Discursos 1994 33


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UNA PEREGRINACIÓN DE FIELES PROCEDENTES

DE LA ARCHIDIÓCESIS DE MADRID


Sábado 9 de abril de 1994



Queridos hermanos en el episcopado,
dignísimas autoridades,
sacerdotes, religiosos, religiosas,
amadísimos hermanos y hermanas:

34 Es para mí motivo de particular complacencia recibir esta mañana a una representación de la Archidiócesis de Madrid, presidida por el Señor Cardenal Ángel Suquía, que desea testimoniar al Sucesor de Pedro su gratitud por la visita pastoral del pasado mes de junio a la capital de España. Se unen también un grupo de Móstoles, diócesis de Getafe, junto con su obispo Monsenor Francisco Javier Pérez y Fernández–Golfín, y Monseñor Manuel Ureña Pastor, Obispo de Alcalá de Henares.

Vuestra presencia aquí trae a mi memoria aquellas inolvidables jornadas de fe y esperanza, durante las cuales tuve el gozo de presidir la solemne ceremonia de dedicación de la Catedral de Nuestra Señora de la Almudena, así como canonizar al Beato Enrique de Ossó, hijo insigne de Cataluña y fundador de las Religiosas de la Compañía de Santa Teresa.

Con la dedicación de dicho templo el pueblo cristiano madrileño vio culminada una antigua y ferviente aspiración de poder contar con una iglesia Catedral, corazón de la diócesis y morada digna en la que invocar a Dios e implorar su misericordia. La conclusión de dicha obra fue, al mismo tiempo, signo del dinamismo de la Iglesia de Madrid, que supo unir sus fuerzas, trabajos, limosnas y oraciones para hacer realidad esa espléndida catedral dedicada a la Madre de Dios, bajo la advocación de la Almudena.

Presentes en nuestro encuentro se hallan los miembros del Patronato para la terminación de las obras del templo catedralicio, que en tan gran medida han contribuido a plasmar aquel ferviente deseo de Pastores y fieles.

En aquella ocasión, invité a todos a renovar su dedicación a las tareas de la nueva evangelización. Es la hora de Dios –os decía–, la hora de hacer presente el fermento del Evangelio para la animación y transformación de las realidades temporales. Y os exhortaba con estas palabras: “¡Salid a la calle, vivid vuestra fe con alegría, aportad a los hombres la salvación de Cristo que debe penetrar en la familia, en la escuela, en la cultura y en la vida política!” (Homilía durante la consagración de la catedral de la Almudena, n. 5, 15 de junio de 1993).

Al día siguiente, en la Plaza de Colón, el pueblo fiel de Madrid –en una de las mayores concentraciones conocidas en la capital de España– supo expresar su fe y entusiasmo durante la ceremonia de canonización de san Enrique de Ossó. Por ello, deseo expresar, una vez más, mi agradecimiento a las Autoridades, a los organizadores y a tantas personas generosas que contribuyeron a hacer de aquella celebración eucarística una grandiosa manifestación de los valores espirituales que son patrimonio secular de la Iglesia de España.

En este Año Internacional de la Familia, me complace reiterar la llamada que, desde el corazón de Madrid, hice a las familias españolas a ser siempre lugar de encuentro con Dios, centro de irradiación de la fe, escuela de vida cristiana. “Exhorto a todos –os decía– a no desistir en la defensa de la dignidad de toda vida humana, en la indisolubilidad del matrimonio, en la fidelidad del amor conyugal, en la educación de los niños y de los jóvenes, siguiendo los principios cristianos frente a ideologías ciegas que niegan la transcendencia y a las que la historia reciente ha descalificado al mostrar su verdadero rostro” (Ceremonia de canonización del beato Enrique de Ossó, n. 5, Madrid, 16 de junio de 1993).

