Discursos 1994 15


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE NICARAGUA EN VISITA «AD LIMINA»

Viernes 18 de febrero de 1994



Venerables hermanos en el episcopado:

16 1. Os doy mi más cordial bienvenida a este encuentro con el que culmina vuestra visita “ ad limina Apostolorum ”, que me permite renovaros la expresión de mi profundo afecto, que extiendo de corazón a los queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles de vuestras respectivas diócesis. Con esta venida a Roma, centro de la catolicidad, queréis poner aún más de manifiesto la íntima comunión en la fe y en la caridad con la Sede Apostólica. Por ello, con palabras de san Pablo, “doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, por el favor que os ha concedido mediante Cristo Jesús, pues en Él habéis sido enriquecidos en todo...” (1Co 1,4-5).

Tras agradecer vivamente las amables palabras que, en nombre de todos, ha tenido a bien dirigirme el Señor Cardenal Miguel Obando Bravo, Arzobispo de Managua y Presidente de la Conferencia Episcopal, deseo expresar mi aprecio por vuestra voluntad y esfuerzo en mantener y acrecentar vuestra unión como Pastores de la Iglesia en Nicaragua; bien sabéis la importancia de este testimonio que edifica al Pueblo de Dios y que ha de surgir de motivaciones profundas y sobrenaturales. La plegaria del Señor “que todos sean uno” (Jn 17,21) ha de hacerse vida en vuestros presbiterios, en las comunidades religiosas, parroquias y movimientos apostólicos.

Los coloquios personales con cada uno de vosotros, junto con las relaciones quinquenales, me han servido para acercarme con mayor conocimiento a la realidad de la Iglesia nicaragüense, con sus luces y sombras, pero siempre animada por el celo pastoral para conseguir en vuestras comunidades una profunda renovación de toda la vida cristiana, siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II. Movido por mi deseo de confirmar vuestros esfuerzos y alentar vuestras tareas, he aquí algunas reflexiones sobre temas que vosotros mismos, como Pastores de la Iglesia, habéis compartido conmigo y que forman parte de los objetivos prioritarios del ministerio episcopal.

2. La IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que tuvo lugar en Santo Domingo, ha puesto particularmente de relieve los graves desafíos pastorales de nuestro tiempo y “ha querido perfilar las líneas fundamentales de un nuevo impulso evangelizador que ponga a Cristo en el corazón y la vida de todos los latinoamericanos. Ésta es nuestra tarea: hacer que la verdad sobre Cristo, la Iglesia y el hombre penetre cada vez más profundamente en todos los estratos de la sociedad en búsqueda de su progresiva transformación” (Patrum IV Confer. Gen. Episc. Americae Latinae, Nuntius ad gentes Americae Latinae, 3). Y ésta es la meta que también vosotros, queridos Hermanos, os habéis propuesto, haciendo propias las Conclusiones de la Asamblea de Santo Domingo. Tal y no otro ha de ser vuestro objetivo, pues la Iglesia está llamada a iluminar, desde el Evangelio, todos los ámbitos de la vida del hombre y de la sociedad. Y ha de hacerlo desde su fin propio, que “es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa –enseña el Concilio Vaticano II– derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina” (Gaudium et spes GS 42). En efecto, la Iglesia, por su vocación de servicio al hombre en todas sus dimensiones, alienta todo aquello que pueda favorecer el bien común de la sociedad y se esfuerza por ser siempre “signo y salvaguardia del carácter transcendente de la persona humana” (Ibíd., 76). Por eso, como pone de relieve el mismo documento conciliar, “la Iglesia... por razón de su misión y de su competencia, no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno” (Ibíd.). Sin embargo, ella tiene que iluminar también las realidades temporales con los valores y criterios del Evangelio (cf. Ibíd.).

3. En las actuales circunstancias por las que atraviesa vuestro país es preciso dedicar gran atención a la formación de los laicos, abriéndoles caminos para que colaboren más intensamente en la vida y misión de la Iglesia. A ellos les corresponde “impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico” (Apostolicam actuositatem AA 5), ejerciendo “su apostolado en el mundo a manera de fermento” (Ibíd., 2).

