Discursos 1995 55

55 4. Me complace saber que estáis preparando la celebración jubilar de año 2000, que ha de ser un momento de gracia y de mayor fervor en el camino de la Iglesia, especialmente en la perspectiva de la nueva evangelización. Estos años que faltan para el bimilenario del nacimiento de nuestro Redentor constituyen una ocasión privilegiada para reafirmar en las mentes y en los corazones la verdad de la fe, revitalizar las comunidades cristianas en el ejercicio de la caridad, examinar los métodos y adaptar los instrumentos pastorales que permitan a la Iglesia en Argentina continuar con renovado ardor la misión que se viene desarrollando desde los comienzos de la evangelización.

La primera fase de la preparación inmediata al Gran Jubileo se presenta como un tiempo propicio para examinar y apreciar debidamente el arraigo de los valores cristianos en la sociedad y los factores que inciden en la acción evangelizadora. En vuestra Patria, como en otras naciones de América Latina, la Iglesia “ha logrado impregnar la cultura del pueblo, ha sabido situar el mensaje evangélico en la base de su pensar, en sus principios fundamentales de vida, en sus criterios de juicio, en sus normas de acción” (Discurso inaugural de la IV Conferencia general del episcopado latinoamericano, n. 24, 12 de octubre de 1992).

Sin embargo, el ejercicio cotidiano de vuestro ministerio os hace conscientes de la aparición de “una crisis cultural de proporciones insospechadas” (ib. 21), que tiene sus manifestaciones en la difusión de un permisivismo contrario no sólo a las normas cristianas sino a la misma moral natural. En este sentido se difunde una mentalidad antinatalista y a veces una educación errada de la sexualidad; no faltan voces que propugnan que la ley autorice el grave crimen del aborto; se divisa el peligro de la manipulación genética en los medios de reproducción humana. En el ordenamiento educativo se insinúan también tendencias contrarias a la tradición cultural de la nación y, en otro orden de cosas, la corrupción y su impunidad corren el riesgo de generalizarse, con las lamentables secuelas de indiferencia social y escepticismo.

Por eso, en los últimos meses, individualmente o por medio de las competentes Comisiones de la Conferencia Episcopal, os habéis pronunciado con claridad y firmeza ante algunos de estos problemas referentes a la educación según las tradiciones culturales del País como a la moralidad pública, los cuales son objeto de debate e inducen a la confusión de los fieles. No ahorréis esfuerzos en el ejercicio de vuestro magisterio, puesto al servicio de la doctrina moral cristiana y de la auténtica dignidad del hombre (cf. Veritatis splendor
VS 114). Haciéndome eco de la exhortación paulina a Timoteo (cf. 2Tm 2Tm 4,2), os digo: ¡Continuad ofreciendo a vuestro pueblo ese valioso testimonio, sin que las incomprensiones o críticas os desanimen!

5. Otra preocupación vuestra, que coincide con un aspecto sobresaliente de la preparación y celebración del Gran Jubileo (cf. Tertio millennio adveniente TMA 51), es la grave situación económica que aflige a una considerable porción de la comunidad argentina y que tiene una de sus manifestaciones, como sucede también en otros Países, en el incremento del desempleo.

Es oportuno recordar que la situación social no mejora tan sólo aplicando medidas técnicas sino también y sobre todo promoviendo reformas con una base humana y moral, que tenga presente una consideración ética de la persona, de la familia y de la sociedad. Por ello, sólo una nueva propuesta de los valores morales fundamentales, como son la honestidad, la austeridad, la responsabilidad por el bien común, la solidaridad, el espíritu de sacrificio y la cultura del trabajo, en una tierra como la vuestra que la Providencia ha creado fértil y fecunda, puede asegurar un mejor desarrollo integral para todos los miembros de la comunidad nacional.