Y, cómo no enviar desde aquí un saludo entrañable a los miles de jóvenes, muchachos y muchachas madrileños y de muchos otros lugares de España, que con su entusiasmo y devoción profunda supieron poner una nota de alegría y esperanza a aquel inolvidable encuentro de la Plaza de Colón? Ellos son promesa de futuro para la Iglesia, como pude apreciarlo todavía más durante la celebración en el Seminario, rodeado de los candidatos al sacerdocio –algunos de ellos hoy aquí presentes– y que un día serán los animadores de las diversas comunidades eclesiales.

Pido fervientemente a Dios que este Año de la Familia sea ocasión propicia para fomentar los valores cristianos en el seno del hogar, de manera que en él nazcan y se desarrollen numerosas y santas vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, las cuales mantengan viva la gloriosa tradición misionera de la Iglesia en España que, en América Latina y en otros muchos lugares del mundo, se goza de haber plantado la semilla fecunda del Evangelio.

Para concluir, quiero reiterar a todos los presentes mi viva gratitud por las incontables atenciones de que me hicisteis objeto durante mi estancia en Madrid, y en especial por vuestra generosa y abnegada contribución al buen desarrollo de los diversos actos celebrados. En particular, mi agradecimiento a los miembros de la Delegación para la visita Papal.

Con la alegría de este tiempo pascual, os invito a hacer de vuestras parroquias, comunidades, grupos y movimientos apostólicos centros de irradiación de la fe, que infundan vida nueva en la metrópoli madrileña, mientras os imparto con todo afecto mi Bendición Apostólica, que complacido hago extensiva a vuestras familias.
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Junio de 1994

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE LAS DIÓCESIS DEL NORTE Y DEL OCCIDENTE

DE MÉXICO EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Sábado 11 de junio de 1994



Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. Os doy mi más cordial bienvenida, pastores de las diócesis del norte y del occidente de México, presentes en este encuentro con el que culmina vuestra visita “ ad limina Apostolorum ”. Al mismo tiempo, deseo renovaros la expresión de mi profundo afecto, que hago extensivo también al pueblo fiel y, en especial, a los sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos y catequistas, que colaboran generosamente en la edificación del Reino de Dios en vuestro país.

Hasta Roma, la sede de Pedro, habéis querido traer los gozos, esperanzas y preocupaciones pastorales para que vuestro celo evangelizador reciba nuevo impulso del ejemplo e intercesión de los Apóstoles Pedro y Pablo, pilares de este centro de comunión de la Iglesia universal. Con palabras de san Pablo, “doy gracias a Dios sin cesar por vosotros, por el favor que os ha concedido mediante Cristo Jesús, pues en Él habéis sido enriquecidos en todo” (1Co 1,4-5).

Agradezco vivamente el amable saludo que, como expresión del sentir común, me ha dirigido Monsenor Adolfo Suárez Rivera, Arzobispo de Monterrey y Presidente de la Conferencia Episcopal. Sus palabras me han hecho evocar mis viajes pastorales a vuestro país, del que tan agradables impresiones han quedado grabadas en mi corazón. Os puedo asegurar que en mis oraciones recuerdo frecuentemente las celebraciones, los rostros, el sentido afecto del amado pueblo mexicano hacia el Sucesor de Pedro.

2. “Los obispos –enseña el Concilio Vaticano II–, puestos por el Espíritu Santo, suceden a los Apóstoles como pastores de las almas. Juntamente con el Sumo Pontífice y bajo su autoridad, han sido enviados para perpetuar la obra de Cristo, Pastor eterno... El Espíritu Santo que han recibido, ha hecho de los obispos los verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores” (Christus Dominus CD 2). Habéis recibido, pues, la misión de enseñar con autoridad la verdad revelada y vigilar para prevenir los errores en el anuncio del Evangelio.

El reto que la situación actual de vuestro país representa para la Iglesia exige de vosotros un particular empeño y fidelidad en la acción evangelizadora. Como señalaba en la encíclica Veritatis Splendor, “el momento que estamos viviendo –al menos en no pocas sociedades– es más bien el de un formidable desafío a la nueva evangelización, es decir, al anuncio del Evangelio siempre nuevo y siempre portador de novedad” (Veritatis Splendor VS 106). Por ello, en mi solicitud por todas las Iglesias, no dejo de recordar la urgencia de esta tarea primordial, que ha de ser “algo operativo y dinámico”, como reitera también el documento de Santo Domingo (Santo Domingo, n. 24).