Su vocación cristiana debe impulsar a los laicos a vivir en medio de las realidades temporales como constructores de paz y armonía, y como decididos colaboradores en el bien común. Ellos han de promover la justicia y la solidaridad en el terreno de sus responsabilidades concretas: en la actividad económica, en la acción sindical o política, en el campo educativo y cultural, en los medios de comunicación social, en las familias, asociaciones, instancias públicas; en una palabra, en los múltiples campos de la actividad humana.

4. Mirando la realidad de Nicaragua, es motivo de preocupación los antagonismos que persisten en el panorama social y que ponen en entredicho la convivencia pacífica y solidaria entre todos los nicaragüenses. A pesar de las tensiones y diferencias, toca a vosotros, Pastores de la Iglesia, ser siempre los primeros “signos e instrumentos de comunión”, como el Concilio Vaticano II os recomienda (Lumen gentium LG 4), para que el “ministerio de reconciliación que os fue confiado” (2Co 5,18) sea capaz de vencer la dialéctica de los enfrentamientos en favor de la civilización del amor (cf. Gaudium et spes GS 73).

Bien sabéis cómo la Sede Apostólica ve con aprecio y esperanza todas las iniciativas encaminadas a superar las divisiones y a fomentar el diálogo y un mayor entendimiento, que puedan satisfacer las legítimas aspiraciones de justicia y libertad de todos los ciudadanos. Movido por mi solicitud de Pastor, en esta circunstancia, deseo dirigir un apremiante llamado para que todos, líderes políticos y sindicales, empresarios y trabajadores, hombres de cultura y de ciencia, padres y madres de familia, se unan en la construcción de una sociedad más justa, fraterna y responsable; una sociedad en la que sean superadas las descalificaciones y enfrentamientos; una sociedad en la que se consolide el proceso democrático y se instauren verdaderas condiciones de justicia y de paz a las que aspira y tiene derecho el pueblo de Nicaragua.

A este respecto, es de particular importancia fomentar y poner en práctica la doctrina social de la Iglesia, la cual “forma parte de la misión evangelizadora” (Sollicitudo rei socialis SRS 41) y tiene el valor de ser también “instrumento de evangelización” (Centesimus annus CA 54), porque ilumina la vivencia concreta de la fe cristiana. Como he señalado en la encíclica Redemptoris Missio, “con el mensaje evangélico la Iglesia ofrece una fuerza liberadora y promotora del desarrollo precisamente porque lleva a la conversión del corazón y de la mentalidad; ayuda a reconocer la dignidad de cada persona; dispone a la solidaridad, al compromiso, al servicio de los hermanos” (n. 59), “salvando siempre la prioridad de las realidades transcendentes y espirituales, que son premisas de la salvación escatológica” (Ibíd., 20).

5. Pero sabéis bien, amados Hermanos, que para poder dar un testimonio claro y convincente de la propia fe en medio de la sociedad, es presupuesto indispensable que Jesucristo sea el centro y la fuente de donde el cristiano reciba gracia e inspiración para hacer vida la ley del amor. Cristo es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6).

La nueva evangelización necesita, ante todo, testigos, es decir, personas que hayan experimentado la transformación real de su existencia por la fe en Jesucristo y sean capaces de transmitir esa experiencia a otros. La nueva evangelización ha de tener como primer objetivo el hacer vida el ideal de santidad. Por ello, primera tarea del Obispo es hacer fructificar la gracia de Dios para que resplandezca la santidad. Como “moderadores, promotores y custodios de toda la vida litúrgica” (Christus Dominus CD 15) en las comunidades eclesiales que os han sido confiadas, habéis de velar para que se observen diligentemente las normas y directrices relacionadas con su celebración. Una equivocada interpretación de la espontaneidad no debe llevar a que se altere el sentido de las acciones litúrgicas y, en concreto, de la Santa Misa.

