sociales y morales de nuestro tiempo. Deseo que su trabajo, realizado con competencia y calidad, contribuya eficazmente a la promoción de los verdaderos valores humanos y sociales.

4. Señoras y Señores, al concluir este encuentro, formulo los mejores votos para que vuestra labor ofrezca siempre a vuestros conciudadanos una aportación útil para la construcción de una sociedad armoniosa en un mundo cada vez más fraterno y solidario, mientras invoco sobre vosotros y vuestras familias la constante asistencia del Altísimo.





                                                                                     Abril de 1995


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR GUILLERMO JIMÉNEZ MORALES,

NUEVO EMBAJADOR DE MÉXICO ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 6 de abril de 1995



Señor Embajador:

1. Con sumo gusto le recibo hoy en este solemne acto en el que me presenta las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de los Estados Unidos Mexicanos ante la Santa Sede. Al darle mi cordial bienvenida me es muy grato reiterar ante su persona el profundo afecto que siento por todos los hijos de aquella noble Nación. En efecto, quiso la Divina Providencia que mis Visitas pastorales fuera de Italia se iniciaran precisamente en México en 1979. Después en 1990 me fue concedido volver de nuevo a la tierra mexicana y otra vez en agosto de 1993, camino de Denver, visité ese hermoso lugar que es la Península del Yucatán, donde pude encontrar a los representantes de diversas poblaciones indígenas del continente americano y poner de relieve valores culturales y religiosos de esas minorías étnicas. En mi memoria permanecen vivas todas aquellas inolvidables jornadas de fe y esperanza, durante las cuales pude apreciar las genuinas expresiones del alma mexicana.

Al deferente saludo que el Excelentísimo Señor Presidente Ernesto Zedillo Ponce de León ha querido hacerme llegar por medio de Usted, correspondo con sincero agradecimiento, y le ruego tenga a bien transmitirle mis mejores augurios de paz y bienestar, junto con las seguridades de mi plegaria al Altísimo para que le asista en su alta misión, iniciada hace pocos meses, al servicio de todos los mexicanos.

2. En sus amables palabras se ha referido Usted, Señor Embajador, a la labor de la Santa Sede en favor del hombre, de la paz y de la solidaridad entre los pueblos y las naciones. En ese camino me complace constatar la coincidencia entre esta Sede Apostólica y México para promover la realización integral del ser humano. En efecto, son las grandes causas del hombre las que la Santa Sede trata de defender también en los foros internacionales en los que está presente. Para ello confía en la valiosa aportación que, como en otras ocasiones, su País, fiel a su patrimonio religioso y cultural, pueda ofrecer para la defensa de valores fundamentales, como son la vida humana, los derechos y la dignidad de cada persona, la familia, la solidaridad.

20 Para contribuir a la promoción y defensa del ser humano, en continuidad con la tradición cristiana, he publicado recientemente la Carta Encíclica “Evangelium Vitae”, para proclamar la alegre noticia del valor y de la dignidad de la vida de todo hombre, poniendo de relieve las luces y sombras de la actual situación. En ese sentido, he dirigido un llamado a fin de que en la coyuntura presente las democracias no sean sólo una expresión formal de una mayoría, sino que se cualifiquen por un contenido moral que lleve a un respeto por todos y, de una forma especial, de los más débiles e indefensos.

3. Los importantes cambios en la vida política internacional de los últimos años del presente siglo exigen de todos el compromiso de asegurar siempre la paz y la armonía entre los pueblos. En este sentido la peculiar posición geográfica de México ofrece vastos horizontes para un intercambio cultural y económico que, salvaguardando también la identidad y los justos intereses nacionales, debe tender, mediante la colaboración cada vez más fructífera con las otras Naciones del Continente americano, a mejorar las condiciones de vida de todos, eliminando plagas como son la pobreza, el subdesarrollo, el desempleo, la criminalidad, el tráfico de drogas.

