Discursos 1994 46

46 5. Otra de las atenciones primordiales de los Obispos ha de ser el Seminario. En la Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis he tenido oportunidad de señalar las pautas para una sólida formación de los futuros sacerdotes a nivel espiritual, académico y humano. Sabéis bien cuán importante es el Seminario, no sin razón llamado “ el corazón de la diócesis ”. Por eso, os exhorto a visitar con frecuencia y a conocer a cada uno de vuestros seminaristas, ayudándolos con vuestra palabra y animándolos con vuestro ejemplo. A ellos debéis enseñar a vivir el celibato con espíritu de entrega a Cristo; a adquirir un estilo de vida apostólico; a estar siempre disponibles al servicio de la Iglesia, en el modo como ella espera; así como a desarrollar el necesario espíritu misionero que, si las circunstancias lo permiten, los haga capaces de ir a otras tierras para anunciar a Jesucristo.

Para llevar a buen fin la formación de los seminaristas, es importante contar con sacerdotes que se ocupen, incluso a tiempo completo, de la educación de las nuevas generaciones sacerdotales. Los responsables del Seminario han de distinguirse, junto con una sólida preparación académica, por un testimonio de vida sacerdotal íntegra. Así no sólo ejercerán con competencia su oficio sino que, a la vez, serán modelos para los candidatos al sacerdocio que les son confiados.

6. Los consoladores frutos, que en vuestro país va ofreciendo la pastoral vocacional, deben inducir a proseguir y ensanchar los objetivos y realizaciones. “Ciertamente la vocación es un misterio inescrutable que implica la relación que Dios establece con el hombre como ser único e irrepetible” (Pastores dabo vobis
PDV 38), pero esto no excluye que la Iglesia se sienta particularmente implicada en el proceso del nacimiento, discernimiento y formación de las vocaciones. El Concilio Vaticano II afirma explícitamente que “toda la comunidad cristiana tiene el deber de fomentar las vocaciones, y debe procurarlo, ante todo, con una vida plenamente cristiana” (Optatam totius OT 2).

Esto lo hará, en primer lugar, siguiendo la invitación del Señor, que nos exhorta a pedir al dueño que mande operarios a su mies (cf. Mt Mt 9,38). La oración y el sacrifico por las vocaciones sacerdotales y religiosas deben ocupar un lugar destacado entre las prácticas de la vida cristiana de todos los fieles, que deben ser instruidos frecuentemente en este sentido, además de servirse de momentos fuertes, como la Jornada anual que, para toda la Iglesia, convoco en el tiempo pascual.

Vosotros, llamados un día a imponer responsablemente las manos a los nuevos sacerdotes para perpetuar en la Iglesia el único sacerdocio de Cristo, debéis velar para que en las grandes líneas de los proyectos diocesanos de pastoral esté integrada la pastoral vocacional. Los sacerdotes, las parroquias, las familias, los grupos y movimientos de fieles laicos, las escuelas cristianas y demás organizaciones de la Iglesia han de trabajar para que los jóvenes puedan descubrir la voluntad de Dios sobre sus vidas, sin excluir nunca que ésta sea la vocación al ministerio sacerdotal o a la vida consagrada.

7. En el Año de la Familia, que la Iglesia está celebrando con múltiples actividades e iniciativas, quiero dirigir también una palabra a todos los hogares del Paraguay, exhortándolos a acoger y meditar cuanto he escrito en mi Carta a las Familias. Entre las amenazas que la civilización actual presenta al hombre, las más graves y preocupantes son las que se infligen a la familia, santuario mismo de la vida humana. Este año ha de ser una ocasión propicia para reafirmar la verdad fundamental, a veces oscurecida, sobre el sentido de la familia. La Iglesia ha reconocido siempre que las familias son un lugar privilegiado para su acción evangelizadora, sin cuya colaboración las acciones pastorales más válidas pueden perder vitalidad y fecundidad.