17 6. En este “Año de la Familia”, os invito a intensificar vuestros desvelos apostólicos en favor de la familia en Nicaragua. Como pone de relieve la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, “la Iglesia anuncia con alegría y convicción la Buena Nueva sobre la familia en la cual se fragua el futuro de la humanidad y se concreta la frontera decisiva de la nueva evangelización. Así lo proclamamos aquí, en América Latina y el Caribe, en un momento histórico en el que la familia es víctima de muchas fuerzas que tratan de destruirla o deformarla” (Conclusiones, 210). En efecto, son muchos los factores que, también en vuestro país, han contribuido y contribuyen a debilitar los valores humanos y cristianos que han de sostener la vida del hogar. No se os oculta que los divorcios, abortos, campañas anticoncepcionales –en contraposición a la verdadera paternidad responsable (cf. Gaudium et spes GS 50-51)–, uniones consensuales libres y la mentalidad “ laicista ”, puntualmente fomentada por ciertos medios de comunicación social, son otras tantas causas que afectan seriamente a los principios morales, y no sólo en las conciencias de los individuos sino también en el orden social.

Se hace, pues, apremiante la necesidad de intensificar en los cristianos la formación religiosa. Vosotros mismos no habéis dejado de manifestar abiertamente vuestra preocupación ante las actitudes secularizadoras que promueven ciertas ideologías, que ponen en entredicho los valores irrenunciables de la fe de vuestro pueblo y que pretenden arrinconar el mensaje evangélico o vaciarlo de sus contenidos espirituales y transcendentes. Por todo ello, una profunda formación religiosa de los cristianos, y en particular de los niños y de los jóvenes, ha de ser un objetivo prioritario en la acción evangelizadora en Nicaragua, para lo cual contáis, como precioso instrumento, con el “Catecismo de la Iglesia Católica”.

7. En los sacerdotes hallaréis los próvidos cooperadores de vuestro ministerio episcopal (cf. Lumen gentium LG 28) para la realización de esta tarea apostólica, que ha de encontrar en la catequesis a todos los niveles, la pastoral litúrgica, los sacramentos de la iniciación cristiana, la preparación al sacramento del matrimonio, la celebración de la Eucaristía en el día del Señor, otros tantos elementos esenciales para llevar a todos el mensaje de salvación eterna que viene de Jesucristo.

Por otra parte, al sacerdote se le pide una adecuada preparación doctrinal, espiritual y pastoral, que ha de reflejar siempre el mensaje íntegro de Jesús, respondiendo a las exigencias de nuestro tiempo. Esto será posible si el pastor de almas está unido a Dios mediante una intensa vida espiritual, alimentada con la oración asidua, la acogida de la Palabra de Dios y la celebración de sus misterios, para ser así testimonio vivo de caridad y entrega generosa a la comunidad a la que sirve.

En estrecha relación con la vida de los presbíteros está la problemática concerniente a las vocaciones sacerdotales y religiosas, que, según me consta, son objeto de vuestra paternal solicitud por la trascendencia que esto tiene para el presente y el futuro de la Iglesia en Nicaragua. En efecto, sin las suficientes vocaciones toda la acción evangelizadora se vería seriamente comprometida, especialmente en nuestros días, en que sectas fundamentalistas y nuevos grupos religiosos llevan a cabo una agresiva campaña proselitista, sembrando la confusión entre los fieles y diluyendo la coherencia y unidad del mensaje evangélico.

8. Por eso, el Seminario, como afirma el Concilio Vaticano II, ha de ser “el corazón de la diócesis” (Optatam totius OT 5). Dedicad, pues, sacerdotes debidamente preparados para la importante obra de formación de los futuros presbíteros. Como señala un reciente documento de la Congregación para la Educación Católica, “el formador que vive de la fe educa más por lo que es que por lo que dice. Su fe se traduce en un coherente testimonio de vida sacerdotal, animada por el celo apostólico y un vivo sentido misionero” (Directrices sobre la preparación de los formadores de los Seminarios, 27). Procurad, pues, que los formadores y profesores de vuestros Seminarios y de las casas de formación sean ejemplarmente fieles a las normas establecidas por la Santa Sede, a fin de que la riqueza doctrinal, el espíritu de servicio eclesial y el celo por la salvación de las almas preparen adecuadamente a los seminaristas para ser un día “ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1Co 4,1). Los centros de formación de los candidatos al sacerdocio han de ser modelos de preparación integral de la persona, con una sólida base espiritual, moral e intelectual; con una adecuada disciplina y espíritu de sacrificio. Sólo así podrá responderse a las necesidades de las comunidades eclesiales de Nicaragua, que esperan que sus sacerdotes sean, ante todo, maestros en la fe y testigos del amor a Dios y al prójimo.