En efecto, las tres líneas de fuerza de la nueva evangelización, es decir, el nuevo ardor, los nuevos métodos y las nuevas expresiones, quieren indicar que la comunidad eclesial está llamada a una renovación profunda, para poder anunciar de manera transparente a Cristo resucitado. “En verdad, la llamada a la nueva evangelización es ante todo una llamada a la conversión. En efecto, mediante el testimonio de una Iglesia cada vez más fiel a su identidad y más viva en todas sus manifestaciones, los hombres y los pueblos de América Latina, y de todo el mundo, podrán seguir encontrando a Jesucristo, y en Él la verdad de su vocación y su esperanza: el camino hacia una humanidad mejor” (Discurso inaugural de la IV Conferencia general del episcopado latinoamericano, n. 1, 12 de octubre de 1992).

3. El nuevo ardor se refiere principalmente a las personas, es decir, a los agentes de pastoral, sacerdotes, almas consagradas y laicos, llamados a asumir responsablemente los compromisos de su vocación específica, con un claro testimonio de vida y con una decidida y generosa inserción en el propio ambiente. Los nuevos métodos indican una renovación de los medios y modos de hacer llegar el mensaje al hombre de hoy, inmerso en una sociedad que pide signos inteligibles y medios de comunicación inmediatos y eficaces. Las nuevas expresiones se refieren a la presentación de los contenidos doctrinales que, siendo inmutables, necesitan un lenguaje conceptual y unas motivaciones que lleguen verdaderamente al hombre en sus situaciones concretas. Así, la nueva evangelización, anuncio transparente de Jesucristo resucitado, fomentará la verdadera promoción humana y hará que los valores culturales, una vez purificados, lleguen a su plenitud en Cristo.

4. La riqueza espiritual y cultural de vuestro pueblo, así como la variedad de situaciones en el entramado social, requieren una atención especial por parte de la Iglesia que, como forjadora de unidad, tiene la misión de construir la comunión en toda la familia humana, imagen de la comunión trinitaria.

36 En el reciente documento colectivo «Por la justicia, la reconciliación y la paz en México» habéis puesto de relieve, queridos hermanos en el Episcopado, la urgencia de una radical renovación personal y social para hacer frente a los arduos problemas con que se enfrenta vuestro país. Los diversos y graves episodios de violencia que han sacudido a la sociedad mexicana en los últimos tiempos han venido a poner de manifiesto la necesidad de fortalecer los valores éticos y morales, que son la verdadera base para el auténtico progreso social. Por eso, no habéis dudado en afirmar en el citado documento que “a la pobreza de los bienes materiales, se añade otra más preocupante: la falta de conciencia moral, fruto de tantos años de laicismo, de exclusión sistemática de los valores éticos en la educación, del abandono de los valores tradicionales de la familia mexicana, agredidos por todas partes, en particular, por los medios masivos de comunicación” (Documento colectivo: Por la justicia, la reconciliación y la paz en México, 6).

5. La Iglesia, por su parte, para poder dar una respuesta válida a los problemas que afectan a la sociedad mexicana, ha de renovar y reavivar la conciencia de su propia misión y naturaleza. El servicio más preciado que podéis dar a vuestro país es el de continuar trabajando intensa y generosamente para hacer realidad en la Iglesia el ideal de santidad. Sólo una Iglesia santa y unida será instrumento de reconciliación. Sólo una Iglesia animada por la caridad y la fraternidad podrá ser garantía de justicia.

