Discursos 1995 30


(8) N. 11: AAS 29 (1937), 186.

(9) Discurso a la Curia Romana (24 diciembre 1930): AAS 22 (1930), 535-536.

(10) Carta a los Obispos de Polonia con ocasión del 50º aniversario del comienzo de la Segunda Guerra mundial (26 agosto 1989), 3: AAS 82 (1990), 46.

(11) Radiomensaje "Una hora delicada" (24 agosto 1939): AAS 31 (1939), 334.

(12) Exhortación a los Jefes de las Naciones en guerra (1 agosto 1917): AAS 9 (1917), 420.

(13) Llamamiento después del rezo del Angelus: Insegnamenti XIV, 1 (1991), 156.


(14) N. 3: AAS 55 (1963), 291.

(15) Discurso en el "Peace Memorial Park", Hiroshima (25 febrero 1981), 4: AAS 73 (1981), 417.

(16) Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 18: AAS 83 (1991), 816.

(17) Cf. PONTIFICIO CONSEJO DE LA JUSTICIA Y DE LA PAZ, Documento El comercio internacional de armas (1 mayo 1994).

(18) Cf. Carta ap. Tertio millennio adveniente (10 noviembre 1994), 50: AAS 87 (1995), 36.

31 (19) Discurso con ocasión de la solemne oración inter-religiosa mundial por la paz, 6: AAS 79 (1987), 868.

(20) Mensaje televisivo a los participantes en el encuentro internacional de oración por la paz con ocasión del 50º aniversario del inicio de la Segunda Guerra mundial (1 septiembre 1989): Insegnamenti XII, 2 (1989), 421.

(21) Cart. enc. Pacem in terris (11 abril 1963), 4: AAS 55 (1963), 295.

(22) Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas (4 octubre 1965), 5: AAS 57 (1965), 882.

(23) Cart. enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), 76: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 31 de marzo de 1995, 9.


(24) N. 5: AAS 55 (1963), 304.






A LOS OBISPOS DE VENEZUELA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Martes 9 de mayo de 1995



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Os recibo con sumo gusto en esta audiencia colectiva con la que culmina la visita ad Limina. Una de sus finalidades es venerar las tumbas de los santos Pedro y Pablo, Príncipes de los Apóstoles, significando así como una peregrinación espiritual a los orígenes de la Iglesia. Mediante los encuentros personales conmigo y con los Dicasterios de la Curia Romana, manifestáis vuestra relación de auténtica fraternidad y devoción hacia la Iglesia de Roma y su Obispo, estableciendo un estrecho vínculo de unión con la entera comunidad eclesial.

Al mutuo gozo de este encuentro se une el de la reciente Beatificación de la Madre María de San José, la primera venezolana elevada al honor de los altares. Esta celebración ha constituido un acontecimiento singular para la vida de la Iglesia en vuestro País. Como vosotros mismos decíais en la Exhortación pastoral “Dios ha estado grande con nosotros y estamos alegres”, se trata de un hecho que llama “a la renovación y fortalecimiento de la fe, a tomar conciencia de que por el bautismo el hombre renace espiritualmente para tender a la santidad” (Exhortación pastoral de los Obispos venezolanos, Dios ha estado grande con nosotros y estamos alegres, 9).

Agradezco las amables palabras que me ha dirigido Monseñor Ramón Ovidio Pérez Morales, Arzobispo de Maracaibo y Presidente de la Conferencia Episcopal. Correspondo a las mismas asegurándoos mi aprecio y mi reconocimiento por el generoso trabajo pastoral que realizáis en las comunidades eclesiales que os han sido confiadas y en las que sois “principio y fundamento visible de unidad” (Lumen gentium LG 23). Mi saludo y agradecimiento se extiende a cada una de las Iglesias locales que presidís en la caridad y el servicio, a los sacerdotes, religiosos y religiosas y fieles laicos que, unidos a vosotros, se esfuerzan por vivir y anunciar de palabra y con las obras los valores del Reino de Dios en la sociedad venezolana.

2. Como guías y animadores de vuestro querido pueblo, con la palabra alimentáis su fe y su esperanza y lo orientáis hacia la caridad verdadera que tiene su origen en Dios, para que los católicos sean verdaderamente sal de la tierra y luz del mundo y contribuyan a la necesaria transformación de la sociedad con frutos de vida, de santidad y de justicia para todos.