Vosotros habéis inculcado reiteradamente estos valores y habéis propuesto, ante la emergencia, instituir en favor de los más necesitados una Red de caridad, que consiste en “coordinar y potenciar la valiosa tarea que la Iglesia viene realizando en todas las comunidades a través de sus hijos” y en promover “la cooperación con otras instituciones empeñadas en el mismo propósito” (Comisión permanente de la Conferencia episcopal Argentina, Exhortación, 10 de agosto de 1995). Me complazco por esta iniciativa y confío que será un signo del amor misericordioso de Dios, encarnado en gestos de fraternidad cristiana y de solidaridad efectiva para con todos los que sufren. A través de vuestra presencia y de vuestra voz quiero estar muy cerca de todos ellos: los padres de familia que no encuentran trabajo, las madres angustiadas por las necesidades del hogar, los niños que no pueden recibir la alimentación o la educación adecuadas, los jóvenes a quienes amenaza la frustración de sus esperanzas, los ancianos, los jubilados y los enfermos. Dirijo también mi pensamiento agradecido a cuantos han respondido y responderán con generosidad a vuestro llamado y, mediante la oración y los gestos concretos de caridad, procuran paliar el sufrimiento de sus hermanos: su ofrenda no quedará sin recompensa, pues “Dios ama a los pobres y, por lo mismo, ama también a los que aman a los pobres; por eso nosotros tenemos la esperanza de que Dios nos ama, en atención a los pobres” (S. Vincentii a Paulo, Epistula 2, 546).

6. Al concluir este encuentro colectivo deseo expresaros mi gratitud por el trabajo incansable que desarrolláis en todos los ámbitos de la acción pastoral. Os aliento a continuar con renovada esperanza la tarea de conducir al Pueblo de Dios que tenéis confiado hacia la meta de la patria celestial mediante el ejercicio de vuestro ministerio apostólico, brindando también así un excelente servicio a la entera comunidad nacional. Transmitid también mi saludo afectuoso y mi bendición a todos vuestros fieles, especialmente a los que colaboran con mayor dedicación en la obra de la evangelización y a quienes sufren por cualquier causa y que, por ello, ocupan un lugar particular en el corazón del Papa.

7. Accediendo complacido a vuestra petición, voy a bendecir ahora una réplica de la venerada y querida imagen de Nuestra Señora de Luján, Patrona de Argentina, traída desde su Santuario y que mañana será entronizada solemnemente en la Iglesia Nacional Argentina de Roma. Al invocar su maternal protección, le pido que interceda por la santidad de todos los fieles, por el bienestar de las familias y la prosperidad de vuestro País en justicia y en paz, a la vez que imparto a todos de corazón mi Bendición Apostólica.










A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONGREGACIÓN


PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA


Martes 14 de noviembre de 1995




1. Me alegra saludaros a todos cordialmente y expresaros mi alegría por vuestra presencia, que manifiesta de modo singular la comunión que une la Sede apostólica con las Iglesias esparcidas en los diversos continentes. En particular, agradezco al señor cardenal Pío Laghi, prefecto de la Sagrada Congregación para la Educación Católica, las palabras que me ha dirigido con tanta cordialidad.

56 Este encuentro me ofrece la oportunidad de manifestaros a todos vosotros, miembros y oficiales de esta Congregación, mi estima y gratitud por vuestro trabajo, frecuentemente difícil y oculto, con el que expresáis la solicitud universal de la Santa Sede por la promoción de la educación católica.

2. La educación constituye, ciertamente, uno de los compromisos prioritarios de la Iglesia en este final de milenio, marcado por heridas dolorosas, pero también abierto a extraordinarias posibilidades. Es un tiempo de gracia, en el que el impulso de la evangelización tiene grandes oportunidades para penetrar en ambientes descristianizados o todavía no cristianos. El compromiso formativo a todos los niveles y, en particular, a nivel de seminarios, universidades y escuelas católicas es el presupuesto fundamental de esa obra. En efecto, la presencia de sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y laicas bien formados es un instrumento esencial para el anuncio, la acogida y el arraigo del Evangelio.

El llamamiento a esta prioridad educativa es una constante, que se ha recordado muchas veces durante estos últimos años en importantes asambleas episcopales. Por ejemplo, en el Sínodo de 1990, los padres, haciéndose eco de las indicaciones del decreto Optatam totius y de la primera Asamblea general del Sínodo de los obispos de 1967, pusieron de manifiesto la urgencia de una «preparación especial de los formadores (de los seminarios), que sea verdaderamente técnica, pedagógica, espiritual, humana y teológica» (Proposición 29). Además, muy oportunamente, la Congregación para la educación católica, respondiendo a esta exigencia, publicó las Directrices sobre la preparación de los formadores en los seminarios para «promover una pedagogía más dinámica, activa, abierta a la realidad de la vida y atenta a los procesos evolutivos de la persona, cada vez más diferenciados y complejos» (n. 10).