9. Por vuestra parte, atended con solicitud a los sacerdotes, unidos a vosotros “en el honor del sacerdocio” (Lumen gentium LG 28), viviendo con ellos en amistad y fraternidad, ayudándoles a desempeñar, con gozo y fidelidad, el ministerio que han recibido de Cristo en favor de los hombres. Animad con vuestra palabra y vuestro ejemplo a todos los miembros de la comunidad cristiana, religiosos y seglares, para que sientan la alegría de formar parte del Pueblo de Dios, germen de unidad, de esperanza y salvación para toda la sociedad.

Quiero concluir este coloquio fraterno pidiéndoos que llevéis mi saludo afectuoso a todos los miembros de vuestras Iglesias particulares: a los sacerdotes, religiosos, religiosas; a los catequistas y cristianos comprometidos en el apostolado; a los jóvenes y padres; a los ancianos, a los enfermos y a los que sufren. De manera especial, decid a vuestros sacerdotes, personas consagradas, demás agentes de pastoral y seminaristas, que el Papa les agradece sus trabajos por el Señor y por la causa del Evangelio y que espera y tiene confianza en su fidelidad.

Al agradeceros, en el nombre del Señor Jesús, la entrega y solicitud pastoral por la grey que se os ha sido confiada, os encomiendo a vosotros, así como a vuestras comunidades eclesiales a la maternal intercesión de la Santísima Virgen, a la que el querido pueblo nicaragüense invoca como la “Purísima”, mientras os imparto con gran afecto una especial Bendición Apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE COSTA RICA EN VISITA «AD LIMINA»

Sábado 19 de febrero de 1994



Queridos hermanos en el episcopado:

18 1. Con profundo afecto deseo expresaros, una vez más, mi cordial bienvenida a este encuentro, en el marco de la visita “ad limina”, y os saludo entrañablemente con las palabras del Apóstol: “Gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rm 1,7).

Vuestra venida a Roma, centro de la catolicidad, obedece a la antigua tradición de venerar los sepulcros de san Pedro y san Pablo, y con ello deseáis manifestar la profunda comunión entre vuestras Iglesias particulares y la Sede Apostólica. La unidad de los Obispos con el Sucesor de Pedro, basada en las promesas de Cristo, es garantía de que las comunidades eclesiales están cimentadas sobre roca firme (Mt 7,24-27).

Agradezco vivamente las amables palabras de Monseñor Román Arrieta Villalobos, Arzobispo de San José y Presidente de la Conferencia Episcopal, con las que ha querido expresar, en nombre vuestro y de la Iglesia en Costa Rica, los sentimientos de fe y de caridad eclesial que os unen al Sucesor de Pedro. Deseo agradecer también a todos las detalladas informaciones que me habéis ofrecido, tanto en las Relaciones quinquenales como durante los coloquios personales, lo cual me ha permitido conocer mejor la vitalidad de vuestras comunidades eclesiales así como los sectores del Pueblo de Dios que requieren una especial dedicación pastoral.

2. Me uno a vosotros en vuestra acción de gracias por los abundantes frutos con que el Señor ha bendecido a vuestras diócesis desde la última visita “ ad limina ” en 1989. En efecto, el aumento de vocaciones y de ordenaciones sacerdotales, la mayor participación de los laicos en las tareas eclesiales, la fecunda labor de numerosos catequistas en la formación cristiana de los niños y jóvenes, el resurgir de los movimientos apostólicos, son otros tantos motivos de satisfacción por los objetivos alcanzados en el vasto campo de la nueva evangelización en Costa Rica.