En estos momentos, en los que se están produciendo profundos cambios en el ámbito social, político y económico de vuestro país, vosotros, pastores de la Iglesia, tenéis la responsabilidad de favorecer todas aquellas iniciativas encaminadas al crecimiento espiritual y humano de vuestro pueblo. Por tanto, sed siempre heraldos de la caridad, de la justicia y de la reconciliación. “Urge la reconciliación entre todos los mexicanos, pues constatamos –afirmáis en el documento colectivo antes citado– la existencia de divisiones, odios, rencores y resentimientos de carácter racial o étnico, social, cultural, económico y hasta religioso y eclesial, que pueden desbordarse incontroladamente” (ib.7).

Construir la unidad en la caridad es una tarea ardua, de todos los días, casi siempre escondida y frecuentemente sin resultados espectaculares. Pero sólo la caridad permanece, sólo “la caridad edifica” (
1Co 8,2) y sólo ella “no acaba” ni se extingue (cf. ib., 13, 8).

6. Como habéis reiterado en numerosas ocasiones, amados hermanos, la Iglesia está llamada a iluminar, desde el Evangelio, todos los ámbitos de la vida del hombre y de la sociedad. Y ha de hacerlo desde su misión propia, que “es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa –enseña el Concilio Vaticano II– fluyen tareas, luz y fuerzas que pueden servir para construir y fortalecer la comunidad de los hombres según la ley divina” (Gaudium et spes GS 42).

En vuestra misión de maestros y guías contáis, en primer lugar, con la colaboración de los presbíteros, que han de ser siempre servidores del anuncio de la verdad salvífica, modelos de santidad, ministros de reconciliación. Por todo ello, al sacerdote se le pide una adecuada formación doctrinal, espiritual y pastoral, de tal manera que su vida esté profundamente unida a Cristo, a quien anuncia, hace presente y comunica a los demás. No hay que olvidar nunca que “la Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la evangelización” (Presbyterorum ordinis PO 5). Cuando la vida sacerdotal se centra en la Eucaristía, queda asegurada la obra evangelizadora y alejado el peligro de dicotomías entre vida interior y acción apostólica: “Existe una íntima unión entre la primacía de la Eucaristía, la caridad pastoral y la unidad de vida del presbítero” (Congregación para el clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 48).

7. Es importante que en vuestros presbiterios haya un proyecto de vida y de formación sacerdotal bien definido para edificación de toda la comunidad eclesial. Reitero la invitación que os hice durante mi visita al Pontificio Colegio Mexicano de Roma: «Ojalá que con vuestro esfuerzo y el de los sacerdotes en vuestras diócesis, se logren elaborar unos “ programas de formación permanente, capaces de sostener, de una manera real y eficaz, el ministerio y vida espiritual de los sacerdotes” (Pastores dabo vobis PDV 3)» (Homilía en el Pontificio Colegio Mexicano, n. 3, 24 de noviembre de 1992).

Uno de los compromisos asumidos en la Conferencia General de Santo Domingo fue precisamente éste: “ Buscar en nuestra oración litúrgica y privada y en nuestro ministerio una permanente y profunda renovación espiritual para que en los labios, en el corazón y en la vida de cada uno de nosotros, esté siempre presente Jesucristo ” (IV Conf. gen. del episcopado latinoamericano, Conclusiones, 71).

8. Sé que una de vuestras principales preocupaciones es la pastoral vocacional. El Señor está bendiciendo a vuestra Iglesia con abundantes vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. A este respecto, durante mis viajes pastorales a México he podido constatar la vitalidad de los Seminarios. Por todo ello, es también necesario que fomentéis en vuestras parroquias el espíritu misionero para evangelizar más allá de vuestras fronteras. El Papa abriga vivas esperanzas de que la Iglesia mexicana pueda contribuir aún con mayor generosidad al bien de otras Iglesias más necesitadas, enviando numerosos evangelizadores que dediquen su vida a la expansión del Reino de Dios. Como señala el documento de Puebla, “es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros, pero debemos dar desde nuestra pobreza” (Puebla, n. 368).