Después, en Santo Domingo, el año 1992, se reafirmó el papel central de la educación en el proceso de la nueva evangelización. Asimismo, la reciente Asamblea del Sínodo de los obispos sobre la vida consagrada invitó a los institutos religiosos a no abandonar este compromiso en las escuelas, convencidos de que la obra formativa es parte esencial de la promoción humana y evangélica. Por último, las celebraciones con ocasión del trigésimo aniversario de la declaración Gravissimum educationis y del decreto Optatam totius, constituyen un nuevo llamamiento, que no queremos desaprovechar, al carácter decisivo del compromiso educativo.

Pero para que este compromiso sea fructuoso, es necesario que los educadores conozcan bien su identidad y su misión y sigan la enseñanza de Jesús.

3. «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (
Jn 8,32). Esta expresión de Jesús, que nos refiere el evangelio de san Juan, representa un punto de referencia decisivo para trazar algunas perspectivas del misterio de la educación. En el versículo que acabamos de recordar, Jesús relaciona los dos elementos verdad y libertad— que el hombre, a menudo, no ha logrado coordinar bien. En efecto, puede observarse que, mientras que en el pasado prevaleció a veces una forma de verdad alejada de la libertad, hoy se asiste con frecuencia a un ejercicio de la libertad alejado de la verdad.

En cambio, una persona es libre —afirma Jesús— sólo cuando reconoce la verdad sobre sí misma. Naturalmente, esto requiere un camino lento, paciente y amoroso a través del cual es posible descubrir progresivamente el propio ser verdadero y el propio rostro auténtico.

Precisamente, a lo largo de este camino se inserta la figura del educador que, ayudando con rasgos paternos y maternos a reconocer la verdad sobre sí mismos, colabora en la conquista de la libertad, «Signo eminente de la imagen divina» (Gaudium et spes GS 17). En esta perspectiva, es tarea del educador, por una parte, testimoniar que la verdad sobre sí no se reduce a una proyección de las propias ideas y de las propias imágenes y, por otra, encaminar al discípulo hacia el estupendo y siempre sorprendente descubrimiento de la verdad que lo precede y sobre la que no tiene dominio.

Pero la verdad sobre nosotros está muy relacionada con el amor hacia nosotros. Sólo quien nos ama posee y conserva el misterio de nuestra verdadera imagen, incluso cuando se nos ha escapado de nuestras propias manos.

Sólo educa quien ama, porque sólo quien ama sabe decir la verdad que es el amor. Dios es el verdadero educador porque «Dios es amor».

Aquí está el núcleo, el centro fundamental de toda actividad educativa: colaborar en el descubrimiento de la verdadera imagen que el amor de Dios ha impreso indeleblemente en toda persona y que se conserva en el misterio de su amor. Educar significa reconocer en toda persona y pronunciar sobre toda persona la verdad que es Jesús, para que toda persona pueda llegar a ser libre. Libre de las esclavitudes que se le imponen, libre de las esclavitudes, aún más claras y tremendas, que ella misma se impone.

57 De este modo, resulta que el misterio de la educación está íntimamente relacionado con el misterio de la vocación, es decir, con el misterio del nombre con el que el Padre nos ha llamado y predestinado en Cristo aun antes de la creación del mundo.

4. Me agrada ver a la luz de esta enseñanza de Jesús todo el trabajo de vuestro dicasterio y el programa de estos días de asamblea plenaria.

El tema principal que habéis puesto en el orden del día ha sido el estudio de un primer borrador de Ratio fundamentalis institutionis diaconalis que, después de casi treinta años de la restauración del diaconado permanente, se presenta como valioso instrumento para armonizar, en el respeto de las legítimas diversidades, los programas educativos trazados por las Conferencias episcopales y por las diócesis.

5. Además de la formación inicial de los diáconos permanentes, la plenaria ha estudiado las actividades principales y las orientaciones generales de las cuatro oficinas de la Congregación. Los informes permiten descubrir la riqueza y la complejidad de los problemas que estáis llamados a afrontar.