32 El Obispo es padre y pastor de toda la comunidad diocesana, estando especialmente al lado de los más necesitados y abandonados. Por eso todos los fieles han de sentiros siempre cercanos y misericordiosos, a la vez que independientes y llenos de celo apostólico para proclamar constantemente y en todas partes la verdad que hace libres. Esa cercanía a todos debe expresarse también de forma visible y concreta, de modo que vuestra presencia en medio de la comunidad diocesana os haga fácilmente asequibles a quienes con confianza y amor desean acercarse porque se sienten necesitados de orientación, ayuda y consuelo, pues como exhorta San Pablo a Tito, el obispo ha de ser “hospitalario, amigo de bien, sensato, justo, piadoso, dueño de sí” (Tt 1,8).

3. La Iglesia en Venezuela, que durante tantos años tuvo escasez de sacerdotes y de vocaciones religiosas, dependiendo de la generosidad misionera de otras Iglesias hermanas, goza hoy del don de un notable aumento de clero, así como de nuevas formas de vida consagrada laical. Junto con la acción de gracias a Dios por ese florecimiento debéis esforzaros en asegurar una sólida y continua formación humana, teológica y espiritual de los presbíteros, lo cual ha de constituir un desvelo primordial en vuestra oración y en la organización de los medios adecuados para ello, a fin de que reaviven el don que recibieron (cf 2Tm 1,6).

Debido a la situación peculiar de la Iglesia en vuestro País, muchos sacerdotes ejercen su ministerio en condiciones humanamente difíciles, pues el territorio es extenso y la soledad se hace sentir en muchas ocasiones. Por ello es fundamental para su perseverancia y crecimiento espiritual –además de ofrecerles siempre vuestra cercanía y una palabra confortadora– la organización de encuentros de fraternidad sacerdotal, de reflexión pastoral y de formación permanente, así como los retiros y ejercicios espirituales que recomienda la disciplina canónica. Los más jóvenes de entre ellos deben ser ayudados también con planes especiales de seguimiento y apoyo para que puedan llevar como carga ligera el peso y la ardua responsabilidad que se les confía.

4. Sabéis bien cuán importante es el Seminario llamado, no sin razón, “el corazón de la diócesis”. Por eso, os exhorto a visitarlo con frecuencia y conocer a cada uno de vuestros seminaristas, ayudándolos con vuestra palabra y animándolos con vuestro ejemplo. Debéis enseñarles a vivir el precioso don del celibato con espíritu de entrega a Cristo; a practicar el apostolado; a estar siempre disponibles al servicio de la Iglesia en el modo como ella espera; así como a desarrollar el espíritu misionero que, si las circunstancias lo aconsejaran, los haga capaces de ir a otras tierras para anunciar a Jesucristo.

La dirección espiritual, el asesoramiento psicológico necesario para alcanzar una personalidad equilibrada y recia, así como el cultivo de un ideal sacerdotal ajeno a vanidades mundanas y fiel a Jesucristo, modelo de pastores, han de ser medios imprescindibles para su buena formación. Además, los seminaristas han de contar con la ayuda cercana de los formadores, los cuales dotados de una sólida preparación académica, deben distinguirse por un testimonio de vida sacerdotal íntegra. Así no sólo ejercerán con competencia su oficio sino que serán, a la vez, modelos para los candidatos al sacerdocio que les son confiados.

5. He constatado con satisfacción el incremento de la activa participación de los laicos en la vida eclesial en vuestro País. Por vuestra parte, sé que proponéis con valentía y acierto las grandes directrices que han de animar a los fieles para hacer frente a tristes fenómenos de corrupción, inmoralidad y situaciones económicas que han degradado la vida de muchos venezolanos, especialmente de los más pobres.

Como expuse en la Exhortación apostólica postsinodal “Christifideles laici”, quiero recordar ahora que “para animar cristianamente el orden temporal... los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la "política"; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común” (Christifideles laici CL 42). Por eso, es necesaria una acción pastoral que favorezca la formación y responsabilidad de los cristianos para la vida pública, los cuales uniendo capacidad técnica, honestidad y sentido de servicio, desarrollen su vocación de ciudadanos para el bien de los demás y de la Nación misma.

Compete a la Iglesia proponer, a la luz del Evangelio y de su Doctrina Social, los principios y líneas de conducta que lleven a soluciones moralmente justas, capaces de superar el desánimo y favorecer el crecimiento integral del País, en fidelidad a su tradición católica, salvaguardando la libertad y justicia social.