Por consiguiente hay que fomentar, con renovado esfuerzo, la consolidación de la vida cristiana en los hogares. En primer lugar, considerando a la familia como célula de la Iglesia y de la sociedad, como la primera transmisora de la fe y de sus expresiones; y acompañando también a los cristianos que van a iniciar su vida matrimonial y familiar mediante la conveniente preparación para la celebración del sacramento del matrimonio. Esta atención pastoral, que debe preceder al matrimonio (cf. Código de Derecho Canónico, cann. 1063-1064), es necesaria para ayudar a la formación de auténticas familias que vivan según el plan de Dios.

La vida matrimonial y familiar ha de presentarse como un verdadero camino de santificación, porque está llamada a ser “signo y participación de aquel amor con el que Cristo ha amado a su esposa y se ha entregado a sí mismo por ella” (Audiencia general del 3 de agosto de 1994). Experimentando ese amor divino, no les será difícil a los esposos vivir las exigencias del matrimonio cristiano, más aún, desearlas, movidos por la gracia del sacramento que han recibido y por una adecuada pastoral matrimonial y familiar.

8. Otra de las urgencias de nuestro tiempo es procurar que el Evangelio esté presente en la sociedad y, en consecuencia, influya en el entramado vivo de la cultura. En el Paraguay existen estructuras que tienen esta finalidad, y entre ellas está la Universidad Católica, “Nuestra Señora de la Asunción”, que cuenta con distintas Facultades. A su lado, existen otras instituciones que se dedican también a la investigación y la transmisión de la cultura cristiana.

Adecuándose en su funcionamiento y estructura a las disposiciones de la Santa Sede, serán sin duda medios muy válidos para la nueva evangelización. Con su labor, los diferentes centros de formación con los que contáis, han de hacer frente a las formas elementales o muy deformadas de presentar los dogmas y las enseñanzas de la Iglesia, tanto en lo que atañe a la ciencia, la historia o la filosofía, como en lo referente a las materias morales.

Los alumnos que frecuenten centros de formación bien capacitados, no sólo recibirán una sólida preparación intelectual, sino que además estarán en condiciones de realizar aquel mandato del apóstol Pedro de dar “respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1P 3,15). Así se favorecerá también el papel de los laicos en la evangelización, pues “a ellos corresponde animar con empeño cristiano, las realidades temporales y, en ellas, mostrar que son testigos y operadores de paz y de justicia” (Sollicitudo rei socialis SRS 38).

47 Al terminar este encuentro, deseo reiteraros, queridos Hermanos, mi gratitud por los esfuerzos realizados en los diferentes campos de acción pastoral; por el espíritu de sacrificio en guiar al Pueblo de Dios con generosidad; la decidida voluntad de servir al hombre a través del anuncio del evangelio que salva a todo el que cree en Jesucristo (Rm 1,16). Y alentándoos a un renovado empeño en la evangelización del querido Paraguay, os pido que llevéis mi afectuoso saludo y bendición a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, en especial a aquellos que están enfermos, son ancianos o sufren por cualquier causa, y que tienen siempre un lugar especial en el corazón del Papa.

Que la Virgen María, venerada con el cariñoso título de la Pura y Limpia Concepción de Caacupé, interceda por la santidad de toda la Iglesia que está en el Paraguay, por la prosperidad en paz de la Nación, por el bienestar de cada una de sus familias. Con estos fervientes deseos, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.







                                                                                  Septiembre de 1994




A UN GRUPO DE OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL


DE PERÚ EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Sábado 17 de septiembre de 1994

: Amadísimos hermanos en el Episcopado:

1. Al recibiros con gran gozo en este encuentro colectivo de la visita “ad Limina”, os doy mi más cordial y fraterno saludo, y en vosotros deseo saludar también a los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos comprometidos, que con generosa dedicación, no exenta de sacrificios, contribuyen a edificar el Reino de Dios en el Perú.