La oficina Seminarios ha aceptado la invitación sugerida por los padres del Sínodo celebrado en 1990, y que volví a proponer en la Pastores dabo vobis (cf. n. 62), de recoger todas las informaciones sobre las experiencias realizadas sobre el período propedéutico. Me parece que ya está maduro el tiempo para comunicar a las Conferencias episcopales los datos recogidos hasta ahora. Además, he visto con satisfacción el gran esfuerzo realizado al proseguir las visitas apostólicas a los seminarios de derecho común y la aguda sensibilidad al brindar una orientación con vistas a solucionar algunos problemas importantes, como la creación de institutos para la formación de los formadores, el uso prudente de los test psicológicos para el discernimiento vocacional, la verificación de la propuesta formativa de los seminarios «Redemptoris Mater», la relación entre la necesaria unidad y la posible diversidad de las instituciones para la formación sacerdotal.

6. La oficina Universidades, después de haber publicado, en colaboración con el Consejo pontificio para los laicos y el Consejo pontificio para la cultura el documento Presencia de la Iglesia en la universidad y en la cultura universitaria, está proyectando ahora una Nota ilustrativa sobre la enseñanza teológica en las universidades católicas. Verdaderamente me parece importante que se promueva la enseñanza de la teología en todas las universidades católicas. Esto contribuirá a la búsqueda de una síntesis del saber, alimentará el diálogo entre fe y razón, y entre los cultivadores de las diferentes disciplinas, estimulará una reflexión capaz de captar las implicaciones teológicas, antropológicas y éticas de los propios métodos cognoscitivos y de las propias conquistas del saber (cf. Ex corde Ecclesiae, 19).

Además, deseo que se proceda a completar los estatutos de las universidades y de las facultades eclesiásticas y que las Conferencias episcopales redacten los Ordenamientos que apliquen la constitución apostólica Ex corde Ecclesiae. Por último, merece alentarse vivamente el esfuerzo de la Congregación por promover la pastoral universitaria que, sin lugar a dudas, constituye un inmenso campo de trabajo en el ámbito de la misión eclesial.

La oficina Escuelas, en estos años de profunda transformación cultural, está guiando eficazmente la obra educativa de las escuelas católicas, así como la formación religiosa de los jóvenes en las escuelas públicas. Además, está sosteniendo a los educadores católicos, llamados a afrontar los nuevos desafíos causados por la debilitación de la fuerza educativa de la familia y de la sociedad. Estoy seguro de que todos, impulsados por el carisma de los grandes santos educadores, sabrán responder con sensibilidad y clarividencia a las expectativas de las nuevas generaciones.

7. La Obra pontificia para las vocaciones está comprometida en la preparación del II Congreso continental sobre las vocaciones de especial consagración para Europa, que se celebrará en Roma en 1997. Esta iniciativa ya ha puesto en marcha, en los diversos países del continente, un intenso trabajo de verificación y de sensibilización de la pastoral vocacional. Tengo la viva esperanza de que este compromiso renovado promueva abundantes vocaciones nuevas para una Europa nueva. Recomiendo que, en el centro de toda actividad, se dé gran espacio a la oración, que sigue siendo el medio principal para obtener y acompañar las vocaciones.

En fin, la Comisión interdicasterial permanente para una distribución más equitativa de los sacerdotes en el mundo, que tiene su sede en vuestra Congregación, está recogiendo los datos de todas las diócesis y comunidades religiosas para poner en practica el intercambio de dones entre Iglesias hermanas. Espero que toda Iglesia dé de lo que tiene, incluso de su propia pobreza.

8. Al concluir este encuentro, deseo manifestaros nuevamente a todos mi agradecimiento. Vuestra obra es una valiosa colaboración en el ministerio de presidencia en la caridad, que es propio del Sucesor de Pedro.

58 Sabed que confío mucho en vuestra ayuda y que os acompaño constantemente con la oración. Y ahora me alegra impartiros a vosotros y, por medio de vosotros, a todos los seminarios e institutos de estudio, mi bendición.










A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA GENERAL


DE LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA



Lunes 20 de noviembre de 1995


: Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme con vosotros, ilustres miembros de la Academia pontificia para la vida reunidos por segunda vez en asamblea general, durante la cual pensáis realizar una primera profundización sobre la carta encíclica Evangelium vitae, para encontrar en ella inspiración y apoyo en vuestro empeño, así como las indicaciones concretas para vuestro trabajo futuro.