Además, es particularmente urgente despertar en los jóvenes esta vocación cristiana de servicio público y de rescate ético, pues su gran potencial humano con frecuencia no encuentra cauces adecuados. A ellos quiero recordar el llamado que hice hace diez años en mi Visita Pastoral a vuestro País: “No olvidéis, pues, que Venezuela espera justamente de los seglares comprometidos en la vida de su pueblo que sean leales, abiertos al diálogo y colaboradores con todos los hombres de buena voluntad. Espera la fidelidad de esa vocación. Esa es vuestra responsabilidad. Ese será vuestro mérito. Esa es vuestra misión propia” (Al laicado de Venezuela en la catedral de Caracas, n. 5, 28 de enero de 1985).

6. La rica experiencia que ha significado el “Año de la Familia” me ha llevado a meditar de nuevo y anunciar el Evangelio de la vida, especialmente con la publicación de la reciente Encíclica sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana. Con la colaboración y la comunión de todos los Obispos del mundo, he querido así hacer frente a las amenazas que se ciernen sobre el ser humano en diversas fases de su existencia.

Por eso me complace que hayáis proclamado este año 1995 como “Año por la vida”, convocando a los venezolanos a hacer que todas las “reflexiones, compromisos y acciones vayan orientadas tanto a la toma de conciencia, como a mostrar una actitud de defensa y proclamación del don preciado de la vida en todas sus manifestaciones” (Exhortación pastoral de los Obispos de Venezuela, Compromiso por la vida, 8). Vuestra invitación ha brotado de la contemplación atenta, con espíritu pastoral, de la realidad de vuestro País, que calificáis de “grave situación” en contraste con la verdad cristiana sobre la “grandeza de la vida humana”, a la vez que exhortáis a todos a asumir, con ilusión y esperanza el “empeño por la vida”. Os animo, pues, a proseguir con decisión y paso firme por el camino emprendido.

33 7. Dentro de pocos años celebraréis el V Centenario de la llegada del Evangelio a vuestro amado País. Será un verdadero momento de gracia, que debe potenciar la “nueva evangelización”. En coincidencia con ese acontecimiento, la preparación del Jubileo del Año 2000 ofrece también una ocasión propicia para presentar a todos la salvación que nos trae Jesucristo.

Objetivo prioritario de este gran Jubileo es “el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos”, para lo cual “es necesario suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado” (Tertio millennio adveniente
TMA 42).

Por medio de vosotros, queridos Hermanos en el Episcopado, quiero invitar a los hijos de la Iglesia en Venezuela a una conversión más profunda y a su renovación espiritual. De cara al Año jubilar se hace urgente una más viva adhesión de fe a los misterios que nos son comunicados por la Revelación divina, que tienen como centro la persona, enseñanza y obras de Jesucristo. Por eso, la fe se ha de robustecer continuamente mediante la meditación frecuente de la Palabra de Dios, con la ayuda de una catequesis permanente que permita a todos los fieles gustar las riquezas de la sabiduría cristiana y experimentar el gozo de la verdad.

Asimismo, hay que alentar a todos los creyentes en Cristo a un seguimiento más íntimo y fiel de Jesucristo, muerto y resucitado, dando testimonio con la propia vida. Como enseña el “Catecismo de la Iglesia católica”, “la fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo; para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos” (Catecismo de la Iglesia católica CEC 2044).

Además, tanto los fieles individualmente como las comunidades cristianas han de ejercitarse en la práctica asidua de la oración, para que de esa forma el trato personal con el Señor mueva a todos a corresponder cada vez más generosamente a su gracia, que los santifica, de modo que puedan “permanecer en la intimidad de Dios” (Tertio millennio adveniente TMA 8). En este sentido, una pastoral litúrgica renovada permitirá participar con mayor intensidad de la gracia que fluye del misterio pascual, principalmente en la celebración de la Eucaristía, de la cual hay que potenciar la observancia del precepto dominical, y de los otros sacramentos; asimismo, se irá formando el corazón y la mente de los fieles enseñándoles la dignidad y belleza de los símbolos litúrgicos y educándolos en el sentido de Dios y en la esperanza de las realidades últimas.