De especial importancia para la vida del Seminario, lo sabéis bien, es la cuidadosa selección de los formadores y profesores, los cuales desempeñan una tarea tan trascendental como oculta. Vaya desde aquí mi vivo agradecimiento a tantos sacerdotes que gozosa y abnegadamente dedican todos sus esfuerzos y capacidades a la formación de los seminaristas. Los sacrificios que todo ello comporta se verán recompensados con el inapreciable don de lograr la perseverancia de numerosos e idóneos candidatos al sacerdocio. Éstos necesitan encontrar en sus formadores esa dedicación comprometida y especializada, que nace principalmente de su relación íntima con Cristo como centro de su vida personal y comunitaria. Por todo ello, el grupo de formadores debe ser modelo de aquella vida fraterna y comunitaria que los futuros sacerdotes tendrán que encontrar o fomentar en el presbiterio (cf. Código de Derecho Canónico CIC 245, § 2).

9. Entre tantos puntos como convendría recordar sobre la vida del seminario, en sus cuatro áreas –humana, espiritual, intelectual y pastoral– quisiera recalcar principalmente el hilo conductor que las armoniza y vivifica a todas: la relación personal con Cristo, hasta llegar a una profunda amistad con Él. En efecto, a partir del encuentro cotidiano con el Señor, especialmente en la Eucaristía, es posible alcanzar un equilibrio afectivo, una actitud de entrega, un estudio profundo del misterio de Cristo y una disponibilidad apostólica incondicional. En todo el itinerario de la formación seminarística, “se requiere ante todo, el valor y la exigencia de vivir íntimamente unidos a Jesucristo” (Pastores dabo vobis PDV 46).

37 Las futuras vocaciones, en su nacimiento y en su formación, dependerán, en gran parte, de esta realidad vivencial del seminario, donde se respire la verdadera identidad del sacerdote, como colaborador inmediato del obispo y como servidor cualificado de la Iglesia diocesana.

10. Al ofreceros estas orientaciones pastorales, que tendré el gozo de completar en los sucesivos encuentros con los demás grupos del Episcopado Mexicano, mi plegaria se dirige a Nuestra Señora de Guadalupe, Estrella de la Evangelización, en cuyo regazo materno deposito vuestras aspiraciones y esperanzas en el servicio de las comunidades que el Buen Pastor os ha confiado. Os reitero mi agradecimiento y afecto, y pido al Señor que este encuentro consolide y confirme aún más vuestra unión mutua como Pastores de la Iglesia en la amada Nación mexicana. Con ello, vuestro ministerio episcopal ganará en eficacia e intensidad, lo cual redundará en bien de las comunidades eclesiales.

Antes de terminar, os confío el encargo de llevar a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y fieles laicos mi saludo entrañable y afectuoso. Decidles que el Papa los encomienda en la oración y les agradece sus trabajos por el Señor y por la causa del Evangelio.

Con estos deseos imparto a todos de corazón la Bendición Apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE ECUADOR

EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Martes 21 de junio de 1994



Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. Sed bienvenidos a este encuentro con el que culmina vuestra visita “ ad Limina Apostolorum ”, que renueva el gozo y el compromiso de unidad eclesial entre los Pastores, clero y fieles de la Iglesia en Ecuador y el Sucesor de Pedro. Os saludo a todos con gran afecto, y en vuestras personas saludo también a todos vuestros diocesanos, especialmente a los más necesitados, a los pobres y a los enfermos. En este encuentro de comunión fraterna nos sentimos unidos en “un solo corazón y una sola alma ”, para poder dar “ testimonio de la resurrección del Señor Jesús” (Ac 4,32-33).

Agradezco las amables palabras que en nombre de todos me ha dirigido Monsenor José Mario Ruiz Navas, Arzobispo de Portoviejo y Presidente de la Conferencia Episcopal, con las que ha querido reiterar la profunda comunión con la Sede Apostólica que anima vuestro generoso y abnegado ministerio. Vuestra presencia aquí evoca en mi recuerdo la visita pastoral que en mil novecientos ochenta y cinco el Señor me concedió realizar al Ecuador, durante la cual pude apreciar los valores espirituales que adornan a vuestro pueblo, signo de sus acendradas raíces cristianas.