Saludo cordialmente al presidente de la Academia profesor Juan de Dios Vial Correa, a quien agradezco las amables palabras con las que ha expresado los sentimientos de todos los presentes. Además, dirijo un saludo especial al vicepresidente, monseñor Elio Sgreccia, a quien expreso mi afectuosa complacencia por su trabajo al servicio de la Academia. En fin, acojo con satisfacción a cada uno de vosotros, que prestáis vuestra cualificada colaboración a la noble causa de la defensa y promoción de la vida humana en todas sus fases.

2. En la encíclica Evangelium vitae se define explícitamente el papel de gran importancia científica, cultural y eclesial de vuestra Academia, instituida «con la misión de "estudiar, informar y formar acerca de los problemas principales de biomedicina y de derecho, referentes a la promoción y a la defensa de la vida, sobre todo en la relación directa que tienen con la moral cristiana y las directrices del magisterio de la Iglesia"» (n. 98).

Para este fin decidí que trabaje en estrecha relación con el Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios, colaborando con los dicasterios de la Curia romana comprometidos directamente al servicio de la vida, ante todo con la Congregación para la doctrina de la fe y el Consejo pontificio para la familia además de la Congregación para la educación católica (cf. motu proprio Vitae mysterium, 4; Estatuto, art. 1).

La Academia pontificia, insertada así con autonomía propia en las instituciones eclesiales, está llamada a convertirse en punto de referencia, en primer lugar, para los intelectuales católicos, a fin de alentarlos a «estar presentes activamente en los círculos privilegiados de elaboración cultural, en el mundo de la escuela y de la universidad, en los ambientes de investigación científica y técnica, en los puntos de creación artística y de la reflexión humanística» (Evangelium vitae EV 98). Así será posible iniciar un amplio diálogo de confrontación y propuesta que implique activamente a cuantos se preocupan por la defensa y promoción de la vida humana, incluso entre los creyentes de otras confesiones o religiones y entre los que, a pesar de no pertenecer a ninguna religión, manifiestan un aprecio sincero por los valores de la vida.

3. En este momento, la Academia con su organización interna, articulada en grupos de trabajo, está dando sus primeros pasos. Una vez completado el nombramiento de los miembros efectivos, según el número previsto por el Estatuto, y después de haber obtenido en las diversas partes del mundo la adhesión de miembros corresponsales y de cualificados centros de investigación científica y ética, será necesario desarrollar un intenso programa de estudio, de contactos y de publicaciones para divulgar los resultados alcanzados.

Por tanto, amadísimos hermanos y hermanas, os espera un amplio y estimulante campo de trabajo. Vuestra Academia, instituida siguiendo también la sugerencia e inspiración de su primer presidente, el profesor Jérôme Lejeune, hombre de grandes méritos científicos y de admirable testimonio cristiano, está llamada a trabajar en un momento particularmente importante para la orientación de la investigación biomédica y del desarrollo de las legislaciones sociales.

En efecto, las ciencias biomédicas están viviendo actualmente un momento de rápido y notable desarrollo, sobre todo en relación con las nuevas conquistas en los ámbitos de la genética, la fisiología de la reproducción y las ciencias neurológicas. Pero para que la investigación científica esté orientada al respeto de la dignidad de la persona y al apoyo de la vida humana, no es suficiente su validez científica según las leyes propias de toda disciplina. También debe cualificarse positivamente desde el punto de vista ético, y esto supone que sus esfuerzos estén encaminados desde el principio al verdadero bien del hombre entendido como persona individual y como comunidad.

4. Esto sucede cuando se trabaja para eliminar las causas de las enfermedades, poniendo en práctica una auténtica prevención; o cuando se buscan terapias cada vez más eficaces para curar enfermedades graves que todavía pueden truncar vidas humanas o perjudicar gravemente la salud de las poblaciones; o, en fin, cuando se ofrecen métodos y recursos para la rehabilitación de los pacientes en proceso de curación. La investigación científica en el ámbito biológico puede contribuir también a encontrar nuevos recursos útiles para eliminar o reducir la falta de productividad de tantas zonas de la tierra y contribuir válidamente a la lucha contra el hambre y la miseria.