Pero las metas conseguidas han de ser estímulo para un empeño en el ministerio apostólico cada vez más decidido y generoso. Vosotros, mejor que nadie, conocéis bien el largo camino que todavía queda por recorrer y los arduos problemas que vuestras comunidades eclesiales deben afrontar cada día.

3. La obra de evangelización exige por parte de todos un esfuerzo renovado y constante, especialmente ante los retos del mundo actual, como son las tendencias secularizantes, el indiferentismo religioso y la crisis de valores, que constatamos en la realidad social y que afectan a la conciencia individual y colectiva, también en los Países de larga tradición cristiana.

A vosotros –como habéis reiterado, junto con los demás Episcopados latinoamericanos– os corresponde la tarea de impulsar la Nueva Evangelización: “Ésta es nuestra tarea: hacer que la verdad sobre Cristo, la Iglesia y el hombre penetre más profundamente en todos los estratos de la sociedad en búsqueda de su progresiva transformación” (Patrum IV Confer. Gen. Episc. Americae Latinae, Nuntius ad gentes Americae Latinae, 3). Vuestra acción pastoral, por estar destinada a “impulsar y defender la unidad de la fe y la disciplina común de toda la Iglesia” (Lumen gentium LG 23), es de particular importancia para afianzar la unidad y comunión en el seno de vuestra Conferencia Episcopal, para aunar esfuerzos y conseguir que la obra evangelizadora manifieste con mayor claridad que hay “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos” (Ep 4,5). Por eso, para que no se produzcan desviaciones o confusión entre los fieles, es necesario preservar la unidad de la fe y la fidelidad al Magisterio.

4. En el ejercicio de vuestro ministerio, “para perpetuar la obra de Cristo, Pastor eterno” (Christus Dominus CD 2), contáis en primer lugar con los sacerdotes, a los que el Concilio Vaticano II llama “colaboradores diligentes de los Obispos” (Lumen gentium LG 28). Estad, pues, muy cerca de ellos, “dispuestos a escucharlos y a tratarlos con confianza” (Christus Dominus CD 16), a través de una mayor relación personal y con auténtica amistad sacerdotal, como Jesús, el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y da su vida por ellas. Preocupaos de “su situación espiritual, intelectual y material, para que puedan vivir santa y religiosamente y puedan realizar su ministerio con fidelidad y fruto” (Ibíd.). Estad seguros de que el bienestar humano y espiritual de los sacerdotes se reflejará positivamente en la vida de las comunidades cristianas. Procurad fomentar diversas formas de relación y convivencia fraterna entre ellos. De esta manera, podrán afrontar con mayor confianza las dificultades cotidianas y vivir con mayor fidelidad y gozo su vocación sacerdotal, configurándose con Cristo, obediente, pobre y casto.

En las diferentes actividades de su ministerio, los sacerdotes deben tener muy presente que los fieles tienen derecho a que se les enseñe el contenido integral de la Revelación y la doctrina de la Iglesia, evitando cuidadosamente relecturas subjetivas del mensaje cristiano, ambigüedades engañosas o silencios sospechosos que pueden suscitar desorientación y amenazar la pureza de la fe. Estos criterios han de ser observados también por aquellos presbíteros que hablan en nombre de la Iglesia en los medios de comunicación social.

El mismo esmero tienen que poner los sacerdotes en las celebraciones litúrgicas y en su acción ministerial. El presbítero es el hombre de la caridad, es el buen pastor, a imagen de Cristo que ama a sus ovejas y da su vida por ellas (cf. Jn Jn 11-15). Como Cristo, tiene que ser “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29), dejando de lado todo espíritu de dominio y ambición personal, para seguir el ejemplo del “Hijo del hombre” que no “ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Ibíd., 10, 45).

5. Corazón de la diócesis debe ser el Seminario, centro de formación de los futuros sacerdotes. Estad, pues, muy cerca de los alumnos de vuestro Seminario Central, tratando y formando a cada uno con amor de padre, según el ejemplo de Jesús, que instruía y formaba a sus discípulos. Dedicad a vuestro Seminario a los sacerdotes mejor preparados en ciencia, experiencia y, ante todo, con acrisolada virtud, de tal manera que, con sus enseñanzas y con el testimonio de su vida sacerdotal intachable, sean valiosos colaboradores del don de la vocación sacerdotal que el Señor ha puesto en el corazón de muchos jóvenes costarricenses.