Agradezco vivamente las amables palabras que, en nombre de todos, me ha dirigido Monseñor Lorenzo León Alvarado, Obispo de Huacho, y deseo reiterar mi aprecio por vuestra abnegada entrega al servicio de las comunidades eclesiales que el Señor os ha confiado.

2. Vuestra misión eclesial viene enseñada claramente por el Concilio Vaticano II: “Los Obispos, puestos por el Espíritu Santo, suceden a los Apóstoles como pastores de las almas. Junto con el Sumo Pontífice y bajo su autoridad, han sido enviados para perpetuar la obra de Cristo, Pastor eterno... El Espíritu Santo que han recibido ha hecho de los Obispos los verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores” (Christus Dominus CD 2).

Como maestros de la fe, la enseñanza de la verdad forma parte de la sublime misión que, hoy y siempre, estáis llamados a ejercer incansablemente en un mundo tan sediento de lo auténtico y amenazado por tantos errores. Por eso tenemos que presentar con valentía a nuestros hermanos la Verdad, que es Jesucristo mismo (cf. Jn Jn 14,6).

Como he señalado en la Encíclica Veritatis Splendor, “ promover y custodiar, en la unidad de la Iglesia, la fe y la vida moral es la misión confiada por Jesús a los Apóstoles (cf. Mt Mt 28,19-20), la cual se continúa en el ministerio de sus sucesores” (Veritatis Splendor VS 27).

La predicación íntegra de la verdad revelada, en fidelidad a la Tradición, con la palabra y con el testimonio de la propia vida, es el camino más apropiado para realizar y vivir la unidad de la Iglesia, tan deseada por nuestro Salvador (cf. Jn Jn 17,11 Jn Jn 17,23) y de la cual nosotros somos los primeros servidores. No se puede, por ello, aceptar ninguna forma de reduccionismo que silencie aspectos importantes del orden sobrenatural, del contenido de la fe o de las normas morales, en aras de conseguir una cohesión que, por ese camino sería sólo aparente o externa, y desfiguraría la misión de la Iglesia, exaltando únicamente valores éticos, sociológicos, económicos o culturales.

48 La unión de los Pastores entre sí y con el Sumo Pontífice, así como la que ha de haber entre los fieles con ellos, trasluce aquel rostro misterioso de la Iglesia, que es comunión. Por ello, arraigados en la verdad de Jesucristo, hemos de vivir dando siempre un testimonio coherente de unidad para que el mundo crea que Él es el Enviado del Padre (cf. Ibíd., 17, 21), el Redentor de los hombres. No se trata de una unidad cualquiera, como podría ser la derivada de sentimientos meramente humanos, sino que se trata de aquella originada por la adhesión a la Palabra de la Verdad, esto es, a la persona misma de Jesucristo y su mensaje, animada y vivificada por la acción del Espíritu Santo. En nuestro esfuerzo por consolidar siempre esta unidad los fieles encontrarán asistencia y ayuda en el camino de la salvación, y nuestras obras tendrán la eficacia esperada.

La unidad, alimentada cada día en la celebración de la Eucaristía, se ha de manifestar también de forma visible en las diversas circunstancias de la vida. Para los Pastores, la Conferencia Episcopal es el medio más indicado para expresarla, ya que en ella “los Obispos... ejercen unidos su función pastoral” (Christus Dominus
CD 7) y, a la vez, un modo de concretar el “affectus collegialis” (cf. Lumen gentium LG 23). A través de ella se podrá programar e impulsar la “ nueva Evangelización ” en vuestro amado país. Así, la progresiva consolidación de vuestra afectiva y efectiva comunión en el seno de la Conferencia contribuirá ciertamente a dar vigor a vuestro ministerio y facilitará un mejor seguimiento de las complejas realidades pastorales. En los momentos actuales el ineludible testimonio de unidad entre vosotros es, además, una exigencia pastoral, que ayudará a acrecentar aún más la unión entre vuestros sacerdotes, entre los agentes de pastoral y entre los demás miembros de las Iglesias particulares.