59 La cualificación ética positiva de una investigación deberá brotar también de las garantías éticas ofrecidas en los experimentos, con respecto a los factores de riesgo y al necesario consentimiento de las personas implicadas. Y también deberá extenderse a la aplicación de los descubrimientos y de los resultados.

Esta integración de la investigación científica con las exigencias de la ética en el ámbito biomédico es una necesidad urgente de la época actual. Si pensamos que esta investigación hoy alcanza las estructuras más elementales y profundas de la vida, como los genes, y los momentos más delicados y decisivos de la existencia de un individuo humano, como el momento de la concepción y de la muerte, así como los mecanismos de transmisión de la herencia y las funciones cerebrales, nos damos cuenta de cuán urgente es ofrecer a los que trabajan en este campo la luz de la ética racional y de la revelación cristiana.

No podemos ignorar el peligro de que la ciencia sufra la tentación del poder demiúrgico, del interés económico y de las ideologías utilitaristas. Pero, en cualquier caso, deberá ofrecerse el apoyo de la ética, respetando el estatuto epistemológico autónomo de toda ciencia.

5. En la constitución Gaudium et spes se afirma claramente el respeto de la Iglesia por la autonomía de las ciencias humanas en su campo específico (cf. n. 59). Sin embargo, esto no quita, al contrario, exige que en el análisis de los problemas y en la búsqueda de las soluciones se tenga presente el bien del hombre que hay que promover y tutelar, y se inserte en una antropología que, abarcando todas las dimensiones de la persona, dé sentido al destino de la sociedad y de la historia humana.

La necesidad de una antropología que respete los valores humanos y esté abierta a la trascendencia es evidente y urgente, también en relación con el pluralismo ético que pone en peligro la universalidad de los valores éticos fundamentales. En efecto, no todos los planteamientos éticos son compatibles con la visión integral del hombre y con la propuesta cristiana acerca del valor de la vida y de la persona humana, como he recordado en la encíclica Veritatis splendor (cf. nn. 74-75).

A la luz de estas consideraciones se comprende cuán importante es la tarea confiada a la Academia para la vida, llamada a favorecer el encuentro y la colaboración entre las ciencias biomédicas y las disciplinas ético-filosóficas y teológicas, a fin de prestar un mejor servicio a la vida del hombre, tan gravemente amenazada hoy. La composición armoniosa de la visión y de los resultados de las ciencias positivas con los valores éticos y los horizontes de la antropología filosófica y teológica constituye una urgencia primaria en el umbral del nuevo milenio.

6. Análoga y decisiva importancia tiene el otro ámbito de problemas inscrito en las finalidades de la misma Academia: el del derecho. En el mundo se han aprobado legislaciones que contienen elementos que no van de acuerdo con las exigencias y los valores fundamentales del hombre. En particular, pienso en la legalización del aborto y de la eutanasia. En la encíclica Evangelium vitae he reafirmado que esas leyes son injustas, nocivas para el bien del hombre y de la sociedad, y capaces de alterar los mismos conceptos de ley y de democracia (cf. nn. 11 y 68-72).

El futuro próximo permite prever nuevos pronunciamientos legislativos acerca de las intervenciones del hombre sobre su misma vida, sobre la corporeidad y sobre el ambiente. Asistimos al nacimiento del bioderecho y de la biopolítica. Hoy es más importante que nunca que nos comprometamos para lograr que este camino se haga realidad en el respeto a la naturaleza del hombre, cuyas exigencias expresa la ley natural.

Por tanto, os exhorto a trabajar para que llegue pronto el momento en el que las ciencias positivas y las ciencias humanas y jurídicas se encuentren a fin de ofrecer garantías para el futuro de la humanidad.

7. A los creyentes comprometidos en la reflexión filosófico-jurídica y en la acción legislativa se les pide una preparación verdaderamente seria en su campo. La Academia para la vida, que debe estudiar «las legislaciones urgentes en los diferentes países, las orientaciones de política sanitaria y las principales corrientes de pensamiento que influyen en la cultura contemporánea de la vida» (Estatuto, art. 2, b), podrá dar útilmente su propia contribución en esta dirección, también gracias a la más exacta definición de la metodología de trabajo y de los propios instrumentos operativos.

Muchas esperanzas depositaba en vuestra Academia su animador y primer presidente, el profesor Lejeune, que dedicó su vida a promover la armonía entre las ciencias y la fe en favor de la humanidad, especialmente de los enfermos.