2. En las relaciones quinquenales habéis dejado constancia de vuestro firme compromiso de llevar a cabo la apremiante tarea de la nueva evangelización, promoviendo también los valores del hombre y sus derechos, e inculturando cada vez más el Evangelio en la realidad ecuatoriana, como ha sido formulado por la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Para estudiar las Conclusiones de dicha Conferencia habéis celebrado una asamblea a nivel nacional con la participación de sacerdotes, religiosos, religiosas y delegados laicos de todo el país, cuyos trabajos han sido compendiados en el documento “Líneas pastorales. Documento de aplicación de Santo Domingo a la Iglesia en el Ecuador”.

En dicho documento habéis señalado la familia como tema prioritario de vuestra acción pastoral, en este año dedicado particularmente a ella. Os aliento vivamente en vuestra solicitud por la institución familiar y me uno espiritualmente a vuestras preocupaciones por esta célula fundamental de la sociedad, que se enfrenta hoy a innumerables retos y que ningún poder humano tiene derecho a manipular. La Iglesia reitera su aprecio a la familia y renueva su compromiso de anuncio y garantía de este “gran misterio” (cf Ep 5,32), En efecto, «la Iglesia profesa que el matrimonio, como sacramento de la alianza de los esposos, es un “gran misterio”, ya que en él se manifiesta el amor esponsal de Cristo por su Iglesia» (Gratissimam sane, 19).

3. La familia es el primer templo en el que se aprende a orar, el lugar privilegiado de formación y evangelización, la primera escuela de solidaridad y de servicio recíproco, y el punto de partida de nuestras experiencias comunitarias (Familiaris consortio FC 21). Ella es la “iglesia doméstica” en la que “se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y, sobre todo, el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida” (Catecismo de la Iglesia Católica CEC 1657).

38 A la familia, y en particular a los padres, está encomendada, como honroso derecho y sagrado deber, la misión educadora. Ella es la primera responsable y protagonista de la educación de los hijos y con ella han de colaborar tanto el Estado como la Iglesia (cf. Dignitatis humanae DH 5).

4. Mirando a la realidad del Ecuador, vuestra solicitud pastoral os ha movido a denunciar los males que hoy afectan a la institución familiar en vuestro país, como son el divorcio, el aborto, las campañas antinatalistas –que no tienen en cuenta la genuina paternidad responsable (cf. Gaudium et spes GS 50-51)– , así como las uniones de hecho, no santificadas por la gracia sacramental. A todo esto se añaden los graves condicionamientos que, para la unidad y estabilidad de la familia y también para una verdadera paternidad responsable, suponen la situación de extrema necesidad material y de pobreza cultural en que viven muchas de ellas. Ante esta preocupante realidad, es necesario aunar esfuerzos para que la familia pueda salir indemne de los peligros que la acechan y se refuerce su identidad como célula primera de la sociedad y comunidad de personas al servicio de la transmisión de la vida y de la fe.

Por todo ello, animad a vuestros sacerdotes a dedicar una especial atención a la pastoral familiar. “Ellos deben sostener a la familia en sus dificultades y sufrimientos, acercándose a sus miembros, ayudándoles a ver su vida a la luz del Evangelio” (Familiaris consortio FC 73), con la convicción de que de esta tarea sacarán “nuevos estímulos y energías espirituales aun para la propia vocación y para el ejercicio mismo de su ministerio” (ib.).