3. Gran parte de las dificultades de la Iglesia en el Perú provienen de la escasez apremiante de sacerdotes, paliada en parte con la ayuda de otras Iglesias hermanas que envían allí a sus misioneros. Además, la desigualdad en la distribución del clero agrava la situación. Ello exige a vuestros sacerdotes una gran dedicación apostólica, lo cual los hace acreedores de apoyo y estima por parte de los Obispos. Por eso me complace que hayáis dedicado, al inicio del presente año, vuestra 71 Asamblea Plenaria a estudiar el sacerdocio, su espiritualidad y formación, así como su conveniente seguridad y previsión social, a la luz de cuanto expuse en la Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis.

Os aliento, pues, vivamente a seguir cuidando de vuestros sacerdotes con solicitud pastoral, tratándolos como hermanos y amigos, ayudándolos, antes que nada, a adquirir, bajo el influjo de la gracia, la santidad “específica” sacerdotal. Ésta, derivada del sacramento del Orden, hace que “la vida espiritual del sacerdote quede caracterizada, plasmada y definida por aquellas actitudes y comportamientos que son propios de Jesucristo,... y que se compendian en su caridad pastoral” (Pastores dabo vobis PDV 21). Debe estar caracterizada también por «una actitud esencial de servicio,... llevado como Dios espera y con buen espíritu. De ese modo, ...los presbíteros podrán ser “modelo” de la grey del Señor que, a su vez, está llamada a asumir ante el mundo entero esa actitud sacerdotal de servicio a la plenitud de la vida del hombre y a su liberación integral» (Ibíd.). La caridad pastoral, como ya tuve oportunidad de señalar en otra ocasión, es “intimidad con Dios, es imitación de Cristo, pobre, casto, humilde; es amor sin reservas a las almas y donación a su verdadero bien; es amor a la Iglesia que es santa y nos quiere santos, porque ésta es la misión que Cristo le ha encomendado” (Homilía la final del retiro mundial de sacerdotes, 2, 9 de octubre de 1984).

Para que los presbíteros puedan desempeñar con provecho sus propias funciones y no se desanimen en su sublime misión, es menester que mantengan vivo “un proceso general e integral de continua maduración, mediante la profundización, tanto de los diversos aspectos de la formación –humana, espiritual, intelectual y pastoral–, como de su específica orientación vital e íntima, a partir de la caridad pastoral y en relación con ella” (Pastores dabo vobis PDV 71). Se evitará así caer en un activismo desbordante y, sobre todo, se actualizará el don recibido en la ordenación, estando en condiciones de servir mejor al Pueblo de Dios, especialmente en la formación de aquellos que, como catequistas, animadores litúrgicos, servidores de la caridad y otros ministerios, tienen un contacto más frecuente con el presbítero.

La vastedad del Perú hace que muchos sacerdotes sufran la soledad, con los consiguientes peligros provenientes de un ambiente que a veces puede ser agresivo. Los encuentros formativos, cursillos y ejercicios espirituales, los contactos periódicos con el Obispo y el presbiterio, la vida común donde las circunstancias lo aconsejen, así como la sana y madura amistad con los laicos son circunstancias que alivian esa situación y sin duda redundan en su beneficio.

Pero no olviden que la soledad, “ ceptada con espíritu de ofrecimiento y buscada en la intimidad con Jesucristo el Señor” (Pastores dabo vobis PDV 74), puede ser útil en cuanto que favorece la oración, el necesario estudio, la santificación personal y la madurez humana.

4. La historia religiosa del Perú nos ofrece el testimonio de tantas almas consagradas que, en la vivencia de los consejos evangélicos, han trabajado por la extensión del Reino de Dios. Vienen a mi memoria los maravillosos ejemplos de Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres, Santo Toribio de Mogrovejo, San Juan Macías y San Francisco Solano, la Beata Ana de Monteagudo y otros.