19 En mi Exhortación Apostólica postsinodal Pastores dabo vobis he propuesto pautas para una sólida formación de los futuros sacerdotes a nivel espiritual, intelectual y humano, poniendo también especial énfasis en una adecuada formación afectiva de los seminaristas, para que acojan el celibato sacerdotal no tanto como una obligación, sino sobre todo como un don de Dios y un llamado a seguir más de cerca a Cristo, Sacerdote eterno. “Ciertamente es una gracia que no dispensa de la respuesta consciente y libre por parte de quien la recibe, sino que la exige con una fuerza especial. Este carisma del Espíritu lleva consigo también la gracia para que el que lo recibe permanezca fiel durante toda su vida y cumpla con generosidad y alegría los compromisos correspondientes” (Pastores dabo vobis PDV 50).

6. He visto con agrado que la presencia apostólica de los religiosos y religiosas en la vida de la Iglesia en Costa Rica se ha acrecentado, tanto en número como en calidad, gracias al aumento de vocaciones. Este florecimiento vocacional tiene que ir acompañado por una profunda e intensa formación espiritual y académica en los noviciados y centros de estudio, y abierta siempre a las exigencias de la Iglesia y de la sociedad de hoy.

Es también motivo de satisfacción constatar el clima de entendimiento y más intensa colaboración entre los Obispos y las Conferencias de los Superiores y de las Superioras Mayores de Costa Rica. Aliento, pues, a los Institutos religiosos a mantenerse fieles a los carismas de sus Fundadores y a extremar su disponibilidad y espíritu de comunión con los Obispos, siguiendo sus directrices doctrinales y pastorales, conscientes de que todo ello dará renovada fuerza a su testimonio de personas consagradas y redundará en una mayor eficacia de sus trabajos apostólicos. Pienso con particular solicitud en los religiosos y religiosas dedicados generosamente a tantas obras de la Iglesia en el campo de la enseñanza, asistencia social y atención a los pobres, enfermos y marginados. Me siento particularmente cercano a aquellos que, con espíritu de verdadera abnegación, dedican su tiempo y energías a la atención humana y espiritual de las diversas comunidades indígenas del país.

7. Una realidad alentadora en la Iglesia de Costa Rica es la existencia de muchos laicos comprometidos y de diversos grupos y movimientos apostólicos. Sin duda el Espíritu Santo suscita los carismas, pero toca a los Pastores discernirlos para que colaboren efectivamente en la construcción de la comunión eclesial. Entre esos movimientos destacan los que trabajan en la pastoral familiar. Su testimonio y compromiso apostólico, con encuentros de oración y formación, han motivado a tantas personas a dedicarse a la evangelización y renovación de la vida cristiana. Además de asistir a los matrimonios y promover la formación de los esposos cristianos y la santidad de la familia, se han entregado a la tarea de ayudar y orientar, según los criterios de la recta doctrina, a quienes viven en situaciones matrimoniales irregulares (cf. Familiaris consortio FC 77-78 Puebla, 595).