5. Esta atención privilegiada a las familias redundará, sin duda, en una potenciación de la pastoral vocacional y hará que surjan de los hogares cristianos numerosas vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa.A este propósito, deseo unirme a vuestra acción de gracias a Dios por el crecimiento del número de seminaristas y de ordenaciones sacerdotales durante este último quinquenio en el Ecuador. En la actualidad, vuestros seminarios mayores son ocho, sabiamente distribuidos por toda la geografía nacional. Os aliento vivamente a continuar sin descanso en esta acción pastoral de tanta transcendencia para el presente y el futuro de la Iglesia en vuestro país. De modo particular, deseo exhortaros a que prestéis especial atención a la formación de los futuros sacerdotes. Como lo indican repetidamente las instrucciones emanadas de la Sede Apostólica, los seminarios han de ser centros de preparación integral de la persona, desde una sólida base humana, espiritual, intelectual y pastoral, en los que no falte la adecuada disciplina y el espíritu de sacrificio. Sólo así se podrá responder a las necesidades de los fieles, que esperan que sus sacerdotes sean, ante todo, hombres de Dios, maestros de la fe y testigos del amor al prójimo.

Cuidad, por tanto, de dotar al seminario de formadores y profesores virtuosos y competentes en las ciencias eclesiásticas y humanísticas, que den siempre testimonio de fe profunda y de diáfano amor a la Iglesia. A este propósito, os aliento también a continuar el plan sobre la formación permanente del clero, preparado por el Departamento competente de la Conferencia Episcopal, poniendo a disposición los medios adecuados para llevar a cabo los programas de cursos, retiros espirituales y demás iniciativas orientadas a ayudar más intensamente a los presbíteros en su vida y ministerio.

6. En el solícito y abnegado servicio pastoral a todo el Pueblo de Dios, veo con satisfacción que los sacerdotes y demás agentes de pastoral dedican especial atención a los sectores de población más desprotegidos como son los indígenas, afroecuatorianos y habitantes de los suburbios de las grandes ciudades. Como señalé en la apertura de la Conferencia de Santo Domingo, “vosotros, Pastores de la Iglesia, constatáis la difícil y delicada realidad social por la que atraviesa hoy América Latina, donde existen amplias capas de población en la pobreza y la marginación. Por ello, solidarios con el clamor de los pobres, os sentís llamados a asumir el papel del buen samaritano (cf. Lc Lc 10,25-37), pues el amor a Dios se muestra en el amor a la persona humana” (Discurso inaugural de la IV Conferencia general del episcopado latinoamericano, n. 13, 12 de octubre de 1992).

Conozco bien la preocupación pastoral con que habéis asumido la tarea evangelizadora de hacer presente a Jesús en medio de las comunidades indígenas. A ello está contribuyendo la creación de centros de formación, con formadores nativos, así como el Instituto Nacional de Pastoral Indígena. Por otra parte, me complace saber que la invitación que os hice, durante el inolvidable encuentro en Latacunga, a fomentar las vocaciones autóctonas para la vida sacerdotal y religiosa en las comunidades indígenas, se está haciendo gozosa realidad. Como muestra de solicitud en favor de los más desprotegidos, no habéis dejado de hacer oír vuestra voz afrontando la compleja cuestión de la tenencia de tierras y exhortando a la solidaridad como camino que conduce a la justicia.

7. Uno de mis entrañables recuerdos del Ecuador es el de su arraigada religiosidad popular, especialmente en torno a los Santuarios marianos. Es consolador ver a tantas familias, a tantos jóvenes y gentes de toda clase social acercarse a esos lugares de culto para orar y para encontrar más profundamente a Jesucristo, nacido de María.

El documento de Santo Domingo, siguiendo las pautas ya trazadas anteriormente por el Papa Pablo VI en la Exhortación apostólica “Evangelii Nuntiandi”, así como por el documento de Puebla, ha hecho hincapié en los valores de la religiosidad popular, desde la perspectiva de la nueva evangelización, promoción humana y cultura cristiana. “ La religiosidad popular –se afirma en una de sus Conclusiones– es una expresión privilegiada de la inculturación de la fe. No se trata sólo de expresiones religiosas sino de valores, criterios, conductas y actitudes que nacen del dogma católico y constituyen la sabiduría de nuestro pueblo formando su matriz cultural” (IV Conf. gene del episcopado latinoamericano, Conclusiones, 36).