60 Además de manifestaros mi estima por el trabajo desarrollado hasta ahora en esta primera fase de actividad de la Academia, deseo confiaros de modo particular la encíclica Evangelium vitae. Profundizadla en sus contenidos específicos y en su mensaje de fondo, dadla a conocer dentro y fuera de la Iglesia, testimoniando sus valores en vuestro compromiso científico.

Con estos deseos, mientras invoco sobre todos vosotros y sobre vuestro trabajo la constante asistencia del Señor de la vida, os imparto de corazón a cada uno y a vuestros colaboradores la bendición apostólica.










A LA ASAMBLEA PLENARIA


DE LA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE



Viernes 24 de noviembre de 1995




Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

1. Ante todo, deseo expresaros la alegría de poder encontrarme con vosotros al término de vuestra asamblea plenaria. Ésta es una ocasión propicia para manifestaros mi reconocimiento. Vuestro trabajo, en muchos aspectos difícil y comprometedor, es de importancia fundamental para la vida cristiana, pues busca la promoción y la defensa de la integridad y de la pureza de la fe, condiciones esenciales para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo puedan encontrar la luz que les permita entrar en el camino de la salvación.

Agradezco al señor cardenal Joseph Ratzinger los sentimientos expresados en sus palabras y la exposición del trabajo desarrollado durante la plenaria, dedicada en particular al problema de la aceptación de los pronunciamientos del Magisterio eclesiástico.

2. El diálogo constante con los pastores y los teólogos de todo el mundo os permite estar atentos a las exigencias de comprensión y de profundización de la doctrina de la fe, de las que la teología se hace intérprete, y al mismo tiempo os ilumina sobre las iniciativas útiles para favorecer y fortalecer la unidad de la fe y la función de guía del Magisterio en la comprensión de la verdad y en la edificación de la comunión eclesial en la caridad.

La unidad de la fe, en función de la cual el Magisterio tiene la autoridad y la potestad deliberativa última en la interpretación de la palabra de Dios escrita y transmitida, es valor primario que, si se respeta, no ahoga la investigación teológica, sino que le confiere un fundamento estable. En su tarea de explicitar el contenido inteligible de la fe, la teología expresa la orientación intrínseca de la inteligencia humana hacia la verdad y la exigencia insuprimible del creyente de explorar racionalmente el misterio revelado.

Para alcanzar esa finalidad, la teología jamás puede reducirse a la reflexión privada de un teólogo o de un grupo de teólogos. El ambiente vital del teólogo es la Iglesia, y la teología, para permanecer fiel a su identidad, no puede menos de participar íntimamente en el entramado de la vida de la Iglesia, de su doctrina, de su santidad y de su oración.

3. En este contexto, resulta plenamente comprensible y perfectamente coherente con la lógica de la fe cristiana la persuasión de que la teología tiene necesidad de la palabra viva y clarificadora del Magisterio. El significado del Magisterio de la Iglesia ha de considerarse en orden a la verdad de la doctrina cristiana. Esto es lo que vuestra Congregación ha expuesto y precisado muy bien en la instrucción Donum veritatis a propósito de la vocación eclesial del teólogo.

El hecho de que el desarrollo dogmático, coronado con la definición solemne del concilio Vaticano I, haya subrayado el carisma de la infalibilidad del Magisterio, aclarando sus condiciones de actuación, no debe llevar a considerar el Magisterio sólo desde este punto de vista. En efecto, su potestad y su autoridad son la potestad y la autoridad de la verdad cristiana, de la que da testimonio. El Magisterio, que ejerce su autoridad en nombre de Jesucristo (cf. Dei Verbum DV 10), es un órgano al servicio de la verdad, al que corresponde hacer que no deje de ser transmitida fielmente a lo largo de la historia humana.

61 4. Hoy debemos constatar una difundida incomprensión del significado y de la función del Magisterio de la Iglesia. Ésta es la causa de las críticas y de las contestaciones con respecto a los pronunciamientos, como habéis comprobado especialmente a propósito de las reacciones de muchos ambientes teológicos y eclesiásticos con respecto a los más recientes documentos del Magisterio pontificio: las encíclicas Veritatis splendor, sobre los principios de la doctrina y de la vida moral, y Evangelium vitae, sobre el valor y la inviolabilidad de la vida humana; la carta apostólica Ordinatio sacerdotalis, sobre la imposibilidad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres; y, además, con respecto a la Carta de la Congregación para la doctrina de la fe sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar.