A este respecto, comparto la viva preocupación que habéis expresado en vuestros Informes sobre los peligros que amenazan la estabilidad y unidad de la familia en Costa Rica, como son la mentalidad hedonista y egoísta, el divorcio, el deterioro de los principios éticos y morales, así como las mismas condiciones de vida y los problemas de vivienda. Es necesario, pues, aunar esfuerzos para que la familia pueda salir indemne de los peligros que le acechan y se refuerce su identidad como célula primera y vital de la sociedad, centro de irradiación de la fe y escuela de vida cristiana.
8. En el campo social, son de alabar las iniciativas emprendidas para conmemorar el primer centenario de la Carta Pastoral de Monseñor Bernardo Augusto Thiel “Sobre el Justo Salario” y el quincuagésimo aniversario de promulgación de las “Garantías Sociales y del Código de Trabajo”, en la que colaboró activamente el entonces Arzobispo de San José. En esta circunstancia habéis reiterado la validez de la doctrina social de la Iglesia, aplicándola a la situación actual de Costa Rica. Para lograr los objetivos deseados, se hace particularmente necesaria la participación de los laicos, los cuales, como exigencia de su vocación cristiana, “han de impregnar y perfeccionar con el espíritu evangélico el orden de las realidades temporales” (Apostolicam actuositatem AA 5). A este propósito, la formación cristiana de los fieles –y en especial de los jóvenes–, ha de abarcar también lo que se refiere a la doctrina social de la Iglesia, en la cual encontrarán una preciosa ayuda para fomentar el espíritu de laboriosidad, para descubrir la importancia del trabajo bien realizado, para promover iniciativas de producción especialmente adaptadas a vuestras circunstancias e inspiradas en los ideales de justicia y solidaridad.

Son de alabar también, a este respecto, las actividades de “Cáritas” y de la “Escuela Social Juan XXIII”, así como las iniciativas de numerosas parroquias en favor de los grupos menos favorecidos. Mucho se ha hecho igualmente para difundir las enseñanzas de la Iglesia en materia social y para que las instituciones públicas y laborales se inspiren en sus principios. Habrá que proseguir en este camino y promover una verdadera pastoral de la clase obrera, para que el trabajo sea debidamente estimado en su riqueza humana y valor social y espiritual, y los trabajadores reciban la necesaria atención eclesial.

En vuestro país, donde se da un particular relieve a los problemas educativos, la enseñanza superior ha conocido en los últimos años un gran auge, como lo indica también la reciente creación de varias Universidades privadas. Éste es un campo –al igual que el vasto mundo de la cultura– que requiere una atención pastoral adecuada, a la que no dudo que – en la medida de vuestras posibilidades – dedicaréis personas idóneas para tal responsabilidad. Como señalé en el discurso inaugural de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, “aunque el Evangelio no se identifica con ninguna cultura en particular, sí debe inspirarlas, para de esta manera transformarlas desde dentro, enriqueciéndolas con los valores cristianos que derivan de la fe. En verdad, la evangelización de las culturas representa la forma más profunda y global de evangelizar a una sociedad, pues mediante ella el mensaje de Cristo penetra en las conciencias de las personas y se proyecta en el "ethos" de un pueblo, en sus actitudes vitales, en sus instituciones y en todas las estructuras” (Discurso inaugural de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, n. 20, 112 de octubre de 1992).

9. En las Relaciones quinquenales habéis expresado vuestra común inquietud pastoral frente a la expansión de las sectas y de nuevos grupos religiosos que atraen a muchos fieles y siembran confusión e incertidumbre entre los católicos. A este respecto, en el pasado mes de noviembre ha tenido lugar en Managua (Nicaragua) un encuentro de los Obispos de América Central y Panamá para analizar este preocupante problema y encontrar líneas de acción pastoral para afrontarlo. No dudo que las conclusiones de dicho encuentro serán convenientemente divulgadas entre los sacerdotes, religiosos y demás agentes de pastoral, para inspirar así una acción eficaz y concordada, dirigida a formar cristianos convencidos, fomentar celebraciones litúrgicas vivas y participadas, y crear comunidades fervientes, que ofrezcan a quienes lo necesitan una acogida que les haga sentirse verdaderamente entre hermanos. Junto a la justa valoración de la influencia negativa de dichos grupos religiosos fundamentalistas, habrá que poner especial empeño en la formación de los fieles y ver cómo se pueden contrarrestar las causas que empujan a muchos a abandonar sus comunidades para adherirse a las sectas.