8. Al terminar este encuentro deseo reiteraros, queridos Hermanos, mi gratitud por los esfuerzos realizados en los diferentes campos de acción pastoral; por el buen espíritu con que guiáis al Pueblo de Dios; por la decidida voluntad de servir al hombre a través del anuncio del evangelio que salva a todo el que cree en Jesucristo (Rm 1,16). Al alentaros a proseguir con renovado empeño en vuestra misión, os pido que llevéis mi afectuoso saludo y bendición a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, en especial a aquéllos que están enfermos, son ancianos o sufren por cualquier causa, los cuales tienen siempre un lugar particular en el corazón del Papa.

Que Nuestra Señora de Coromoto, a la que se asocia la nueva Beata María de San José, interceda ante el Señor por la santidad de todos los fieles de Venezuela, por la prosperidad en paz de la Nación, por el bienestar de cada una de sus familias.

Con estos fervientes deseos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.





                                                                                  Junio de 1995




A LOS PARTICIPANTES EN UN CURSO ORGANIZADO


POR EL COLEGIO DE DEFENSA DE LA OTAN


2 de junio de 1995




Señor general;
34 señoras y señores:

Hace cincuenta años cesaban las hostilidades de la segunda guerra mundial en Europa. Las celebraciones de dicho suceso han sido una ocasión para meditar en las causas y en los efectos de ese conflicto. Sin embargo, no han podido realizarse en un clima pacífico, como deseaban todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Aún hoy, en el continente europeo, algunos pueblos se hacen la guerra, y personas inocentes son víctimas no sólo en su cuerpo a causa de las armas, sino también en su corazón debido al odio y a la violencia.

Vosotros, diplomáticos y militares procedentes de numerosos países miembros de la Organización para la seguridad y la cooperación en Europa, habéis venido a Roma para perfeccionar vuestra cualificación profesional y para que vuestros respectivos pueblos, gracias a vosotros, puedan conocerse y apreciarse más, en la perspectiva de vuestra misión esencial, que es la de construir la paz.

Ciertamente, en esta tarea el diplomático y el militar tienen funciones diferentes pero un mismo objetivo: crear una sociedad más humana, más justa y, por tanto, más pacífica. En sus esfuerzos por lograrlo, afrontan las exigencias de sus responsabilidades, que no se limitan a la defensa de los intereses legítimos de sus naciones, sino que hacen de ellas constructoras de una comunidad internacional digna de la persona humana.

Una sociedad internacional justa se basa en la conciencia moral de quienes son sus responsables en todos los niveles. Permitidme recordaros que vuestra conciencia no puede evadirse ante la verdad, ni eludir su responsabilidad personal ante Dios y ante la historia. Como sabéis, las causas que condujeron a la segunda guerra mundial no fueron sólo cuestiones de intereses nacionales o estratégicos, sino que hubo también un oscurecimiento de la conciencia moral, que fue incapaz de reconocer y respetar a su semejante en cada persona humana, cuya dignidad fundamental es la de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por eso, hoy, como en el pasado, para que el continente europeo recupere la paz es indispensable que las conciencias se despierten, a fin de que cada uno asuma sus responsabilidades, tornando como base principios como el respeto a los demás, la protección del pobre y del necesitado, la defensa de la vida, la solidaridad, la generosidad y la magnanimidad. Para el cristiano, todo esto se resume en el mandamiento del amor al prójimo.

Que Dios os acompañe a vosotros y a vuestras familias, y bendiga vuestros esfuerzos.






A LOS PARTICIPANTES EN EL IV CONGRESO INTERNACIONAL


DE LA PASTORAL PARA LOS GITANOS


7 de junio de 1995



Realizar una nueva evangelización del pueblo gitano

1.- Bienvenidos, representantes del pueblo gitano y agentes pastorales que trabajáis con generosidad a su servicio! El Papa se alegra de acogeros con ocasión de vuestro cuarto congreso internacional, organizado oportunamente por el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, sobre el tema: Los Gitanos hoy, entre historia y nuevas exigencias pastorales.

Habéis venido de Europa del este y del oeste, y de otras partes del mundo, para fortaceler vuestro compromiso cristiano mediante la oración, la reflexión en los desafíos que afronta hoy la fe, el intercambio de experiencias y la búsqueda de una mayor solidaridad y apertura a los hermanos. En este momento histórico estáis buscando formas nuevas de participación del pueblo gitano en la vida social y nuevas expresiones de su sentido religioso.