8. Sois bien conscientes de que, junto al aprecio de la religiosidad popular, se hace necesaria también su conveniente purificación y perfeccionamiento, sobre todo prestando una gran atención a la catequesis, a la liturgia eucarística y penitencial, a los compromisos de caridad y de justicia social, y así, “purificadas de sus posibles limitaciones y desviaciones lleguen a encontrar su lugar propio en nuestras Iglesias locales y en su acción pastoral” (ib.).

No hay que olvidar que la acción proselitista de las sectas, al igual que el peligro del secularismo, encuentran puntos de apoyo en el desmantelamiento de aquellas expresiones culturales y religiosas que, dentro de su simplicidad e incluso limitaciones, aseguraban a la gente sencilla la vivencia de la religiosidad e incluso las experiencias de fraternidad y de convivencia familiar y social.

39 Que la religiosidad popular sea, pues, como lo fue para muchos obispos y sacerdotes del pasado en vuestro país, un punto de apoyo eficaz para la renovación de las comunidades eclesiales, por medio de la escucha de la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la caridad y los compromisos en el apostolado. Insistid, pues, en la catequesis a todos los niveles, anunciando a Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, que llama a la conversión y nos infunde una vida nueva.

9. En esta irrenunciable tarea por anunciar a Jesucristo y difundir el Evangelio, los laicos cristianos han de desempeñar también la misión que les corresponde. Ellos, por su condición secular, están llamados “ a impregnar y perfeccionar con espíritu evangélico el orden temporal ” (Apostolicam actuositatem
AA 2).

Si la Iglesia tiene como misión ayudar a los hombres a orientar todo el orden temporal según los planes salvíficos de Dios en Cristo, a los laicos les toca “un puesto original e irreemplazable: por medio de ellos la Iglesia de Cristo está presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y de amor” (Christifideles laici CL 7). Hoy en día, corresponde especialmente a los laicos contribuir a la promoción de la persona en todas sus dimensiones, puesto que, en una sociedad donde domina el afán de ganancia y de placer, es la dignidad personal la que está más amenazada. Si los laicos “participan en la misión de servir a las personas y a la sociedad” (ib., 36), deberán comprometerse en “el respeto, la defensa y la promoción de los derechos de la persona humana” (ib., 38).

Por otra parte, es necesario que estén también presentes en el campo de la cultura, donde se gesta el pensamiento, así como en los medios de comunicación social, tan importantes en la transmisión del mensaje y tan influyentes en las costumbres y en los modos de vida. Iluminados por el Evangelio y estimulados por la doctrina social de la Iglesia, los seglares cristianos, hombres y mujeres, han de sentirse siempre llamados a contribuir al bien común, promoviendo la justicia y la solidaridad y haciendo sentir su condición de creyentes en el campo de la actividad política y económica, cultural y educativa.

10. Al referirme a la acción educativa, deseo poner de relieve una vez más la importancia de la escuela católica, así como la presencia formativa y evangelizadora de la Iglesia en las instituciones de enseñanza estatales. Os aliento y acompaño en vuestro empeño en favor de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas para que los niños y jóvenes, cuyos padres, en el ejercicio de sus derechos, lo piden, puedan ser instruidos en las verdades de la religión católica.

La Iglesia ha de hacer cuanto esté en su mano para que los jóvenes se acerquen a Cristo. Es necesario estar con los jóvenes, darles ideales altos y nobles, hacerles sentir que el Señor puede satisfacer las ansias de sus corazones.

Al concluir este coloquio fraterno, os ruego que llevéis mi saludo afectuoso a vuestros sacerdotes, religiosos y religiosas; a los catequistas y cristianos comprometidos en el apostolado; a los jóvenes y a los padres; a las comunidades indígenas; a los ancianos, a los enfermos y a los que sufren.

Al agradeceros, en el nombre del Señor Jesús, la entrega y solicitud pastoral por la grey que os ha sido confiada, os encomiendo a vosotros, así como a vuestras comunidades eclesiales, a la maternal intercesión de la Virgen María, Estrella de la Evangelización, mientras os imparto con gran afecto la Bendición Apostólica.

Discursos 1994 33