10. Antes de terminar quiero expresaros de nuevo, amados Hermanos, mi agradecimiento. Pido al Señor que este encuentro consolide y confirme vuestra mutua unión como Pastores de la Iglesia en Costa Rica, en bien de vuestras comunidades eclesiales. Al mismo tiempo, os ruego que transmitáis a los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, agentes de pastoral y a todos vuestros diocesanos, mi afectuoso saludo y mi bendición. Recordadles que el Papa les tiene presentes en sus plegarias y que les alienta a dar siempre auténtico testimonio de vida cristiana en la sociedad actual.
A la intercesión maternal de Nuestra Señora de los Ángeles encomiendo vuestras personas, vuestros proyectos y labor pastoral, para que guiéis firmemente esa porción de la Iglesia de Dios que peregrina en Costa Rica. Con estos fervientes augurios os acompaña también mi cercanía espiritual y mi Bendición Apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA CONFEDERACIÓN ITALIANA DE EX ALUMNOS

DE LA ESCUELA CATÓLICA (CONFEDEREX)


20

Sábado 26 de febrero de 1994


Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra encontrarme con vosotros hoy y a cada uno le doy mi cordial bienvenida. Saludo en particular a la profesora Liliana Beriozza Ripamonti y al padre Umberto Ceroni, respectivamente presidente y asistente nacionales de vuestra confederación, que reúne a las asociaciones de ex alumnos y ex alumnas de la escuela católica.

Con ocasión del cuadragésimo aniversario de la fundación de vuestra asociación, habéis querido reuniros en un congreso para reflexionar en vuestra misión de testigos de los valores cristianos ante las necesidades más urgentes de la sociedad. Se trata de una tarea que se manifiesta también gracias al espíritu que anima a vuestra organización: no sólo espíritu de organización, sino también y sobre todo espíritu comunitario, abierto a la colaboración mutua, y dispuesto a enriquecerse con múltiples experiencias e iniciativas.

2. Desde luego, son numerosas las urgencias del mundo actual, que exigen de los creyentes una constante atención y un intenso esfuerzo apostólico. Con todo, hoy destaca una con mayor claridad y prioridad: se trata de la defensa y el apoyo que es preciso brindar a la comunidad familiar y a su insustituible carácter educativo.

Por ese motivo, en este Año de la familia, y pocos días después de la publicación de mi Carta a las familias, deseo subrayar una vez más el importante papel religioso, social y formativo que desempeña la familia. Precisamente por esto escribí que la familia «es el primero y el más importante» de los caminos de la Iglesia, la cual «considera el servicio a la familia una de sus tareas esenciales» (n. 2).

Con gran oportunidad, por tanto, el Estatuto que regula vuestra confederación subraya entre sus fines institucionales «la afirmación de los principios religiosos y morales de la familia... para un compromiso social de evangelización y promoción humana» (Estatuto, 3 c).

Además, como ex alumnos y ex alumnas, y ahora como educadores y padres, habéis experimentado y comprendéis muy bien el papel decisivo que desempeña la educación familiar y escolar en el crecimiento de la persona y os proponéis promoverla.

Educar no es simplemente instruir; es participar y hacer participar en la verdad y en el amor, «engendrar» en sentido espiritual (cf. Carta a las familias, 16), hacer crecer en el orden del ser.

Como discípulos de Cristo maestro, no podemos quedar indiferentes ante esa misión esencial, sea que la desempeñemos directamente, sea que nos convirtamos en sus promotores colaborando solícitamente en ella con los padres, que son «los primeros y principales educadores de sus propios hijos, y en este campo tienen incluso una competencia fundamental: son educadores por ser padres» (cf. Carta a las familias, 16).

3. Se trata de una tarea que no es exclusiva de ellos, ya que, como recordé en la Carta a las familias, los padres «comparten su misión educativa con otras personas e instituciones, como la Iglesia y el Estado». Pero añadía que eso «debe hacerse siempre aplicando correctamente el principio de subsidiariedad», en virtud del cual la ayuda ofrecida a los padres «encuentra su límite intrínseco e insuperable en su derecho prevalente y en sus posibilidades efectivas». Así pues, una de las consecuencias de la correcta aplicación del principio de subsidiariedad es que «cualquier otro colaborador en el proceso educativo debe actuar en nombre de los padres, con su consentimiento y, en cierto modo, incluso por encargo suyo» (cf. Carta a las familias, 16).


Discursos 1994 15