No habéis venido con las manos vacías. En nombre del pueblo gitano renováis la disponibilidad a dar una contribución específica a la convivencia y a la construcción de una sociedad más justa y armoniosa, subrayando los valores que caracterizan la cultura de ese pueblo, como, por ejemplo, el respeto a los ancianos y a la familia, el amor a la libertad, el sano orgullo de sus tradiciones y el generoso apoyo a la paz.

35 Dais, además, una expresión renovada a la voluntad que tiene el pueblo gitano de cooperar activamente en la solución de los complejos problemas que aún afligen su vida en varias partes del mundo: la discriminación y el racismo, la falta de viviendas y de campamento equipados, el rechazo de la acogida, la insuficiencia de la educación y la marginación. Al mismo tiempo, reconocéis que los gitanos, tanto los que llevan una vida sedentaria como los itinerantes, no pueden menos de sentirse comprometidos a cooperar con las poblaciones en medio de las cuales viven, apreciando sus cualidades, aceptando sus leyes y brindando su aportación para el necesario conocimiento recíproco y la búsqueda conjunta de una convivencia fructuosa.

2. En la Iglesia, pueblo de Dios en camino hacia el Padre, como recuerda el concilio Vaticano II (cf. Lumen Gentium,
LG 9), ningún grupo étnico y lingüístico debe sentirse ajeno: en ella todos deben ser acogidas y plenamente valorados. Mi venerado predecesor Pablo VI, dirigiéndose a la primera peregrinación de los gitanos, hace treinta años, dijo: «Vosotros estáis en el corazón de la Iglesia» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de octubre de 1965, p. 3).

Hoy quiero hacer mías esas palabras, deseando que la Iglesia, cuya acción se está reorganizando también en el este de Europa, siga interesándose activamente por los gitanos a través de los generosos agentes pastorales e iniciativas que testimonien en la vida ordinaria el amor de Jesús, buen pastor, hacia los pequeños y los débiles.

Europa de la segunda guerra mundial, pedí que no se dejara caer en el olvido cuanto acaeció en esos años terribles, porque «los recuerdos no deben difuminarse; más bien, deben ser una lección severa par nuestra generación y para las futuras» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de mayo de 1995, p. 5). En los campos de exterminio nazis, como quise recordar, «han encontrado la muerte, en condiciones dramáticas, millones de judíos e centenares de miles de gitanos y otros seres humanos, culpable únicamente de pertenecer a pueblos diferentes» (ib.). Olvidar lo que acontencó en el pasado puede abrir el camino a nuevas formas de rechazo y de agresividad.

La indiferencia puede volver a matar también hoy. ¿Cómo no denunciar entonces, en este contexto, algunos recientes acto de violencia en contra de los gitanos, en particular contra personas indefensas como los niños? Episodios de ese género no pueden pasar desapercibidos.

Los administradores públicos, las comunidades eclesiales, el voluntariado, los agentes de la comunicación social, deben esforzarse de forma concorde por prevenir esos lamentables episodios y por consolidar un clima social de tolerancia y auténtica solidaridad.

4. La Iglesia, sensible y atenta al mundo de los gitanos, recuerda que la vocación a la santidad es universal. El testimonio de Ceferino Giménez Malla, gitano y cristiano heroico hasta el punto de que dio su vida, constituye un magnífico ejemplo. En nuestros tiempos el pueblo gitano atraviesa un período de fuerte readaptación de sus tradiciones y por eso debe ahora afrontar el peligro de un resquebrajamiento de su vida comunitaria. Es importante que la fe cristiana se vuelva a presentar con vigor y firmeza. Hace falta una nueva evangelización dirigida a cada uno de sus miembros como a una porción amada del pueblo de Dios peregrinante, para ayudarle a superar la doble tentación de encerrarse en sí mismo, buscando refugio en las sectas, o perder su patrimonio religioso en un materialismo que ahoga toda referencia a lo divino.

La acción pastoral, en sus múltiples aspectos, realizada por grupos de gitanos comprometidos apostólicamente, por las escuelas de la fe y las escuelas de la Palabra, por los servicios nacionales y diocesanos, por las capellanías para los gitanos y, finalmente, por el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantos y Itinerantoes, manifiesta cuán profundo es el amor de la Iglesia por el pueblo gitano. A todos deseo expresar mi viva gratitud por esta misión indispensable, animando a cada uno a proseguir cada vez con mayor entusiasmo por ese camino.