La Santa Sede, por su parte, no puede dejar de apoyar todos los esfuerzos encaminados a fortalecer estructuras sociales y económicas que abran nuevas vías de progreso y desarrollo para los pueblos. El fomento de la unidad y buen entendimiento es tarea en la que se debe colaborar generosamente para reforzar así los lazos de solidaridad, en particular, entre quienes forman la gran familia latinoamericana. Hago fervientes votos para que México, fiel a sus tradiciones más nobles y a sus raíces cristianas, sea promotor de la fraternidad y el entendimiento, contribuyendo así a acrecentar los vínculos de amistad, paz, justicia y progreso entre pueblos históricamente hermanados por las mismas raíces católicas, la misma lengua y cultura.

4. El pueblo mexicano está comprometido en la promoción de una sociedad en la cual cada persona pueda sentirse respetada, valorizada y llamada a la construcción del bien común. En ese sentido quiero expresarle mi aprecio por la labor que, no sin dificultades, se va haciendo para que en el ámbito político, social y cultural se alcance una sociedad cada vez más democrática, mediante el diálogo y la colaboración de todos, donde las personas y grupos puedan encontrar espacio para expresarse, colaborar y contribuir al bien de la Nación.

En la hora presente una dificultad no indiferente es la derivada del delicado momento que se atraviesa a nivel económico. Hago mis mejores votos para que las autoridades y quienes tienen responsabilidades en este campo, logren asegurar una adecuada estabilidad económica, y así hacer posible una efectiva mejoría del nivel de vida de todo el pueblo mexicano, sin olvidar los valores fundamentales, que son la garantía de un auténtico bienestar social.

5. La normalización de las relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede aparece como un medio importante para el proceso de diálogo, abierto y constructivo, que se viene desarrollando en estos últimos años entre la Iglesia católica y el Estado. Es de desear que se mantenga un clima de leal colaboración y entendimiento entre ambos, lo cual redunde en copiosos frutos de progreso social y espiritual para bien de todos los amadísimos hijos de su noble País. La Iglesia, por su parte, desempeña su misión en los campos que le son propios, iluminando con principios espirituales y morales lo que puede contribuir al bien común. Con la predicación de la Palabra de Dios y su magisterio social, está dispuesta a seguir colaborando, desde su propio ámbito, con las diversas instancias públicas para que los ciudadanos de su Nación encuentren respuestas adecuadas a los desafíos del momento presente.

La Iglesia no busca ni exige privilegios, sino que pide el reconocimiento de las condiciones necesarias que, por derecho nativo, le corresponden para cumplir su misión y que permiten que los individuos y los pueblos ejerzan el inalienable derecho a la libertad, especialmente la religiosa, y a la búsqueda de la verdad según los dictados de la propia conciencia.

Señor Embajador, antes de terminar este encuentro, deseo expresarle las seguridades de mi estima y apoyo, junto con mis mejores votos para que la importante misión que le ha sido encomendada sea fecunda para el bien de su País. Le ruego que se haga intérprete de estos sentimientos y esperanzas ante el Señor Presidente de la República y demás dignas Autoridades. Por mediación de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de México, elevo mi plegaria al Todopoderoso para que asista siempre con sus dones a Usted y a su familia, a sus colaboradores, a los gobernantes, así como al amadísimo pueblo mexicano, tan cercano siempre al corazón del Papa.





ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON LOS JÓVENES DE LA DIÓCESIS DE ROMA


COMO PREPARACIÓN DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD



Jueves 6 de abril de 1995





«Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20,21).

1. ¡Queridos jóvenes de Roma!

Estas palabras de Cristo resucitado están en el centro del mensaje para la IX y X Jornada mundial de la juventud. Os doy las gracias porque también hoy las habéis hecho resonar con ocasión de este encuentro. Saludo a los jóvenes filipinos residentes en Roma, quienes, mediante el himno de la Jornada mundial de Manila, nos han traído a la mente y al corazón las inolvidables horas pasadas en su patria. También expreso mi gratitud a los muchachos que han representado la obra de teatro musical sobre la figura de san Felipe Neri.

21 Habéis hecho bien en escoger a Felipe Neri como protagonista de este encuentro, no sólo porque este año se celebra el IV centenario de su muerte, sino también porque su testimonio nos ayuda a meditar y comprender las palabras de Jesús: Como el Padre me envió, también yo os envío.

En efecto, san Felipe vivió con autenticidad este mensaje en su Roma, la Roma del siglo XVI, una ciudad marcada por la guerra, el hambre y las enfermedades del cuerpo y del espíritu. Una Roma diferente de la nuestra, pero en muchos aspectos semejante a la ciudad en que vivimos.