Ahora, cuando nos encontramos a las puertas de la Asamblea del Sínodo de los Obispos dedicada a la vida consagrada, quiero manifestar mi reconocimiento por la labor de tantos religiosos y religiosas, llevando la Palabra de Dios por los amplios parajes de vuestro país o dedicándose al generoso servicio en diversas obras apostólicas con niños, jóvenes, ancianos o enfermos, sin olvidar la contribución espléndida de su oración elevada al Padre por toda la Iglesia, como testimonio de su entrega total a Dios.

Teniendo presente, pues, los variados servicios que prestan a la Iglesia, quiero recordar, queridos Hermanos, el deber que os compete de promover el crecimiento y desarrollo de la vida consagrada. Los religiosos forman parte inseparable de la vida y santidad de la Iglesia (cf Lumen gentium LG 44) y así están también, salvando el derecho propio de cada instituto según su carisma y las normas canónicas, bajo el cuidado pastoral del Obispo. Por ello os exhorto a acoger lo que es la vida religiosa para las comunidades eclesiales del Perú, fomentando la fidelidad de cada instituto al propio carisma y, donde fuese necesario, ayudando con vuestra palabra a superar las dificultades que se pudieran presentar entre el clero diocesano y los religiosos.

Estos últimos no trabajan para sí mismos sino para la Iglesia, cuya responsabilidad final recae en los sucesores de los Apóstoles. Por ello han de integrar su vida pastoral con la de las diócesis donde se encuentran. Es éste uno de los aspectos donde se ha de hacer también visible la unidad eclesial.

49 Pero la aportación de los consagrados a la unidad visible de la Iglesia no se agota en la eficaz colaboración pastoral. Los religiosos han de mostrar también una sintonía continua, clara y fiel con el Magisterio del Sumo Pontífice y de los Obispos en comunión con él, pues “nadie más tiene la potestad de ejercitar función alguna de magisterio, santificación o gobierno, si no es en participación y comunión con ellos” (Congregación para los religiosos y los Institutos de vida consagrada, Mutuae Relationes, 9).

5. En la vida de cada Iglesia particular, y con mayor urgencia aún en regiones que, como la vuestra, sufren la escasez de sacerdotes, la pastoral vocacional ha de ser tenida en cuenta como una prioridad. Es verdad que aparecen signos consoladores, pero ello no ha de ser sino incentivo para profundizar más aún en sus objetivos y logros.

Jesucristo sigue invitando a los jóvenes, y también a los menos jóvenes, a seguirlo en su misión de Buen Pastor. Se han de crear, mediante iniciativas adecuadas, las condiciones necesarias para que todos puedan oír su voz y así crezca el número de los consagrados enteramente a su servicio y al del Cuerpo místico, que es la Iglesia.

No os canséis, pues, en las visitas pastorales, de llamar a los fieles con sencillez y claridad, como hacía el Maestro, a dejarlo todo y seguir a Aquel que tiene palabras de vida eterna y de verdad. Y a aquellos que se manifiesten dispuestos a acoger la llamada, en espíritu de fe y obediencia, que no les falten los medios necesarios para discernir y ser ayudados en el proceso de su respuesta.

Al finalizar este encuentro quiero invocar sobre cada uno de vosotros, sobre las Iglesias particulares que presidís y sobre todos sus miembros, la protección de la Virgen Santísima, venerada en vuestro País con el sugestivo título de Nuestra Señora de la Evangelización, para que por su intercesión el Espíritu del Señor os colme con su plenitud y derrame a manos llenas en vuestra Nación el don de la paz y la convivencia fraterna entre todos sus hijos.

Con estos fervientes deseos os acompaña mi oración y mi Bendición Apostólica.






A UN GRUPO DE OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL


DE PERÚ EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Martes 27 de septiembre de 1994

: Amados Hermanos en el Episcopado:

1. Con mucho gozo os recibo hoy, Pastores de la Iglesia que peregrina en el Perú, en este encuentro final de vuestra visita “ad Limina”, en la que –después de orar ante los sepulcros de los apóstoles Pedro y Pablo y mantener fructuosos contactos con los varios organismos de la Curia Romana– habéis renovado vuestra comunión con el Sucesor de Pedro, mediante los “lazos de unidad, de amor y de paz” (cf. Lumen gentium LG 22).