Queridos gitanos y agentes pastorales, tened siempre la mirada fija en Jesús, Redentor, y en María, Madre suya y nuestra. También el Señor, en su vida terrena, se vio obligado a desplazarse de un lugar a otro. Él, que decía de sì mismo que no tenía dónde reclinar la cabeza (cf. Lc Lc 9,58), os guíe y lleve a cumplimiento todos vuestro compromisos apostólicos.

Y María, a quien invocáis como Amari Develeskeridaj, Nuestra Madre de Dios, sea siempre la estrella de vuestro camino. Os acompañe también mi bendición, que con afecto os imparto a vosotros, a vuestras comunidades nómadas y a todos los que partenecen a vuestro pueblo.






A LA IV REUNIÓN PLENARIA


DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA


23 de junio 1995



36 Señores Cardenales,
amados Hermanos en el Episcopado,
queridos sacerdotes, religiosos y laicos:

1. Con sumo gusto recibo esta mañana a los participantes en la IV Reunión Plenaria y en la Sesión General de la Pontificia Comisión para América Latina, organismo de la Curia Romana que tiene como objetivo primordial «promover y animar la Nueva Evangelización de dicho Continente» (Discurso I Reunión Plenaria, 7 de diciembre de 1989, 5). Esta Pontificia Comisión sirve también a la comunión entre las Iglesias de aquellas Naciones del Continente de la esperanza y la Sede de Pedro. Agradezco vivamente al Señor Cardenal Bernardin Gantin las amables palabras que, en nombre de todos, ha tenido a bien dirigirme.

2. Me ha complacido mucho saber que habéis iniciado vuestras tareas con una reflexión teológico-bíblica sobre Jesucristo Evangelizador. El es «el primero y más grande Evangelizador» (Evangelii nuntiandi
EN 7), «Evangelio del Padre» y «Evangelizador viviente en su Iglesia» (Documento de Santo Domingo, 1 y II). Él guía el camino de la Iglesia universal y por, consiguiente, el de las Comunidades eclesiales de América Latina, hacia el tercer milenio del Cristianismo.

Cuando el nombre de Jesús fue anunciado por primera vez en el Nuevo Mundo hace quinientos años, «el misterio de Cristo, Salvador del hombre », comenzó a difundirse entre aquellos « pueblos del Continente americano»: hombres. y mujeres «conocidos por Dios desde toda la eternidad, y abrazados siempre con la paternidad que el Hijo ha revelado en la plenitud de los tiempos (Ga 4,4)» (Homilía, 1 de enero de 1992, 4).

3. Cinco siglos de Evangelización, con todas sus vicisitudes, luces y sombras —«más luces que sombras »(Cf. Carta Apostólica Los Caminos del Evangelio, 8.),— han ido plasmando un catolicismo que en el último siglo, sin excluir dolorosas y agudas pruebas, ha hecho que éste sea también el «siglo de la Iglesia» en ese Continente.

El Concilio Plenario Latinoamericano, convocado por mi predecesor el Papa León XIII y celebrado aquí en Roma el año 1899, y las cuatro Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano —Río de Janeiro, Medellín, Puebla y Santo Domingo— han ido profundizando en la trayectoria de la Nueva Evangelización de aquellos pueblos. A ello ha contribuido también de manera notable el CELAM, que próximamente cumple sus 40 años de existencia (Cf. Mensaje al CELAM, Pascua 1995). A ello contribuirá también de manera eficaz e incisiva el Sínodo de América, que ya se está preparando.

4. Como puse de relieve en el Discurso inaugural de la Conferencia de Santo Domingo, «condición indispensable para la Nueva Evangelización es poder contar con evangelizadores numerosos y cualificados» (N. 26; cf .. Pastores dabo vobis PDV 82) Por eso es muy oportuno el tema escogido para vuestra Reunión. De cara al tercer milenio habéis examinado el problema de los Evangelizadores: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, teniendo presente la importancia de la solidaridad y la cooperación, en orden a un intercambio de dones entre la Iglesias.