Vivir hoy en Roma presenta, ciertamente, muchos aspectos positivos: sensibilidad, comportamientos e iniciativas que impulsan a la confianza y a la esperanza. Pero la soledad pesa sobre los ancianos y, a menudo, sobre los jóvenes. Quizá Roma no tenga suficiente confianza en su propio futuro y no invierta bastante en él. Quizá no crea suficientemente en el evangelio de la vida, en la salvación que viene de Dios.

En su Roma, Felipe recomenzó desde los jóvenes, y así, en nuestra Roma, también hay que recomenzar desde los jóvenes.

2. San Felipe comenzó estableciendo con los jóvenes vínculos de verdadera amistad, hecha de conocimiento personal y de escucha atenta de cada uno, iluminando las mentes con el anuncio de la verdad de Cristo y proponiendo a todos la devoción eucarística, la caridad para con el prójimo y la dirección espiritual. Con los jóvenes reconstruyó el corazón de la ciudad, llamándolos con insistencia a vivir la santidad, para lo cual utilizó el arte, la música y las visitas a los monumentos de la Roma cristiana, infundiendo en todo alegría y oración.

En efecto, queridos amigos, ¿qué es la santidad, sino la experiencia gozosa del amor de Dios y del encuentro con él en la oración? Ser santos significa vivir en comunión profunda con el Dios de la alegría y tener un corazón libre del pecado y de las tristezas del mundo, así como una inteligencia que se vuelve humilde ante él.

3. Queridos jóvenes, Dios ha hecho al hombre para la alegría; podría decir que os ha hecho sobre todo a vosotros para la alegría. Dios es alegría, y en la alegría de vivir hay un reflejo de la alegría originaria que Dios experimenté al crear al hombre.

Difundid en Roma esta alegría. Quisiera que esta tarde, entre nosotros, resonaran las palabras de Isaías: «Consolad, consolad a mi pueblo (...). Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha terminado su esclavitud» (
Is 40,1-2). San Felipe Neri hizo realidad estas palabras: supo consolar a quien era esclavo y prisionero de falsos maestros de vida, gritando que la verdadera libertad está en Cristo y que sólo cuando el hombre acepta a Cristo en su propia vida termina la esclavitud del pecado y de la muerte.

4. Queridos jóvenes, hoy, aquí, se ha usado la técnica del oratorio: uniendo sus talentos, jóvenes de diversas parroquias y grupos, artistas, bailarines, músicos, cantantes y actores, nos han sugerido un modo concreto de evangelización. Todos podéis hacerlo, dado que la evangelización debe insertarse en la vida cultural de una comunidad. En efecto, ¿qué es la cultura sino el conjunto de conocimientos, valores, tradiciones y modos de vida típicos de un pueblo o de toda la humanidad? La cultura es la vida misma de los hombres. Por tanto, si cada uno de vosotros se esfuerza por desarrollar las capacidades que el Señor le ha dado, se convertirán en evangelizadores capaces de animar la cultura de nuestra ciudad.

Para esto quiere prepararos también el próximo Congreso de universitarios sobre el tema: Testigos del Evangelio en la universidad, que se celebrará el próximo 6 de mayo en la universidad La Sapienza.

Jóvenes de Roma, haced que resuenen en vosotros las palabras de Jesús: «Como el Padre me envió, también yo os envío». Acogedlas como hizo san Felipe Neri en aquella noche de Pentecostés, en las catacumbas de San Sebastián, convirtiéndose en apóstol de Roma, en el segundo patrono de Roma. Llevad a Roma la alegría de Cristo resucitado.

22 5. Por último, un hasta la vista en Loreto, en la santa casa de Nazaret, donde del 6 al 10 de septiembre se celebrará un gran encuentro de jóvenes europeos. De María santísima aprenderemos juntos a acoger a Cristo en nuestra vida, por la obediencia de la fe. Os espero a todos para este encuentro, al que el Papa no podrá faltar. Así pues, hasta la vista en Loreto; y, mientras tanto, ¡feliz Pascua a cada uno de vosotros! Doy las gracias y bendigo a cuantos han realizado este encuentro: a los miembros del servicio diocesano de pastoral juvenil y a todos vosotros, que habéis sido sus protagonistas.