Agradezco las amables palabras que, en nombre de todos vosotros, me ha dirigido Monseñor Augusto Vargas Alzamora, Arzobispo de Lima y Presidente de la Conferencia Episcopal, a las que correspondo asegurándoos mi aprecio y mi reconocimiento por la labor pastoral en las circunscripciones eclesiásticas que os han sido confiadas para ser en ellas “principio y fundamento visible de unidad” (cf. Lumen gentium LG 23).

2. Llamados por Jesucristo, los apóstoles recibieron la misión de enseñar, santificar y regir al pueblo fiel. De ella sois sus continuadores auténticos en la propia diócesis y, a la vez, en cuanto miembros del Colegio episcopal, “cada uno tiene el deber, por voluntad y mandato de Cristo, de preocuparse de toda la Iglesia. Aunque esto no se realiza por medio de un acto de jurisdicción, sin embargo contribuye mucho al progreso de la Iglesia universal” (Ibíd.).

50 El verdadero progreso de la Iglesia es la consecución de la santidad para todos sus miembros, que son llamados por el apóstol Pedro “linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad” (1P 2,9). Para que los hombres puedan responder a la universal vocación a la santidad, fuisteis constituidos en la plenitud del sacerdocio como administradores de la gracia, que se da principalmente a los fieles mediante los sacramentos.

Urgidos por tantas y tan variadas ocupaciones en vuestra misión pastoral, no podéis olvidar que es propio del Obispo “dedicarse a favorecer la santidad de sus clérigos, religiosos y laicos, según la vocación particular de cada uno. Han de tener presente que están obligados a ofrecer un ejemplo de santidad, con amor, humildad y sencillez de vida. Han de santificar a las Iglesias que les han sido encomendadas de manera que brille plenamente en ellas el sentir de la Iglesia universal de Cristo” (Christus Dominus CD 15).

El Concilio Vaticano II enseña también que “de la liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros, como de una fuente, la gracia y con la máxima eficacia se obtiene la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación de Dios” (Sacrosanctum concilium SC 10). Por eso os exhorto a procurar con diligencia que en vuestras diócesis se celebren con la dignidad requerida los ritos sagrados en los que, por medio de la acción sacerdotal de Jesucristo, los hombres nacen a una vida nueva, los fieles se alimentan con el Pan de la Palabra y de la Eucaristía, obtienen la reconciliación con Dios y reciben la gracia para vivir como cristianos en los diferentes estados de vida.

Siendo vosotros mismos ejemplares en la celebración de la Santa Misa, en la disponibilidad para el sacramento de la reconciliación y demás funciones sagradas, podréis alentar a los presbíteros hacia una plena dedicación en el ejercicio de su ministerio, haciendo de ese modo un bien inmenso a los fieles y a los mismos sacerdotes.

Es de capital importancia que los sacerdotes, y donde sea necesario los animadores de comunidades que actualmente se encuentran desprovistas de presbítero, tengan la preparación requerida para la sublime función que desempeñan, de modo que los fieles que participan en el culto experimenten la eficacia sobrenatural de los ritos sagrados.

3. Como sabemos, “la liturgia no agota toda la acción de la Iglesia, pues antes... es necesario que los hombres sean llamados a la fe y a la conversión”(Sacrosanctum concilium SC 9) . Por eso, con el anuncio del mensaje, mediante la oportuna predicación, se anima a los creyentes a proseguir con las obras de fe, esperanza y caridad, y a los alejados y a los no creyentes se les invita a conocer y amar a Dios y a su enviado Jesucristo.