A este propósito, ciertamente, es necesario distinguir la actitud de los teólogos que, con espíritu de colaboración y de comunión eclesial, presentan sus dificultades y sus interrogantes, contribuyendo de este modo positivamente a la maduración de la reflexión sobre el depósito de la fe, y la actitud pública de oposición al Magisterio, que se califica como «disentimiento»; éste tiende a instituir una especie de anti-magisterio, presentando a los creyentes posiciones y modalidades alternativas de comportamiento. La pluralidad de las culturas y de las orientaciones y sistemas teológicos es legítima sólo si se presupone la unidad de la fe en su significado objetivo. La misma libertad propia de la investigación teológica jamás es libertad con respecto a la verdad, sino que se justifica y se realiza al cumplir la persona con la obligación moral de obedecer a la verdad, propuesta por la Revelación y acogida en virtud de la fe.

5. Al mismo tiempo, como justamente habéis considerado en vuestra asamblea, hoy es necesario favorecer un clima de aceptación y acogida positiva de los documentos del Magisterio, prestando atención al estilo y al lenguaje, de manera que se armonice la solidez y la claridad de la doctrina con la preocupación pastoral de utilizar formas de comunicación y modalidades de expresión incisivas y eficaces para la conciencia del hombre contemporáneo.

Sin embargo, no es posible dejar de mencionar uno de los aspectos decisivos que causan el malestar y la inquietud de algunos sectores del mundo eclesiástico: se trata del modo de concebir la autoridad. En el caso del Magisterio, la autoridad no sólo se ejerce cuando interviene el carisma de la infalibilidad; su ejercicio tiene un ámbito más vasto, tal como lo requiere la conveniente conservación del depósito revelado.

Para una comunidad que se funda esencialmente en la adhesión compartida a la palabra de Dios y en la consiguiente certidumbre de vivir en la verdad, la autoridad en la determinación de los contenidos en los que hay que creer y profesar es algo a lo que no se puede renunciar. Que la autoridad incluya grados diversos de enseñanza ha sido afirmado claramente en los dos recientes documentos de la Congregación para la doctrina de la fe: la Professio fidei y la instrucción Donum veritatis. Esta jerarquía de grados no se debería considerar un impedimento, sino un estímulo para la teología.

6. Con todo, esto no autoriza a considerar que los pronunciamientos y las decisiones doctrinales del Magisterio sólo requieran un asentimiento irrevocable cuando los enuncia con un juicio solemne o con un acto definitivo, y que, en consecuencia, en todos los demás casos cuenten sólo las argumentaciones o las motivaciones presentadas.

En las encíclicas Veritatis splendor y Evangelium vitae, así como en la carta apostólica Ordinatio sacerdotalis, he querido volver a proponer la doctrina constante de la fe de la Iglesia, con un acto de confirmación de verdades claramente atestiguadas por la Escritura, la Tradición apostólica y la enseñanza unánime de los pastores. Estas declaraciones, en virtud de la autoridad transmitida al Sucesor de Pedro de "confirmar a los hermanos" (
Lc 22,32), expresan, por tanto, la común certidumbre presente en la vida y en la enseñanza de la Iglesia.

Así pues, parece urgente recuperar el concepto auténtico de autoridad, no sólo desde el punto de vista formal y jurídico, sino más profundamente como instancia de garantía, de custodia y de guía de la comunidad cristiana, en la fidelidad y continuidad de la Tradición, para hacer posible a los creyentes el contacto con la predicación de los Apóstoles y con la fuente de la realidad cristiana.

7. Al alegrarme con vosotros, amadísimos hermanos en Cristo, por el intenso, diligente y valioso ministerio que desempeñáis al servicio de la Sede apostólica y en favor de la Iglesia entera, os aliento a proseguir con firmeza y confianza en la tarea que se os ha confiado, para contribuir así a introducir y conservar a todos en la libertad de la verdad.

Con estos sentimientos os imparto de corazón mi bendición a todos vosotros, como prenda de afecto y de gratitud.










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