Llevad el saludo del Papa a vuestros coetáneos en las diferentes parroquias de la ciudad, y decidles: El jueves nos encontramos con el Papa. Ha sido muy hermoso experimentar juntos la presencia de Cristo entre nosotros. A vuestras familias, a vuestros amigos y a todos aquellos con quienes os encontréis, llevadles mi saludo y mi bendición.





                                                                                  Mayo de 1995


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR ALBERTO J. VOLLMER HERRERA,

NUEVO EMBAJADOR DE VENEZUELA ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 4 de mayo de 1995



Señor Embajador:

1. Con sumo gusto le doy hoy la bienvenida a este solemne acto en el que me presenta las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Venezuela ante la Santa Sede. A la vez, me es muy grato aceptar el mensaje de saludo y la expresión de buenos deseos del Excelentísimo Señor Presidente de la República, Doctor Rafael Caldera, a quien deseo hacer llegar mi gratitud y la seguridad de mis oraciones por su ventura personal y la de su familia así como por el bienestar espiritual y material de todos los hijos e hijas del noble y amado pueblo venezolano.

2. Venezuela se inscribe en el concierto de los pueblos de América Latina que, en virtud de su historia y sus valores culturales, se consideran católicos, lo cual es fruto de la Evangelización, que en esa Nación empezó hace casi medio milenio.

Entre esos valores me complace señalar la religiosidad popularmente enraizada; el respeto y promoción de la persona humana; la solidaridad; los esfuerzos de unidad e integración continentales; el compromiso permanente por la paz en la justicia y la promoción de la democracia integral. Todo ello ha moldeado un pueblo cuyos miembros aspiran a la “capacidad de trascender todo ordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien” (Centesimus annus CA 38).

En nuestros días, Señor Embajador, junto al esfuerzo y al compromiso por la defensa de los derechos humanos, en particular de las personas y pueblos más débiles y desposeídos, se difunden mentalidades, prácticas y legislaciones que socavan los fundamentos esenciales de dichos derechos, exponiéndolos al subjetivismo individual, al pragmatismo social, a la arbitrariedad del poder estatal o de intereses circunstanciales, a la insolidaridad de naciones ricas, al nihilismo cultural y moral. El progreso económico y científico–tecnológico aparece como equívoco paradigma de genuino desarrollo integral y manifestación ambivalente de una auténtica “crisis de civilización” (cf. Tertio millennio adveniente TMA 52). En este contexto se revela como particularmente urgente y necesario el anuncio alegre y esperanzado que la Iglesia hace por medio del Magisterio al servicio de la verdad y la unidad, del “Evangelio del amor de Dios al hombre, del Evangelio de la dignidad de la persona y del Evangelio de la vida (como) un único e indivisible Evangelio” (Evangelium vitae EV 2). Es decir, como proclamación de una auténtica y siempre “buena noticia”. Éste es el fundamento, siempre nuevo y permanente, de la “opción preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados... como compromiso por la justicia y la paz... (y) aspecto sobresaliente de la preparación y celebración del Jubileo” (Tertio millennio adveniente TMA 51) el cual es “signo de esperanza presente en este último fin de siglo” (ib., 46).

3. La Iglesia que peregrina en Venezuela está llamada a ser “pueblo de la vida y para la vida” (Evangelium vitae EV 6), y con sus legítimos pastores a la cabeza está comprometida, en oración y acción, en su pensamiento y en su práctica pastorales, con este “Evangelio de la vida” (ib., 2) y así lo ha ratificado, declarando el 1995 Año por la Vida, para anunciar serena y gozosamente el don de la vida en todos sus estadios y niveles.

Este compromiso la Iglesia lo ha testimoniado de múltiples maneras, entre las que destacan su presencia secular en defensa de la familia, la educación y la cultura, el servicio social, la convivencia cívica, los medios de comunicación. Con responsabilidad profética ha señalado que la raíz profunda del mal es de índole moral y espiritual, basada en la responsabilidad personal y en distorsiones estructurales; en una cultura donde predominan los pseudo–valores como el tener, el poder y el placer.


Discursos 1995 15