Como primeros responsables de la predicación y de la catequesis, es laudable que sigáis poniendo vuestra mirada atenta para que los cristianos y los catecúmenos reciban de vosotros y de vuestros colaboradores en el ministerio “la palabra de la fe no mutilada, falsificada o disminuida, sino completa e integral, en todo su rigor y su vigor. Traicionar en algo la integridad del mensaje es vaciar peligrosamente la catequesis misma y comprometer los frutos que de ella tienen derecho a esperar Cristo y la comunidad eclesial” (Catechesi tradendae CTR 30). Las consecuencias de un oportuno ejercicio del ministerio de la palabra no se hacen esperar, pues una predicación que acerque cada vez más la persona a Jesucristo, conforme a su promesa (cf. Jn Jn 15,5), producirá abundante fruto.

Para hacer frente a las situaciones de disociación entre las exigencias de la fe y la vida, de secularización creciente de la sociedad, así como del proselitismo de las sectas religiosas, es menester un constante esfuerzo por revitalizar la catequesis a todos los niveles, ofreciendo a los fieles un conocimiento más excelente de las riquezas insondables del misterio de Dios y de la Iglesia. Toda labor catequética, a la luz de la “nueva evangelización”, ha de estar centrada en la persona de Jesucristo, que es el mismo “ayer, hoy y siempre” (cf. Hb He 13,8), sirviéndose, como instrumento muy útil, del “Catecismo de la Iglesia Católica”, a fin de “dar una respuesta integral, pronta, ágil, que fortalezca la fe católica en sus verdades fundamentales, en sus dimensiones individuales, familiares y sociales” (Discurso inaugural de la IV Conferencia general del episcopado latinoamericano, 11, Santo Domingo, 12 de octubre de 1992). En esta labor catequética podrá ser muy beneficiosa la aportación de los diversos Movimientos eclesiales, los cuales favoreciendo y alentando “una unidad más íntima entre la vida práctica y la fe de sus miembros” (Apostolicam actuositatem AA 19), han de actuar con leal disponibilidad para acoger las enseñanzas doctrinales y las orientaciones pastorales de los propios Obispos (cf. Christifideles laici CL 30).

4. Vuestro país presenta una riqueza plurirracial que la Iglesia valora y debe utilizar para encarnar en la sociedad peruana el perenne Mensaje de Cristo. Los elementos provenientes de las poblaciones quechuas en la sierra, las diversas etnias de la selva y los afroamericanos de la costa, junto a los de otros grupos, aunque integrados en la cultura hispánica dominante, presentan peculiaridades propias que exigen una reflexión paciente y segura acerca de la inculturación.

A todos los pueblos que viven en el Perú hay que proclamarles claramente que “Cristo es el único Salvador de la humanidad, el único en condiciones de revelar a Dios y de guiar hacia Dios... La salvación no puede venir más que de Jesucristo” (Redemptoris missio RMi 5). El anuncio de la Buena Noticia exige serena y precisa investigación teológica y antropológica; ésta hará posible que se transmita a cada grupo cultural y étnico, con sus características peculiares, la misma y única verdad, en obediencia al mandato misionero de Jesucristo, asumiendo los valores positivos de cada cultura, renovándolas, purificándolas de antivalores y haciéndolas crecer conforme a sus genuinas fuerzas interiores (Redemptoris missio RMi 52).

La reflexión antropológica profunda, basada en la Revelación, no puede olvidar que toda cultura humana está marcada por el pecado. Por eso tiene necesidad de ser sanada y elevada por la gracia del Evangelio, sin que ello suponga dejar de lado los elementos buenos de cada cultura autóctona. Esta tarea, importante y paciente a la vez, no puede dejarse a la improvisación, sino que ha de ser llevada a cabo mediante sólidas bases doctrinales y visión pastoral adecuada: en su transmisión está en juego la autenticidad misma del mensaje, ya que no se trata de “una simple adaptación externa, sino de un proceso profundo y global que abarque tanto el mensaje cristiano, como la reflexión y praxis de la Iglesia” (Ibíd.).