A los obispos, con los presbíteros, sus colaboradores inmediatos, les corresponde, por mandato divino por la naturaleza jerárquica de la Iglesia, un cometido primordial en la Evangelización. En efecto, entre su principales funciones destaca el anuncio del Evangelio (Cf. Lumen gentium LG 25). De ahí la necesidad de la presencia asidua, activa, vigilante y estimulante de los Pastores entre sus colaboradores y entre sus propios fieles.

Los religiosos y religiosas, por su vocación y entrega, tienen también una especial función en la tarea evangelizadora. Bien conocida es la gran labor misionera tan generosa y eficaz que realizaron y sigue realizando.(Cf. Carta Apostólica Los Caminos del Evangelio, 2-3)

37 La Iglesia, además, es consciente de que para llevar a cabo esta obra necesita de la cooperación activa de los laicos y, entre ellos, la de los jóvenes, llamados ser evangelizadores de los mismos jóvenes. En esta tarea la familia, santuario doméstico donde comienza y se afianza la vida cristiana y la vocación al apostolado, tiene también un papel básico.

5. Por eso quiero pedir a las familias católicas de América Latina que sean generosas en facilitar que sus hijos e hijas sigan la llamada al sacerdocio o a la vida consagrada (cf .. Pastores dabo vobis
PDV 82), de modo que un florecimiento de vocaciones asegure la difusión y afianzamiento del cristianismo, así como la acción apostólica y misionera en ese querido Continente.

A los jóvenes les dirijo un llamado a hacerse más disponibles en su entrega a Cristo al servicio de la Iglesia.(Cf. ib.) Ellos saben bien que al Señor, si no se le da todo, no se le ha dado nada. Por eso quiero recordar que «tengo una gran confianza en la capacidad que los jóvenes tienen de ser auténticos intérpretes del Evangelio».(Mensaje,8 de mayo de 1995, 15) Ellos serán los artífices de la Evangelización en el tercer milenio y de ellos depende que América Latina, Continente evangelizado durante estos quinientos años, pase a ser en el tercer milenio un Continente evangelizador que mire a Europa, a África y a los Pueblos de Asia, como es el caso de las Islas Filipinas, que fueron evangelizadas por España a través de México.

6. Jesucristo, sólo Jesucristo, «centro del cosmos y de la historia», ha de ser el centro de América Latina. «La única orientación del espíritu, la única dirección del entendimiento, de la voluntad y del corazón es para nosotros ésta: hacia Cristo, redentor del hombre, hacia Cristo, redentor del mundo. A él queremos mirar nosotros, porque sólo en él, Hijo de Dios, hay salvación». (Redemptor hominis RH 7)

7. Contemplando a Jesucristo evangelizador, aprenderemos a ser auténticos evangelizadores. Como él, debemos vivir de modo permanente y total la misión de evangelizar. Sin embargo, tengamos presente que «evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial» (Evangelii nuntiandi EN 60). En efecto, «si cada cual evangeliza en nombre de la Iglesia, que a su vez lo hace en virtud de un mandato del Señor, ningún evangelizador es el dueño absoluto de su acción evangelizadora, con un poder discrecional para cumplirla según los criterios y perspectivas individualistas, sino en comunión con la Iglesia y sus pastores».(Ib.)

«Existe, por tanto, un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la evangelización. Mientras dure este tiempo de la Iglesia, es ella la que tiene a su cargo la tarea de evangelizar» (Ib., 16). «Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» (Ib., 14) y «no hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios».(Ib., 22)

8. «Unxit me evangelizare pauperibus», proclama Jesús (Lc 4,18). Los evangelizadores deben dedicar una atención preferencial a los pobres. Pobres son también de algún modo quienes carecen del bien fundamental de la salud: una pastoral sanitaria bien organizada forma parte igualmente de la tarea evangelizadora. En América Latina, además, «los más pobres entre los pobres» son los indígenas y los afroamericanos (Cf. Puebla, 2605).A ellos la comunidad cristiana debe dedicar su más generosa ayuda.

Para evangelizar a los pobres, es necesario que la misma Iglesia, en sus estructuras y en sus planes organizativos, refleje un rostro pobre y sencillo, poniendo su confianza no tanto en la eficacia de los medios materiales, con los que nunca se podrá contar suficientemente, cuanto en la fuerza del Mensaje que es el de Jesús.

Con estas orientaciones y augurando copiosos frutos en vuestras tareas evangelizadoras, invoco sobre todos vosotros la constante protección de la Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización, a la vez que os imparto con afecto mi Bendición Apostólica.






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