51 5. En la hora presente, en que la pobreza sigue golpeando a muchos ciudadanos de vuestro País, el anuncio de Jesucristo ha de llevar también a tomar un compromiso preferencial por los pobres, no exclusivo ni excluyente, porque la misión de la Iglesia debe estar abierta a todos, pues ella “al proclamar el Evangelio... obedece el mandato de Jesucristo al hacer de la ayuda al necesitado una exigencia esencial de su misión evangelizadora” (IV Conferencia general del episcopado latinoamericano, Conclusiones, 165).

La falta de coherencia entre la fe que se profesa y la vida cotidiana –como fue señalado en la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo–, es una de las varias causas que generan pobreza en América Latina, porque los cristianos a veces no han sabido encontrar en la fe la fuerza necesaria para penetrar los criterios y las decisiones de los sectores responsables del liderazgo ideológico y de la organización de la convivencia social, económica y política de nuestros pueblos (IV Conferencia general del episcopado latinoamericano, Conclusiones, 161). Por ello, quiero proclamar una vez más que el mejor servicio que se hace a los hermanos es la evangelización, pues la fuerza de la Palabra de Dios es capaz de liberar de toda forma de injusticia (Discurso inaugural de la IV Conferencia general del episcopado latinoamericano, 16, Santo Domingo, 12 de octubre de 1992).

Las diversas estructuras, públicas o privadas, que deriven de situaciones injustas o lleven a ellas, han de recibir los efectos de la Redención, lo cual quiere decir que para superarlas los hombres han de convertirse a Jesucristo. La respuesta cristiana no tiene nada que ver con las ideologías o las modas: es una actitud, ante todo, religiosa. En vuestras intervenciones pastorales colectivas habéis señalado la necesidad de un cambio de mentalidad, de una conversión interior que se traduzca en una solidaridad eficaz con los pobres, señalando que “la pobreza agobia a dos tercios de los peruanos y está teniendo efectos irreversibles en toda una generación de niños y jóvenes” Conferencia episcopal peruana, Nuntius in Nativitate Domini, 23 de diciembre de 1992). Os aliento a seguir proclamando sin cansancio que el camino de la pacífica convivencia está en la construcción de una sociedad cada vez más humana, fraterna, solidaria y justa.

6. En este Año de la Familia, por medio de mi Carta he querido entrar en todos los hogares para acercarme a cada uno de ellos y, a la luz de la Palabra de Dios, establecer un diálogo con el “hombre de nuestro tiempo, para que comprenda qué grandes bienes son el matrimonio, la familia y la vida, qué gran peligro constituye el no respetar estas realidades y una menor consideración de los valores supremos en los que se fundamentan la familia y la dignidad del ser humano” (Gratissimam sane, 23).

Me complazco por las iniciativas que, con este espíritu, habéis realizado en vuestro país para promover los perennes valores de la institución familiar y, en particular, por la reciente celebración en Lima del Congreso Internacional sobre la Familia. Éste ha sido un momento privilegiado para promover una campaña de sensibilización hacia los verdaderos valores, que no son patrimonio exclusivo de los cristianos, sino que son compartidos por millones de personas de diversas razas y convicciones religiosas, que se levantan cada vez con mayor insistencia en defensa de la familia.

La Iglesia no se cansará nunca de defender con energía la identidad de la familia. “Ninguna sociedad humana puede correr el riesgo de permisivismo en cuestiones de fondo relacionadas con la esencia del matrimonio y de la familia” (Gratissimam sane, 17). Por eso, continuad con vuestra labor en pro de las familias, luchando con vigor para que los males que las afligen puedan ser vencidos en aras de la auténtica paz y convivencia armoniosa entre todos.

Al concluir este encuentro os pido que llevéis mi saludo a todas vuestras diócesis, a los sacerdotes, religiosos y religiosas que trabajan en ellas, así como a los fieles. A todos los pongo bajo la protección del Señor de los Milagros, tan venerado en vuestra tierra, mientras que, como aliento para el futuro, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.





                                                                                  Octubre de 1994


Discursos 1994 46